El momento de marcharse el domingo después de Acción de Gracias fue uno de los más duros que Tanya había vivido en mucho tiempo. Le parecía que acababa de llegar e instalarse y sin embargo ya tenía que volver a irse. Ella y Molly habían compartido algunos momentos deliciosos y había sido un placer disfrutar de nuevo de la presencia de Jason en Marín. Además, el sábado por la tarde, finalmente, Megan había confiado en ella y le había contado todo lo que le había pasado con Mike. Al ver la evidente decepción en los ojos de su hija y comprobar que volvía a abrirse con ella, Tanya casi se echó a llorar. Peter y ella parecían más unidos de lo que habían estado en mucho tiempo. Por todo ello, había sido un maravilloso largo fin de semana. Tener que hacer las maletas el domingo por la tarde para volver a Los Ángeles casi le partió el corazón. Cuando Peter la acompañó al aeropuerto bajo una lluvia constante, ambos se sentían muy desgraciados.
– Dios mío, odio tener que volver -dijo cuando se aproximaron al aeropuerto.
Quería pedirle a Peter que diera la vuelta, volver a casa y abandonar la película. Estaba completamente arrepentida de haber adquirido semejante compromiso. Sentía que Peter y las chicas realmente la necesitaban y que ella también les necesitaba muchísimo.
– ¿Qué crees que pasaría si lo dejo? -preguntó a Peter, una idea que le rondaba la cabeza desde el principio del fin de semana.
– Probablemente te demandarían. Por todo lo que ya te han pagado y por los perjuicios que podrías ocasionar a la película. No creo que sea una buena idea. Como abogado, debo aconsejarte que no lo hagas -dijo sonriéndole con tristeza mientras se paraba delante de la puerta de salidas del aeropuerto-. Como tu marido, debo admitir que me encanta la idea, así que, en esta ocasión, creo que es mejor que hagas caso al abogado y no al marido. Esa gente no se anda con tonterías, Tanya, y probablemente hundirían para siempre tu carrera de escritora, te hundirían en la mierda.
A Tanya no le parecía un gran sacrificio y realmente creía que merecía la pena.
– No merece la pena que te metas en un litigio, Tan. Sería un infierno.
Tanya hizo esfuerzos para no romper a llorar.
– Conseguiremos que todo salga bien. No durará para siempre. Solo quedan seis meses -la alentó Peter.
Sin embargo, a ambos les parecía cadena perpetua. La película ya no parecía tan buena idea, pero la única opción que tenía Tanya era resistir y hacerlo lo mejor posible. Era maravilloso volver a casa, pero la hora de marcharse era insoportable. Las mellizas se habían echado a llorar al decirle adiós y Tanya se había quedado con el corazón en un puño. Peter ponía cara de funeral y Tanya se sentía como si fuera a asistir a uno. ¡Qué gran error había resultado todo aquello! No quería volver a Los Ángeles.
– Gracias a Dios, las vacaciones de Navidad empiezan dentro de tres semanas. Tendré tres semanas libres.
Coincidiría con las tres semanas de vacaciones de los chicos -las de Jason eran más largas, pero se iba a ir a esquiar con sus amigos, así que podría estar con ellos durante aquel tiempo y todavía le quedarían unos días más.
– Si puedo, estaré en casa el próximo fin de semana.
– A lo mejor podría ir a pasar al menos una noche si te resulta imposible venir. Las chicas podrían quedarse con Alice -propuso Peter, que prefería no dejarlas solas.
– Me encantaría -respondió Tanya.
Como siempre, Tanya no llevaba equipaje para facturar, solo el de mano, así que Peter paró en la puerta de entrada.
– Te informaré enseguida de si tengo que trabajar o no el fin de semana -dijo Tanya antes de bajar.
– Cuídate mucho, Tan -le dijo Peter abrazándola con fuerza-. No trabajes demasiado, y gracias por un día de Acción de Gracias tan maravilloso. A todos nos ha encantado.
– A mí también… Te quiero -musitó ella acompañando sus palabras con un beso.
Era como si estuvieran rodeados por un aura de desesperación. Aquella mañana, al hacer el amor, Tanya así lo había sentido, como si se estuvieran ahogando, como si la corriente les estuviera alejando el uno del otro.
– Yo también te quiero. Llámame cuando llegues.
Los coches de detrás empezaron a hacer sonar el claxon, y Tanya saltó del coche. Antes de marcharse, miró a su marido y se agachó para darle un último beso. En esos momentos, un guardia de tráfico le obligó a arrancar. Peter se marchó y Tanya entró en el aeropuerto con la bolsa colgada del hombro.
Acababa de entrar en la terminal, cuando anunciaron que el vuelo salía con retraso. Tanya tuvo que esperar tres horas y no llegó al hotel hasta la una de la madrugada. Llamó a Peter desde el aeropuerto de Los Ángeles. El tiempo durante el vuelo había sido espantoso y seguía lloviendo en Hollywood. Un regreso deprimente. Ya echaba de menos a Peter y a las chicas y le daba pavor tener que volver al plató de rodaje a la mañana siguiente. Quería irse a casa.
Giró la llave del bungalow y al entrar se quedó sorprendida. Alguien había dejado las luces encendidas y sonaba una suave música ambiental, así que la habitación presentaba un aspecto hermoso, cálido y acogedor. En lugar de parecerle una solitaria habitación de hotel, se dio cuenta de que casi le parecía su hogar. Sobre una de las mesillas de la sala había un cuenco con fruta fresca, algunos pasteles y galletas, además de una botella de champán enviada por el director del hotel. Cálido y acogedor, efectivamente. Tanya se dejó caer en el sofá con un suspiro. Había sido un viaje interminable. Pero ahora que estaba de vuelta, no le resultaba tan terrible.
Entró en el baño y le pareció que la bañera la invitaba a relajarse. Echó sales de baño, encendió el jacuzzi y cinco minutos más tarde, se hundió en el agua. No había cenado y le dolía la cabeza, pero entonces recordó que podía llamar al servicio de habitaciones y pedir lo que quisiera. Un club sándwich y una taza de té le sabrían a gloria. Así que cuando salió de la bañera, se puso su bata de cachemir e hizo lo que había pensado. Diez minutos más tarde, tenía su té y su bocadillo. Esbozó una sonrisa al darse cuenta de que, después de todo, no estaba sufriendo ningún castigo. Al menos había algunos lujos y ventajas que lo hacían todo más llevadero. Encendió la televisión y estuvo viendo una vieja película de Cary Grant. Después se metió en la cama, perfectamente hecha. Añoró los brazos de Peter rodeándola, pero aparte de eso, durmió plácida y cómodamente, y a la mañana siguiente se despertó descansada.
Hacía un día soleado y la luz del sol bañaba toda la habitación. Al mirar a su alrededor, comprobó sorprendida que se sentía como en casa. Aquel era su pequeño mundo privado, lejos de su familia y de su hogar. Era tan extraño tener dos vidas… Una vida que adoraba, en la que vivía con la gente a la que quería, y otra en la que solo trabajaba. Aunque quizá no fuera tan terrible; además, en tres semanas estaría de vuelta en Ross. Con suerte, el siguiente fin de semana podría volver a casa. Por un instante, pensó que se había vuelto esquizofrénica: en Ross era una persona, y allí era otra distinta. Era la primera vez que se sentía así.
Llamó a Peter, que ya estaba batallando con el tráfico del puente camino del trabajo. Se había marchado de casa muy temprano aquella mañana y tenía otra llamada en espera. Quedaron que le llamaría aquella noche a casa y, antes de colgar, le dijo que le quería. Después se levantó y se vistió.
Cuando llegó al plató reinaba el habitual caos, pero se veía a la gente animada después de cuatro días de vacaciones. Max pareció feliz de verla e incluso Harry movió el rabo para saludarla. Era un poco como llegar a casa, la misma sensación que había tenido al entrar en el bungalow la noche anterior. La embargó un sentimiento de culpa por sentirse así. Pero, realmente, no era tan horrible como le había parecido cuando estaba en Ross con Peter y sus hijos. Se sentía dividida entre dos mundos diametralmente opuestos, aunque lo bueno era que podía disfrutar de ambos. Sin embargo, era extraño sentirse como dos personas en una. En aquellos momentos, no estaba muy segura de cuál de las dos era realmente: la escritora o la esposa y madre. Ambas. Le importaba más lo segundo, pero ser escritora tampoco estaba del todo mal. Cuando se sentó junto a Max y acarició la cabeza de Harry -a los que ahora veía como dos viejos amigos- sintió que traicionaba a los suyos.
– Bueno, ¿cómo ha ido tu felicidad doméstica el día de Acción de Gracias? -le preguntó Max.
– Genial -respondió Tanya, sonriendo-. ¿Y a ti?
– Seguramente no tan feliz como la tuya, pero no ha estado mal. Harry yo nos preparamos unos bocadillos de pavo y estuvimos viendo viejas películas en la tele.
Sus hijos vivían en la costa Este y a Max no le apetecía atravesar todo el país para cuatro días, así que se había quedado en Los Ángeles. Además, iría a verles en Navidad.
– Casi no vuelvo -reconoció Tanya-. Era tan bonito volver a estar todos en casa…
– Pero has vuelto. Por lo menos así sabemos que no estás loca. Douglas te habría demandado y te habría hecho la vida imposible por siempre jamás -dijo Max con calma.
– Eso es lo que dijo Peter.
– Un chico listo, y un buen abogado. Ya verás, antes de que te des cuenta, la película habrá acabado. Y después, querrás hacer otra.
– Eso es lo que dice Douglas, pero no lo creo. Me gusta estar en casa con mi familia.
– Entonces, es posible que no hagas más -dijo Max en tono filosófico-. Quizá tu caso es una excepción. Además de estar más sana mentalmente que todos nosotros, tienes algo por lo que merece la pena volver. Mucha gente solo tiene esto. Y es esto precisamente lo que acaba destrozando el resto de tu vida, así que no hay nada a lo que puedas volver. Estamos todos atrapados en una isla desierta de la que no podemos salir. Tú has tenido la sensatez de haber vivido una vida normal hasta ahora. Eres una turista, Tanya. No creo que el mundo del espectáculo se convierta jamás en tu vida.
– Eso espero. Para mí esto es una locura.
– Y lo es -confirmó Max sonriendo.
Acto seguido empezó a dar órdenes para que la gente se pusiera en marcha. Media hora más tarde, cuando instalaron las luces y los actores estuvieron listos, el rodaje volvió a comenzar.
No terminaron hasta medianoche. Tanya llamó a Peter desde el plató para no retrasarse más. Se alejó un poco del resto del equipo pero, aun así, solo podía hablar en susurros. Peter le contó que había tenido un buen día y que las chicas estaban bien y Tanya le contó su día de rodaje, que había resultado divertido. Después, tuvo que colgar porque Jean volvía a tener problemas con su guión, para variar. Tanya había reescrito su parte un millar de veces, pero seguía sin acertar. Era un trabajo agotador.
Los días eran eternos. Hasta la una de la madrugada no regresó al hotel, y cuando consiguió desconectar y dormirse, eran casi las dos. Al día siguiente, coincidió con Douglas en el plató Este le preguntó cómo le había ido el día de Acción de Gracias y ella respondió que estupendamente. Douglas -de acuerdo con su vida rodeada de lujos- había volado a Aspen a pasar tres días con unos amigos.
Invitó a Tanya a una fiesta el jueves por la noche. Iba a ser un día de rodaje más tranquilo, pero, aun así, Tanya vaciló. No estaba de humor para salir y después de un duro día de trabajo disfrutaba pasando la noche a solas en el bungalow. Le daba pereza ir a una fiesta elegante con Douglas, pero él insistió.
– Te irá bien, Tanya. No puedes estar todo el rato escribiendo. Hay vida después del trabajo.
– Para mí no -respondió Tanya sonriendo.
– Pues debería haberla. Te lo pasarás bien. Es el pase de un estreno. Será una noche informal, con gente divertida. A las once estarás en casa.
Al final, no solo aceptó sino que Douglas estaba en lo cierto: fue muy divertido. Conoció a algunas de las estrellas más famosas de Hollywood, a dos importantes directores y a un productor de la competencia, uno de los mejores amigos de Douglas. Fue una noche plagada de estrellas, la película estuvo genial, la comida exquisita, la gente guapísima y la compañía de Douglas, fantástica. Le presentó a todo el mundo y estuvo pendiente de ella en todo momento. Cuando la acompañó de vuelta al hotel, Tanya le invitó a entrar a tomar una copa en agradecimiento.
Douglas se sirvió una copa de champán y Tanya se limitó a su habitual taza de té. Le dio nuevamente las gracias por la velada.
– Tienes que salir más a menudo, Tanya. Tienes que conocer a gente.
– ¿Para qué? Haré mi trabajo y después volveré a casa. No necesito hacer contactos.
– ¿Sigues tan convencida de querer volver a casa? -preguntó con cierto cinismo.
– Sí, por supuesto.
– Muy poca gente vuelve. Quizá me equivoque, tal vez tú seas una de esas pocas personas que sí lo hace. Pero me parece que, al final, no querrás volver. Y creo que tú también lo sabes. Por eso luchas con tanta fuerza. Puede que lo que tengas es miedo de no desear volver.
– No -insistió Tanya con firmeza-. Quiero volver a casa.
No le contó que había estado a punto de no regresar a Los Ángeles después de Acción de Gracias.
– ¿De verdad va tan bien tu matrimonio? -preguntó, algo más insistente y osado después de la copa de champán.
– Creo que sí.
– Entonces, eres una mujer con suerte. Y tu marido más aún. No conozco matrimonios así. La mayoría se desinflan como un suflé, sobre todo con la presión de las largas distancias y las tentaciones de Hollywood.
– Quizá por eso deseo volver a casa. Quiero a mi marido y me gusta nuestro matrimonio. No quiero estropearlo todo por esto.
– ¡Por el amor de Dios! -exclamó Douglas con la misma expresión que le había visto al principio de conocerle y que había hecho que a Tanya le recordase a Rasputin.
Ahora le conocía mejor, pero seguía teniendo ese aire perverso y disfrutaba jugando a ser el abogado del diablo. Sin embargo, parecía más peligroso de lo que en realidad era.
– Una mujer virtuosa. La Biblia dice que una mujer virtuosa vale su peso en rubíes, más que eso. Y realmente es cara de encontrar. Yo nunca he estado con una mujer virtuosa -dijo sirviéndose otra copa de champán.
– Estoy segura de que te aburriría -bromeó Tanya.
– Me temo que tienes razón -comentó Douglas riendo-. La virtud no es mi fuerte, Tanya. No creo que pudiera hacer frente a semejante desafío.
– A lo mejor te sorprenderías a ti mismo si encontraras a la mujer adecuada.
– Quizá -admitió él observándola intensamente y dejando el vaso sobre la mesa-. Eres una mujer virtuosa, Tanya. Es algo que admiro en ti, a pesar de que odio reconocerlo. Tu marido es un hombre con mucha suerte. Espero que lo sepa.
– Lo sabe -dijo Tanya sonriendo.
Viniendo de Douglas, era un amable cumplido. Douglas sabía distinguir a las mujeres, y las virtuosas -como buen jugador que siempre había sido- no eran para él. Pero ahora que había llegado a conocer a Tanya, la respetaba y era capaz de disfrutar de su compañía. Habían pasado una velada muy agradable juntos. Tanya ya no se sentía presionada por él; desde el domingo que habían pasado en su piscina y que habían terminado cenando comida china, sentía que eran amigos.
Al cabo de un rato, Douglas se levantó para marcharse y Tanya volvió a darle las gracias por la velada.
– Siempre que quieras, querida. Me duele tener que admitirlo, pero creo que ejerces una buena influencia sobre mí. Me recuerdas lo que de verdad importa en la vida: la amabilidad, la integridad, la amistad, todas esas cosas que yo normalmente encuentro tan aburridas. Y sin embargo, tú nunca me aburres, Tanya. Todo lo contrario. Debo reconocer que me lo paso mucho mejor contigo que con la gran mayoría de la gente que conozco.
Tanya se sintió halagada y emocionada a un tiempo.
– Gracias, Douglas.
– Buenas noches, Tanya -se despidió él dándole un beso en cada mejilla.
En cuanto el productor se marchó, Tanya fue a coger el teléfono para llamar a Peter. Douglas había cumplido con su palabra: eran solo las once y media de la noche. Le sorprendió comprobar que Peter tenía el buzón de voz conectado. Llamó al teléfono fijo y Molly le explicó que Alice había tenido un escape en el sótano y que había ido a casa en busca de auxilio. Peter estaba ayudándola a repararlo. Tanya no quiso molestarle, y le pidió a su hija que su padre la llamara cuando regresara. Se tumbó en la cama a esperar y se quedó dormida. Se despertó con la luz de la mañana y volvió a llamar a casa. Las mellizas ya se habían ido al colegio y Tanya tenía que estar en el plató al cabo de veinte minutos.
– ¿Arreglaste el escape? -preguntó bromeando-. Realmente eres un buen vecino.
– Sí, lo soy. Tiene un palmo de agua en el sótano. Un desastre. Se le ha roto una tubería. No pude hacer mucho, así que nos dedicamos a tomar unos mojitos.
– ¿Mojitos? -preguntó Tanya, sorprendida.
Tanya se había dado cuenta durante su visita a Los Ángeles de que Peter bebía más de lo que era habitual en él.
– Sí, una bebida cubana. Con menta. Sabe muy bien.
– ¿Os emborrachasteis? -preguntó con preocupación.
– Claro que no -contestó Peter riéndose-. Pero fue más divertido que estar en el sótano con el agua hasta la rodilla. Alice no había preparado un mojito en su vida, así que me utilizó de conejillo de Indias.
En la mente de Tanya volvió a aparecer la misma pregunta que la había acosado durante las vacaciones de Acción de Gracias, pero no insistió. Se había prometido que no volvería a formularla y no quería parecer paranoica. Ella había salido con Douglas la noche anterior y no había ocurrido nada, así que no había razón alguna por la que tuviera que haber pasado algo entre Alice y Peter. Todos estaban intentando sobrellevar la separación del mejor modo posible. Era duro estar solo cuando se estaba casado. Tal como decía Douglas, no podían quedarse en casa todas las noches. Había cosas mucho peores que beber unos mojitos con Alice, y Tanya sabía que Peter no era de esos. Pero no estaba tan segura de los sentimientos de Alice. Su marido era tan cándido y confiado que era capaz de no haberse dado cuenta. Alice estaba arrimándose a un árbol equivocado.
– Tengo que ir al plató. Solo quería darte un beso antes de que empezaras la jornada. Que tengas un buen día.
– Tú también. Hablamos más tarde.
Tanya se duchó a toda prisa, se vistió y se dirigió al plató. Cuando llegó, estaban acabando de apagar un pequeño incendio provocado por un cortocircuito. Los bomberos estaban allí y Harry gritaba como un loco. Debido a ello, el caos era aún mayor que cualquier otro día. Cuando tuvieron el plató debidamente iluminado y pudieron empezar, ya eran las doce del mediodía. Como consecuencia, estuvieron trabajando hasta las tres de la mañana y Tanya no pudo encontrar el momento para llamar a Peter o a las niñas. Fue uno de esos días interminables. Al llegar al hotel, cayó rendida en la cama después de pedir que la despertaran al cabo de cuatro horas.
Toda aquella semana fue caótica y ni ese fin de semana ni el siguiente pudo regresar a casa, pero solo quedaban unos días para empezar el paréntesis navideño y aguantó estoicamente. Cuando llegó la hora de volver a Marin, llevaba desde Acción de Gracias sin ver a Peter. Casi tres semanas.
– Me siento como si volviera de la guerra -dijo ella sin aliento cuando Peter, entusiasmado, la cogió en volandas.
Miró por encima del hombro de su marido y vio que Alice había entrado en la cocina detrás de Peter y estaba mirando a Tanya fijamente.
– Hola, Alice -dijo Tanya sonriéndole.
– Bienvenida a casa -saludó Alice y se marchó al instante.
– ¿Está bien? -preguntó Tanya con preocupación.
– Sí, ¿por qué? -respondió Peter sirviéndose un vaso de agua distraídamente.
Acababa de llegar de casa de la vecina, pero parecía muy contento de verla, tan feliz como lo estaba Tanya de verle a él.
– Parecía preocupada.
– ¿De verdad? No me he dado cuenta -respondió Peter con la misma expresión ausente.
En ese momento, sus miradas se encontraron y fue como si dos planetas colisionaran y estallaran en medio del universo. Tanya miró a su marido a los ojos y lo vio todo. Aquella vez no necesitaba preguntar nada. La respuesta no estaba en la mirada de su marido, sino en los ojos de Alice.
– Oh, Dios mío… -musitó Tanya sintiendo que la habitación daba vueltas a su alrededor.
Miró a Peter de nuevo y, aunque no quería saberlo, lo supo.
– Oh, Dios mío -repitió-. Te estás acostando con ella.
Era una afirmación, no una pregunta. No sabía cuándo ni cómo había sucedido, pero sabía que había pasado y que estaba pasando todavía. Tanya volvió a mirar a Peter y le preguntó:
– ¿Estás enamorado de ella?
Peter podía ser estúpido pero no era mentiroso. No podía volver a mentirle. Dejó el vaso en el fregadero, se volvió para mirarla de frente y murmuró las únicas palabras que podía decir, las mismas que le había dicho a Alice minutos antes de que Tanya llegase.
– No lo sé -dijo palideciendo.
– Oh, Dios mío… -murmuró una vez más Tanya.
Peter salió de la habitación.