Capítulo 2

A pesar de sus buenas intenciones, finalmente Peter llegó a casa pasadas las once, totalmente derrengado y con ganas únicamente de darse una ducha y meterse en la cama. A Tanya no le importó no tener ocasión de hablar aquella noche, ya que a última hora de la tarde había decidido que no iba a contarle lo de la oferta de Douglas Wayne. Ya había tomado la decisión de rechazarla. Cuando Peter se metió en la cama después de la ducha y la abrazó, ya estaba medio dormida. Sin abrir los ojos y con una sonrisa, susurró unas palabras amables a su marido.

– Qué día tan largo… -murmuró medio dormida, apoyando la espalda contra el cuerpo de Peter mientras él la atraía hacia él.

Olía a jabón y a champú. Adoraba su olor, incluso recién levantado. Tanya se volvió sin soltarse de sus brazos y le besó. Él la sujetó con fuerza.

– ¿Un día duro? -le preguntó dulcemente.

– No, solo muy largo -dijo él contemplando su belleza iluminada por la luz de la luna que se colaba por la ventana-. Siento haber llegado tan tarde. ¿Todo bien en casa?

– Todo bien -respondió Tanya somnolienta, acurrucándose en sus brazos plácidamente.

Aquel era su lugar preferido. Adoraba acabar el día junto a él y despertar junto a él por la mañana; una sensación que había perdurado durante aquellos veinte años.

– Los niños han salido -añadió.

Era verano y pasaban el mayor tiempo posible con sus amigos. Las mellizas habían ido a dormir a casa de una amiga, y Jason era un joven responsable, muy precavido conduciendo y que en raras ocasiones salía hasta muy tarde, así que Tanya se iba a la cama tranquila y no se molestaba en esperarle despierta. Además, siempre llevaba el móvil encima, así que estaba localizable permanentemente. Eran tres jóvenes sensatos y no habían dado grandes quebraderos a sus padres ni siquiera en los años de adolescencia.

Peter y Tanya se acurrucaron el uno junto al otro y, a los cinco minutos, ambos estaban dormidos. A la mañana siguiente, Peter se levantó antes que Tanya y, mientras él se duchaba, ella se lavó los dientes y bajó en camisón a la cocina a prepararle el desayuno. Antes, se asomó a la habitación de Jason y vio que dormía profundamente. Tardaría varias horas en despertarse. Cuando Peter bajó, vestido elegantemente con un traje gris de verano, camisa blanca y corbata oscura, Tanya ya había servido el desayuno. Al verle, Tanya supuso que aquel día le tocaba asistir a los tribunales, ya que normalmente solía llevar una camisa deportiva y pantalones informales de color caqui o, de haber sido viernes, unos vaqueros. Peter conservaba el mismo estilo pulcro, formal y algo pijo de su juventud. Formaban una bonita pareja.

Tanya sonrió a su marido y este se sentó a la mesa para disfrutar de un copioso desayuno compuesto de cereales, huevos escalfados, café, tostadas y fruta. A Peter le gustaba empezar el día con una buena comida y era Tanya quien siempre se levantaba temprano para preparársela. Tanto a él como a los chicos durante el curso escolar. Se enorgullecía de ocuparse de su familia y solía comentar que, por encima de su carrera como escritora, estaba su trabajo diario.

– Supongo que hoy tienes que ir a los tribunales -comentó mientras Peter echaba un vistazo al periódico y asentía.

– Una vista rápida. Tengo que pedir un aplazamiento para un caso menor. Y tú, ¿qué vas a hacer hoy? ¿Te apetecería que quedásemos para cenar en la ciudad? Ayer acabamos con casi todo el trabajo preparatorio.

– Estupendo.

Al menos una vez por semana, acostumbraban a ir a la ciudad a algún espectáculo, un ballet o un concierto, pero lo que más les gustaba era pasar una noche tranquila en alguno de sus restaurantes preferidos. También les gustaba ir los dos solos a pasar el fin de semana fuera de Marin. Con tres hijos y durante veinte años de matrimonio, habían mimado su relación para mantener vivo el romanticismo. Hasta la fecha, con éxito.

Mientras terminaba de desayunar, Peter levantó la vista y miró con detenimiento a Tanya. La conocía mejor de lo que se conocía ella misma.

– ¿Qué es lo que no me estás contando?

Como siempre, Tanya se sorprendió por la oportuna e infalible perspicacia de su marido; una perspicacia que llevaba todos aquellos años poniendo en práctica y que, sin embargo, aunque ya no la dejaba sin habla, seguía impresionándola. Siempre parecía saber lo que Tanya estaba pensando y ella no lograba entender cómo lo conseguía.

– Qué gracioso -dijo ella, admirada-. ¿Qué te hace pensar que te estoy ocultando algo?

– No lo sé, lo noto. Por el modo en el que me estabas mirando, como si tuvieras algo que decirme y no quisieras hacerlo. ¿Qué ocurre?

– Nada.

Los dos se echaron a reír. Tanya se había delatado. Solo era cuestión de tiempo. Y eso que se había prometido a sí misma no decírselo. Pero no podían tener secretos el uno con el otro. Tanya conocía a Peter tan bien como él a ella.

– Oh, mierda… No iba a contártelo -confesó.

Acto seguido, sirvió una segunda taza de café a su marido y una segunda taza de té para ella. Tanya apenas desayunaba. Le bastaba con un té y con picotear lo que los demás dejaban en sus platos.

– No es importante.

– Debe de serlo si ibas a mantenerlo en secreto. ¿Qué pasa? ¿Algo acerca de los chicos?

Generalmente solía tratarse de algo relacionado con los chicos, alguna confesión que le habían hecho a Tanya y que ella acababa siempre por contar a Peter. Él guardaba el secreto y Tanya confiaba siempre en su buen juicio. Era un hombre listo, inteligente y bueno. Y no le fallaba prácticamente nunca.

Respiró hondo y dio lentamente un sorbo de té. Le resultaba más fácil hablarle de sus hijos que contarle algo sobre ella misma.

– Ayer me llamó Walt -dijo. Se quedó callada y esperó un instante antes de continuar mientras Peter la miraba expectante.

– ¿Y? ¿Se supone que tengo que adivinar lo que te dijo? -preguntó pacientemente haciendo que Tanya se echase a reír.

– Sí, quizá deberías adivinarlo.

Tanya se dio cuenta de que estaba nerviosa y de que le resultaba difícil contárselo a su esposo. La idea de vivir en Los Ángeles durante nueve meses era tan descabellada que se sentía culpable solo por el mero hecho de verbalizarla. Aunque no había hecho nada malo, se sentía como si así fuera.

Tenía pensado llamar a Walt para rechazar la propuesta en cuanto Peter hubiera salido hacia la oficina; quería hacerlo cuanto antes para olvidarse de ello. El mero hecho de que la oferta siguiera encima de la mesa le parecía una amenaza. Como si Douglas Wayne tuviera el poder de separarla de su familia y de la vida que llevaba solo con su llamada. Sabía que era una tontería, pero no podía evitarlo. En el fondo, estaba asustada porque una parte de sí misma quería aceptar la propuesta. Tanya quería dominar precisamente ese deseo y sabía que ni Walt ni Peter podían hacerlo por ella. Únicamente ella podía.

– Me hizo una oferta -continuó finalmente-. Muy halagadora, pero que no quiero aceptar.

Peter la miró a los ojos sin acabar de creer lo que oía. Tanya no rechazaba ningún encargo si sabía que podía hacerlo y, después de veinte años juntos, Peter había aprendido que para su mujer escribir era tan vital como respirar. Aunque no hablara de ello, la escritura era una necesidad profunda y fundamental en su vida. Además, lo hacía muy bien. Peter estaba muy orgulloso de ella y respetaba enormemente su trabajo.

– ¿Otro libro de cuentos?

Tanya negó con la cabeza y respiró hondo de nuevo.

– Cine, una película. Al productor le gusta mi trabajo. Parece ser que es adicto a las telenovelas. El caso es que ha llamado a Walt y quería saber si yo podría escribir el guión.

Intentaba hablar en tono desenfadado, pero Peter le lanzó una mirada de sorpresa desde el otro lado de la mesa.

– ¿Te ha ofrecido escribir el guión para una película? -preguntó con la misma incredulidad que había sentido Tanya el día anterior-. ¿Y no lo quieres? ¿Qué pasa? ¿Es una película porno?

Era la única razón por la que Tanya rechazaría escribir el guión de una película. Era el sueño de su vida. No podía rechazar algo que llevaba soñando desde siempre.

– No -contestó Tanya riéndose-, hasta donde yo sé, no es porno. Bueno, o quizá sí.

Volvió a ponerse seria y, mirándole a los ojos, añadió:

– Simplemente, no puedo.

– ¿Por qué no? No se me ocurre una sola razón por la que quieras rechazarlo. ¿Qué ha ocurrido? -preguntó Peter sabiendo que tenía que haber algo más.

– No puedo -dijo ella sin disimular la tristeza pero procurando no hacerse la interesante.

No quería que Peter se sintiese culpable por su negativa, puesto que era un sacrificio que ella deseaba hacer. En realidad, el sacrificio habría sido tener que ir a Los Ángeles. No quería separarse ni de él ni de las niñas.

– ¿Por qué no puedes? Explícamelo.

Se quedó sentado al otro lado de la mesa estudiándola con la mirada y Tanya supo que no iba a moverse hasta que se lo explicase.

– Tendría que residir en Los Ángeles durante el rodaje y solo podría venir a casa los fines de semana. No me apetece vivir así. Todos nos sentiríamos fatal; además, no voy a estar yo allí y vosotros aquí. Es el último año que las niñas van a estar en casa.

– Y también podría ser tu última oportunidad de hacer algo que llevas toda la vida soñando.

Ambos sabían que tenía razón.

– Aun así, sería una decisión equivocada. No voy a sacrificar a mi familia para trabajar en una película. No merece la pena.

– Si puedes venir los fines de semana, ¿por qué no? Además, las niñas nunca están en casa, se pasan la vida con sus amigos o en sus actividades deportivas. Creo que podría organizarme. Haríamos turnos para cocinar, y los viernes por la noche tú estarías de vuelta. A lo mejor podrías volar el lunes a primera hora. ¿Tan horrible te parece? Además, son solo unos meses, ¿no?

No cabía ninguna duda de que Peter estaba dispuesto a aceptar la situación. A Tanya se le llenaron los ojos de lágrimas. Era tan bueno con ella, tan honesto… A pesar de su generoso consentimiento, Tanya no quería marcharse. Podía ser muy duro para ambos.

– Cinco meses de rodaje, dos de preproducción y un mes o dos de posproducción, es decir, un total de ocho o nueve meses, lo que equivale a todo un curso escolar. Es mucho pedir, Peter. Te quiero más que nunca por permitírmelo, pero no puedo.

– Quizá sí que puedes -dijo él meditabundo. No quería privarla de algo que siempre había deseado con todas sus fuerzas.

– ¿Cómo? Para ti no es justo, yo te echaría terriblemente de menos y las chicas me matarían. Es su último año. Debo estar aquí, y quiero estar.

– Yo también te echaría de menos -dijo Peter con sinceridad-, pero quizá, por una vez en la vida, las chicas tengan que conformarse. Siempre estás aquí, dispuesta para cualquier cosa que te pidan. Para variar, no les vendría mal tener que ser un poco más independientes. Y a mí tampoco. Tanya, no quiero que te pierdas algo así. Quizá no vuelva a surgir otra oportunidad y no puedes dejarla pasar sin más.

Su actitud era tan entregada y tan bondadosa que Tanya casi se puso a llorar.

– Sí puedo dejarla pasar. Llamaré a Walt en cuanto salgas de casa y rechazaré la oferta -dijo Tanya con firmeza y serenidad, convencida de que era la decisión adecuada.

– No quiero que hagas eso. Dile que espere. Hablemos primero con las chicas.

Peter quería actuar con calma y tomar la decisión en familia, en provecho de Tanya, siempre que fuera posible y que las chicas se mostraran magnánimas. Por el bien de su madre, confiaba en que así fuera.

– Se sentirán totalmente abandonadas y con razón. En realidad, estaría fuera durante todo su último curso escolar y solo volvería los fines de semana. Y una vez empiecen a rodar la película, no sé con certeza si podré venir los viernes. Siempre se oyen historias espantosas sobre noches interminables de rodaje, fines de semana inacabables, planes que se desbaratan por completo y películas en las que los cálculos de tiempo y de presupuesto han resultado totalmente erróneos. A lo mejor se alarga más de lo previsto.

– El presupuesto es su problema; tú eres el mío. Quiero que busquemos una solución.

Tanya le miró con una sonrisa en los labios y se levantó para abrazarle. Le rodeó con los brazos y le dio un beso.

– Eres maravilloso y te quiero, pero créeme, no funcionaría.

– No seas tan derrotista. Por lo menos debemos intentarlo. Esta noche, cuando volvamos, hablaremos con las niñas. Y no iremos a cenar, iremos a celebrarlo.

De repente, cayendo en la cuenta de un pequeño detalle, le preguntó:

– ¿Cuánto te han ofrecido?

Tanya sonrió un instante, todavía sorprendida por la cifra, y después la soltó. Se hizo un silencio sepulcral en la cocina durante un largo minuto que Peter rompió con un silbido.

– Más vale que aceptes. El año que viene tendremos que pagar tres matrículas universitarias, pero con el dinero que te han ofrecido sería una minucia. Es una cantidad increíble. ¿De verdad ibas a rechazarlo?

Tanya asintió.

– ¿Por nosotros? -preguntó Peter.

Tanya volvió a asentir sin dejar de abrazarle.

– Cariño, estás loca. Voy a mandarte ahora mismo a Los Ángeles para que te pongas a trabajar a destajo. ¡Por todos los diablos! Si se dispara tu carrera como guionista cinematográfica, debería pensar en retirarme.

Aunque las revistas literarias no suponían grandes ingresos para Tanya, se había ganado decentemente la vida con la escritura. Con las telenovelas había ganado un buen pellizco y, desde luego, la cantidad que le ofrecían por la película de Douglas Wayne era sencillamente increíble. Peter estaba realmente impresionado con la oferta.

– Además, me ofrecen un bungalow en el hotel Beverly Hills durante toda mi estancia allí, o si lo prefiero, un apartamento o una casa. Y todos los gastos pagados.

Tanya le dio los nombres del director y de las estrellas del reparto y Peter volvió a silbar. No era solo una oportunidad de oro. Era una de esas ocasiones que se presentan una sola vez en la vida y que te permiten alcanzar el cielo con las manos. Y ambos lo sabían. Peter no entendía que Tanya pudiera rechazarla y temía que, de hacerlo, se arrepintiera el resto de su vida y acabase por guardar rencor a su familia. Era rechazar algo muy importante.

– Tienes que hacerlo -dijo abrazándola-. No permitiré que digas que no. A lo mejor deberíamos mudarnos todos a Los Ángeles durante un año.

A Tanya le habría gustado esa solución, pero solo había sido una broma de Peter. No podían hacerlo. Su marido tenía una sólida carrera como socio en su bufete de abogados, y lo lógico era que las mellizas terminaran su etapa escolar en el colegio al que habían asistido toda su vida. Si alguien iba a ir a Los Ángeles sería Tanya, y sola. Pero eso era precisamente lo que ella no quería. Sin embargo, al mismo tiempo, la idea le producía una extraña excitación. Era la realización de un sueño y una cantidad de dinero increíble para ambos.

Pero jamás había sacrificado a su familia en favor de su carrera y no era el momento para empezar a hacerlo.

– No seas tonto -dijo Tanya con una sonrisa melancólica-. Solo el hecho de que me hayan escogido a mí para hacer el guión ya me satisface.

– Esperemos a ver qué dicen las niñas esta noche. Dile a Walt que estás pensándolo, y Tanya -continuó Peter mirándola con cariño y abrazándola con fuerza-, quiero que sepas que estoy orgulloso de ti.

– Gracias por tomártelo tan bien. Todavía no puedo creer que me hayan escogido… Douglas Wayne…, debo reconocer que es bastante alucinante.

– Muy alucinante -dijo él echando un vistazo a su reloj.

Ya llegaba una hora tarde al trabajo, pero no era una noticia cualquiera.

– ¿Dónde quieres que vayamos a cenar esta noche?

– A algún sitio tranquilo donde podamos hablar.

– ¿Qué te parece Quince? -propuso Peter.

– Perfecto.

Era un pequeño restaurante romántico en Pacific Heights con una carta excelente.

– Vas en taxi y luego volvemos juntos a casa, ¿de acuerdo? Vaya, tenemos una cita.

Unos minutos más tarde, Peter le dio un beso de despedida y cuando se hubo marchado, Tanya suspiró, miró el teléfono, lo descolgó y llamó a Walt. No sabía muy bien qué decirle. Creía haber tomado una decisión la noche anterior, pero, al parecer, no había sido así. Todavía no se veía aceptando la propuesta y cuando se lo contó a Walt, este lanzó un gruñido.

– ¿Qué debo hacer para convencerte de que no tienes elección?

– Diles que rueden aquí la película -replicó Tanya sintiéndose presionada.

Hasta Peter había hecho que pareciera viable. Sin embargo, en el fondo de su corazón, Tanya sabía que por muy predispuesto que se mostrase su marido, no era factible y sospechaba que sus hijas compartirían su opinión. No era el año más indicado para tener a su madre lejos.

– Espero que Peter te convenza, Tanya. Por Dios, si tu marido está de acuerdo, ¿qué es lo que te preocupa? No va a divorciarse de ti solo porque estés nueve meses en Los Ángeles.

– Nunca se sabe -dijo Tanya riéndose.

No era ese su miedo, pero también era consciente de que la distancia no era buena consejera en un matrimonio. Además, ella era feliz a su lado y solo podía pensar en lo desgraciada que iba a sentirse durante todos esos meses separada de él toda la semana.

– Llámame mañana. Le diré a Doug que no he logrado hablar contigo todavía. Cuando le comenté lo mismo ayer, me dijo que merecía la pena esperarte. Quiere que seas tú quien escriba ese guión.

Tanya se contuvo y no pronunció ese «yo también» que bullía en su interior. Sabía que no podía dejar que todo aquello la embaucase. Era solo un sueño, un sueño que la había acompañado toda su vida, por qué negarlo, pero un sueño que no podía permitirse.

Después de colgar, continuó trabajando en su relato. Jason apareció por la cocina a mediodía y le preparó el desayuno. Estuvieron charlando un rato y después, a media tarde, llegaron las chicas. No les contó nada acerca de la oferta. Primero quería discutirlo un poco más con su padre.

A las seis empezó a arreglarse para ir a cenar y, una hora más tarde, cogía un taxi en dirección a la ciudad con la película ocupando de nuevo sus pensamientos. De repente, incluso le dio pena salir de casa aquella tarde. Se sentía como una barca a la que la corriente arrastrara río abajo, a la deriva, fuera de control. Cuando llegó al restaurante, Peter ya la estaba esperando. Disfrutaron de una cena estupenda y cuando llegó el postre, volvieron a hablar de ello. Peter insistió en que, después de darle vueltas a la situación, quería que aceptase el proyecto. Puesto que al día siguiente era sábado, propuso que la familia se reuniese para discutirlo.

– Eres tú quien tiene que tomar la decisión, Tanya. Ni tan siquiera yo puedo decirte qué debes hacer. Y no debes permitir que los chicos tomen la decisión por ti, porque no tienen ese derecho. Aunque puedes preguntarles qué piensan al respecto.

– ¿Y qué piensas tú? -preguntó Tanya mirándole con pesar, sintiendo como si fuera a perder a todas las personas y todas las cosas que amaba.

Sabía que era una sensación estúpida, pero no podía evitarlo. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Peter tomó la mano de Tanya entre las suyas.

– Ya sabes lo que pienso, cariño. Sé que es duro, pero creo que debes hacerlo. No por el dinero, aunque no negaré que es tentador y que sería razón suficiente para aceptar. Sin embargo, creo que debes decir que sí porque ha sido tu sueño desde siempre. Tienes que intentarlo. Aunque al principio les cueste, las chicas acabarán acostumbrándose. Y yo también. Son solo unos meses; no será para siempre. Uno no puede cerrar la puerta a sus sueños, Tanya, y menos cuando entran en casa y se lanzan a tus brazos. Algo me dice que es el destino y que podemos conseguirlo… Puedes hacerlo. Tienes que hacerlo. No puedes dar la espalda a tus sueños, Tan -añadió con suavidad-. Ni siquiera por nosotros.

– Eres un ángel -dijo suavemente Tanya-. Lo has sido desde el día en que te conocí.

Tanya le apretó la mano con fuerza y añadió:

– No quiero hacer nada que pueda estropear esto. Además, no creo que pudiera soportar estar cinco noches a la semana separada de ti.

A pesar de tantos años de matrimonio, Peter y Tanya tenían una activa vida sexual. Sus vidas estaban entrelazadas y dependían el uno del otro. Tanya no podía imaginar cómo funcionaría un matrimonio de fin de semana y le parecía que no merecía la pena sacrificar lo que compartían por una gran película de Hollywood, aunque fuese durante nueve meses. Así que Peter se mostraba más receptivo ante la oferta que ella misma.

– Tonta, no estropearás nada-dijo sonriéndole.

Después de la fantástica cena acompañada de un buen vino, pagaron la cuenta y salieron del restaurante. Durante el trayecto hasta casa Tanya estuvo pensativa, imaginándose en Los Ángeles y sabiendo lo mucho que echaría de menos a Peter si la convencía para que aceptase, algo que todavía no podía ni siquiera imaginar. ¿Cómo iba a dejar a un hombre como Peter cinco días a la semana? Ningún guión cinematográfico merecía semejante sacrificio.

Al día siguiente, soltaron la bomba a los chicos. Sus reacciones, aunque previsibles, no fueron exactamente las que Tanya y Peter habían esperado. Molly consideró que era una maravillosa oportunidad para su madre y que no podía perdérsela; prometió que si Tanya se marchaba, se ocuparía de cuidar de su padre. Jason, por su parte, lo encontró simplemente genial y pidió a su madre si podría alojarse con ella en alguna ocasión y conocer a actrices famosas. Tanya le recordó que iba a empezar la universidad y que, por consiguiente, debía pasar la semana estudiando y que ella pasaría los fines de semana en Marin. Jason no parecía encontrar nada raro en que sus hermanas se quedaran solas con su padre durante el último año escolar. Le parecía que su padre podía hacerse cargo de todo y Tanya sabía que en caso de haber tenido que ausentarse ella durante el último año de Jason, su hijo mayor habría salido airoso y con nota de la situación.

En cuanto a Megan, estaba absolutamente pálida.

– ¿Cómo puedes siquiera pensar en hacer algo así? -le gritó a su madre con los ojos inyectados en sangre.

Todos, incluida Tanya, se quedaron atónitos ante su furiosa reacción.

– No lo había pensado, Megan. Mi intención era rechazarlo, pero tu padre creía que debía decíroslo y escuchar lo que tuvierais que decir.

En el caso de Megan, desde luego, se había expresado con fuerza y rotundidad.

– ¿Estáis los dos locos? ¡Es nuestro último año en casa! ¿Se supone que debemos hacer tu papel mientras tú te codeas con las estrellas de Hollywood?

Parecía que Tanya hubiera decidido irse a trabajar durante nueve meses a un burdel de Tijuana.

– No estaría codeándome con nadie -dijo Tanya despacio-. Estaría trabajando. Es una oportunidad que habría sido muy bonita si hubiera llegado el año próximo. Aun así, no me habría hecho feliz dejar a vuestro padre solo.

– ¿Es que no te importamos lo más mínimo? También te necesitamos aquí. Molly y yo tenemos que presentar las solicitudes de ingreso en la universidad. ¿Quién se supone que nos ayudará a hacerlo si tú no estás? ¿Acaso no te importa, mamá?

Megan estaba llorosa y los ojos de Tanya también se llenaron de lágrimas al escucharla. Era una conversación dolorosa y Peter intervino rápidamente.

– No sé si alguno de vosotros se da cuenta del honor que supone esta oferta. Douglas Wayne es uno de los productores más importantes de Hollywood.

Seguidamente, Peter enumeró las estrellas que formaban parte del reparto. Jason soltó un silbido e insistió en que quería que su madre se las presentase a todas.

– No les conozco, Jason -dijo su madre apesadumbrada-. No sé por qué estamos hablando de esto.

Tanya opinaba que no tenía sentido inquietar a los chicos con una reunión familiar que solo serviría para preocuparles. ¿Para qué? La decisión estaba tomada. Se quedaría en casa con ellos.

A pesar de todo, Peter consideraba que tenían que saber lo que estaba ocurriendo. Pero ¿por qué? Megan acababa de decir todo lo que Tanya temía escuchar y que ella misma pensaba. Si aceptaba la oferta, uno de sus tres hijos iba a odiarla. Y tal vez, con el tiempo, todos acabarían odiándola. A decir verdad, Jason parecía cualquier cosa menos preocupado y Molly era una chica emocional y cabalmente generosa. Por el contrario, Megan acababa de expresar sin rodeos que jamás perdonaría a su madre que se marchara. Y Tanya la creía. Pero Peter pensaba que se le acabaría pasando y que él estaría allí para ayudar y para cuidarlas mientras Tanya estuviese lejos.

– No puedo perturbar a la familia de este modo -dijo con gravedad y preocupación cuando los chicos abandonaron la habitación-. Nunca me lo perdonarían y quizá, al cabo de un tiempo, tú también me odiarías.

Jason le había deseado suerte y le había dicho que confiaba en que aceptara. Molly le había dado un fuerte abrazo y le había dicho que estaba orgullosa de ella, y Megan había salido furiosa dando un portazo. Camino de su habitación, dio tres portazos más.

– Nadie va a odiarte, cariño -dijo Peter pasándole el brazo alrededor de los hombros-. Pero es probable que si dices que no, te odies a ti misma. Me parece que no puedes confiar en que vuelva a sucederte algo así, especialmente si rechazas esta oportunidad.

– Lo sé, estoy segura de ello -dijo Tanya con calma-. No necesito hacer un guión cinematográfico. Hace tiempo era un sueño, pero ahora estoy contenta con mis telenovelas y mis cuentos.

Con ello ganaba suficiente dinero para ayudar a Peter, y disfrutaba de su trabajo. No quería ni necesitaba más. Y la reacción de Megan le había dado toda la información que necesitaba tener.

– Eres capaz de hacer cosas mejores que simples telenovelas, Tan. ¿Por qué no hacerlo ahora que todavía estás a tiempo?

– Ya has oído a Megan. No puedo sacrificarla por una película. No está bien.

– No tiene ningún derecho a impedirte hacer algo que es importante para ti. Y yo estaré aquí con ella. Lo superará. Ni siquiera se dará cuenta de que no estás. Siempre está con sus amigos. Y puedes ayudarla los fines de semana con las solicitudes para la universidad.

– Peter… -dijo Tanya mirándole fijamente-. No. No me presiones. Agradezco de veras tus intenciones, pero aunque todos pensarais que es maravilloso, no podría hacerlo. No puedo dejarles y no voy a dejarte.

Se levantó y rodeándole el cuello le dijo:

– Te amo. Gracias.

– Después de esto, aborrecerás ser un ama de casa de Marin -replicó Peter devolviéndole el abrazo a su mujer-. Te pasarás el día pensando que podrías haber estado allí, trabajando en una película que seguramente ganará algún Oscar. No puedes permitir que los chicos tomen esta decisión, Tanya. Eres tú quien debe tomarla.

– Ya lo he hecho. Mi decisión es quedarme en casa y seguir haciendo lo que he hecho hasta ahora, junto a las personas a las que amo.

– Seguiremos queriéndote aunque te vayas a Los Ángeles. Yo te seguiré queriendo. Megan te perdonará y estará muy orgullosa de ti. Todos lo estaremos.

– No -dijo Tanya de nuevo.

Y hablaba en serio. Peter y ella se aguantaron la mirada durante un momento.

– En ocasiones hay que rechazar las cosas que deseamos por las personas que amamos.

– Quiero que lo hagas -continuó Peter con serenidad-. Sé lo importante que sería para ti. No quiero que abandones algo así por mí o por los niños. Podría ser un error, un error garrafal. Nunca me perdonaría haberte impedido hacerlo.

Tanya le lanzó una mirada temerosa.

– ¿Y si echa a perder nuestro matrimonio? A lo mejor es más duro de lo que creemos.

Ella consideraba que iba a ser muy duro.

– No veo que nada pueda echar a perder lo que hay entre nosotros, Tan, a no ser que te enamores de alguna estrella de cine. ¿No estás de acuerdo? Yo me quedaré aquí sentado esperándote.

– Te echaría tanto de menos que sería insoportable -dijo Tanya al tiempo que una lágrima resbalaba por su mejilla.

Se sentía como un niño al que mandan al colegio alegando que es por su bien. No quería dejarle. Le encantaba la idea de escribir el guión, pero estaba asustada. Hacía veinte años que no estaba sola en el mundo.

– Yo también te echaría de menos -dijo Peter con sinceridad-. Pero hay veces, Tan, en las que hay que ser valiente para crecer. Tienes derecho a hacer algo así sin pagar nada a cambio. Yo no voy a amarte menos por hacerlo. Estaría muy, muy orgulloso de ti y te amaría aún más.

– Tengo miedo -susurró ella colgándose de él y con el rostro bañado en lágrimas-. ¿Y si no puedo hacerlo? Esto no es una telenovela de tarde, esto es jugar en primera. ¿Y si yo solo soy una jugadora de segunda?

– No lo eres, preciosa. Eso lo sé. Y confío en que tú también. Por eso quiero que lo hagas. Tienes que extender las alas y volar. Te has estado preparando para esto durante muchos años. No te prives de ello por mí o por los chicos. Ve a por ello -dijo besándola con fuerza.

Aquel era el mayor regalo que podía hacerle. Miró a su marido con los ojos llenos de lágrimas y vio que los suyos también estaban húmedos.

– Te amo -le susurró mientras él la sujetaba con fuerza- tanto… tanto, Peter… ¡Oh! ¡Tengo tanto miedo!

– No lo tengas, cariño. Piensa que estaré esperándote aquí, y también los chicos… incluso Megan. Iremos todos a visitarte y tú vendrás a casa los fines de semana. Si no puedes, iremos nosotros. Al menos yo, desde luego. Antes de que te des cuenta, ya habrá pasado y estarás encantada de haberlo hecho.

– Eres el hombre más extraordinario del mundo, Peter Harris. Te amo tanto… -le susurró Tanya sabiendo que el gesto de su esposo era tremendamente generoso.

– Acuérdate de esto cuando las estrellas empiecen a llamar a tu puerta.

– No lo harán -dijo Tanya sin dejar de llorar-, y no me importará si lo hacen. Nunca podría amar a nadie en el mundo como te amo a ti.

– Yo tampoco -dijo abrazándola con tanta fuerza que Tanya casi no podía respirar-. ¿Lo harás, Tan? ¿Ganar el partido por el equipo?

Peter la apartó un momento para mirarla a los ojos y vio que los de Tanya mostraban auténtico pánico.

Tanya no contestó. Solo asintió, lloró con más fuerza y se aferró a él como un niño asustado que teme irse de casa.

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