Capítulo 19

Durante el resto del mes de enero, Tanya intentó superar lo que había pasado en el barco. Cuando lo hablaba con sus hijos, volvía a disculparse y pedía que le diesen otra oportunidad en el futuro, o les decía que hablaría con él y trataría de que las cosas fuesen mejor.

Por lo demás, la relación entre Douglas y Tanya era perfecta. El productor se portaba maravillosamente con ella, la mimaba, la atendía, se mostraba afectuoso y pendiente de ella en todo momento. Le hacía regalos, la llevaba a cenar y tenía un gran respeto por su trabajo. Aunque había un aspecto de Douglas que la irritaba: solía tomar decisiones por ella. Decidió que necesitaba un filtro de aire en la habitación del hotel y encargó instalar uno sin consultárselo. Tanya no dudaba de sus buenas intenciones, pero el ruido del aparato le molestaba cuando escribía. Douglas había hecho planes para realizar otro viaje en barco durante las vacaciones de Semana Santa. Sin preguntárselo, lo dio por sentado y lo organizó todo. Tanya tuvo que explicarle que en aquellas fechas sus hijos tenían pensado ir a Hawai y que ella no quería dejarles solos. La respuesta de Douglas fue que les diese permiso para ir y que ella se embarcase con él. Para él, los chicos no existían. En febrero, Tanya tuvo un catarro bastante fuerte y Douglas llamó a su médico, encargó un antibiótico y ni siquiera le preguntó cuál era su opinión.

Sus intenciones no eran malas, pero era controlador y podía llegar a ser incluso prepotente. Además -un problema mayor para Tanya-, había declarado la guerra fría a sus hijos.

Tanya empezaba a sentirse muy presionada. Había aspectos de la relación que seguía adorando: su inteligencia; su vasta cultura; su profunda admiración por la escritura de Tanya; su sensibilidad al piano; sus relaciones sexuales, frecuentes y siempre satisfactorias. Era un amante muy cuidadoso -acariciaba su cuerpo como si fuera un arpa- y el sexo entre ellos era fabuloso, más aún que con Peter.

Pero era una relación únicamente entre adultos, en la que no tenían cabida sus hijos, y poco a poco Tanya se iba dando cuenta de que jamás la tendrían.

Douglas quería que vendiera cuanto antes la casa de Marín y se fuera a vivir con él a su casa de Los Ángeles; quería celebrar la boda aquel verano y pasar dos meses de luna de miel en su barco en Francia. Tanya le preguntó qué era lo que esperaba que hiciera con sus hijos durante todo aquel tiempo. Douglas se quedó mudo y después le propuso que los mandara con su padre. No podía entender que Tanya quisiera estar con él pero también con ellos, y que no estuviera dispuesta a cambiar una cosa por otra. Ella necesitaba ambas relaciones.

Acabaron de rodar Gone a finales de febrero y Tanya, tal como estaba planeado, se quedó dos meses más para la posproducción. El fin de su trabajo coincidió con la semana de la entrega de los Oscar. La película anterior, Mantra, había sido nominada a cinco estatuillas, incluida la de mejor película, pero no a la de mejor guión. Douglas le dijo con una seguridad pasmosa que lo ganaría con Gone.

Tanya había prometido a Douglas que iría con él a la entrega de los premios, un acontecimiento muy emocionante. Se había comprado un vestido de Valentino de un brillante y suave color plata, y pidió a las maquilladoras y peluqueras del rodaje que se ocupasen de arreglarla para la ocasión. Cuando bajó de la limusina del brazo de Douglas, Tanya estaba espectacular. Parecía una diosa griega. Sabía que sus hijos la estarían viendo por televisión en sus respectivas residencias y saludó a las cámaras.

La noche fue larga, agotadora y decepcionante. Mantra no ganó el Oscar a la mejor película. Aunque el rostro de Douglas era inescrutable, Tanya percibió cómo se le tensaron los músculos de la mandíbula cuando anunciaron el nombre de la película ganadora. Durante el resto de la noche, no disimuló su mal humor. No era un buen perdedor.

Tanya recordaba lo que Max le había comentado sobre Douglas al conocerse. El productor era todo poder y control, y era adicto a ambos. Si seguía con él, siempre la estaría controlando, tomando decisiones por ella y excluyendo a sus hijos. A pesar de las muchas cosas maravillosas que tenía, sabía que no podía seguir adelante. Cuando volvieron a pasar por la alfombra roja al salir de la entrega, Tanya lo hizo con la cabeza gacha pensando en ello.

Estaban obligados a asistir a media docena de fiestas aquella noche, pero Douglas se mostró completamente ausente. No había ganado y era un hombre programado para el éxito y la victoria. Sin ellos, su ego quedaba herido, y no podía soportarlo. Douglas tenía que ganar, debía tener siempre el control y el poder. También sobre ella, pensó Tanya con tristeza. Por mucho que le gustase Douglas, no era suficiente. Aunque el sexo fuera extraordinario, aunque Douglas la amara y quisiera casarse con ella, no podía ofrecerle la vida que ella necesitaba, una vida donde estuvieran también Jason, Megan y Molly. Esa vida no era la de Douglas, y jamás lo sería. En cuanto lo tuvo claro, los sentimientos que tenía hacia el productor empezaron a marchitarse como flores en invierno.

– Deprimente, ¿verdad? -comentó Douglas mientras la acompañaba en coche de vuelta al hotel.

Antes de la ceremonia le había propuesto que fuera a dormir a su casa, pero después de la decepción, ya no tenía ganas. Si no había Oscar, Douglas quería estar solo.

– Odio perder -añadió apretando los dientes.

Llegaron al hotel Beverly Hills y se bajaron del coche. La intención de Douglas era acompañarla hasta la puerta y marcharse solo a casa. Tal era su mal talante después de la derrota. Cuando llegaron a la puerta del bungalow, le dio un beso de despedida.

Tanya le miró con tristeza. Podría haber esperado y se sintió cruel por acabar de amargarle la noche, pero veía con una claridad diáfana que no podía ser. En cierto modo, ella también era un trofeo para Douglas. La guionista estrella que él sabía que ganaría un Oscar al año siguiente. ¿Y si no lo ganaba? Eso era lo que más le importaba a Douglas. No había nada real en su vida. Para él, todo giraba alrededor de la victoria.

– Douglas, no puedo seguir con esto -dijo con voz queda y en tono de disculpa.

Tanya casi tenía miedo al verle tan enfadado por no haber ganado. Tanya había visto a Max en la ceremonia y, aunque el director también estaba decepcionado, se había limitado a encogerse de hombros, sonreír con ironía y darle un caluroso abrazo. Más allá del negocio del cine, Max tenía una vida. Douglas no. Para él el negocio lo era todo.

– ¿Con qué no puedes seguir? -preguntó él con expresión aturdida.

No entendía qué le estaba diciendo. Habían confiado tanto en un futuro juntos… Pero había durado lo que tenía que durar. Ahora, Tanya solo quería marcharse y volver a Marin, donde la vida era real.

– ¿Con qué? ¿Perder en la noche de los Osear? Ya, yo tampoco. No te preocupes, Tanya, el año que viene ganaremos, estoy seguro.

– No me refiero a eso -dijo ella mirándole con tristeza-. Necesito una relación que incluya a mis hijos. Y la nuestra nunca será así.

Douglas se la quedó mirando fijamente y se hizo un largo minuto de silencio.

– ¿Hablas en serio? Me dijiste que eran adultos.

– Tienen diecinueve y dieciocho años. No estoy lista para perderles de vista. Aunque sea solo durante sus vacaciones, todavía estarán conmigo algunos años. Y yo quiero que así sea. Siempre serán una parte importante de mi vida y no puedo prescindir de ellos para estar contigo.

– ¿Qué es lo que me estás diciendo?

Douglas parecía petrificado. Jamás se le había pasado por la cabeza que Tanya pudiera hacer algo así. No pudo evitar preguntarse si lo habría hecho de tener en esos momentos un Oscar en la mano. Se dijo a sí mismo que probablemente no. Ganar lo era todo. Para ella, también. No había nada peor para un hombre que el olor a fracaso.

– Estoy diciendo que no puedo seguir con esto -dijo con tristeza, rotundidad y temblando de pies a cabeza.

Douglas no se dio cuenta de su temblor, ni de lo duro que le estaba resultando a Tanya decirle esas palabras.

– No funciona ni conmigo ni con mis hijos.

Douglas asintió, dio un paso atrás para poner distancia, hizo una leve inclinación con la cabeza, se volvió y se marchó sin decir una sola palabra. Tanya se quedó mirándole muy apenada, por él y por ella. Sabía que no lo entendía. Quizá la había amado tanto como él podía amar. Pero, aun así, jamás habría querido a sus hijos. Y eran demasiado importantes para Tanya para cambiarlos por un Oscar o por un hombre, fuera el hombre que fuese.

Entró en el bungalow y observó sus maletas, que ya había dejado preparadas. Se había quedado únicamente para acompañar a Douglas a la ceremonia. La película había terminado. En un par de meses, sus hijos volverían a casa por vacaciones. Al día siguiente y por segunda vez en un año, iba a abandonar el bungalow 2. Había llegado el momento de recoger la carpa del circo y regresar a casa.

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