CAPÍTULO 13

Todo salió como dijo su madre.

Los chaparrones de abril dieron paso a las flores de mayo. Junio entró con cálidas temperaturas y un brillante sol. El único fallo en la vida de Mo era la falta de comunicación con Marcus.

Poco después del Cuatro de Julio, Mo metió a Murphy en el Cherokee un soleado domingo y se dirigió a Cherry Hill.

– Algo va mal, lo presiento -murmuró al perro durante el trayecto a lo largo de New Jersey Turnpike.

Murphy estaba extasiado cuando el todoterreno se detuvo cerca de su vieja casa. Correteó alrededor de la casa, ladrando y gruñendo, antes de deslizarse por su puerta. Al otro lado siguió ladrando y luego aulló. Como todas las puertas estaban cerradas Mo tuvo que tomar el mismo camino de Nochebuena.

En el interior todo estaba limpio y ordenado, pero todo tenía una gruesa capa de polvo. Sin duda, Marcus se había ausentado para mucho tiempo.

– Ni siquiera sé en qué hospital está -se dijo. -¿Dónde está, Murphy? Él no te abandonaría, ni siquiera me abandonaría a mí. Lo sé, no lo haría.

Se preguntó si tenía derecho a husmear en el escritorio de Marcus. Preocupada, se sentó y pensó en su cumpleaños. Había esperado tanto que le enviara una postal, una de esas tontas postales que dejan su verdadero sentido en el aire, pero su cumpleaños había pasado sin ninguna noticia de él.

– Quizá te haya abandonado, Murphy. Supongo que no le intereso. -Suspiró mientras apoyaba la cabeza en la pelambrera del perro. -De acuerdo, es hora de irse. Sé que te gustaría quedarte y esperar, pero no podemos. Volveremos otro día. Volveremos tantas veces como sea necesario. Te doy mi palabra, Murphy.

En el trayecto de vuelta a casa, Mo pasó por su vieja oficina y se sorprendió al ver que se había convertido en un puesto de verduras coreanas. Sabía que la señorita Oliver la había subarrendado, pero era lo único que sabía.

– La vida sigue, Murphy. Cómo es ese viejo dicho, ¿el tiempo pasa para todos? No importa, algo así.


El verano dio paso al otoño y antes de que Mo lo supiera sus padres habían vendido su casa y alquilado una propiedad en el valle de Wilmington. Su padre trabajaba a jornada completa en la oficina mientras su madre asistía a todas las reuniones de mujeres del estado de Delaware. Era la mejor solución.

El día de Acción de Gracias lo pasó en la propiedad de sus padres, su madre ocupándose de la comida. Fue un día sin novedades. Mo y su padre se durmieron en la sala después de la cena. Más tarde, mientras ponía la correa a Murphy, su madre le dijo:

– Vosotros dos necesitáis un ayudante en la oficina. He concertado una cita con una nueva secretaria y lo primero que haréis el lunes por la mañana será aceptar las solicitudes de trabajo de nuevos ayudantes. Ya estamos casi en Navidad y ninguno de nosotros ha ido de compras. Es la temporada más bonita del año y el tiempo es precioso. Todos necesitamos disfrutar más de la vida. Papá y yo nos iremos de viaje después de Navidad. Iremos a Florida en coche. No quiero oír ni una palabra, John. Y tú, Mo, ¿cuándo fue la última vez que hiciste vacaciones? Ni siquiera lo recuerdas. Bueno, el 10 de diciembre cerraremos tu oficina hasta el 2 de enero. No hay nada más que decir. Si tus clientes se oponen, deja que vayan a otra parte.

– De acuerdo, mamá -cedió Mo.

– Como siempre, Helen, tienes razón -dijo John.

– Sabía que estarías de acuerdo. Cuando estemos en Florida jugaremos al golf.

– Helen, por el amor de Dios. Odio el golf. Me niego a darle a una pelotita con un palo y de ninguna manera pienso ponerme pantalones de golf ni esos malditos gorros con pom-pom.

– Ya veremos -se mofó Helen.


En casa, acurrucada en la cama junto a Murphy, Mo encendió el televisor que finalmente acabaría por hacerla dormir. Se sentía excitada por alguna razón. Era casi Navidad, y Marcus Bishop seguía sin aparecer en su vida. Pensó en el sinfín de veces que había llamado a la Ingeniería Bishop para sólo enterarse de que el señor Bishop estaba ausente e ilocalizable.

– Al infierno contigo, Marcus Bishop. No creo que tu conciencia te permita seguir viviendo después de dejarme plantada con tu perro y olvidarte de él. ¿Qué clase de hombre eres? Él te añora.

Maldita sea, lo estaba perdiendo. Tenía que dejar de hablar sola o se volvería loca.

Advirtiendo su estado de humor, Murphy se le acerco Le lamió las mejillas y alzó las patas sobre su pecho.

– Olvida lo que acabo de decir, Murphy. Marcus te quiere… lo sé. No te ha olvidado. Tal vez la operación fue mal y esté recuperándose en alguna parte. Creo que cuando decía que estaba acostumbrado a la silla y que no le importaba hablaba por hablar. Sí que le importa. ¿Y si han tenido que amputarle las piernas? Oh, Dios, -sollozó. Murphy gruñó, erizándosele el pelaje. -Tranquilo, Murphy. Nada de eso ha pasado, estoy segura.

Se durmió, porque estaba cansada y porque cuando lloraba le resultaba difícil mantener los ojos abiertos.


– ¿Qué vas a hacer, cariño? -preguntó Helen Ames en cuanto Mo cerró la puerta de la oficina.

– Subiré a preparar un pastel de chocolate. Mamá, es 20 de diciembre. Faltan cinco días para Navidad. Escucha, creo que tú y papá tenéis el derecho de iros a Florida mañana. Os merecéis tomar el sol por vacaciones. Murphy y yo estaremos bien. Incluso podría llevarlo a Cherry Hill para que pase la Navidad en casa. Siento que debería hacerlo por él. Quién sabe, quizá Florida os encante y queráis retiraros allí. Mamá, hay cosas peores. Hagas lo que hagas, no obligues a papá a ponerse esos pantalones. ¿Me lo prometes?

– Te lo prometo. Pero ¿no te importa pasar las Navidades sola con el perro?

– Mamá, de verdad que no me importa. No hemos parado de hacer cosas. Es una buena oportunidad para no hacer nada. Ya sabes que Nochebuena nunca me ha importado mucho. Llamadme cuando lleguéis, y si no estoy dejad un mensaje. Conducid con cuidado y parad de vez en cuando.

– Buenas noches, Mo.

– Buen viaje, mamá.

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