CAPÍTULO 06

Hasta que terminó su triste historia no se dio cuenta de que seguía de pie delante del árbol de Navidad. Se sentó, sabiendo que había bebido demasiado vino. Volvió a tener ganas de llorar cuando vio preocupación en el rostro de Marcus.

– Todo el mundo tiene derecho a hacer el ridículo una vez en la vida. Lo siento. -Ella alzó de nuevo la copa, pero tuvo que esperar a que Marcus descorchara otra botella. Sus movimientos le parecieron algo torpes. Quizá no estaba acostumbrado a beber mucho vino. -No creo que sea una buena bebedora, nunca he bebido tanto vino.

– Yo tampoco. -El vino sobrepasó el borde de la copa. Murphy lo lamió.

– No quiero ponerme mal. Keith solía beber mucho y ponerse fatal. Con sólo mirarlo yo también me descomponía.

– Yo nunca he podido aguantar a un hombre que no sabe beber -dijo Marcus con un curioso timbre de voz.

– Tu voz suena graciosa -dijo Mo.

– Pues la tuya suena como si estuvieras preparada para cantar. ¿Lo estás? Espero que no seas una de esas cantantes que desafinan. -La miró lascivamente desde la silla.

– ¿Y qué pasa si lo soy? ¿Acaso no es bueno para el alma cantar? Es el sentimiento. Dijiste que íbamos a cantar villancicos para Murphy. ¿Por qué no lo hacemos?

– Porque no estás preparada -repuso Marcus. Bajó el reposapiés y se deslizó de la silla. -Tenemos que sentarnos juntos delante del árbol. Estar sentado es tan bueno como estar de pie… creo. Ven aquí, Murphy, tienes que estar con el grupo.

– Es mejor estar sentados -dijo Mo, e hipó. Marcus le dio golpecitos en la espalda y al poco apoyó el brazo sobre su hombro. Murphy se contoneó alrededor hasta que quedó sentado en el regazo de ambos.

– Pero ¿qué te pasa? ¿O no es de buena educación que lo pregunte? -Dio un sorbo de la botella que Marcus le ofreció. -Así está bien. ¿Para qué se necesita una copa?

– Odio lavar las copas. La botella va bien. ¿Cuál es la pregunta?

– ¿Eh?

– La pregunta.

– La pregunta era… ¿funcionan todas las partes de tu cuerpo…?

– Esa no era la pregunta. ¿Por qué quieres saber si todas mis partes funcionan? ¿Te sientes atraída por mí? ¿O es una indirecta para intentar llevarte a mi perro? En cuanto a mi cuerpo, funciona perfectamente.

– Parece que te has puesto a la defensiva. ¿Cuándo fue la última vez que lo… bien… cómo sabes que funcionan…? -preguntó Mo.

– ¡Lo sé! ¿Es que piensas aprovecharte de mí? Puede que te lo permita… Pero no, no lo permitiría.

– Estás bebido -dijo Mo.

– Sí y es por tu culpa. Tú también estás borracha.

– ¿Qué esperabas? No has parado de llenarme la copa. Lo sabes, yo no me atrevería. ¿Te importa, Marcus?

– No. Pero dime, ¿qué vas a hacer con ese gilipollas que te espera delante del árbol de Navidad? La Navidad ya está casi terminada. ¿Crees que aún estará esperando?

Mo rompió a sollozar. Murphy correteó alrededor y le lamió las lágrimas. Ella meneó la cabeza.

– No llores. Ese idiota no te merece lo más mínimo. A Murphy no le gustaría. Los perros son buenos jueces del carácter de las personas.

– A Keith no le gustan los perros.

Marcus alzó las manos al aire.

– ¡Ahí está! Me remito a las pruebas. -Su voz sonó tan dramática que Mo se echó a reír.

No fue exactamente un beso porque ella estaba riendo, pero para Murphy lo fue, aunque la posición de Marcus, con las manos torpes, no parecía coordinar demasiado con ella.

– Gracias. Eres muy amable -dijo Mo.

– ¡Amable! ¡Amable! -bramó Marcus irónicamente.

– ¿Bonito?

– Bonito es mejor que amable. Nadie me lo había dicho antes.

– ¿Cuántas hubo… antes?

– No es de tu incumbencia.

– Tienes razón. Cantemos Campanas de Belén. Estamos demasiado borrachos para recordar la letra de otro villancico. ¿Cuánto falta para que termine la Navidad?

Marcus echó un vistazo al reloj.

– Muy poco. -Volvió a besarla, con menos torpeza y más agilidad en las manos. Murphy colaboró tirándoles del regazo.

– ¡Me ha gustado!

– Eres muy guapa, Mo. Ése es un nombre horrible para una chica. Aunque Morgan me gusta. Te llamaré Morgan.

– Mi padre quería un niño. Él me lo puso. Es triste. ¿Sabes cuántas veces he repetido esta frase en las últimas horas? Muchas. -Por ninguna razón concreta, no paraba de asentir con la cabeza. -Campanas de Belén…

Marcus se le unió, desafinando tanto como ella y riendo.

– Háblame de ti -pidió ella finalmente. -¿Tienes más vino?

Marcus señaló el botellero de la cocina. Mo logró ponerse en pie, fue a la cocina, descorchó la botella y volvió a la sala con una bandeja.

– Como no he visto nada para picar he traído un poco de pavo para cada uno.

– Me gustan las mujeres que piensan con la cabeza. -Mordió una pata de pavo, asintiendo. No estaba borracho, pero simulaba estarlo.

¿Por qué?, se preguntó ella. Él también le caía bien. La silla de ruedas no le intimidaba como ocurría a otras mujeres. Ella era y pensaba por sí misma. Había querido compartir con aquel extraño sus tribulaciones íntimas. A Murphy le gustaba. A él también. Cielos, él le había cedido su habitación. Ella lo miró con expectación, esperando que él hablara de sí mismo. ¿Por qué le costaba abrirse?

– Tengo treinta y cinco años -dijo de pronto. -Dirijo mi propia empresa de ingenieros. Tengo buenos ingresos y un buen plan de pensiones. Esta casita me pertenece. Me encantan los perros y los caballos, incluso me gustan los gatos. Y casi me he acostumbrado a esta silla de ruedas. Soy autosuficiente. Trato a la gente mayor con respeto. Fui un gran boy scout, tengo muchas medallas que lo demuestran. Solía esquiar. No voy mucho a la iglesia, pero creo en Dios. No tengo… ninguna hermana ni hermano. Intento ser positivo, mirar adelante y no sumirme en el pasado. Dada mi condición, vivo al día. Así es más o menos mi vida.

– Suena bien. Me parece que te las arreglas muy bien. Todos tenemos que hacer concesiones… una silla de ruedas no es el fin del mundo… Pero será mejor que hablemos de otra cosa.

– ¿Cómo te sentirías si en Nochebuena llegaras a tu casa y en la sala encontraras a Keith en una silla de ruedas? ¿Y si te dijera que el motivo por el que no ha estado en contacto contigo era que no quería ver compasión en tus ojos? ¿Cómo te sentirías si nunca más volviera a caminar? ¿Y si por fin te dijera que tú eres su único apoyo? -Aguardó a que ella asimilara la pregunta, consciente de que en su estado achispado afectaría las respuestas.

– No deberías preguntarme algo así en este momento. No puedo pensar claramente. Quiero cantar un poco más. El año pasado no canté porque estaba demasiado triste… ¿Me preguntabas sobre este año o el pasado?

– ¿Y eso qué importa? -repuso Marcus fríamente.

– Hay diferencias. El año pasado hubiera… hubiera… dicho que no me importaba porque quería a Keith… Pero no lo compadecería. Quizá lo hiciera al principio. Keith es muy activo. Yo podría ayudarle, pero él no sabría qué hacer, se deprimiría y renunciaría. ¿Cuál era la otra parte de la pregunta?

– Convertirte en su único apoyo.

– Oh, sí. Podría hacerlo. Tengo una buena profesión, un seguro de salud. Podría abrir mi propio negocio. Seguramente ganaría más dinero que él. Conociendo a Keith, creo que al cabo de un tiempo sentiría resentimiento. Quizá no, pero yo intentaría que todo funcionara porque es mi forma de ser. No soy de las que huyen. Nunca lo he sido. ¿Por qué quieres saberlo?

Marcus se encogió de hombros.

– Quizá por mí. Por si alguna vez me siento atraído por una mujer. Sería bueno saber cómo reaccionaría. Me has sorprendido… no te has asustado por la silla de ruedas.

– No estoy enamorado de ti -repuso Mo. -¿Qué tengo de malo?

– No tienes nada de malo. No estoy tan borracha como para no saber lo que digo. Estoy enamorada de otro. Esa silla me trae sin cuidado. Y si estuviera enamorada de ti no me importaría. Has dicho que todo tu cuerpo funciona bien. ¿O es mentira? Me gusta el sexo. El sexo es maravilloso cuando dos personas se gustan.

– ¿Lo crees? A mí también me gusta.

– Me alegro -dijo Mo. -Quizá sea mejor que me tumbe en el sofá y duerma un poco.

– Quiero hacerte otra pregunta.

– ¿Cuál?

– ¿Y si hubieras pasado esta Navidad en tu casa y hubiera ocurrido lo mismo? Después de dos años, ¿cómo te sentirías?

– No lo sé.

– ¿De verdad?

– Sí. Oye, tengo que ir al baño. ¿Quieres que te traiga algo cuando vuelva? Bueno, ¿qué respondes? Recuerda, no hay nada para picar. ¿Cómo es eso?

– Tengo palomitas de maíz Orville Redenbacher. Las de colores. Son muy festivas.

– ¡Vaya! Te estás convirtiendo en un baúl de sorpresas, Marcus Bishop. Cuando llegué eras una persona autoritaria. ¡Y mírate ahora! Estás como una cuba, has comido una pata de pavo y ahora dices que tienes palomitas de maíz. Volveré enseguida. Quizá deberíamos tomar café con las palomitas. Dios, estoy impaciente porque acabe este día.

– Murphy, síguela. Si se marea, ven a avisarme -dijo Marcus. El perro obedeció.

Pocos minutos después ella volvió al comedor.

– ¡Hagamos las palomitas en la chimenea! -exclamó. -Traeré la cafetera y la pondremos en el fuego. Así no tendremos que subir y bajar.

– Es una buena idea. Son las diez y media.

– Queda una hora y media. A las doce en punto te daré un beso. Bueno, quizá un minuto después. ¡Cuando te haya besado se te caerán los calcetines! ¡Ya verás!

– No me gustaría acostumbrarme.

– A mí tampoco. Te besaré porque quiero hacerlo. I ¡Así que atente a las consecuencias!

– ¿Y qué pensará Keith?

– ¿Qué Keith? -repuso Mo, y soltó una carcajada palmeándose los muslos antes de perder el equilibrio y caer en el sofá.

Murphy ladró. Marcus se echó a reír. Al levantarse, ella dijo:

– Me gustas, eres guapo. Tienes una sonrisa muy bonita. Hace mucho que no me divertía tanto. La vida es demasiado abrumadora. A veces es necesario pararse y mirárselo… con cierta perspectiva. Me gustan los parques de atracciones. A veces me gusta comportarme como una niña. Hay un parque acuático al que me gustaría ir, y me encanta el Gran Aventura. Keith jamás iría, así que yo fui con mis amigos. No fue lo mismo que compartirlo con alguien que se quiere. ¿Te gustaría ir? Si quisieras podría llevarte. -Quizá.

– Odio esa palabra. Keith siempre la decía. Es otra forma de decir que no. Todos los hombres sois iguales.

– Te equivocas, Morgan. No hay dos personas iguales. Si juzgas a todos los hombres en relación a Keith te perderás muchas cosas. Ya te lo he dicho, es un tonto.

– Bien. Palomitas y café, ¿de acuerdo?

– De acuerdo.

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