Primera parte. SWING EN LO DEL MAYOR

Capítulo I

Como quería hacer las cosas correctamente, el Mayor decidió que esta vez sus aventuras empezarían en el preciso instante en que reencontrara a Zizanie.

Hacía un tiempo espléndido. El jardín estaba cubierto de flores recién abiertas, cuyas cortezas formaban en las avenidas, una alfombra crujiente bajo los pies. Un gigantesco rasca-menudo de los trópicos cubría con su sombra espesa el ángulo formado por el encuentro de las paredes sur y norte del parque suntuoso que rodeaba la vivienda -una de las múltiples casas- del Mayor. En esta atmósfera íntima, con el canto del cucú secular, es donde esa misma mañana Antioche Tambretambre, el brazo derecho del Mayor, había instalado el banco de madroño de vaca pintado de verde que se usaba en este tipo de ocasiones. ¿De qué tipo de ocasión se trataba? Ha llegado el momento de decirlo: era el mes de febrero, plena canícula, y el Mayor iba a tener veintiún años. Entonces, daba una surprise-party en su casa de Ville d'Avrille.

Capítulo II

Sobre Antioche Tambretambre descansaba la entera responsabilidad de la organización de la fiesta. Tenía una gran práctica en este tipo de entretenimientos, lo que unido a un entrenamiento notable para consumir sin peligro hectolitros de bebidas fermentadas, lo señalaba como el mejor de todos para preparar la surprise-party. La casa del Mayor se prestaba perfectamente a los designios de Antioche, que quería dar a su fiestita un brillo deslumbrante. Antioche había previsto todo. Un pick-up de catorce lámparas, dos de acetileno en caso de corte de corriente, reinaba, instalado por sus cuidados, en el gran salón del Mayor, ricamente decorado con esculturas sobre glándulas endocrinas que el profesor Marcadet-Balagny, el célebre interno del Liceo Condorcet, mandaba hacer en la Enfermería Especial del depósito según los deseos de los dos amigos. En la amplia pieza, preparada para la circunstancia, sólo quedaban algunos divanes cubiertos de piel de madroño de vaca que largaba reflejos rosados bajo los rayos del sol, ya muy fuerte. Se veían además dos mesas sobrecargadas de golosinas: pirámides de postres, cilindros de fonógrafo, cubos de helado, triángulos de franc-masones, cuadrados mágicos, altas esferas políticas, ananás, arroz, etc. Botellas de nansú tunecino se codeaban con botellones de gin, Hijo Fúnebre (de Tréport), whisky lapupacé, vino Ordener, vermouth de Turingia y tantas otras bebidas delicadas que era difícil reconocerlas. Vasos de cristal tostado dispuestos en filas estrechas frente a las botellas estaban prontos a recibir las mixturas que Antioche se prepara a componer. Las flores adornaban las arañas y sus olores penetrantes casi hacían dar vuelta la cabeza; tan impresionado se sentía uno por su fragancia imprevista. Gusto de Antioche, siempre. En fin, unos discos, en altas pilas, ondeados en la superficie por reflejos simétricos y triangulares esperaban, llenos de indiferencia, el momento en que, desgarrándole la epidermis con su caricia aguda, la aguja del pick-up arrancara a su alma espiritada el clamor aprisionado muy en el fondo de su surco negro.

Estaban, en especial, Chant of the Booster, de Mildiou Kennington, y Garg arises often down South, por Krüger y sus Boers…

Capítulo III

La casa estaba situada muy cerca del Parque de Saint-Cloud, a doscientos metros de la estación de Ville d'Avrille, en el número treinta y uno de la calle Pradier.

Una glicina de 30° químicamente pura sombreaba el porche majestuoso prolongado por una saliente de dos escalones que daba acceso al gran salón del Mayor. Para llegar al porche mismo era necesario subir doce escalones de piedra natural estrechamente imbricados unos en otros y que formaban de esta manera, debido a este artificio ingenioso, una escalera. El parque, de una superficie de diez hectáreas (descripto parcialmente en el primer capítulo) estaba poblado por esencias variadas, y aun en ciertos puntos por carburante nacional. Conejos salvajes andaban a toda hora sobre los céspedes, buscando gusanos de tierra a los que esos animales son particularmente afectos. Sus largas colas arrastraban detrás de ellos, produciendo ese rechinamiento característico cuya perfecta inocuidad los exploradores gustan reconocer.

Un mackintosh domesticado con un collar de cuero rojo guarnecido de alabastro, se paseaba por las avenidas con aire melancólico, añorando sus colinas natales donde brotan los bagpiper.

El sol posaba sobre todas estas cosas su clara mirada de ámbar hervido y la naturaleza de fiesta reía con todos sus dientes del mediodía, de los cuales tres de cada cuatro eran de oro.

Capítulo IV

Como el Mayor aún no encontró a Zizanie, sus aventuras tampoco han empezado y, en consecuencia, todavía no puede entrar en escena. Vamos a ir ahora a la estación de Ville d'Avrille en el minuto en que el tren de París desembocó del túnel sombrío destinado a proteger de la lluvia una parte de la vía férrea que une Ville d'Avrille con Saint-Cloud.

Mucho antes de que el tren se detuviera completamente, una multitud compacta empezó a chorrear de las puertas con cerradura automática de las que tanto se enorgullecían los habitués de la estación Saint Lazare -aunque no sirvieran para mucho- hasta que se pusieron en la línea de Montparnasse esos coches llamados inoxidables que unen a las puertas automáticas los estribos que se levantan (o se bajan, a voluntad) lo que no es un juego.

Esta muchedumbre compacta empezó a escurrirse a tirones por la única barrera guardada por Pustoc y sus pelos rojizos. Esta multitud compacta estaba constituida por un gran número de jóvenes de los dos sexos que unían a una falta total de personalidad una libertad de actitud tal, que el hombre de la barrera les dijo: "Para ir a lo del Mayor, atraviesen la pasarela, tomen la calle frente a la estación, después la primera a la derecha, la primera a la izquierda y ya están". "Gracias", dijeron los jóvenes, que estaban munidos de ambos muy largos y de compañeras muy rubias. Había una treintena. Otros llegaron en el tren siguiente. Otros llegaron en autos. Todos iban a lo del Mayor. Subieron la avenida Gambetta con pasos lentos, gritando como parisienses en el campo. No podían ver lilas sin gritar: "¡Oh!, lilas". Era inútil. Pero les hacía ver a las muchachas que ellos conocían botánica.

Llegaron al treinta y uno de la calle Pradier. Antioche había tenido el cuidado de dejar la reja abierta. Entraron en el hermoso parque del Mayor. El Mayor no estaba porque Zizanie debía llegar en auto. Hicieron rabiar al mackintosh que hizo: "Pssh" y se fue. Subieron los escalones y entraron en el salón. Entonces Antioche desencadenó los vértigos armónicos del pick-up y la surprise-party, o la tal pretendida, empezó.

En ese momento, un auto resonó en la reja, entró en el parque, subió por la avenida izquierda y viró para detenerse delante de la escalinata, se detuvo efectivamente y volvió a partir hacia atrás porque el conductor se olvidó de apretar los frenos, volvió a partir hacia adelante, se detuvo delante de la escalinata y quedó detenido.

Una joven bajó. Era Zizanie de La Houspignole. Y atrás de ella venía Fromental de Vercoquin.

Se hizo un gran silencio y el Mayor apareció en lo alto de la escalera.

Dijo: "Buenos días"… y se veía que estaba impresionado.

Capítulo II

(Es solamente el capítulo II porque las aventuras del Mayor empezaron en el capítulo precedente con la llegada de Zizanie)

Impresionado, pues, el Mayor bajó algunos escalones, estrechó la mano de los dos recién llegados y los introdujo en el gran salón adornado con parejas que jadeaban al son de Keep my wife until I come back to my old country home in the beautiful pines, down the Mississippi river that runs across the screen with Ida Lupino, el último ritmo a la moda. Era un bluz de once medidas punteadas en el que el compositor hábilmente había introducido algunos pasajes de vals swing. Un disco de comienzos de surprise-party, no muy lento, arrastrado, haciendo suficiente ruido para cubrir los rumores de conversación y de pies agitados. El Mayor, ignorando bruscamente la presencia de Fromental, tomó a Zizanie por el talle, con las dos manos, y le dijo: "¿Baila conmigo?". Ella contestó: "Pero sí…". Y él deslizó su mano derecha cerca del cuello, mientras que, con su izquierda, apretaba los dedos de la criatura rubia, apoyados en su hombro musculoso.

El Mayor tenía una manera muy personal de bailar, un poco desconcertante al principio, pero a la cual uno se acostumbraba bastante rápido. Cada tanto, parándose sobre el pie derecho, levantaba la pierna izquierda de manera que el fémur hiciera con el cuerpo, vertical, un ángulo de 90°. La tibia continuaba paralela al cuerpo, después se separaba ligeramente en un movimiento espasmódico, el pie se mantenía perfectamente horizontal durante todo ese tiempo. Vuelta la tibia a su posición vertical, el Mayor bajaba el fémur, después seguía como si tal cosa. Evitaba los grandes pasos, que son fatigosos, y siempre estaba sensiblemente en el primer lugar, con una sonrisa bobalicona en los labios.

Sin embargo su espíritu le sugería una original entrada en materia.

– ¿Le gusta bailar, señorita?

– ¡Oh!, sí -respondió Zizanie.

– ¿Baila a menudo?

– Eh… sí -respondió Zizanie.

– ¿Qué prefiere? ¿El swing?

– ¡Ah!, sí -respondió Zizanie.

– ¿Hace mucho que baila el swing?

– Pero… sí -respondió Zizanie con asombro.

Esta pregunta le parecía superflua.

– No piense ni por un instante -continuó el Mayor- que le pregunto esto porque me parezca que baila mal. Ciertamente sería falso. Usted baila como quien tiene la costumbre de bailar a menudo. Pero eso podría ser un don, y podría ser que usted bailara desde hace muy poco…

Rió tontamente. Zizanie también rió.

– En suma -prosiguió-, ¿baila a menudo?

– Sí -respondió Zizanie con convicción.

En ese momento el disco se detuvo y Antioche se dirigió al instrumento para separar a los fastidiosos. El pick-up era automático y nadie tenía por qué acercarse. Pero una tal Janine, bastante peligrosa para los discos, estaba allí, y Antioche quería evitar toda complicación.

Sin embargo, el Mayor dijo:

– Gracias, señorita -y se quedó.

Entonces Zizanie dijo:

– Gracias, señor -y se separó ligeramente, buscando a alguien con los ojos. Entonces Fromental de Vercoquin surgió y se apoderó de Zizanie. En ese preciso momento sonaron los primeros compases de Until my green rabbit eats hot soup like a gentleman, y el Mayor sintió su corazón mordido por el aguijón de una pulga que estaba encajada entre su camisa y su epidermis.

Y Fromental, que, a pesar de las apariencias, y aunque la hubiera traído en su coche, conocía bastante poco a Zizanie, encontrada ocho días antes en lo de amigos comunes, se sintió en el deber de hablarle durante el baile.

– ¿Nunca había venido a lo del Mayor?

– ¡Oh!, no -respondió Zizanie.

– Uno no se aburre aquí -dijo Fromental.

– No… -respondió Zizanie.

– ¿Nunca había visto al Mayor?

– No, no -dijo Zizanie.

– ¿Se acuerda del tipo que vimos la semana pasada en lo de los Popeye? El grande, con cabellos castaños oscuros ondulados… ¿Sabe? Es un habitué… ¿Ve?

– No… -dijo Zizanie.

– ¿No le gustan los valses? -dijo para cambiar de tema.

– No -dijo Zizanie con convicción.

– No crea -dijo Fromental- que le pregunto esto porque me parezca que baila mal el swing. Por el contrario creo que baila maravillosamente. Tiene una manera de seguir… es "al pelo". Uno juraría que tomó lecciones con profesionales.

– No… -respondió Zizanie.

– ¿No hace mucho que baila, en suma?

– No… -respondió Zizanie.

– Es una lástima… -repitió Fromental-; ¿y sin embargo, sus padres la dejan salir fácilmente?

– No -respondió Zizanie.

El baile terminó con el disco. Había durado un poco más que con el Mayor porque cuando aquél había atraído a la bella a su órbita, el ritmo precedente ya había empezado.

Fromental dijo:

– Gracias, señorita -y Zizanie dijo:

– Gracias, señor -después Antioche que pasaba por allí y que tenía modales familiares deslizó su brazo alrededor del talle de la doncella, descuidadamente, y la arrastró hacia el bar.

– ¿Usted se llama Zizanie? -dijo.

– Sí, ¿y usted?

– Antioche -respondió Antioche que, en efecto, se llamaba Antioche, era innegable.

– Es gracioso, Antioche… ¡Eh, bueno! Antioche, déme de beber.

– ¿Qué quiere beber? -preguntó Antioche-. ¿Vitriolo o cianuro?

– Una mezcla -respondió Zizanie-. Me pongo en sus manos.

El Mayor miraba a Antioche con aire sombrío mientras el tercer disco, Toddlin´ with some skeletons desgranaba sus arpegios liminares.

– ¿Cómo encuentra al Mayor? -preguntó Antioche.

– Muy simpá… -respondió Zizanie.

– Y su amigo Fromental -dijo Antioche-, ¿qué hace?

– No sé -dijo Zizanie-, es idiota. No tiene conversación. Pero desde hace ocho días me fastidia con el pretexto de que sus padres conocen a los míos.

– ¿Ah? -dijo Antioche-. Mire… beba esto, rubia criatura. Y no tenga miedo, hay más.

– ¿Cierto?

Ella bebió. Y sus ojos empezaron a brillar.

– Es extrañamente bueno… Usted, usted es un tipo con altura.

– ¡Espero! -accedió Antioche, que tenía un metro ochenta y cinco, no menos, y todos sus dientes.

– ¿Baila conmigo? -preguntó Zizanie, coqueta.

Antioche, que había notado la forma cómoda de su vestido, cuyo corsage estaba formado por un drapeado bastante flojo que se anudaba sobre los riñones después de cruzarse en los senos, la llevó hacia el medio de la sala. El Mayor, con aire ausente, bailaba con una gorda castaña que seguramente olía a sobaco y bailaba con las piernas separadas. Probablemente para secarse más rápido.

Antioche empezó la conversación.

– ¿Nunca pensó que es una cosa cómoda poseer un permiso para conducir?

– Sí -dijo Zizanie-. Por otra parte tengo el mío desde hace quince días.

– ¡Ah! ¡ah! -dijo Antioche-. ¿Cuándo me va a dar lecciones?

– Pues… cuando usted quiera, mi querido amigo.

– ¿Y cuál es su opinión sincera sobre los caracoles?

– ¡Muy buenos! -dijo-. Con vino blanco en las narices.

– Bueno -dijo Antioche-, usted me dará una lección la semana próxima.

– ¿No tiene permiso? -dijo Zizanie.

– ¡Sí! ¿pero eso qué importa?

– Usted se burla de mí.

– Mi querida -dijo Antioche-, no me lo permitiría.

La apretó contra él un poco más estrechamente, y en conclusión, ella lo dejó hacer. Pero él aflojó rápidamente su abrazo porque ella abandonó su mejilla contra la de Antioche y éste tenía la impresión muy clara de que su slip no resistiría el golpe.

Nuevamente, la música se detuvo y Antioche logró salvar las apariencias poniendo discretamente la mano derecha en el bolsillo de su pantalón. Aprovechando que Zizanie había encontrado a una amiga, se reunió con el Mayor en un rincón.

– ¡Cochino! -dijo el Mayor-. ¡Me la vuelas!

– ¡No está mal!… -respondió Antioche-. ¿Tienes intenciones?

– ¡La amo! -dijo el Mayor.

Capítulo III

Antioche tenía un aire soñador.

– Escucha -dijo-, no tengo la intención de dejarte hacer tonterías. Hoy voy a ocuparme un poco de ella y después te diré si te conviene.

– Verdaderamente eres un buen amigo -dijo el Mayor.

Capítulo IV

La surprise-party empezaba bien. Fenómeno normal cuando todos los invitados llegan más o menos al mismo tiempo. Caso contrario, durante las dos primeras horas sólo están los papanatas sin interés, que llegan siempre los primeros con postres caseros, que son un fiasco, pero asimismo excelentes. Al Mayor no le gustaba este tipo de postres, además, sus surprise-parties se bastaban a sí mismas porque proveían el líquido y el sólido. Eso le daba cierta independencia con respecto a sus invitados.

Digresión

Es muy deprimente encontrarse por descuido en una surprise-party que tiene un mal comienzo.

Porque el dueño -o la dueña- de casa se queda en la sala vacía con dos o tres amigos adelantados sin ninguna linda chica porque una chica linda siempre se atrasa.

Es el momento elegido por su hermanito para exhibiciones aventuradas -luego no se atreverá a hacerlo-. Y sobre todo, estaría sujeto.

Y uno mira a esos dos o tres desdichados adoptar poses plásticas en la pieza con parquet recientemente encerado, imitando a uno o a otro -pero esos saben bailar realmente-.

Luego ellos tampoco se atreverán.

Imagínense entonces que llega no tan temprano. Cuando la fiesta está en su apogeo. Entra. Los buenos amigos le palmean la espalda. Aquellos a los que usted no quiere darles la mano ya bailan -siempre bailan y es por eso que usted no está totalmente de acuerdo con ellos- y de una mirada ve si hay chicas disponibles. (Una chica está disponible cuando es linda.) Si hay, todo anda bien: entonces empieza la surprise-party, ellas no han sido muy invitadas ni muy peligrosamente exploradas, porque los muchachos que vinieron solos -por timidez la mayor parte- no bebieron lo suficiente como para tener audacia. Usted que no tiene necesidad de beber para tener audacia, también, ha venido solo.

No trate de ser ingenioso. Ellas nunca comprenden. Las que comprenden ya están casadas.

Hágala tomar con usted. Es todo.

Usted tiene entonces la ocasión de desplegar prodigios de picardía para encontrar una botella de algo.

(La toma simplemente del escondrijo que acaba de indicarle a algún recién llegado, no muy informado.)

Escóndala en su pantalón. Sólo el cuello sobrepasa la cintura. Vuelva a su presa. Adopte un aire anodino, con un toque de misterio. Tómela del brazo, hasta de la cintura, y dígale muy bajo: "A usted le toca buscar un vaso uno solo alcanza para nosotros dos, yo me defiendo… Chut…".

Después usted se infiltra en la pieza vecina. ¿Está cerrada con llave? ¡Vaya! ¡Qué casualidad! En el interior el Almirante. Es un camarada. Por supuesto, no está solo. Usted da en el tabique tres golpes pequeños y uno grande, o siete golpes medianos y dos pequeños según el arreglo hecho con el Almirante. Apenas entra vuelva a cerrar rápidamente con llave y no espíe demasiado para el lado del Almirante que vuelve a ponerse en posición de guerra. No se ocupa de usted, absorbido por la delicada maniobra que consiste en insinuar su mano por la abertura lateral de la pollera de su compañera chica inteligente y vestida inteligentemente. Saque su botella que le da frío, sin precauciones estupefectativas porque el Almirante tiene la suya. Quédese cerca de la puerta para escucharla golpear cuando ella vuelva…

Y ella no vuelve…

Para sobrellevar ese golpe descorche la botella. Tome un buen trago… ¡Atención! ¡No más de la mitad! Tal vez quede alguna esperanza…

¡Toc! ¡Toc! Golpean…

USTED (brutalmente, para enseñarle.) -¿No pudo apurarse un poco?

ELLA (falsamente sorprendida y bastante satisfecha.) -¡Pero, qué malo es usted!

USTED (atrayéndola ligeramente por la cintura.) -Pero no, no soy malo… usted lo sabe bien…

ELLA (haciendo como que se separa, lo que le permite a usted verificar negligentemente el seno derecho.) -Vamos, vamos, sea bueno…

USTED (siempre el seno derecho, pensando ostensiblemente en otra cosa, y muy separado.) -¿Tiene el vaso?

ELLA (exhibiendo triunfalmente un dedal.)-¡Sí, aquí está!

(Continúa.) Comprenda, Jacques me invitó a bailar, no podía negarme…

USTED (con aire enfurruñado.) -¿Quién es ese Jacques?

ELLA.- ¡Pero es Jacques! ¡El que me trajo en su auto!

USTED. -¡Ah! ese cretino de cabellos rubios. [1]

ELLA. -Por otra parte, muy gentil; además no tiene cabello rubio.

USTED. -En suma, le gustan los cabellos rubios.

ELLA (coqueta, riendo.) -¡Sí!

USTED (vejado, ya que es castaño.) -Cada cual con su gusto…

ELLA. -No sea tonto…

(Ríe y se acerca ligeramente colocando la mano derecha sobre su bíceps izquierdo, el brazo replegado. Usted le pasa el brazo derecho alrededor y la aprieta un poco, y dice:)

– ¿Pero, no toma?

– No me ha servido.

Sirve entonces con la mano izquierda libre, beben juntos, y usted moja su corbata. No tiene pañuelo. Molesto, se sienta en el único lugar libre (el Almirante ocupa la casi totalidad del diván). De pie frente a usted, ella seca la corbata con su pañuelo.

– Es más cómodo, usted es tan grande…

Ella gira un poco para presentar su costado izquierdo y un ligero empujoncito basta para hacerla caer en su rodilla derecha.

El resto depende de su imaginación del momento.

Al fin ella hace una descripción emocionante del tipo de muchachos que le gusta, después de haberlo mirado a los ojos para no decir castaños si los suyos son azules.

Esto pasa en las surprise-parties en las cuales usted no se desanima desde el principio por la pinta sinceramente extravagante de algunas posibilidades. Ese caso puede darse. La técnica se complica mucho.


Nota:

Se trata siempre de esas surprise-parties decentes donde se fornica en parejas aisladas, y solamente en piezas separadas de la sala de baile por lo menos por una cortina.

Las otras surprise-parties son mucho menos interesantes y jamás dan los resultados que pueden obtenerse dirigiéndose a los profesionales de este género de deporte.

Capítulo V

En su juventud el Mayor había estudiado la solución teórica del problema planteado en las últimas líneas de la digresión que antecede.

Pueden encontrarse dos variantes:

a) NO HAY UNA SOLA CHICA LINDA.

Esta eventualidad es relativamente frecuente, sobre todo si usted es un poco difícil.

a) La surprise-party está bien organizada.

Precipítese sobre el buffet y todo está dicho. En efecto, este caso sólo se presenta si no está en su casa, porque usted organiza surprise-parties cuando está seguro de tener lindas chicas, y en efecto usted no tiene derecho a fastidiarse con el buffet de gente que no está molesta por darle estos víveres indispensables.

b) La surprise-party está mal organizada.

Váyase y trate de llevarse un mueble como desagravio.

b) HAY CHICAS LINDAS PERO LAS TIENEN ENTRE MANOS.

En ese momento es cuando uno puede divertirse verdaderamente.

a) Usted trabaja solo (o como francotirador).

En su casa.

Arréglese para alejar al importuno con procedimientos variables según su naturaleza intrínseca, pero esforzándose por quedar bien con él la mayor cantidad de tiempo posible.

Trabajando solo, casi el único método posible es hacerlo tomar, teniendo cuidado de:

a) impedir que su compañera, a la que usted codicia, tome mucho o muy cerca de él;

b) no tomar tanto como él.

Hágalo tomar mezclas del fondo de los vasos susceptibles de hacer poner rosa salmón a un senegalés adulto. Cuando vea menos claro, coloree mucho con porto rojo y agregue ceniza de cigarrillo. Llévelo a vomitar.

a) en los lavatorios si sólo tomó;

b) en los inodoros si comió masas porque los pedazos de manzana taparían la pileta.

c) afuera, si usted tiene un jardín y si llueve. Preocúpese por hacerse acompañar por la amiga.

Tal vez termine asqueada. Arréglese de todas maneras para cubrirlo de oprobio. Acuéstelo entonces en un lugar sin riesgos.

Pueden producirse entonces dos nuevas variantes:

a) su amiga lo deja dormir.

En ese momento usted ganó. Si está encargado de acompañarla despabílelo oportunamente con grandes golpes de repasador mojado en la nariz, haciéndole tomar un vaso de Eno o de café con vitriolo (no demasiado vitriolo),

b) ella es de devoción tenaz y se queda con él.

Están verdaderamente de novios. Le queda la posibilidad de verlos coger [2] volviendo sin hacer ruido una hora después. Eso puede hacerle pasar un buen momento si tiene una sirvienta para limpiar.

Caso parásito: el buen mozo es duro.

No hay solución, salvo si usted es realmente mucho más fuerte que él.

en casa de otros.

a) en lo del individuo cuya compañera usted codicia.

Es realmente una situación muy dura ya que es poco probable que él se emborrache a muerte.

Trate de eliminarlo por uno de los métodos siguientes:

lº) Provocando en el baño una inundación bien condicionada;

a) con un pedazo de la cámara de una bicicleta (munirse previamente);

b) con un pedazo de tubo de caucho (encontrado en el lugar en un bock o en una estufa a gas, pero a menudo muy pequeño).

c) poniendo una cuña de vidrio dentado en una de las canillas de la bañera (método simple, elegante, eficaz).

2º) Obturando el sifón de los w.c. por medio de una pelota hecha con dos diarios (da excelentes resultados);

3º) Emborrachando a muerte por medio de los procedimientos indicados más arriba, a un amigo íntimo del dueño de casa. Sin embargo existe el riesgo de que este último venga a recuperar su bien con los primeros cuidados. Su bien a la vez puede no tener ningún interés en cambiar de tipo porque tiene la llave de las piezas. ¿O tal vez porque es más competente que usted?

b) En lo de un huésped absolutamente cualquiera.

Aquí usted está casi en igualdad de condiciones. Es decir que no tiene grandes posibilidades. En todo caso trate de entristecerlo, cosa delicada si no llevó nada (un gasto a considerar) pero él puede llegar a ser tan fraternal en sus efusiones de acuerdo con su fin que a usted se le parta el corazón. No piense sino en bendecir a los dos tortolitos. No puede usted poner su humanidad natural bajo una campana.

En consecuencia la tarea es bastante delicada si se trabaja solo.

b) Usted trabaja en equipo.

Importa poco que esté en su casa o en lo de Tartempion. El trabajo es extremadamente simple y es inútil ser más de cuatro, incluido usted, para lograr excelentes resultados.

El riesgo esencial consiste en ver a uno de los tres del equipo adjudicarse la apuesta de la operación. Elíjalos sin perder esto de vista. Está excluida la solución muy fácil de la borrachera, reservada a los casos ya tratados. Sólo debe aparecer aquí a título de complemento, para caracterizar la terminación del trabajo.

Principio: hacer desaparecer a su enemigo:

Bajo una pesada capa de vergüenza, por uno de los medios siguientes:

a) Incítelo a buscar pelea con el flacuchito del fondo (uno de los cuatro), tiene aire de dormido, usa anteojos y practica yudo desde hace seis años.

Los otros dos del equipo lo terminarán de arruinar dándole grandes vasos de aguardiente para reconfortarlo,

b) Hágalo jugar a esos jueguitos inocentes en los que uno se desnuda (trampee, por supuesto). Esto no es recomendable si él trampea mejor que usted (de todos modos póngase un slip y calcetines limpios), ni si se revela, una vez desnudo, cubierto de una cantidad de esas sagradas bolsitas de músculos… Piense, en resumen, que puede seguir vestido mientras usted no lo estará, siga su inspiración pero sea modesto.

Vale la pena intentar el golpe si él usa ligas y calzoncillos largos.

De la circulación.

Este procedimiento bien aplicado, no puede dejar de desembocar en:

a) la relegación del paciente en el sótano o en los baños;

b) la partida, acompañado por usted (en el auto de un amigo). Lo hacen tomar mucha cerveza en el bar de la esquina y lo dejan hacer pis al pie de un árbol a once kilómetros de allí. O mejor propóngale un baño y reduzca su pantalón a la nada en pleno campo. Numerosas variantes;

c) En fin, triunfo supremo poniéndolo entre las manos de una operadora experta y sin prejuicios.

Nota para tontos: TODO ESTE ESTUDIO PIERDE GRAN PARTE DE SU INTERÉS SI USTED ES PEDERASTA. EN ESTE ÚLTIMO CASO LE ACONSEJAMOS VIVAMENTE REMITIRSE AL LIBRO MUY CONOCIDO DEL GENERAL PIERRE WEIS El desencuentro.

Capítulo VI

Esta digresión indispensable permitirá comprender fácilmente que las recepciones del Mayor no eran vulgares surprise-parties y por lo tanto todo lo anterior no tiene absolutamente ninguna relación con la aventura que seguramente va a correr el Mayor.

Capítulo IV

Como los capítulos IV y V sólo tienen una vaga relación con el Mayor, me parece juicioso volver al capítulo IV.

Habiendo dicho: "Verdaderamente eres un buen amigo", el Mayor besó afectuosamente a Antioche en la frente, porque el llamado Antioche se agachó ligeramente, y se alejó por el parque en busca de su mackintosh ya que no quería molestar a Antioche en sus ensayos.

El mackintosh sentado delante de un pino de Madagascar, balaba con voz quejosa. No le gustaba todo ese bochinche y le dolían las uñas.

– ¿Estás fastidioso, eh? -preguntó amablemente el Mayor acariciándole los muslos.

El mackintosh devolvió algunas gotas de un líquido fétido y se alejó haciendo: "¡Psssh!".

Al quedarse solo el Mayor se abandonó a sus pensamientos amorosos. Tomó una margarita, contó cuidadosamente sus pétalos para asegurarse de que no arriesgaba nada y habiendo llevado su número al valor de un múltiplo de cinco menos una unidad, comenzó a deshojarla.

– Me ama… -suspiró.


Un poco

Mucho

Apasionadamente

Con locura

Nada

Un poco

Mucho

Apasionadamente

Con locura

Nada

Un poco

Mucho

Apasionadamente

Con locura

Nada


– ¡Mierda! -gritó… Por supuesto, había dejado uno de más.

Capítulo V

"No puede amarme todavía -pensó el Mayor para consolarse-, porque no me conoce bien…"

Pero ni la modestia de esta reflexión lo consoló.

Subió rápidamente la avenida y llegó cerca del auto de Fromental. Era un Cardebrye pintado en rojo competente, con una larga banda de metal cromado alrededor del tanque de nafta. El último modelo, por supuesto, de doce cilindros dispuestos en hemistiquio, en V; el Mayor prefería los impares.

Fromental de Vercoquin apareció en ese momento en la escalera, bailaba con Zizanie. El corazón del Mayor hizo "Plum" en su pecho y se detuvo de golpe con la punta al aire. Al menos eso es lo que sintió el Mayor.

Siguió a la pareja con los ojos. El disco se detuvo. Era: Give me that bee in your trousers. Otro empezó: Holy pooh doodle dum dee do y Antioche apareció en la escalera para invitar a bailar a Zizanie quien aceptó, con gran alivio del Mayor, cuyo corazón volvió a latir.

Solo en la entrada, Vercoquin encendió un cigarrillo y empezó a bajar los escalones, descuidadamente.

Se unió al Mayor que seguía interesado por el Cardebrye y sintiendo mucha simpatía por él, dijo alegremente:

– ¿Lo llevo? ¿Quiere probarlo?

– Cómo no -dijo el Mayor con una sonrisa amable, velando con esa aparente gentileza un infierno de quinientos diablos girondinos.

A trescientos metros de la casa del Mayor, en el bajo de la avenida Gambetta, Fromental dobló a la derecha siguiendo las indicaciones del Mayor. Al llegar a la iglesia de Ville d'Avrille, dobló a la izquierda y tomó la ruta macadamizada que llevaba a Versalles.

En el restaurante del Père Otto, el Mayor le hizo señas a Vercoquin de que se detuviera.

– Venga a tomar un trago -dijo-. Aquí tienen una cerveza portentosa.

Se acodaron en el bar.

– ¡Un tanque para el señor y… para mí! -ordenó el Mayor.

– ¿No toma cerveza? -preguntó Vercoquin un poco asombrado.

– No -respondió el Mayor-, es malo para mis articulaciones.

Era absolutamente falso. El único efecto que la cerveza había producido al Mayor era un crecimiento rápido y momentáneo de las extremidades inferiores.

Vercoquin bebió su tanque.

– ¡Otro! -ordenó el Mayor.

– Pero… -protestó Fromental eructando con ruido.

– Pssst… Perdón -dijo el Mayor-. Se lo ruego… es una cosa mínima.

Vercoquin bebió su segundo tanque y el Mayor pagó las consumiciones, después salieron, se reinstalaron en el Cardebrye y volvieron a partir en dirección a Versalles.

Atravesaron esta vieja ciudad todavía impregnada del olor del Gran Rey, olor poderoso y característico, después siguieron hasta la selva de Marly.

– El auto anda maravillosamente -señaló cortésmente el Mayor.

– Sí -replicó Fromental-, pero tengo ganas de orinar…

Capítulo VI

El Mayor, al volante de un soberbio Cardebrye rojo competente, subió de prisa la avenida de su jardín y se detuvo delante de la escalinata con una maestría notable. El auto retrocedió, pero él ya había bajado y fue a estrellarse contra la pared que continuaba la reja del parque, sin estropear nada más que un árbol del cielo no del todo seco y que fue ligeramente rozado.

Antioche recibió al Mayor en lo alto de la escalinata.

– No había leído el capítulo V… -dijo simplemente el Mayor.

– Pero porque no cuenta -respondió Antioche.

– Es verdad -dijo el Mayor-. ¡Pobre muchacho!

– Tienes mucha piedad -aseguró Antioche.

– Es verdad -dijo el Mayor-. ¡Qué individuo abominable! ¡Qué cretino testarudo! [3] (El Mayor no pronunciaba el acento circunflejo.)

– Perfectamente -aprobó Antioche.

– ¿Y Zizanie? -preguntó el Mayor.

– Fue a arreglarse la cara.

– ¿Hace mucho?

– Un cuarto de hora. Tuve el trabajo de buscarle aguja e hilo -prosiguió Antioche.

– ¿Qué hilo? -preguntó discretamente el Mayor, interrogando de costado.

– Del mismo color que su slip -respondió Antioche con la misma discreción.

– ¿Ese hilo, es sólido? -continuó el Mayor con inquietud.

– No excesivamente -dijo Antioche-. Es rayón. No resiste nada cuando está mojado.

Capítulo VII

En el gran salón del Mayor, la animación estaba en su punto culminante. El dueño de esos lugares volvió seguido por Antioche y se dirigió al bar, porque se sentía seco como un cintado de comisión agrícola.

Se sirvió una naranjada, bebió y escuchó a lo lejos una semilla de heristal que se le había ido de abajo de la lengua. Antioche se preparaba "Monkey's Gland" de atrás de los fagots. Era caliente. Era bueno.

Habiendo bebido Antioche se deslizó detrás de Zizanie que charlaba alegremente, de acuerdo con el término consagrado, con una amiga. No está mal por otra parte la amiga, pensó el Mayor que, dejando a su cómplice empezar el ensayo, buscaba un ersatz con un alma gemela.

Deslizándose detrás de Zizanie Antioche la agarró por el tórax con toda la mano, muy delicadamente y de una manera perfectamente natural, y dándole un beso en la sien izquierda, le rogó que bailara.

Ella se separó y lo siguió al medio de la pieza. Él la apretó bastante para disimular en medio de la pollera escocesa plisada de la rubia niña, la parte de su perfil comprendida entre la cintura y las rodillas. Después se impregnó con el ritmo de Cham, Jonah and Joe Louis playing Monopoly tonight cuyos acordes armoniosos se elevaban con insistencia.

Y el Mayor se inclinó delante de la amiga de Zizanie, a quien abrumó completamente interrogándola durante seis piezas seguidas sobre el pedigree de Zizanie, sus gustos, la frecuencia de sus salidas, su infancia, etc. etc.

Sin embargo el timbre de la verja sonó y el Mayor, aventurándose hacia la puerta, reconoció a lo lejos la silueta notable de Corneille Leprince, uno de sus vecinos, a quien no se había olvidado de invitar. Corneille, cuya casa se levantaba a veinte metros de la del Mayor, siempre llegaba último porque viviendo tan cerca, no tenía necesidad de apurarse para llegar a hora. De ahí su atraso.

Capítulo VIII

Corneille vivía afligido por una barba periódica cuya rapidez de crecimiento sólo se igualaba con la prontitud de la decisión a consecuencia de la cual, habiéndola conservado seis meses, la sacrificaba sin prevenir pero rezongando. Corneille llevaba un ambo azul marino, zapatos amarillos espantosamente agudos, y cabellos muy largos que había tenido el cuidado de lavar la víspera. Corneille estaba dotado de múltiples talentos para las matemáticas, el piano atormentado, y un cúmulo de cosas que no se molestaba en cultivar. Pero no le gustaban ni los perros, ni la rubeola, ni los otros colores en ola, ni las otras enfermedades hacia las cuales mostraba una parcialidad bastante repulsiva.

En particular, tenía horror al mackintosh del Mayor.

Lo encontró al doblar la avenida y se separó con asco.

Ultrajado, el mackintosh hizo ¡"Psssh"! y se fue.

Además las chicas se pusieron de acuerdo en reconocer que Corneille hubiera sido un muchacho encantador si se hubiera cortado regularmente su barba, avisando ocho días antes, si hubiera disminuido el volumen de su lujuriante vellón, y si no tuviera el aspecto de haberse revolcado en estiércol toda vez que llevaba un traje más de dos días.

Ese sagrado Corneille verdaderamente se preocupaba tan poco por su vestimenta.

Corneille entró pues y estrechó la mano del Mayor según el rito especial: pulgar contra pulgar, índice sobre el otro índice, cada uno de esos dos apéndices curvados como ganchos en un plano perpendicular al pulgar, y las dos manos levantándose al mismo tiempo con un movimiento regular.

Estrechó también la mano de Antioche y éste le dijo:

– ¡Hola, Corneille, usted aquí! ¿Y su barba?

– ¡La corté esta mañana! -dijo Corneille-. Y fue una impresión horrible.

– ¿Por Janine? -preguntó Antioche.

– Por supuesto, vamos -dijo Corneille, apretando los dientes. Era una de sus maneras de sonreír.

Después, sin otra formalidad, Corneille se dirigió hacia Janine que, justamente, acababa de apoderarse de Palookas in the milk uno de los últimos discos de Bob Grosse-Bi que Antioche recién había comprado. Ella no lo vio llegar y Corneille, aguzando su índice hacia adelante, se lo hundió en el hombro derecho, salvajemente. Se sobresaltó y se puso a bailar con él sin decir nada, con aire envenenado. Lamentaba lo del disco.

De tanto en tanto se dejaba caer hacia atrás, girando y enroscada, si puede decirse, sobre los talones, el cuerpo inclinado a setentaicinco grados sobre la horizontal. Se agarraba en el momento de caer, por una especie de milagro, cambiando bruscamente de dirección, con la punta de sus zapatos inmutablemente dirigida hacia el cielo y su caballera a raya mantenida a una distancia respetuosa. Casi nunca avanzaba pero atraía a su bailarina como la luz de una señal de auxilio a la cual aferrarse. No pasaba un segundo sin que extendiera en el suelo, knock-out, a alguna pareja imprudente y al cabo de diez minutos, el centro del salón le pertenecía sin discusión.

Cuando no bailaba, Leprince imitaba el grito del chonchón, se dedicaba a tomar alrededor de la undécima fracción de un vaso lleno de alcohol diluido, para no marearse demasiado rápido.

El Mayor seguía bailando con la amiga de Zizanie y Antioche acababa de desaparecer en el reservado contiguo a la sala de baile y en el que se amontonaban los abrigos.

Acompañado, como correspondía, por Zizanie.

Capítulo IX

Como le pareció que disminuía el entusiasmo de los asistentes un individuo pelirrojo de alta estatura, y que ceceaba aunque llevaba el nombre eminentemente americano de Willy o Billy según los momentos, decidió alegrar a la concurrencia. Detuvo el pick-up con una habilidad diabólica, retirando el brazo, recurso secreto que Antioche no había previsto y se plantó en medio de la sala.

– Veamos -dijo-, les propongo, para cambiar un poco, que cada uno cuente algunas historias… o cante una canción. Como no quiero disminuirme voy a empezar.

Ceceaba de tal manera que escuchándolo uno estaba obligado a modificar su ortografía.

– Ez la hiztoria -dijo-, de un tipo que tenía un defecto de pronunziazión.

– ¡Fanfarrón! -dijo Antioche que había entreabierto la puerta del cuartito, y que habló lo suficientemente alto como para que lo escucharan.

Se produjo un ligero frío.

– Por otra parte -dijo el pelirrojo-, sho no la recuerdo muy bien. Voy a contarlez otra. Ez un tipo que entra en un negocio donde enzima han ezcrito "Pompas Shúnebres".

– ¿Qué es shúnebres? -preguntó una voz anónima.

– Entonces -prosiguió Willy, ignorando la interrupción-, dice: Buenos díaz, zeñor shúnebre, sho quisiera una pompa. [4] ¡Ah! -responde el otro (también cecea)- zolo tengo cervezas. ¡Entonces, media! -dice el primero.

Y Willy eztayó.

Como todo el mundo conocía la historia sólo hubo algunas risas molestas.

– Sha que ze mantienen -continuó Willy-, voy a contarlez otra. Pero después, le toca a otro. Veorves, por ejemplo.

Mientras Veorves protestaba, Antioche tanteando a sus espaldas, logró volver a bajar el brazo del pick-up al que se había aproximado, y los bailarines volvieron a partir mientras Willy, con aire descorazonado, alzaba los hombros murmurando:

– Dezpués de todo, ez cuestión de ellos… Sho quería animar un poco.

El Mayor volvió a tomar a su bailarina, y Antioche volvió al cuarto donde Zizanie, doliente, se empolvaba.

Capítulo X

En plena mitad de la selva de Marly, Fromental de Vercoquin, sentado al pie de una hevea, juraba a media voz desde hacía media hora. A media voz porque la primera media hora, había jurado en voz alta y su cuerda vocal izquierda se contraía.

Capítulo XI

Penetrando directamente en el cuartito Antioche percibió, en lo alto de una pila de abrigos amontonados en un rincón, cuatro piernas que al principio no había visto. Eran dos que estaban allí arriba para verificar sus diferencias específicas por el método de los calibres "entra" y "no entra" como lo recomienda la Oficina de Normalización de la Mecánica.

La chica tenía lindas rodillas, pero también pelo rojo, como lo constató Antioche levantando la cabeza. Este color crudo le chocó y apartó los ojos, púdico.

Como el abrigo de arriba era un impermeable Antioche no molestó a los dos aficionados a la fisiología. Por otra parte, no hacían nada de malo. A esa edad, es bueno informarse uno mismo sobre los problemas naturales.

Antioche ayudó a Zizanie a reajustarse el vestido; que parecía dispuesto a irse por su lado, y reaparecieron en la sala de baile como si nada hubiera pasado.

Había pasado tan poca cosa…

El Mayor estaba de pie cerca del pick-up, con aire sombrío. Antioche se aproximó.

– Puedes ir -le dijo.

– ¿No es cierto que es una chica bien educada? -dijo el Mayor.

– Sí, y más que eso -dijo Antioche-. Es una chica que tiene tacto.

– ¡Apostaría que es virgen! -afirmó el Mayor.

– Hace veinte minutos -dijo Antioche-, hubieras ganado.

– No comprendo -dijo el Mayor-, pero eso no me incumbe. En fin, ¿te parece una chica bien?

– Perfectamente bien, viejo -aseguró Antioche.

– ¿Crees que tengo chance? -agregó el Mayor, lleno de esperanza.

– Por cierto, viejo -aseguró directamente su acólito, que se detuvo en ese momento para observar una pareja en verdad muy swing.

El macho tenía el pelo enrulado y un ambo azul cielo con el saco hasta las pantorrillas. Tres tajos atrás, siete respiraderos dos martingalas superpuestas y un solo botón para cerrarlas. El pantalón, que apenas sobrepasaba al saco, era tan angosto que la pantorrilla surgía con obscenidad bajo esta especie de extraña funda. El cuello subía hasta la parte superior de las orejas. Una pequeña abertura a cada lado les permitía pasar. Tenía una corbata hecha con un solo hilo de rayón sabiamente anudado y un bolsillo naranja y malva. Sus calcetines mostaza, del mismo color que los del Mayor, pero llevados con elegancia infinitamente menor, se perdían en zapatos de gamo beige arrasados por un millar de diversos agujeros. Estaba swing.

La hembra tenía también una chaqueta de la que sobresalía un milímetro de una amplia pollera plisada de tarlatatana de la isla Mauricio. Estaba maravillosamente hecha, tenía atrás nalgas movedizas sobre pequeñas piernas cortas y gruesas. Sudaba debajo de los brazos. Su vestimenta, menos excéntrica que la del compañero, pasaba casi desapercibida: chemisier rojo vivo, medias de seda cabeza de negro, zapatos chatos de cuero de chancho amarillo claro, nueve brazaletes dorados en la muñeca izquierda y un aro en la nariz.

Él se llamaba Alejandro y le decían Coco. Ella se llama Jacqueline. Su sobrenombre era Coco.

Coco agarró a Coco por el tobillo izquierdo y haciéndola girar en el aire hábilmente la recibió a caballo sobre su rodilla izquierda; después, pasando la pierna derecha por encima de la cabeza de su pareja, la soltó bruscamente y ella se encontró de pie, la cara vuelta hacia la espalda del muchacho. Cayó de golpe hacia atrás, hizo el puente e insinuó su cabeza entre los muslos de la chica, levantándose muy rápido subiéndola del piso y haciéndola pasar nuevamente entre sus piernas, la cabeza primero, para volverse a encontrar en la misma posición, la espalda contra el pecho de su compañera. Dándose vuelta para darle la cara lanzó un "Yeah" estridente, agitando el índice, reculando tres pasos para avanzar enseguida cuatro, después once al costado, seis en redondo, dos en el lugar y el ciclo volvía a empezar. Los dos sudaban la gota gorda, concentrados, un poco emocionados por la atención matizada de respeto que se podía leer en el rostro de los espectadores admirados. Eran muy, muy swing.

Antioche lanzó un suspiro de nostalgia. Era demasiado viejo para esos trucos y su slip se desempeñaba decididamente mal.

Reanudó su conversación con el Mayor.

– ¿Por qué no la invitas? -preguntó.

– No me animo… -dijo el Mayor-, me intimida. Es demasiado bien.

Antioche se aproximó a la chica cuyos grandes ojos ojerosos lo vieron volver con un placer no disimulado.

– Escucha -le dijo-, es necesario que bailes con el Mayor; te ama.

– ¡Oh! ¡no vas a decirme eso ahora! -dijo Zizanie, emocionada e inquieta.

– Te aseguro que valdría más… Es muy gentil, tiene guita, es completamente idiota, es el marido soñado.

– ¿Qué? ¿Es necesario que me case?

– ¡Por supuesto! -dijo Antioche… con un aire evidente.

Capítulo XII

Fromental que había decidido levantarse se aproximaba a la casa del Mayor. Sólo tenía que recorrer nueve kilómetros 800. La pierna izquierda le dolía. Tal vez estaba un poco más cargada que la otra, porque el sastre de Fromental siempre había considerado a su cliente normalmente constituido.

Entró en Versalles un poco antes de las seis y media y ganó diez minutos sobre su recorrido pedestre teórico tomando una serie complicada de pequeños tranvías azules y grises de temperamento excesivamente ruidoso.

El último lo depositó no lejos de los comienzos de la célebre costa de Picardía. Decidió intentar el auto-stop. Levantó pues desesperadamente el brazo al cielo al paso de un viejo Zébraline de tres caballos, piloteado por una gruesa dama. Se detuvo delante de él.

– Gracias, señora -dijo Fromental-. ¿Pasa por Ville d'Avrille?

– No, señor -dijo la dama-. ¿Por qué tendría que ir a Ville d'Avrille si yo vivo aquí?

– Tiene razón, señora -convino Fromental.

Se alejó despechado.

Cien metros más adelante, recién estaba en la tercera parte de la pendiente y empezaba a fatigarse. Se detuvo directamente.

Pasó un auto. Era un Duguesclin modelo 1905, con válvulas sobre el radiador y puente trasero desmembrado.

Se detuvo en menos de un metro (subía) y un viejo muy barbudo sacó la cabeza por la ventanilla.

– Sí, joven -dijo aun antes de que Fromental tuviera tiempo de colocar una pica-, suba, pues, pero antes de vuelta la manivela un poco.

Durante doce minutos dio vuelta la manivela, y el auto partió como una flecha en el momento en que iba a abrir la puerta para subir. El viejo recién logró detenerlo en lo alto de la costa.

– Discúlpeme -dijo a Vercoquin que lo había alcanzado con paso gimnástico-. Se pone un poco nervioso cuando es lindo día.

– Muy natural -dijo Fromental-. La vuelta de los años, sin duda.

Se instaló a la izquierda del viejo y el Duguesclin bajó la costa a fondo.

Al llegar abajo, los dos neumáticos del lado izquierdo estallaron.

– Tendré que cambiar de sastre -pensó Fromental sin razón valedera y con una increíble falta de lógica.

El viejo estaba furioso.

– ¡Usted es muy pesado! -gritó-. Es culpa suya. No había pinchado desde 1911.

– ¿Con las mismas gomas? -preguntó Fromental, interesado.

– ¡Por supuesto! Recién desde el año pasado tengo auto. Las gomas son nuevas.

– ¿Y usted nació en 1911? -preguntó Fromental, que quería entender.

– ¡No agregue la injuria al pinchazo! -dijo el viejo-, y arregle esas gomas.

Capítulo XIII

En ese mismo momento el Mayor, enlazando tiernamente la cintura de Zizanie, bajaba la escalinata con pasos lentos. Dobló por la avenida de la derecha y ganó el fondo del parque, sin apurarse, buscando febrilmente en su cabeza un tema de conversación.

El muro del parque en ese lugar era bastante bajo y once individuos con traje azul marino y medias blancas vomitaban por encima de dicho muro, al cual estaban cómodamente acodados.

– ¡Tipos bien educados! -señaló el Mayor al pasar-. Prefieren hacerlo en lo de mi vecino. Pero es una lástima perder tanto alcohol bueno.

– ¡Qué mezquino es usted! -dijo Zizanie, con un reproche en su dulce voz.

– ¡Mi querida -dijo el Mayor-, por usted daría todo lo que tengo!

– ¡Qué generoso es usted! -dijo Zizanie sonriendo y apretándose contra él.

El corazón del Mayor nadaba en la alegría con gran ruido de salpicadura como una marsopla. Era el ruido del vomitorium de campo, pero él no se daba cuenta.

Su presencia parecía molestar a los once, cuyas espaldas adoptaron un tono de reproche y el Mayor y la bella rubia se alejaron suavemente por la avenida del parque.

Se sentaron sobre el banco dispuesto por Antioche a la mañana, bajo la sombra del rasca-menudo Zizanie se adormeció un poco. El Mayor dejó caer su cabeza sobre el hombro de su compañera, la nariz perdida en sus cabellos de oro, de los que se escapaba un perfume insidioso, como un moho de la rue Royale y la place Vendôme. Se llamaba Brouyards y era de Lentherité.

El Mayor tomó las manos de su dulce amiga entre las suyas y se perdió en un sueño interior poblado de felicidades turbadoras.

Sobresaltándose por un contacto húmedo y frío en la mano derecha lanzó un grito de éxtasis. Zizanie se despertó.

El mackintosh que lamía la mano del Mayor, saltó también a doce pies de alto al escuchar el grito del Mayor, y se alejó, resentido, haciendo "¡Pssh!"

– ¡Pobre! -dijo el mayor-; lo asusté.

– Pero es a usted a quien asustaron, mi querido -dijo Zizanie-. Es idiota su mackintosh.

– Es tan joven -suspiró el Mayor-. Me ama tanto. ¡Pero, Dios mío, usted me ha dicho "mi querido"!

– Sí, discúlpeme -dijo Zizanie-. Me desperté sobresaltada, sabe.

– ¡No se disculpe! -dijo el Mayor en un murmullo ferviente-. Soy su cosa.

– ¡Durmamos, mi cosa! -concluyó Zizanie volviendo a tomar una posición cómoda.

Capítulo XIV

Antioche, solo, acababa de recibir a un trío de retrasados que incluía, ¡oh maravilla!, a una espléndida pelirroja de ojos verdes. La otra fracción del trío, un tipo y una tipa sin interés, se alejaba ya hacia el bar. Antioche invitó a la pelirroja.

– ¿No conoce a nadie aquí? -dijo.

– ¡No! -dijo la hermosa pelirroja-; ¿y usted?

– ¡No a todo el mundo, desgraciadamente! -suspiró Antioche apretándola contra su corazón de manera insistente.

– ¡Me llamo Jacqueline! -dijo ella tratando de insinuar uno de sus muslos entre las piernas de Antioche, que actuó en consecuencia y la besó en la boca durante todo el final del disco; era Baseball after midnight, uno de los últimos éxitos de Crosse y Blackwell.

Antioche bailó las dos piezas siguientes con su nueva compañera, a la que se cuidaba de no dejar durante los cortos lapsos que separaban el fin de un disco y el comienzo del siguiente.

Se disponía a bailar el tercero cuando un buen mozo con traje pata de pollo, vino hasta él con aire inquieto y lo arrastró al primer piso.

– ¡Mire! -dijo mostrándole la puerta de los water-closets-. Los gabinetes desbordan.

Trató de alejarse.

– ¡Un minuto!… -dijo Antioche reteniéndolo por la manga-. Venga conmigo. No es divertido estar solo.

Entraron en el buen-retiro. En efecto, desbordaban. Se distinguían perfectamente las pelotas de diarios que rodaban.

– Entonces si es así -dijo Antioche arremangándose-, vamos a destapar. ¡Arremánguese!

– Pero… usted ya está listo…

– ¡No! Es para romperle la jeta si no está terminado de aquí a cinco vueltas de minutero. Comprende -agregó Antioche-, no es a un viejo circunloquio como yo que se le enseña a doblar el cabo de Hornos…

– ¿Ah?… -dijo el otro hundiendo sus dedos en algo blando que adornaba el fondo del sifón, lo que lo hizo temblar de pies a cabeza y ponerse instantáneamente blanco cremoso.

– Tiene un lavatorio a su derecha… -agregó Antioche en el momento en que el desdichado se levantaba bajo la ventana que su verdugo acababa de abrir. La ventana sintió el golpe y el cráneo también.

Después Antioche volvió a bajar.

Como era de esperarse, Jacqueline estaba en el buffet, rodeada por dos individuos que luchaban por servirle de beber. Antioche tomó el vaso que habían logrado llenar y lo tendió a Jacqueline.

– ¡Gracias! -dijo ella sonriendo y siguiéndolo al medio de la pista que, por milagro, Corneille acababa de abandonar.

Él la abrazó nuevamente. Los dos, que habían quedado en el buffet, ponían caras insolentes.

– ¡Mire eso!… -bromeó Antioche-. ¡Todavía tiene placenta en las narices y quiere ganarle a un profesional de mi categoría!…

– ¿Sí? -respondió Jacqueline, sin comprender bien-. ¡Oh! ¿Quién es ése?

Fromental acababa de aparecer en la puerta del salón.

Capítulo XV

Felizmente Mushrooms in my red nostrils empezaba, y la batahola de los bronces cubrió el rugido provocador del desdichado; se arrastró hasta el buffet y vació dos tercios de un botellón de gin antes de tomar aliento.

Olvidando todo de golpe, paseó sobre la asistencia una sonrisa tonta, de cabra que hubiera descubierto heno en sus pezuñas.

Descubrió en un rincón de la sala a una pequeña rubia escotada hasta la punta de los senos y se dirigió hacia ella con paso seguro. Sin esperarlo ella alcanzó la puerta. La siguió, corriendo detrás, pegando de tanto en tanto un salto de dos metros siete de altura para atrapar una mariposa amarilla. Ella se perdió -no para todo el mundo- en un macizo de laurel y las ramas se cerraron sobre Fromental, que la había seguido.

Capítulo XVI

Al cabo de media hora de sueño, el Mayor, sacado de su sopor por un rugido lejano -fue en el momento en que Fromental penetró en el salón- se despertó bruscamente. Zizanie se despertó también.

La miró con amor y constató que su vientre se redondeaba en proporciones alarmantes.

– ¡Zizanie! -gritó-. ¿Qué pasa?

– ¡Oh!, ¡querido! -dijo ella-, ¿es posible que usted se comporte de esa manera al dormir y que eso no le deje recuerdos?

– ¡Qué cosa! -dijo trivialmente el Mayor-, no noté nada. Excúseme, mi amor, pero va a ser necesario regularizar.

El Mayor era muy ingenuo para las cosas del amor e ignoraba que se necesitan por lo menos diez días para que empiece a notarse.

– Es muy simple -dijo Zizanie-. Hoy es jueves. Son las siete. Antioche va a ir a pedir mi mano para usted, a mi tío que está en su escritorio.

– ¿No me tuteas, mi esplendor gregoriano? -dijo el Mayor, emocionado hasta las lágrimas y al que un temblor irregular agitaba desde el hombro hasta el isquion.

– Pero sí, mi querido -respondió Zizanie-. Después de todo he reflexionado bien…

– Es de locos lo que uno puede hacer durmiendo -interrumpió el Mayor.

– He reflexionado bien y pienso que jamás podría encontrar un marido mejor…

– ¡Oh, ángel de mi vida! -exclamó el Mayor-…Al fin tú me has tuteado. ¿Pero por qué no pedirle directamente la mano a tu padre?

– No tengo.

– ¿Pero es alguno de los tuyos?

– Es el hermano de mi madre. Pasa la vida en su escritorio.

– ¿Y tu tía qué dice?

– No se preocupa. Tampoco le permite vivir con él. Ella vive en un pequeño departamento donde, a veces, se reúnen.

– Condenada -dijo el mayor.

– Yo preferiría bis-sobrina [5]… -murmuró Zizanie frotándose contra él-, ya que es mi tío.

El Mayor notó con un placer muy poco disimulado que tres botones saltaron y casi dejan tuerta a Zizanie.

– Vamos a buscar a Antioche -propuso esta última, un poco más calmada.

Capítulo XVII

Pasando cerca del macizo de laurel en el interior del cual acababa de hundirse Fromental, el Mayor recibió sucesivamente en la cabeza, una media, un zapato izquierdo, un slip, un pantalón, con el cual reconoció la identidad del proyectante, otra media, un zapato derecho, un tirador, un chaleco, una camisa y una corbata todavía unidas. Fueron seguidos instantáneamente por un vestido, un corpiño, dos zapatos de mujer, un par de medias, un pequeño cinturón de puntillas verosímilmente destinado a sostener dichas medias, y un anillo de sesenta y nueve aristas formado por un fragmento de menhir apolillado, dorado en los cantos y montado en un engranaje de agujas.

El Mayor dedujo de esta avalancha:

lº) Que habían utilizado el saco de Fromental como alfombra para el suelo.

2º) Que la compañera no tenía slip y en consecuencia que sabía que iba a una surprise-party simpática.

Hubiera podido deducir un montón de otras cosas pero se detuvo ahí.

En su casa se divertían, eso le producía placer. Se sentía feliz también de ver que Fromental ya no pensaba en su auto.

Capítulo XVIII

Por otra parte, Fromental no lo había visto todavía.

Capítulo XIX

El Mayor, usufructuando la propiedad del vestido de Zizanie que desde el principio había atraído la atención de Antioche, prosiguió su camino con prisa rápida.

El rendimiento era excelente.

Subió los escalones de la entrada y gritó:

– ¡Antioche!

Éste no contestó y el Mayor comprendió, rápidamente, que no estaba allí. El Mayor entró, pues, y se dirigió al cuartito. Dejó a Zizanie en el umbral.

Encontró a Antioche que se levantó, aliviado, pues era la undécima vez y parecía no bastar. Jacqueline bajó pausadamente su pollera y se levantó, llena de alegría.

– ¿Baila conmigo? -propuso al Mayor, largándole una mirada de 1.300 grados.

– Un minuto… -imploró el Mayor.

– Vamos, voy a tratar de encontrar a algún otro… -dijo alejándose, llena de tacto y de pelos de cabra que provenían del diván del bulín.

– ¡Antioche! -murmuró el Mayor cuando ella dobló.

– ¡Presente! -respondió Antioche poniéndose tieso en una parada de atención impecable, el torso plegado en ángulo recto y el índice sobre la carótida.

– Es necesario que me case en seguida… Ella está…

– ¿Qué? -se asombró Antioche-. ¡Ya!

– Sí… -suspiró modestamente el Mayor-. Ni yo mismo me di cuenta. Lo hice durmiendo.

– ¡Eres un tipo extraordinario! -dijo Antioche.

– Gracias, viejo -dijo el Mayor-. ¿Puedo contar contigo?

– ¿Para pedir su mano al padre sin duda?

– No, a su tío.

– ¿Dónde habita ese vertebrado? -preguntó Antioche.

– En su escritorio, en medio de preciosos documentos reunidos por sus cuidados y que conciernen a todas las actividades ininteresantes de la industria humana.

– ¡Y bueno! -dijo Antioche-, iré mañana.

– ¡En seguida! -insistió el Mayor-. Mira su cintura.

– ¿Entonces? -dijo Antioche entreabriendo la puerta del cuartito para contemplarla-. ¿Qué tiene de extraordinario?

Efectivamente, Zizanie estaba muy delgada, como pudo notar a su vez el Mayor.

– ¡Diablos! -dijo-. Me ha hecho el ejercicio del píloro.

Era un ejercicio practicado por los fakires, en el cual se entrenaba desde hacía años, y que consistía en sacar su estómago de una manera cuasi inhumana.

– Puede ser, simplemente, que te alucinaste… -dijo Antioche-. Comprendes, después de un encuentro como ése…

– Debes tener razón -admitió el Mayor-. Mis nervios están en tirabuzón. Mañana habrá tiempo de encontrar a su tío.

Capítulo XX

En la sala, donde los bailarines seguían evolucionando, el Mayor retomó la posesión de Zizanie, pero Antioche no reencontró a Jacqueline. Salió al parque y vio en el rincón de un árbol cuadrado un pie que sobresalía… en el extremo de ese pie encontró a un primer invitado exangüe, agotado… más lejos, otro en el mismo estado, después otros cinco, en un grupo confuso, y aun dos aislados.

En la huerta, vio por fin a la pelirroja que había arrancado un puerro y se ejercitaba en la manteada bizantina.

La llamó de lejos. Dejó caer su pollera y, llena de ímpetu, se dirigió hacia él.

– ¿Siempre swing? -preguntó él.

– Sí, naturalmente, ¿y usted?

– Un poco todavía, pero tan poco…

– Pobre amigo… -murmuró afectuosamente alzándose para besarlo.

Se escuchó un crujido siniestro y Antioche introdujo sucesivamente la mano derecha en cada una de las piernas de su pantalón para retirar las dos mitades de un slip atrozmente desgarrado.

– No tengo los medios… -aceptó-. Pero a falta de mi persona tal vez otro pueda satisfacerla.

Manteniéndola del brazo pero a distancia respetable llegó al macizo de laurel al abrigo del cual Fromental, absolutamente desnudo, parecía fornicar con el suelo. Se había entregado tan sinceramente que su conquista, bajo su presión repetida, había desaparecido poco a poco bajo una espesa capa de humus, hundiéndose cada vez más en el terreno grasoso.

Antioche la sacó de su incómoda posición y, después de reanimarla en la hierba fresca, hizo las presentaciones.

Capítulo XXI

En la tentativa ciento catorce, Fromental, vencido, se desplomó sobre el cuerpo oloroso de Jacqueline que olía una ramita de laurel con aire dubitativo.

Capítulo XXII

La surprise-party llegaba a su fin. Janine había logrado disimular en su corpiño los veintinueve discos elegidos con cuidado durante la tarde. Corneille había partido hacía mucho tiempo para comer una papilla, luego había regresado y vuelto a partir y nadie sabía dónde estaba. Sus padres, enloquecidos, daban vueltas en círculo en medio de la sala y todo el mundo creía que se trataba de un baile swing inédito.

Antioche subió a los pisos superiores. Extirpó dos parejas de la cama del Mayor, otras dos y un pederasta de la suya, tres del armario de las escobas, una del armario de los zapatos (era una parejita). Encontró siete chicas y un muchacho en la carbonera, absolutamente desnudos y cubiertos de vómitos malvas. Sacó a una morochita de la caldera que por suerte no estaba del todo apagada lo que la salvó de la neumonía, recuperó diez francos cuarenta y cinco en monedas de cobre, sacudiendo una araña en la cual dos individuos borrachos, de sexo indeterminado, jugaban al bridge desde la tarde, sin que se los viera, recogió los pedazos de setecientos sesenta y dos vasos de cristal tallado rotos durante la recepción. Encontró restos de masas hasta debajo de las sillas, una polvera entre el papel higiénico, un par de medias de lana a cuadros, desparejas, en el horno eléctrico, devolvió la libertad a un perro de caza -no lo conocía- encerrado en el aparador y apagó seis principios de incendio provocados por la ignición persistente de los puchos sueltos. Tres divanes de los cuatro de la sala de baile estaban manchados de porto; el cuarto, de mayonesa. El pick-up había perdido el motor y el brazo. Sólo quedaba el interruptor.

Antioche volvió a la sala en el momento en que partían los invitados.

Sobraban tres impermeables.

Les dijo hasta pronto a todos y se fue hasta la verja donde, para vengarse, bajó a uno de cada cuatro a ráfagas de ametralladora a medida que salían. Después subió por la avenida y volvió a pasar delante del macizo de laurel.

El mackintosh a caballo sobre Jacqueline desvanecida largaba grititos de placer.

Antioche le dio unos sopapos, vistió a Fromental siempre inerte y a su compañera del principio que dormía en el césped, y los despertó a patadas en el trasero.

– ¿Dónde está mi auto? -preguntó Fromental recobrando el sentido.

– Ahí -dijo Antioche mostrándole un montón de desperdicios de los que surgía un volante todo retorcido.

Fromental se sentó frente al volante e hizo subir a la chica a su lado.

– Un Cardebrye parte siempre en un cuarto de vuelta -bramó. Tiró de una palanca y el volante partió arrastrándolo tras él…

La rubiecita lo seguía corriendo…

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