Capítulo 23

Domingo, 3 de diciembre, 8:00 horas

Murphy deslizó un ejemplar del Bulletin sobre la mesa de la sala de reuniones.

– Howard y Brooks agarraron a Getts anoche. Página cuatro, abajo.

Mia leyó por encima el artículo con una sonrisa.

– Buen trabajo.

Reed la observó detenidamente.

– Pensaba que querías apuntarte a esa detención.

Mia levantó un hombro.

– Abe y yo llegamos a la conclusión de que Carmichael había estado allí aquella noche, que siempre supo dónde se escondían DuPree y Getts y que nos estaba pasando información para mantener sus artículos en primera página. Anoche me ofreció a Getts pensando que mordería el anzuelo y hasta intentó seguirme. Decidí no apuntarme a su juego.

Westphalen le dio unas palmaditas en la mano.

– Nuestra pequeña está aprendiendo.

Mia sonrió.

– Cierra el pico, vejestorio.

Spinnelli se recostó en su silla.

– ¿Cómo está tu casa, Reed?

Reed hizo una mueca de dolor.

– Ahora sabré qué se siente al tener que reclamar al seguro. Pero fue Kates, de eso no hay duda. Entró por una ventana y recorrió la planta de arriba mientras yo estaba abajo, hablando por teléfono. Creemos que cogió el cachorro de Beth cuando salía por la ventana y que lo soltó cuando descendía por el árbol. Ben Trammell encontró fragmentos de huevo y residuos en ambos dormitorios. -Hizo una pausa mientras cavilaba-. Utilizó un huevo en casa de Tyler Young el viernes por la noche. Con este ya van nueve. Suponiendo que sacó doce del armario del profesor de arte, todavía le quedan tres.

– ¿Qué sabemos de Tyler Young? -preguntó Spinnelli.

– Su nombre aparecía en el ordenador que nos llevamos de casa de Ivonne Lukowitch -dijo Jack-. Kates localizó la web de la inmobiliaria de Young a través de un sitio de alumnos de un instituto.

– Esta mañana he telefoneado a Tom Tennant, de la OFI de Indianápolis, y me ha contado el resto de la historia. Tyler y su esposa murieron. Sus cuerpos estaban calcinados, pero el médico forense encontró en la esposa heridas internas que concuerdan con las heridas de cuchillo sufridas por Joe Dougherty. Estaba tumbada boca abajo, como Joe hijo, mientras que Tyler estaba encadenado a la cama, con las piernas rotas.

– Se está volviendo un experto -murmuró Mia, preocupada.

– Lo sé. El forense también cree que Tyler recibió varias puñaladas en la entrepierna.

– En fin, creo que ya sabemos qué ocurrió en esa casa el año que Andrew y Shane vivieron allí -comentó Westphalen convencido-. Estaban atrapados y nadie se preocupó de comprobar si se encontraban bien.

– Y Laura y Penny los habían colocado allí -añadió Mia-. Andrew ha debido de maldecirlas todo este tiempo. Pero pasaron allí un año, hasta que se produjo el gran incendio. Algo tuvo que suceder el día que Shane cumplía diez años.

– Quizá fue la primera vez que Tyler los agredió -comentó Aidan.

Mia asintió lentamente.

– Quizá. Puede que el otro hermano lo sepa.

-Tennant me ha dicho que en el archivo del personal de Tyler han encontrado el número de teléfono de su hermano Tim. Tim Young es un pastor que trabaja con chicos desfavorecidos en Nuevo México.

Westphalen enarcó las cejas.

– Eso es o un intento de redención o un niño en una tienda de caramelos. Lo sabremos dependiendo de lo que esté dispuesto a contarnos.

Reed había pensado lo mismo.

– Tim se enteró ayer por Tennant de la muerte de Tyler y viajará hoy a Indianápolis. Tennant me llamará cuando haya llegado.

– Entretanto -dijo Mia-, eso solo deja una persona que sabe qué ocurrió realmente: Andrew Kates. Sabemos que está en la ciudad, o por lo menos lo estaba hace nueve horas. Deseaba tanto la muerte de Laura que lo intentó tres veces. Cometió errores con Caitlin, Niki Markov y Donna. Y no logró acabar con Laura. Curiosamente, también se equivocó con Penny.

– ¿Qué quieres decir? -Spinnelli arrugó el entrecejo-. Lo dejó allí un año entero.

– No. Como eso no encajaba con lo que la gente me había contado sobre Penny, volví a repasar mis notas. Reed, ¿te acuerdas de cuando hablamos con Margaret Hill? ¿Recuerdas que nos contó que casi pierde a su madre cuando tenía quince años?

– Sí. Dijo que a su madre le había disparado un individuo relacionado con su trabajo. Estuvo a punto de morir.

– Margaret Hill tiene veinticinco años -dijo Mia-. Haz tú el cálculo.

– Oh -exclamó Reed. Mia tenía razón-. Penny Hill ingresó en el hospital en la misma época que colocó a Andrew y Shane en esa casa. No se olvidó de ellos. Apuesto a que los expedientes fueron remitidos a otras personas y los niños cayeron en el olvido.

Mia asintió.

– Luego Shane muere y alguien dice: «Oh, mierda». Meten a Andrew en otro hogar de acogida y corren un tupido velo sobre Shane.

– Y su expediente desaparece -añadió Spinnelli con gravedad-. Eso es malo para el estado. Yo me encargo.

– Bien. Pero volvamos a Kates -dijo Mia-. Sabiendo lo mucho que detesta errar el tiro, ¿qué pasaría si se enterara de que la pifió con Penny Hill? Ella no lo abandonó. Ni siquiera estaba trabajando el año que él y Shane vivieron en casa de los Young. Otra persona descuidó a esos niños. Otra persona tiene la culpa.

– Por tanto, otra persona debe pagar -murmuró Reed, comprendiendo su plan.

La sonrisa de Spinnelli fue ampliándose lentamente.

– Me gusta. Podríamos hacerle salir de su escondite.

– Tendríamos que crear un asistente social falso para hacer de blanco -dijo Mia-. Y para eso necesitaríamos la colaboración de Servicios Sociales.

– Déjamelo a mí -dijo Spinnelli.

– Y -añadió Mia, ampliando también su sonrisa- tendríamos que filtrarlo a la prensa. Sin querer, claro. Y no me gustaría mentirles a los buenos periodistas.

– Naturalmente que no -convino con ironía Spinnelli-. ¿Wheaton, entonces?

– Oh, sí. Tendré que facilitarle algunos datos, como el hecho de que Kates está enfadado porque de niño lo abandonaron en un hogar de acogida. Wheaton se encargará de escarbar. Podría ponerse feo.

– Ese tipo ha matado a once personas en mi jurisdicción -repuso Spinnelli con gravedad- y cinco en otros lugares, además de todas esas violaciones. Quiero que le paren los pies. Filtra la historia. Desvela su móvil. No menciones al hermano muerto ni el expediente extraviado. Trataremos de resolver ese asunto internamente.

– Wheaton dijo que emitiría el reportaje sobre Kelsey esta noche a las seis, Marc -dijo Mia.

Spinnelli asintió.

– ¿Te ves capaz de arrastrarte y suplicar, Mia?

– Desde luego que sí. Wheaton creerá que tiene la mejor exclusiva desde Garganta Profunda.

– Luego solo nos quedará aguardar a que Kates venga a nosotros -concluyó Reed.

Mia asintió con satisfacción.

– Y entonces viviremos felices para siempre.


Domingo, 3 de diciembre, 11:15 horas

Mia se acercó a la mesa de Wheaton en actitud belicosa. Wheaton había insistido en quedar en el mismo local donde se había visto con Reed unas noches antes.

Contempló con desaprobación la indumentaria de Mia.

– Esperaba verte más arreglada.

Mia miró deliberadamente su escotada blusa.

– Lo mismo digo.

La sonrisa de Wheaton era felina.

– Detective, eso es impropio de una persona adulta.

– También lo fue enviarme ese vídeo. Y las dos sabemos que no fue un error, así que corta el rollo. -La señora sentada a la mesa de al lado le lanzó una mirada hostil.

– Si has terminado ya de ahuyentar a la clientela -repuso Wheaton, arrastrando las palabras-, dime qué quieres.

Mia levantó el mentón.

– No emitas el reportaje sobre mi hermana.

– Ah. -Wheaton sonrió mientras untaba mantequilla en su tostada-. Me estaba preguntando cuánto tardarías en pedírmelo. El caso es que el reportaje está programado para esta noche, al mismo tiempo que 60 minutos.

Mia apretó los dientes.

– Si emites ese vídeo pondrás a mi hermana en peligro.

– Eso no debe preocuparme. Soy periodista.

Mia dejó que sus ojos chispearan.

– Muy bien. ¿Y si tuvieras otra historia? ¿Una historia aún mejor? Más actual, algo que nadie sabe aún.

Wheaton se mostró interesada.

– ¿Una exclusiva?

Mia cerró los ojos y arrastró la palabra por la lengua.

– Sí.

– ¿De qué se trata?

– Dime que no sacarás a Kelsey.

– No puedo. -Wheaton se inclinó hacia delante y descansó el mentón sobre la palma de la mano, mostrando su perfecta manicura. Los ojos le brillaron-. Tú primero.

Fingiendo solo en parte, Mia inspiró hondo. «Te odio. No sabes cuánto te odio».

– La segunda víctima, Penny Hill, fue un error. Nuestro hombre se equivocó de objetivo.

Wheaton entornó los ojos.

– ¿Quién era el verdadero objetivo?

Mia apretó la mandíbula. Titubeó.

– No… No puedo hacerlo. Sacar eso a la luz sería como apuntar a esa persona con una pistola. No me importa lo que… -Se levantó-. No puedo.

Wheaton se reclinó en su silla y miró fríamente a Mia.

– He conseguido una foto actual de Kelsey. La antigua no le hacía justicia, y a las mujeres nos gusta salir guapas en las fotos. Por lo menos a la mayoría.

Mia se inclinó como si estuviera reprimiendo el impulso de abalanzarse sobre Wheaton, las manos en forma de garra. Luego, recobrando la calma, se metió las manos en los bolsillos.

– Eres el diablo.

Wheaton se encogió de hombros.

– Podemos ayudarnos mutuamente. Tú decides, detective. En cualquier caso, yo seguiré teniendo un excelente reportaje.

Mia cerró los ojos.

– Milicent Craven -dijo entre dientes.

– Cuéntame por qué Kates está haciendo esto.

Mia abrió los ojos y puso cara de avergonzada.

– Penny Hill lo colocó en un hogar de acogida hace muchos años. Después la hirieron y estuvo de baja hasta que se recuperó. El expediente de Kates fue transferido a Craven, que nunca se preocupó de comprobar si el muchacho estaba bien. Kates tuvo una mala experiencia en esa casa. Es un tema de venganza. Pero Kates se vengó de la persona equivocada.

Wheaton permaneció callada tanto rato que Mia empezó a pensar que no se había tragado el anzuelo. Entonces asintió.

– De acuerdo. Si esto sale bien, tu hermana no saldrá en el programa de esta noche.

Mia asintió bruscamente y se dio la vuelta.

– Otra cosa, detective Mitchell. -Mia se giró de nuevo y encontró a Wheaton sonriendo como el gato que se ha zampado el canario-. Nos veremos nuevamente la semana que viene. Mismo asunto.

La muy zorra.

– Eso es extorsión -murmuró Mia, en un tono tan bajo que los demás clientes no pudieron oírla.

– Qué palabra tan fea. Yo prefiero llamarlo asociación. ¿Qué me dices?

– Vale.

Mia giró sobre sus talones, se marchó, subió al coche y tras asegurarse de que nadie la seguía, se detuvo detrás de la furgoneta policial estacionada una manzana más abajo. Entró y se sentó al lado de Reed. Jack tenía los auriculares puestos y estaba viendo de nuevo la cinta.

– Casi no pillo lo de la extorsión -protestó Jack.

Mia se quitó el micrófono que llevaba oculto debajo de la camiseta.

– Lo siento. No quería gritar.

Reed enarcó las cejas.

– Pensaba que ibas a arrastrarte y suplicar.

– Wheaton no se lo habría tragado. La odio demasiado, y además no es mi estilo. ¿Crees que eso es suficiente para que Patrick consiga una acusación contra ella?

– Eso espero -dijo Jack-. De lo contrario, Wheaton seguirá subiendo la apuesta, haciendo reportajes que pongan en peligro a policías y sus familias a fin de sacarles información. No sabemos si lo ha hecho antes con otros policías que no tuvieron el valor de decir no.

– O el respaldo -dijo Mia con voz queda-. Me alegro de que hayan trasladado a Kelsey.

Jack procedió a desconectar su equipo.

– Es domingo. Llevaré la cinta a la oficina y luego me iré a casa para estar con mi esposa y mis hijos. Lo he pasado muy bien, pero ahora me largo.

Mia sonrió.

– Saluda a Julia de mi parte y dale un beso al bebé.

Jack sonrió.

– También le daré uno a Julia. Ahora marchaos, para que pueda terminar con esto.

Mia y Reed se apearon de la furgoneta y Mia contempló el cielo.

– Hace sol.

– El clima ideal para limpiar los destrozos de un incendio -dijo con ironía Reed.

Mia sonrió.

– Tengo cosas que hacer, pero iré a ayudarte en cuanto termine. Después nos organizaremos para esta noche. Podría ser el final.

Reed la vio alejarse en su pequeño Alfa. Lo había sacado del taller del departamento esa misma mañana, con las ventanillas reparadas. El capó todavía tenía un impacto de bala. Mia vivía con el peligro a diario y no permitía que eso le afectara.

Si entre ellos había algo, si la relación iba a más, él mismo tendría que aprender a vivir con ese peligro. Ahora entendía cómo se había sentido Christine cada vez que acudía a un incendio. Suspiró. Y hablando de incendios, tenía uno que limpiar.


Domingo, 3 de diciembre, 17:15 horas

– ¿Qué has hecho? -Dana salió de la casa mientras Mia luchaba con la enorme caja que un amable dependiente le había atado al maletero del Alfa. Había cordel por todas partes.

– El viernes cobré, así que he ido de compras. Me he comprado un abrigo, algunos libros y esta monstruosidad. -Miró a Dana-. Lamento lo de anoche.

– Yo también. Quería contarte lo del bebé, pero últimamente has estado un poco baja de ánimos.

– Sí. Bueno, ayúdame a sacar esto. -Cortó el cordel con sus llaves, trasladó la caja hasta la cocina y la dejó sobre la mesa-. Ábrela.

Ethan apareció en el umbral, descalzo y con la camisa desabotonada, y Mia solo pudo pensar que Reed estaba mil veces mejor. Sobre todo sin el anillo. Eso, decididamente, incrementaba su atractivo sexual.

– Hola, Mia -dijo mientras Dana desgarraba el envoltorio.

– Hola, Ethan. Espero no haber interrumpido nada.

Ethan sonrió.

– Qué va. Demasiados niños en la casa. Aunque lo he intentado.

– Oh, Ethan, mira esto. -A Dana se le llenaron los ojos de lágrimas-. El primer regalo para nuestro bebé.

Mia se removió incómoda.

– Es una sillita para el coche. No hace falta que te pongas a llorar como una Magdalena.

– Son las hormonas -le confió Ethan en un susurro audible, y besó a Mia en la mejilla-. Gracias. -Sonrió y Mia supo que comprendía.

Dana se enjugó las lágrimas.

– Hay alguien aquí que a lo mejor te gustaría ver.

«Jeremy».

– Déjame adivinar. Está delante de la tele.

La sonrisa de Ethan se desvaneció.

– Documentales del Canal de Historia toda la tarde. Apenas ha abierto la boca, lo cual es comprensible teniendo en cuenta que acaba de perder a su madre.

– Confiaba en que ya estuviera aquí. Le he traído algo. Pero, antes que nada, quiero que mantengáis los ojos bien abiertos. El tipo que mató a su madre incendió anoche la casa de Reed.

Dana y Ethan se miraron.

– ¿Hay heridos? -preguntó Dana.

– No. Creemos que fue una venganza o una maniobra de distracción, como cuando me disparó a mí. En cualquier caso, dudo mucho que vaya en busca de Jeremy, pero…

Ethan asintió con la mandíbula apretada.

– Estaré alerta, no te preocupes.

– Viniendo de un ex marine, es más que suficiente. -Mia entró en la sala de estar y se sentó al lado de Jeremy-. Hola, chaval.

Jeremy se volvió para mirarla.

– Ha vuelto.

A Mia se le encogió el corazón.

– Pues claro. Prácticamente vivo aquí. Dana es mi mejor amiga.

– ¿Lo ha cogido?

– No, y he venido aquí para verte a ti. Te he traído algo. -Introdujo una mano en la bolsa de la librería y le tendió un libro sobre aviones grande y lustroso.

Jeremy abrió los ojos como platos y cogió el libro, pero no lo hojeó.

– Gracias. -Se volvió de nuevo hacia el televisor-. Este documental trata sobre la antigua Grecia.

– Lo sé, lo vi anoche. -Mia se recostó en el sofá y pasó un brazo por los hombros de Jeremy-. Pero siempre pesco mucho más la segunda vez.


Ya era hora. Había esperado a Mitchell todo el puñetero día. Puso los ojos en blanco. Había estado de compras. En cierto modo, esperaba otra cosa de una mujer que llenaba su despensa de tartaletas. Pero ya estaba allí. Se adentró en la zona arbolada que separaba la casa de Dana del resto de las casas de la calle. Quería verla por dentro, estudiar el terreno por si Mia decidía pasar allí la noche.

Miró por los prismáticos. Podía ver el interior de la sala de estar, más o menos. Bien. Bajó los prismáticos, parpadeó con vehemencia y los subió de nuevo. Era doble o nada, y había conseguido doble. Por fin. Pues sentado al lado de Mitchell, con la cabeza apoyada en su hombro, estaba Jeremy Lukowitch. Si no estaba con su madre, significaba que Yvonne estaba muerta o muy enferma, por lo que el cambio de pastillas había funcionado. Y si estaba muerta o muy enferma, significaba que el muchacho era la persona que lo había delatado. «Debí matar a ese mocoso cuando tuve la oportunidad».

Empezó a elaborar un plan. Le quedaban tres huevos y sabía exactamente qué hacer con ellos. Su estómago protestó. Pero primero tenía que comer algo y dormir.


Domingo, 3 de diciembre, 18:15 horas

El bigote y la peluca le otorgaban cierto anonimato. El suficiente para poder entrar en una cafetería y comer algo sin correr riesgos. Por culpa de Mitchell, no podía enseñar la cara en ningún lugar de Chicago. Miró con expresión ceñuda el televisor situado detrás de la barra. Su foto volvía a salir en las noticias. Reprimiendo el impulso de comprobar si alguien lo estaba mirando, mantuvo los ojos clavados en la pantalla. La reportera estaba hablando de Penny Hill.

«Action News ha sabido hoy que la señora Hill no fue la asistente social que llevó el caso de acogida del señor Kates. Un desgraciado accidente la tuvo de baja por invalidez durante un año, tiempo que Milicent Craven estuvo a cargo del caso, descuidando al muchacho. El niño vivió en un entorno de abusos sin que nadie respondiera a sus gritos de socorro. Ahora Penny Hill está muerta. No hemos conseguido hablar con la señora Craven. Andrew Kates sigue siendo una víctima más de unos Servicios Sociales demasiado inundados de burocracia para poder atender debidamente a los niños cuyas vidas dependen de ellos. Los mantendremos informados sobre esta noticia de última hora. Les habla Holly Wheaton, de Action News».

El destino le había impedido hacer justicia con Laura Dougherty. No permitiría que se lo impidiera de nuevo.

Pero el momento era interesante. Mitchell había demostrado ser mucho más lista de lo que imaginaba. Podía tratarse de una trampa. Comprobaría la identidad de Craven. Si realmente existía, entonces actuaría.


Domingo, 3 de diciembre, 18:20 horas

Spinnelli apagó el televisor de la sala de reuniones.

– Buen trabajo, Mia.

– Me gustaría dar las gracias a la Academia… -La detective sonrió-. ¿Y ahora qué?

– Ahora quiero que conozcáis a Milicent Craven. -Spinnelli le abrió la puerta a una mujer de edad madura y pelo canoso. Entró y tomó asiento.

Reed se inclinó hacia ella. Aparentaba cincuenta años, pero probablemente no era mayor que Mia.

– Cuando tenga cincuenta años, ¿podrá hacer que vuelva a aparentar treinta? -preguntó, y la mujer sonrió.

– Le daré mi tarjeta.

Spinnelli también sonrió.

– Os presento a Anita Brubaker. Se halla en una operación secreta y está a punto de volver al mundo real. Lleva dos años viviendo como Milicent Craven en la dirección que aparece en la guía telefónica. Sus vecinos solo saben que trabaja para el estado.

– O sea que usted es el cebo -dijo Mia-. ¿Está de acuerdo?

– Sí. Estaré en la casa cada noche hasta que lo atrapemos. Después, ya no necesitaré una identidad falsa, así que todos contentos.

– Salvo Andrew Kates. -Spinnelli hizo un bosquejo del barrio en su pizarra blanca-. Esta es la casa de Craven. Mia, os quiero a ti y a Reed aquí, Murphy y Aidan aquí, y Brooks y Howard aquí, en vehículos camuflados. Tendré coches patrulla apostados en puntos clave. Hemos alertado a Servicios Sociales de que si alguien telefonea preguntando por Milicent Craven, lo pasen a un buzón de voz que hemos preparado. Si Kates o la prensa llaman, obtendrán una confirmación de que existe.

Miró a los presentes.

– ¿Alguna pregunta? -Todos negaron con la cabeza-. Entonces en marcha. Mañana a esta hora quiero a Andrew Kates detenido.

Stacy asomó la cabeza.

– Disculpe, pero ha llegado un hombre que dice que necesita hablar con la persona que lleva el caso Kates. Dice que se llama Tim Young.

Todas las miradas se clavaron en Reed, que se encogió de hombros.

– Tennant debía llamarme cuando Young llegara a Indianápolis. Está claro que no lo hizo.

– Que pase. -Spinnelli se levantó con los brazos cruzados sobre el pecho-. Esto promete.

Tim Young entró con andar lento y pesado. Tenía unos veinticinco años. Llevaba su traje, de color gris, arrugado y la cara oscurecida por una barba de varios días.

– Soy Tim Young, el hermano de Tyler Young.

– Siéntese, por favor. -Spinnelli señaló una silla-. Stacy, llama a Miles Westphalen. Dile que venga cuanto antes. Explícale el motivo.

Cuando Stacy se hubo marchado, Spinnelli se sentó a la cabecera de la mesa.

– No lo esperábamos.

Young miró a su alrededor, asimilando cada rostro.

– He tenido que cambiar de planes en O'Hare. Mientras esperaba mi vuelo para Indianápolis he visto el periódico. He salido del aeropuerto y he tomado un taxi directamente hasta aquí. Andrew Kates es un nombre que llevo diez años intentando olvidar.

– ¿Por qué? -preguntó Mia.

– Andrew y Shane fueron colocados con mi familia hace diez años. Andrew tenía trece y Shane nueve. Yo tenía quince y estaba contando los días que me faltaban para acabar el bachillerato y poder marcharme. Mi padre tenía una granja. Le gustaba tener niños de acogida porque representaban otro par de manos. Mi madre lo aceptaba porque hacia todo lo que él decía. Mi hermano mayor, Tyler… -Soltó un suspiro-. Era malo.

– Abusaba de los niños -dijo suavemente Mia-. ¿Y de usted?

Había dolor en sus ojos.

– Hasta que fui lo bastante mayor para resistirme. Tyler solía decir, riendo, que le gustaban los chicos lo bastante jóvenes para ser flexibles pero lo bastante mayores para oponer resistencia. Sabía retirarse cuando su presa crecía demasiado. Normalmente, ningún niño se quedaba tanto tiempo.

– ¿Lo sabían sus padres? -preguntó Mia.

– No lo sé. Nunca supe si lo sabían o si a mi padre le habría importado de haberlo sabido. Mi madre habría mirado hacia otro lado. Supongo que no pueden entenderlo.

Mia parpadeó levemente y Reed supo que lo entendía demasiado bien.

– ¿A qué edad los iniciaba Tyler? -preguntó.

– A los diez. -Young torció el gesto-. Pero con Shane estuvo a punto de hacer una excepción. Shane era un niño atractivo y había pasado ya por eso. Tyler siempre se daba cuenta.

– El marido de su tía había abusado de él -explicó Reed.

– Como he dicho, Tyler siempre se daba cuenta. Le decía en broma a Andrew que haría una excepción con Shane, únicamente para enfurecerlo. Entonces lo tomaba a él. Pero Tyler tenía sus normas y métodos. Les hacía daño a los mayores y contaba la edad de los más pequeños. Contaba del uno hasta la edad que tenían, se relamía los labios y decía: «El día que llegues a diez, serás mío». Shane tenía nueve años. Tyler contaba hasta nueve y, riendo, le decía a Andrew que Shane pronto cumpliría los diez. «Cuenta hasta diez, Andrew», decía. Y se echaba a reír.

– Eso explica muchas cosas -dijo Mia-. ¿Qué ocurrió cuando Shane cumplió diez años?

– Andrew estaba desesperado. Había intentado huir con Shane por lo menos una docena de veces, pero la policía siempre los devolvía. Le suplicó a mi madre que hiciera algo, pero ella le dijo que no inventara historias. La odiaba. Sé que Andrew había intentado provocar algunos incendios en el sótano con periódicos que metía en el cubo de la basura. Quería que lo pillaran. Quería que alguien de Servicios Sociales viniera y se los llevara antes de que Shane cumpliera diez años. Cualquier lugar sería mejor que nuestra casa.

– Y usted, ¿qué hacia? -pregunto Reed.

Young soltó una risa amarga.

– Nada. Llevo años viviendo con eso. No solo por Andrew y Shane, sino por todos los demás. Muchos más. Pero a ustedes les interesa Shane.

– Por el momento -dijo Mia-. Nos ocuparemos de los demás más tarde. Háblenos del décimo cumpleaños de Shane. Fue el día del incendio, el día que Shane murió.

Young respiró hondo.

– El día que Shane cumplía diez años, Tyler… hizo lo suyo. Nada más levantarse. Shane estaba… -Se estremeció-. La cara de ese muchacho, todavía puedo verla. Tan solo era un niño. Estaba sangrando, pero Tyler lo limpió y nuestra madre lo envió al colegio. Esa tarde Andrew se marchó antes del colegio. Yo lo vi salir. -Levantó un hombro-. Andrew fue meticuloso. La casa ardió por completo. Pero ignoraba que Shane también se había marchado antes del colegio. Más tarde la enfermera dijo que a Shane le dolía la barriga. Más tarde la gente dijo muchas cosas. En realidad, nadie sabía nada.

– Andrew empezó el fuego en el cubo de basura -dijo quedamente Reed, y Tim Young asintió.

– En un cubo de basura en la sala de estar, y luego se marchó. Regresó poco después y se hizo el sorprendido. Él sabía que yo lo sabía. Pensó que lo delataría, pero guardé silencio, como hacía con todo lo demás. Entonces los bomberos encontraron a Shane. Cuando lo sacaron de la casa parecía un muñeco de trapo. Estaba muerto. Andrew se quedó petrificado y entró en estado de shock.

»Los asistentes sociales llegaron y se lo llevaron. Algunos agentes me interrogaron y les mentí. Les dije que Andrew no pudo hacerlo porque estaba en el colegio. La autopsia desveló que Shane había sido sodomizado, pero nadie dijo nada y, con el tiempo, la vida siguió su curso. Reconstruimos la casa, yo acabé el bachillerato, me marché del pueblo y nunca miré atrás.

– ¿No supo nada más de Andrew? -preguntó Mia, más amable ahora.

– No. Aunque apenas pasa un día que no piense en él o en los demás.

– Andrew siempre salva a los animales -comentó Reed-. ¿Sabe por qué?

– Sí. Teníamos un perro. -Sonrió con tristeza-. Un chucho viejo y afectuoso. Cuando Tyler acababa con Andrew, Andrew se escondía en el granero. Lo encontré varias veces acurrucado contra el viejo chucho. Pero nunca lloraba. Simplemente acariciaba al perro; era un milagro que aún le quedara pelo. El día del incendio el viejo chucho estaba en el cuarto de Shane. También murió.

– ¿Nunca le contó nada al sheriff las veces que lo pillaban huyendo? -preguntó Spinnelli.

Tim esbozó una sonrisa irónica.

– ¿Se refiere al sheriff Young, mi tío?

Spinnelli lo miró con gravedad.

– Entiendo.

– Hay algo que me intriga, Tim -dijo Mia-. Dijo que ese día mintió y le dio a Andrew una coartada. No obstante, ¿cómo es posible que sus profesores o compañeros no reparasen en su ausencia?

– Buena pregunta -respondió Tim-. Verá, Tyler también era un matón en el colegio. Todos los niños lo sabían, y también los profesores. La maestra de Andrew al final de ese día de colegio habría sido la señorita Parker, una mujer joven y bonita que le tenía pánico a Tyler. Nadie «echó de menos» a Andrew ese día. -Tim suspiró-. A lo mejor, si lo hubiéramos echado de menos, nada de eso habría sucedido.

– No creo que pueda saber qué habría sucedido, Tim -dijo suavemente Reed.

– Tal vez no. Llevo todos estos años, desde que me fui de casa, intentando compensar lo que hice. Y lo que no hice. Ahora me toca hacer frente a mi parte de culpa en todo esto. No podré ser libre hasta que haya llevado a cabo algún tipo de resarcimiento, tanto legal como moral. Haré lo que me pidan.


Domingo, 3 de diciembre, 20:35 horas

Mitchell se creía muy lista. «Yo soy más listo que ella». Se acercó al coche de Penny Hill y sacó el maletín de debajo del asiento. Ahora se alegraba de haberlo olvidado allí. Si lo hubiera enterrado en el jardín, ahora estaría en posesión de Mitchell.

«Poli de mierda, pensaba que podía engañarme». Había encontrado la dirección de Milicent Craven con facilidad. Había llamado a Servicios Sociales y la operadora le había pasado a su buzón de voz. Fue una suerte que volviera a llamar cuando la operadora estaba ocupada con otra llamada. Bueno, suerte no. Fue el instinto. Sabía que parecía demasiado bonito para ser verdad. Cuando la operadora estaba ocupada, las llamadas eran desviadas a una línea automatizada. «Por favor, introduzca las primeras letras del apellido de la persona». Y eso hizo. Tres veces. Y las tres veces recibió la misma respuesta: «Ningún apellido coincide con las letras que ha introducido. Por favor, vuelva a intentarlo».

Así que Milicent Craven sonaba sospechosa. Probablemente fuera una impostora. Pero por si acaso se equivocaba, buscaría en las pertenencias de Penny Hill. La noche que la mató le habían organizado una fiesta de jubilación. Había regalos y tarjetas. Si Milicent Craven existía, tal vez firmara una de ellas. Tal vez su nombre apareciera en la agenda de Hill. Necesitaba saberlo.

Se sentó en el asiento y procedió a examinar el contenido del maletín. Estaba lleno de papeles y expedientes, pero entre todos ellos destacaba una carpeta con una etiqueta, Shane Kates.

Después de unos instantes, el corazón empezó a latirle de nuevo. Abrió la carpeta y contempló la foto que había dentro. Hacía nueve años que no miraba la cara de su hermano. Era un niño guapísimo. Demasiado guapo. Una tentación demasiado fuerte para pervertidos como el novio de su tía y Tyler Young. Ellos lo habían matado. Cada uno de ellos había matado a Shane.

Y todos estaban muertos. Penny Hill no era inocente. Tenía el expediente de Shane. Había sabido dónde estaba todo ese tiempo, todos esos meses infernales en casa de los Young.

Mitchell había mentido. No existía ninguna Milicent Craven. Había mentido para hacerle salir de su escondite. Era tan maquinadora como las demás mujeres. Y debía sufrir por ello.

Debía morir por ello, como Penny y Brooke y Laura y su tía.

Seguro que estaban vigilando la casa de Milicent Craven. En cuanto entrara, sería hombre muerto. De modo que no entraría. Y dominaría el juego. Mantendría el plan original. Haría que Mitchell viniera a él. Y luego la mataría. La vería arder.

Pero primero dormiría. Seguro que ella se pasaba toda la noche delante de la casa de Craven, esperándolo. «Mañana ella estará cansada y yo estaré fresco como una rosa».


Lunes, 4 de diciembre, 00:45 horas

– Despierta, Reed. -Mia le dio un codazo en la penumbra del coche. Estaban haciendo guardia, esperando a Kates. Anita Brubaker estaba dentro de la casa, armada hasta los dientes, mientras los coches camuflados vigilaban desde todos los ángulos. Si Kates se acercaba, lo sabrían.

– No estoy dormido -murmuró, volviéndose hacia ella-. Ojalá lo estuviera.

– Pobrecillo. Esta tarde has trabajado duro, limpiando tu casa.

Reed entornó los ojos.

– Dijiste que vendrías a ayudar.

– Es cierto… solo que más tarde. He ido a ver a Jeremy.

La mirada de Reed se ablandó.

– Te estás encariñando con ese chico.

Mia levantó el mentón.

– ¿Tan malo es eso?

– No, si no tienes intención de desaparecer. Habrá muchas personas que desaparezcan de su vida en años venideros. A ese chico no le espera una vida fácil.

Mia recorrió la zona con la mirada y al no ver nada extraño, se concentró de nuevo en Reed.

– Ojalá pudiera llevármelo a casa. Pero no puedo, no es un gato. Y ni siquiera tengo casa.

– Por eso lo has instalado con Dana. Es la segunda mejor opción. Has hecho bien, Mia. -Reed se reacomodó en su asiento con una mueca de dolor-. ¿De dónde ha sacado Spinnelli este coche? ¿De Yugoslavia?

Mia rio.

– No podíamos utilizar el tuyo. Kates lo conoce.

– Y cinco minutos en tu coche y tendría que ir a rehabilitación.

– Oye, que es un clásico. Yo no tengo la culpa de que seas demasiado grande.

– No lo entiendo, Mia. Esperas a cobrar para comprarte un abrigo, y muy bonito, por cierto, mucho mejor que el otro, pero tienes dinero suficiente para un coche deportivo.

– La mayor parte de mi dinero se lo lleva el abogado de Kelsey. Cada vez que estamos a punto de conseguir la condicional sube sus honorarios, por eso este mes he ido algo justa. Además, el coche no me salió tan caro. Necesitaba algunas reparaciones y David me lo consiguió por un buen precio. Había roto con Guy y quería algo que me levantara el ánimo, así que tiré la casa por la ventana. David lo arregló y mantiene contento el motor.

Reed frunció el entrecejo.

– Mia. -Titubeó-. En cuanto a Hunter…

– Amigos, solo amigos. Siempre hemos sido amigos, nada más.

No parecía muy convencido. Mia suspiró.

– Oye, te he contado todos mis secretos, pero no voy a contarte los de Hunter. Habría sido más fácil para los dos que nos hubiéramos querido, pero no fue así.

– Anoche estuviste con él.

Mia levantó un hombro.

– Supongo que me apetecía estar con otra persona ya que no podía tener a quien quería. -Sonrió-. Pero las cosas cambian.

Reed sonrió a su vez.

– Es cierto.

– Olvidé preguntártelo. ¿Ganó Beth el concurso de poesía de anoche?

– La primera en su grupo de edad.

– ¿Te ha leído su poema?

Reed negó con la cabeza.

– No hemos hecho las paces hasta ese punto.

– Deberías pedirle que te lo lea. Es bueno.

Reed arrugó el entrecejo y contempló las sombras por la ventanilla.

– Christine escribía poesía.

Mia pensó en el cuaderno de poemas que había encontrado. «Aquí tienes mi corazón».

– ¿En serio?

– Nos conocimos en la universidad. Yo estaba siguiendo un curso de literatura y la poesía era para mí como chino. Me vio fruncir el entrecejo y me dijo que si la invitaba a una taza de café me lo explicaría todo.

– Y eso hizo.

– Ajá. Luego me leyó sus poemas y fue como… como escuchar ballet. Christine trajo belleza a mi vida. Me había vuelto un hombre disciplinado en el ejército, me saqué una carrera, me convertí en un hijo del que los Solliday estaban orgullosos, pero no sabía crear belleza. Christine lo hizo por mí.

Mia tragó saliva.

– Yo no puedo hacer eso por ti, Reed. No tengo ese don.

– No para cintas y lazos, es cierto, pero anoche me di cuenta de que me haces feliz. -Se volvió y la miró-. ¿Hay algo más bello que eso?

Conmovida, Mia no fue capaz de responder.

– Reed.

Los labios de Reed se curvaron mientras se reclinaba de nuevo en su asiento.

– Además, tienes unos pechos estupendos, así que cada vez que extrañe las cintas y los lazos, me dedicaré a mirarlos.

Mia rio.

– Eres un hombre terrible que hace rimas terribles.

– Nunca he dicho que fuera poeta.

«Pero tiene alma de poeta». Christine había sido su alma gemela. Se preguntaba si cada persona tenía una sola alma gemela. Confiaba en que no.

Al cabo de unos minutos, Reed suspiró.

– Mia, mientras escuchaba a Young me ha venido una pregunta a la mente. Quizá te suene cruel, pero no es esa mi intención. Es solo que no sé de qué otra forma preguntártelo.

Mia arrugó la frente.

– Pregunta.

– Creciste entre policías. ¿Por qué nunca le contaste a ninguno lo de tu padre?

– No imaginas la de veces que me he hecho esa misma pregunta, sobre todo cuando Kelsey ingresó en prisión. Cuando era niña estaba demasiado asustada. Luego, cuando empecé a ir al instituto, pensaba que nadie me creería. Mi padre era un agente de policía respetado. Más tarde, cuando me hice poli, sentía… vergüenza. Pensaba que la gente se compadecería de mí si se enteraba, que les parecería débil y perdería su respeto. Luego, cuando Kelsey finalmente me contó la verdad, me sentí culpable. Y ahora que está muerto, ya no tiene mucho sentido contarlo.

– Se lo contaste a Olivia -repuso Reed, y Mia hizo una mueca de dolor.

– Y mira lo que conseguí. No quería que se sintiera rechazada. Debí mantener la boca cerrada. Cuando todo esto termine, iré a Minneapolis a hablar con ella.

– ¿Quieres que te acompañe?

Mia lo miró con detenimiento. No había compasión en sus ojos. Solo respaldo.

– Sí, me gustaría.

Reed sonrió.

– Has aceptado mi ayuda. Vamos progresando. Ahora, hablemos de tus zapatos.

Mia sonrió.

– Cuidadito, Solliday. -La detective recuperó la seriedad-. Y gracias.

La mirada de Reed se tornó apasionada.

– De nada. Y ahora creo que deberíamos cambiar de tema, porque se me está haciendo difícil no acariciarte. -Se acomodó de nuevo y miró por la ventanilla-. Ojalá venga ese hijo de puta. Estoy deseando acabar con esto.


Lunes, 4 de diciembre, 7:55 horas

Mia estaba sentada frente a su mesa.

– No puedo creerlo.

Reed bostezó.

– O no vio a Wheaton o nos descubrió.

Kates no se había tragado el anzuelo.

– Mierda -gruñó Mia-. ¿Y ahora qué?

– Nos reunimos y después regresamos al hotel y dormimos un poco. No daremos con él si no estamos descansados.

– A lo mejor ha ido en busca de Tim Young.

– Hemos alertado al Departamento de Policía de Santa Fe -repuso Reed, y enderezó la espalda-. Qué interesante.

Mia se dio la vuelta y meneó la cabeza. Lynn Pope, de Chicago on the Town, se acercaba en ese momento con cara de ofendida. «Mierda».

– Lynn -dijo Mia.

– Mia, seré breve. Ayer te reuniste con Holly Wheaton y por la noche Wheaton apareció con esa gran exclusiva. ¿Por qué? Tú detestas a Wheaton.

Mia la miró directamente a los ojos.

– Es cierto. -Ladeó la cabeza y le sostuvo la mirada, hasta que Pope comprendió y suspiró hondo.

– Oh. Y no funcionó.

– Exacto. Oye, Lynn, cuando esto haya terminado, te llamaré. -Una de sus neuronas se disparó de repente y la idea le hizo sonreír-. Espera. -Caminó hasta Solliday, le susurró algo al oído y él asintió-. Lynn, investiga a un tipo llamado Bixby. Dirige un lugar llamado el Centro de la Esperanza. Es un centro de menores. Puede que tengas que escarbar un poco.

Pope esbozó una gran sonrisa.

– Lo haré. Llámame cuando todo esto haya terminado. Y ten cuidado.

– Lo tendré. -Mia se inclinó sobre la mesa de Solliday-. Hará un buen trabajo.

Pero él no estaba escuchando.

– Por ahí viene el segundo plato -dijo, y Mia se volvió de nuevo.

Margaret y Mark Hill debían de haberse cruzado con Lynn Pope en el ascensor. Ambos hermanos tenían la misma expresión de determinación.

– Señor Hill, señorita Hill, ¿cómo están?

– ¿Lo han atrapado? -preguntó Margaret.

– No, pero estamos a punto. ¿Qué hacen aquí? -A Mia se le hacía extraño ser ella la que hiciera esa pregunta.

Mark Hill sacó un sobre del bolsillo de su abrigo.

– El abogado de nuestra madre leyó su testamento el sábado y nos entregó esto. Estuvimos todo el día de ayer preguntándonos si debíamos dárselo o no. Pero queremos que encuentren al asesino de nuestra madre, de modo que aquí lo tiene.

Mia cogió el sobre y leyó la carta que contenía.

– Vaya. -Se la pasó a Reed, que meneó la cabeza en silencio-. Intentaremos mantener el nombre de su madre fuera de esto. Gracias. Los llamaré en cuanto lo atrapemos. -Los Hill se marcharon, Mark rodeando a su hermana con un brazo. Margaret se apoyó en él-. Supongo que han aclarado las cosas.

Reed se levantó.

– Eso parece. Vamos, Mia, es la hora de la reunión.

Murphy y Aidan ya estaban en la sala. Spinnelli frunció el entrecejo cuando entraron.

– Llegáis tarde. -Mia le entregó la carta y Spinnelli la leyó mientras se sentaba-. Vaya.

– ¿Qué es? -preguntó Murphy.

– Un carta de Penny Hill -dijo Mia- donde explica qué sucedió cuando regresó al trabajo nueve años atrás. Revisó sus expedientes y encontró el de Shane enterrado debajo de otras carpetas. Al parecer, los muchachos no habían sido asignados a ningún asistente social. Entonces se enteró de que Shane había muerto y Andrew había sido trasladado a otro hogar. Fue a ver a su supervisor, quien le dijo que destruyera el expediente. Ella lo amenazó con recurrir a las altas esferas y él le dijo que si lo hacía la despedirían. Tenía facturas de hospital que pagar, así que calló.

– Esta carta la escribió hace seis años -prosiguió Spinnelli-. El sentimiento de culpa la atormentaba y tenía pesadillas. Selló la carta y se la entregó a su abogado para que la guardara. Yo me encargo de esto. -Respiró hondo-. ¿Por dónde íbamos?

– O no vio las noticias o nos descubrió -dijo Mia.

– Eso ya lo he deducido yo solo -repuso gravemente Spinnelli-. ¿Qué pensáis hacer ahora?

– ¿Seguirlo hasta Santa Fe? -Frustrada, Mia se encogió de hombros-. ¿Poner a Tim Young de cebo?

Spinnelli enarcó las cejas.

– Vale.

Mia negó con la cabeza.

– Un momento, solo estaba… No podemos utilizar a un civil como cebo, Marc.

El bigote de Spinnelli descendió.

– Dijo que ayudaría. Hay que detener a Kates. Y ahora tenemos otra víctima. Mia, tu portera fue hallada muerta en el armario de un apartamento vacío de tu edificio. Le habían quitado las llaves.

Mientras Mia lo miraba boquiabierta, Jack entró con una caja.

– Kates estuvo allí. Dejó tu habitación hecha un caos, Mia. Mantas y almohadas por el suelo, ropa por todas partes.

Pese al impacto de la muerte de su portera, Mia notó que las mejillas le ardían.

– Eso no significa que haya estado en mi apartamento. La casa no es lo mío. La habitación ya estaba así.

– ¿Dejaste a la vista tu álbum de fotos?

El corazón se le aceleró.

– No. Mierda. -Jack dejó la caja sobre la mesa. Mia sacó el álbum y lo revisó con rapidez-. No soy muy organizada que digamos, pero sé lo que guardo aquí. La esquela de Bobby ha desaparecido. -De repente, el corazón se le paró en seco. Levantó la invitación de la boda de Dana-. Y también la tarjeta de agradecimiento de Dana. Kates tiene su dirección.

Spinnelli alcanzó el teléfono.

– Enviaré una unidad de inmediato.

Pero en ese momento, Stacy asomó la cabeza por la puerta.

– Marc, Dana Buchanan al teléfono. Ha preguntado por ti o por Mia. Está muy alterada.

Spinnelli conectó el manos libres.

– Dana, soy Marc Spinnelli. Estoy con Mia y con los demás. Kates tiene su dirección.

– Kates tiene a Jeremy -dijo Dana. Su voz sonaba desesperada-. ¡Mia!

A Mia se le heló la sangre. Se levantó lentamente, temblando.

– ¿Cómo? ¿Cómo ha podido llevarse a Jeremy?

– Déjame hablar con ella. -Al otro lado de la línea se oyó cómo el teléfono cambiaba de manos-. Mia, soy Ethan. Estamos en el colegio de Jeremy. Hemos venido esta mañana temprano para matricularlo. Jeremy ha ido a su aula mientras nosotros firmábamos los formularios. La alarma de incendios ha sonado justo antes de que empezaran las clases, y no se trataba de un simulacro. El fuego bloqueaba una de las salidas y ha estallado el caos. Enseguida nos hemos puesto a buscar a Jeremy, pero no estaba. ¿Cómo sabía que Jeremy estaba aquí?

– Ha averiguado vuestra dirección en mi apartamento. Marc, ¿cuándo fue asesinada mi portera?

– El sábado por la tarde.

– Ethan, después de marcharme de tu casa el sábado por la noche le di esquinazo a alguien que me seguía. Pensaba que era Carmichael, pero debía de ser Kates. Seguramente ayer volvió a tu casa y vio a Jeremy. -Las rodillas le fallaron y se derrumbó en su silla-. En realidad me estaba buscando a mí. Mató a mi portera y ahora está utilizando a Jeremy para llegar hasta mí. -Soltó un suspiro trémulo-. Tranquiliza a Dana. Esto no es bueno para el bebé. Encontraremos a Kates. Y a Jeremy.

– ¿Ha habido heridos en el incendio del colegio? -preguntó Reed.

– Solo golpes y contusiones. Los profesores enseguida han controlado la situación. Dana y yo no sabíamos si obligar o no a Jeremy a regresar al colegio tan pronto, pero no podíamos permitir que siguiera pegado a la tele. Queríamos que recuperara cierta rutina. Por favor, encuéntrenlo.

Mia se frotó la frente. Kates se había llevado la esquela de Bobby.

– Creo que sé dónde está.

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