13

Ellos, también las chicas, encarnan la vida apresurada, no en vano son amigos, que se calumniarán los unos a los otros cuando, tras licenciarse, salten a los cargos como competidores. Mientras, alrededor, la vida miserable, los niños desnutridos con los dientes echados a perder, columnas vertebrales y animales vertebrados educados para morir, hacen señas a estos esquiadores y sólo pueden soñar con el oro olímpico. ¡Austria, factor exportador, deberías exportarte a ti misma, como un todo, en el deporte! Leemos en la prensa popular cuándo nosotros, pobre gente, tenemos también derecho a existir. ¡No se lamente, atrévase por fin a algo! Este pueblo no se extiende más allá de su pradera sólo para que usted se añada al montón.

Michael es el que ríe más fuerte, es también el que apunta más alto. Quizá se proponga hacerse una segunda vez con esta mujer, que está en la pendiente de sus días, quizá no. Chillando de curiosidad como un niño, saca su colgante rabo. ¿Han salido así las cosas? Las muchachas, que tan superficiales parecen en las revistas, a las que se convierte en fotografías, forman con su frente un paraguas ante la pareja que desde la nieve mira al cielo. Ríen y beben y se vuelven indescifrables. En la nieve, caídas, hay dos «litronas» y una botella de coñac. Da igual lo que hagan, se quedarán colgados en la montaña y juntos hasta que los alcance el alud. Sus esperanzas no se van a esfumar. Sus sexos aún no hierven, se pueden tomar del tiempo. Es igual. Gerti y Michael resbalan entre el griterío de sus voces interiores, hasta el maderaje del abeto. Allí se está mis tranquilo. Crean una isla en la arboleda, aquí la tenemos. Michael muestra lo poco erecto que aún está su miembro, y la vagina de Gerti está en extremo marcada bajo la seda, como si esperase subir por algún sitio a ese bote lleno de agujeros. Demonios, allá arriba en la pendiente la gente alborota como si se hubiera convertido en un único y altísimo grito. Aquí no podemos oír nada de la tonta charla del clítoris, que Gerti tan a gusto se dejaría frotar. ¡Qué jauría, probablemente la Madre Naturaleza acaba de quitarles sus pieles de plástico a las salchichitas! El órgano de validez general es mostrado a Gerti, se le arrancan las manos del rostro y el sexo. Ambos llenos a reventar de un canto iracundo, según veo. Los muchachos le sujetan las animadas manos por encima de la cabeza. En esta posición, nadie podría hacer señas a su familia desde la pantalla del televisor. La mujer se tiende hacia Michael. Su rostro se crispa lentamente, como se comunica a los circunstantes, pero habla de amor. De ciertas canciones, ésta es la mejor que tenemos para festejarnos y encarecernos. El vestido de seda le es alzado hasta el talle, y se le bajan las braguitas, de las que estaba tan satisfecha. Y ahora hacemos cosquillas a la oscuridad hasta que se derrumba sobre nosotros con estrépito. Para eso se nos ha traído a casa a los amigos, para que seamos los primeros en abrir los labios de la mujer, y hurgar en las profundidades hasta que el montoncillo de hormigas se anime. Cuando el vino alienta, bullen las letrinas de estación de la noche, en las que todo el mundo puede meterse, hacer sus aguas menores sólo porque vuelve a estar repleto. Así que ahora estas polainas, estos felpudos para nuestras cuatro patas, son abiertos brutalmente hasta que Gerti rompe a aullar. Se le concede volver a plegarla como a un prospecto, con la misma desatención, pero un dedo queremos meter, y oler también, antes de que el vagabundo se vaya del todo por el desagüe. No sabíamos lo lejos que llegaban las sombras en este ser vivo, y además por este tubo que aún estaba por descubrir, aquí, tras la puertecilla de la vergüenza, de cuyo pelo se tira, se estira y se tironea. La música pop colma los deseos de los oyentes, las piernas de Gerti son abiertas todo lo que es posible, y se le pone el walkman al oído. Así tiene que yacer, y se le tironea el coño sin consideración; es jugoso, y el marido de Gerti suele entrar y salir de él a paso rápido. Viene de lejos, lo oímos claramente. Es increíble que con esos dilatables labios se pueda hacer de todo para deformarlos de ese modo, como si ése fuera su destino. Se les puede, por ejemplo, retorcer como a una bolsa puntiaguda, y desde el altiplano la montaña se arquea fuera del vestido de Gerti. Duele, ¿es que nadie piensa en eso? Y ahora unas risas, unos pellizcos y unos golpecitos, así está bien. Estos niños se irán por el mundo, felices, y contarán sus hazañas. Ya no es posible establecer si se puede adornar un peinado de forma duradera. Gerti se ha hundido tras estas montañas, escarnecida como todo su sexo, que enchufa la corriente de los electrodomésticos, pero no puede administrar su propio cuerpo. Se hunde en la humillación como la hierba bajo la guadaña. Esta carne se divide como en un juego, se calma y cosecha aún más durante el sueño: esto concierne sobre todo a las jóvenes; al reír, sus propios dientes les desgarran el rostro. Aún no hay que aderezarles expresamente el pelo, pueden ser disfrutadas (aun estando crudas). Aman a alguien, quien sea. Igual que el águila empolla sus crías, allá arriba, casi en medio de la nada, pero ha tenido que arrastrar los huevos hasta allí. Y el viejo odia a los niños, y un pantalón se baja un poco más.

Bueno, no vayamos a ir tan lejos como para sacar con violencia lo nuestro de Gerti, nosotros que también somos esclavos. De todas formas, el viento y esta banda de amor han hecho de ella un envoltorio hinchado por encima de toda medida. Se trastabillea sin medida y sin objeto, no hay mucho que ver. No sé, pero tiene que ser ahora que Michael se muestre: su madre, y sobre todo su padre, no han escatimado en lo que concierne a su miembro. Con él camina, pero no se levanta como es debido, su sexo recién exprimido en el que flotan los cubitos de hielo. Lo agita delante de la mujer. ¿Es que ha visto usted un fantasma? Entonces, ¿por qué no se aparta y me deja ver en el vídeo a estos hombres que ahuecan coléricos sus sexos? Usted está en el banquillo, allí nadie ve sus glúteos como taburetes y sus cansados pezones de perra mientras sopla el rescoldo cuidadosamente. Avergüéncese y rocíese de cremas para borrar la diferencia entre usted y la clase de gente bondadosa (calidad A). ¡Exponga su desgracia al Señor, en el piso de arriba, pero no despierte a los muertos! Aparte de un chorrito suelto, nada sale del aguijón de Michael, los hombres han sido atraídos por él a través del campo. La montaña cuelga sobre el lago, las manos son las únicas en remar. Estas muchachas están quietas y miran, la voz deja de manar de su hendidura, echan mano a sus rizos, a su astuto sexo, que sabe atraer por sí mismo, están dispuestas a enredar a cualquiera que llegue, que han aprendido a distinguir por su peinado, su ropa y su chasis.

Con su pequeñísima pieza, Michael hace publicidad del estrepitoso comercio especializado. En la televisión, los sentidos arden en montoncitos. Están pensados como alimento para nuestra juventud, que se queda en la nieve, en el agua, sin tener que salir apenas más que para respirar. Sí, este joven es ya un pipiolo muy logrado. Pobre Gerti. Tan furiosamente examinada en la escuela de la vida. Mudos, se miran el uno al otro y piensan en el otro como comida. Las montañas están silenciosas, ¿por qué separarlas con el coche? Para ser feliz se necesita poco, jugar un rato -como nuestros poetas- junto a la orilla y comprar en las redes doradas del comercio deportivo, ¿a usted no le basta?

Y estas muchachas -permítame unas palabras más- acaban de encontrarse a sí mismas; apretados boscajes de vello púbico crecen, rododendro, en sus suaves laderas, sopla una brisa suave desde ellas, que viven cómodamente en sí mismas y miran los escaparates de los grandes almacenes. ¡Ahora se inclinan sobre la mujer, también ellas están ya borrachas! De repente se irán. ¿Adonde han sido enviadas, y qué clase de conversaciones tienen con sus pequeños y divinos diarios? ¿Dónde vamos a quedar nosotros, quizá en los caracolillos de su regazo? Así nos ven las montañas, en las que los árboles se ensortijan. Hoy, esa gente aún irá a una fiesta de cumpleaños, y verá allí a los otros pequeños invitados fijos. Como niños se cuelgan, en alas del viento que sopla en sus permanentes, de los cinturones de nuestras miradas envidiosas, señoras mías, que ya van teniendo poco que ofrecer y se dejan conmover por los seriales de la televisión. No podemos contener las aguas dentro de nosotros cuando hierven y quieren salir disparadas de nuestra casita. Seamos sinceros, no les concedemos sus rostros múltiples, mientras la edad nos hace parecidos a nosotros mismos, que hemos pasado ya por todo. ¡Ahora, descanse usted también en mitad de su orilla, que se ha vuelto estrecha!

¡A cada uno lo suyo, mis pequeños! Pero esto aún no son los límites de nuestra empresa, sólo recomendaciones a las que nuestro precio debe hacer el favor de atenerse.

Michael ha sacado su rabo a la luz del día, como muestra de que no puede contenerse. Pero antes tendrá que recargarse. Se sienta riendo en el pecho de la mujer y le sujeta los brazos sobre la cabeza. Deja colgar su fideo en su boca, para que ella haga un servicio con ese alimento. Gerti se percata de todo, y en sus bragas a medio bajar ocurre algo. Un siseante chorro corre por debajo de ella, ha vuelto a beber demasiado. Riendo, las muchachas le quitan las bragas mojadas que le habían bajado. Ahora los pies de Gerti están libres. Todos beben un poco de la petaca, pero el rabo de Michael sigue siendo una auténtica piltrafa, hay que reconocerlo. Mojan la cabeza de Gerti, esa casita construida torcida en la finca de sus sentimientos, en un agua ya no tan limpia. En su querido coño y su querido ano se juguetea y se hurga, ¡oh, si por lo menos el sueño la alcanzara pronto! ¿Dónde vamos a parar? Como las de una rana, las piernas de la mujer se abren y se cierran a izquierda y derecha. Patalea demasiado. Pero no se le hace verdadero daño, ¿para qué si no se hubiera fundado esta sociedad sin responsabilidad en ningún sitio y por nada? Michael hurga un poco con una ramita en su colina un poco fría, los chiquillos juegan eternamente para calmarse. Alto, una cosa más, le vacía los restos de la botella en la Conchita y le da incluso un pescozón, no demasiado fuerte. Ay que nos quemamos.

Ahora, nieva tan fuerte como esperábamos del invierno. Ya ha sido echada a un lado la última botella. Nadie quiere en serio tomar un trago de Gerti, aunque ella se entregaría hasta que el verdor de la primavera volviera a mostrarse. Su vulva no hace más que abrirse -ya conocemos este folleto- y volverse a cerrar. Los lóbulos chasquean en las expertas manos. Todo esto tampoco es tan importante. Allá arriba, de donde hemos arrastrado a Gerti, los esquiadores siguen chillando en sus pequeños lagos de cerveza y de té con ron. Están radiantes, y braman. El suelo del bosque ya está también borracho con la carga de su diversión. La falda es para Gerti como un saco, arrollado encima de la cabeza, en el que debe esperar a calentarse en medio de las marcas de las prendas. Las ligas no tienen efectos secundarios nocivos si el hombre quiere bambolear bravío su sexo. Michael menea ante su rostro la situación de su órgano. Ella no lo ve; bajo la falda, mueve torpemente la cabeza en una y otra dirección, pensando en el inalcanzable néctar de los dioses de Michael, que ha demostrado su eficacia en su forma eterna, en su formato único. Su rostro, que los árboles miran silenciosos, vuelve a ser sacado a la luz, se le abre la boca con violencia. Le dan unos azotes en las mejillas, para que los dientes sostengan con esfuerzo el rostro en la forma actual. ¡Eso deberíais hacer, chiquillos y muchachas, manteneros unidos, pero lo hacéis dentro de vuestras diminutas camisetas! Con vuestras hábiles manos y vuestros gorros de moda. Hagamos como si viéramos, mirándonos los unos a los otros, una película impactante (una película pertinente). Ahora, a Gerti le abren también la parte de arriba del vestido, y muestran sus dos pechos, que hacen saltar de la seda. ¡Ahora tenemos una buena imagen, bravo! La naturaleza ha hecho salir con un chasquido a esos dos cuerpecillos carnosos, mal dosificados, de sus almacenes de provisiones. ¡Se oyen risas, mis queridas austriacas y austriacos, y después de ver la televisión volveréis a mezclaros! A menudo, detrás de unos pasos ligeros hay un destino mejor, sólo que: ¿Dónde he pegado ahora el papel pintado? ¡Ahí cuelga, de mí!

Así se encola uno a sí mismo. Gerti tiene que abrir la boca y aspirar esa aparición. Por lo demás, está bien ir en trineo, pero nunca, por favor, de verdad nunca entre los esquiadores: no pueden soportar ser insultados y molestados, ellos, los últimos erguidos de este mundo, por alguien que va en cuclillas sobre una única tabla perdida. Sus patines de clase media están, muy suyos, en los aparcamientos, y se abren para sus propietarios, a los que el fuego les ha cogido un poco tarde, y se han puesto un tanto morenos. Precisamente aquí puede encontrarlos, ¡mire el mapa adjunto! Usted sólo tiene que creer en algo apropiado y romperle los dientes a alguien por ello. Y dentro de Gerti sigue chisporroteando un hermoso fuego, representado por la figura de un metro de embutido en su boca. ¡Bueno, señores y héroes míos, déjenme echar un vistazo a la pantalla, cada uno de ustedes tiene un miembro emocionante!

No, por el momento no hay repuestos. La tormenta que parte de nuestro dios, el sexo, nos hará correr a todos hacia nuestra perdición por el camino más corto. ¡Pero dejemos al hombre los sentidos, para que pueda meditar en calma sobre sí mismo! Nosotras, las mujeres, simplemente tenemos que arreglarnos mejor y escuchar después el silencio, que retumba a lo lejos, de sus inanimados aparatos, señores, aparatos que aún tiemblan bajo la suave tensión del certificado de garantía esperando que su plazo no expire. ¡En nosotras los hombres sólo piensan en último lugar! Como un extraño penetró Michael, y como un extraño vuelve a salir. Despreciativo, escurre un poco su medio tieso en el rostro de Gerti, que no ha logrado ponerse a salvo a tiempo. Las amigas y amigos, con las frentes hirviendo de risas y de vida, se retiran también a regiones más cálidas, y tiran un poco más de sus fuerzas antes de convertirse en fuerza de trabajo de alto nivel. No hay nada que hacer. ¡Por eso, ve del bar a la vida y no te preocupes! El ábrete Sésamo de Gerti vuelve a la lámpara. Michael, que ni siquiera ha podido entrar en calor para la obertura, ríe de todo corazón. Ahora, como una resfrescante corriente, todos van a apostar a bajar de los Alpes. Así provocan la guerra en este aire claro, sólo para, hijos del valle, poder fustigar una vez más en torno con sus colas. Se alinean impacientes entre aquellos que pronto expirarán en silencio. ¡Den un paso adelante, los que nacieron pobres no les guardan rencor! ¡Conocen bien a los mensajeros por sus padres! Para que no haya malentendidos: Delante de la estación del telesilla, donde el suelo está cubierto de vasitos de plástico. Estos estúpidos que han ido a tierra extraña y se encuentran allí son echados ahora a empujones a un lado, tienen que volver hacia sí mismos. Tener paciencia con los hermosos casetes de larga duración que han coleccionado a lo largo de toda una vida. ¡Sus señores cantan ahora en el coro, y mucho más fuerte! Aparte de esto, la juventud va por libre, y ni siquiera mal.

Comprendo, y usted se siente muy caliente.

No son hijos de la tristeza. Ayudan a la mujer a ponerse de pie, le sacuden el polvo, la nieve cruje riendo debajo de ella. Gracias a estos hijos, no ha tenido que sufrir demasiado. Alguien le aprieta en la mano las bragas mojadas, una postal para que tenga un recuerdo. Incluso le abrochan el abrigo. El ciclo de sus productos corporales empieza a volver a engrasar su cabello como es debido. Ya ha firmado el cheque, habrá que arreglarse los vestidos nuevos en la boutique. Ha querido revestir de nuevo su cuerpo, y sin embargo cada día siente más los pesados sacos que tiene que cargar su piel. No era eso lo que pensaban los chicos y chicas, esos huevos de oro en los nidos de las escuelas de formación general. ¡También a nosotros pueden arrancarnos en cualquier momento de nuestro débil tronco! Entonces, caeríamos como hojarasca en los hermosos jardines de los propietarios, atacados por el mildiú, y la señora directora podría contar y contar, sin reunir un montón decente que poder quemar. Sólo los niños, guiados por el divino, cantan a coro cuando entran a esta casa, y sus padres se mueren de risa sobre una magnífica alfombra. Después no lo oiremos. Ahora, cuando es demasiado tarde, Michael está dispuesto a hablar. Echa mano, con estrépito, a su abrigo y a su vestido, tironea y retuerce riendo sus pezones. La otra mano, la desliza entre las nalgas. Después, le mete una lengua sabia en la boca. El mismo ha retirado voluntariamente el rabo, para reelaborarlo. Siempre está contento cuando puede echarle mano. ¡El tipo siempre está desparramándose! No ha pasado nada más que el tiempo. Las puertas de los coches suenan al cerrarse, y ellos hablan de amigos y alegrías por las que han pagado, en los que se ha confiado como en los aparatos de gimnasia, a los que se posee o que uno mismo tiene que concebir. ¡Pero en vano! Los divinos nunca serán iguales a los hombres, sólo ellos pueden alegrarse de volver a sí mismos. Con desvalimiento, a la gente le baja lo que ha bebido, y le sube también. ¡Si reposara en ellos! Vomitan sobre la nieve, apoyados en sus coches. Las mujeres arman ruido, los niños se lamentan. Bien, el coche se va, pero el contenido de estas personas se queda aquí, y duerme en la Naturaleza, donde ocurre lo verdadero y las mercancías se ven estafadas por sus propias etiquetas. Todos gritan furiosos por durar siempre y poder tener siempre en los brazos a alguien atractivo. Pero los Señores sólo dan de comer una vez al mes, y después nosotros nos derrochamos demasiado, el tiempo lo demostrará.

Gerti es colocada en su coche. ¡Silencio! Se me ayuda a decir: Ha estado en manos y lenguas de la violencia. Casi ha salido corriendo, cambiando furiosa las marchas del tacataca con el que va por la vida. Los cinturones de seguridad son lo que menos sirve para sujetarla, otros encadenados se lo han dicho. Como el artista va hacia el arte, así vienen los niños del pueblo a recibir sus plagas rítmicas de esta mujer. El niño se inclina sobre el violín, el hombre sobre el niño, para castigarlo. El coro de la fábrica canta los domingos para expresar su personalidad. Cantan demasiados, pero lo hacen como una unidad. Este coro existe para que sus miembros tiren como un solo hombre de sus cuerdas vocales, mientras la fábrica escucha en lo alto. De vez en cuando tiene sed, y acoge el rebaño de modo que los postes eléctricos, en el país profundo, oyen el susurro de las pobres gentes que forman la fila. Como niños. Muchos han venido, pero pocos serán los elegidos para cantar un solo. El director tiene el hobby de su trabajo, por eso se encuentra a gusto. Los jóvenes se lanzan a sus vehículos, ahora hay que ir a la residencia de vacaciones, donde podrán meter más en sí mismos y de sí mismos. Todas las habitaciones están reservadas. Una encantadora carretera, que corre por mitad de la llanura, para que todo el mundo tenga su descanso menos los propietarios colindantes, a los que les sangran los oídos de tanto ruido, hasta que ellos mismos pueden irse de vacaciones.

La mujer se lanza a toda velocidad por la carretera. Su razón rabia en su cabeza, y choca contra las paredes del cráneo en que está contenida, es decir, con sus límites. Es perseguida por los esquiadores, que por su parte, en su coche-nido de pájaros (¡a veces son casi tan grandes como armarios, y dentro sólo estos tontitos!), son devueltos piando a sus jaulas. Contemplamos la paz que la Naturaleza ha sembrado en nuestros corazones, y nos la comemos enseguida quitándole el papelito. Solitarias, las bombillas nos alumbran. Se recogen los últimos desechos. Los padres de familia caen, siguiendo sus caprichosas ocurrencias, sobre sus nada allegados, y se ponen en celo al final del día, buscando algo más que llevarse a la boca. Entonces, del apagado bosque sale un reno, enseguida lo llevamos con nosotros, lo vamos a engrasar con la mantequilla de nuestros bocadillos. Mastican una y otra vez, y después se calman con un hermoso libro y un programa torcido. Los últimos incansables suben una vez más la estrecha senda para enseguida precipitarse abajo, mientras por las orillas del río ya se deslizan los animales, a los que el paisaje será entregado a las 17 horas. Por pereza, los nativos se quedan en sus casas, los hombres se entregan al aparato de televisión, en el que contemplan animales y paisajes y pueden aprender algo sobre sus propias e insensatas costumbres. Las mujeres no tienen trabajo. El viento sopla sobre las cumbres y calma el dolor, lo necesario para poderse distraer con una serie sobre cerveceros y aceiteros. Sí, la televisión es casi demasiado rápida para el caso, es decir: para el botón con el que ellos se desconectan y el aparato se conecta.

El día ya no mantiene seriamente la intención de ser azul. Por el camino, Gerti descansa a fondo en una taberna. Qué maravillosa se ve venir la nieve desde lejos. Ella bebe por inclinación a beber, otros beben por obligación, bien distintos de los amores, que piden alegremente algo de beber como piden que el aire juegue con ellos cuando bajan silbando pendiente abajo. Un rebaño entero, que culmina el día, se apretuja en el mostrador y se llena hasta los topes. La Naturaleza vuelve a ser sencilla y monocroma. Mañana volverán a despertarla las voces humanas y, con alegres martillazos, su público bajará dando golpes por las pistas. Sí, el público se ha retirado por entero de la alfombra de la Naturaleza, pero el colorido de la jornada está todavía pegado a él, el local está lleno hasta los topes de estos turistas. El germen de una pelea por el abrevadero de los hombres es ahogado por la posadera. Qué bien, venimos de la alegre lejanía, hemos sido lanzados de la montaña al valle y ya estamos repletos de cerveza. Un par de leñadores, los servidores más queridos de las montañas, alborotan ya, atizados por los urbanitas, en el local, antes de cortar como hachas a sus mujeres la única pierna que les queda. Gerti se sienta silenciosa, con el ceño fruncido, entre los clientes, que tienen que embutir su propia merienda y una guarnición de ensalada. Mañana mismo, o esta noche, esta mujer estará ante la residencia de vacaciones de Michael y atisbará por las ventanas cómo sus amigos utilizan sus bienes. Y ella, la rechazada, desaparecerá en la lejanía, nadie sabe dónde, como un alegre pensamiento. Mientras su marido rotura la comarca y asesina la música. Tengo frío. Los unos se han metido en los otros, hurgando todos en la basura en busca de la imagen amada que ayer se abrió ante ellos en la tienda de fotos. Ayer aún. Y hoy ya están buscando una nueva pareja, para conjurar mágicamente una sonrisa en su rostro, antes de abrazarla. ¡Sí, nosotras! Nos presentamos llenas de pena, y queremos estar guapas también para otros, porque nos lo hemos gastado todo en nuestra ropa, que ahora nos falta, cuando tenemos que desnudarnos y derrocharnos ante nuestro amante. Pero por lo pronto esta mujer se alimenta de alcohol; y la cosecha de otras personas, que también se atiborran en su abigarrada variedad, no les aporta nada. Se alza una ligera controversia en torno a su abrigo de nutria, que un esquiador ha pisado, pero pronto se calma. Esta multitud bajo la lámpara rústica: cómo imponen sus formas en los

coloridos límites de plástico que se ponen para que esas formas y normas no se desborden, y tampoco lo hagan los modelos según los cuales fueron construidas. Se adornan como a sus casas, y se acompañan a pasear.

Las cosas van de maravilla. La mujer retrocede desorientada. Empujan un vaso hacia ella, el día casi parece correr, el sol ya se pone tras las montañas. Gerti es lanzada a la mezquina opinión popular como el agua se escapa de la mano de un niño. Pesadamente, los pobres del entorno abandonan a los suyos para ser arrojados con las manos sucias a las tabernas, a gorgotear como una fuente alimentada por lo que toman. Pero esta mujer debe irse a su casa, no es posible seguir bebiendo, debe guardar silencio, aquí vive el rebaño junto con sus buenos pastores, ¡vea el programa en sus páginas de televisión! La señora directora es una alegre nube, por lo menos eso parece, que ahora se hunde del sillón al suelo, donde se queda tal como cae. La posadera la coge, compasiva, por las axilas. De la barbilla de Gerti escurre un hilillo que se extiende en un charco. Todos los días no se puede andar así. La Naturaleza resplandece brillante una vez más, la última, desde fuera, y los rebaños de sus usuarios entran con espaldas pacientes, contentos de poder por fin echar un trago en vez de tenerse que rebelar bajo los latigazos de las retransmisiones olímpicas y dejarse acosar por las colinas. Si se deja en paz a estos hombres, verá usted cómo pierden rápidamente lo que supone su principal estímulo: mirar como las estrellas de cine y mirar encantados su propio álbum de fotos, en el que medimos las exigencias que nos planteamos a nosotros mismos. Pero aquí las olas rompen contra ellos, y tienen que abrirse paso por entre los anónimos habitantes del país. Lo hacen con sonido, color, olor y dinero. Una canción es adaptada a sus usuarios, la estación ha cambiado con dureza, y el clima ha cambiado repentinamente. El viento grita por entre el hielo cristalino que cuelga de los árboles. A las cavidades de la mujer se aferra aún más gente, eche un vistazo, dos hombres la levantan ahora. Sus monedas caen sobre la mujer. Se le paga un vino y un vaso de aguardiente. Con excusas bajo las que no pueden ocultar sus burdas partes sexuales, palpan a Gerti por todas partes. Un torrente de risas de sus mujeres, que con la misma rapidez, antes de que salga el sol, abrirán y pondrán en posición sus velludas ranuras. Todas gotean de naturaleza, a tal punto se han empapado de vida. Ha costado bastante sentarse como islas en esta taberna y vomitar. En broma, uno sube a caballito a una mujer; entre sus muslos, que aprieta a izquierda y derecha en las mejillas del hombre, se produce una dilatación y una rojez. Nadie quiere irse. Saltan, el No-Do acaba de terminar. Sólo un breve tramo, superable en segundos por la violencia, las partes sexuales se abren, y ya entran las unas en las otras y aprietan el acelerador, claman por su liberación, y truenan sus vísceras de los muchos vasitos que han metido, enviados allá para tiempos difíciles. En la oscuridad, los primeros ya escapan de las cadenas de su vestimenta. A Gerti le pellizcan el pecho, ¡alegres e inofensivos como verduras, pululamos por las tierras del amo, señoras mías! Es cosa de las tierras altas, en las que vivimos y nos dejamos sorprender por los instintos que brotan de nuestros pantalones de esquí.

Hurra, ahora la mujer vuelve a estar sentada como debe ser, en lo alto del banco. Se le alcanza otro vaso, en el que el alcohol envejece rápidamente, y ella lo tira con un golpe de muñeca. Esta gente generosa grita de furia, y sacude del brazo a la mujer. La posadera manda a una muchacha a buscar un trapo. Gerti se levanta y tira al suelo su monedero, en el que en seguida empieza a hurgar gente cuyos rostros sudorosos empiezan a irritarse a la vista del dinero. Los pobres se apretujan en el cuarto de atrás y se acuerdan del trabajo, que antaño se les abría de piernas sin tener que forzarlo. Pero ya no tiene sitio para ellos. ¡Oh, si aún lo tuvieran! Ahora están todo el día en casa, fregando los cacharros. ¿Y los otros clientes? No quieren nada más que buen tiempo y nieve rastrillada. Mañana volverán a arriesgar su vida en las montañas, quizá a pasarla por agua, si las temperaturas suben mucho, como se prevé. La posadera les allana suavemente el camino, por las buenas. Parece llevar a Gerti bajo el brazo, como caminando por encima del agua, sobre la espuma de los excursionistas, que sobrenada. Vea usted con cuánta seguridad salen estos viajeros de la Nada, se llenan de dones nacidos en ferias de artículos deportivos y salen al encuentro de la Muerte en las montañas. Se canta, sin ceremonia, una canción nacional. Los cantores no tienen mucho en común con las sirenas, quizá el sonido, pero no el aspecto. ¡Pero cantan y cantan, ahora en serio! Asustados, los habitantes del lugar, que ni siquiera pueden ser trabajadores del papel, se sientan delante de sus pantallas y miran fijamente su propio y astuto invento, ¿es que nadie participa de su dolor? ¿y por qué se les ha apartado y echado de la vida antes de poder ponerse ellos y sus esquíes a salvo en el sótano?

Solo, o incluso en compañía, no se debe conducir en este estado, ¡de lo contrario ya no se está seguro de uno mismo de por vida! Pero Gerti se estira hacia la cubierta de su pequeño receptáculo y se aparta de la orilla. Se pone a los remos. Se entrega a sus anchas a sus sentimientos. Michael: Ahora iremos a buscarlo a su casa, antes de que se enfríe. Enseguida esta mujer, llevada de sus sentidos, llorará delante de una casa ajena porque no hay nadie en ella. ¡Déjenos seguir! Acaban de encender las farolas. En el número en que estamos la mayoría del tiempo, una y sola, pero tirando, se lanza sobre su botín, los otros automovilistas. No pasa nada, como por un continuado milagro. En sus camisas de estar por casa, los hombres braman porque tienen que esperar la comida, los perros se precipitan sobre los visitantes y se apoderan sanamente de ellos. Por eso, a todos nos gusta vivir para nosotros, y nos mantenemos a cubierto como nuestros propios y mansos animales. De vez en cuando, tomamos un trago vacilante de otro, que dice estar repleto de una dulce necesidad. ¡Pero cuando de verdad se necesita algo, no se consigue de él!

Загрузка...