CAPÍTULO 19

El silencio dentro de la biblioteca del castillo era el peor sonido que Caroline hubiera podido escuchar. Se paseaba de un lado a otro delante de la puerta, retorciendo un pañuelo entre sus manos entumecidas. Cuando Adrian había escoltado a la pálida Vivienne dentro de la habitación, Caroline esperaba escuchar los terribles sollozos de un corazón destrozado, mientras gritaba amargas recriminaciones. Pero aunque, había pasado casi una hora, ni un gimoteo había escapado del cuarto. Quizás Vivienne había decidido sufrir esta traición, como tantas otras cosas que le habían pasado en su vida, en silencio.

– No debe estar sola allí con él. Requieren una acompañante -murmuró Larkin, mientras lanzaba a Caroline una intensa mirada acusadora que le recordó lo miserablemente que ella había fallado. En lugar de proteger el generoso corazón de su hermana, lo había roto.

El alguacil estaba recostado contra la pared opuesta, su postura casual era desmentida por el acero de sus ojos. Había venido en un soplido cuando Adrian había insistido en arrebatar a Vivienne de sus brazos y llevarla fuera de los ojos entrometidos de sus aturdidos invitados.

– Después de todo lo que le he dicho, -dijo Caroline, – usted todavía no puede creer que él le haría algún daño. No fue el que le dio esas gotas de láudano. Fui yo. -Larkin agitó su cabeza. -¿Usted realmente piensa que yo puedo creer que Víctor asesinó Eloisa a sangre fría, y convirtió a Julian en alguna clase de monstruo? ¿Que ese tal Kane es un cazador de vampiros y él y Julian se han pasado los últimos cinco años rastreando a Víctor por todos los extremos de la tierra? ¡Por qué, yo nunca he oído semejante cuento!

– Yo pensé lo mismo cuando Adrian me lo dijo por primera vez, pero Julian me mostró…-Caroline arrastró sus pies fuera de la habitación, mientras retorcía su pañuelo en un nuevo nudo. No podía esperar ningún tipo de ayuda en ese cuarto. Aunque había puesto a los sirvientes a que lo buscarán, desde que se presentó de forma tan poco ceremoniosa, Julian no fue encontrado por ninguna parte.

Desesperada por convencer Larkin que estaba diciendo la verdad, tanto en lo concerniente a Adrian y como a lo suyo, buscó sus ojos directamente.

– ¿No fue usted el que una vez me desafió a confiar en algo aparte de la lógica?

Él la miró fijamente bajo su larga nariz, su expresión pedregosa no se ablandó ni una pizca.

– ¿Sería más fácil para usted creer que yo soy el tipo de mujer que narcotizaría a su hermana con el único propósito de robar su pretendiente para un tórrido interludio?

La continuó mirando por un momento más, antes de soltar un renuente suspiro de derrota. -¿Supongo que eso es aún más absurdo, no?

Sin advertencia alguna, la puerta de la biblioteca se abrió. Caroline giró cuando Adrian surgió de las sombras del cuarto. En algún pequeño rincón de su corazón había esperado que él viniera andando a zancadas por esa puerta, la arrastrara a sus brazos, y borrara cada uno de sus temores y penas con sus besos. Pero esa esperanza murió cuando vio su cara. El amante apasionado del gran vestíbulo había desaparecido tan ciertamente como si hubiera sido una invención de su imaginación, tan irreal como uno de los Tritones de Portia o un noble príncipe.

– Te advertí sobre Duvalier,-dijo y su inescrutable mirada pasó apenas sobre Caroline. -le dije todo. -Aunque Larkin se enderezó como si nada le gustara más que confrontarlo, Adrian se acercó furtivamente siguiendo recto, más allá de donde se encontraba y bajó el corredor, el clic de los talones de las botas que calzaba hicieron eco de detrás de él.

Caroline no tenía tiempo para meditar sobre su desprecio deliberado, no con la puerta abierta de la biblioteca la atraía.

Larkin le echó una mirada incierta.

– Quiere que yo…

Antes de que pudiera terminar, Caroline agitó su cabeza. La última cosa que merecía era el compañerismo o la simpatía del alguacil. Ya no podía demorar más el momento que había estado temiendo. Se introdujo en la biblioteca, y cerró silenciosamente la puerta tras ella.


Vivienne estaba sentada en la otomana de cuero delante del fuego, la falda verde esmeralda que Caroline vestía se acomodó en forma de abanico alrededor de ella. Permanecía sentaba en absoluto silencio, su cara enterrada en sus manos.

Caroline miró fijamente los hombros de su hermana, sabía que se sentiría mucho mejor si Vivienne gritara con toda la fuerza de sus pulmones, o le tiraba algo sobre su cabeza, castigándola por ser una ladrona ramera desvergonzada.

Tan pronto como ella se atrevió, susurró.

– ¿Vivi?

Vivienne se tensó, negándose a reconocer su presencia.

Caroline extendió una mano hacia la cabeza inclinada de Vivienne, sufriendo por tocar la seda dorada de su pelo. Pero antes de llegar a su destino la retiró rápidamente, temiendo que tal toque quebrantara a su frágil hermana en mil pedazos.

– No puedo ni imaginar lo que debes estar pensando de mí,-empezó, mientras se estrangulaba con cada palabra que salía de su garganta. -Tienes que saber que yo habría dado cualquier cosa que estuviera en mi poder para hacerte feliz. Habría cortado mi brazo derecho si eso hubiese asegurado tu felicidad y tu futuro. -Un charco caliente de lágrimas llenó sus ojos.- Pero él fue la única cosa que no pude soportar darte porque… lo quería para mí.

Para horror de Caroline, los hombros de Viviente se empezaron a sacudir. Había pensado que sería un alivio, si su hermana llorara. Pero no lo fue. Esos sollozos silenciosos rasgaron el corazón de Caroline casi en dos.

Se colocó de rodillas al lado de la otomana, mientras sentía como rápidamente se derramaban de sus ojos lágrimas hirvientes.

– Debí haber dejado este lugar en el momento que me di cuenta que estaba enamorada de él. Podría haber rogado a Tía Marietta para que me encontrara algún puesto de institutriz o como dama de compañía e irme muy lejos, a un lugar donde ninguno me habría tenido que ver jamás. Si tuviese una onza de decencia en mi alma, yo volvería a Edgeleaf enseguida y aceptaría la propuesta del primo Cecil. ¡Toda una vida de despertar cada mañana con ese sapo odioso no es más de lo que merezco por lo que te he hecho.!

Su voz se ahogó en un sollozo. Ya no podía por más tiempo soportar el peso de su culpa, dejó caer su cabeza en el regazo de Vivienne, mientras asía las faldas de su hermana y lloraba su vergüenza.

La última cosa que esperó fue sentir que una mano acariciaba su cabeza. Por un momento fue como si el tiempo echara para atrás y sintiera el toque apacible de su madre que buscaba aliviar el dolor de su corazón. Caroline levantó lentamente sus incrédulos ojos hacía la cara de la hermana. Las mejillas de Vivienne también estaban llenas de lágrimas, pero su sonrisa serena no era menos amorosa que antes.

– No puedes casarte con el Primo Cecil,-le informó Viviente. -Me niego a jugar el papel de tía senil para una muchedumbre de mocosos odiosos con cara de sapo.

Caroline pestañeó y miró a su hermana a través de la cortina de lágrimas.

– ¿Tú no quieres verme castigada por las terribles cosas que te he hecho? ¿Cómo puedes perdonarme por robarte al hombre que amas?

Vivienne dio otro golpe a su cabeza, pareciendo más sabia que sus años.

– Porque no lo amo, Caro. Nunca lo amé.

Caroline agitó su cabeza con perplejidad.

– No entiendo. ¿Cómo puedes decir semejante cosa? ¿Qué hay sobre esa carta que me enviaste? Llenaste páginas y páginas detallando sus irresistibles encantos y sus varoniles virtudes. ¡Por el amor de Dios, tú punteaste su nombre con un corazón!

Vivienne hizo una mueca de dolor al recordarlo.

– Todas las cosas que dije sobre él eran verdad, pero pienso que estaba intentando convencerme a mi misma que estaba enamorada. Después de todo, era exactamente la clase de hombre con el que soñaba enamorarme, con dinero, títulos, poderoso. Si pudiera pescar a un hombre como él, yo sabía que podía ser la salvación de nosotros. Yo podría sacar a nuestra familia de la ruina. Estaba intentando cuidar de ti y de Portia -Asió la mano de Caroline, sus ojos azules brillaban con una ternura que Caroline había temido no volver a ver de nuevo- Sobre todo tú, querida Caro, después de todo, te habías sacrificado por nosotros. No siempre tenías que haber sido la fuerte. Portia y yo te habríamos ayudado. Necesitábamos ayudarte.

Caroline sacudió la cabeza tristemente, mientras se esforzaba por absorber las palabras de su hermana.

– ¿Hacemos un buen par, no? Ambas tratamos de sacrificarnos la una por la otra, y lo que hicimos fue un enredo espantoso. Dio un apretón feroz a la mano de Vivienne.- Incluso si hubiésemos tenido que mendigar en las calles, nunca te habría forzado a casarte a un hombre que no amaras.-

– ¿Y piensas que no lo sabía? -Arrancando su mano de las de Caroline, Vivienne las acercó al fuego.- No es como si convertirse en la esposa de un vizconde hubiera sido una prueba terrible. Es un hombre amable y guapo y lo admiro más de lo que puedo decir, aún más ahora que me ha dicho todo acerca de Julian y… su pobre aflicción-Se giró para encarar a Caroline, su bonita frente fruncida en un ceño atormentado. -¿Pero cómo podría casarme con él cuando mi corazón pertenece a Alastair?

– ¿Alastair?-Caroline repitió, desconcertada nuevamente por la declaración apasionada de su hermana. Buscó en su memoria, preguntándose si había algún muchacho de la aldea o algún jardinero musculoso que había dejado pasar. -¿Quién demonios es Alastair?

– ¡El alguacil Larkin, por supuesto! Lo he amado desde el día en que roció jerez en mi falda en la velada musical de Lady Marlybone y luego trató de limpiarlo con su corbata. Pero sabía que no me convenía. No proviene de una familia de gran reputación y a menos que haya algún gran robo, a penas puede sostenerse así mismo con sus comisiones, mucho menos podría sostener a una esposa y su familia. Y además, tiene un sentido abominable de la moda.

– Sí, ¿él es así no? -murmuró Caroline, mientras pensaba lo feliz que se pondría el alguacil cuándo supiera que no iba a tener que contratar a ningún criado para atar su corbata después de todo.

– Y lo peor de todo, -continuó Vivienne, -sabía que no tenía ni un solo conocido con el que tu o Portia pudieran casarse. ¡Ni un amigo, ni un hermano, ni un primo segundo!

– ¿Qué tal un viejo tío senil? -preguntó Caroline, encontrando cada vez mas difícil suprimir su sonrisa.

Vivienne sacudió la cabeza tristemente.- Ni eso, me temo. Sabía que no era una perspectiva conveniente desde el principio por eso intenté desalentarlo mostrándome distante y cruel.- Sus ojos se ablandaron en una mirada que Caroline no necesitaba un espejo para reconocerla.- Pero más inaguantable me volvía yo, mas parecía amarme.

– Eso parece ser la maldición del verdadero amor, -susurró Caroline, ya no pensaba en el alguacil. Un pensamiento la golpeó de súbito, inclinó su cabeza para estudiar a su hermana. -¿Si no estabas dolida porque yo te hubiera robado al hombre que amabas, entonces por qué demonios estabas llorando?

– ¡Porque estaba aliviada, al entender que estabas verdaderamente enamorada de Adrian y yo no había cometido un error terrible!- Vivienne fijó su mirada en ella.- Ahora que decidí arreglar todo y que tú y Portia estarán bien cuidadas, Alastair y yo podemos estar finalmente juntos.

– ¿Arreglar todo? -Caroline se levantó para enfrentar a su hermana, sintiendo repentinamente un hormigueo de presentimiento. Si la memoria no le fallaba, la última vez que Viviene había arreglado algo, su muñeca favorita había terminado con tres piernas y ningún cabello.

– Decidí que era tiempo de enderezar todo. Has estado cuidándome todos estos años. Ahora es mi turno de cuidar de ti.

– ¿Qué quieres decir?

Vivienne levantó su mentón con toda la altanería de la vizcondesa, que nunca llegaría a ser.

– Informé a Lord Trevelyan que se había comportado en una manera vergonzosa hacía nosotras y que sólo había un modo en que un verdadero caballero podría dar satisfacción a tal afrenta.

Caroline apenas pudo balbucear las palabras.

– ¿Y eso era?

– Debe casarse contigo lo más pronto posible. -Caroline sintió que sus rodillas la traicionaban y se derrumbó en la otomana.

– No me extraña que pareciera como si todos los perros del infierno lo estuvieran persiguiendo. Parpadeó mirando en su hermana con un aturdimiento producido por la incredulidad -¿Oh, Vivienne, qué has hecho?.

Vivienne entornó su mirada hacía ella, mientras todavía parecía intolerablemente pagada de sí misma.

– ¿No es obvio? Hice todo lo necesario para que las dos nos casáramos con los hombres que amamos.

– Pero sabes que el Alguacil Larkin, Alastair, quiere casarse contigo. ¿Dio el vizconde cualquier indicación que se siente de la misma forma hacía mi?.

– Bue-e-e eno él…-Vivienne se mordió su labio inferior. A diferencia de Portia, nunca había sido una buena mentirosa.- No parecía completamente resistente a la idea de hacerte su esposa. Quizás estuvo un poco reacio al principio, pero una vez que yo le recordé su deber hacía ti, estuvo bastante agradable.

Enterrando la cara entre sus manos, Caroline gimió.

– Además -continuó Vivienne,- no tenía elección alguna. ¡Te comprometió en el gran vestíbulo, delante de la vista de todo el mundo- Apretó una mano en su pecho, su tono grave cada vez más cercano al de la Tía Marietta.- ¡Personalmente, yo nunca he presenciado un despliegue tan espantoso de decadencia. Uno habría pensado que estaban en "el Camino de los Amantes" en Vauxhall. Ahora que ha mandado a los huéspedes a empacar, el chisme se sabrá en todo Londres para mañana.

– ¿Y qué piensas que dirán los chismes cuando el vizconde se case con la hermana equivocada? ¿Qué dirán cuando oigan los cuchicheos de que fue forzado al matrimonio contra su voluntad? Esto puede afectar tus tiernos sentimientos, pero no todos hombres son tan nobles como tu Alastair. Un hombre como Adrian Kane es perfectamente capaz de llevar a una mujer a la cama sin tener intención alguna de casarse con ella.

– ¡No cuando esa mujer es mi hermana!

Caroline soltó un suspiro exasperado.

– Has malinterpretado mis palabras. ¿Cómo puedo casarme con él sabiendo que sólo se está casando conmigo porque estás sosteniendo convenientemente una pistola sobre su cabeza?

Vivienne frunció el entrecejo.

– No creo que una pistola sea necesaria, pero puedo preguntar a Alastair si gustas. Estoy segura que él tiene una…

Esta vez no fue un suspiro, sino un chillido de frustración lo que escapó de los labios de Caroline. La puerta de la biblioteca se abrió de repente, mostrando a un Larkin de mirada salvaje. Había esperado obviamente encontrarlas dando vueltas por la alfombra turca, escupiendo epítetos y tirándose de los cabellos.

Cuando la mirada de Larkin acarició la cara de Vivienne, un rubor manchó sus altos pómulos.

– Perdone la intrusión, Srta. Vivienne. Tenía miedo que usted hubiera sufrido algún daño.-Agarrando sus manos delante de ella, Vivienne lo recompensó con una sonrisa adorable.

– No, señor, ahora que está usted aquí. -La boca de Larkin cayó abierta. No podría parecer más enmudecido si le hubieran derramado sobre su cabeza hierro hirviendo.

Su mirada desconcertada viajó entre las dos, finalmente decidiéndose por Caroline.

– ¿Esta usted bien, Srta. Cabot? parece como si alguien hubiera caminado encima de su tumba.

– Bien, eso parece,¿ no es así? ¿No lo ha oído usted? -Caroline se doblegó contra el hogar, mientras de su garganta salía una risa levemente histérica. -Yo me casaré con un cazador de vampiros.

Los sirvientes no habían sido capaces de localizar a Julian, porque se había encaramado entre dos merlons en el parapeto de la almena más alta del castillo. Sabía que había sólo una persona que pensaría en buscarlo allí, así que ni siguiera se molestó en darse la vuelta cuando oyó unas pisadas detrás de él.

Él y Adrian habían pasado muchas horas en ese lugar cuando eran chicos, jugando a los vikingos, a las Cruzadas y los piratas. Los prados y claros que rodeaban el castillo habían sido sus campos de batalla y sus océanos. A los ojos insolentes de su imaginación, el pesado carro de un granjero que hacía surcos por el camino se había convertido en la caravana exótica de un Sarraceno protegido por guerreros de oscura mirada que esgrimían filosos sables, mientras el viejo y miserable podenco del gruñón granjero se transformaba en un corcel árabe y un grupo de violentos lobos que asaltaban el castillo, rugiendo por su sangre. Entonces, sus enemigos invisibles, eran vencidos con nada más que un grito de guerra atronador y un porrazo sólido de un palo de madera. Julian inclinó la botella de champaña que tenía en las manos, hacía sus labios deseando volver a esos días tan sencillos.

Esta noche el camino estaba iluminado por la luz de lámparas de los carruajes oscilantes. Sus invitados estaban partiendo uno por uno, llevándose con ellos la última de las esperanzas de Julian.

– Lo siento, -dijo Adrian suavemente, mientras se detenía detrás de él, mirando las luces que se perdían en la oscuridad.- Quise dejarla ir contigo, pero no pude obligarme hacerlo. Ni siquiera por ti.

– Si tuviera al menos media alma, no le habría preguntado, -dijo Julian con un encogimiento de hombros.- Me niego a creer que utilizando el fantasma de Eloisa para atraerle, era nuestra última esperanza. -bufó Julian- Quizás había sido nuestra única esperanza.

– Te juro que nosotros encontraremos otra forma. Encontraré otra forma. Sólo necesito un poco más de tiempo.

Julian se giró y le brindó una sonrisa torcida a su hermano.

– Tiempo es una cosa que tengo de sobra. Te puedo dar hasta una eternidad si eso es lo que requieres.

A penas pronunció esas palabras, Julian supo que se estaba engañando. Su tiempo había estado corriendo desde hacía mucho tiempo, su humanidad se escurría poco a poco fuera de él, como los granos de un reloj de arena agrietado.

Adrian le tocó brevemente el hombro, y entonces se giró para irse.

– ¿Adrian?-Su hermano se volvió, y por apenas un instante Julian vio al fantasma de un Adrian más joven.

– Si tuviera una bendición para darte, lo haría. -Adrian asintió antes de fundirse entre las sombras.


Julian giró su cara al viento, dando la bienvenida al frío latigazo. La noche debía haber sido su reino, su reino para gobernar. Estaba aquí sentado, atrapado entre dos mundos, dos destinos, con sólo la compañía de una botella de champaña para aliviar el hambre que roía el lugar donde su alma había residido una vez.

Inclinó la botella hacía sus labios, cuando una cadena salió de ninguna parte, serpenteo alrededor de su garganta con fuerza salvaje. La botella resbaló de sus dedos, quebrándose contra las piedras. Julian arañó en las pesadas conexiones, luchando contra la presión que lo estrangulaba, pero su fuerza sobrenatural parecía disminuir, escabulléndose como los pétalos de una rosa agonizante.

Sus ojos se sobresaltaron cuando echó un vistazo y vio el crucifijo de plata que se balanceaba al final de la cadena y que quemaba el camino de su camisa y el pecho. El hedor de carne carbonizada inundó sus narices.

Mientras luchaba por soltar un bramido de dolor y rabia, un cuchicheo ronco llenó su oreja.

– No deberías haber mentido a tu hermano así, mon ami. Tu tiempo se acabó. Duvalier lo puso de rodillas con eficiencia brutal, todo en lo que Julian podía pensar era en que sería una maldita vergüenza que Adrian jamás se enterara de que su complot había triunfado.

Загрузка...