CAPÍTULO 7

– ¿Perdón?-murmuró Kane roncamente, mientras Caroline se apretaba a él frenéticamente, enterrando las uñas en su chaqueta.

– Si piensan que somos amantes, hay una oportunidad que pasen sin reconocernos.¡Tiene que pretender hacerme el amor!

Kane agitó su cabeza, su respiración se hizo dura y rápida.

– Srta. Cabot, realmente pienso que no es lo más sabio…

Sabiendo que no había tiempo para pensar, Caroline tomó una respiración profunda para darse valor, subió en la punta de sus pies y apretó sus labios contra los de él.

Por varios latidos del corazón se mantuvo de pie tan rígido como una piedra, resistiéndose a su torpe abrazo. Entonces murmuró un juramento y sus brazos la envolvieron. La línea prohibitiva de su boca se ablandó contra la de ella, mientras apretaba el abrazo. Repentinamente ninguno de ellos fingía.

A través de la niebla de esa sensación deliciosa, oyó a Vivienne hablar bruscamente.

– Oh!-exclamó chasqueando la lengua.

– Portia, cubra sus ojos inmediatamente! ¡Y deje de atisbar a través de sus dedos!

El grito asustado de Portia fue seguido por el inconfundible sonido que hace un aficionado cuando encuentra la más sorprendente oferta.

– ¡Oh!-Portia se lamentó. -¡No me cubra los ojos! ¡No puedo ver donde piso!

Entonces, la lengua de Kane dio un golpeo suave encima de los labios de Caroline, persuadiéndola a abrirlos, y al hacerlo, aceleró el pulso de ella ahogándola en un placer profundo pulsando en sus venas y precipitando los erráticos latidos de su corazón.

Cuando el primo Cecil había intentado penetrar sus defensas, ella había cerrado firmemente sus labios y solo había sentido repulsión. Pero Kane tocó las mismas puertas con una dulzura irresistible, seduciéndola. Podía no saber besar, pero él era un maestro más que dispuesto a enseñar. Él frotó sus labios hacia adelante y hacia atrás a través de los suyos, creando una chispa en la fricción que amenazó encenderlos a ambos. Su lengua cavó más profundo en el dulzor virginal de su boca, arremolinándose y acariciando y rogando a su propia lengua para probar su sabor.

Cuando ella se acercó, sus brazos se apretaron acomodándola hasta que la suavidad dolorida de sus pechos se aplastó contra su pecho. Él ahondó su beso bebiendo de sus labios como si no se satisficiera hasta haber consumido su esencia. Caroline se aferró a él sintiendo crecer su deseo.

Apoyados el uno en el otro cuan largos eran sus cuerpos, ella se sentía completamente maravillosa, simplemente sintiendo su calor y su fuerza. Sin incluso comprenderlo, suspiró en su boca, un sonido dulce de abandono.


Él se estremeció contra su boca, al mirarla vio que sus ojos brillaban con hambre primitiva, al instante comprendió que su tía y hermana hace ya mucho tiempo los habían dejado solos en este paraíso a la luz de la luna.

Por primera vez en su vida Caroline entendió por qué hombres y mujeres buscaban la soledad, escapando de la sociedad que siempre estaba acechando, la necesidad de esconderse en las sombras y explorar el señuelo atormentando de lo prohibido. Ella se habría rendido con un solo beso. ¿Qué estaría dispuesta a sacrificar por otro y que más haría por los más provocativos placeres? ¿Su propio respeto? ¿La felicidad de su hermana? ¿Si permaneciera más tiempo en los brazos de este hombre que podría ocurrir?, tuvo miedo de averiguarlo.

Bajó sus ojos y empujó su pecho.

– Creo que se han ido. Podemos dejar de fingir.

Al principio Adrian no se movió, dejándole simplemente saber lo ineficaz de sus forcejeos contra su fuerza. Entonces bajó sus brazos despacio liberándola de su abrazo.

Cuando caminaba alejándose de ella, una ráfaga de viento perfumado revolvió su pelo y alzó la capa de su chaqueta. Su mirada era más inescrutable que antes.

– Ésa fue una actuación muy convincente, Srta. Cabot. ¿Ha considerado la carrera de actriz alguna vez?

– Puesto que me he dado cuenta que no me acomodan los rigores del espionaje, quizás debería…

Enderezó su máscara, esperando que las sombras escondieran el temblor nervioso de sus manos.

– Si no regreso a mi cama antes que Tía Marietta llegue a casa, puedo muy bien terminar vendiendo pasteles de Banbury en alguna esquina.

– Espero que eso no ocurra.

Las palabras de Kane fueron cortantes como el súbito sonido de una rama al quebrarse. Caroline empezó a temer que quizás su tía y su hermana habían regresado ya a casa. Moviéndose rápidamente y con una gracia silenciosa, Kane recuperó su bastón y la colocó detrás suyo, sin advertir en ella su rebeldía. Una vez escudada tras su cuerpo examinó las sombras bajo la luna, su cautela aparentemente iniciada por un sonido inofensivo.

Agarrando la parte posterior de su capa con una mano, Caroline miró con fijeza alrededor de su hombro, recordando el sentido abrumador de la amenaza que había experimentado anteriormente. ¿Había asumido que Kane era quien la seguía, pero si se había equivocado? ¿Y si había algo más en la oscuridad, mirando y esperando? ¿Algo peligroso? ¿Algo hambriento?

Tembló, preguntándose de dónde había venido tal pensamiento descarriado.

– ¿Cuál es él? -susurró.- No piensas que esos brutos han vuelto, ¿qué hacen?-


En lugar de contestar, Kane la asustó jalándola nuevamente dentro de las sombras de los árboles y sujetando una mano firmemente sobre su boca. Los ojos de ella se ensancharon al ver como un hombre venía andando alrededor en una curvatura del camino. Sus retorcijones y gemidos menguaron cuando reconoció al Alguacil Larkin enfermo y desencajado con paso flojo y un cuarteto de hombres con sombreros y capas indescriptibles lo seguían. A una señal discreta de Larkin, se separaron en los bosques en direcciones diferentes, uno de ellos paso cerca de Caroline y Kane.

Cuando estaban todos fuera del alcance del oído, Kane la soltó. Podría haber sido su imaginación demasiado exaltada, pero su mano parecía demorarse contra la suavidad de sus labios por un latido del corazón más largo que el necesario.

– ¿Qué hacen Larkin y sus hombres aquí? -susurró.

– Al parecer lo mismo que hacen todos los demás en Vauxhall esta noche -murmuró Kane, mientras disparaba una mirada siniestra- Buscarme.

Su mano la instó a seguir en la dirección opuesta, echando un vistazo sobre su hombro. Caroline debía correr para mantenerse al ritmo de sus pasos largos.

Todavía preguntándose si simplemente saltaría como una cacerola al fuego, cuando dijo bruscamente, -¿A dónde me lleva?

– ¿Por qué, dónde, Srta. Cabot? -Le dio una mirada lateral, permitiéndose sólo la más débil de las sonrisas.- A la cama.


– ¿Está despierta? ¡Caro, despiértese! ¡Pssssst!-

Ignorando el siseo frenético así como había ignorado el crujir de la puerta al abrirse y el gemido revelador de la tablilla, Caroline arrastró su almohada encima de su cabeza y se enterró más profundamente bajo las tapas. Siempre había sido incapaz de fingir el sueño frente a Portia. Que empezaría atizándole en las costillas, tiraría una pluma del sombrero más cercano y empezaría a hacer cosquillas en los dedos de sus pies. Una vez, en el frenesí por compartir sus últimas teorías con respecto a la sirena que había visto capoteando en el pozo que estaba al final del jardín, descargó completamente la cubeta del lavado encima de la cabeza de Caroline. Ésta se había levantado mientras gritaba en las orejas de Portia que difícilmente sentiría algún sonido en una semana.

Pero esa vez Portia eligió una estrategia de lejos, más diabólica.

Tiró lejos de una esquina de la manta y puso su boca al lado del oído de Caroline. Bajando su voz a un barítono falso, susurró:

– No sea tan tímida, Srta. Cabot. Venga a darnos un beso.

Caroline se sentó tan rápidamente que casi toparon las cabezas.

– ¡Pequeña mocosa infeliz! ¿Nos reconociste, no?

Dio de puntapiés fuera de sus zapatillas y meneó sus dedos.

– Creo que no era fácil de reconocerlos, con Tía Marietta dando tirones mi capucha encima de mis ojos y dándome una bofetada entusiasta cada cinco segundos. Tropecé en un árbol y casi me golpeé.

Caroline se recostó contra las almohadas, mientras su miraba brillaba hacia su hermana.

– Es una compasión que no lo hizo. Por lo menos entonces podría haber podido conseguir el resto de una noche decente.

Arrastrando fuera de sus guantes uno a la vez, Portia se apoyó adelante y le confió:

– Al principio pensé que el vizconde te estaba mordiendo. No podría entender por qué no estabas intentando luchar. Estaba lista para gritar cuando de repente comprendí te estaba… besando -Susurró lo último como si fuera alguna clase de rito carnal antiguo, oscuro y prohibido y más lascivo que cualquier acto que un vampiro podría cometer.

– Sólo estaba pretendiendo besarme-insistió Caroline, mientras intentaba no recordar el sabor embriagador de sus…, el barrido tierno de su lengua a través de su boca.

El resoplido escéptico de Portia era menos que elegante.

– Entonces debe tener una imaginación muy vívida, de hecho, porque le estaba saliendo ciertamente con mucho entusiasmo.

– No tenía opción -Caroline se retorció, sólo demasiado consciente de que su propio entusiasmo la había condenando más aun.

– Si Tía Marieta nos hubiera reconocido, habría sido el desastre para todos especialmente para Vivienne.

Su conciencia se acobardó al pensar en su hermana. Casi deseó creer que Kane había lanzado alguna clase de hechizo encima de ella. Entonces tendría una excusa a su comportamiento lascivo en sus brazos. Parecía estar dispuesta a abandonar todo, siempre había estimado, incluyendo la confianza de Vivienne, por un placer tan efímero como un beso.

– No necesitas preocuparte por Vivienne-le aseguró Portia.

– No tiene ninguna sospecha. Tía Marietta estaba con demasiada prisa por pasar rápidamente y denunciar al individuo. Bien, no tú persona, sino a quien estaba tan descaradamente en los brazos del vizconde. Claro, no hizo que los conocía eran los doxy de latón en los brazos del vizconde. Y no sabía que eran los brazos del vizconde. Solo lo creyó -Portia ondeó su propio tejido apresuradamente alejando la confusión.

– Oh, no importa. ¿Cómo consiguieron llegar a casa? ¿El caballo de alquiler aún esperaba por Uds.?

– El Señor Trevelyan me envió a casa en su propio tílburi.

La había colocado en el interior lujoso del vehículo con nada más una corta orden al chofer, diciéndole al hombre que en la puerta, directamente a su tía.

– ¿No te acompañó?

Caroline agitó su cabeza, agradecida por que no habían tenido que compartir los confines íntimos del carruaje.

– Dudo que quisiera pasarse otro minuto en mi compañía después de que hice semejante enredo.

Portia escuchó extasiadamente mientras Caroline le contó todos los detalles de los dos jóvenes que la habían acosado y el rescate del vizconde.

Cuando había terminado, Portia se apoyó contra el pie de la cama con un suspiro confundido. -Muy extraño. Me pregunto por qué un vampiro se pasaría sus tardes vagabundeando por los Jardines de Vauxhall rescatando doncellas de su aflicción.

– Si no fuera tan imposible casi me tentaría a creer que es un vampiro. Deberías haber visto cómo despachó a esos dos rufianes. Nunca he visto a un hombre exhibir tal velocidad asombrosa y poder.-Caroline agitó su cabeza, mientras se estremecía al recordar.- Había algo casi sobrenatural… en eso.

¿Portia estudió su cara para un momento antes de preguntar suavemente,

– ¿Eso? ¿Qué? ¿su beso? ¿Había algo también “sobrenatural” sobre eso?

Caroline inclinó su cabeza maldiciendo su cutis.

– No es como si tuviera algo con que compararlo-mintió tiesamente, mientras sentía el rubor en sus mejillas.

– Estoy segura que era un beso absolutamente ordinario.

Un beso absolutamente ordinario que la había mareado. Un beso absolutamente ordinario que le había fundido cada pensamiento práctico, alejándolos de su cabeza, incluyendo el hecho de que el hombre que la besa pertenecía a su hermana.

No podía soportar más el escrutinio de Portia, Caroline resbaló en la cama y rodó sobre si poniéndose de cara a la pared.

– ¿Por qué no vas a tu propia cama y me dejas en paz para que pueda volver a mis sueños absolutamente ordinarios?

Las campanillas repicaron a medianoche.

Estaba de pie sobre los adoquines cuando llegó, mientras andaba bajo la llovizna, su pelo brillando a la luz de la luna, su capa se arremolinaba alrededor de sus tobillos. Supo que venía por ella, todavía no podía gritar, tenía paralizada la garganta, no podía mover ningún músculo.

La luz de la luna desapareció dejándola en la sombra. La tomó en sus brazos, su gentileza tan irresistible como su fuerza.

Sus dientes brillaron cuando descendieron hacia ella. Demasiado tarde, comprendió que no era sus labios lo que buscaba pero sí su garganta. Aun así, no podía detenerse de inclinar su cabeza al lado e invitarlo, sin él pedirlo, participando de ella, bebiendo hasta saciarse de su flujo de vida que pulsaba apenas bajo la seda lisa de su piel.

Él le ofrecía lo qué ella deseaba, lo qué ella había anhelado siempre en secreto.

Rendición.

Cuando sus dientes agujerearon ese velo frágil, enviando una brisa de éxtasis impío a través de su alma, las campanillas conservaron el sonido, anunciando la llegada de la medianoche dónde eternamente pertenecería a él.


Caroline se enderezo repentinamente en la cama, luchando con la presión aplastante en su garganta. Le tomó un terrible momento comprender que era su propia mano que se hallaba envuelta alrededor de ella. Su pulso corriendo locamente bajo sus yemas de los dedos. Bajó su mano despacio, mirando fijamente a sus dedos temblorosos como si pertenecieran a alguien más.

Más desconcertante que su pánico era el rubor inexplicable que parecía haber teñido el resto de su cuerpo. Su boca estaba seca, sentía el hormigueo en su piel y había un dolor tierno en sus pechos y entre sus piernas que era más agradable que doloroso.

Echó un vistazo alrededor del cuarto, esforzándose por alejar el sueño que se demoraba en dejarla. La cama estrecha de Portia estaba vacía y el cuarto de la buhardilla se encontraba en la oscuridad, haciendo imposible decir qué hora del día era. El caprichoso sueño de Caroline contenía fragmentos de otros sueños dónde la perseguían por caminos oscuros atacantes enmascarados, de bocas torcidas y crueles con miradas lascivas.

Frotó sus ojos nublados. Habría sido la noche entera nada más de un sueño con el viaje enfadado de Portia a Jardines de Vauxhall; esos momentos deliciosos en los brazos del vizconde; ¿el sabor embriagador de su beso? ¿Qué si ellos habían estado en una fantasía febril, nacida de un exceso de imaginación?

Casi fue tentada a creer que todavía estaba soñando, porque las campanillas de la medianoche todavía estaban sonando.

Frunció el entrecejo, reconociendo finalmente el cencerreo áspero del tirón del timbre delantero. Echó las mantas hacia atrás, bajó de la cama y se apresuro a la ventana. Un elegante carruaje tirado por un par de hermosos corceles se estacionó en la calle. Estirando el cuello consiguió ver a un solo hombre de pie en el pórtico. A pesar que el borde rizado de su sombrero de castor escondía sus rasgos, no había ninguna equivocación por la forma en que el abrigo se ceñía a sus hombro destacando su imponencia.

Adrian Kane había llegado y en pleno día nada menos.

Caroline se curvó contra el alféizar de la ventana con alivio, sin caer en cuenta, que hasta ese momento las fantasías de Portia habían sido las causantes sus sueños e imaginación.

Agitó su cabeza ante su propia tontería, lanzó una mirada lamentable hacia el cielo. Una lluvia firme estaba cayendo, estaba tan nublado y gris que parecía como si el sol nunca brillase de nuevo.

Sus ojos estrecharon cuando estudió esas nubes ominosas. ¿Era luz del día la que se suponía destruía a los vampiros?

¿O la luz del sol?

Frotó su ceja, deseando de repente haber prestado más atención a la teoría de Portia. La campanilla tocó de nuevo. Tía Marietta no era ningún vampiro, pero raramente se levantaba antes del mediodía o recibía a las visitas antes de las dos. Aun así, Caroline podía oír un revoloteo frenético, seguido por órdenes ladradas en el piso de abajo, como si Tía Marietta y Vivienne se apresuraran en sus espaciosas recámaras, intentando ponerse presentables.

Cuando bajó su mirada a la puerta, Kane echo su cabeza hacia atrás y miro fijamente la ventana dónde se encontraba. Caroline se agachó detrás de las cortinas. No podría haber negado el poder de esa mirada. Incluso el encaje polvoriento no podría protegerla de la influencia hipnótica.

La campanilla dejó de sonar. En el silencio ensordecedor que siguió, una simple y pequeña confusión del popular vampiro de Portia sonó fuerte y clara en la mente de Caroline… un vampiro no podía entrar en la casa de su víctima a menos que fuera invitado.

Caroline intentó alejar esa idea ridícula, pero el sueño todavía era demasiado vívido en su memoria. ¿Y si estuviera ignorando la teoría de Portia y era realmente un lobo quien estaba parado en la puerta de su tía?

Puesto que no se vería muy bien que fuese al piso inferior en camisón, arrojándose por la puerta y pretendiendo sufrir de una enfermedad muy contagiosa como cólera o plaga bubónica, atisbó por la ventana.

La puerta delantera estaba abierta. Pero en lugar del lacayo de su tía, era una Portia radiante la que estaba introduciendo al vizconde en la casa y fuera de la lluvia.

La boca de Caroline se cayó abierta.

– ¿ Portia? -susurró, mientras agitaba su cabeza con escepticismo.

Caroline bajo los escalones después de ponerse un vestido azul severo que no le favorecía en absoluto a su figura delgada. El cuello almidonado parecía sacado de hace dos siglos de la época de la Reina Elizabeth. Había aplanado cada rastro de su cabello cruelmente en un nudo y haciendo plaff se había colocado una gorra. Determinada a vencer todos los rastros de la criatura lasciva que se había aferrado con tal abandono desvergonzado al pretendiente de su hermana.

Dudó un momento con su mano en el pasamano. La voz de barítono del vizconde podría fundir a distancia las inhibiciones de una mujer, pero su tono le hizo difícil escuchar detrás de la puerta. Se esforzó en oír, pero solo podía escuchar retazos de la conversación. El charlar constante de Portia era acompañado por el tintineo amable de la taza de té en el platillo, los murmullos corteses de Vivienne y las risas chillonas de Tía Marietta.

De repente, el salón entró en un silencio. Incluso Portia cesó su balbuceo.

Cuando el vizconde empezó a hablar, Caroline bajó otro paso. Pero todo lo que ella alcanzó a escuchar era

– … al acudir aquí hoy… presumo sobre sus sentimientos… una pregunta muy importante.-

Su mano se apretó en el pasamano, sus nudillos quedaron blancos. Kane se iba a proponer. Iba a ofrecer hacer su esposa a Vivienne y una vez hecho nada en la vida sería lo mismo. Sentía una presión extraña cerca de su corazón, como si una vena hasta el momento desconocida hubiera dado un salto mortal

Sin darse tiempo para examinar la sensación, acelero los últimos pasos.

– Absolutamente no!-proclamó cuando se precipito en el salón. -¡Lo prohíbo!-

Загрузка...