CAPÍTULO 1

– Nuestra hermana va a casarse con un vampiro. -anunció Portia.

– Eso es agradable, querida -Caroline murmuró, haciendo otra anotación, claramente delineada, en el libro maestro abierto en el escritorio.

Había aprendido hacía mucho a ignorar la imaginación desbocada y la propensión de su hermana, de diecisiete años, para el drama.

No podría permitirse abandonar las responsabilidades cada vez que Portia detectaba a un hombre lobo olfateando alrededor del montón de la basura o caía hacia atrás en el sofá en un semi-desvanecimiento y anunciaba que estaba enfermando de la Peste Negra.

– Debes escribir a la Tía Marietta inmediatamente e insistir que nos envíe a Vivienne a casa antes de que sea demasiado tarde. ¡Somos su única esperanza, Caro!

Caroline levantó la mirada de la columna de números, sorprendida de encontrar a su hermana pequeña mirando genuinamente angustiada. Portia estaba de pie en medio de la polvorienta sala, aferrando una carta en una mano temblorosa. Sus ojos azul oscuro se veían angustiados y sus mejillas normalmente rosadas estaban tan pálidas como si algún demonio vestido con una capa le hubiera chupado toda la sangre de su tierno joven corazón.

– ¿Qué acto sobre la tierra está sucediendo ahora? -Su preocupación estaba creciendo, Caroline apartó su pluma y se deslizó fuera del taburete. Había estado encorvada sobre el escritorio durante casi tres horas, luchando para encontrar alguna forma creativa de reducir los gastos mensuales de las cuentas de la familia sin hacer que el resultado final totalizara menos que cero. Sacudiendo la tensión de sus hombros, curioseó la carta en la mano de su hermana- Seguramente no puede ser tan sombrío. Déjame echar un vistazo.

Caroline inmediatamente reconoció el florido garabato de su hermana mediana. Apartando una maldita hebra de pálido cabello rubio de sus ojos, rápidamente escudriñó la carta, saltándose las interminables descripciones de los trajes de noche drapeados en tul de los bailes formales y los enérgicos paseos en carroza por Rotten Row en Hyde Park. No le tomó mucho tiempo para afinar dentro del pasaje, lo que había drenado todo el color de la cara de Portia.

– Mi mi -murmuró ella, arqueando una ceja- Después de sólo un mes en Londres parece que nuestra Vivienne ha adquirido ya a un pretendiente.

Caroline se rehusó a reconocer la familiar punzada en su corazón como envidia. Cuando su tía Marietta se había ofrecido a patrocinar el debut de Vivienne, nunca se le había ocurrido a Caroline decir que su propia temporada se había pospuesto indefinidamente cuando sus padres habían fallecido en un accidente de carruaje en la misma víspera de su presentación en la corte. Y Caroline sensatamente había descartado esas mismas punzadas cuándo Vivienne se fue a Londres con un baúl apiñado con todas las cosas bellas que su madre había escogido para su propio debut cancelado. Era un despilfarro de valioso tiempo acongojarse por un pasado que nunca podría cambiarse, un sueño que nunca podría ser realizado. Además, a las cuatro y veinte, Caroline estaba tan firmemente arraigada en el anaquel que tomaría un terremoto desplazarla.

– ¿Un pretendiente? ¡Un monstruo, quieres decir! -Portia miró fijamente sobre el hombro de Caroline, uno de sus bucles de marta cosquilleando la mejilla de Caroline-. ¿Pasaste por alto apuntar el nombre del sinvergüenza?.

– Al contrario. Vivienne lo ha transcrito con su atrevida mano con pródigos embellecimientos cariñosos-. Caroline hizo una mueca en la segunda página-. ¡Cielos!, ¿punteó ella realmente la i con un corazón?

– Si el mero susurro de su nombre no golpea terror en tu corazón, entonces debes ser ignorante de su reputación.

– Lo soy ahora. -Caroline continuó escudriñando la carta- Nuestra hermana atentamente ha provisto un catálogo sumamente extensivo de sus encantos. De su encendido relato, uno puede asumir que la lista de las virtudes del caballero es emulada sólo por el arzobispo de Canterbury.

Mientras ella ensalzaba el fino corte de la tela de su cuello y sus muchas bondades para las viudas y los huérfanos, supongo que no se molestó en mencionar el hecho que es un vampiro.

Caroline se volvió contra su hermana, su escasa paciencia se evaporaba.

– Oh, vamos, Portia. Desde que tú leíste ese ridículo cuento del Dr. Polidori [1], has estado viendo vampiros acechando detrás de cada cortina y cada planta. Si hubiera sabido que «El Vampiro [2]» apresaría tu imaginación en un agarre tan cruel, habría lanzado la revista en el montón de basura tan pronto como llegó. Tal vez uno de los hombres lobos que has visto escarbar por entre la basura se la habría llevado ya y la habría enterrado.

Levantándose hasta su altura completa de metro cincuenta y ocho, Portia inhaló por la nariz.

– Todo el mundo sabe que el Dr. Polidori no escribió esa historia. ¡Por qué, él mismo admitió que la publicó en nombre de su célebre paciente… George Gordon, el mismísimo Lord Byron!

– Una afirmación que Byron acérrimamente negó, debería recordártelo. -le replicó Caroline.

– ¿Le puedes culpar? -argumentó Portia- ¿Cómo podía hacer él otra cosa cuando el carácter cruel y amenazante de Ruthven era sólo una versión delgadamente disfrazada de sí mismo? Él puede negarlo todo lo que le guste, pero «El Vampiro» reveló su verdadera naturaleza para que todo el mundo la viera.

Caroline suspiró, una vena en su sien comenzando a latir.

– ¿Su verdadera naturaleza es la de una criatura chupasangre de la noche, supongo?

– ¿Cómo lo puede dudar alguien después de leer «El Infiel [3]»? -Los ojos de Portia cobraron un brillo distante que Caroline conocía demasiado bien. Levantando una mano y golpeando una postura apropiadamente dramática, Portia entonó:

«Pero primero, sobre la tierra, como vampiro enviado,

tu cadáver de la tumba será arrancado;

luego, lívido, vagarás por el que fuera tu hogar,

y la sangre de todos los tuyos has de chupar;

allí, de tu hija, hermana y esposa,

a media noche, la fuente de la vida secarás»


Mientras la voz de Portia se desvanecía en una nota apropiadamente funesta, Caroline masajeó su sien palpitante con dos dedos.

– Eso no prueba que Byron sea un vampiro. Sólo que él, como cada otro gran poeta, es de vez en cuando capaz de decir estupideces transcendentales. Sólo puedo esperar que tengas pruebas más sustanciales para condenar al nuevo pretendiente de Vivienne. De lo contrario, tendré que asumir que esto es algo así como la vez que me sacudiste hasta despertarme antes del amanecer e insististeis en que una familia de hadas vivía bajo uno de los hongos venenosos del huerto. Puedes imaginar mi aguda desilusión cuando tropecé descalza a través del rocío matutino solo para descubrir que tu familia de hadas no eran más que larvas con ni un ala de mariposa o una rociada de polvo de hadas.

El sonrojo de Portia hizo poco para templar la malhumorada protuberancia de su labio inferior.

– Tenía sólo diez años entonces. Y te puedo asegurar que esto no es un antojo de mi propia fabricación. ¿No recuerdas el chismorreo que nos contó nuestro primo, sobre su última visita a Londres? Nos dijo que ni una vez durante todos esos meses en la ciudad vio fuera durante el día, al que ahora es el pretendiente de Vivienne.

Caroline dejó escapar un bufido impropio de una dama.

– Ese es apenas un hábito reservado para el no muerto. La mayor parte de los muchachos jóvenes, en la Ciudad, pasan sus días durmiendo los excesos de la noche anterior. Sólo emergen después de que el sol se ha puesto para que puedan reiniciar el ciclo de beber, apostar y buscar rameras una vez más.

Portia le agarró firmemente su brazo.

– ¿Pero no encuentras como mínimo un poquito extraño que él llegase a su casa al amparo de la oscuridad y se fuera de la misma manera? ¿Que insistiese que cada cortina en la casa fuera conservada echada durante todo el día y que cada espejo fuera cubierto con crespón negro?

Caroline se encogió de hombros.

– Podría haber estado simplemente de luto. Quizás había perdido recientemente a alguien muy querido para él.

– O algo muy querido para él. Como su alma inmortal.

– Debería pensar que tal reputación no le haría un comensal muy deseable.

– Al contrario -le informó Portia.- Theton no ama nada más que un delicioso indicio de escándalo y misterio. Justamente la semana pasada en el Tatler [4], leí que él debe patrocinar un baile de disfraces en su sede familiar esta Temporada, y la mitad de Londres está compitiendo por las invitaciones. Por lo que he leído, él es uno de los más solicitados los solteros en la ciudad. Por lo cual es precisamente por lo qué tenemos que sacar a Vivienne fuera de sus agarres antes de que sea demasiado tarde.

Caroline se quitó de encima la mano como garra de Portia. Ella apenas podría permitirse ceder a las ilusiones oscuras de su hermana. Era la primogénita, la sensata, la forzada a dar un paso firmemente dentro de las zapatillas de su madre y las botas de su padre después de su prematura muerte ocho años antes. La única que había para confortar a dos niñitas sollozantes, apesadumbradas cuando su corazón todavía yacía en fragmentos rotos en su pecho dolorido.

– No trato de ser cruel, Portia, pero realmente debes refrenar esa imaginación tuya. Después de todo, no ocurre diariamente que un vizconde haga la corte a una chica sin dote.

– ¿Así que no te importa si Vivienne se casa con un vampiro, mientras él también resulte ser un vizconde? ¿No te importa que él este probablemente rondando solamente Theton buscando alguna alma inocente para robar?

Caroline amablemente pellizcó la mejilla de su hermana, restituyendo su matiz rosado.

– Hasta donde yo se, él no tomará el alma de Vivienne por algo menos de mil libras al año.

Portia jadeó.

– ¿Nos hemos convertido en una carga tan terrible para ti? ¿Estás tan ansiosa por librarte de nosotras?

La sonrisa bromista de Caroline se desvaneció.

– Claro que no. Pero tú sabes así como yo que no podemos depender de la generosidad del Primo Cecil para siempre.

Después de la muerte de su padre, su primo segundo no había perdido el tiempo en reclamar su herencia legal. El primo Cecil había considerado que era caridad cristiana alejar a las chicas de la casa principal de Edgeleaf Manor y alojarlas en la desvencijada vieja casa de campo familiar metida en la esquina más húmeda, y lúgubre de la hacienda. Habían pasado los últimos ocho años allí, con solo una mensualidad escasa y un par de viejos sirvientes para cuidar de ellas.

– Cuándo nos visitó la semana pasada, -Caroline recordó a su hermana,- Cecil pasó más de su tiempo haciendo “ejem” -imitó.- y pavoneándose sobre el saloncito, mascullando acerca de sus planes para convertir la casa de campo en un pabellón de caza.

– Tú sabes que él podría ser más caritativo con nosotras si no lo hubieses tan firmemente desairado hace años.

Al recordar la noche que el soltero de cincuenta y ocho años las había invitado graciosamente a mudarse de regreso al señorío -a condición de que ella, de diecisiete años, se convirtiera en su novia-Caroline se estremeció.

– Entregaría mi alma a un vampiro antes de casarme con ese viejo sátiro gotoso.

Portia se hundió en una descolorida otomana de cretona [5] que había sido de algodón en rama rojo sangre mucho antes de que se hubieran mudado a la casa de campo, apoyó su barbilla sobre una mano y le echó a Caroline una mirada recriminatoria.

– Bien, pudiste haberte rehusado amablemente. No tenías que empujarle fuera de la puerta. Y más con el temporal de nieve que caía.

– Enfrió su ardor, ¿verdad? Entre otras cosas. -Caroline masculló por lo bajo. Después de esforzarse en convencerla de qué sería un marido atento, el primo Cecil la había sujetado contra él con sus manos gruesas, gordas, con la intención de convencerla con un beso. Huelga decir, la caliente ávida urgencia de su lengua contra sus labios estrechamente cerrados. A Caroline le había inspirado repulsión, no devoción. El recuerdo todavía le hacía querer restregar su boca con lejía.

Ella se hundió pesadamente junto a Portia en la otomana.

– No quise alarmaros a ti o Vivienne, pero cuando el Primo Cecil vino llamando la semana pasada, él también sugirió que podríamos haber tensado los límites de su caridad. Él insinuó que a menos que le conceda ciertos… -tragó y apartó la vista, incapaz de encontrarse con la mirada inocente de Portia -…favores sin el beneficio del matrimonio, podríamos vernos forzadas a buscar otro lugar.

– ¿Qué?, ¡Miserable desgraciado! – Portia estalló.- ¡Pabellón de caza en efecto! ¡Debería haber montado su gorda cabeza en la pared de nuestro salón!

– Aun si él nos da permiso de permanencia en Edgeleaf, no sé cuánto tiempo más puedo seguir exprimiendo cada libra de nuestra concesión hasta el último medio penique. Sólo la semana pasada tuve que escoger entre comprar un ganso para la cena y un par de suelas nuevas de cuero para tus botas. Nuestras capas de invierno están todas raídas y nos quedamos sin cazuelas para meter bajo las goteras de este viejo techo mohoso. -La mirada indefensa de Caroline flotó suavemente desde el perfil indignado de su hermana hasta su traje. La descolorida popelina blanca había sido dejada en herencia de ella a Vivienne, luego finalmente a Portia. Su corpiño de volantes estaba estirado tenso sobre los pechos regordetes de Portia, y el raído dobladillo arrastraba la punta de sus botas llenas de rozaduras.- ¿No extrañas alguna vez los pequeños lujos que tú y Vivienne solíais amar tanto cuando Mama y Papa estaban vivos… los potes de acuarelas, la música del pianoforte, las cintas de seda y los peines de perla para tu pelo bonito?

– Adivino que nunca me importó prescindir de ellos mientras nosotras tres pudiéramos permanecer juntas. -Portia descansó su cabeza contra el hombro de Caroline.- Pero he advertido que tus porciones en la cena continúan haciéndose más pequeñas mientras la nuestra permanece del mismo tamaño.

Caroline acarició con su mano los rizos suaves de Portia.

– Tú vas a ser un premio algún día, mi pequeña, pero nosotras sabemos que Vivienne es la verdadera belleza de la familia, la que más probablemente hará un matrimonio ventajoso que nos librará de la matonería del primo Cecil y asegurará tanto su futuro como el nuestro.

Portia inclinó su cabeza para contemplar a Caroline con lágrimas no derramadas aferrándose a sus pestañas gruesas y oscuras.

– ¿Pero no lo ves, Caroline? Si Vivienne cae bajo el hechizo de este diablo, ella no puede tener un futuro. ¡Si le entrega su corazón, nos la quitará eternamente!

Caroline podría ver una sombra de sus miedos reflejadas en los ojos suplicantes de Portia. Si Vivienne tenía éxito en conseguir un marido, sólo sería cuestión de tiempo antes de que él encontrase un pretendiente para Portia entre sus amigos elegibles. Él incluso podría ser lo suficientemente caritativo para invitar a su cuñada solterona a ir a vivir con ellos. Pero de lo contrario, ella pasaría el resto de sus días con los nervios crispados alrededor de esta ventosa vieja casa de campo en la caprichosa misericordia del primo Cecil. El pensamiento envió un estremecimiento frió por de su columna vertebral. Ella era lo suficientemente mayor para saber que habían algunos hombres que podrían ser muchos más aterradores que los monstruos.

Antes de que ella pudiera tratar de serenar cualquiera de sus miedos, Anna llegó caminando arrastrando los pies dentro del cuarto con algo entre las manos, su cabeza blanca se inclinó ante ella.

– ¿Qué es eso? -Caroline preguntó a la vieja criada, levantándose de la otomana.

– Esto precisamente llegó para vos, señorita.

Caroline tomó la misiva de la mano paralítica de Anna. Los ojos legañosos de la criada estaban empañados por la edad.

Caroline recorrió en pergamino de marfil con las puntas de sus dedos, admirando su caro tejido. La misiva doblada había sido sellada con una sola embarradura de cera color rubí que refulgía como una gota de sangre fresca contra el papel fino. Ella frunció el ceño.

– Pensé que el correo matutino ya había llegado.

– Ciertamente, señorita -Anna confirmó.- Un mensajero privado lo trajo. Era un muchacho de gran musculatura que vestía librea de color escarlata.

Mientras Caroline rompía el sello con su uña y desdoblaba la carta, Portia se puso de pie.

– ¿Qué es? ¿Es de tía Marietta? ¿Vivienne ha caído enferma? ¿Ha entrado en un declive repentino e inexplicado?

Caroline negó con la cabeza.

– No es de tía Marietta. Es de él.

Portia levantó una ceja, urgiéndola a continuar.

– Adrian Kane… el vizconde Trevelyan. -Mientras los labios de Caroline moldeaban el nombre por primera vez, ella habría jurado que sintió una onda de temblor a través de su alma.

– ¿Qué quiere de nosotras? ¿Está requiriendo alguna clase de rescate por el alma de Vivienne?

– ¡Oh!,¡por el amor de Dios, Portia, deja de ser un ganso tan tonto! No es una demanda de rescate -dijo Caroline, escudriñando el mensaje.- Es una invitación para que vayamos a Londres a conocerlo. Eso debería apaciguar tus ridículas sospechas, ¿o no? Si este vizconde albergase menos que intenciones nobles hacia Vivienne, entonces él no se molestaría en obtener nuestra bendición antes de perseguirla, ¿verdad?

– ¿Por qué él no nos hace una visita aquí mismo en Edgeleaf, como cualquier joven caballero correcto haría? ¡Oh, espera, lo olvidé! Un vampiro no puede entrar en la casa de su víctima a menos ésta le invite. -Portia movió su cabeza hacia el lado, viéndose por un fugaz momento mayor y más sabia.- A que exactamente nos ha invitado el vizconde?

Caroline estudió el temerario garabato masculino por varios segundos, luego levantó su cabeza para encontrar los ojos de su hermana, ya temiendo el brillo triunfante que ella sabía pronto iba a encontrar allí.

– A una cena a medianoche.

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