CAPÍTULO 4

La luna cabalgaba baja en el cielo sin estrellas cuando las hermanas Cabot finalmente murmuraron sus despedidas educadas y se fueron de la casa de la ciudad del vizconde. Una niebla fina se pegaba a los árboles y la hierba, nublando los bordes de la noche languideciendo. Aún la incontenible Portia comenzaba a arrastrar sus pies calzados con sandalias. Caroline sospechó que su hermanita estaría profundamente dormida en su hombro antes de que su carruaje se pusiera en marcha. Ahogó un bostezo en su guante mientras la Tía Marietta tomaba la mano del lacayo y se alzaba dentro del carruaje esperando.

– ¿Señorita Cabot? -Las tres hermanas se dieron la vuelta, cuando un hombre se separó de la pared de piedra baja que lindaba con el paseo. Pero fue Caroline quien soportó el peso de su mirada fija marrón-. Perdóneme por asustarla, pero me preguntaba si podría tener un momento de su tiempo.

El alguacil Larkin estaba parado delante de ella, humildemente. Debía de haber estado posado sobre esa pared esperando que ellas aparecieran casi tres horas. A juzgar por las sombras bajo sus ojos, ésta no era su primera noche sin dormir, ni sería la última

Para sorpresa de Caroline, fue Vivienne quién habló.

– Yo no le hablaría si fuera tú, Caro. Es apenas correcto para un hombre abordar a una señorita en la calle.

– Es un policía, querida, no un asesino del hacha -replicó Caroline- ¿Por qué no me esperáis las dos en el carruaje con Tía Marietta? Sólo será un momento.

Vivienne vaciló justamente el tiempo suficiente para echarle al alguacil una mirada desdeñosa antes de subir dentro del carruaje, su boca suave, rosada comprimida en una línea desaprobadora.

Caroline condujo a Larkin unos pocos pasos lejos, asegurándose de que estaban fuera del alcance del oído de sus hermanas. Portia siempre había podido lograr oír una delicadeza jugosa de chismería a cien pasos.

– Apreciaría si usted pudiera hacer esto breve, Alguacil. Necesito regresar con mis hermanas a la residencia de mi tía. No estamos acostumbradas a continuar a horas tan extravagantes.

Aunque hizo un valiente intento, Larkin realmente no pudo esconder el anhelo en sus ojos cuando echó una mirada furtiva al carruaje.

– Puedo ver que usted se toma su responsabilidad por el bienestar de ellas muy seriamente. Lo que es precisamente por qué debía hablarle. Quería advertirle que tenga cuidado en lo concerniente a la Señorita Vivienne. -Todavía evitando la mirada fija de Caroline, volteó su sombrero en sus manos, sus dedos flacos acariciando el ala- Aunque sólo he conocido a su hermana durante poco tiempo, le tengo en muy alto aprecio y yo nunca me perdonaría que cualquier daño le viniera.

– Ni lo haría yo, Alguacil. Lo cual es precisamente por qué debe parar de dejar caer estos indicios espeluznantes y simplemente decirme si tiene alguna evidencia para probar que Lord Trevelyan es un peligro para mi hermana o cualquier otra mujer.

Sacudió con fuerza su cabeza, explícitamente desarmado de equilibrio por su franqueza.

– Quizá usted le debería preguntar qué le sucedió a la última mujer que cortejó. Una mujer que albergaba un parecido más que sorprendente con su hermana.

Cuando divisó por primera vez a Vivienne, se volvió tan blanco que habrías pensado que él había visto a un fantasma.

Mientras la voz chillona de la Tía Marietta resonaba en su memoria, Caroline sintió una onda fría a través de ella.

– Quizá debería preguntárselo a usted.

– Yo no tengo la respuesta. Eloisa Markham desapareció sin dejar señal hace más de cinco años. El misterio rodeando su desaparición no fue nunca solucionado. Su familia finalmente decidió que simplemente debía de haber declinado los afectos de Kane y haberse fugado con su amante a Gretna Green con alguien sin dinero que nunca prosperaría.

Era difícil imaginar a cualquier mujer despreciando los afectos de un hombre como Kane.

– ¿Pero usted no cree esto?

El silencio del alguacil fue respuesta suficiente.

Caroline suspiró.

– ¿Tiene alguna prueba cualquiera que Lord Trevelyan está relacionado con su desaparición o a la de cualquiera de los demás?

Larkin se puso muy silencioso, su mirada se estrechó sobre su cara.

– En lugar de interrogarme a mí, Señorita Cabot, quizá debería preguntarse por qué se siente obligada a defenderle.

Caroline se enderezó. Ésta era la segunda vez que había sido acusada de tal atrocidad en sólo unas pocas breves horas.

– No le defiendo. Yo simplemente me rehúso a estrellar las esperanzas de mi hermana para un futuro feliz y próspero cuando usted no tiene un solo jirón de prueba para condenarle.

– ¿Cómo puedo recabar pruebas de un fantasma? -Percibiendo la mirada preocupada que Caroline lanzó el carruaje, Larkin bajó su voz hasta un susurro feroz- ¿Cómo puedo cazar a un hombre que se mueve como una sombra a través de la noche?

Caroline se rió, diciéndose a sí misma que era sólo la fatiga lo que le daba al sonido un borde histérico.

– ¿Qué está tratando de decir, Alguacil? ¿Que usted, un hombre que aparentemente ha decidido dedicar tanto su vida como su vocación a la inconquistable persecución de la lógica y la verdad, también cree que el vizconde verdaderamente podría ser un vampiro?

Larkin contempló arriba a una de las ventanas oscurecidas en el tercer piso de la casa de la ciudad, en su cara rebosaron líneas sombrías.

– No sé exactamente lo que es. Sólo sé que la muerte le sigue dondequiera que va.

En cualquier otra circunstancia, sus palabras podrían haber provocado más risa. Pero estando parada delante de la casa de un desconocido en una ciudad poco familiar en el frío del preamanecer, Caroline se vio forzada a abrazar su capa más estrechamente alrededor de ella.

– Ese es un sentimiento más digno de la pluma caprichosa de Byron, ¿no cree?

– Quizá Byron esté simplemente dispuesto a recrear la noción que no cada misterio puede ser solucionado por la lógica. Si usted está verdaderamente preocupada por el bienestar de su hermana, entonces firmemente sugiero que haga lo mismo.

Mientras se ponía su sombrero y giraba para irse ella dijo.

– No puedo menos que preguntarme si no hay un motivo más personal detrás de sus sospechas, Alguacil. Mencionó que usted y Lord Trevelyan asistieron a la universidad juntos. Quizás éste es sólo su modo de colocar un rencor contra un viejo enemigo.

– ¿Enemigo? -replicó Larkin, retrocediendo. Incluso mientras una esquina de su boca se inclinaba en una sonrisa pesarosa, una tristeza inefable nublaba sus ojos- Al contrario, Señorita Cabot. Amé a Adrian como un hermano. Fue mi más querido amigo.

Inclinó su sombrero hacia ella antes de alejarse andando, dejándola de pie a solas en la niebla.


– ¡Maldito Larkin hasta el Infierno y de regreso! – juró Adrian, mirando el paso lento del alguacil fuera, como si él no tuviera ninguna preocupación en el mundo.

Caroline Cabot estaba de pie en medio de la calle debajo, viéndose como una niñita perdida. La niebla se arremolinaba alrededor de ella, formando un pliegue ávidamente en el dobladillo de su capa.

Mientras Adrian observaba desde las sombras del tejado, ella giró y lanzó una mirada preocupada a la casa de la ciudad. Sus ojos grises observando eran tan claros, tan incisivos, que él casi se zambulló tras una chimenea de ladrillo antes de recordar la capa de oscuridad que le protegía, como siempre hacía.

Ella giró y ascendió al carruaje que esperaba, sus hombros bajando bruscamente con agotamiento. Cuando el carruaje se alejó, Adrian caminó a grandes pasos por el borde del techo, observando hasta que desapareció alrededor de una esquina lejana.

Era justo como él había temido. Larkin había estado al acecho, como una araña astuta, esperando para enredarla en su tela. Hablando en su defensa, se había marcado con la misma mancha fea de sospecha que corrompía todo lo que él hacía. Se había acostumbrado hacía mucho a los susurros nerviosos y las miradas de soslayo que lo seguían a todas partes que iba. No había ninguna razón para que ella no hiciera lo mismo.

– ¡Ahí estás! -exclamó Julian, saliendo de improviso de una ventana del ático como una caja de sorpresa embriagada. Su zigzagueo era explicado por la jarra medio vacía de wisky escocés que agarraba en una mano- Pensé que habías salido.

– ¿Cuál sería el motivo? -Adrian observó el horizonte. En los pocos años pasados, se había hecho un experto en el descubrimiento del cambio más débil de negro al gris.- El sol se alzará en menos de dos horas.

Julian se tambaleó y se hundió abajo en un cañón de chimenea derrumbándose sin huella de la gracia que tanto había deslumbrado a los invitados de Adrian.

– Y no un momento demasiado pronto, hasta donde me concierne -dijo, bostezando ampliamente- No sé qué fue más extenuante… ser obligado a vomitar la poesía sobreexcitada por muchas horas o tener esa mirada fija de la niñita en mí toda la noche como si colgara la luna.

Una sonrisa sardónica tocó los labios de Adrian.

– ¿No lo hiciste?

– No -replicó Julian, levantando la jarra hasta el cielo en un brindis burlón- Sólo las estrellas.

Por encima de sus cabezas, esas estrellas estaban parpadeando una a una, acongojándose la transición de la noche. Las sombras mortecinas sólo ahondaban la palidez de Julian y acentuaban los nichos bajo sus ojos. La mano agarrando firmemente la jarra, traicionaba un pequeño temblor visible.

Adrian cabeceó hacia la jarra, sintiendo su corazón retorcerse con una preocupación que se estaba volviendo excesivamente familiar.

– ¿Piensas que eso es realmente sabio?

– Gana a la alternativa-dijo Julian sarcásticamente, tomando otro profundo trago- Hay sólo un tanto de raro rosbif que un tipo puede estrangular abajo en una noche. Además, tengo todo el derecho para celebrar, como lo hago. ¿No oíste a Larkin? Después de rastrear a Duvalier a través de cada sórdido hueco del infierno en los siete continentes, finalmente tenemos al bastardo en nuestras miras. Cae directamente en nuestra pequeña trampa.

Adrian bufó.

– O tendiendo una trampa propia.

Julian se reclinó sobre sus codos, cruzando sus largas piernas por los tobillos.

– ¿Piensas que la ha visto ya? ¿O fueron justamente los rumores de tu inminente dicha romántica lo que finalmente le tentó de vuelta a Londres?

– Estoy seguro de que el mero pensamiento que yo pueda encontrar la felicidad en los brazos de cualquier mujer le debe impulsar a una demente furia. He tratado de arreglarlo para que no tenga más que un vislumbre suyo hasta la fiesta del baile. Por eso es que hemos estado frecuentando teatros oscuros y cenas privadas. Quiero aguzar su apetito primero, para atraerle tan profundo en nuestra red que escapar sea imposible.

– ¿Qué te hace pensar que agarrará el cebo y nos seguirá a Wiltshire?

– Porque la mitad de Londres nos seguirá a Wiltshire. Sabes tan bien como yo que un baile de disfraces dado por el misterioso Vizconde Trevelyan será lo más buscado después de la invitación de la Temporada. Y Duvalier nunca podría resistirse a una audiencia.

Julian extendió la mano para limpiar una mota de hollín de su bota, explícitamente pesando con cuidado sus siguientes palabras.

– ¿Estoy completamente confiado en tu habilidad para mantener a Vivienne fuera de los agarres de Duvalier, pero no estás simplemente un poquito preocupado acerca de romper el corazón de la chica?

Adrian le ofreció a su hermano una sonrisa pesarosa.

– Podría ser. Si fuese mío para romper. -Julian frunció el ceño por el desconcierto, pero antes de que su hermano le pudiera preguntar más, Adrian continuó hablando de Vivienne, no creo que su hermana mayor estuviera realmente tan enamorada de ti como la joven Portia lo estaba.

Julian puso mala cara.

– Ella era todo almidón y vinagre, eso era.

– Al contrario- dijo Adrian, conservando su cara cuidadosamente impasible.

– Encontré a la mayor de las señoritas Cabot realmente intrigante.

Vivienne había hablado de su hermana mayor con tal afecto desdeñoso que Adrian había esperado una soltera seca, no una belleza delgada, de ojos grises vestida como la misma Afrodita. Si Vivienne era luz del sol, entonces Caroline era luz de luna… rubio plateado, brumoso, efímero. Si se hubiera atrevido a tocarla, Adrian temía que ella se habría derretido como rayos lunares a través de sus dedos.

Julian remató el wisky escocés, luego se limpió su boca con el dorso de su mano.

– No parecía estar particularmente enamorada de ti, tampoco. Si era su bendición lo que estabas buscando, temo que estás condenado a la decepción.

– Dejé de buscar bendiciones hace mucho tiempo. Todo lo que necesitaba era alguna seguridad que no se inmiscuiría en los asuntos de su hermana. Pero gracias al miserable sentido de la oportunidad de Larkin, temo que todo lo que logré hacer esta noche fue avivar su curiosidad.

Julian se incorporó, con el ceño fruncido preocupado arrugando su frente.

– Ahora que sabemos que nuestro plan está en marcha, no podemos permitirnos dejar a Duvalier escabullirse de nuestros dedos otra vez. Tú no piensas que ella podría plantear un problema, ¿verdad?

Adrian recordó aquéllos momentos indefensos antes de que Caroline se hubiera dado cuenta quién era él. Había quedado ciego por el destello pícaro en sus ojos, la salpicadura casi imperceptible de pecas sobre sus mejillas, la plenitud invitadora de sus labios y el destello de sus hoyuelos, tan en contradicción con la pureza angular de sus pómulos altos y su pequeña nariz afilada. Nunca había pretendido que su broma floreciera en un flirteo en toda la extensión de la palabra. Pero todas sus nobles intenciones habían salido volando por la puerta de la terraza cuando ella le contempló como si quisiera que la engullera.

Volvió su mirada hacia el horizonte aclarándose, deseando poder dar la bienvenida a la salida del sol en lugar de temerla.

– No si puedo malditamente evitarlo.

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