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Sonó un gong y bajaron a almorzar. La familia fue presentada… Geoffrey Ford y Mrs. Geoffrey; la joven morena que Miss Sil- ver había visto cruzar el vestíbulo; Miss Janet Johnstone y la pequeña Stella. Al parecer, Star Somers se había marchado a Londres por cuestiones de negocios.

– Acaba de regresar de Estados Unidos y tiene muchas cosas que hacer.

Fue una excusa bastante atrevida por parte de Adriana porque todo el mundo, excepto Miss Silver sabía perfectamente que la «cuestión de negocios» de Star era sencillamente el verse envuelta en la necesidad de asistir al funeral de la pobre Mabel Preston. Simmons, que estaba sirviendo la comida con dignidad, la oyó decir con voz dulce y alta:

– No, querida, ¡no lo haré y se acabó! No tengo nada negro que ponerme y si vas a sugerirme que vaya por ahí con alguno de esos arcaicos vestidos de Edna, será mejor que te lo vuelvas a pensar. Te admiro mucho por cumplir con tu noble deber, pero ya sabes que yo tengo que ver a Rothstein, aunque sólo sea por si algo va mal en la producción de Nueva York… Quiero decir que nadie puede estar seguro de saber cuándo podrá Aubrey volver a representar su papel.

Miss Silver se encontró con bastante gente a la que estudiar. Mientras conversaba con su habitual y amable fluidez, pudo observar una serie de detalles interesantes. Mr. Geoffrey Ford se comportaba como una persona muy agradable. Por lo que había oído decir de él y por su aire elegante, llegó a la conclusión de que ésta era su actitud usual. Todo se desarrolló bien y con suavidad, pero en una o dos ocasiones se le ocurrió pensar que el ambiente resultaba un poco forzado, y que las risas agradables parecían demasiado frecuentes. Después de todo, había habido un funeral que partió de la casa aquella misma mañana. Geoffrey bebió whisky con agua y llenó su vaso otra vez. Mrs. Geoffrey, sentada a su derecha todavía llevaba puestas la blusa y la chaqueta negras que había llevado durante la ceremonia. La ropa parecía colgar sobre ella, sugiriendo que había perdido peso, aunque de todos modos, nunca podría haber sido elegante ni favorecedora. La blusa de color gris oscuro, reducía ojos, pelo y. piel a una uniformidad incolora. Los ojos daban la impresión de no haber dormido, y los párpados aparecían encarnados. Siempre hay mujeres que lloran en una boda o en un funeral, pero son de un tipo más fácil y emocional que Edna Ford.

A su otro lado, el jersey escarlata de Meriel lanzaba una nota desafiante. Hacía resaltar el pelo moreno recogido, los ojos provocativos, la palidez de marfil. Había utilizado un lápiz de labios llamativo, ofreciendo así el efecto más discordante. Miss Silver se sintió predispuesta a creer en su egoísmo y en un temperamento capaz de armar un jaleo si las cosas no marchaban como ella deseaba. Permaneció sentada, sirviéndose un poco de cada plato y dejando la mayor parte de lo que se ponía. Sentada junto a ella, percibió su actitud de resentimiento y una nerviosa impaciencia por terminar cuanto antes con la comida y con su proximidad.

Frente a ella, Janet Johnstone y Ninian Rutherford estaban sentados a los lados de la niña. Miss Silver les observó con interés. Miss Johnstone desplegaba una excelente actitud con la niña, y su blusa marrón y jersey del mismo color representaban el feliz intermedio entre el negro sombrío de Mrs. Geoffrey, y el escarlata de Meriel. Sus rasgos eran agradables y sus ojos tenían una sombra poco habitual y encantadora. Todo su aire indicaba el de una persona sensible y seria. Gracias a su experiencia, Miss Silver comprendió que, sin duda, Mr. Ninian Rutherford se sentía atraído por la joven. El no hacía nada por ocultarlo y también quedaba claro que al menos una parte del enojo de Meriel se debía a esta causa. Adriana, sentada frente a Geoffrey al otro lado de la mesa, comía poco y sólo hablaba ocasionalmente. Parecía sentirse cansada y el vestido púrpura de estar por casa le daba un aire algo sombrío. Por una vez, nadie impidió la fluidez de la conversación de Stella. Tras haber informado a Miss Silver de cada uno de los detalles de los seis vestidos que Star le había traído de Nueva York… «y fue muy, muy gentil por su parte porque ella tuvo que dejar muchas de sus cosas allí»…, se mostró ingeniosamente informativa sobre el tema de sus lecciones.

– Leo mejor que Jenny, y Molly, y mucho mejor que Jackie Trent, pero Jenny es mejor en las sumas. A mí no me gustan las sumas, pero Jackie dice que va a ser ingeniero, y Miss Page dice que entonces tiene que saber sumar muy bien. Dice que todo el mundo tiene que saber hacerlo, pero yo no puedo entender por qué. Oí decir a Mrs. Lenton que estaba harta de sumas.

– ¡Oh. Stella!-exclamó Edna Ford, con tono reprobador-. ¡No has dicho una sola palabra amable! Estoy segura de que Mrs. Lenton nunca dijo eso.

Stella se la quedó mirando tranquilamente desde el otro lado de la mesa.

– Pues sí que lo dijo. Yo se lo oí decir. Se lo dijo al vicario. Ella se estaba riendo y él la besó y le dijo: «Querida, ¿qué importa?»

– Stella -dijo Janet-, ¡termina la carne! Está muy mala cuando se enfría.

Meriel se echó a reír de una manera que a Miss Silver le pareció muy poco agradable.

– La próxima vez que el Club de Ropa tenga las cuentas mal hechas, ya sabremos por qué.

Stella se comió tres trozos de carne seguidos, bebió rápidamente un trago de agua y siguió diciendo:

– Mrs. Lenton se ríe mucho cuando habla con el vicario. Él también se ríe mucho. A mí me gusta él. Pero Miss Page no se ríe. Antes sí que se reía, pero ahora ya no.

– Háblale a Miss Silver de tu clase de baile -pidió Janet-. Puedes bailar un foxtrot y un vals, ¿no es cierto?

– ¡Oh, ya hemos pasado los valses! -dijo Stella, que parecía indignada.

A Miss Silver no se le escapó observar que todo el mundo pareció sentirse aliviado y que no se permitió que la conversación regresara a Ellie Page. Como el budín que Simmons trajo demostró ser de interés para Stella, la niña habló mucho menos y cuando hubo terminado, Janet se la llevó.

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