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Del London Times,

La Brigada contra el Ladrón de Novias comunica que, con el fin de abarcar un territorio más amplio, piensa permitir que se incorpore a sus filas todo hombre que tenga una hija en edad de casarse. Quienes deseen unirse a la brigada deberán realizar una aportación monetaria a la recompensa que se ofrece por la captura del Ladrón de Novias.


Todos los plantes de Sammie en relación con lord Wesley quedaron frustrados a la mañana siguientes. Nada más terminar su desayuno en solitario -se le habían pegado las sábanas, algo nada propio en ella y que atribuyó a los excesos cometidos la noche anterior con sus hermanas-, entregó Hubert como una exhalación. El alboroto del muchacho le despertó un infame dolor de cabeza, y se apretó las sienes con los dedos en un débil intento de mitigarlo.

Antes de que pudiera suplicarle que anduviera de puntillas, su hermano le tendió un sobre sellado y le dijo sin resuello:

– Acaba de llegar esto para ti. Se lo dio a Cyril en los establos un muchacho al que no había visto nunca.

– ¿De veras? -Su nombre aparecía pulcramente escrito en una letra que le resultó desconocida-. ¿De quién es?

– No lo sé, pero tal vez sea de él.

Sammie se quedó inmóvil.

– ¿Quién?

– Lord Wesley. ¿No sería estupendo que esto fuera una invitación para usar de nuevo su Herschel?

La esperanza que vio brillar en los ojos de su hermano la conmovió. Dejó la nota sobre la mesa, le tomó de las manos y le dio un apretón. Luego, escogiendo las palabras con cuidado, le dijo:

– No deberías hacerte la ilusión de que vaya a invitarnos otra vez, Hubert. Aunque fue muy amable…

– Oh, pero a mí me dijo que podía volver cuando quisiera.

– ¿En serio? ¿Cuándo?

– En el momento de marcharnos, mientras tú subías al carruaje. Dijo que lamentaba mucho que tuviéramos que irnos tan pronto, sobre todo porque yo no había terminado de tomar notas. Dijo que regresara a terminarlas cuando quisiera -Se le encendieron las mejillas-. Estoy deseando hacerlo, pero no me atrevo sin que él especifique el día y la hora.

A Sammie se le hizo un nudo en la garganta, y se lo tragó.

– Eso ha sido muy generoso por parte de lord Wesley.

– Es un gran caballero -convino Hubert, cuya respiración se había recuperado-. Incluso con su título y su posición, se mostró… -Encogió sus estrechos hombros y desvió la mirada.

– Amable con nosotros -dijo Sammie con suavidad.

Se miraron a los ojos, y entonces se entendieron sin decir nada, dos personas más acostumbradas al ridículo que a la aceptación. La nuez de Hubert se movió en su cuello.

– Sí, creo que por eso me cabe bien… además de porque tenga un Herschel. Porque fue amable contigo.

Querido Hubert. Cielos ¿podría querer a aquel muchacho más de lo que lo quería ya? Volvió a apretarle las manos y le sonrió.

– Qué coincidencia. A mí me cabe bien porque fue amable contigo.

Una sonrisa iluminó la cara del chico.

– Bueno, todo el mundo dice que tú y yo nos parecemos -Señaló la carta con la cabeza- ¿Vas a leerla?

– Por supuesto

Cogió la misiva mientras Hubert tomaba asiento y untaba con mermelada de fresa una gruesa rebanada de pan, a modo de segundo desayuno. Tras romper el lacre, extrajo dos pliegos de vitela de color marfil.

Estimada señorita Briggeham:

Me llamo Anne Barrow y vivo en un pequeño pueblo situado a una hora de caballo al norte de Tunbridge Wells. Aunque no nos conocemos, la escribo para pedirle, mejor dicho suplicarle, su ayuda. Me mueve una profunda desesperación. Cuando llegó a mis oídos la notifica de que había sido secuestrada por el Ladrón de Novias, comprendí que era usted mi última esperanza.

Mi padre ha dispuesto que me case con un hombre al que odio. Le he rogado y suplicado, pero él se niega a escucharme. Mi prometido es un hombre cruel y despiadado que incluso ha intentado forzarme. A cambio de mi persona, mi prometido saldará las enormes deudas de juego contraídas por mi padre. Me destroza pensar que mi propio padre sea capaz de venderme de este modo. No dejará el juego ni la bebida y, aunque yo no deseo verlo en prisión, no puedo casarme con ese hombre. Mi padre ha tomado su decisión y ahora yo debo tomar la mía.

Se lo ruego, señorita Briggeham, es usted la única persona que puede ayudarme. No tengo nadie más a quien recurrir. Mi madre ha muestro y no me quedan más parientes que mi padre. ¿Podría ponerse en contacto con el Ladrón de Novias y hablarle de lo desesperada que estoy y lo mucho que necesito su ayuda? Temo que existen muy pocas posibilidades de que el Ladrón de Novias llegue a enterarse de la gravedad de mi situación, pues mi padre ha organizado este compromiso en secreto, tal vez por temor a que, en efecto, pueda tener lugar un rescate. Estoy dispuesta a ir a cualquier parte, a hacer lo que sea, con tal de escapar de la pesadilla en que se convertirá mi vida si se me obliga a casarme con ese hombre. Yo misma intentaría ponerme en contacto con el Ladrón de Novias, pero mi padre ha llegado incluso a encerrarme bajo llave en mi habitación y, aun cuando fuera libre, no sabría dónde encontrarlo. Rezo para que llegue a manos de usted esta nota.

Debo partir de viaje a la casa de mi prometido dentro de dos noches. Adjunto un mapa, dibujado por mí, que indica la ruta exacta que seguirá mi carruaje. Por favor, le suplico que haga llegar esta información al Ladrón de Novias para que sepa cómo encontrarme. Comprendo que es mucho pedir por parte de una persona desconocida, pero no habría abusado de su amabilidad si no estuviera desesperada. Por favor, ayúdeme a salvar la vida.

Por siempre en deuda con usted,

Anne Barrow


Había un segundo pliego que contenía el dibujo de la ruta del carruaje. Sammie depositó los papeles sobre la mesa y lanzó un tembloroso suspiro.

Hubert tenía los ojos nublados por un velo de preocupación.

– Sammie, te has quedado blanca como la tiza ¿Qué sucede? ¿Es una nota de lord Wesley?

– No -Y sin decir palabra, empujó la carta hacia Hubert, sabiendo que no podría convencerlo de que no pasaba nada malo.

Hubert la leyó y después miró a su hermana por encima del papel con sus ojos azules agrandados por las gafas.

– Pero esto es terrible

– En efecto. He de ayudar a esa pobre muchacha -Se levantó y comenzó a pasear por la habitación-. Es necesario que haga llegar esa información al Ladrón de Novias, pero ¿cómo?

Hubert también se levantó y también se puso a pasear, al otro lado de la larga mesa de caoba.

– Si encontrásemos la cabaña a la que te llevó podríamos dejarle un mensaje. He examinado algunas muestras de cabello y de hojas que retiré de tu ropa la mañana siguiente a tu secuestro, pero…

Sammie se paró en seco y lo miró de hito en hito.

– ¿Qué dices que has hecho?

El chico se ruborizó

– Buscaba pruebas que dieran pistas de su identidad. Por desgracia, lo único que logré determinar fue lo que ya habías dicho tú: que montaba un caballo negro y que habías cruzado el bosque.

– Pero ¿para qué querías conocer su identidad? ¡No estarías pensando en cobrar la recompensa que ofrecen por su captura!

– Naturalmente que no. Aunque no dudaría un momento si te hubiera causado algún daño. No; estoy de acuerdo contigo en que ese hombre es noble y lucha por una causa justa. Simplemente deseaba poner a prueba mi inteligencia contra la suya -Una tímida sonrisa curvó sus labios-. Ya sabes que no puedo dejar un enigma sin resolver.

– Sí, lo sé, pero en este caso debes dejarlo -Sammie apoyó ambas palmas sobre la mesa y se inclinó hacia él-. No sólo podría ser peligroso para ti buscar la respuesta a ese enigma, sino también para él. Una vez que se conozca su identidad, estará acabado. Y es posible que tú salieras perjudicado también.

Hubert extendió un brazo y acarició la mano de su hermana.

– No hay de qué preocuparse, Sammie. Lo único que hice fue unos cuantos experimentos en la cámara, y no obtuve ningún resultado. Y aunque lograra descubrir su identidad, no se lo diría al magistrado.

Ella apreció la sinceridad que había en su mirada y asintió. Luego reanudó su paseo y dijo:

– En cuanto a lo de encontrar esa cabaña… es una buena sugerencia, pero podría llevarnos semanas o meses dar con ella, suponiendo que tengamos éxito. Estaba oscuro, y sin las gafas perdí completamente el sentido de la orientación. No; hemos de pensar en otra cosa -Se dio unos golpecitos con los dedos en la barbilla y continuó caminando-. Apliquemos la lógica. Necesitamos que el Ladrón de Novias se entere de la grave situación de esa joven. ¿Cómo llegan a su conocimiento los casos de las muchachas que rescata, que están a punto de casarse?

Hubert frunció el entrecejo y asintió pensativo.

– Eso ¿cómo llegan a su conocimiento? No parece probable que las conozca personalmente a todas.

– Exacto. ¿Y cómo se enteró de mi caso? ¿Cómo sabía que yo no deseaba casarme con el mayor Wilshire? Aún no se había anunciado mi compromiso, y ni siquiera mamá se hubiese arriesgado a que surgieran chismorreos antes de los arreglos formales.

Los dos se detuvieron y se miraron por encima de la mesa.

– Sólo existe un modo… -dijo Hubert

– Debió de filtrarse a través de…

– Los cotilleos de la servidumbre -dijeron ambos al unísono.

Sammie se retorció las manos.

– Sí, ésa es la única explicación lógica. No sé por qué no lo pensé antes.

– Seguramente porque no intentaban encontrar un modo de ponerte en contacto con tu secuestrador.

Sammie recogió la carta y el mapa y rodeó la mesa.

– Los chismorreos sólo pudieron partir de nuestra familia o de la del mayor Wilshire. -Tamborileó con los dedos sobre la mesa mientras su cerebro funcionaba a toda velocidad-. Debo hacer correr inmediatamente entre los ciados la noticia de la situación en que se encuentra esa joven. Aquí en la casa y en la residencia del mayor. No hay un momento que perder si queremos que la noticia llegue a tiempo al Ladrón de Novias.

– Yo iré a ver al mayor -se ofreció Hubert-. Tengo cierta amistad con el hijo de su cochero. Pero Sammie ¿y si el magistrado se entera del rumor y le tiende una trampa al Ladrón de Novias?

– Haremos todo lo posible para que el rumor no salga de estas dos familias… y rezaremos por que así sea. Es un plan peligroso, pero el Ladrón de Novias es muy listo y nosotros tenemos que intentar ayudar a esa joven.

– ¿Y si la noticia no le llega a tiempo?

Sammie arrugó la carta en sus manos, con el corazón encogido por Anne Barrow. Comprendía muy bien la desesperación de aquella pobre muchacha.

– Yo he tenido la suerte de poder librarme sola de un matrimonio no deseado, pero hay muchas mujeres que no pueden. Si el Ladrón de Novias no puede socorrerla, tendremos que idear otro plan.

– ¿Cómo?

Arrugó el ceño

– No estoy segura, pero ya pensaré algo.


Mientras Hubert se dirigía a la casa del mayor Wilshire, Sammie fue en busca de su madre, que era capaz de extender un rumor más rápido que un reguero de pólvora. Después de hablarle de la grave situación de Anne Barrow fue a la cocina y se lo contó todo a Sarah, la cocinera. Segura de que la casa entera estaría al corriente al cabo de una hora, se echó encima un chal y se puso el sombrero. De camino al pueblo para la visita cotidiana, hizo una parada en los establos para contarle la historia a Cyril.

Pasó varias horas en compañía de la señorita Waynesboro-Paxton. Sammie le leyó un fragmento de una manoseada edición de Sentido y sensibilidad y después le dio un masaje en sus rígidas manos con crema de miel. Tras disfrutar de una reconstituyente taza de té, se despidió de ella, deseosa de regresar a casa y averiguar cómo le había ido a Hubert en la residencia del mayor.

Mientras caminaba observando el sol de últimas horas de la tarde que se filtraba entre los árboles, elevó una plegaria para que su plan diera resultado y la noticia del matrimonio forzado de Anne Barrow llegara a los oídos del Ladrón de Novias… y no a los del magistrado. Al hacer correr el rumor, tendía una tensa cuerda entre la posibilidad de estar poniendo en peligro al Ladrón de Novias e intentar facilitarle la libertad a una mujer desesperada. Pero las situaciones críticas requerían medidas desesperadas.

Por supuesto, era sumamente probable que el rumor no alcanzara al Ladrón de Novias a tiempo para socorrer a la señorita Barrow. No dudó de que él la rescataría si conociera su situación, pero si no sabía nada, no podía hacerlo. Tenía que lograr que la señorita Barrow fuera liberada de la boda que se le venía encima. Pero ¿cómo?

Por su mente pasó una fugaz imagen del Ladrón de Novias, y entonces tuvo una idea como caída del cielo. Comenzó a darle vueltas, sopesándola desde todos los ángulos. Suponía un riesgo terrible, pero estaba en juego la vida de una mujer. Su mente la advertía de que había un centenar de cosas que podían salir mal, pero su corazón le decía que una podía salir bien: la señorita Barrow sería libre.

Si el Ladrón de Novias no acudía a rescatarla, entonces la rescataría ella misma.


Eric miraba alternativamente a Emperador, que pastaba junto al lago, y al camino que procedía del pueblo y se internaba en el bosque. Extrajo su reloj del bolsillo del chaleco y lo consultó con un gesto de impaciencia. Maldición ¿ya habría pasado? No parecía probable, ya que llevaba más de una hora esperándola. Tal vez aquel día no había ido al pueblo. Tal vez estaba enferma…

El crujido de una rama le hizo fijar de nuevo la vista en el camino. Cuando la vio, dejó escapar un suspiro que no creía estar reprimiendo, lo cual lo irritó. Y aún lo irritó más el súbito brinco que le dio el corazón. Por todos los diablos, estaba empezando a comportarse como un colegial imberbe. Allí, de pie en el bosque, sosteniendo una jarra de miel como su fuera un necio embobado. “Y lo eres”, lo informó una vocecilla interior.

Apretó la mandíbula y mandó al cuerno su irritante -por no decir acertada- vocecilla interior. No estaba embobado, sino simplemente… Frunció el entrecejo; no sabía qué demonios le pasaba, aparte de estar inexplicablemente irritado. Consigo mismo por desearla, por ella por parecer tan…

Tan Samantha.

Si no se sintiera tan nervioso, se habría reído de sí mismo cuando el deseo se le despertó al ver el sencillo vestido azul y el chal que llevaba. Ella venía a paso vivo por el sendero, con aire resuelto y las cejas juntas, como concentrada en algo. El sombrero le colgaba de las cintas como si fuera una redecilla, y su cabelle brillante parecía más despeinado de lo habitual. Con un gesto inconsciente, se ajustó las gafas, un ademán que desde luego no debería haber acelerado el pulso de Eric, pero que al instante evocó en él una imagen en la que le quitaba las gafas y se perdía en sus bellos ojos.

Se le escapó un gruñido, y se pasó una mano por el rostro. No debería haber ido allí; no debería haberla esperado. ¿Por qué diablos lo había hecho? “Porque no puedes estar separado de ella”.

Su grado de irritación aumentó un poco más ante aquella verdad innegable. Pero ¿cómo diablos iba a mantenerse apartado de una mujer que lo fascinaba, que lo cautivaba? Y todo eso sin una gota de artificio, coquetería ni esfuerzo por su parte. Una mujer que deseaba convertirse en su amante. No lo sabía, pero estaba claro que esperarla en el bosque desde luego no era el modo de apartarla de sus pensamientos.

Se limitaría a entregarle la jarra de miel. Se trataba de un acto de honor. Le había prometido la miel, e iba a dársela. Después se retiraría inmediatamente de su perturbadora presencia.

Sí, era un plan excelente.

Cuando ella se encontraba a unos metros de distancia, Eric salió de entre las bajas ramas del sauce y se plantó en mitad del camino.

Ella se sobresaltó y lanzó una exclamación ahogada.

– Cielo santo, lord Wesley. Me ha asustado usted.

– Perdóneme. No era mi intención.

Entre ellos se hizo el silencio más ensordecedor que él había oído jamás. Ella retorció entre los dedos las cintas de su sombrero, obviamente esperando a que hablara él, pero era como si su presencia lo hubiera privado de todo raciocinio. Se limitó a mirarla, mientras aún retumbaba en su mente la pregunta que le había formulado el día anterior: “¿Tiene idea de lo cerca que he estado de hacerle el amor?”. Y la sobrecogedora respuesta de ella: “¿Y tiene usted idea de lo mucho que yo deseaba que me lo hiciera?”. Dios santo, ¿cómo se las había arreglado para dejarla marchar?

Al final, se aclaró la garganta y dijo:

– En fin, es un placer verlo de nuevo, milord. Si me disculpa… -Inclinó la cabeza y se dispuso a continuar su camino.

Pero Eric la agarró por el brazo.

– Aguarde. Quería darle esto. -Le tendió la jarra de miel-. Se la dejó olvidada la otra noche.

Un súbito rubor tiñó las mejillas de ella, y Eric se preguntó si estaría pensando en el ardiente beso que ambos habían compartido en su casa.

Sammie cogió la jarra.

– Gracias. Me encargaré de que el señor Timstone reciba su crema. Y ahora, si me disculpa… -Intentó zafarse de su brazo, pero él no se lo permitió. Lo miró con expresión interrogante-. ¿Hay algo más, milord?

Eric entornó los ojos y estudió su rostro. En sus ojos no había nada parecido al deseo. De hecho, ella lo contemplaba con gesto de frío distanciamiento. Diablos, parecía haber perdido todo interés.

Maldita mujer caprichosa. Tan pronto deseaba ser su amante como quería alejarse de él a toda prisa. Su sentido común le dijo que aquello estaba bien; pero el resto de su ser se rebeló. ¿A qué se debía aquel súbito cambio? Aunque había rehusado ser su amante, su deseo no había disminuído. En absoluto.

– ¿Ocurre algo malo, señorita Briggeham? Parece usted tener prisa.

– No, milord. Pero hay un… proyecto que necesito iniciar lo antes posible.

– ¿Qué proyecto es ése?

Ella bajó los ojos, al parecer fascinada por lago que había en el suelo.

– Nada que pueda interesarle a usted.

Eric sintió una aguda punzada de pérdida. Samantha no quería compartir con él los detalles, detalles de un proyecto que saltaba a la vista era importante para ella. Diablos, no había previsto que fuera a echar tanto de menos la cómoda camaradería que habían compartido.

Debería simplemente dejarla marchar. Pero no pudo.

Se situó delante de ella y le alzó la barbilla hasta que los ojos de ambos se encontraron.

– Respecto de lo que estuvimos hablando ayer…

Ella se puso de un rojo carmesí.

– ¿Ha cambiado de idea?

“Sí”

– No -Frunció el entrecejo-. Pero abrigaba la esperanza de que pudiéramos seguir siendo… amigos.

Fuera cual fuese la reacción que esperaba de ella, desde luego no era la explosión de ira que vio en sus ojos.

– ¿Amigos? -repitió Samantha, levantando las cejas-. Sí, supongo que podemos seguir siendo amigos. Dios sabe que no tengo tantos como para rechazar uno más.

– Sin embargo, está enfadada conmigo.

– No. Estoy decepcionada. No obstante, sí estoy enfadada por la situación en que me encuentro, la misma que la de miles de mujeres. Como no somos hermosas ni inteligentes ni ricas herederas, o por el motivo que sea, nos vemos obligadas a convertirnos en célibes solteronas. Obligadas a vivir nuestras vidas sin haber experimentado nunca el contacto de un hombre. -Casi le saltaban chispas de los ojos-. Una mujer debería poder escoger. Por Dios santo, es tan horrible como verse obligada a contraer un matrimonio no deseado.

Eric se quedó inmóvil.

– No es lo mismo…

– Sí lo es. Es exactamente lo mismo. -Se soltó de un tirón de los dedos súbitamente relajados del conde y dio unos pasos para alejarse de él-. El Ladrón de Novias lo entendería.

Él se puso en tensión.

– ¿El Ladrón de Novias? Menuda tontería. Ése no es más que un delincuente común, que rapta a mujeres que…

“Que no tienen alternativa”, pensó ella y dijo:

– Que se ven forzadas a llevar una vida que no desean -Le tembló la voz por la emoción-. Él les da una oportunidad, y les ofrece el regalo impagable de ser libres. Eso es más de lo que tendrá nunca una mujer como yo.

Eric sintió una punzada en el corazón, ya que no podía negar la verdad que encerraban aquellas palabras. Las opciones de las mujeres eran de lo más limitadas. Él también se rebelaba ante aquella injusticia, pero de un modo que no podía relevarle a la señorita Briggeham.

Apretó los puños a los costados para no tocarla y dijo:

– Aunque efectivamente el Ladrón de Novias lo entendiera, usted no volverá a verlo nunca.

La mirada de determinación que ella le devolvió le provocó un escalofrío que le bajó por la espalda.

– Eso es lo que usted cree -replicó Sammie con voz tensa. Y, antes de que él pudiera recuperarse, echó a andar raudamente por el sendero.

Eric se la quedó mirando, estupefacto. Seguro que no habían sido otra cosa que palabras acaloradas, pronunciadas en un momento de apasionamiento, algo muy típico de las mujeres. Pero al punto se desdijo: Samantha Briggeham era la mujer más directa que había conocido jamás. No se la imaginaba capaz de hacer una afirmación semejante a menos que estuviera convencida de ella.

Estaba claro que tenía la intención -o como mínimo la esperanza- de ver de nuevo al Ladrón de Novias. Naturalmente, no podría llevar a buen puerto dicha intención sin la colaboración de él, pero eso no lo sabía ella.

Sintió miedo. Miedo por ella. Y por sí mismo.

Maldición ¿qué estaría planeando hacer?

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