47 Otras historias de la rueda del tiempo

Un profundo desasosiego impelía a Rand a caminar junto a la mesa. Diez zancadas. El recorrido del costado de la mesa le llevaba diez zancadas, tantas veces como lo repitiera. Irritado, se forzó a dejar de llevar la cuenta. «Vaya una estupidez. A mí qué me importa la longitud de la condenada mesa». Minutos después descubrió que estaba contabilizando las veces que caminaba en un sentido u otro siguiendo longitudinalmente la mesa. «¿Qué les estará diciendo a Moraine y a Lan? ¿Sabe él por qué razón nos persigue el Oscuro? ¿Sabe a cuál de nosotros busca el Oscuro?»

Observó a sus amigos. Perrin había desmigajado un pedazo de pan y estaba distraído. Empujaba las migas por el borde de la mesa con un dedo y sus amarillentos ojos miraban fijamente las migajas, pero parecían percibir algo remoto. Mat estaba encorvado sobre la silla, con los ojos entrecerrados y un amago de sonrisa en el rostro. Aquélla era una mueca de nerviosismo, no de satisfacción. En apariencia era el mismo Mat de siempre, pero de vez en cuando tocaba inconscientemente la daga de Shadar Logoth por encima del tejido de su chaqueta. «¿Qué está diciéndole Fain? ¿Qué sabe él?»

Loial, al menos, no presentaba síntomas de inquietud. El Ogier examinaba las paredes. Primero se había plantado en el centro de la habitación y había girado lentamente sobre sí para observarla; ahora casi pegaba su enorme nariz en la piedra mientras sus descomunales dedos recorrían con suavidad una ensambladura. En ocasiones cerraba los ojos, como si el tacto fuera más importante que la visión. Sus orejas se agitaban otras veces y murmuraba para sí en Ogier, habiendo olvidado al parecer, que había alguien más en la estancia aparte de él.

Lord Agelmar continuó conversando tranquilamente con Nynaeve y Egwene delante de la alargada chimenea situada en uno de los extremos de la sala. Era un buen anfitrión, experto en hacer olvidar las cuitas a sus huéspedes; varias de sus historias provocaron la hilaridad de Egwene y en una ocasión incluso Nynaeve estalló en sonoras carcajadas. Rand se sobresaltó ante aquel sonido imprevisto y luego dio un salto cuando la silla de Mat golpeó el suelo.

—¡Rayos y truenos! —gruñó Mat, haciendo caso omiso del rictus que esbozó Nynaeve al escuchar su imprecación—. ¿Qué está haciendo tanto rato? —Levantó la silla y volvió a sentarse sin mirar a nadie. Su mano apretó la chaqueta.

El señor de Fal Dara observó a Mat con desaprobación —su mirada abarcó también a Rand y Perrin sin expresar mayor comprensión—y luego se volvió de nuevo hacia las mujeres. El incesante vaivén de Rand había llevado sus pasos cerca de ellos.

—Mi señor —decía Egwene, con tanta soltura como si hubiera utilizado un tratamiento aristocrático durante toda su vida—, yo creía que era un Guardián, pero vos lo llamáis Dai Shan y habláis de un estandarte con la Grulla Dorada y lo mismo han hecho otros hombres. A veces parecéis considerarlo una especie de rey. Recuerdo que en una ocasión Moraine lo llamó el último Señor de las Siete Torres. ¿Quién es realmente?

Nynaeve se puso a estudiar con detenimiento su copa, pero a Rand le constaba que estaba escuchando con mayor curiosidad que la propia Egwene. Rand se detuvo y trató de escuchar con disimulo.

—Señor de las Siete Torres —repitió Agelmar, frunciendo el entrecejo—. Un antiguo título, lady Egwene. Ni siquiera los de los grandes señores de Tear son de más rancio linaje, aun cuando la reina de Andor se le aproxime. —Exhaló un suspiro y sacudió la cabeza—. Él no habla nunca de ello, pero su historia es bien conocida en las tierras que bordean la frontera. Es un rey, o debiera haberlo sido, al’Lan Mandragoran, Señor de las Siete Torres, Señor de los Lagos, Rey no Coronado de los malkieri. —Irguió su rapada cabeza y de sus ojos emanó un destello que reflejaba una especie de orgullo paternal. Su voz se tornó profunda, imbuida de la carga del sentimiento. Todos los presentes pudieron oírlo sin necesidad de esforzarse en ello—. La gente de Shienar nos reconocemos como habitantes de la zona limítrofe, pero hace menos de cincuenta años, Shienar no era parte integrante de las tierras fronterizas. Al norte de nuestros dominios y de Arafel estaba Malkier. Las lanzas de Shienar apoyaban su denuedo, pero era Malkier quien contenía el avance de la Llaga. Malkier, que la Paz tenga en predilección su memoria y la Luz ilumine su nombre.

—Lan es de Malkier —musitó la Zahorí, alzando la mirada, en la que se percibía una extraña perturbación.

No era una pregunta, pero Agelmar asintió.

—Sí; lady Nynaeve, es el hijo de al’Akir Mandragoran, último rey coronado de los malkieri. ¿Cómo se convirtió en lo que ahora es? El comienzo se encuentra, tal vez, en Lain. Lain Mandragoran, hermano del soberano, tuvo la osadía de conducir a sus lanceros a las Tierras Malditas, atravesando la Llaga, y quizá llegó hasta el mismo Shayol Ghul. La esposa de Lain, Breyan, fue quien lo instó a llevar a cabo aquel desafío, roída por la envidia que le inspiraba el hecho de que al’Akir hubiera sido proclamado rey en lugar de Lain. El rey y Lain estaban tan unidos como pueden estarlo dos hermanos, tan identificados como dos gemelos incluso después de que se añadiera el «al» real al nombre de Akir, pero los celos corrompieron a Breyan. Lain era aclamado por sus proezas, y con toda justicia, pero con todo no era capaz de ensombrecer la figura de al’Akir. Este era, como persona y soberano, uno de los hombres como sólo ve la tierra un ejemplar en un siglo. Que la Paz lo privilegie, a él y a el’Leanna.

»Lain falleció en las Tierras Malditas con la mayoría de quienes partieron con él, hombres de los que no podía prescindir Malkier, y Breyan acusó de ello al rey, diciendo que el propio Shayol Ghul se habría rendido si al’Akir hubiera encabezado al resto de los malkieri junto a su esposo. Como venganza, conspiró con Cowin Gemallan, llamado Cowin Corazón Leal, para instaurar en el trono a su hijo, Isam. Corazón Leal era un héroe casi tan reverenciado como el propio al’Akir y uno de los grandes señores, pero cuando éstos realizaron sus voluntades en la elección del soberano, sólo mediaron dos votos de diferencia entre él y Akir y nunca olvidó que fueron dos hombres que depositaron un color distinto en la piedra de coronación los que lo alejaron del trono. Entre ambos, Cowin y Breyan instigaron a los soldados a que regresaran de la Llaga para tomar las Siete Torres y éstos convirtieron los fuertes fronterizos en meras guarniciones.

»Sin embargo, la envidia de Cowin había echado profundas raíces en su corazón. —La voz de Agelmar rezumaba repugnancia—. Corazón Leal, el héroe, cuyas hazañas en la Llaga se recitaban por todas las tierras fronterizas, era un Amigo Siniestro. Al estar debilitada la contención de los fuertes fronterizos, los trollocs se precipitaron sobre Malkier como un vendaval. El rey al’Akir y Lain luchando juntos habrían podido reorganizar las fuerzas, como lo habían hecho en anteriores ocasiones. Sin embargo, el funesto final de Lain en las Tierras Malditas había conmocionado al pueblo y la invasión de los trollocs hizo mella en el ánimo de los hombres y les arrebató el coraje para resistir. La tremenda superioridad numérica del enemigo hizo retroceder a los malkieri hasta el centro del reino.

»Breyan huyó con su hijo Isam y fue capturada por los trollocs de camino hacia el sur. Nadie conoce a ciencia cierta cuál fue su destino, pero es fácilmente deducible. Únicamente me conmueve la suerte del pequeño. Cuando se descubrió la traición de Cowin Corazón Leal, y Jain Charin (ya conocido como Jain el Galopador) lo apresó y lo llevó encadenado a las Siete Torres; los grandes señores pidieron que su cabeza fuera exhibida en la punta de una pica. Pero, dado el aprecio en que lo había tenido el pueblo, superado sólo por su devoción a al’Akir y Lain, el rey se enfrentó a él en combate individual y le dio muerte. Al’Akir sollozó al matar a Cowin. Algunos dicen que lloró por un amigo que se había rendido a la Sombra y otros que sus lágrimas eran por Malkier. —El señor de Fal Dara agitó tristemente la cabeza.

»El primer paso para la destrucción de las Siete Torres había sido dado. No había tiempo para recibir ayuda de Shienar ni Arafel y no era factible que Malkier pudiera resistir por sí mismo, habiendo perdido un millar de lanceros en las Tierras Malditas y sin poder contar con los fuertes fronterizos.

»Al’Akir y su reina, el’Leanna, hicieron que llevaran a Lan hasta ellos en su cuna. En sus manos infantiles depositaron la espada de los reyes de los malkieri, la misma que aún lleva hoy. Una arma creada por las Aes Sedai durante la Guerra del Poder, la Guerra de la Sombra que concluyó la Era de Leyenda. Ungieron su cabeza con aceite, nombrándolo Dai Shan, señor tocado con la diadema de guerra, y lo consagraron como futuro soberano de los malkieri y en su nombre prestaron el ancestral juramento de los reyes y reinas de Malkier. —El semblante de Agelmar se endureció mientras refería su contenido como si también él hubiera formulado aquel juramento u otro similar—. Luchar contra el oscuro mientras el hierro conserve su dureza y haya piedras a mano. Defender a los malkieri mientras quede una gota de sangre en las venas. Vengar lo que no pueda defenderse. —Aquellas palabras resonaron en las paredes de la estancia.

»El’Leanna colgó un relicario en el cuello de su hijo, a modo de recordatorio, y el infante, que la reina envolvió en pañales con sus propias manos, fue entregado a veinte hombres escogidos entre la guardia personal del rey, los mejores espadachines, los más aguerridos luchadores. Su cometido fue llevar al niño a Fal Moran.

»Entonces al’Akir y el’Leanna condujeron a los malkieri a afrontar la Sombra por última vez. Allí perecieron, en el cruce de Herot, y allí murieron los malkieri y se quebraron las Siete Torres. Shienar, Arafel y Kandor libraron batalla con los Fados y los trollocs en la Escalera de Jehaan y los hicieron retroceder, pero no hasta sus confines anteriores. Buena parte de Malkier permaneció en manos de los trollocs y, año tras año, kilómetro tras kilómetro, la Llaga se ha apoderado de él.

Agelmar aspiró pesarosamente y, cuando continuó, su voz y sus ojos expresaron un triste orgullo.

—Únicamente cinco de los veinte guardias reales llegaron con vida a Fal Moran y todos habían sido heridos, pero habían preservado de todo daño al pequeño. Desde sus primeros meses le enseñaron todo cuanto conocían. Aprendió a utilizar las armas como otros niños aprenden a jugar y a reconocer la Llaga como otros chiquillos recorren el jardín de su madre. El juramento prestado en la cuna está grabado en su mente. Ya no queda nada que defender, pero puede cumplir venganza. A pesar de negar sus títulos, en las tierras fronterizas lo llaman el Rey no Coronado y, si algún día alzara los estandartes de la Grulla Dorada de Malkier, acudiría todo un ejército dispuesto a obedecerlo. Sin embargo, no está dispuesto a conducirlos a la muerte. En la Llaga corteja a la muerte como los pretendientes cortejan a una doncella, pero no llevará a otros a enfrentar ese trance.

»Si habéis de entrar en la Llaga, y en grupo reducido, no hay hombre más indicado para guiaros ni para haceros salir con vida de allí. Es el mejor de los Guardianes, y ello significa que es el que más descolla entre toda la elite de guerreros. Daría lo mismo que dejarais a estos chicos aquí, para que fueran mejorando su táctica, y depositarais toda vuestra confianza en Lan. La Llaga no es lugar para muchachos inexpertos.

Mat abrió la boca, y volvió a cerrarla ante la mirada que le asestó Rand. «Ojalá aprendiera a mantenerla cerrada».

Nynaeve había escuchado con ojos tan desorbitados como Egwene, pero ahora volvía a observar su copa, con la faz demudada. Egwene le puso una mano encima del hombro y le dirigió una mirada alentadora.

Moraine apareció en el umbral, seguida de Lan. Nynaeve les volvió la espalda.

—¿Qué ha dicho? —preguntó Rand, al tiempo que Mat y Perrin se levantaban de sus sillas.

—Zoquete de pueblo —murmuró Agelmar, antes de elevar el tono de su voz—. ¿Habéis averiguado algo, Aes Sedai, o no es más que un pobre loco?

—Está loco —confirmó Moraine—o poco le falta para estarlo, pero dista mucho de ser un pobre desdichado.

Uno de los criados de librea blanca y dorada se inclinó al entrar en la sala con una jofaina azul, un cántaro y una bandeja de plata con una pastilla de jabón y una pequeña toalla; dirigió una ansiosa mirada a Agelmar. Moraine le indicó que depositara su carga sobre la mesa.

—Excusadme por dar órdenes a vuestros sirvientes, lord Agelmar —dijo—, Me he tomado la libertad de pedirles esto.

Agelmar realizó un gesto de asentimiento dedicado al criado, el cual dejó la bandeja en la mesa y salió enseguida.

—Mis sirvientes se encuentran a vuestras órdenes, Aes Sedai.

El agua que Moraine vertió en la jofaina humeaba como si estuviera a punto de hervir. Se arremangó el vestido y comenzó a lavarse vigorosamente las manos sin reparar en la temperatura del agua.

—Os he dicho que era peor que vil y aún me he quedado corta. No creo haber conocido nunca a nadie tan abyecto y degenerado, y a un tiempo tan enajenado. Me siento mancillada por haberlo tocado y no me refiero a la suciedad de su piel. Mancillada aquí. —Señaló su pecho—. La degradación de su alma casi me hace dudar de que la tenga. Es algo mucho peor que un Amigo Siniestro.

—Parecía tan desvalido —murmuró Egwene—. Recuerdo cuando llegaba al Campo de Emond cada primavera, siempre risueño y pregonando noticias de lo acontecido en el mundo. ¿Habrá alguna esperanza de salvación para él? «Ningún hombre puede permanecer tanto tiempo al socaire de la Sombra como para tener la posibilidad de hallar de nuevo la Luz» —citó.

—Siempre he creído que así era —admitió la Aes Sedai frotándose enérgicamente las manos con la toalla—. Tal vez Padan Fain tenga posibilidades de redimirse. Pero ha sido un Amigo Siniestro durante más de cuarenta años y lo que ha hecho para conseguirlo, derramando sangre e infligiendo dolor y muerte, os helaría el corazón sólo de oírlo. Uno sus delitos menores, —aunque sospecho que no será insignificante para vosotros—, fue ser el responsable del ataque de los trollocs al Campo de Emond.

—Sí —asintió quedamente Rand. Escuchó la exhalación de Egwene. «Debí haberlo adivinado. Que me aspen si no debí haberlo sospechado tan pronto como lo reconocí».

—¿Ha dejado entrar a alguno aquí? —inquirió Mat, mirando los muros de piedra con el cuerpo recorrido por un escalofrío.

Rand pensó que tenía más aprensión por los Myrddraal que por los trollocs; las paredes no habían detenido al Fado en Baerlon ni en Puente Blanco.

—Si trataran de entrar —bromeó Agelmar—se romperían los dientes en las murallas de Fal Dara. A muchos otros les ha ocurrido eso en otras ocasiones. —Hablaba a todos, pero dirigiendo evidentemente sus palabras a Egwene y Nynaeve, a juzgar por las miradas que les dedicó—. Y no os preocupéis tampoco por los Semihombres. —Rand se ruborizó—. Todas las calles y callejuelas de Fal Dara están iluminadas de noche y ningún hombre puede ocultar el rostro dentro de sus muros.

—¿Por qué debería obrar así maese Fain? —preguntó Egwene.

—Hará tres años… —Moraine tomó asiento con un suspiro, encorvándose como si lo que había realizado con Fain hubiera agotado sus fuerzas—. Hará tres años este verano. Hasta ahí se remonta. La Luz debe de protegernos sin duda, pues de lo contrario el Señor de las Mentiras habría triunfado cuando yo todavía permanecía sentada ideando planes en Tar Valon. Durante tres años,

Fain ha estado buscándoos a instancias del Oscuro.

—¡Eso es absurdo! —exclamó Rand—. Ha estado yendo a Dos Ríos cada primavera con la regularidad de un reloj. ¿Tres años? Hemos estado allí, delante de sus propias narices, y nunca reparó en nosotros hasta el año pasado. —La Aes Sedai apuntó un dedo hacia él, inmovilizándolo.

—Fain me lo ha contado todo, Rand. O casi todo. Me temo que ha logrado callar algo, algo importante, a pesar de mis poderes, pero ha confesado lo suficiente. Hace tres años, un Semihombre fue a verlo a una ciudad de Lugard. Fain quedó aterrorizado, desde luego, pero entre los Amigos Siniestros se considera como un gran honor la visita de un Fado. Fain creyó que había sido elegido para realizar tareas de gran trascendencia, y así fue, pero se equivocó en los medios a utilizar. Lo llevaron al norte, a la Llaga, a las Tierras Malditas, a Shayol Ghul, donde se entrevistó con un hombre de ojos ardientes, que se hacía llamar Ba’alzemon.

Mat se revolvió con inquietud y Rand tragó saliva. Debía de haber sucedido de ese modo, por supuesto, pero con todo resultaba difícil aceptarlo. Únicamente Perrin miraba a la Aes Sedai como si nada pudiera sorprenderlo ya.

—Que la Luz nos proteja —rogó con fervor Agelmar.

—A Fain no le gustó nada lo que le hicieron en Shayol Ghul —prosiguió tranquilamente Moraine—. Mientras lo refería, gritaba a menudo hablando de fuego y de quemaduras. Casi ha estado a punto de agonizar, al traer a la memoria aquello que permanecía sepultado consigo. Pese a haberle aplicado mis capacidades curativas, no es más que un despojo. Tardará mucho tiempo en recobrarse. Sin embargo, haré un esfuerzo, aunque sólo sea para averiguar lo que todavía oculta.

»Lo habían escogido debido a los lugares en los que comerciaba. No —los disuadió al ver su reacción—, no sólo Dos Ríos, al menos no entonces. El Padre de las Mentiras tenía una vaga idea de dónde podría hallar lo que buscaba, apenas más definida que lo que habíamos deducido nosotros en Tar Valon.

»Fain ha afirmado que se había convertido en el sabueso del Oscuro y en cierta manera estaba en lo cierto. El Padre de las Mentiras preparó a Fain para la caza y realizó modificaciones en su persona para conformarlo a dicho cometido. Son los tormentos que le infligieron esas transformaciones lo que Fain teme recordar; por ellas profesa un odio a su amo tan intenso como el pavor que éste le inspira. El caso es que Fain fue enviado a husmear y fisgar en todos los pueblos próximos a Baerlon y a todas las poblaciones que se extendían hasta las Montañas de la Niebla y al sur del Taren, por todo Dos Ríos.

—¿Hace tres primaveras? —caviló lentamente Perrin—. Recuerdo que aquel año Fain llegó cuando la estación estaba más avanzada, pero lo curioso fue que se demoró un tiempo en el pueblo. Se quedó una semana entera, ocioso y rezongando por tener que pagar por una habitación en la Posada del Manantial. Fain es un avaro empedernido.

—Ahora me acuerdo —agregó Mat—. Todo el mundo se preguntaba si habría caído enfermo o se habría enamorado de alguna mujer del lugar. No porque alguna de ellas estuviera dispuesta a casarse con un buhonero, claro. Sería lo mismo que hacerlo con uno de los del Pueblo Errante. —Egwene enarcó una ceja y él cerró la boca.

—Después, Fain fue trasladado de nuevo a Shayol Ghul y allí le… destilaron la mente. —A Rand se le encogió el estómago al percibir el tono de voz de la Aes Sedai, el cual fue aún más expresivo que la mueca que desfiguró su semblante—. Lo que había… captado… fue concentrado y cribado. Cuando se dirigió a Dos Ríos al año siguiente, fue capaz de elegir a sus presas con mayor exactitud. En realidad, con mayor precisión de la que el Oscuro había esperado. Fain tenía la certeza de que la persona que buscaba era uno de los tres muchachos de Campo de Emond.

Perrin exhaló un gruñido y Mat comenzó a proferir maldiciones en un monótono tono bajo que no logró siquiera acallar la airada mirada que le asestó Nynaeve. Agelmar los observó con curiosidad. Rand sólo sintió un leve escalofrío, lo cual le produjo gran extrañeza. Durante tres años el Oscuro había estado siguiéndolo…, siguiéndolos. Tenía la certeza de que deberían castañetearle los dientes ante aquella revelación.

Moraine no permitió que Mat interrumpiera el hilo de sus palabras, sino que elevó la voz para hacerla oír por encima de la suya.

—Cuando Fain regresó a Lugard, Ba’alzemon se le apareció en un sueño. Fain se degradó y ejecutó rituales cuyo somero relato os helaría la sangre, estrechando aún más sus vínculos con el Oscuro. Lo que se realiza en sueños puede ser más peligroso que los actos llevados a cabo en estado de vigilia. —Rand se agitó al advertir la aguda mirada de advertencia de la mujer que, sin embargo, no hizo ninguna pausa—. Le prometió grandes recompensas, el dominio sobre varios reinos tras la victoria de Ba’alzemon y le ordenó que, de vuelta al Campo de Emond, señalara a los tres que había seleccionado. Allí lo aguardaría un Semihombre acompañado de trollocs. Ahora sabemos por qué medios llegaron los trollocs a Dos Ríos. Debió de haber existido una arboleda Ogier y una puerta de Atajo en Manetheren.

—La más hermosa de todas —apuntó Loial—, a excepción de la de Tar Valon. —Había estado escuchando con tanto interés como los demás—. Manetheren dejó un bello recuerdo en la memoria de los Ogier. —Agelmar movió los labios en silencio, con las cejas arqueadas a causa del asombro. Manetheren.

—Lord Agelmar —dijo Moraine—, voy a indicaros cómo localizar la puerta de Atajo de Mafal Dadaranell. Debe tapiarse y custodiarse con hombres armados y no permitir que nadie se acerque a ella. Los Semihombres no conocen todavía todos los Atajos, pero esa puerta está situada a tan sólo unas horas de camino de Fal Dara, por el lado sur.

El señor de Fal Dara se estremeció, como si despertara de un estado de trance.

—¿Sur? ¡Paz! No es precisamente eso lo que necesitamos, que la Luz nos ilumine. Así se hará.

—¿Nos ha seguido Fain por los Atajos? —preguntó Perrin—. Seguramente que sí.

Moraine asintió con la cabeza.

—Fain os seguiría hasta la tumba, porque ése es su deber. Cuando el Myrddraal no logró datos alcance en el Campo de Emond, se llevó a Fain con los trollocs para que os siguiera el rastro. El Fado no permitió que Fain montara con él; aun cuando él se consideraba digno de cabalgar el mejor caballo de Dos Ríos e ir en cabeza de la partida, el Myrddraal lo obligó a correr a pie y ordenó a los trollocs transportarlo cuando sus piernas no lo sostenían. Éstos hablaban de modo que él pudiera comprenderlos, discutiendo sobre la manera como lo cocinarían cuando no hubieran ya menester de él. Fain afirma que se rebeló contra el oscuro antes de llegar al Taren. Sin embargo, en ocasiones su codicia por las recompensas prometidas afluye a la superficie.

»Al escapar nosotros cruzando el Taren, el Myrddraal hizo retroceder a los trollocs hasta la puerta de Atajo más cercana, ubicada en las Montañas de la Niebla, y dejó a cargo de Fain la persecución. Entonces creyó haber recobrado la libertad, pero antes de arribar a Baerlon otro Fado lo localizó y no fue tan benévolo. Lo obligó a dormir por las noches doblado sobre sí en el interior de una olla de las que utilizan los trollocs, para recordarle el precio de la operación fallida. Aquél se sirvió de él hasta Shadar Logoth. Para entonces Fain estaba dispuesto a entregar al Myrddraal a su propia madre con tal de poderse liberar, pero el Oscuro nunca abre de buen grado las garras que atenazan a sus presas.

»Lo que yo hice allí, al establecer un rastro y un olor ilusorios en dirección a las montañas, indujo a engaño al Myrddraal pero no a Fain. Los Semihombres no le creyeron; posteriormente lo arrastraron tras de sí atado con una correa. Únicamente cuando pareció tomar un rumbo determinado, a pesar de la presión con que ellos tiraban de la cuerda, comenzaron a concederle crédito. Aquéllos eran los cuatro que volvieron a Shadar Logoth. Fain sostiene que fue el propio Ba’alzemon quien dirigió a los Myrddraal.

—¿El Oscuro? ¡Bah! —Agelmar sacudió la cabeza con desdén—. Ese hombre miente o ha perdido el juicio. Si la Ponzoña del Corazón circulara libremente ya estaríamos todos muertos a estas horas, padeciendo males peores.

—Fain decía lo que él consideraba cierto —afirmó Moraine—. No le ha sido posible mentirme, aun cuando haya omitido detalles. Estas han sido sus palabras: «Ba’alzemon apareció como una llama vacilante, que se extinguía y volvía a presentarse, cambiando continuamente de lugar. Sus ojos herían a los Myrddraal y las llamaradas de su boca eran como un incesante azote».

—Algo —terció Lan—compelió a los Fados a encaminarse a donde temían ir…, a un lugar que los aterroriza aún más que la ira del Oscuro.

Agelmar bufó como si hubiera recibido un puntapié; parecía mareado.

—En Shadar Logoth se enfrentaron dos fuerzas malignas —continuó Moraine—, en insensato y ruin combate. Al referir lo ocurrido allí, a Fain le castañeteaban los dientes y gimoteaba. Muchos trollocs perdieron la vida, consumidos por Mashadar y otros seres, incluyendo al trolloc que retenía el lazo que ataba a Fain. Huyó de la ciudad como si fuera la Fosa de la Perdición de Shayol Ghul.

»Fain se consideró libre por fin. Trató de correr hasta donde Ba’alzemon no lograra darle alcance nunca más; hasta los confines de la tierra si era necesario.

Imaginad su horror al descubrir que la compulsión por la caza no cesó de apremiarlo, sino que, al contrario, fue en aumento con cada día que transcurría. No podía ni comer, salvo lo que conseguía recoger mientras os seguía (escarabajos y lagartos atrapados en plena carrera, desperdicios medio podridos desenterrados en los estercoleros en la oscuridad de la noche), ni le era posible detenerse hasta que la extenuación lo doblegaba como un saco vacío.

»Y tan pronto como recobraba el vigor para ponerse en pie, sus piernas lo compelían a andar. Llegado el momento en que penetró en Baerlon, era capaz de detectar a su presa incluso cuando ésta se hallaba a un kilómetro de distancia. Aquí, en las mazmorras del sótano, levantaba de vez en cuando la cabeza sin advertir lo que hacía. Estaba mirando hacia el lado donde se encuentra esta sala.

Rand notó un súbito hormigueo en la nuca; era como si pudiera sentir los ojos de Fain clavados en él, a través de la piedra que mediaba entre ellos. La Aes Sedai advirtió su inquietud, pero continuó implacablemente.

—Si Fain estaba medio enloquecido al llegar a Caemlyn, aún perdió más el juicio al descubrir que sólo estaban allí dos de los chicos que buscaba. Su instinto lo compelía a seguiros a todos, pero no le quedaba más alternativa que centrarse en los dos que se encontraban allí. Ha mencionado haber gritado cuando se abrió la puerta del Atajo en Caemlyn. En su cerebro se hallaba la clave para hacerlo; ignora cómo llegó allí; sus manos, que consumían los fuegos de Ba’alzemon cuando trataba de detener su impulso, se movieron por cuenta propia. Fain asesinó al propietario de la tienda, que acudió a investigar la causa del ruido. No lo hizo acuciado por la necesidad sino por la envidia que le producía el que el hombre pudiera salir tranquilamente de la bodega mientras que sus pies lo arrastraban inexorablemente al interior de los Atajos.

—Entonces Fain fue lo que vos detectasteis que nos seguía —dedujo Egwene. Lan asintió—. ¿Cómo escapó de…, del Viento Negro? —Con la voz entrecortada, se detuvo para tragar saliva—. Soplaba justo detrás de nosotros en la puerta.

—Por una parte escapó de él y por otra no —explicó Moraine—. El Viento Negro lo atrapó y, según ha afirmado, él comprendió sus voces. Algunas lo saludaban como a un igual; otras lo temían. Tan pronto como hubo envuelto a Fain, el viento huyó.

—Que la Luz nos proteja. —El susurro de Loial fue tan estentóreo como el aleteo de un abejorro gigante.

—Roguemos por que así sea —convino Moraine—. Hay muchos detalles que Fain no me ha revelado, muchas cosas que preciso conocer. El mal ha echado en él tan poderosas raíces como nunca las había visto iguales. Es posible que el Oscuro, al efectuar la transformación de Fain, le imprimiera alguna parte de sí, tal vez incluso de modo inconsciente, algo que participara de sus designios. Cuando he mencionado el Ojo del Mundo, Fain ha apretado bruscamente las mandíbulas, pero he notado que escondía algo bajo su silencio. Si al menos tuviera tiempo para sonsacarle ahora… Sin embargo, no podemos esperar.

—Si este hombre sabe algo —dijo Agelmar—, yo soy capaz de hacerlo confesar. —Su semblante y su voz no prometían piedad para los Amigos Siniestros—. La posibilidad de averiguar algún indicio de lo que habréis de afrontar en la Llaga bien merece una jornada de demora. Muchas batallas se han perdido por desconocer las intenciones del enemigo.

Moraine suspiró y sacudió la cabeza vivamente.

—Mi señor, si no precisáramos de una noche de reposo antes de adentrarnos en la Llaga, partiría ahora mismo, aun a riesgo de topar con un pelotón de trollocs en la oscuridad. Reflexionad acerca de la información que he obtenido de Fain. Hace tres años el Oscuro hubo de hacer que le llevaran a Fain a Shayol Ghul para establecer contacto con él, a pesar de que Fain era ya un Amigo Siniestro consagrado hasta la médula. Un año después, el Oscuro pudo manipular a Fain, el Amigo Siniestro, a través de sus sueños.

»Este año, Ba’alzemon se persona en los sueños de seres que siguen la senda de la Luz y, de hecho, aparece, si bien con dificultad, en Shadar Logoth. No con su propio cuerpo, claro está, pero incluso una proyección de la mente del Oscuro, aun cuando ésta sea una proyección vacilante, es más mortalmente peligrosa para el mundo que todas las hordas trolloc juntas. Las puertas de Shayol Ghul están debilitándose de modo inexorable, lord Agelmar. No hay tiempo que perder.

Agelmar inclinó la cabeza a modo de asentimiento, pero cuando volvió a levantarla su boca todavía expresaba una tenaz resistencia.

—Aes Sedai, puedo aceptar que, cuando conduzca a mis lanceros al desfiladero de Tarwin, de ello no resultará más que una distracción, una escaramuza secundaria, no una verdadera batalla. El deber guía a los hombres con tanta firmeza como el Entramado y no suele prometer que nuestros actos sean grandiosas proezas. Sin embargo nuestra escaramuza será inútil, aun cuando salgamos ganadores, si vos perdéis la batalla. Si opináis que vuestra comitiva ha de ser reducida, de acuerdo, pero os ruego que realicéis todos los esfuerzos que puedan propiciar vuestra victoria. Dejad a estos jóvenes aquí, Aes Sedai. Os juro que en su lugar os proporcionaré expertos guerreros sin ansias de gloria, buenos espadachines que casi serán tan efectivos en la Llaga como Lan. Permitid que cabalgue hacia el desfiladero con la conciencia de haber hecho cuanto está en mis manos por contribuir a vuestra victoria.

—Debo llevarlos a ellos, lord Agelmar —respondió suavemente Moraine—. Ellos son quienes librarán la batalla en el Ojo del Mundo.

Agelmar observó a Rand, Mat y Perrin con la mandíbula desencajada. De improviso, el señor de Fal Dara dio un paso atrás, en una búsqueda inconsciente de la espada que nunca llevaba en el interior de la fortaleza.

—No son… Vos no sois del Ajah Rojo, Moraine Sedai, pero ni siquiera vos podríais… —Un repentino sudor perló su cabeza rapada.

—Son ta’veren —aclaró Moraine—. El Entramado se teje en torno a ellos. El Oscuro ya ha intentado dar muerte a cada uno de ellos en más de una ocasión. Tres ta’veren reunidos en un mismo lugar bastan para transformar la vida a su alrededor al igual que un torbellino modifica la distribución de la paja. Cuando ese lugar es el Ojo del Mundo, el Entramado podría incluso rodear con su urdimbre al Señor de las Mentiras y neutralizar su poder.

Agelmar dejó de tantear en busca de su espada, pero continuó con su mirada dubitativa dirigida a Rand y a sus amigos.

—Moraine Sedai, si vos decís que lo son, debe de ser cierto, pero yo soy incapaz de verlo. Muchachos campesinos. ¿Estáis segura, Aes Sedai?

—La sangre ancestral —dijo Moraine—se bifurca como un río cuyos ramales van dividiéndose en centenares de arroyos, pero a veces los arroyuelos se unen para formar de nuevo un río. La vieja sangre de Manetheren corre con fuerza y pureza por las venas de casi todos estos jóvenes. ¿Ponéis en duda el arrojo de la sangre de Manetheren, lord Agelmar?

Rand miró de soslayo a la Aes Sedai. «Casi todos». Se aventuró a lanzar una ojeada a Nynaeve; ésta se había girado para observar además de escuchar, pese a que todavía rehuyera la mirada de Lan. Sus ojos toparon con los de la Zahorí, la cual negó con la cabeza; ella no le había dicho a la Aes Sedai que él no había nacido en Dos Ríos. «¿Qué sabrá Moraine al respecto?»

—Manetheren —repitió lentamente Agelmar—. No pondría en duda el coraje de su estirpe. Luego, con mayor rapidez, agregó— la Rueda da extraños giros. Unos chicos campesinos van a la Llaga en representación del honor de Manetheren, y, sin embargo, si hay alguna raza capaz de derribar al Oscuro, ésa sería la que lleva la sangre de Manetheren. Se hará como deseáis, Aes Sedai.

—Retirémonos a nuestros aposentos —dijo Moraine—. Debemos partir a la salida del sol, pues el tiempo va mermando. Los muchachos deben dormir cerca de mí. Nos queda un tiempo muy escaso antes de entrar en combate para permitir que el Oscuro vuelva a entrometerse en sus mentes. Demasiado escaso.

Rand sintió cómo sus ojos los escrutaban, a él y a sus compañeros, ponderando su fuerza, y se estremeció. Demasiado escaso.

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