CATELYN

Catelyn Stark tenía la sensación de que habían pasado mil años desde el día en que salió de Aguasdulces con su hijo recién nacido en brazos, y cruzó el Piedra Caída en un bote para iniciar el viaje al norte, hacia Invernalia. Y en aquel momento cruzaban de nuevo el Piedra Caída, para volver a casa, sólo que el niño llevaba armadura y cota de mallas, en vez de pañales.

Robb iba sentado en el bote con Viento Gris, tenía la mano apoyada sobre la cabeza del lobo huargo, mientras los hombres remaban. Theon Greyjoy lo acompañaba. Su tío Brynden los seguiría en un segundo bote, con el Gran Jon y Lord Karstark.

Catelyn ocupó un lugar a popa. Descendieron por el Piedra Caída, dejando que la corriente los arrastrara más allá de la Torre del Azud. El chapoteo y el ruido de la gran rueda de aspas del interior era uno de los sonidos de su infancia, y Catelyn sonrió con tristeza. Arriba, en las murallas del castillo, los soldados y los criados gritaban su nombre, el de Robb, y también «¡Invernalia!». En todos los baluartes ondeaba el estandarte de los Tully, una trucha saltando, de plata, sobre ondas de agua azur y gules. Era un espectáculo emocionante, pero no le levantó el ánimo. Se preguntaba si alguna vez volvería a sentir alegría.

«Oh, Ned…»

Más allá de la Torre del Azud, describieron una curva amplia y cortaron las aguas agitadas. Los hombres tuvieron que esforzarse más. Pronto divisaron el amplio arco de la Puerta del Agua, Catelyn oyó el crujido de las gruesas cadenas cuando alzaron el gran rastrillo de hierro. Se fue elevando poco a poco a medida que se acercaban, y vio que la parte baja estaba roja de óxido. El trozo inferior goteó lodo marrón sobre ellos cuando pasaron por debajo, con las púas a pocos centímetros de sus cabezas. Catelyn observó los barrotes, y se preguntó hasta qué punto estaría oxidado el rastrillo, si resistiría una embestida, si no deberían sustituirlo… En los últimos tiempos siempre pensaba en cosas así.

Pasaron bajo el arco, junto a las murallas, pasaron del sol a la sombra, y luego otra vez al sol. A ambos lados había botes grandes y pequeños, todos amarrados a anillas de hierro incrustadas en la piedra. Los guardias de su padre aguardaban en la escalera del agua, junto a su hermano. Ser Edmure Tully era un joven corpulento, de pelo castaño revuelto y barba de aspecto fiero. Llevaba una coraza mellada y arañada tras la batalla, y una capa azul y roja manchada de sangre y hollín. A su lado se encontraba Lord Tytos Blackwood, un hombre huesudo y duro, con nariz ganchuda, y patillas y bigotes entrecanos. Llevaba una brillante armadura amarilla con incrustaciones en forma de hojas, y una capa con plumas de cuervo cosidas le caía sobre los hombros flacos. Lord Tytos había sido el cabecilla del grupo que rescató a su hermano del campamento Lannister.

—Traedlos —ordenó Ser Edmure.

Tres hombres bajaron por las escalerillas, se metieron en el agua hasta las rodillas, y tiraron del bote con ganchos largos. Cuando Viento Gris bajó de un salto, uno de ellos soltó la pértiga, retrocedió de espaldas y cayó sentado al río. Los otros se echaron a reír y el hombre los miró, avergonzado. Theon Greyjoy se dirigió hacia su bote, cogió a Catelyn por la cintura y la depositó sobre un peldaño seco, mientras el agua le lamía las botas.

—Hermana querida —dijo Edmure con voz ronca mientras bajaba por las escaleras para abrazarla. Tenía los ojos de un azul intenso, y una boca acostumbrada a sonreír, pero en aquel momento no sonreía. Parecía triste y agotado, maltrecho por el combate y demacrado por la tensión. Tenía un vendaje sobre la herida del cuello. Catelyn lo estrechó con fuerza.

—Comparto tu dolor, Cat —dijo cuando se separaron—. Cuando supimos lo de Lord Eddard… Los Lannister lo pagarán, te lo juro, tendrás la venganza que mereces.

—¿Me servirá eso para recuperar a Ned? —replicó ella con brusquedad. La herida era demasiado reciente para que midiera las palabras. No podía permitirse el lujo de hablar de Ned. No lo haría. Tenía que ser fuerte—. Lo demás puede esperar. Tengo que ver a nuestro padre.

—Te espera en sus habitaciones —dijo Edmure.

—Lord Hoster está postrado en cama, mi señora —le explicó el mayordomo de su padre. ¿Desde cuándo era tan viejo, tan canoso?—. Me ha dado instrucciones de que os llevara ante él lo antes posible.

—Yo la acompañaré. —Edmure subió con ella por la escalera del agua, y juntos cruzaron el patio inferior, donde en cierta ocasión Petyr Baelish y Brandon Stark se habían batido por Catelyn. Los inmensos muros de la fortaleza se alzaban sobre ellos.

—¿Está muy mal? —preguntó Catelyn cuando atravesaron una puerta, entre dos guardias con yelmos de crestas en forma de peces. Temía la respuesta, y el aspecto sombrío de Edmure era ya una contestación en sí.

—Según los maestres, no le queda mucho tiempo entre nosotros. El dolor que sufre es… constante, y terrible.

La invadió una rabia ciega, rabia contra todo el mundo; contra su hermano Edmure, contra su hermana Lysa, contra los Lannister, los maestres, contra Ned y su padre y los dioses monstruosos que le arrebataban a ambos.

—Deberías habérmelo dicho —dijo—. Deberías haberme enviado un mensaje en cuanto lo supiste.

—Él lo prohibió. No quería que sus enemigos supieran que estaba agonizando. Eran momentos críticos para el reino; tenía miedo de que, si los Lannister sabían hasta qué punto era frágil su salud…

—¿Atacarían? —terminó Catelyn, con la palabra atragantada entre los labios.

«Ha sido por tu culpa, por tu culpa —le susurraba una vocecita interior—. Si no te hubieras empecinado en apresar al enano…»

Subieron en silencio por la escalera de caracol.

El torreón tenía tres lados, como la propia Aguasdulces, y la habitación de Lord Hoster era también triangular. El balcón de piedra que sobresalía hacia el este hacía que pareciera la proa de una gigantesca nave de arenisca. Desde allí, el señor del castillo divisaba las murallas y las almenas, y más allá el punto donde se encontraban los ríos. Habían desplazado el lecho de su padre al balcón.

—Le gusta sentarse al sol y contemplar los ríos —explicó Edmure—. Padre, mira quién está aquí. Cat ha venido a verte.

Hoster Tully había sido siempre un hombre grande; alto y fuerte en su juventud, más corpulento a medida que envejecía. En aquel momento parecía hundido, el músculo y la carne se le habían fundido sobre los huesos. Hasta el rostro parecía demacrado. La última vez que Catelyn lo había visto tenía la barba y el pelo color castaño con algunas hebras grises. Ahora eran blancos como la nieve. Al oír la voz de Edmure, abrió los ojos.

—Mi gatita —murmuró con voz débil, marcada por el dolor—. Mi gatita. —La buscó con una mano temblorosa, mientras una sonrisa le aleteaba en los labios—. Te esperaba…

—Os dejo a solas para que habléis —dijo su hermano después de besar la frente del anciano, y se retiró.

Catelyn se arrodilló y cogió la mano de su padre entre las suyas. Era una mano grande, pero ya descarnada, los huesecillos se movían sueltos bajo la piel, carecía de fuerza.

—Tendrías que haberme avisado —dijo—. Un mensajero, un cuervo…

—A un mensajero lo pueden capturar e interrogar —respondió—. A los cuervos los cazan… —Un espasmo de dolor lo sacudió y le apretó con fuerza los dedos—. Tengo cangrejos en el vientre… me pellizcan, me pellizcan. Día y noche. Tienen tenazas crueles. El maestre Vyman me da vino de sueño y la leche de la amapola… duermo mucho… pero quería estar despierto para verte cuando llegaras. Tenía miedo… cuando los Lannister cogieron a tu hermano, los campamentos nos rodeaban… tenía miedo de morir antes de volver a verte… tenía miedo…

—Ya estoy aquí, padre —dijo ella—. Y también Robb, mi hijo. Él también quiere verte.

—Tu hijo —susurró—. Recuerdo que tenía mis ojos…

—Los tenía y los tiene. Y te hemos traído prisionero a Jaime Lannister. Aguasdulces vuelve a ser libre, padre.

—Lo vi —dijo Lord Hoster con una sonrisa—. Anoche, cuando empezó todo, les dije… quería verlo. Me llevaron a las almenas… Fue una hermosura… las antorchas bajaron como una oleada, se oían los gritos al otro lado del río… qué gritos, como música… y cuando destruyeron aquella torre de asedio, dioses… no me habría importado morir en aquel momento, sólo quería ver antes a tus hijos. ¿Aquello lo hizo tu chico? ¿Fue cosa de Robb?

—Sí —respondió Catelyn con fiero orgullo—. Fue Robb… con ayuda de Brynden. Tu hermano también ha venido.

—¿Él? —La voz de su padre era apenas un susurro—. El Pez Negro… ¿ha vuelto? ¿Del Valle?

—Sí.

—¿Y Lysa? —Una ráfaga de brisa le agitó el fino cabello blanco—. Los dioses son generosos, tu hermana… ¿ha venido ella también?

—No. Lo siento… —Parecía tan deseoso, tan lleno de esperanza, que le había costado decir la verdad.

—Ya. —Una parte de la luz desapareció de sus ojos—. Tenía la esperanza… me habría gustado volver a verla, antes de…

—Está con su hijo, en el Nido de Águilas.

Lord Hoster asintió, cansado.

—Lord Robert, ahora que el pobre Arryn ha muerto… lo sé… ¿por qué no ha venido contigo?

—Está asustada, mi señor. En el Nido de Águilas se siente a salvo. —Le besó la frente arrugada—. Robb debe de estar esperando. ¿Quieres verlo? ¿Y a Brynden?

—Tu hijo —susurró—. Sí. El chico de Cat… recuerdo que tenía mis ojos. Cuando nació. Que pase… sí.

—¿Y tu hermano?

—El Pez Negro —dijo su padre mirando los ríos—. ¿Se ha casado ya? ¿Tiene… esposa?

«Hasta en su lecho de muerte», pensó Catelyn con tristeza.

—No, padre, no se ha casado, ya lo sabes. Y no se casará jamás.

—Se lo dije… se lo ordené. Le ordené que se casara. ¡Yo era su señor! Lo sabe. Tenía derecho a elegirle una esposa. Una buena esposa. Una Redwyne. Una Casa antigua. Buena chica, y bonita… con pecas… Bethany, sí. Pobrecilla. Sigue esperando. Sí. Sigue…

—Bethany Redwyne se casó con Lord Rowan hace años —le recordó Catelyn—. Tiene tres hijos.

—Aun así —murmuró Lord Hoster—. Despreció a la chica. A los Redwyne. A mí. Era su señor, su hermano… ese Pez Negro. Yo tenía otras ofertas. La hija de Lord Bracken. La de Walder Frey… cualquiera de las tres, le dije… ¿se ha casado? ¿Con alguna? ¿La que sea?

—No —respondió Catelyn—, pero ha cabalgado muchas leguas para venir a verte, ha peleado para recuperar Aguasdulces. Sin la ayuda de Ser Brynden, yo no habría llegado hasta aquí.

—Siempre fue un guerrero —susurró su padre—. Eso sí. El Caballero de la Puerta. —Se recostó, y cerró los ojos con un cansancio infinito—. Que pase. Luego. Ahora voy a dormir. Estoy demasiado enfermo para pelear. Que entre más tarde el Pez Negro.

Catelyn le dio un beso en la frente, le acarició el pelo y lo dejó allí, a la sombra de su fortaleza, con sus ríos corriendo a sus pies. Antes de que saliera de la estancia ya estaba dormido.

Volvió al patio inferior. Ser Brynden Tully seguía en las escaleras del agua, con las botas mojadas, hablando con el capitán de la guardia de Aguasdulces. Enseguida corrió hacia ella.

—¿Está…?

—Moribundo —dijo—. Como temíamos.

—¿Me recibirá? —El rostro arrugado de su tío mostró claramente el dolor que sentía. Se pasó los dedos por el espeso pelo gris.

Catelyn asintió.

—Dice que está demasiado enfermo para pelear.

—Y yo soy un soldado demasiado viejo para creérmelo. —Brynden Pez Negro dejó escapar una risita—. Hoster me seguirá echando en cara lo de la hija de Redwyne incluso cuando encendamos su pira funeraria, malditos sean sus huesos.

Catelyn sonrió, sabía que era verdad.

—No veo a Robb.

—Creo que ha ido a la sala principal, con Greyjoy.

Theon Greyjoy estaba sentado en un banco del Salón Principal de Aguasdulces, disfrutando de un cuerno de cerveza y deleitando a los hombres de su padre con el relato de la carnicería que había tenido lugar en el Bosque Susurrante.

—Algunos trataron de escapar, pero habíamos cerrado las salidas del valle en los dos extremos, y salimos a caballo como de la oscuridad, con las espadas y las lanzas. Los Lannister debieron de pensar que los atacaban los Otros en persona, y más cuando el lobo de Robb saltó sobre ellos. Yo mismo lo vi arrancarle el brazo a un hombre, y sus caballos se volvieron locos en cuanto lo olieron. Ni sé cuántos hombres rodaron por tierra…

—Theon —lo interrumpió—, ¿dónde está mi hijo?

—Lord Robb ha ido a visitar el bosque de dioses, mi señora.

Era lo mismo que habría hecho Ned.

«Es tan hijo de su padre como mío, no debo olvidarlo. Oh, dioses, Ned…»

Robb estaba bajo el entramado de hojas verdes, rodeado de secuoyas altas y olmos viejos, de rodillas ante un árbol corazón, un esbelto arciano con un rostro más triste que fiero. Tenía la espada larga ante él, con la punta clavada en la tierra, y las manos enguantadas en torno a la empuñadura. A su alrededor había otros, también de rodillas: Gran Jon Umber, Rickard Karstark, Maege Mormont, Galbart Glover y varios más. Vio incluso a Tytos Blackwood, con la gran capa negra extendida a su espalda.

«Éstos son los que adoran a los antiguos dioses», se dijo. ¿A qué dioses adoraba ella en aquel momento? No habría sabido decirlo.

No quería molestarlos mientras rezaban. Los dioses tenían derechos… incluso los dioses tan crueles como para arrebatarle a Ned, y también a su padre. De manera que Catelyn aguardó. El viento procedente del río soplaba entre las ramas altas, y a su derecha se divisaba la Torre del Azud, con un lado cubierto de hiedra. Y los recuerdos la invadieron como una oleada. Entre aquellos árboles su padre la había enseñado a cabalgar, y aquél era el olmo del que Edmure se había caído y roto el brazo, y bajo el enramado que se veía al fondo, allí mismo, Lysa y ella habían jugado a los besos con Petyr.

Hacía años que no pensaba en aquello. ¡Qué jóvenes eran todos! Ella tendría la edad de Sansa, Lysa sería más joven que Arya, y Petyr, el más pequeño, pero también el más ansioso. Las chicas se lo intercambiaron, alternando risitas y momentos de seriedad. Lo recordó todo tan claramente que casi le pareció sentir sus dedos sudorosos en los hombros, y el sabor a menta de su aliento. En el bosque de dioses crecía mucha menta, y a Petyr le encantaba mascarla. Era un muchachito atrevido, siempre metido en líos.

—Intentó meterme la lengua en la boca —le confesó Catelyn a su hermana más tarde, cuando estuvieron a solas.

—A mí también —susurró Lysa, tímida, sonrojada—. Me gustó.

Robb se puso en pie muy despacio, envainó la espada, y Catelyn se descubrió a sí misma preguntándose si su hijo habría besado a alguna chica en el bosque de dioses. Seguro que sí. Había visto las miradas tiernas que le dirigía Jeyne Poole, y también algunas de las criadas, varias de ellas de incluso dieciocho años… Robb había participado en la batalla, había matado hombres con una espada; seguro que lo habían besado. Se le llenaron los ojos de lágrimas. Se las secó, airada.

—Madre —dijo Robb al verla allí—, tenemos que convocar el consejo. Hay que decidir varias cosas.

—A tu abuelo le gustaría verte —dijo ella—. Está muy enfermo, Robb.

—Ser Edmure me lo dijo. Lo siento mucho, madre… por Lord Hoster, y por ti. Pero antes tenemos que reunirnos. Han llegado noticias del sur. Renly Baratheon ha reclamado la corona de su hermano.

—¿Renly? —dijo, sorprendida—. Yo había pensado que sería Lord Stannis…

—Igual que todos, mi señora —dijo Galbart Glover.

El consejo de guerra se reunió en la Sala Principal, ante cuatro mesas largas, montadas sobre caballetes y dispuestas en forma de cuadrado. Lord Hoster estaba demasiado débil para asistir; dormía en su balcón, soñando con el reflejo del sol sobre los ríos de su juventud. Edmure ocupaba el asiento de honor de los Tully, con Brynden Pez Negro a su lado, y los vasallos de su padre dispuestos de derecha a izquierda a lo largo de las mesas laterales. Las noticias sobre la victoria en Aguasdulces habían llegado a oídos de los señores del Tridente que habían escapado, y eso los indujo a regresar. Karyl Vance volvió convertido en señor, tras la muerte de su padre bajo el Colmillo Dorado. Lo acompañaba Ser Marq Piper, y traían con ellos a un Darry, el hijo de Ser Raymun, un muchachito de la edad de Bran. Lord Jonos Bracken llegó procedente de las ruinas de Seto de Piedra, airado y colérico, y ocupó un asiento tan lejos como le fue posible de Tytos Blackwood.

Los señores del norte se sentaron enfrente, Catelyn y Robb frente a Edmure. Eran menos. El Gran Jon ocupaba un lugar a la izquierda de Robb, y a su lado se sentaba Theon Greyjoy; Galbart Glover y Lady Mormont estaban a la derecha de Catelyn. Lord Rickard Karstark, demacrado, con los ojos inexpresivos de tanto dolor, parecía vivir en una pesadilla, con la larga barba desaliñada y sin lavar. Dos de sus hijos habían muerto en el Bosque Susurrante, y no había noticias del tercero, el primogénito, que había ido a la cabeza de los lanceros Karstark contra Tywin Lannister, en el Forca Verde.

Las discusiones se prolongaron hasta bien entrada la noche. Cada uno de los señores tenía derecho a hablar… y todos hablaron, y gritaron, y maldijeron, y razonaron, y adularon, y bromearon, y negociaron, y golpearon la mesa con las jarras de cerveza, y amenazaron, y salieron de la sala, y regresaron malhumorados o sonrientes. Catelyn los escuchó a todos.

Roose Bolton había reagrupado los maltrechos restos de su otro ejército al pie del camino alto. Ser Helman Tallhart y Walder Frey seguían defendiendo los Gemelos. El ejército de Lord Tywin había cruzado el Tridente, y se dirigía hacia Harrenhal. Y en el reino había dos reyes. Dos reyes, y ningún punto de acuerdo.

Muchos de los señores vasallos querían marchar de inmediato contra Harrenhal, para enfrentarse a Lord Tywin y derrotar a los Lannister de una vez por todas. Marq Piper, joven y fogoso, insistía en atacar Roca Casterly. Pero otros recomendaban paciencia. Aguasdulces era un punto clave, cortaba las líneas de suministros de los Lannister, tal como les recordó Jason Mallister; por tanto, el tiempo jugaba en su favor, ya que Lord Tywin no tendría provisiones ni tropas de refresco, mientras que ellos se podían fortificar y dar descanso a los guerreros. Lord Blackwood no quería ni oír hablar de aquello. Iban a terminar lo que habían empezado en el Bosque Susurrante. Marcharían contra Harrenhal y, de paso, acabarían con el ejército de Roose Bolton. Y, como siempre, Bracken se oponía a todo lo que propusiera Blackwood; Lord Jonos Bracken se levantó para insistir en que debían jurar lealtad al rey Renly y avanzar hacia el sur para unirse a sus huestes.

—Renly no es el rey —dijo Robb. Era la primera vez que su hijo hablaba. Al igual que Ned, sabía escuchar.

—No pretenderéis ser leal a Joffrey, mi señor —dijo Galbart Glover—. Hizo matar a vuestro padre.

—Y esa acción hace de él un malvado —replicó Robb—. Pero no hace de Renly un rey. Joffrey es el primogénito de Robert, de manera que, según las leyes del reino, el trono le corresponde por derecho. Si muriera, y de eso pienso encargarme yo, tiene un hermano menor. Tommen es el siguiente en la línea de sucesión.

—Tommen es un Lannister —calló Ser Marq Piper.

—Así es —asintió Robb, preocupado—. Pero, aunque ninguno de los dos tenga derecho al Trono, ¿lo tiene Lord Renly? Es el hermano pequeño de Robert. Bran no puede ser señor de Invernalia antes que yo, y Renly no puede ser rey antes que Lord Stannis.

Lady Mormont asintió.

—La demanda de Lord Stannis es la más justa.

—Renly ha sido coronado —insistió Marq Piper—. Tiene el apoyo de Altojardín y de Bastión de Tormentas, y pronto tendrá el de Dorne. Si Invernalia y Aguasdulces unen sus fuerzas, lo respaldarán cinco de las siete grandes casas. ¡Seis, si los Arryn se deciden! ¡Seis contra la Roca! Mis señores, antes de que termine el año tendremos todas sus cabezas clavadas en estacas… la reina y el niño rey, Lord Tywin, el Gnomo, el Matarreyes, Ser Kevan, ¡todos! Eso es lo que ganaremos si nos unimos al rey Renly. En cambio, ¿qué motivos habría para unirnos a Lord Stannis? ¿Qué tiene él?

—El derecho —insistió Robb, testarudo. A Catelyn le pareció que, en aquel momento, la semejanza con su padre era escalofriante.

—¿Sugieres que juremos lealtad a Stannis? —preguntó Edmure.

—No lo sé —dijo Robb—. He rezado a los dioses para que me dijeran qué hacer, pero no me han respondido. Los Lannister mataron a mi padre acusándolo de traición, y sabemos que era mentira. Pero si Joffrey es el rey por derecho, y luchamos contra él, nosotros sí seremos traidores.

—Mi señor padre optaría por la cautela —dijo el viejo Ser Stevron, con la sonrisa taimada de los Frey—. Esperemos, dejemos que esos dos reyes jueguen a su juego de tronos. Cuando terminen, podremos optar entre arrodillarnos ante el vencedor o enfrentarnos a él. Renly se está armando, así que sin duda Lord Tywin querrá una tregua… y querrá también recuperar a su hijo. Nobles señores, permitid que vaya a Harrenhal y acuerde buenas condiciones y rescates… —El griterío le impidió terminar.

—¡Cobarde! —rugió el Gran Jon.

—Si pedimos una tregua pareceremos débiles —declaró Lady Mormont.

—¡A los siete infiernos con los rescates, no podemos devolverles al Matarreyes! —gritó Richard Karstark.

—¿Y firmar la paz? —preguntó Catelyn. Todos los señores la miraron, pero ella sólo vio los ojos de Robb.

—Mi señora, asesinaron a mi señor padre, a tu esposo —dijo, sombrío. Desenvainó la espada y la depositó en la mesa, delante de él, el acero brillante destacaba contra la tosca madera—. Ésta es la única paz que daré a los Lannister.

El Gran Jon lanzó un rugido de aprobación, y otros hombres se sumaron a él, gritando, desenvainando las espadas, dando puñetazos contra la mesa. Catelyn aguardó hasta que se hizo el silencio.

—Mis señores —dijo entonces—, Lord Eddard era vuestro señor, pero yo compartí su lecho, parí a sus hijos. ¿Creéis que lo amaba menos que vosotros? —Faltó poco para que la voz se le quebrara de dolor, pero respiró hondo y se controló—. Robb, si con esa espada pudieras traérmelo de vuelta, no te permitiría que volvieras a enfundarla hasta que Ned no estuviera de nuevo a mi lado… pero ha muerto, y ni cien Bosques Susurrantes pueden hacer que regrese. Ned no volverá, y tampoco Daryn Hornwood, ni los valerosos hijos de Lord Karstark, ni tantos hombres buenos que cayeron. ¿Queremos más muertes?

—Mi señora, sois una mujer —rugió el Gran Jon con su voz profunda—. Las mujeres no entienden de estas cosas.

—Sois el sexo débil —dijo Lord Karstark, con las arrugas recientes del dolor dibujadas en el rostro—. Los hombres necesitamos venganza.

—Dejadme un momento a solas con Cersei Lannister, Lord Karstark, y os demostraré lo débil que puede ser una mujer —replicó Catelyn—. Quizá no entienda de tácticas y estrategias… pero sí entiendo de futilidad. Fuimos a la guerra cuando los ejércitos Lannister asaltaban las tierras de los ríos, y tenían prisionero a Ned, acusado falsamente de traición. Luchamos para defendernos, y para conseguir la libertad de mi señor.

»Bien, pues lo primero ya lo tenemos, y lo segundo es ya imposible. Lloraré a Ned hasta el fin de mis días, pero tengo que pensar en los vivos. Quiero recuperar a mis hijas, la reina las tiene prisioneras. Si he de cambiar nuestros cuatro Lannister por sus dos Stark, lo consideraré un trato ventajoso y daré gracias a los dioses. Quiero verte a salvo, Robb, quiero que gobiernes Invernalia desde el trono de tu padre. Quiero que vivas una vida larga, que beses a una muchacha, que te cases con una mujer, que seas padre de un hijo. Quiero que esto termine. Mis señores, quiero irme a casa, y llorar allí a mi marido.

La sala quedó en silencio tras las palabras de Catelyn.

—Paz —dijo su tío Brynden—. La paz es hermosa, mi señora… pero, ¿en qué condiciones? No sirve de nada convertir las espadas en arados, si mañana hay que volver a forjarlas.

—¿Para qué murieron mi Torrhen y mi Eddard, si ahora regreso a Karhold llevándome tan sólo sus huesos? —preguntó Rickard Karstark.

—Cierto —dijo Lord Bracken—. Gregor Clegane arrasó mis campos, masacró a mis aldeanos, convirtió el Seto de Piedra en una ruina humeante. ¿Y ahora debo doblar la rodilla ante los que lo enviaron? Si todo va a quedar como está, ¿para qué hemos luchado?

Para sorpresa y desaliento de Catelyn, Lord Blackwood se mostró de acuerdo.

—Y si firmamos la paz con el rey Joffrey, ¿no seremos traidores al rey Renly? ¿En qué posición quedaríamos si el venado derrotara al león?

—Decidáis lo que decidáis, un Lannister nunca será mi rey —declaró Marq Piper.

—¡Ni el mío! —gritó el pequeño Darry—. ¡Ni el mío tampoco!

La gritería empezó de nuevo. Catelyn se sentó, sin esperanza. Había faltado poco. Casi la habían escuchado, casi… pero el momento oportuno había pasado ya. No habría paz, ni tiempo para curar las heridas, ni seguridad. Miró a su hijo, observó cómo escuchaba las discusiones de los señores, con el ceño fruncido, preocupado, pero comprometido con la guerra. Había accedido a casarse con una hija de Walder Frey, pero Catelyn veía bien claro que su verdadera novia era la espada que reposaba sobre la mesa.

Pensó en sus hijas, se preguntó si volvería a verlas, y en aquel momento el Gran Jon se puso en pie.

—¡Mis señores! —gritó con una voz que hizo temblar las vigas—. ¡Ved lo que opino de esos dos reyes! —Escupió al suelo—. Para mí Renly Baratheon no significa nada, y Stannis menos aún. ¿Por qué van a reinar sobre mí y sobre los míos, desde un trono florido en Altojardín o Dorne? ¿Qué saben ellos del Muro, o del Bosque de los Lobos, o de los primeros hombres? ¡Si hasta adoran a otros dioses! Y que los Otros se lleven también a los Lannister, ¡estoy harto de ellos! —Se echó la mano a la espalda por encima del hombro, y desenvainó el inmenso espadón—. ¿Por qué no volvemos a gobernarnos a nosotros mismos? Juramos lealtad a los dragones, y los dragones están todos muertos. —Señaló a Robb con la espada—. Éste es el único rey ante el que pienso doblar la rodilla, mis señores —rugió—. ¡El Rey en el Norte! —Y se arrodilló, y puso la espada a los pies de Robb.

—En esos términos sí firmaré la paz —dijo Lord Karstark—. Que se queden con su castillo rojo, y con su silla de hierro. —Sacó la espada de la vaina—. ¡El Rey en el Norte! —exclamó, arrodillándose junto al Gran Jon.

—¡El Rey del Invierno! —dijo Maege Mormont levantándose y poniendo la maza de púas junto a las espadas.

También los señores del río se levantaron, Blackwood, Bracken, Mallister, Casas que Invernalia nunca había gobernado, pero Catelyn vio cómo se levantaban, desenfundaban las armas, doblaban las rodillas y gritaban los antiguos lemas que no se habían escuchado en el reino desde hacía más de trescientos años, desde que Aegon el Dragón unificara los Siete Reinos… Pero en aquel momento volvían a escucharse, retumbando entre las vigas de la sala de su padre.

—¡El Rey en el Norte!

—¡El Rey en el Norte!

—¡El Rey en el Norte!

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