El primer día de su segunda semana en Los Lobos, Jill llegó al despacho a las ocho y media, como siempre, puso a funcionar la máquina de café y comenzó a trabajar.
Primero comenzó con el caso del señor Harrison. Era todo un problema, porque desplazar aquel muro era impensable. Después de cien años de acuerdo tácito sobre la localización del muro, ningún tribunal le concedería al señor Harrison su demanda. Sin embargo, ella detestaba la idea de no poder ayudar al anciano.
Jill estaba mucho menos preocupada por Pam Whitefield, aunque debido a su profesionalidad, haría todo lo posible por resolver aquel caso sobre el inmueble y los alienígenas, aunque no tuviera muchas ganas de ayudar a aquella mujer.
«No pienses en ella» se dijo «Piensa en algo agradable».
E, instantáneamente, Mac le vino a la cabeza. No lo había visto en unos cuantos días y no habían vuelto a repetir el magnífico beso que se habían dado la semana anterior, pero con sólo recordarlo, Jill se estremecía. Él era la distracción perfecta, toda una tentación. Al menos, era un consuelo saber que en el instituto había tenido muy buen gusto para los hombres, aunque todo se hubiera torcido después, cuando había conocido a la comadreja.
Tina llegó a las diez menos diez y entró en el despacho de Jill.
– ¿Sabes que casi estamos a Cuatro de Julio? -le dijo, a modo de saludo.
– Sí. Faltan un par de días. ¿Por qué?
– Va a venir mi familia, y los niños no tienen actividades en el colegio esta semana. Dave está muy ocupado en la tienda, y…
La irritación estaba muy clara en el tono de voz de Tina, y Jill sabía la causa.
– ¿Me estás diciendo que no quieres trabajar esta semana?
Tina puso los ojos en blanco.
– ¿Tú qué crees?
– Pues entonces, vete a casa.
Sin embargo, Tina no se quedó muy satisfecha con la indicación.
– No vas a pagarme, ¿verdad?
– ¿Por no trabajar?. No.
Tina soltó un bufido, y se marchó.
– Asombroso -murmuró Jill.
Quería desesperadamente reemplazar a aquella mujer, pero seguía diciéndose que no merecía la pena el esfuerzo, porque ella misma se marcharía de allí muy pronto. Paciencia, pensó. Sobreviviría a todo aquello con un poco de paciencia.
Siguió trabajando, y al poco rato, oyó movimiento en la sala de recepción. Alguien llamó a la puerta de su despacho.
– Pase.
Entraron varios hombres vestidos de negro, y se acercaron a su escritorio. Él más alto de ellos le tendió las manos.
– Tu secretaria no estaba en la recepción, así que hemos decidido entrar.
– Tiene el día libre.
– Bien.
– Llego tarde -dijo Mac mientras caminaba hacia la puerta de la comisaría.
– Lo sé, pero esto es demasiado bueno para esperar -le dijo Wilma, persiguiéndole con un folio en la mano-. Ha llamado el señor Harrison para avisar de algo raro, y el señor Harrison no es de los que llama por una tontería…
– Wilma, si es algo importante, dímelo ya.
– Está bien -dijo ella, y le entregó el papel-. Varios vecinos han visto entrar en el pueblo dos limusinas negras anoche. Y de ellas salieron seis hombres que se alojaron en el Surf Rider Motel. Llevaban trajes negros y anillos en el dedo meñique.
Mac no necesitaba aquello. El Cuatro de Julio estaba a punto de llegar, tenía muchísimo trabajo y su ayudante D.J. todavía seguía convencido de que tenían que tomar medidas antiterroristas. Y además de todo, llegaba tarde a su cita con Hollis Bass.
– ¿Y qué quieres decir con eso? -le preguntó a Wilma justo cuando llegaba a su coche.
– ¡Es la Mafia! -Wilma estaba más emocionada que horrorizada-. Están aquí.
Exacto.
– No todo el mundo que lleva un traje oscuro y un anillo en el dedo meñique pertenece al crimen organizado.
– Pero estos individuos sí.
– Magnífico. Me ocuparé de ello cuando haya terminado con Hollis. Te llamaré después.
– Está bien. Yo también haré unas cuantas llamadas y averiguaré por qué han venido -dijo, y añadió, sonriendo-: ¿Crees que habrán venido a liquidar a alguien?
La entrevista con Hollis no contribuyó a mejorar el humor de Mac. El asistente social le había preguntado qué tal iban las cosas con Emily, y después le había entregado un libro sobre el control de la ira y le había pedido que leyera los tres primeros capítulos para la siguiente cita.
Mac no podía entender por qué aquel niñato pensaba que lo conocía y que conocía sus problemas. Sin embargo, lo que sí sabía era que estaba atrapado. Hollis era la llave para que él tuviera a Emily durante el verano. Si Hollis llamaba al juez y le decía que él no cooperaba, le quitarían a su hija en cuestión de horas.
Con un suspiro de resignación, entró en su coche y lanzó el libro al asiento del copiloto. Cuando iba a arrancar el motor, decidió llamar primero a la comisaría y hablar con Wilma.
– Ya he terminado con la entrevista y voy hacia la comisaría. ¿Hay alguna noticia?
– Ni te lo imaginas -le dijo ella, casi sin aliento-. Los tipos de la Mafia están en el despacho de Jill Strathern.
Mac cerró los ojos con resignación y se puso en camino hacia el bufete de Dixon & Son. Efectivamente, había una enorme limusina negra aparcada en la calle. Aquello era un poco raro en Los Lobos, pero tampoco era suficiente razón como para pensar que el crimen organizado había llegado a la ciudad.
Entró en el bufete y, al oír voces, saludó.
– Aquí, en mi despacho -respondió Jill-. Pasa.
Cuando Mac entró, vio que Jill estaba tomando café con dos hombres morenos, con aspecto de italianos, que llevaban trajes oscuros y elegantes y tenían un vago aire amenazador.
Los hombres se pusieron de pie, y Jill señaló al más alto de los dos. Tendría unos cincuenta y cinco años.
– Te presento a Rudy Casaccio y a su socio, el señor Smith. Rudy, éste es Mac Kendrick, nuestro sheriff, y amigo mío.
– Sheriff -dijo Rudy con una sonrisa mientras se estrechaban las manos-. Es todo un placer.
El señor Smith también le dio la mano, pero no dijo una palabra. Era mucho más grande que Rudy, y varios años más joven, con unos hombros enormes y las manos como tapacubos.
Mac no sabía qué decir. Se imaginó que la información que había recibido había sido exagerada y deformada por gente que había visto demasiadas películas. Era evidente que se había equivocado. ¿ La Mafia, allí con Jill?
– ¿Te apetece un café? -le preguntó-. Puedes quedarte un rato, ¿no?
– ¿Qué? Oh, claro.
Rudy le ofreció una silla a Mac.
– La decoración de tu despacho es muy interesante -comentó-. A mí me gustan los peces -le dijo a Mac-, pero Jill no está muy segura. Dice que huelen a pescado.
– Es cierto -dijo ella, desde la máquina de café-. Quería traer unas cuantas velas perfumadas, pero no estoy segura de si los vapores de los peces disecados no son inflamables. No querría que todo el bufete se incendiara.
Mac tomó la taza que ella le tendió. Jill estaba completamente relajada. Se sentó en su butaca como si no ocurriera nada especial, y le dio un sorbo a su café.
– ¿Va a quedarse mucho en el pueblo? -le preguntó él a Rudy.
Rudy sonrió.
– Unos cuantos días. Quería venir a ver a Jill. Cuando hablamos por teléfono me dijo que estaba bien, pero no me lo creí.
Mac se quedó asombrado.
– ¿Sois muy amigos?
– Jill es nuestra abogada. Es la mejor. Creíamos que se convertiría en socia este año, pero después de lo que hizo Lyle… -su voz suave se desvaneció.
Jill alzó una mano.
– No sabemos con seguridad si él hizo algo. Todos nos merecemos la presunción de inocencia, ¿no te acuerdas?
Rudy se encogió de hombros y dejó la taza sobre la mesa.
– Nosotros tenemos que irnos. Encantado de conocerlo, sheriff -dijo. Se levantó y se volvió hacia Jill-. Hablaremos pronto.
– Claro. Diviértete.
Rudy se marchó con el silencioso señor Smith. Entonces, Mac se volvió hacia Jill.
– ¿Qué demonios está pasando? Han estado llamando todo el día a la comisaría diciendo que la Mafia ha llegado al pueblo. Creía que era una broma.
– No son de la Mafia.
– ¿No? ¿Y qué son?
– Son hombres de negocios, ejecutivos que tienen muchos contactos. Su palabra clave es negociar. Rudy tiene muchos negocios legales como para ocuparse de cualquier otra cosa. Simplemente, le gusta comportarse de forma amenazante, pero a mí no me molesta.
Mac no parecía muy convencido.
– Así que no estás involucrada en el crimen organizado.
– Por supuesto que no. Tengo que admitir que Rudy es un tipo curioso, pero no es de la Mafia.
– Claro. ¿Y qué tipo de contactos tiene?
– Oh, por favor. Es un encanto. Siempre ha sido normal. Me trae muchos negocios legales y paga sus facturas puntualmente.
– ¿Se ofreció para encargarse de Lyle?
Jill apretó los labios, y Mac soltó un juramento.
– Dime que no aceptaste ese ofrecimiento.
– ¡Claro que no! Además, no estaba diciendo que fuera a hacer nada, realmente.
– ¿Y estarías dispuesta a probar tu teoría aceptando?
En realidad, no quería intentarlo, pero Mac no tenía por qué saberlo.
– Se siente mal por mí. Sabe lo mucho que he trabajado y todo lo que he disfrutado con los desafíos que se me planteaban.
– ¿Estás trabajando para él ahora?
Ella se inclinó hacia delante.
– No es posible que estés preocupado porque él esté en Los Lobos.
– No me gusta nada, y no has respondido a la pregunta.
– Técnicamente, no tendría por qué hacerlo, pero por conservar la paz entre dos amigos, te diré que no, no estoy trabajando para él en este momento. No tengo los recursos suficientes en este bufete como para ocuparme de sus negocios.
– Bueno, al menos eso es algo.
A ella no le gustaba nada ver a Mac preocupado sin motivo.
– Mac, relájate. Rudy va a quedarse por aquí unos días, hará unas cuantas excursiones por la zona y después volverá a Las Vegas. No causará ningún problema. ¿Por qué iba a hacerlo?
– Porque se dedica a eso.
– Tú no lo sabes con seguridad.
– Lo sé por instinto. ¿Serviría de algo que te dijera que no lo veas más?
– No. Además, hablar de derecho empresarial es mucho más emocionante que hablar de muros y testamentos.
Él se puso en pie y comenzó a caminar por la sala. A ella le gustaba verlo moverse, aunque se sentía un poco culpable de que estuviera tan tenso.
– Hoy he estado con Hollis -le dijo Mac-. El niñato me dio un libro sobre cómo controlar la ira, y me dieron ganas de pegarle una paliza.
– Lo cual puede demostrar que tiene algo de razón.
– Eso es lo que yo pensé -convino, y se volvió a mirarla fijamente-. No quiero que esos tipos estén aquí, Jill. Tú puedes pensar que están aquí de vacaciones, pero yo no estoy de acuerdo. Los hombres como Rudy Casaccio no pueden evitar causar problemas, lo llevan en la sangre. Y aunque tú estés aquí de paso, yo quiero construirme un hogar, para mí y para mi hija. Haré todo lo posible para proteger este pueblo, y nadie va a interponerse en mi camino. Ni Rudy, ni tú.
– ¿Todavía está Mac enfadado contigo? -le preguntó Bev a Jill unos cuantos días más tarde, mientras estaban metiendo la comida en una cesta para pasar el día en la playa. Iban a celebrar el Cuatro de Julio.
– No lo sé -respondió Jill. No había vuelto a verlo desde que él se había marchado de muy mal humor de su despacho-. Creo que ha reaccionado desproporcionadamente en toda esta situación.
– Tiene muchas cosas en la cabeza en este momento. Su trabajo nuevo, Emily, el asistente social…
– Lo sé, pero yo no he hecho nada malo.
– Bueno, no te preocupes. Los hombres pueden ser toda una molestia, de vez en cuando. Por eso yo me mantengo alejada de ellos, entre otras cosas.
– Pues sí. Creo que yo debería seguir tu ejemplo. Lyle era un completo desastre, y Mac me resulta confuso. No necesito más preocupaciones en mi vida. Soy feliz y tengo éxito por mí misma -dijo. Bien, quizá no tuviera mucho éxito en aquel momento, pero lo conseguiría de nuevo-. A propósito, ayer me llamaron por teléfono para hacerme una entrevista. Creo que van a invitarme a que vaya a un bufete para hacer otra más.
– ¿Y te gustaría?
– No estoy segura de si ellos son la empresa que más me conviene, pero estoy contenta porque estoy teniendo bastantes respuestas a mi curriculum. Eso es agradable -sobre todo, después de que la despidieran.
Si al menos pudiera averiguar qué había sucedido…
– ¿Van a ir tus amigos de la Mafia a la playa hoy? -le preguntó Bev.
Jill soltó una carcajada.
– Para empezar, no son mis amigos de la Mafia. Y para continuar, no creo que a Rudy le entusiasme la playa. No me lo imagino vestido de otra forma que no sea con un traje elegante. Pero si aparece, te lo presentaré.
En aquel momento, alguien llamó a la puerta. A Jill le dio un pequeño salto el corazón, y fue a abrir. Emily estaba en el umbral, con una toalla y un bote de crema en las manos.
– Es crema protectora. Papá dice que tengo que ponérmela.
Jill miró más allá, hacia donde estaba Mac. Como siempre, al verlo en uniforme tuvo ganas de hacer algo travieso, pero se contuvo. Por desgracia, él llevaba gafas de sol, así que no pudo verle los ojos y saber si todavía estaba molesto con ella.
– Es muy listo -le dijo a Emily-. Sabe que las quemaduras del sol duelen muchísimo. Vamos, entra. Estamos terminando de preparar la cesta de la excursión -dijo, y observó el traje de la niña. Iba vestida de rojo de pies a cabeza, y Jill recordó las galletas con azúcar glaseado rojo que había hecho su tía. O Bev había adivinado lo que iba a ponerse Emily, o su tía y la niña ya habían hablado de ello de antemano-. Los sándwiches van a ser un problema -murmuró mientras Emily pasaba a la casa.
– Su traje de baño es blanco -dijo Mac-. ¿Sirve de algo?
– Pues sí. Hemos utilizado pan blanco.
Él se quedó donde estaba, en el último escalón del porche, con los ojos ocultos tras las gafas oscuras. Ella cerró la puerta para quedarse a solas con él.
– Quítate esas cosas de la cara para que pueda ver si todavía estás enfadado conmigo.
Él se quitó las gafas de sol y sonrió.
– Mucho mejor -dijo Jill-. Mira, no tienes derecho a enfadarte. Yo no he hecho nada malo. Rudy vino a la ciudad por sí mismo, no porque yo lo invitara. Conozco a ese hombre, pero eso no es un delito. Y que yo sepa, él no ha hecho nada ilegal. Si vas a seguir siendo un cabezón con respecto a todo esto, no puedo impedírtelo, pero creo que es una tontería.
Él subió un escalón y arqueó las cejas.
– ¿Acabas de llamarme cabezón?
– Sí.
Él ya no estaba enfadado en absoluto. Lo único que irradiaba de él era una intensa energía sexual, y a Jill le gustaba.
– Eres todo un problema -le dijo Mac-. Muy habladora y completamente ingenua en cuanto a Rudy, pero de todas formas, me gustas.
Ella notó un cosquilleo en el estómago.
– ¿De verdad?
– Sí. Aunque seas una pesada.
Entonces, Jill se vio en sus brazos, notando los labios de Mac sobre los suyos. Aquel beso breve y cálido le cortó la respiración y la privó de la capacidad de razonar. Él se incorporó y ella se apretó una mano contra el pecho.
– Oh, Dios mío -susurró.
Mac sonrió y le acarició la punta de la nariz con el dedo índice.
– Tengo que irme.
– Está bien. Nos veremos en la playa.
– Yo seré el guapo.
Aquello ya lo sabía ella.