EN EL JARDIN BIENAVENTURADO DE LAS MIL BIENANDANZAS
En Mongolia, país de los milagros y arcanos, vive el guardián de lo misterioso y lo desconocido: El Buda vivo, S. S. Djebtsung Damba Hutuktu Kan, Bogdo Gheghen, pontífice de Ta Kure. Es la encarnación del inmortal Buda, el representante de la serie continua de soberanos espirituales que reinan desde 1670, transmitiéndose el alma siempre más afinada de Buda Amitabba, unido a Chanra-zi, el espíritu misericordioso de las montañas. En él esta todo, hasta el mito del sol y la fascinación de los picos misteriosos del Himalaya, los cuentos de las pagodas de la India, la rígida majestuosidad de los conquistadores mongoles, emperadores de Asia entera, las antiguas y brumosas leyendas de los sabios chinos, la inmersión en los pensamientos de los brahmanes, la vida austera de los monjes de la Orden Virtuosa, la venganza de los guerreros, eternamente errantes, los oletos con sus kanes Batur Hun-Taigi y Gushi, la altiva herencia de Gengis Kan y Kublai Kan, la psicología clerical reaccionaria de los Lamas, el enigma de los reyes tibetanos que empieza en Srong Tsang Gampo, la implacable crueldad de la secta amarilla de Paspa. Toda la nebulosa historia de Asia, Mongolia, del Pamir, del Himalaya, de la Mesopotamia, de Persia y China, rodea al dios vivo de Urga. Así no debe nadie sorprenderse de que su nombre no sea venerado a lo largo del Volga, en Siberia y Arabia, entre el Tigris y el Éufrates, en Indochina y en las villas del Océano Ártico.
Durante mi estancia en Urga visité varias veces la morada del Buda vivo, hablé con él y observé su vida. Sus sabios marimbas favoritos me proporcionaron a cerca de él valiosos informes. Le he visto leer horóscopos, he oído sus predicaciones, he consultado sus archivos de libros antiguos y los manuscritos que contienen la vida y las profecías de todos los Bogdo Kanes. Los Lamas me hablaron con franqueza y sin reservas, porque la carta del Hutuktu de Narabanchi me granjeó su estimación.
La personalidad del Buda vivo presenta el mismo dualismo que se encuentra en todo el lamaísmo. Inteligente, penetrante y enérgico, ha dado, sin embargo, en el alcoholismo, causa de su ceguera. Cuando se quedó ciego, los lamas cayeron en la desesperación más profunda. Algunos aseguraron que convenía matarle y poner en su puesto a otro Buda encarnado; los demás hicieron valer los grandes meritos del pontífice a los ojos de los mongoles y fieles a la religión amarilla. Decidieron, por ultimo, edificar un gran templo con una gigantesca estatua de Buda, a fin de aplacar a los dioses. Eso, no obstante, fue inútil para devolverle la vista al Bogdo; pero le dio ocasión para apresurar la ida al otro mundo de aquellos lamas que más se habían distinguido por sus radicalismos excesivos en cuanto al modo de resolver el problema de su ceguera.
No cesa de meditar acerca de la grandeza de la iglesia y de Mongolia, y al propio tiempo se ocupa de bagatelas superfluas. La artillería le interesa mucho. Un oficial ruso retirado le regaló dos cañones viejos que valieron al donante el título de Tumbaiir Gun, “príncipe grato a mi corazón”. En los días de fiesta se disparaban cañonazos, con sumo regocijo del augusto ciego. En el palacio del dios había automóviles, gramófonos, teléfonos, cristales, porcelanas, cuadros, perfumes, instrumentos de música, cuadrúpedos y pájaros raros, elefantes, osos del Himalaya, monos, serpientes, loros de las Indias; pero todo le cansaba en seguida y quedaba olvidado.
A Urga afluyen los peregrinos y las ofrendas de todas las partes del mundo lamaísta y budista. El tesorero del palacio, el honorable Balma Dorji, me enseñó un día el salón donde se conservan todos los regalos hechos al buda. Es un museo único de objetos preciosos. Allí hay reunidas cosas rarísimas que no existen en los museos de Europa. El tesorero, abriendo una vitrina cerrada con una cerradura de plata, me dijo:
– Aquí tenéis pepitas de oro puro de Bei Kem, cibelinas negras de Kemchick, astas de ciervo milagrosas, un estuche enviado por los orochones lleno de preciosas raíces de ginseng y de almizcle aromático, un trozo de ámbar procedente de las costas del mar del Hielo, que pesa ciento veinticuatro lans (unas diez libras). Ved, además, estas piedras preciosas de las Indias, sándalo perfumado y marfiles tallados de China.
Me mostró todos los artículos del museo, hablándome con evidente satisfacción. En efecto, aquello era maravilloso.
Tenía ante mis asombrados ojos pieles riquísimas, castores blancos, cibelinas negras, zorros blancos, azules y negros, panteras negras, cajitas de concha de tortuga, bellísimamente trabajadas, que contenían hatyks de diez y quince metros de largo, de seda de las Indias, tan finos como si fuesen de telaraña; saquitos hechos con hilos de oro y perlas estupendas, obsequios de los rajahs indostánicos, sortijas de rubíes y zafiros de China y la India, gruesas esmeraldas, diamantes en bruto, colmillos de elefante adornados con oro, perlas y piedras preciosas, vestidos bordados de oro y plata, defensas de morsas esculpidas en bajorrelieve por artistas primitivos de las costas del mar de Behring, sin contar lo que no puedo recordar ni citar. En una sala especial se hallaban las vitrinas que encierran las imágenes de Buda, de oro, plata, bronce, marfil, coral, nácar o de maderas pintadas y perfumadas.
– Sabéis que cuando los conquistadores invaden un país donde son adorados los dioses, rompen las imágenes y las vuelcan. Así sucedió hace más de trescientos años, cuando los calmucos penetraron en el Tíbet, y en 1900, cuando las tropas europeas entraron a saco en Pekín. ¿sabéis por qué? Coged una de esas estatuas y examinadla.
Cogí la que estaba más cerca del borde, un Buda de madrea, y principié a examinarla. En su interior había lago suelto que hacia ruido y se movía.
– ¿Oís? – preguntó el Lama -. Son las piedras preciosas y las pepitas de oro; las entrañas del dios.
He aquí el motivo por el cual los conquistadores rompen en seguida las estatuas de los dioses. Muchas de las más famosas piedras preciosas provienen del interior de las estatuas de dioses hallados en las Indias, Babilonia y China.
Algunas salar estaban dedicadas a bibliotecas, cuyos estantes soportaban la carga de manuscritos y volúmenes de distintas épocas escritos en diferentes idiomas sobre asuntos extraordinariamente variados. No pocos se desmenuzan en polvo, y los lamas los cubren con una solución que gelatiniza lo que resta de ellos a fin de preservarles de los estragos del aire. Vi también tabletas de arcilla con inscripciones cuneiformes originarias indudablemente de Babilonia; libros chinos, indios y tibetanos colocados al lado de los libros mongoles; volúmenes del más puro budismo antiguo, obras de los “gorros rojos”; es decir, del budismo corrompido; trabajos del budismo amarillo o lamaísta; colecciones de tradiciones, leyendas y parábolas. Grupos de Lamas leen, estudian y copian estos volúmenes, conservando y divulgando la sabiduría antigua entre los sucesores.
Una sala está reservada a los libros misteriosos sobre magia y a las biografías y escritos de los treinta y un budas vivos, con las bulas del Dalai Lama, del pontífice de Tashi Lumpo, del Hutuktu de Utai en China, del Pandita Gheghen de Dolo Nor en Mongolia interior y de los cien sabios chinos. Solamente el Bogdo Hutuktu y el Maramba Ta-Rimpocha pueden entrar en ese santuario de ciencia misteriosa. Las llaves se guardan en un cofre especial con los sellos del buda vivo y el anillo de rubíes de Gengis Kan, avalorado con la svástica, que se halla en el despacho del Bogdo. Rodean a su santidad cinco mil Lamas. Estos pertenecen a una jerarquía complicada que va desde lo simples servidores a los consejeros del dios, miembros del Gobierno. Entre estos consejeros figuran los cuatro Kanes de Mongolia y los cinco más altos príncipes.
Los Lamas se dividen en tres clases especialmente interesantes, de las que me habló el mismo Buda vivo cuando le visité en compañía de Djam Bolon.
El dios deploraba con tristeza la vida suntuosa y desordenada que los Lamas llevaban y que produce la rápida extinción de los adivinos y profetas entre sus filas.
– Si los monasterios de Jahantsi y Narabanchi – me dijo – no hubiesen conservado su régimen y su regla severa, Ta Kure carecería de adivinos y profetas; Barun Abaga Nar-Dorchiul-Jurdok y los demás santos Lamas que tenían el poder de penetrar en lo que el vulgo no ve, han desaparecido con la bendición de los dioses.
Esta clase de Lamas posee extraordinaria importancia, porque todo gran personaje que visita los monasterios de Urga es presentado al Lama Tzuren (adivino), sin que conozca la calidad de este, a fin de que le estudie su destino. El Bogdo Hutuktu se entera inmediatamente del porvenir del personaje, y provisto de tan necesarios informes sabe cómo tratar a su huésped y qué actitud adoptar con él. Los tzuren suelen ser unos viejos, secos, medio agotados, entregados al ascetismo más riguroso; pero también los hay jóvenes, casi niños, que son los hubilganes, los dioses encarnados, los futuros Hutuktus y Gheghens de los diversos monasterios mongoles.
La segunda clase comprende los doctores Ta Lama. Observan la acción de las plantas y de ciertos productos animales en los hombres, conservan los remedios del Tíbet, estudian cuidadosamente la anatomía, pero sin practicar la vivisección. Son muy hábiles para reducir las fracturas de huesos, excelentes masajistas y estupendos hipnotizadores y magnetizadores.
La tercera clase abarca los doctores de grado superior, en su mayoría tibetanos o calmucos. Son los envenenadores, a los que bien pudiera llamárseles doctores en medicina política. Viven a parte, no se tratan con los demás y constituyen la principal fuerza silenciosa en manos del buda vivo. Me dijeron que muchos eran mudos. He visto uno de esta clase, el que envenenó al medico chino enviado por el emperador de Pekín para liquidar al Buda vivo. Era un viejecillo canoso, de rostro surcado de prolongadas arrugas; tenía perilla blanca y sus ojuelos inquietos parecían estar escudriñando siempre cuanto le rodeaba. Cuando un lama de esta categoría llega a un monasterio, el dios local deja de comer y beber: tanto temor le inspira aquella locusta mongola; pero sus precauciones tampoco salvan al condenado, porque un sombrero, una camisa, un zapato, un rosario, una brida, los libros o cualquier objeto piadoso mojado en una solución venenosa basta para que se realicen los designios del Bogdo Kan.
El respeto y la fidelidad religiosa más intensa rodean al pontífice ciego. Ante él todos se prosternan, la cara pegada al suelo. Los kanes y los hutuktus se le aproximan de rodillas. Cuanto le circunda es sombrío y está pletórico de antigüedad oriental. El anciano ciego y borracho, oyendo un disco vulgar de gramófono o dando a sus servidores una sacudida eléctrica con su dinamo; el feroz tirano, envenenando a sus enemigos politos; el Lama que mantiene a su pueblo en las tinieblas, engañándole con sus predicciones y profecías, es, sin embargo, un hombre distinto de los demás.
Un día estábamos sentados en el despacho de Bogdo, y el príncipe Djam Bolon le traducía mi relato de la gran guerra. El anciano escuchaba atentamente. De repente levantó los semicaidos párpados y empezó a oír unos ruidos que venían del exterior. Su rostro reveló una sensación de veneración suplicante y atemorizada.
– Los dioses me llaman – murmuró.
Y se encaminó lentamente a su oratorio particular, donde rezó en voz alta más de dos horas, puesto de hinojos e inmóvil como una estatua. Su plegaria fue una conversación con los dioses invisibles, a cuyas preguntas dio cumplida contestación. Salió del santuario pálido y rendido, pero feliz y satisfecho.
Esa era su oración personal. Durante las ceremonias religiosas del templo no tomaba parte en las plegarias, porque entonces es “dios”. Sentado en su trono le trasladan procesionalmente al altar para que los Lamas y los fieles puedan dirigirle sus oraciones. Recibe sus invocaciones, sus esperanzas, sus lagrimas, sus dolores y anhelos, mirando impasible al espacio con los ojos brillantes, pero muertos. En ciertos momentos de la función, los Lamas le revisten con sus distintos trajes, amarillos y rojos, y le cambian de cubrecabeza. La ceremonia termina siempre en el solemne instante en que el Buda vivo, con su tiara resplandeciente, da la bendición pontificia a los fieles, volviéndose sucesivamente hacia los cuatro puntos cardinales y tendiendo, por último, su mano hacia el Noroeste, o sea hacia Europa, donde deben penetrar las enseñanzas del sapientísimo Buda.
Después de largas funciones en el templo y de las fervientes plegarias personales, el pontífice queda muy quebrantado; con frecuencia llama a sus secretarios y les dicta sus visiones y profecías, siempre sumamente complicadas y desprovistas de explicaciones.
A veces, pronunciando las palabras “sus almas se comunican”, se pone el traje blanco y va a rezar a su oratorio. Entonces se cierran todas las puertas del palacio y todos los Lamas se sumergen en un espanto místico y reverente; todos en éxtasis repasan sus rosarios y balbucean la oración Om Mani padme Hung! Hacen girar las ruedas de las plegarias y exorcizan; los adivinos leen los horóscopos; los visionarios escriben el relato de sus visiones, y los marimbas buscan en los libros antiguos la aclaración de las palabras del Buda.
¿Habéis visto en las cuevas de algún antiguo castillo de Italia, Francia o Inglaterra las telarañas polvorientas y el moho centenario? Es el polvo de los siglos. Tal vez tocó el rostro, el casco o la espada de un emperador romano, de San Luis, del Gran Inquisidor, de Galileo o del rey Ricardo. Vuestro corazón se contrae involuntariamente y os sentís llenos de respeto para esos testigos de las épocas pasadas. La misma impresión experimenté en Ta Kure, más acentuada quizá. La vida continúa allí como se desarrolló hace ochocientos años: el hombre está unido férreamente a la tradición, y la conmoción contemporánea únicamente complica y embaraza la existencia normal.
– Hoy es un gran día – me dijo en cierta ocasión el Buda vivo -; es la conmemoración del triunfo del budismo sobre las demás religiones. Hace mucho tiempo, Kublai Kan conoció a los Lamas de todas las creencias y les ordenó que explicasen su fe. Ellos alabaron a sus dioses y hutuktus y si más tardar comenzaron las discusiones y polémicas. Solo un Lama permaneció silencioso. Por fin sonrió con expresión burlona, exclamando:
– ¡Gran emperador! Manda a cada uno que demuestre el poder de sus dioses con la ejecución de un milagro y así podrás juzgar y elegir.
Kublai Kan ordenó sin dilación a los Lamas que hiciesen un milagro, pero todos enmudecieron, confusos e impotentes.
– Ahora – dijo el emperador, dirigiéndose al Lama autor de la proposición – te toca a ti probar el poder de tus dioses.
El lama miró fija y detenidamente al emperador, se volvió, contemplando a la concurrencia, y con grave ademán tendió la mano hacia ella. En aquel momento el vaso de oro del emperador se levantó de la mesa y se colocó en los labios del Kan sin que mano visible le sostuviera. El emperador probó un delicioso vino aromático. Quedaron todos pasmados y sobrecogidos, y Kublai Kan habló:
– Rezaré a tus dioses y todos mis pueblos deberán adorarles. ¿Cuál es tu religión? ¿Quién eres y de dónde vienes?
– Mi religión es la que predicó el sabio Buda. Yo soy el Pandita Lama Turjo Gamba, del lejano y glorioso monasterio de Sakkia, el en Tíbet, donde mora encarnado en un cuerpo humano el espíritu de Buda, su sabiduría y su poder. Te anuncio, señor, que los pueblos adeptos de nuestra fe poseerán todo el universo occidental y durante ciento doce años defenderán sus creencias por el mundo entero.
Esto es lo que sucedió tal día como hoy hace muchos siglos. El Lama Turjo Gamba no regresó al Tíbet, quedo aquí, en Ta Kure donde solo había una aldea insignificante. De aquí fue junto al emperador a Karakorum y más tarde también con él a la capital de china, para fortalecerle en la fe, predecir la solución de los asuntos del Estado e iluminarle según la voluntad de dios.
El Buda vivo calló un momento, murmuró una oración y añadió:
– ¡Urga, patria antigua del budismo! Con Gengis Kan partieron, para la conquista de Europa, los oletos, llamados por otro nombre calmucos. Estos se establecieron casi cien años en las estepas de Rusia. Luego tomaron a Mongolia, porque los Lamas amarillos les precisaron para combatir a los reyes del Tíbet, los Lamas de gorros rojos que oprimían al pueblo. Los calmucos ayudaron a la religión amarilla, pero se dieron cuenta de que Lhassa está muy distante y no podía irradiar nuestras creencias por toda la tierra. Por consecuencia, el calmuco Gushi Kan trajo del Tíbet un santo Lama, Undur Gheghen, que había visitado al rey del mundo. A partir de aquel día, el Bogdo Gheghen no se ha movido de Urga, mostrándose protector de las libertades mongolas y de los emperadores chinos de origen mongol. Undur Gheghen fue el primer buda vivo del país mongólico. Nos legó a nosotros, sus sucesores, el anillo del Gengis Kan, enviado por Kublai Kan al Dalai Lama en recompensa del milagro hecho por el Lama Turjo Gamba. Poseemos también la tapa del cráneo de un misterioso taumaturgo negro de las Indias: Strongtsan, rey del Tíbet, la empleaba a modo de copa y bebía en ella durante las ceremonias del templo hace seiscientos años. Tenemos además una antigua estatua de piedra representando a Buda, que fue traída de Pekín, por el fundador de la religión amarilla, Paspa.
El Bogdo dio una palmada y uno de los secretarios cogió entre un paño rojo una gruesa llave de plata, con la que abrió el cofre de los sellos. El Buda vivo metió la mano en el arcón y sacó una cajita de marfil delicadamente grabada, de la que retiró para enseñármela una pesada sortija de oro con un espléndido rubí tallado y la tradicional svástica.
– Gengis Kan y Kublai Kan usaron constantemente esta sortija en su mano derecha – me dijo.
Cuando el secretario cerró el arca, el Bogdo le ordenó que fuese a buscar a su marimba predilecto, al que hizo leer algunas paginas de un antiguo libro que había sobre la mesa. El Lama comenzó a leer en voz monótona:
“Luego que Gushi Kan, jefe de los calmucos, terminó la lucha contra los gorros rojos, se llevó con él la piedra negra misteriosa que el rey del mundo había regalado al Dalai Lama. Gushi Kan deseaba fundar en Mongolia occidental la capital de la religión amarilla, pero los oletos se hallaban en aquella época en guerras con los emperadores manchúes por el trono de China y sufrían derrota tras derrota. El último kan de los oletos, Amursana, huyó a Rusia, pero antes de escaparse envió a Urga la piedra negra sagrada. Mientras estuvo en Urga y el Buda vivo la usaba para bendecir al pueblo, ni la enfermedad ni las desgracias cayeron sobre los mongoles; pero hace unos cien años, alguien robó la piedra sagrada y desde aquel día los budistas la han buscado inútilmente por el mundo entero, porque sin ella el pueblo mongol no puede ser grande”.
– Esto basta – exclamó Bogdo Gheghen -. Nuestros vecinos nos desprecian. Olvidan que antes fuimos sus amos; pero nosotros conservamos nuestras santas tradiciones y sabemos que vendrá para las tribus mongolas y la religión amarilla el definitivo triunfo. Tenemos a nuestro lado a los protectores de la fe, a los fieles guardianes de la herencia de Gengis Kan.
Así habló el Buda vivo. Así hablan los antiguos libros.
El príncipe Djam Bolon pidió a un marimba que nos enseñase la biblioteca del Buda vivo. Es un vasto salón ocupado por numerosos escribas que preparan las obras que tratan de los milagro de todos los Budas vivos, comenzando por Undur Gheghen, para terminar con los gheghens y hutuktus de los varios monasterios lamaístas en todos los templos y en todas las escuelas de Bandis. Un marimba leyó dos extractos:
“El beato Bogdo Gheghen sopló en un espejo. En seguida, como a través de una niebla, apareció un valle en el cual millares y millares de guerreros peleaban unos contra otros. El sabio Buda vivo, favorecido por los dioses, quemó incienso e imploró de estos que le revelasen el destino de los príncipes. En la humareda azul vieron todos una sombría prisión y los cuerpos lívidos y torturados de los príncipes muertos”.
Un libro especial, del que hay ya numerosas reproducciones, refiere los milagros del Buda actual. El príncipe Djam Bolon me dio a conocer algunos de los pasajes de esta obra.
“Existe una antigua imagen de madera del Buda con los ojos abiertos. La trajeron de las Indias y Bogdo Gheghen la colocó en un altar, yéndose a rezar. Cuando volvió del santuario mandó que le diesen la imagen, y todos quedaron aterrados, porque el dios había cerrado los ojos y lloraba. En su cuerpo aparecieron brotes verdes, y el Bogdo dijo: La desgracia y la alegría me esperan; perderé la vista, pero Mongolia será libre”.
La profecía se ha cumplido.
Otra vez, un día en que el Buda vivo se hallaba extraordinariamente inquieto, dispuso que le llevasen una vasija llena de agua, que hizo poner delante del altar. De improviso, los cirios y las lámparas se encendieron espontáneamente y el agua del recipiente adquirió tonalidades irisadas.
El príncipe me contó después cómo el Bogdo Kan adivina el porvenir: se vale de sangre fresca, en cuya superficie surgen letras y figuras; de entrañas de carneros y cabras, que le permiten leer el sino de los magnates y conocer sus pensamientos; de piedras y huesos, en los cuales con gran precisión, el Buda vivo distingue los signos del porvenir de todos, y también acude a la observación de las estrellas, y por sus posiciones aprende a preparar amuletos contra las balas y las enfermedades.
– Los primitivos Bogdo Kanes solo empleaban para predecir el futuro la milagrosa piedra negra – dijo el maramba -. En la superficie de ella aparecían unas inscripciones tibetanas que el Bogdo descifraba, averiguando de esta manera el destino de los individuos y de las naciones.
Cuando el maramba aludió a la piedra negra, en la que aparecían las leyendas tibetanas, recordé que el hecho podía ser posible. En la región sudeste del Urianhai, en Wan Taiga, descubrí un paraje donde había pizarras negras en estado de descomposición. Los trozos de estas pizarras estaban cubiertos de un liquen blanco, formando dibujos complicados que parecían los de los encajes venecianos o páginas escritas en caracteres rúnicos. Si se humedece la pizarra, los dibujos desaparecen, y al secarse vuelven a hacerse visibles.
Nadie tiene derecho, ni se atreve, a pedir al Buda vivo que le revele el porvenir. Predice tan solo cuando se siente inspirado, cuando un delegado especial, portador de una solicitud del Dalai Lama o del Tashi Lama, llega hasta él. El zar Alejandro I, al ser victima de la influencia de la baronesa de Krüdener y de su misticismo, envió un emisario de su confianza al Buda vivo, rogándole que le predijese su destino. El buda Kan de aquella época, un mancebo, leyó el porvenir del zar blanco en la piedra negra, y le participó que en el fin de su existencia lo pasaría vagando tristemente, desconocido de todos y perseguido por todas partes. Hoy, en Rusia, es opinión general que Alejandro I erró por Rusia y Siberia durante el ocaso de su vida, con el seudónimo de Feodor Kusmitch, ayudando y consolando a los prisioneros, a los mendigos y a cuantos sufrían, perseguido y encarcelado frecuentemente por la Policía, hasta que murió en Tomsk (Siberia), donde se considera la casa en que pasó sus últimos días y su tumba como lugares sagrados, objeto de peregrinación y del entusiasmo ferviente del pueblo crédulo. La antigua dinastía de los Romanoff se interesaba vivamente por todo lo que se refería a Feodor Kusmitch, y ese interés confirma la versión popular de que el vagabundo era, en realidad, el zar Alejandro I, que se había voluntariamente impuesto tan austera penitencia.
El Buda vivo no muere. Su alma pasa algunas veces a la de un niño que nace el día de su muerte, y en ocasiones se transmite en otro hombre durante la vida misma del Buda. Esta nueva morada del espíritu sagrado de buda aparece casi siempre en la yurta de alguna familia pobre tibetana o mongola. Hay en esto una razón política. Si el Buda apareciese en la familia de un príncipe rico, podría resultar de ello la elevación de una familia que no quisiese obedecer al clero, lo que sucedió anteriormente, mientras que la familia pobre y humilde que hereda el trono de Gengis Kan, al adquirir la riqueza, se somete gustosa a los Lamas. Solo tres o cuatro Budas vivos han sido de origen mongol; los demás fueron tibetanos.
Uno de los consejeros del Buda vivo, el Lama Kan Jassaktu, me refirió esto:
– Los monasterios de Lhassa y Tashi Lumpo están constantemente al corriente, por cartas de Urga, del estado de salud del Buda vivo. Cuando su cuerpo humano envejece y el espíritu de Buda desea desprenderse, comienzan en los templos tibetanos solemnes ceremonias, y al propio tiempo los astrólogos estudian el porvenir. Estos ritos dan a conocer a los Lamas de piedad más acrecentada, los que deben terminar donde el espíritu de Buda ha de reencarnar. Para eso recorren todo el país y observan. Con frecuencia, el mismo dios les ayuda en su tarea con señales e indicaciones. A veces, un lobo blanco aparece junto a la yurta de un pobre pastor, o bien en una tienda nace un cordero de dos cabezas o cae del cielo un meteoro. Los lamas cogen peces en el lago sagrado de Tangri Nor y leen en sus escamas el nombre del nuevo Bogdo Kan; otros recogen piedras cuyas cuarteadoras les indican dónde deben buscarle y a quién deben hallar; algunos se retiran a los angostos barrancos de las montañas para escuchar las voces de los espíritus que pronuncian el nombre del nuevo elegido de los dioses. Ya descubierto este, se reúnen secretamente todos los datos posibles acerca de su familia y se transmiten al muy sabio Tashi Lama, conocido con el sobrenombre de Edeni; es decir, la perla de la sabiduría, quien, según los ritos de Rama, realiza la elección del predestinado. Si la elección concuerda con los textos sagrados, Tashi Lama envía una carta confidencial al Dalai Lama, el cual celebra un sacrificio especial en el templo del espíritu de las montañas y confirma la elección estampando su gran sello en la carta de Tashi Lama.
Si el viejo Buda existe aún, el nombre de su sucesor se mantiene celosamente secreto; si el alma de Buda ha abandonado ya el cuerpo del Bogdo Kan, una delegación especial sale del Tíbet con el nuevo Buda vivo. Idénticas formalidades acompañan la elección del Gheghen y de los hutuktus en todos los monasterios lamaístas de Mongolia; pero la confirmación de la elección corresponde al Buda vivo y no se anuncia en Lhassa hasta después del acontecimiento.
El Bogdo Kan que reina actualmente en Mongolia exterior es tibetano. Pertenece a una pobre familia que vivía en los alrededores de Sakkia Kure, al oeste del Tíbet. Desde su más tierna infancia tuvo un carácter violento y exaltado; le inflamaba la idea de la independencia mongola y ardía en deseos de hacer gloriosa la herencia de Gengis Kan. Esto le dio pronto grata influencia entre los Lamas, príncipes y kanes de Mongolia, igual que con el Gobierno ruso, que procuró siempre tenerle a su lado. No temió alzarse contra la dinastía manchú de China y obtuvo con facilidad la protección de Rusia, el Tíbet y de los buriatos y kirghises, que le proporcionaron dinero, armas, soldados y el apoyo de sus diplomáticos. Los emperadores de China eludieron entrar en guerra abierta con el dios vivo, por miedo a provocar protestas de los budistas chinos. En cierta ocasión enviaron al Bogdo Kan un hábil envenenador. El Buda vivo, sin embargo, comprendió inmediatamente la razón de aquellas atenciones facultativas, y conocedor del poder de los venenos asiáticos, decidió emprender un viaje para inspeccionar los monasterios mongoles y tibetanos. Dejó para sustituirle a un hubilgan, que se hizo amigo del doctor chino y le sonsacó el objeto de su visita. No tardó el chino en morir, por causa desconocida, y el Buda vivo regresó a su capital.
Otro peligro amenazó al dios vivo. Fue cuando Lhassa juzgó que el Bogdo Kan seguía una política independiente del Tíbet. El Dalai Lama inició negociaciones con varios kanes y príncipes, poniéndose a la cabeza del movimiento el Sain Noyon Kan y Jassuktu Kan, y les persuadió de la conveniencia de acelerar la emigración del Buda a otra forma humana.
Llegaron a Urga, donde el Bogdo Kan los acogió con las mayores muestras de alegría y estimación. Les prepararon un gran festín, y los conspiradores estaban ya dispuestos a ejecutar los planes del Dalai Lama. Sin embargo, al fin del banquete notaron ciertas molestias y murieron todos aquella misma noche. El Buda vivo envió sus cuerpo a las respectivas familias con todos los honores propios de su alcurnia.
El Bogdo Kan conoce todos los pensamientos, todos los actos de los príncipes y los kanes, y la menor conjura urdida contra él; de suerte que el culpable es atraído astutamente a Urga, de donde un vuelve a salir vivo.
El Gobierno chino decidió acabar con el reinado de los Budas vivos, e interrumpiendo la lucha con el pontífice de Urga ideó la intriga siguiente para el logro de sus fines:
Pekín invitó al Pandita Gheghen de Dolo Nor, así como al jefe de los lamaístas chinos, al hutuktu de Utai, dos personajes que no reconocían la soberanía del Buda vivo, a ir a la capital. Allí se acordó, después de consultar los libros búdicos, que el Bogdo Kan actual debía ser el último Buda vivo, puesto que la parte del espíritu de Buda que mora en los Bogdo Kanes no puede detenerse más que treinta y una veces en el cuerpo humano. Bogdo Kan es el treinta y un Buda encarnado desde la época de Undur Gheghen, y en él, por consecuencia, termina la dinastía de los pontífices de Urga. No obstante, al saber esto, Bogdo Kan mismo hizo varias investigaciones y descubrió en los viejos manuscritos tibetanos que uno de los pontífices de este país estuvo casado y que su hijo fue un Buda encarnado. He aquí por qué el Bogdo se casó y tiene ahora un hijo joven, enérgico y capaz; de modo que el trono religioso de Gengis Kan no quedará vacante. La dinastía de los emperadores chinos he desaparecido de la escena de los acontecimientos políticos, y el buda vivo continua siendo el centro del ideal panasiático.
El nuevo gobierno chino de 1920 se apoderó de la persona del buda vivo, confinándoles en su propio palacio; pero al comenzar el año 1921, el barón Ungern con los suyos atravesó el Bogdo Ol sagrado, y, acercándose al monasterio por detrás, dieron muerte a flechazos a los centinelas chinos; los mongoles penetraron en el palacio y libertaron a su dios, quien inmediatamente dio el grito de independencia, sublevó la Mongolia y despertó las esperanzas de los pueblos y las tribus de Asia.
En la lujosa mansión del Bogdo, un Lama me enseñó una cajita especial, cubierta con un precioso tejido, donde se guardan las bulas del Dalai Lama y del Tashi Lama, los decretos de los emperadores rusos y chinos y los Tratados entre Mongolia, Rusia, china y Tíber. En esta misma cajita está la placa de cobre con el signo misterioso del rey del mundo y el relato de la última visión del Buda vivo.
“He rezado y he visto lo que está oculto a los ojos del pueblo. Una vasta llanura se extendía delante de mí, limitada por lejanas montañas. Un viejo Lama llevaba un casto lleno de pesadas piedras. Andaba muy despacio. Del Norte vino un jinete vestido de blanco. Se acercó al Lama y le dijo:
– Dame tu cesto. Te ayudaré a llevarlo hasta tu Kure.
El Lama le entregó su abrumadora carga; pero el jinete fue incapaz de levantarla a la altura de su montura, de modo que el anciano Lama se la volvió a poner sobre el hombro y siguió su camino, doblado por el peso de los guijarros.
Entonces llegó del Norte otro jinete, vestido de negro, montado en un caballo negro, y también él se acercó al Lama y le dijo:
– ¡Imbécil! ¿Por qué llevas esos pedruscos que abundan tanto por el suelo?
Diciendo estas palabras, atropelló al Lama, empujándole con su caballo. El anciano soltó el cesto y las piedras se desparramaron por el terreno.
Cuando las piedras tocaron el suelo se transformaron en diamantes. Los tres hombres se precipitaron a recogerlas, pero ninguno de ellos pudo desprenderlas de la tierra. Entonces el viejo Lama exclamó:
– ¡Dioses! Toda mi vida he llevado esta agobiante carga, y ahora que me falta tan poco camino que andar la he perdido. ¡Valedme, dioses poderosos y clementes!
De improviso un anciano vacilante apareció. Lentamente juntó todos los diamantes, los colocó con dificultad en el cesto, limpiándolos previamente del polvo que los cubría, levantó la carga, se la echó al hombreo como si fuese de pluma y partió, diciendo al Lama:
– Descansa un momento. Yo vengo de transportar mi carga hasta el fin y me complace ayudarte a llevar la tuya.
Continuaron su marcha y los perdí de vista, mientras que los jinetes se pusieron a reñir. Pelearon todo el día y toda la noche, y al salir el sol sobre la llanura ninguno de los dos estaba allí muerto ni vivo; ambos habían desparecido sin dejar rastro.
He aquí lo que he visto yo, Bogdo Hutuktu Kan, hablando con el grande y sabio Buda, rodeado de los buenos y los malos demonios.
Sabios Lamas, hutuktus, kampos, marambas y santos gheghen, explicad al mundo mi visión”.
Esto fue escrito en mi presencia el 17 de mayo de 1921 según las palabras del Buda vivo, pronunciadas en el momento que acababa de salir de su oratorio particular, contiguo a su despacho. Ignoro lo que los hutuktus, gheghen, adivinos y magos le habrán respondido, pero ¿no es clara la explicaron conociendo la situación actual de Asia?
Asia se despierta llena de enigmas; pero tiene soluciones para los problemas que afectan a los destinos de la Humanidad. Ese gran continente de pontífices misteriosos, de dioses vivos, de mahatmas, de hombres que leen en el libreo terrible de Karma, sale de un largo sueño. Ese océano de centenares de millones de seres humanos está agitado por olas monstruosas.