Doce

Charity volvió al hotel y subió las escaleras hacia su habitación batallando con docenas de emociones, la mayoría de las cuales no podía identificar. Sin pensarlo, se detuvo frente a la puerta de Josh y llamó.

Era sábado por la tarde, se recordó, y probablemente no estaría allí, pero unos segundos después, él abrió la puerta tan guapo como siempre con unos vaqueros y una camiseta. Le pareció que le hacía falta un corte de pelo y un afeitado, aunque tuvo que admitir que ese aspecto tan desaliñado le sentaba muy bien.

– ¡Ey! -dijo él indicándole que entrara-. ¿Qué pasa?

– Nada malo. He ido a ver a Marsha.

Él cerró la puerta, le tomó la mano y la llevó hasta el sofá, pero cuando llegaron allí, Charity no pudo sentarse. Se sentía inquieta.

– ¿Por qué? -preguntó mirándolo-. Era mi madre y sabía que quería formar parte de una familia. Sabía que eso me importaba más que nada en el mundo. Pero no me lo contó, ni siquiera cuando estaba muriéndose. Ni siquiera después de morir. Habría bastado con una pequeña nota con un nombre y una dirección, pero no se molestó.

Charity no podía comprenderlo.

– Así que, ¿en qué situación me deja eso a mí? ¿Es que era increíblemente egoísta o estoy engañándome al pensar que yo le importaba?

Josh hizo intención de abrazarla, pero ella sacudió la cabeza.

– No. Tengo que decir esto.

– Entonces me quedaré aquí y te escucharé -le respondió metiéndose las manos en los bolsillos.

Ella respiró hondo.

– Cuando estaba en el primer año de instituto, volvimos a trasladarnos. Le dije que ésa sería la última vez, que quería graduarme en una escuela a la que hubiera asistido durante al menos un año. Le hice prometérmelo -se resistió a ese recuerdo, pero estaba ahí, rodeándola por todas partes.

– ¿Mantuvo la promesa?

– No. Se marchó y yo me quedé. Tenía un trabajo y el alquiler de nuestra caravana era barato. Me enviaba dinero de vez en cuando y logré graduarme con mi clase, con mis amigos, y enviar solicitudes para las universidades sabiendo que seguiría en la misma dirección cuando me enviaran respuestas. Pero ella no…

Charity sintió un ardor en los ojos, pero contuvo las lágrimas. No lloró. Ceder ante el llanto no serviría de nada.

– No vino a mi graduación. Estaba demasiado lejos y no tenía dinero. Me dije que no pasaba nada, pero no era así. Quería que alguien estuviera allí, alguien que pudiera verme dar ese paso tan trascendental en mi vida. Ni se molestó ni me dijo que había alguien a quien sí le habría importado, alguien que habría querido estar conmigo en ese momento. Me arrebató esa oportunidad sin ningún motivo. ¿Cómo puedo decirle lo furiosa que estoy con ella si está muerta?

Josh volvió a hacer un intento de abrazarla y en esa ocasión, Charity se dejó rodear por sus brazos. Tal vez él no tuviera las respuestas, pero era cálido y fuerte y por unos minutos ella pudo fingir que todo saldría bien.

Josh le acarició el pelo y deslizó la mano sobre su espalda. Ella apoyó la cabeza sobre su hombro e inhaló su aroma.

– Mi madre también se marchó cuando yo tenía diez años.

Charity recordaba que Marsha le había contado la historia. Se retiró lo suficiente para poder mirarlo a los ojos.

– Lo siento. No debería estar lloriqueando y quejándome.

– No lo haces -le rodeó la cara con las manos-. Lo que digo es que comprendo lo que es que te abandone la persona que más debería amarte del mundo. Para cuando fui lo suficientemente mayor como para ir a buscarla, ya era demasiado tarde. Había muerto. Estaba furioso, más que furioso. Quería verla castigada, quería que pagara por lo que me hizo, pero sobre todo quería que me dijera por qué. ¿Por qué las otras madres renunciaban a todo por sus hijos y ella ni siquiera pudo quedarse a mi lado? ¿Era por mí? ¿O era ella?

Charity vio dolor en sus ojos y unas preguntas que jamás tendrían respuesta.

– Con el tiempo acabas haciendo las paces con esa sensación y sigues adelante.

Tal vez, pensó ella, pero esa herida dejaba una cicatriz y esa cicatriz a veces dolía.

Se puso de puntillas y lo besó con delicadeza y suavidad. Él respondió del mismo modo. Ella cerró los ojos y se perdió en el calor que invadió su cuerpo. ¡Eso sí que era una reacción química!

Josh bajó las manos hasta su cintura y de ahí pasó a sus caderas. La acercó más a sí y ella se dejó llevar. Separó los labios y el beso se hizo más intenso, se entregó a la agradable sensación de sus lenguas acariciándose y al modo en que la sangre le recorría el cuerpo.

El deseo comenzó a acumularse en su vientre y de ahí se movió en espiral en todas las direcciones. Sus pechos se resintieron y entre las piernas pudo sentir una mezcla de tensión y humedad. De excitación.

Josh cubrió sus nalgas con sus manos y la hizo arquearse hacia él. Charity sintió su excitación contra su vientre y el recuerdo de cómo había sido tenerlo dentro, de lo que le había hecho a su cuerpo, la hizo gemir. Él coló las manos bajo su jersey de manga corta y sus dedos tocaron su cálida piel desnuda moviéndose deliberadamente sobre sus costillas para después cubrir sus pechos por debajo del sujetador.

Sus caricias eran perfectas, pensó Charity mientras él rozaba sus tersos y sensibles pezones. Charity cerró los labios alrededor de su lengua y succionó. Y entonces fue él quien gimió, pero en lugar de empezar a despojarse de sus ropas, se apartó, la agarró de la mano y la llevó al dormitorio.

La enorme cama dominaba el espacio del dormitorio compuesto por un armario, un escritorio y unas vistas magníficas de los exuberantes jardines. Pero a ella no le interesaba nada de eso; no mientras Josh la despojaba del jersey, seguido del sujetador, dejándola desnuda de cintura para arriba. Después se quedó delante de ella, contemplando sus pechos.

– Eres preciosa -le susurró antes de agacharse, tomar su pezón en la boca y acariciarlo con la lengua provocando en ella varias oleadas de placer. Charity sintió una sacudida de calor y humedad entre las piernas al mismo tiempo que él mordisqueaba la cúspide de su pecho y le producía un cosquilleo con el roce de su barba.

Charity tuvo que aferrarse a él para evitar caer sobre la moqueta y cuando Josh pasó al otro pecho y repitió el proceso, vio que le costaba respirar.

«Más», pensó. Quería que estuvieran desnudos y tendidos en la cama. Había llegado el momento de tener más.

Tiró de su camiseta lanzándole una indirecta no demasiado sutil y él se la quitó con un fluido movimiento. Charity se quitó las sandalias mientras él se desabrochaba los pantalones y ella acariciaba su torso desnudo formado por unos definidos músculos que parecían roca. Josh era una belleza masculina finamente esculpida, pensó al inclinarse para besar su torso y antes de comenzar a besar sus pezones.

Los acarició con la lengua hasta que él tomó su cara entre las manos, la alzó y la besó en la boca. Al instante, ya estaban desprendiéndose de la poca ropa que les quedaba encima. Cuando estuvieron desnudos, la agarró por la cintura y se dejaron caer sobre la cama.

Ella cayó de espaldas y él a su lado. Josh se agachó para volver a besar sus pechos, pero en esa ocasión, mientras tomaba sus pezones en la boca, posó una mano sobre su vientre.

Charity movía las piernas, impacientada, y su atención estaba dividida entre lo que Josh estaba haciéndole con la boca y el camino que estaban trazando sus dedos hacia abajo…

Cuando se situaron entre sus piernas, ella separó los muslos para entregarse a él y contuvo el aliento al sentir cómo esos dedos se deslizaban sobre los pliegues de su piel y encontraban su centro húmedo e inflamado.

Ese hombre tenía un fabuloso sentido de la orientación, pensó Charity mientras Josh exploraba ese terso y sensible punto. Primero lo acarició haciendo círculos sin llegar a tocarlo directamente; alrededor y despacio para impacientarla. Después lo rozó levemente con un dedo y ella se estremeció. Y cuando volvió a hacerlo, Charity supo que le daría un placer que podría llegar a hacer que el mundo se sacudiera.

Pero en lugar de seguir, Josh se situó entre sus piernas y la besó; el roce de sus labios y el tacto de su lengua unidos a la ligera sensación de escozor provocada por su incipiente barba, conspiraron contra el poco autocontrol que le quedaba.

La recorrió una descarga eléctrica en ese primer segundo de contacto y una deliciosa sensación acabó con cualquier atisbo de timidez. Charity separó más las piernas y arqueó las caderas en una clara invitación. Una invitación que él aceptó.

Josh deslizó la lengua sobre cada centímetro de su piel, la hundió en su inflamado centro y regresó a ese exquisito punto de placer cerrando los labios a su alrededor.

Charity podía sentir cómo iba acumulándose la tensión dentro de ella, una tensión que aumentó hasta que no le quedó más opción que dejarse llevar y sumirse en un intenso clímax. Se agarró a las sábanas, sacudió la cabeza de un lado a otro y apretó los dientes para evitar gritar.

Josh siguió con sus caricias hasta dejarla sin aliento y, cuando la última sacudida de placer había amainado, se puso de rodillas, abrió un cajón y se colocó un preservativo. Después, se adentró en ella, llenándola, tomándola con intensidad, completamente, mientras Charity se aferraba a su cuerpo.

Más tarde, cuando los dos volvían a respirar con normalidad y estaban tumbados el uno al lado del otro, los ojos verde avellana de Josh se iluminaron de satisfacción mientras ella trazaba la forma de sus labios con su dedo.

– No tenías por qué hacerlo -le dijo ella.

– Sí, claro que sí.

Charity sonrió.

– Ya sabes lo que quiero decir. Gracias por… -¿qué? ¿Por distraerla? ¿Por hacerle darse cuenta de que hasta ese momento no había sabido lo bueno que podía ser el sexo?

– Charity -dijo él mirándola a los ojos-, te deseo. Soy un hombre. Es así de sencillo.

Las palabras resultaron ser extrañamente reconfortantes.

– ¿Consigues a todas las mujeres que quieres?

– No. Contigo es distinto. Es mejor.

– Pretendo complacer.

– Pues haces un buen trabajo.

Ella se rió.

– Tú también. Toda esa práctica te ha servido de mucho.

– Saber qué hacer es la parte fácil. Encontrar a la persona adecuada con quien hacerlo es mucho más difícil.

Fueron unas palabras dulces que le encogieron el corazón, pero tuvo que recordarse que no podía sentir nada por él. Él entraba en la categoría de «demasiado», demasiado guapo, demasiado encantador, demasiado famoso. Y ella quería a alguien normal. Ya había visto lo que pasaba cuando una mujer se enamoraba del hombre equivocado. A su madre le había pasado varias veces.

Pensar en Sandra destruyó su buen humor, así que decidió centrarse en otra cosa.

– No te había visto por ahí en los últimos días. ¿.Cómo van las cosas?

Él se tendió boca arriba y ella se acurrucó deleitándose con la encantadora sensación de sentir su cuerpo desnudo junto al suyo.

– Ayer salí a montar en bici con el equipo del instituto.

Ella se incorporó.

– ¿En serio? ¿Qué tal fue?

Suavemente, Josh acarició su pezón y la llevó hacia él.

– Mal. No pude hacerlo. Fingí que le había pasado algo a mi bici -maldijo-. ¡Menudo perdedor!

No, no lo era, pero decírselo tampoco cambiaría nada, pensó Charity con tristeza. Necesitaba creer en sí mismo, pero ¿era eso posible?

– ¿Has pensado en hablar con alguien? ¿Un profesional?

– ¿Un psicólogo? No. Sentarme con alguien a contarle mis problemas no me ayudará.

– Eso no lo sabes.

– Sí, claro que lo sé. Lo intenté después del accidente y no me ayudó.

Ella suspiró.

– ¿Cuánto lo intentaste? ¿Una vez y después lo dejaste? Eres muy hombre.

– Eso hace que el sexo conmigo resulte una situación menos incómoda -la miró-. ¿Quieres quedarte? Podríamos pedir la cena, ver pelis porno por el canal de pago y darnos un baño. Tengo un jacuzzi.

«Y hacer el amor», pensó ella perdiéndose en su hipnótica mirada.

– Sabes cómo tentar a una chica.

Josh se tendió sobre ella y Charity le rodeó el cuello con los brazos.

– ¿Es eso un «sí»? -preguntó con una sonrisa.

– Es un «sí» y un «por favor, vamos a hacerlo otra vez».


El domingo, Charity se levantó a regañadientes de la cama de Josh. Había quedado con Pia para almorzar y él tenía que ir a entrenar. Mientras se duchaba y se vestía, le resultó difícil dejar de sonreír todo el tiempo. Cada parte de su cuerpo parecía estar satisfecha y los diminutos dolores que la invadían eran deliciosos recordatorios de cómo habían pasado la noche.

Cuando llegó el mediodía ya se dirigía a la casa de Pia, que ocupaba la planta superior de una gran casa unifamiliar dividida en tres pisos. Charity subió las escaleras y llamó a la puerta de su amiga.

– Hola -dijo Pia con una sonrisa-. ¿Te has quedado sin respiración por subir las escaleras?

– Estoy en el tercer piso del hotel y subo andando.

– Es buen ejercicio -dijo Pia cerrando la puerta-, yo no soy de ir al gimnasio. ¿Sabes? Tengo una terraza fantástica y he pensado que podríamos comer allí.

– Genial.

La casa de Pia era luminosa, con muchas ventanas y grandes habitaciones. El techo abuhardillado le añadía carácter y allá donde Charity miraba había una gota de color. El sofá era del color de un pintalabios rojo y tenía cojines estampados. Había una manta morada y amarilla sobre el respaldo de una vieja metedora de madera y pegatinas de viaje cubriendo un viejo baúl de camarote que servía como mesa auxiliar.

– Este lugar es genial -dijo Charity siguiendo a Pia hasta una cocina color verde intenso-. Me encantan los colores.

– No soy una chica de beis. Casi todos los adornos los he encontrado en rastrillos de objetos usados y en mercadillos. Me encanta eso de encontrar una ganga -señaló los platos de flores que había sobre un estante-. Ocho platos por dos dólares. Fue un momento de orgullo para mí.

– Impresionante.

– Gracias.

Pia agarró una bandeja de sándwiches y ensaladas y le indicó que se ocupara de la otra bandeja que contenía té helado y dos vasos. Salieron a la gran terraza.

El día era soleado y la temperatura cálida. Desde allí se podía ver casi toda la ciudad, un poco del lago y las montañas.

– Vistas del reino -dijo Charity en broma.

– Exacto. Veo a la gente pequeñita y me preguntó cómo serán sus vidas.

Se sentaron a almorzar y charlaron sobre lo que estaba sucediendo en Fool's Gold.

– ¿Tiene Alice información sobre los robos? -preguntó Charity-. No he oído si han atrapado al ladrón.

– La última vez que hablamos, seguía buscando al culpable. Espero que el que sea que lo haya hecho pare antes de que Alice lo encuentre, porque puede dar mucho miedo. Aunque, claro, la pérdida de unos paquetes de macarrones precocinados puede ser mucho menos interesante que el dinero desaparecido del estado -dio un trago de té-. Tres cuartos de un millón de dólares. ¿No sería genial?

– Eso te cambia la vida -respondió Charity-, pero no comprendo cómo esa cantidad de dinero puede desaparecer.

– Yo tampoco, aunque las cuentas no son lo mío. Por eso van a traer a un auditor. Pobre Robert. No querría tener esa responsabilidad ni que nadie pensara que he sido yo.

– No es Robert. ¿Alguien piensa que lo es?

– No, eso requeriría un nivel de creatividad que él no tiene -Pia se cubrió la boca-. Lo siento. Qué mala soy. Quería decir que…

– No es esa clase de chico -dijo Charity con una sonrisa.

– Exacto -Pia agarró la mitad de un sándwich-. Bueno, ¿qué hiciste ayer?

Charity se quedó en blanco sin saber cuál de sus muchas actividades del día anterior elegir. Recordar la tarde y la noche que había pasado con Josh la sonrojaría, así que soltó lo único que se le ocurrió.

– Estuve un rato con Marsha. Acabo de descubrir que es mi abuela.

A Pia casi se le salieron los ojos de las órbitas.

– ¿Qué? ¿Eres la hija de Sandra?

– Sí -Charity le explicó brevemente todo lo que había descubierto en las últimas horas.

– ¡Es increíble! -exclamó Pia, aún impactada-. Qué suerte tienes. Me encantaría tener a Marsha como abuela. Siempre está cuidando de todo el mundo. Si alguien necesita ayuda, ahí está ella. Sandra fue una idiota al escaparse de casa -hizo una mueca de vergüenza-. Vaya, hoy estoy siendo más bocazas que de costumbre. Lo siento.

Charity dio por hecho que Pia pensaría que le habría molestado el comentario sobre su madre, aunque no era así.

– Estoy de acuerdo. No sé por qué siempre estaba huyendo. En parte era por los hombres que pasaban por su vida. Iba detrás de los más guapos, que por cierto luego resultaban ser unos cerdos. Cuando se trasladaban, ella los seguía. Te juro que yo nunca seré como ella.

– Entonces no estás interesada en Josh.

La frase fue inesperada. Charity no quiso reaccionar, pero acababa de darle un sorbo al té y casi se atragantó. Mientras tosía, Pia la miraba con gesto de complicidad.

– Justo lo que pensaba. Te muestras demasiado fría cuando está delante. Pasa algo. Vamos, cuéntaselo todo a la tía Pia.

– No hay nada que contar.

– ¿Tengo pinta de creerme eso? Porque no me lo creo.

Charity empezó a sentirse incómoda.

– Sé muy bien que sería una estupidez. Los hombres como Josh son un desastre.

– Pero sientes algo por él.

Charity se cubrió la cara con las manos.

– Más o menos. Es un tipo encantador.

– No le digas que has dicho eso.

– No lo haré. Se sentiría herido.

– Josh y tú. De acuerdo, vamos, tengo que saberlo. ¿Es el dios que todos dicen que es?

Charity suspiró.

– Los rumores no son falsos.

– Es justo lo que necesito en mi vida. Sexo ardiente con un tío bueno. ¡Como si eso fuera a pasarme a mí! -miró a Charity-. Josh es un encanto y lo adoro, pero tienes que tener cuidado. Es famoso, con todo lo que eso conlleva. Su exmujer es actriz, muy guapa, y ha estado relacionado con mujeres impresionantes.

– ¿Quieres decir que no es para nosotras, unas simples mortales?

– Lo que digo es que tengas cuidado de que no te rompan el corazón.

– ¿Habla la voz de la experiencia?

– Mi corazón ha sufrido roturas, pero hasta el momento nada grave.

– Agradezco tu preocupación, aunque no tienes que preocuparte. No estoy enamorada de él.

– Bien. Porque amar a Josh sería muy difícil para cualquiera.


– ¿Intentas emborracharme? -preguntó Charity cuando el camarero se alejó de la mesa.

Josh se recostó en su silla.

– No sé de qué estás hablando.

– Oh, por favor. Fuiste tú el que me advirtió de los margaritas que sirven aquí. No hace falta el alcohol para que te aproveches de mí.

– Lo sé. Es una de tus mejores cualidades.

Estaban cenando en Margaritaville. El lugar no estaba muy lleno para ser domingo por la noche, así que habían encontrado un banco en el fondo, donde nadie los molestaría.

La suave luz del lugar le daba un brillo dorado al cabello castaño de Charity, que llevaba suelto y ligeramente ondulado; un aspecto muy sexy que a él le encantó. Su boca se curvaba en una sonrisa y en sus ojos tenía una mirada de completa satisfacción, de la que Josh se enorgullecía por ser la causa de la misma.

– ¿Qué tal ha ido la tarde? -preguntó ella-. ¿Has salido a montar en bici?

– Sí. Los vecinos me han apoyado mucho.

– Saben lo de la carrera y quieren que te vaya bien.

Llegados a ese punto él se conformaba con llegar hasta el final sin humillarse más. ¿Por qué no le podía pasar algo normal como una lesión en la espalda o alguna clase de enfermedad? ¿Algo que pudiera arreglarse con una pastilla o con un poco de descanso y una bolsa de hielo?

– ¿Cómo está Pia?

– Bien. Nos hemos divertido -sacudió la cabeza-. Sabe que… que estamos… que hemos… -carraspeó-. Bueno, ya me entiendes.

– ¿Que nos estamos viendo? -Josh no entendía qué tenía de difícil decirlo.

Ella pareció ligeramente aliviada.

– Eso. No estaba segura de… Entonces, ¿es eso lo que estamos haciendo?

– ¿No lo es?

– No lo sabía. No te pareces a nadie con quien haya salido. Eres famoso.

– ¡Oh, por favor!

– Tu exmujer es una gran estrella.

– Como mucho se puede decir que es una estrella de películas de serie B.

– Pero es preciosa y famosa. Yo soy una persona normal y corriente.

Él le agarró la mano por encima de la mesa.

– Eso de la fama está demasiado sobrevalorado y tú eres increíblemente bella.

Ella puso los ojos en blanco.

– ¿No me crees? -le preguntó Josh.

– No, pero gracias por el cumplido.

– No soy ese tipo que ves en los pósters. Ya no. Ni siquiera aunque pudiera volver atrás querría ser él.

Pero Charity no parecía creerlo.

– Tenía que haber cosas en esa vida que te gustaran.

– Claro, pero son cosas que ya he vivido, ya lo he visto todo -le apretó la mano-. Me gustas, Charity, y quiero seguir viéndote.

– Yo también lo quiero.

– Entonces tenemos un plan -fingió preocupación cuando añadió-: Pero incluirá sexo, ¿verdad?

Ella sonrió.

– Si tienes suerte…

– Yo siempre tengo suerte. ¿No te lo han dicho?

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