Seis

Charity hizo todo lo que se le ocurrió para prepararse para la reunión con el comité del hospital. Era su primera oportunidad real de probarse a sí misma y quería que todo saliera a la perfección.

Había cargado la presentación en su nuevo portátil y después la había descargado en el de Robert, por si acaso. Había reunido información sobre los emplazamientos que se barajaban y había comprobado las recientes y grandes donaciones; se sentía segura con la información recopilada y preparada para actuar.

A las nueve y media exactamente del martes por la mañana, ocho personas entraron en la sala de juntas y Charity estuvo preparada para recibirlos.

La alcaldesa Marsha fue la primera en hablar, les dio la bienvenida a Fool's Gold y le aseguró a todo el mundo lo mucho que la ciudad deseaba recibir el nuevo recinto del hospital. Marsha repasó una serie de aspectos importantes, las amnistías fiscales, el increíblemente razonable precio de la tierra y las subvenciones que ya habían empezado a solicitar.

Marsha y Charity habían pasado la mayor parte del día repasando lo que dirían, así que Charity estaba preparada para cada uno de los aspectos mencionados por Marsha. La alcaldesa terminó con un chiste sobre los campos de golf de la zona, que era la señal para que Charity supiera que había llegado su turno.

Gracias a su investigación sabía que de los ocho miembros del comité, el verdadero puntal del equipo era el doctor Daniels. Como médico acostumbrado a tratar situaciones imposibles, le gustaba ir al grano, tomar una decisión y seguir adelante. Había accedido a entregarle al comité parte de su tan importante tiempo y por ello quería que la situación se solucionara rápidamente. Charity tenía planeado utilizar eso en su provecho.

Pasó unas carpetas y abrió su ordenador.

– Sé que están todos muy ocupados -comenzó a decir-, así que primero quiero darles las gracias por haberse tomado la molestia de venir a Fool's Gold. Mi objetivo es darles la información que necesitan para tomar la decisión correcta en lo que concierne a la expansión de su hospital -se detuvo para sonreír-. Y quiero explicarles por qué Fool's Gold es el lugar correcto en el momento correcto. Además de ofrecerles viviendas excelentes para sus trabajadores, escuelas de calidad superior para sus hijos y una cálida y simpática comunidad llena de trabajadores cualificados, queremos que estén aquí. Estamos decididos a hacer lo que sea necesario para convencerles de que este lugar es donde tiene que estar su hospital.

Comenzó con su presentación en PowerPoint y cliqueó sobre varias fotografías espléndidas de la zona. El punto clave de la reunión llegó después, con muchas estadísticas sobre empleos cualificados, pacientes potenciales y temas sobre calidad de vida. Además, dirigiéndose al doctor Daniels, soltó un pequeño rollo publicitario.

– Necesitamos desesperadamente una unidad especial de atención de traumatismos -dijo mientras cliqueaba para mostrar otra fotografía-. Puede que no tengamos las heridas de bala de una ciudad infestada de bandas, pero tenemos accidentes de esquí y de excursionismo por la montaña y accidentes de coche sobre todo durante el invierno y las temporadas de turistas. El año pasado hubo tres caídas de escaladores. Dos murieron antes de poder llegar a la unidad de traumatismos de San Francisco. Si hubiéramos tenido una propia, esos dos jóvenes hoy seguirían vivos.

A continuación, pasó a comentar el número de nacimientos que se producían al año para ilustrar la necesidad de un nuevo centro de maternidad y para cuando llegó el mediodía, ya había repasado todos los detalles que Marsha y ella habían visto necesarios.

– Por favor, acompáñenme, nos servirán el almuerzo abajo -dijo señalando la puerta-. A la una en punto les ofreceremos una visita por la zona y a las dos ya podrán ponerse en camino para volver a casa, tal y como les prometimos.

Todo el mundo se levantó y fue hacia la puerta. El doctor Daniels, un guapo cuarentón, se detuvo.

– Ustedes sí que nos han escuchado. Les dijimos al resto de ciudades que hemos visitado que queríamos terminar a las dos y en uno de los sitios nos entretuvieron hasta las cinco y en el otro hasta las cuatro y media.

Charity se encogió de hombros.

– Por supuesto que hay más cosas que me gustaría que vieran, pero respetamos su tiempo. Tenemos mucho que ofrecer, doctor Daniels, y espero que nos den la oportunidad de mostrárselo.

– Ya lo veo, ha sido una presentación excelente. Estoy impresionado.

– En ese caso, he hecho mi trabajo.


Josh abandonó el hotel un poco después de las siete de la tarde. Era pronto para que saliera a montar en bici porque los días estaban haciéndose más largos, pero estaba inquieto. Por lo general le gustaba estar en el hotel, pero últimamente se había sentido encerrado. Siempre podía mudarse a una de las casas que tenía en propiedad ya que, por lo general, siempre quedaba alguna de alquiler disponible, pero ¿qué haría en una casa propia?

Caminó por el centro de la ciudad y se detuvo enfrente del Bar de Jo, un lugar que llevaba años allí. Durante la última década había habido una docena de propietarios, la ubicación era buena, pero los dueños nunca habían parecido sacarle partido. Pero entonces, tres años antes, había aparecido Josephine Torrelli y lo había comprado. Había contratado unos obreros, había tirado abajo el local y lo había reconstruido hasta transformarlo en un bar tranquilo y agradable que solía servir principalmente a mujeres. Había un par de grandes pantallas de televisión que mostraban reality shows y teletiendas para el gran público femenino. Por su parte, los chicos tenían un par de televisiones situadas junto a la larga barra y cerveza a buen precio.

Corrían muchos rumores sobre Jo. Algunos decían que era hija de una antigua estrella con dinero que gastar y, ciertamente, sí que había tenido que gastarse mucho en la remodelación. Otros decían que estaba huyendo de un marido maltratador y utilizando un nombre falso. Otros cuantos creían que era una princesa de la mafia decidida a alejarse de su familia de la Costa Este.

Josh sospechaba que la historia más probable era ésa última. Jo, una mujer bella de treinta y tantos años, parecía saber demasiado sobre la vida como para haber crecido en un barrio residencial. Él sabía que guardaba una pistola cargada detrás de la barra y cuando se inició una pelea en el bar el año anterior, se había mostrado más que preparada para usarla, lo cual también le daba credibilidad a la historia del marido maltratador, pensó él mientras cruzaba la calle y entraba en el bar.

El lugar estaba bien iluminado sin romper el ambiente sutil y tenue del lugar. En las televisiones pequeñas se podía ver béisbol: los Giants en una y los Oakland en otra. Unos cuantos fans intransigentes de los Dodgers se arremolinaban alrededor de una de las pequeñas pantallas. La pantalla más grande mostraba unas modelos delgadísimas caminando sobre una pasarela. Había varios grupos de mujeres entre mesas redondas y globos celebrando el cumpleaños de alguien y unos cuantos chicos jugaban al billar en una mesa situada al fondo.

Varios de los clientes lo saludaron; él les devolvió el saludo y fue hacia la barra.

– Una cerveza -le dijo a Jo antes de girarse para ver a los Giants. En ese momento, un anuncio ocupaba la pantalla. Miró a otro lado, hacia las mujeres de las mesas, y cuando estaba a punto de volver a girarse hacia la barra, vio a alguien que conocía en una esquina.

Ethan Hendrix estaba sentado con uno de sus hermanos y otro hombre más. Josh se puso tenso. Parecía que era la semana de enfrentarse al pasado.

En un mundo perfecto se acercaría a Ethan y charlarían. Ya habían pasado años y había llegado el momento de superarlo. Había llamado a Ethan unas cuantas veces durante los últimos años, pero su viejo amigo nunca se las había devuelto. Ahora parecía que no podía moverse y su amigo no miró en su dirección en ningún momento.

Jo le puso una cerveza enfrente. Él dio un sorbo.

– Bien -dijo-. ¿De dónde es?

– De una destilería de cerveza artesanal en Oregón, al sur de Portland. Un chico vino con muestras y eso hay que respetarlo. Al parecer, viaja por la Costa Oeste intentando que le compren su cerveza.

– ¿Es que tienes debilidad por las historias tristes?

Ella sonrió.

– Puede que sí. ¿Qué? ¿Estás preparado para enfrentarte a mí, Golden?

– ¿Y que me gane una chica? No, gracias.

– Ya lo sabes, soy muy dura. Ethan está aquí -añadió en voz baja.

– Ya lo he visto.

– Podrías hablar con él.

– Podría.

No preguntó cómo Jo, que sólo llevaba tres años en la ciudad, sabía lo de su pasado con Ethan. Jo sabía cómo descubrir cosas.

– Sois los dos unos idiotas -dijo-, y a él se le da igual de mal que a ti actuar como un crío.

Josh se rió.

– Te apuesto diez dólares a que eso no se lo dices a la cara.

– No necesito el dinero. Tú estás regodeándote en la culpabilidad y él está haciéndose el mártir. Es como vivir dentro de Hamlet.

Él frunció el ceño.

– ¿Por qué has dicho eso?

– No lo sé, es la única obra de Shakespeare que se me ha ocurrido. Bueno, siempre está Romeo y Julieta, pero aquí no encaja. Ya sabes a qué me refiero. Anda, ve a hablar con él.

Tenía razón, se dijo Josh mientras dejaba la cerveza sobre la barra. Se acercaría y…

Se giró sobre el taburete, pero Ethan y sus amigos ya se habían ido y la mesa estaba vacía.

– La próxima vez -dijo Jo cuando él volvió a mirarla.

– Claro. La próxima vez.

Ella se marchó para atender a otro cliente y Josh se tomó su cerveza mientras pensaba en Ethan y en cómo habrían cambiado las cosas si él hubiera resultado herido en lugar de su amigo. Tenía la sensación de que Ethan habría tenido agallas y que seguiría montando.

La partida de billar terminó y uno de los tipos se acercó a Josh y se sentó a su lado junto a la barra.

– Hola, Josh.

– Hola, Mark.

– ¿Aún estás pensando en ir a Francia este verano? Nos vendría muy bien otro triunfo.

¡Claro! ¡Como si una persona se levantara un día y pensara «Voy a participar en el Tour de Francia»!

– Este año no. Sigo retirado.

Mark, un fontanero de la ciudad, le dio un suave puñetazo en el brazo.

– Eres demasiado joven para retirarte, pero no demasiado rico. ¿Estoy en lo cierto?

Josh asintió y sonrió y después se preguntó por qué se había molestado en entrar en el bar.

No le interesaba ganar otra carrera; en ese momento, lo único que quería era la capacidad de competir, de hacer lo que hacía antes.

– Mi hijo es muy bueno -dijo Mark cuando Jo le dio una cerveza-. Corre mucho en la bici y quiere participar en carreras, igual que hacías tú. Estamos pensando en enviarlo a una de esas escuelas. Me lo suplica cada día.

– Hay unos cuantos sitios buenos. ¿Cuántos años tiene?

– Catorce.

– Es muy joven.

– Eso es lo que le decimos su madre y yo. Es demasiado joven para estar solo, pero no hay manera de quitarle la idea. ¿No ibas a abrir una escuela de ciclismo aquí en la ciudad?

Ése había sido el plan antes del accidente. Josh tenía gran parte del dinero necesario y una propiedad donde construirla, además de los permisos pertinentes, pero hacerlo, comprometerse a formar parte de la escuela, suponía volver a montar y ésa era una humillación que no estaba dispuesto a sufrir.

– He pensado en ello -admitió y después deseó no haber dicho nada.

– Deberías hacerlo y así solucionarías nuestro problema. Eres famoso, nombre, y mucha gente vendría a aprender contigo. Seguro que hasta te dedicaban un programa en la CNN.

«Eso es lo que me temo», pensó Josh.

– Pensaré en ello -le dijo al hombre antes de terminarse la cerveza. Dejó unos billetes sobre el mostrador y se levantó-. Hasta luego, Mark.

– Sí. Piensa en ello. La escuela de ciclismo podría ser genial.

«Podría», pensó Josh al salir del bar y dirigirse de vuelta al hotel. Podría ser un milagro, porque eso era lo que haría falta para que sucediera.


El miércoles por la noche, Charity siguió las direcciones que Pia le había dado y fue caminando hacia la parte oeste de la ciudad donde las casas eran más viejas y más grandes y descansaban majestuosamente sobre enormes parcelas con árboles añejos. Vio la bien iluminada casa de dos plantas de la esquina y se acercó a la puerta principal que Pia abrió antes de que pudiera llamar.

– ¡Has venido! Bienvenida -dijo riéndose-. He traído una mezcla de tequila y margarita y he servido un poco para que lo probéis, aunque, ¡qué demonios! Ninguna vamos a conducir, así que a divertirnos.

¿Tequila?

– Yo sólo he traído un par de botellas de vino -dijo Charity preguntándose en qué se había metido al ir allí. Una noche de chicas sonaba divertido, pero no podía permitirse emborracharse de verdad, tenía reuniones a la mañana siguiente.

– El vino está genial -respondió Pia tambaleándose ligeramente y agarrándose al marco de la puerta-. Puede que tome un poco.

Una alta y guapa morena apareció detrás de Pia y la rodeó por la cintura.

– Deberías tumbarte un poco.

– Estoy bien -dijo Pia-. ¿Es que no crees que estoy bien? Me siento bien.

La mujer sonrió a Charity.

– No te asustes. De vez en cuando Pia siente la necesidad de ponerse a la altura de la fiesta, pero no es para tanto.

– Lo respeto -dijo Charity.

– Yo también. Soy Jo, tu anfitriona en esta noche de chicas. Vamos, pasa.

– Soy Charity.

– Me lo imaginaba. Nos alegramos de que hayas venido -Jo apartó a Pia de la puerta y Charity las siguió a las dos hasta dentro de la casa.

Era una de esas casas gigantescas y antiguas con suelos de madera maciza. Sospechaba que lo que una vez habían sido un montón de pequeñas habitaciones ahora se habían remodelado para quedar en varias habitaciones más grandes. Una chimenea lo suficientemente grande como para que cupiera una vaca entera dominaba la pared del fondo. Había varios sofás, sillones con aspecto muy cómodo y un grupo de mujeres que la miraban con curiosidad.

Una rubia delgada se levantó y se digirió hacia Pia.

– Siéntate a mi lado. Yo cuidaré de ti.

– Sólo esta noche -dijo Pia dejándose caer sobre un sofá-. Mañana yo cuidaré de ti.

– Mañana estarás echando hasta la primera papilla -la mujer sonrió a Charity-. Hola, soy Crystal.

– Encantada de conocerte.

Le presentaron al resto de mujeres e hizo todo lo que pudo por recordar sus nombres. Renee/Michelle estaba allí y Charity se sorprendió al enterarse de que su nombre era en realidad Desiree. Cuando terminaron las presentaciones, Jo llevó a Charity a la cocina.

– Aquí tienes lo que está abierto, lo que está en la licuadora y lo que puedes crear tú misma.

La cocina estaba parcialmente actualizada. La encimera y la pila parecían nuevas, pero los fuegos eran como de los años cuarenta y los armarios parecían ser originales de la época.

– Es una casa fantástica -dijo Charity.

– A mí me gusta. Sé que es grande para mí sola, pero me gusta disfrutar de tanto espacio -señaló el despliegue de botellas sobre la encimera-. Vino, de los dos colores, y margaritas en la licuadora, a menos que Pia se lo haya bebido todo. Combinados, vodka, Bailey's. Lo que quieras, lo tienes.

– Me vale con un vaso de vino -dijo Charity.

– No te quieres arriesgar en tu primera noche, ¿eh? Probablemente sea lo más sensato. Elige un color.

– Blanco.

Jo sacó una copa y se lo sirvió. Después de dárselo, Charity se apoyó contra la encimera.

– Bueno, ¿así que eres nuestra nueva urbanista? ¿Te gusta Fool's Gold?

– Me encanta estar aquí. Todas mis fantasías de vivir en una ciudad pequeña se están haciendo realidad.

Jo se rió.

– Me mudé aquí hace unos tres años desde la Costa Este. Fue un gran cambio, pero uno bueno. La gente es muy simpática. Pia me invitó a unirme a su grupo de amigas y me hicieron sentirme muy a gusto y bien recibida.

Charity miró hacia el salón.

– Agradezco la invitación. Quiero conocer a gente.

– Lo harás.

Una guapa rubia entró en la cocina y suspiró.

– Necesito más. Pia bebe más que yo y se suponía que yo iba a ser la borracha de la fiesta -sonrió a Charity-. Hola, soy Katie y, por favor, no pienses mal de mí.

– No lo haré.

– No suelo beber mucho.

– O nada -murmuró Jo-. Tratándose de alguien que tiene un bar, resultas muy decepcionante en ese aspecto.

– Lo sé -Katie se apoyó contra el mostrador-. Pero esta noche es diferente. Mi hermana va a casarse.

Charity se sintió confundida.

– ¿Y eso es malo?

– El novio y yo estábamos saliendo cuando se conocieron. Llevábamos juntos casi un año. Me había comprado un anillo de compromiso, pero antes de dármelo, conoció a mi hermana y me dieron esa puñalada trapera.

– ¡Uy! -exclamó Charity-. Lo siento.

– No lo sientas. Es un cretino -le respondió Katie.

Charity tenía la sensación de que el que hablaba era el alcohol más que su corazón.

– Lo peor es que la boda es una fiesta de cuatro días en el Lodge -añadió Jo.

– Necesito ir acompañada de una pareja, pero no tengo ninguna -dijo la chica en voz baja y entre hipos.

– Siempre está Josh -le dijo Jo.

Katie puso los ojos en blanco.

– Necesito salir con un tipo que la gente crea de verdad que es mi pareja. No hay nadie. Y ahora mi madre está ofreciéndose a prepararme una cita con el hijo de su mejor amiga. Howie.

Charity intentó contener la risa.

– Bueno, no es un nombre muy romántico, pero podría ser un chico genial.

– Lo conocí cuando éramos pequeños. Es un cerebrito, pero no en el buen sentido. Nos odiábamos y eso que sólo estuve cuatro días con él. Por favor, que alguien me dé un tiro.

– ¿Y por qué no mejor te damos otro margarita?

– Eso también me vale -Katie miró a Charity-. ¿Estás felizmente casada o saliendo con alguien? Porque te advierto… serías la única de todas nosotras.

– Lo siento, pero no. Yo también tengo una larga lista de malas rupturas.

– Es una situación muy desagradable -farfulló Katie-. Pero, ¿qué nos pasa?

– Nada -dijo Jo firmemente-. No necesitas a un hombre para ser feliz.

– Intenta decirle eso a mi cuerpo. No ha entrado en acción en casi un año.

Ahora Charity sí que se rió a carcajadas. Por suerte, Katie no pareció darse cuenta.

– Está Crystal -dijo ella-. Por lo menos ella sí que fue feliz antes.

Jo se sirvió otra copa.

– Al marido de Crystal lo mataron en Irak -miró hacia la puerta y después bajó la voz-. Está enferma. Cáncer. Por eso no bebe, así que no le ofrezcas nada.

Charity pensó en la amiga de Pia.

– Pues tiene buen aspecto.

– Ahora mismo las cosas están bien. Esperamos que el tratamiento pueda matar al cáncer sin matarla a ella también.

– Es terrible. ¿Tiene hijos?

Qué horroroso sería para ellos haber perdido a su padre y ahora tener que vivir la enfermedad de su madre.

– No exactamente.

De no ser porque aún no había dado ni un sorbo, Charity habría culpado lo confusa que estaba al vino.

– ¿Qué quieres decir?

– Congelaron unos embriones antes de que su marido se marchara a Irak, por si acaso. Estaba pensando en implantárselos, pero le descubrieron el linfoma durante el examen físico. Quiere recuperarse para poder tener a sus hijos -Jo se sirvió una copa de vino tinto-. A veces la vida es una mierda.

Charity no sabía qué decir.

– Lo siento.

– Todas lo sentimos y no hay nada que podamos hacer. Eso es lo peor. Bueno, no para Crystal, obviamente -Jo sacudió la cabeza-. Creo que he bebido demasiado, no suelo soltarme tanto. Vamos, volvamos con las chicas.

Charity siguió a Jo y a Katie hasta el salón donde hizo todo lo posible por no mirar a Crystal. ¿Podía haber algo más triste que lo que acababa de oír?

– ¿Te gusta estar en Fool's Gold? -le preguntó una mujer.

– A nadie le importa eso -dijo Desiree con una carcajada-. Yo lo que quiero saber es qué piensa de Josh.

La habitación se quedó en silencio y varios pares de ojos se posaron en Charity, que se quedó paralizada con la copa de vino a medio camino de sus labios.

– ¿Cómo dices?

– Estás viviendo en ese hotel con él -dijo Desiree con otra risa-. Cuéntanoslo todo.

Charity dejó la copa de vino.

– Yo no vivo con él, tengo una habitación en el hotel -de ningún modo mencionaría que sus habitaciones estaban la una pegada a la otra. Si lo decía, tendría muchos problemas-. Lo he visto unas cuantas veces y es muy agradable.

– ¿Habéis tenido alguna cita? -le preguntó una mujer.

– No, claro que no.

Jo volteó los ojos.

– Charity es nueva y aún no conoce nuestras maldades. No la asustéis la primera noche. Últimamente no han tenido muchas noticias de Josh y están hambrientas de cotilleos sobre su tema favorito.

Casi todas se rieron, incluso Crystal.

– ¡Está buenísimo! -dijo Desiree con un suspiro-. Esa cara, ese cuerpo…

– Ese trasero -murmuró Pia desde el sofá.

– ¡Sigue viva! -gritó Jo-. Quédate ahí, cielo. Te encontrarás cada vez peor, pero sobrevivirás.

– Hay otros hombres guapos en la ciudad -dijo Charity.

– Puede, pero ninguno como Josh -le respondió Desiree-. Parece que hace tiempo que no tiene una buena aventura.

– Estuvo con aquella instructora de esquí -apuntó Crystal.

– Eso fue el año pasado. No se me ocurre nadie más -y mirando a Charity esperanzada, Desiree añadió-: A menos que tú quieras confesar algo.

– Siento decepcionaros, pero apenas hemos tenido contacto -de ninguna manera les contaría lo que sabía de él, parecían un público muy duro-. Además, no creo que sea su tipo.

– Si eres mujer, entonces eres su tipo -dijo una mujer desde el otro lado de la sala.

Todas se rieron.

Eso no es verdad, pensó Charity al recordar el dolor que había visto en su mirada.

Él tenía razón, la ciudad tenía altas expectativas puestas en él que podrían ser totalmente surrealistas.

No le extrañaba que Josh no quisiera exponer sus debilidades.

– No lo es tanto -dijo Pia incorporándose en el sillón-. Podrías serlo, pero no lo eres.

Charity no sabía cómo tomárselo.

– ¿Y eso qué quiere decir?

– Vistes de un modo muy… soso. Esos vestidos y esas chaquetas tan rectos… Sé que en el trabajo tienes que dar aspecto de toda una profesional, pero ¡por Dios! ¡Enseña un poco de carne!

Crystal rodeó a Pia con su brazo y le susurró algo al oído antes de sonreír a Charity con gesto de disculpa.

– No es ella misma.

Charity le devolvió la sonrisa, pero por dentro estaba gritando. ¿Qué le pasaba a su ropa? Claro que vestía de un modo muy conservador porque estaba representando a la ciudad.

Se dijo que Pia estaba borracha y que sus comentarios no significaban nada, pero eso no evitó que se sonrojara y deseara poder salir corriendo de allí. Nadie estaba mirándola, pero la falta de atención era tan obvia e intencionada que parecía como si todas estuvieran observándola.

Jo comentó algo sobre una película que se estrenaba el viernes y la conversación cambió. Al cabo de unos minutos, Charity se disculpó para ir al lavabo.

Una vez dentro, se apoyó contra la puerta y respiró hondo. Después, fue hacia el espejo y analizó su reflejo.

Sólo podía verse de cintura para arriba. Aunque había pasado por el hotel antes de ir allí, no se había molestado en cambiarse y por eso llevaba el mismo vestido de manga larga de todo el día.

La tela era una mezcla de algodón en un tono azul marino. Podría decirse que le quedaba un poco grande, pero le gustaba llevar ropa suelta. La chaqueta que llevaba era algo recta, aunque con una buena hechura.

Como siempre, se había alisado su ondulada melena castaña para recogérsela en una trenza. Llevaba unos pequeños pendientes de aro de oro, maquillaje mínimo y un sencillo reloj barato. Mientras seguía observándose, se dio cuenta de que lo mejor que podía sacar de su aspecto era que estaba limpia.

– ¿Cuándo he empezado a vestirme como una ochentona? -se preguntó hasta que cayó en la cuenta de que incluso las ancianas vestían mejor.

Se sentó en el borde de la bañera y se frotó las sienes. Después de licenciarse en la universidad, había encontrado un gran trabajo en Seattle. Había sido la persona más joven en la plantilla del alcalde y la habían ignorado cada vez que había hecho una propuesta, pero cuando había vestido con un estilo más adulto o conservador, le habían prestado más atención.

Al mudarse a Henderson, una zona residencial a las afueras de Las Vegas, había seguido llevando ropa apropiada para alguien de unos veinte años más y también le había funcionado. Sin embargo, en algún punto se había perdido a sí misma en ese aspecto y había dejado de prestarse atención. Tal vez había dejado de importarle.

Alguien llamó a la puerta del baño. Charity se levantó y se estiró el vestido. Cuando abrió la puerta se sorprendió al ver allí de pie a Crystal.

– No quiero fisgonear -dijo la mujer-, pero ¿estás bien?

– Estoy bien.

– Pia es muy simpática, seguro que no lo ha dicho con mala intención.

Charity salió al pasillo e intentó sonreír.

– Lo sé. Lo que ha dicho es obra de los margaritas y de su estado de ánimo, aunque no puede decirse que no haya dicho la verdad. Visto de un modo muy descuidado y no sé cómo he dejado que eso llegue a suceder. ¡Ni cuándo!

– Dicen que reconocer un problema es el primer paso para solucionarlo -los azules ojos de Crystal reflejaban diversión-. Eres guapísima y tienes que aprender a sacarte partido.

– Necesito ropa nueva -volvió a estirarse el vestido, avergonzada de lo anticuado que era.

– Eso es fácil. Por eso todas tenemos tarjetas de crédito.

– Yo he dejado que la mía se llene de polvo demasiado tiempo.

– Entonces este fin de semana tendrías que ir de compras.

– Créeme, lo haré.

– ¡Bien por ti! -le dijo Crystal-. Las compras son la mejor terapia.

Fueron hasta la cocina y Charity pensó que no quería volver a reunirse con el grupo. La necesidad de salir corriendo y esconderse era extremadamente poderosa y nada agradable, pero antes de poder pensar en una excusa, Crystal habló.

– ¿Puedo preguntarte algo?

– Claro.

– Todos los años celebramos un evento para recaudar fondos llamado Carrera hacia la Cura. Apoyamos a niños enfermos, sobre todo de cáncer. Pertenezco al comité y se avecina una época de mucho trabajo. No puedo… -miró a un lado y se aclaró la voz-. Yo estoy muy ocupada y no tengo todo el tiempo que necesito. Bueno, el caso es que me preguntaba si podrías ocupar mi lugar.

Charity agradeció que Jo le hubiera contado lo de la enfermedad de Crystal porque, gracias a esa información, supo cómo evitar dar un paso en falso.

– Me encantaría formar parte -dijo.

Crystal parecía sorprendida.

– Ya me había preparado para retorcerte el brazo y todo.

– Quiero implicarme en la comunidad y esto me da la oportunidad perfecta de hacer algo bueno a la vez que conozco a gente.

– En ese caso las dos salimos ganando -dijo Crystal-. Gracias.

Un estallido de carcajadas se oyó desde el salón.

– Parece que estamos perdiéndonos la fiesta. ¿Vamos?

Charity asintió y la siguió de vuelta a la abarrotada sala. Estaba decidida a ignorar lo avergonzada que se sentía por su desaliñado aspecto porque sabía que eso podría solucionarlo fácilmente. Era mejor que aprovechara el tiempo para conocer a las mujeres que había allí. Quería encajar en el grupo y tener amigas haría que la transición resultara más sencilla.

Jo le entregó la copa de vino blanco.

– Te sacamos mucha ventaja en la bebida, jovencita.

– En ese caso será mejor que me ponga al día.


Tres horas después, Charity se puso en camino para volver al hotel. Se encontraba mucho más relajada como resultado de muchas risas y demasiado vino. Las mujeres habían sido muy divertidas. Jo era genial, igual que Crystal. Katie las había hecho reír con historias sobre el desastre potencial que sería Howie y Charity había logrado olvidarse de su anticuada forma de vestir. Iría de compras durante el fin de semana y vería qué llevaban las mujeres de su edad cuando no intentaban ingresar en una orden religiosa.

Llegó al hotel y se planteó subir en ascensor hasta la tercera planta, pero estaba decidida a quemar las calorías de los nachos que había comido en casa de Jo.

Una vez estuvo en la segunda planta, caminó hasta la escalera más pequeña que la llevaría a la tercera. Apenas había dado dos pasos cuando se apagaron las luces.

La oscuridad fue tan absoluta como inesperada. Oyó las puertas abrirse en el piso de abajo y el de encima y a gente hablando. En sus voces había más risas que pánico.

Se sujetó a la barandilla y con cuidado siguió subiendo hasta el tercer piso. Una vez allí, podría encontrar el camino hasta su habitación, aunque tampoco estaba segura de si podría llegar a entrar. ¿Los cerrojos de tarjeta funcionaban a pilas o con electricidad?

Cuando se acercó a lo que pensaba que era la parte superior de las escaleras, aminoró el paso. Tanteó con el pie, dio otro paso y se chocó contra algo cálido, macizo y masculino.

Su cerebro tardó menos de un segundo en captar el calor, la talla y el aroma del hombre. Le dio un vuelco el estómago y empezaron a temblarle los muslos mientras sus dedos se aferraban con más fuerza a la barandilla.

– ¿Estás bien, Charity? -preguntó Josh.

La sorpresa se sumó al resto de sensaciones que la invadían.

– ¿Cómo has sabido que era yo?

– Por tu perfume.

En realidad era su acondicionador de pelo, pero decirlo la haría parecer tan conservadora como su ropa, así que se quedó callada.

– No te preocupes. La luz volverá en unos minutos -dijo él poniendo la mano sobre la suya-. Estás justo arriba, sólo un escalón más.

Y lo subió, aunque impulsada por el deseo más que por sus músculos. Estando allí, al lado de Josh, incluso le parecía posible flotar y eso significaba que estaba en peor estado del que creía.

Era el vino, se dijo. No era ella, aunque tal vez ser ella era el problema. Al fin y al cabo, todos los hombres que había conocido la habían tratado mal. La habían engañado o le habían robado y Ted incluso la había pegado. Una vez. Después, se había alejado de él en cuanto pudo levantarse del suelo; había agarrado su bolso y se había marchado sin pensar ni una sola vez en volver.

– ¿Charity? -preguntó Josh que parecía atónito-. ¿Estás bien?

– Sí. Lo siento. Sólo estaba pensando. He estado en casa de Jo y…

Él se rió.

– Noche de chicas. Ya sé lo que ha pasado. ¿Margaritas?

– Vino blanco, aunque Pia ha estado dándole al tequila.

Él la rodeó con su brazo mientras se dirigían al pasillo.

– ¿Puedes caminar?

– No estoy borracha.

– ¿Sólo contentilla?

Estando tan cerca de él podía sentir la fuerza de su cuerpo; era la clase de hombre que podría levantar en brazos a una mujer sin sudar ni una gota.

– Estoy feliz -le susurró.

Sintió movimiento. En la oscuridad era difícil saberlo, pero parecía como si Josh ya no estuviera a su lado, sino delante de ella y muy, muy, cerca.

Unos dedos le tocaron la mejilla suavemente y el contacto fue tan delicioso que no pudo evitar el suspiro que escapó de sus labios.

– No tienes ni idea -murmuró él.

– ¿Sobre qué?

En lugar de responder, él la besó. El contacto fue cálido, firme y suave. La besó con una destreza que le parecía imposible y que dejaba claro que a Josh le gustaba besar y que no lo veía como un paso obligatorio hacia el camino que lo conduciría a lo que de verdad quería.

Probablemente debería haberse quedado impactada, pero no lo estaba. Tal vez era por el vino, o simplemente que había llegado el momento de dejar que las hormonas actuaran. Ya habían estado molestándola lo suficiente. Por eso se relajó contra Josh, lo rodeó por el cuello y se entregó a todas las sensaciones eróticas que la invadían.

Él dejó caer las manos hasta su cintura y la acercó más a sí. Ella separó los labios y Josh se coló entre ellos acariciándola con la lengua.

Un deseo la recorrió y tuvo que contenerse para no suplicar. Josh sabía a chocolatinas de menta de ésas que le dejaban cada noche sobre la almohada mezcladas con algo un poco más fuerte, algo parecido a whisky.

Ardía por dentro y el deseo crecía más y más. Sentía escozor en los pechos y ese punto que se ocultaba entre sus muslos se había inflamado de deseo. Mientras lo besaba, se entregaba y lo acariciaba, quería llevarlo a su habitación. Lo quería desnudo, dentro de ella y tomándola con fuerza.

La imagen estaba muy clara, era como si ya estuvieran juntos. Músculos tensos preparándose para el placer. Su reacción fue poderosa, tanto que la asustó y tuvo que apartarse. Al instante, volvió la luz.

Estaban en el pasillo del tercer piso. Había unas cuantas personas en sus puertas y aplaudieron cuando pudieron regresar a la era moderna. Charity sólo podía mirar a los ojos verde avellana de Josh mientras se preguntaba si los de ella se verían tan brillantes y llenos de pasión.

Sabía lo que él iba a decirle… o preguntarle. Sus habitaciones estaban a escasos metros de distancia, pero por mucho que lo deseaba, sabía que no podía ser una más entre millones. No podía serlo y seguir teniendo un poco de orgullo a la mañana siguiente. Rechazarlo parecía imposible, así que hizo lo único que le pareció que tenía sentido. Corrió a su habitación y entró sin detenerse. Después se quedó con la espalda pegada a la puerta y esperó a que su corazón latiera con normalidad.

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