Dieciocho

Josh siempre disfrutaba estando en Los Angeles. Era una ciudad grande con un crecimiento desmedido y un cierto aire de engreimiento. Tal vez Nueva York era la que más despuntaba de todo el país y la zona central era la zona con corazón, pero Los Angeles era un lugar molón, chulo, y todo el mundo lo sabía.

Subió en el ascensor del aeropuerto hasta el piso donde recogería el equipaje y se acercó hasta una diminuta joven vestida con traje que sujetaba un cartel con su apellido.

– Aunque podría reconocerte en cualquier parte sin ayuda del cartel. ¿Cómo ha ido tu vuelo?

– Bien -respondió él-. Rápido.

– Yo prefiero que los míos duren -dijo de camino al coche.

Era bastante guapa, tendría entre veinte y treinta años, con una agradable sonrisa y un cuerpo que ningún traje conservador podía disimular. Hubo una época en la que Josh habría pensado lanzarle una invitación no muy sutil, pero hoy no era el día.

El vuelo desde Sacramento había tardado menos de una hora, casi lo mismo que duró el recorrido en coche hasta Century City.

Una vez allí, Josh tomó el ascensor hasta el piso treinta y dos donde un hombre alto y delgado estaba esperándolo. Las oficinas eran muy elegantes, algo típico en un bufete de abogados de esa categoría. Las moquetas eran lujosas, las vistas impresionantes y la sala de reuniones gigante.

Josh entró y saludó a la gente que estaba esperándolo. Había dos abogados, un asesor, tres antiguos entrenadores, un representante de una fábrica de bicis y un diseñador de calzado deportivo.

Después de las presentaciones y de que se sirviera café, se sentaron. Uno de los abogados, Pete Gray, fue el primero en hablar.

– Su propuesta ha sido interesante -dijo asintiendo hacia la carpeta que tenía delante-. Nuestros clientes están intrigados; ha reunido a unos sponsors excelentes y tiene el apoyo local. La ciudad quiere que esto llegue a término.

– Han ofrecido tierra y recorte de impuestos -dijo Josh-. No creo que pueda haber algo mucho mejor.

Todo el mundo asintió.

Pete continuó.

– Tenemos ofertas preliminares para la construcción y una de ellas es de Construcciones Hendrix. El propietario, Ethan Hendrix, nos propuso reducir en un cinco por ciento la oferta más baja que nos hayan hecho.

Josh no sabía nada.

– Su empresa trabaja muy bien. Serían mi elección preferida.

– Estamos elaborando un folleto informativo para nuestros clientes -continuó Pete-. Recomendamos que inviertan con una condición.

Josh había tenido una idea desde que supo que lo habían invitado a asistir a la reunión, pero no sabía qué pensar de ella.

– Queremos que dirijas la escuela.

Abrió la carpeta que tenía delante y, ya que él había reunido gran parte de la información que contenía, sabía lo que había dentro. Las imágenes de los niños montando en bici le eran familiares, como también lo era el plano del complejo. Habría espacio para entrenar, una pista interior, clases y salones de conferencias. Su idea siempre había sido integrar la escuela en la comunidad y con el tiempo empezaría a llevar expertos para que les dieran charlas a los vecinos sobre nutrición, cómo envejecer con salud y los distintos deportes que podían practicar según las estaciones.

– Yo nunca he dirigido algo así.

– Tienes varios negocios de éxito -dijo una mujer que él pensó que sería la asesora ejecutiva-. Sabes cómo sacarles provecho.

– No soy entrenador.

– No. Contratarás entrenadores -le dijo Pete-. Tienes la destreza y el nombre que buscamos. Ser Josh Golden ayuda a que los inversores muestren interés. Apuesto por ti, a menos que tengas pensado volver al ciclismo de manera profesional. He oído rumores.

– Voy a participar en una carrera y ya veré cómo sale.

Dos de los entrenadores parecían interesados. El tercero se mostró escéptico.

Sabía que el ciclismo profesional era un deporte duro y que estaría enfrentándose a un gran desafío si tenía pensado competir profesionalmente. El entrenamiento le robaría toda su vida y no podría comprometerse con nada más. No habría espacio para nada más, ni siquiera para el miedo.

Pero la gloria y la fama no eran lo que lo motivaban. Por el contrario, él quería encontrar esa parte de sí mismo que había perdido y una vez que la tuviera, ya no tendría que demostrar nada más. Si podía recuperarlo en una sola carrera, con eso le bastaría y ahí acabaría todo.

– Si fueras a volver al ciclismo profesional, ¿sabes durante cuánto tiempo sería?

– No más de un año o dos -dijo esperando que fuera mucho menos tiempo que eso.

Pete miró a los demás.

– Si se comprometiera a dirigir la escuela al retirarse, podríamos contratar mientras tanto a un administrador temporal -se giró hacia Josh-. ¿Estarías interesado?

– Puede.

Aunque lo atraía la idea de la escuela, lo que más le interesaba era que estar al mando de algo como la escuela de ciclismo significaba que tendría algo estable que ofrecerles a Charity y al bebé. Algo que la haría sentirse orgullosa de él.

No había hablado con ella desde que había descubierto que estaba embarazada, lo cual probablemente había sido un error, se dijo. Tenían que hablar sobre lo que estaba sucediendo y diseñar un plan de acción. Si podía explicarle que intentaría ser merecedor de estar a su lado, tal vez ella le daría una oportunidad.

Un hijo, pensó sin haberlo asumido aún. Iba a tener un hijo.

– ¿Nos lo comunicarás? -le preguntó Pete.

Josh asintió.

– Después de la carrera. Os diré si voy a dirigir la escuela y cuándo empezaría.

– Excelente. Queremos que estés en el consejo, eres una parte integral de este plan.

Se estrecharon la mano y después Josh volvió al garaje donde le esperaban el coche y el conductor.

Si no accedía a dirigir la escuela, perdería la financiación que necesitaba y, aunque probablemente podría encontrarla en otra parte, le llevaría tiempo. La ciudad necesitaba la escuela y eso significaba que todo dependía de él.

¿Era ésa la clase de trabajo que quería? ¿Podía y quería hacerlo?

Pensó en los chavales del instituto con los que montaba varias veces a la semana y cómo había pasado de estar aterrorizado a estar cerca de ellos subido a la bici, a ayudarlos a entrenar. Disfrutaba viéndolos mejorar y sabiendo que él era el responsable de ese cambio. Le gustaba la idea de que Brandon pudiera llegar a ser un ciclista internacional.

La escuela sería un medio para que Brandon y otros chicos como él pasaran al siguiente nivel. Quería formar parte de eso, pero primero tenía que volver a ser el hombre que había sido. Tenía que competir y ganar.

Cuando aterrizó en Sacramento, condujo directamente hasta Fool's Gold, pero en lugar de ir a su casa o a ver a Charity a su despacho, fue a las instalaciones que albergaban la gran empresa constructora de Ethan. Se cruzó con varios tipos cargando la base de un molino en una gran máquina y se dirigió a la oficina.

La camioneta de Ethan estaba fuera. Entró y encontró a su amigo en su despacho.

– ¿Tienes un minuto? -le preguntó.

Ethan le indicó que se sentara.

– Claro. ¿Qué pasa?

– Acabo de volver de Los Angeles.

– ¿Y qué hay de nuevo por allí?

– Me he reunido con gente que puede financiar la escuela de ciclismo. La escuela que has ofertado para construir.

– Interesante.

– Quieren que la dirija.

Ethan se recostó en su silla.

– Los rechacé la semana pasada, por si te lo preguntas.

Josh se rió.

– ¡Sí, claro!

– Pero estoy ocupado con mi propio imperio, igual que tú. ¿Estás pensando en ello?

– Puede que sí. Los otros negocios, la tienda de deportes, el hotel y la agencia inmobiliaria, podrían ser llevados por cualquier buen gerente. Pero lo de la escuela es distinto.

– Quieren tu nombre.

No fue una pregunta, aunque Josh asintió de todos modos.

– Así les resultaría más fácil conseguir sponsors y alumnos.

– Entonces, ¿por qué no aprovechas la oportunidad?

– No sé si puedo hacerlo.

– Tendrías entrenadores, empleados en general. Podrías estar allí parado sin hacer nada, luciéndote, y ellos estarían contentos.

Josh ignoró el comentario.

– No sé si puedo montar.

Ethan juntó las cejas.

– Pues lo descubrirás en unas semanas.

Era cierto. La carrera se acercaba. En ocasiones, Josh pensaba que lo tenía controlado, que había vencido a sus demonios, pero otras veces sabía que estaba engañándose y que perdería el control en mitad de una carrera, que lo emitirían por la televisión internacional y que todo el mundo sabría que era un cobarde inútil. Si eso sucedía, le costaría encontrar trabajo en un puesto de perritos calientes, así que más todavía entrar en el círculo de los grandes ciclistas.

– Puedes hacerlo -le dijo Ethan.

– ¿Quieres apostar?

– Claro. Tú jamás has huido de nada en tu vida.

– Huí de ti -le recordó Josh-. Estaba asustado. Eras mi amigo, me necesitabas y me he escondido de ti durante años.

– Eso fue diferente.

– No. Fue exactamente lo mismo. Después de que Frank muriera… -se frotó las sienes-. Aún veo su cuerpo volando y cayendo contra el suelo. No es como en las películas. La muerte no viene con banda sonora.

– Fustigarte no hace nada por Frank -le dijo Ethan-. Era profesional, sabía lo que hacía.

– Era un crío y se suponía que yo tenía que cuidarlo.

Ethan se quedó mirándolo un rato.

– ¿Hay algo que pudieras haber hecho para cambiar las cosas?

– No lo sé. Tal vez debería haberle indicado cómo salir del pelotón.

– ¿De verdad lo crees?

Josh no tenía respuesta.

– Charity está embarazada -dijo por el contrario.

Ethan lo miró y sonrió.

– ¿En serio? ¿Se ha acostado contigo? ¿Por qué?

Josh se rió.

– Soy el mejor.

– Sigue diciéndote eso -la sonrisa de Ethan se desvaneció un poco-. ¿Estás contento?

– Aún sigo impactado, hemos estado viéndonos un tiempo, pero nunca habíamos hablado del futuro ni de tener algo más serio.

– Un bebé lo cambia todo.

– Y qué lo digas. Me ha dicho que no esperaba nada de mí, que me lo ha contado por cortesía, nada más.

– Qué frialdad.

– Puede, pero dada mi reputación, ¿la culpas?

– No -Ethan se inclinó hacia él-. ¿Qué quieres? ¿Casarte con ella? ¿Sentar cabeza?

¿Matrimonio? ¿Otra vez? Con Charity no habría punto medio. Si se permitía amarla, se metería de lleno en la relación. Angelique le había hecho daño al marcharse, pero Charity tendría la capacidad de destrozarle el corazón y dejarlo prácticamente muerto. ¿Por qué iba a darle ese poder a propósito?

Pero iban a tener un hijo juntos, un pedacito de cada uno de ellos, y era algo bastante espectacular e importante.

– Siempre he querido tener hijos -dijo lentamente-. En un futuro más abstracto que real. Pero esto es distinto. ¿Y si no puedo hacerlo? -observó a su amigo-. Jamás conocí a mi padre, ¿y si soy como él? ¿Y si lo estropeo todo? No sé si estoy en el lugar correcto.

– Todo nuevo padre se asusta -le dijo Ethan-. Mi padre tuvo seis hijos y se aterrorizó cada vez, pero lo haces de todos modos. Vives con el miedo y te juras hacer lo mejor. Eso es lo que yo hice.

Seis simples palabras. Josh quería golpearse la cabeza contra la mesa.

– Lo siento.

– No te preocupes.

– No debería haber sacado el tema.

Ethan sacudió la cabeza.

– ¿Crees que eres la primera persona que habla de un embarazo delante de mí? Sucedió hace mucho tiempo -miró a Josh-. Lo que recuerdo es querer a ese bebé más que a nada. Acabábamos de enterarnos de que Rayanne iba a tener un niño. Mi hijo. Qué bien me sentía -se aclaró la voz-. Confía en mí. Quieres tenerlo.

Josh asintió porque no supo qué decir. Intentó recordar cuánto tiempo había pasado desde que Rayanne murió llevándose con ella a su hijo aún no nacido. Dejando solo a Ethan.

¿Y si le sucedía algo a Charity? Si ella decidía que él no era suficiente, con el tiempo acabaría recuperándose, pero ¿podría levantar cabeza si ella no estuviera?

– ¿Has hablado con ella desde que te contó que está embarazada?

– No.

– Pues ése sería el primer paso. Ya ha tenido… ¿cuánto? ¿Dos o tres días para imaginarse lo peor? Y créeme, a las mujeres se les da bien imaginarse lo peor. Ve a verla, descubre lo que quiere, dile lo que quieres tú y soluciónalo. Siempre se te han dado bien las mujeres, aunque nunca haya podido comprender qué ven en ti.

Josh sonrió.

– Están cegadas por mi perfección.

– Me impresiona tu habilidad para engañarte a ti mismo.

Los dos se levantaron.

– ¿Estás bien? -le preguntó Ethan.

– Sí -o lo estaría, una vez que supiera cómo volver a sentirse completo. Porque ser quien había sido antes significaba ser merecedor, no sólo del bebé, sino también de Charity.


– Hola.

Charity alzó la mirada y vio a Josh de pie en la puerta de su despacho.

Hacía tres días que no lo veía ni hablaba con él. Después de que le contara que estaba esperando un hijo suyo, no había habido más que un increíblemente doloroso silencio y cada hora que había pasado se había sentido más y más triste por saber que él ni siquiera se había molestado en fingir que quería al bebé. Se alejaría de ella. Seguro que le pagaría una pensión de manutención o tal vez se ofrecería a llevárselo algún que otro día, pero ahí acabaría todo.

La muerte de sus sueños, unos sueños que no había estado dispuesta a admitir, estaba resultando muy dolorosa. Y todavía peor era mirarlo y saber que ella jamás podría estar en la misma habitación que él sin desearlo, sin amarlo. Todo ello le hacía imposible imaginar que pudiera superar ese dolor y seguir adelante.

– ¿Charity?

– Pasa.

Él entró y cerró la puerta antes de acercarse a la mesa. Se sentó y le sonrió.

– ¿Cómo estás?

– Bien.

– ¿No tienes náuseas por las mañanas?

– Aún no.

La miró a los ojos.

– Dime lo que quieres.

– ¿Cómo dices?

– Estás embarazada. Vamos a tener un hijo juntos. Dime lo que quieres. ¿Quieres que me quede? ¿Quieres que me implique? ¿Crees que deberíamos casarnos? ¿Qué piensas que sería lo mejor para ti?

Lo mejor para ella sería tener un hombre que la amara de verdad, uno que no pudiera concebir la vida sin ella; un hombre que deseara formar una familia y envejecer a su lado. Quería declaraciones de amor llenas de pasión, no racionales listas de posibilidades.

Lo que más le dolió fue esa pseudo proposición de matrimonio. Casarse por el bebé aplastó todos sus sueños cargados de romanticismo.

Mientras lo miraba, vio afecto en sus ojos y tal vez un poco de preocupación… por ella o por sí mismo. Pero seguía siendo Josh Golden, perfecto y no accesible para meras mortales como ella.

A la vez que pensaba que podía decirle la verdad, que podía decirle que estaba completamente enamorada de él, desechó la idea. ¿Por qué hacerlo sentir mal? De todos modos, él no la amaría.

– Seguro que podemos llegar a alguna clase de acuerdo -le dijo Charity.

– ¿Qué quiere decir eso?

– Justo lo que he dicho. ¿Quieres formar parte de la vida del bebé? Estoy abierta a esa idea, voy a quedarme aquí en Fool's Gold porque aunque lo más probable es que estés compitiendo por todo el mundo, tu casa está aquí. Así que cuando estés en la ciudad, estableceremos algún calendario y horarios.

– ¿Y eso es lo que quieres?

– Me parece el enfoque más racional.

– ¿Nada más?

¿Qué esperaba que le dijera?

– ¿Qué más tenías en mente? -preguntó ella.

– No lo sé. Algo.

– Cuando lo tengas claro, dímelo y hablaremos de ello.

Él la observó.

– ¿Qué no estás diciéndome?

– No tengo ni idea.

– Hay algo.

Ella lo miró intentando que su expresión no reflejara lo que sentía porque entonces se compadecería de ella. O peor todavía, intentaría solucionar las cosas ofreciéndole unas migajas de atención y ése no era exactamente el camino a la felicidad.

Finalmente, él se levantó.

– Supongo que tenemos tiempo para pensarlo.

Ella asintió.

Josh vaciló un segundo y después se marchó.

Cuando Charity se quedó sola, dejó escapar un suspiro de alivio. Ya habían tenido una conversación, ¿quién sabía cuántas más tendría que soportar? Se dijo que cada vez le resultaría más sencillo y esperó que fuera verdad.

Pero antes de poder volver a centrarse en el ordenador, Bernie entró corriendo. Su expresión, que por lo general era calmada, reflejaba tensión.

– No te lo vas a creer -comenzó a decir-. ¡Yo no me lo creo!

– ¿De qué estás hablando?

– El dinero. El dinero desaparecido -apoyó las manos en las caderas-. Lo he encontrado.

Charity la miró anonadada.

– Estás de broma.

– No. Bueno, lo he encontrado casi todo. Parte ya se ha gastado, pero la mayoría está en una cuenta fuera del país. No ha sido fácil rastrearla, pero soy buena en lo que hago. Aunque estoy enfadadísima.

Charity ni se atrevía a preguntar.

– ¿Quién se lo quedó?

– Siempre es la persona que menos te esperas, ya debería saberlo a estas alturas. Pero una vez más me he dejado engañar por una simpática sonrisa y por un ofrecimiento de ayuda.

– ¿Quién?

– Robert.

Charity se levantó y miró a Bernie.

– No. No me lo creo. ¿Robert? ¿Ese tranquilo Robert que vive solo y al que le gusta demasiado todo lo que tiene que ver con la Guerra Civil? Fue él el que informó de que el dinero había desaparecido.

– Lo sé. Y también se mostró muy enfadado, siempre hablaba de que quien fuera que se lo había quedado le había robado a la buena gente de Fool's Gold. Me lo tragué. ¡Pero si hasta salí a cenar con él!

– Yo también -murmuró Charity incapaz de asimilarlo-. ¿Robert? No es posible. ¿Estás segura?

– El rastreo de documentos me ha llevado hasta él. Lo he encontrado de pura casualidad y eso me enfada mucho. Hay transferencias, retiradas de dinero. Es bueno, eso tengo que reconocerlo. Pero no lo suficientemente bueno.

– ¿Y qué pasará ahora?

Bernie puso los ojos en blanco.

– Ya he llamado a la Jefa de Policía para que lo detengan mientras lo notifico a las autoridades estatales. Llegará en cualquier momento. ¡Estoy tan furiosa! Me engañó por completo.

– Nos engañó a todos -dijo Charity, aún incapaz de creerlo-. ¿Irá a la cárcel?

– Por mucho tiempo. Tengo que ir a hacer esas llamadas.

– ¿Necesitas que haga algo? -preguntó Charity.

– No le digas a nadie que me parecía un tipo simpático.

– Nos lo parecía a las dos.

Cuando Bernie se marchó, Charity intentó volver al trabajo, pero no podía pensar. ¿Robert era el ladrón? La información demostraba que una vez más se había equivocado al juzgar a alguien. Estaba convencida de que sus únicos defectos eran que era un poco aburrido y una especie de niño de mamá. Por el contrario, había robado millones de dólares, había encabezado la investigación para desviar la atención y había engañado a toda la ciudad.

Estaba furiosa. ¡Más que furiosa! ¡Y ella sintiéndose mal por no querer salir con él! ¡Qué nivel de estupidez!

Se levantó y fue hasta la ventana, por donde vio varios coches de policía llegar. En un minuto o dos, Robert estaría detenido.

Aún furiosa, salió al pasillo y fue al despacho de Robert. Al verla, él alzó la mirada y sonrió.

– Hola, Charity. ¿Qué tal?

– Para ti, no muy bien. ¿De verdad robaste el dinero?

Hubo un momento de confusión seguido de una expresión de sorpresa y de una insoportable arrogancia.

– Vaya pregunta. Me siento insultado.

– ¿Ah, sí? Pues no lo creo -lo observó buscando la verdad-. ¿Cómo? No, espera. Eso no importa. ¿Por qué? Ésa es la pregunta más importante. ¿Por qué le quitaste el dinero a la ciudad? ¿De verdad pensabas que éramos tan estúpidos que no te descubriríamos?

– Yo no he hecho nada, pero si lo hubiera hecho, nadie lo descubriría.

– ¿Es eso lo que crees? ¿Que eres más listo que todos nosotros? -se apoyó contra el marco de la puerta-. Lo siento, Robert. Resulta que Bernie es incluso más lista que tú.

El gesto de arrogancia desapareció.

– ¿De qué estás hablando?

– Ya ha llamado a la policía. Al parecer ha descubierto tus cuentas secretas y tiene todo lo que necesita para meterte en la cárcel durante mucho tiempo.

Él se levantó y fue hacia la puerta. Ella se apartó y lo vio correr hacia las escaleras para, unos segundos después, tropezar con el pie de Bernie y caer boca abajo sobre el suelo de mármol. La sheriff Burns subió las escaleras y plantó el pie sobre su espalda.

– Estaba a medio camino de casa cuando he recibido esta llamada -le dijo no muy contenta-. No me gusta que nadie se interponga en mis planes.

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