Cinco

Charity entró en Angelo's exactamente a las siete de la noche del miércoles. El restaurante italiano estaba a escasos minutos a pie desde el hotel, como la mayoría de las cosas en la ciudad. La fachada estaba encalada y tenía una gran zona de terraza. Dentro, las mesas estaban cubiertas con manteles blancos y la tenue iluminación le daba al intimista lugar un aire elegante. Una docena de distintos aromas deliciosos competían por su atención y consiguieron que se le hiciera la boca agua y que le rugiera el estómago. La ensalada de su almuerzo de pronto parecía algo muy lejano.

Antes de poder atacar a un camarero que pasaba por allí y hacerse con un par de rebanadas de pan de romero de la bandeja que llevaba, vio a Robert sentado en una mesa cerca de la pared que había enfrente.

– Pase -le dijo la encargada-. Disfrute de su cena.

– Gracias.

Robert se levantó mientras ella se acercaba.

Ya había otros clientes en el restaurante. Tal vez estaba imaginándose cosas, pero tuvo la sensación de que todos ellos estaban observándola.

– ¿Están observándome a mí o a ti? -le preguntó Robert en voz baja mientras le retiraba la silla.

Ella se rió.

– Yo también me he fijado.

Se sentó.

– No puedo decidir si es porque soy la nueva o porque tú tienes una cita siendo un hombre soltero y un ser muy preciado y poco común por aquí.

Él se sentó enfrente.

– La escasez de hombres en esta ciudad te parece algo muy divertido.

– No creo que suponga una penuria para ti. ¡Pobre Robert! Hay demasiadas mujeres que quieren estar contigo.

– La fama puede ser difícil, te genera mucha responsabilidad.

Ella deseó que no hubiera pronunciado la palabra «fama» porque, por alguna razón, le hizo pensar en Josh y se había decidido a no dejarle entrometerse en su noche.

– Puedes sobrellevarlo -dijo ella mientras se colocaba la servilleta sobre su regazo.

Su camarera, una mujer mayor con cabello oscuro recogido en un moño, les llevó la carta.

– He pensado que podríamos charlar un poco antes de pedir -dijo Robert-. ¿Te apetece una copa de vino?

– Sí, gracias -sonrió ella-. Esta noche no conduzco, así que incluso puedo tomarme dos.

– Qué salvaje eres.

– Tengo mis momentos.

Los dos pidieron una copa del Chianti de la casa. Unos minutos después el ayudante de la camarera les llevó una cesta de pan y un cuenco con aceite de oliva para mojarlo.

– El pan es excelente -dijo Robert ofreciéndole la cesta.

– Eso me temía. Esperaré y lo probaré después -cuando estuvieran a punto de cenar para no tener oportunidad de inhalar cada rebanada-. ¿Qué tal el fin de semana con tus amigos?

– Bien. Fuimos a un partido de los Giants y ganaron. Mi amigo Dan se casa el próximo mes, así que el viaje fue más como una despedida de soltero.

– Me impresiona que fuerais al béisbol y no a ver un striptease.

Él se rió.

– Estamos demasiado viejos para eso, aunque si aún estuviéramos en la universidad…

– ¿Asientos en primera fila?

– Y tanto.

La camarera apareció con el vino y cuando se marchó, Robert levantó su copa.

– Por una gran noche.

Ella alzó su copa también.

– Dan y su novia ya tienen un hijo -siguió Robert-. Una niña pequeña. Tiene dieciocho meses y parece que mucha gente está haciendo lo mismo. Tienen un bebé y después deciden si quieren estar juntos. Supongo que estoy un poco anticuado, pero yo pensaba que debería suceder al revés.

– Estoy de acuerdo, pero los embarazos suceden. Supongo que hace una generación la gente se casaba cuando se enteraba y ahora no tiene tanta prisa.

Él se inclinó hacia ella.

– Ya han pasado un par de semanas. ¿Cómo estás adaptándote? ¿Disfrutas de la vida en una pequeña ciudad?

– Me encanta. Estoy conociendo a mucha gente y me gusta poder ir caminando a casi todas partes. Tienes razón. No hay ningún secreto, pero yo tampoco tengo nada que ocultar.

– Entonces estarás bien. ¿Has empezado a buscar casa?

– En realidad no. Aún estoy conociendo las distintas zonas.

– Yo vivo en la zona del campo de golf. Hay unas vistas fantásticas. Las casas están bien construidas y tienen muy buen tamaño. Deberías venir a verla algún día.

– Claro.

Se preguntó cómo podía permitirse una de esas casas. Ella las había visto al conducir por la ciudad e incluso había consultado un folleto, pero a menos que la alcaldesa tuviera un plan secreto para doblarle el salario durante la próxima semana, Charity no podría empezar a pagar algo así. Los precios estaban muy bien en Fool's Gold, pero incluso allí una casa en el campo de golf era muy cara.

– Has dicho que creciste en pequeñas ciudades -dijo ella-. ¿En California?

– Oregón. Fui a la escuela en Eugene que es una ciudad de un tamaño considerable. Me licencié en Contabilidad y empecé a trabajar en una empresa de contabilidad de tamaño medio. Después me metí en el área gubernamental del negocio y al cabo de unos cinco años, me pasé al sector privado. Uno de mis primeros trabajos fue una auditoría de las empresas de Josh Golden y eso es lo que me trajo aquí.

– ¿Josh tiene empresas?

Robert enarcó las cejas.

– ¿No lo sabías?

– No. No es que hayamos pasado mucho tiempo charlando -el recorrido por la ciudad apenas había durado una hora-. Lo que sí sé es que era famoso por montar en bici.

Robert se rió.

– Esa descripción sí que lo haría sentirse orgulloso.

– Ya me entiendes, no estoy muy metida en deportes. Había oído algo sobre él, pero nada concreto.

– Tiene varias empresas, la tienda de deportes y es socio de la estación de esquí y del hotel.

Ella agarró su vino y casi se le cayó.

– ¿Es el dueño del hotel donde estoy alojada?

Robert asintió.

No le extrañaba que hubiera decidido vivir allí, pensó avergonzada por haber creído que era un irresponsable.

– No tenía ni idea.

– Contrató a la empresa para la que yo trabajaba y vine a hacer una auditoría. Me gustó la ciudad y cuando se lo dije a Josh, él dijo que estaban buscando un tesorero. Me presenté como candidato al puesto y lo conseguí.

– Está lejos de Oregón -dijo ella mientras intentaba asimilar el hecho de que Josh era un magnate de los negocios.

– No tengo mucha familia. Soy hijo único y mis padres eran muy mayores cuando me tuvieron -sonrió tímidamente-. Mi madre siempre dijo que fui un milagro -la sonrisa se desvaneció-. Murieron hace unos años. Tengo un primo, pero nada más. Pensé que crearía mi propia familia.

– Conozco esa sensación -dijo ella, sorprendida de que tuvieran tanto en común-. Me crió mi madre y nunca conocí a mi padre. Mi madre se marchó cuando se quedó embarazada y nunca me dijo de dónde era. Siempre me pregunté si tendría parientes on alguna parte, si alguien nos conocía, y cuando la perdí, me sentí verdaderamente sola y deseaba tener un lugar al que pertenecer.

– ¿Y por eso viniste a Fool's Gold?

Ella asintió.

– Un responsable de recursos humanos se puso en contacto conmigo y yo estaba deseando hacer un cambio -en especial debido a una mala ruptura sentimental, pero ¿por qué mencionarlo?

– Me alegra que te hayas mudado -dijo Robert mirándola fijamente con sus oscuros ojos.

Era un tipo agradable, pensó ella mientras le sonreía. Era amable, parecía comprensivo y compartían muchas ilusiones. Era el tipo de hombre que buscaba, por lo menos por fuera. Ojalá existiera alguna clase de conexión física entre los dos, algo que…

Se le erizó el vello de la nuca y una inesperada calidez la invadió. Durante un breve momento pensó que por fin había estallado la química y ese segundo de alivio fue seguido por un gemido mental cuando vio a Josh pasando por delante de su mesa y sentándose al otro lado del salón. Estaba con la alcaldesa Marsha y, al parecer, habían quedado para cenar.

– Hablando del rey de Roma -dijo Robert asintiendo hacia los recién llegados. Marsha los saludó con la mano.

– ¿Son estos los inconvenientes de la vida en una pequeña ciudad? -preguntó ella.

– Te lo dije. Ningún secreto. Ahora todo el mundo sabe que hemos salido juntos.

Vio a Josh sentarse y necesitó hasta la última gota de autocontrol para no mirarlo.

– No me importa que todo el mundo lo sepa -dijo ella forzándose a mirar a Robert como si fuera el hombre más interesante del mundo. Lo cierto era que quería correr a la mesa de Marsha, apartar a la mujer de un empujón y acurrucarse contra Josh. El hecho de que él tuviera un torrente de mujeres preparadas y dispuestas a estar con él cuando quisiera era lo único que evitó que se levantara de su silla.

– Bien -dijo Robert complacido-. ¿Estás lista para pedir?

– Em, claro.

Miró la carta mientras se preguntaba cómo iba a poder comer. Actuar del modo más cercano a la normalidad requeriría toda su energía y su atención. Sinceramente, cuando volviera al hotel, tendría que idear un modo de superar su encaprichamiento por Josh.

Eligió al azar un plato de pollo y pasta y después cerró la carta y agarró su copa de vino. Sin querer, su mirada se deslizó un poco a la derecha. Josh estaba mirándola con unos ojos brillantes y cargados de humor y ella quiso reírse.

A regañadientes volvió a centrar su atención en Robert, que era un hombre muy agradable y mucho mejor que Josh. Al parecer, tendría que seguir recordándose eso una y otra vez hasta que empezara a sentir algo por él. Tenía que hacerlo.


Josh se recostó en su silla.

– Lo has hecho a propósito.

Marsha no levantó la mirada de la carta.

– No sé de qué estás hablando.

– Claro que sí. Eres una de las personas más inteligentes que conozco.

Ella dejó la carta sobre la mesa.

– Y deja que te diga cuánto te agradezco que digas «personas» y no «mujeres».

– De nada, pero ésa no es la cuestión. Sabías que Robert y Charity vendrían a cenar.

– ¿Ah, sí? -Marsha logró parecer inocente y petulante al mismo tiempo-. ¿Es que están aquí? No me había fijado.

– Tú has pedido esta mesa. Querías que estuviera frente a ella.

Marsha se atusó su melena blanca.

– Soy una mujer muy ocupada, Josh. No tengo tiempo para preocuparme por tu última conquista, por muy interesante que pueda ser.

– No juegues a hacer de celestina.

– ¿Tienes miedo de que funcione?

El verdadero problema era que no quería hacerle daño a su amiga. Marsha había sido buena con él y él se lo debía.

– Intentar juntar a dos personas nunca funciona. ¿Es que no ves los programas de testimonios?

– No -respondió ella-. Y tú tampoco. ¿Por qué no te gusta Charity?

Josh observó a la mujer en cuestión. A pesar del hecho de que había quedado para cenar, iba vestida romo una maestra conservadora, con un vestido sencillo abotonado hasta el cuello con una chaqueta suelta y de corte cuadrado que no revelaba nada. ¿Es que tenía falta de confianza en sí misma o sentía que tenía algo que ocultar?

Se vio deseando descubrirlo tanto como deseaba desabrocharle lentamente cada botón y dejar al descubierto la suave y cálida piel que se ocultaría debajo. Por otro lado, deseaba hablar con ella. Hablar únicamente.

Pero eso no sucedería, se recordó. Sexo, de acuerdo, pero ¿tener una relación sentimental? No, de ninguna manera.

– Me gusta -dijo él.

– ¿Pero?

– No es mi tipo.

– Tú no tienes un tipo preferido. Para eso tendrías que ser quisquilloso.

Él enarcó las cejas.

Marsha suspiró.

– Lo único que quiero decir es que no has salido en serio con nadie desde Angelique. Os divorciasteis hace dos años, ya es hora de que sigas adelante.

Su falta de citas con mujeres o la falta de interés en ellas no tenía nada que ver con Angelique, pero eso no se lo diría a Marsha.

– Agradezco tu preocupación, pero estoy bien.

– No, no lo estás. Estás solo. Y no finjas lo contrario. Soy mayor y tienes que respetarme.

– ¿Incluso aunque estés equivocada?

Ella le lanzó una implacable mirada.

– Entonces dime que me equivoco. Miénteme, si puedes.

Pero no podía y ella lo sabía.

– Charity está buscando algo que no puedo darle.

– ¿Como por ejemplo?

Él se encogió de hombros.

– Ella no es para mí.

– Eso no puedes saberlo hasta que hayas pasado algo de tiempo con ella.

– ¿Se te puede sobornar?

– ¿Cuánto dinero me ofreces? -Marsha sacudió la cabeza-. Dejaré de presionarte, al menos por ahora. Sabes que me importas, ¿verdad?

– Sí -él alargó la mano por encima de la mesa y le apretó la mano-. Tú siempre me has apoyado.

– Sólo quiero que seas feliz. A los hombres no les va bien solos. Necesitas tener a alguien en tu vida y creo que Charity también necesita a alguien. No ha dicho nada, pero si tuviera que adivinarlo, diría que está saliendo de una mala ruptura. Por eso lo entendería.

– ¿Lo del divorcio?

Marsha asintió.

Lo que su amiga no captaba era que el problema no era su divorcio, ya que éste no era más que un síntoma de algo que había salido mal.

Lo cierto era que no había disfrutado mucho del matrimonio. Él era básicamente un chico hogareño. Angelique había querido salir la mayoría de las noches, pero los mejores momentos que él había pasado con ella habían sido aquéllos en los que habían estado solos. Quería volver a tener eso… una conexión, complicidad, la sensación de saberlo todo de alguien. Siempre había pensado que sería igual que todo el mundo, con una esposa y un par de hijos.

Pero mientras no solucionara lo que estaba mal dentro de él, mientras no volviera a estar completo, no podría estar con nadie. No estaba pidiendo dirigir el mundo, sino simplemente volver a ser el hombre que había sido antes.

– Ahora me callaré -le dijo Marsha.

– Ojalá fuera verdad.

Ella se rió.

Josh sintió cómo su mirada pasaba a Marsha por alto y se centraba en Charity, que hablaba intensamente con Robert.

Parecían estar bien juntos, como si fueran una pareja. A Charity le iría mucho mejor estando con alguien como Robert, un tipo normal sin mucho bagaje, sin los fantasmas que siempre lo tenían a él buscando una respuesta que jamás podría encontrar.


El resto de la semana de Charity pasó entre reuniones y planificaciones. Había logrado ponerse en contacto con un gran hospital que estaba pensando en expandirse y estaba decidida a convencerlos de que Fool's Gold era la mejor ubicación posible para ellos.

A última hora del viernes se encontraba cansada y extrañamente inquieta. Intentó ver la televisión y cuando eso no funcionó, bajó a la sala donde el hotel albergaba una pequeña librería de DVDS. Ninguno le llamó la atención, así que volvió a su habitación, se puso una sudadera de capucha verde y salió a la calle.

Eran poco más de las nueve, ya estaba oscuro y hacía algo de fresco, pero no tanto como los días anteriores. Por fin había llegado la primavera apartando a un lado las bajas temperaturas. Las farolas inundaban las aceras y la hacían sentirse segura, como las mujeres que veía saliendo y entrando. No había muchas, pero las conocía de vista y a algunas incluso de nombre.

Fue hasta la librería, pero Morgan ya se había marchado hacía tiempo. Solía verlo barrer los escalones delanteros y se detenía para charlar con él al menos un par de veces a la semana. Saber que ese hombre formaba parte del paisaje de Fool's Gold le hacía sentir que había tomado la decisión correcta al mudarse allí.

Cruzó la calle para caminar junto al parque e, incluso en la oscuridad, pudo distinguir las formas de las flores de primavera agitándose ligeramente con la suave brisa.

Al día siguiente por la noche tenía una cita con Robert. Irían a Margaritaville y, aunque agradecía la invitación, cuando él había mencionado el restaurante lo único que había podido pensar era que Josh le había advertido que no se pasara con los margaritas.

No era culpa de Robert, se recordó. Josh era un hombre que excedía la realidad, era como una fuerza de la naturaleza. Alguien normal y simpático podría pasar desapercibido fácilmente, pero estaba decidida a no permitir que eso sucediera con Robert.

Siguió caminando junto al parque. Al otro lado de la calle se encontraba la tienda de deportes. Captó un rápido movimiento y se detuvo al ver a alguien montando en bici delante de la tienda y desapareciendo por la parte trasera. El ciclista guardaba un parecido increíble con Josh, pero él le había dicho que nunca montaba en bici.

Charity cruzó la calle. Tenía que haberse confundido. ¿Por qué iba a decirle que ya no montaba en bici si en realidad lo hacía? ¿Acaso era para tanto? Tenía que ser otra persona, pero quería asegurarse.

Cuando rodeó la parte trasera del edificio, vio un pequeño cobertizo entre unos árboles. La puerta estaba abierta y pudo ver a un hombre terminando de ponerse unos vaqueros. Se metió una sudadera por la cabeza y se puso unas botas.

La bombilla que colgaba del techo no daba mucha luz, pero sí la suficiente para poder identificar al hombre. Josh alzó la mirada y la vio.

Charity le dijo lo primero que se le ocurrió:

– Me dijiste que ya no montabas en bici.

– No sabía que ibas a espiarme -él salió del cobertizo, cerró la puerta con llave y caminó hacia ella.

Estaba sonrojado y cubierto de sudor y tenía la respiración acelerada, como si acabara de terminar de hacer un esfuerzo físico extenuante. Nada tenía sentido, pero el hecho más interesante era que su curiosidad parecía ser suficiente distracción como para poder controlar la reacción que tenía ante él. El cosquilleo seguía allí, pero quería saber qué estaba pasando casi tanto como quería ronronear y frotarse contra él cual gatita mimosa.

Tal vez con el tiempo podría mantener una conversación completa con él sin tener que oír a sus hormonas canturrear.

– No estaba espiando -dijo ella aún confundida por lo que Josh estaba haciendo-. Te he visto pasar y me ha parecido que eras tú -ahora todas las piezas encajaban-. ¿Es esto lo que haces todas las noches? ¿Montas en bici? ¿Vuelves al hotel cansado y sudoroso por el ejercicio? Bueno, es que todos piensan que vienes de practicar sexo.

– ¿Y tú también lo piensas?

– No soy yo la que tenía una chica esperándome en mi habitación.

Él le lanzó una impresionante sonrisa y ella sintió cómo le temblaban las rodillas.

– La gente hablaría si lo hicieras, aunque de un modo distinto a como hablan de mí.

– Seguro que es verdad -lo observó bajo la farola. Estaba muy guapo, aunque siempre lo estaba-. Todo el mundo me dijo que en Fool's Gold no existían los secretos.

– Pues entonces éste es el único.

– ¿Por qué sales a montar por la noche?

Josh se quedó mirándola como si estuviera juzgándola… no, no estaba juzgándola. Estaba como tanteando, valorando… pero ¿qué? ¿Si podía confiar en ella? ¿Si de verdad estaba interesada en saberlo? Charity sintió la necesidad de decirle que creyera en ella, que jamás le daría la espalda. Pero eso lo pensaban sus hormonas, se dijo, mientras seguía esperando que él se explicara.

– Monto por la noche porque hacerlo durante el día no es una opción.


Josh no había estado seguro de si decírselo o no, pero ahora que había empezado ya no había vuelta atrás.

Tal vez quería que alguien conociera su secreto, o tal vez era por el modo en que a Charity le sentaban los vaqueros, la sudadera de capucha y el pelo recogido hacia atrás en una coleta, porque todo ello la hacía parecer menos correcta y más cercana. Y no es que se hubiera visto intimidado por ella, jamás lo había intimidado una mujer, pero tal vez era por esa forma de mirarlo como si de verdad quisiera comprenderlo.

De todos modos, ella no debía de tener muy buena opinión de él, así que contárselo no cambiaría nada.

– ¿Cuánto sabes de mí? -le preguntó él.

Charity resopló.

– Por favor, no me digas que esto trata de tu ego porque si es así…

– No me refiero a eso. ¿Cuánto sabes sobre mi carrera como ciclista y por qué la dejé?

– Te retiraste, tú me lo dijiste. Es un deporte para los jóvenes.

– ¿Nada más?

– ¿Es que hay algo más?

– Siempre hay algo más.

Josh fue hacia la acera y ella lo siguió.

– Monto por las noches porque no quiero que nadie sepa que sigo haciéndolo. Si la gente me ve, hará preguntas. Querrán que participe en carreras benéficas o que me plantee volver y no puedo hacerlo.

– ¿Por qué no? ¿Estás lesionado?

– Un chico se cayó durante mi última carrera. Era un compañero de equipo. Se suponía que yo tenía que cuidar de él, pero se golpeó y murió.

– ¿Y te culpas por eso?

– En parte.

– ¿Fue culpa tuya?

Él dejó de caminar y se metió las manos en los bolsillos delanteros de los vaqueros.

– ¿Alguna vez has visto a un pelotón caer? Un tipo se tambalea, se choca contra otro y ahí acaba todo para todos. Lo único que puedes hacer es salvarte. Yo me salvé y Frank no.

Una vez más vio a su amigo volando por el aire y oyó el desagradable sonido del cuerpo del chico chocando contra la carretera.

Ella lo miró con sus ojos marrones cargados de preguntas.

– Pero tú no tuviste nada que ver con la caída, ¿verdad?

– No.

– Y no fuiste tú el que provocó su caída.

Él negó con la cabeza.

– Entonces no se puede decir que lo mataras tú.

Estaba afirmando más que preguntando.

«Impresionante», pensó, sorprendido de que ella ya hubiera dado en el clavo. Algunos amigos habían ido a hablar con él para intentar que volviera a reunirse con ellos; le habían dicho que no era culpa suya, que nadie lo culpaba y todos pensaban que se trataba de una cuestión de culpabilidad.

En cierto modo tenían razón, la culpabilidad estaba ahí. Fuerte. Poderosa. Lo perseguía y hacía todo lo posible por consumirlo, pero ése no era el verdadero problema.

– No puedo montar con nadie más -dijo en voz baja mirando por encima de la cabeza de Charity al negro cielo-. No puedo estar junto a otro ciclista sin perder el control. Me entra el pánico y no puedo respirar. Me pongo a temblar.

– ¿No es eso sólo ansiedad? ¿No puedes hablar con alguien o tomarte algo?

– Probablemente sí, pero no puedes ser ciclista profesional si estás débil o te medicas.

– Pero esto no se trata de estar débil.

– Claro que sí -se trataba de estar débil, roto y humillado. Se trataba del fracaso-. Por lo que tú ves y sabes, es un deporte individual, ¿verdad? Pero no es así del todo. Hay equipos. Corremos en grupo, formamos un pelotón, y ya no puedo hacerlo. No podría montar a tu lado sin apartarme. El deseo, el fuego, sigue dentro de mí, pero no puedo llegar a él ni tocarlo. Lo que fuera que había está enterrado en una pila de porquería muy dentro de mí y jamás podré desenterrarlo.

Pensó que en ese momento ella daría un paso atrás y que se daría la vuelta disgustada. Eso era lo que había hecho Angelique. Había arrugado sus perfectos labios, le había dicho que no le interesaba tener un marido tan cobarde porque quería un hombre de verdad y, con eso, se marchó.

Él le había mostrado su defecto más hondo, había expuesto su alma y ella se había marchado. Era lo que la gente hacía, se marchaban cuando estabas roto, y eso era algo que le había enseñado su madre.

Charity lo sorprendió al seguir mirándolo y después sacudió la cabeza.

– No te creo. Si ese fuego está aquí, encontrará un camino para salir.

«Ojalá», pensó él.

– ¿Quieres decirme cuándo? Tengo una vida que quiero recuperar.

– ¿Quieres decir que no estás satisfecho con tu vida como dios de una pequeña ciudad?

– Dejando a un lado el estatus de deidad, no quiero terminar así mi carrera -como un perdedor. Con miedo.

– No quiero ponerme demasiado metafísica contigo, pero tal vez haya una razón para lo que pasó.

– Si eso es verdad, entonces también lo es ese viejo refrán: la venganza es un arma de doble filo -se encogió de hombros-. No pasa nada, Charity. Éste no es tu problema. Vamos, venga, dime que todo se arreglará y que estaré bien.

– Eso no resolverá nada.

– Pero te sentirás mejor.

– Ya me sentí bien antes.

Ella comenzó a avanzar hacia el hotel y él caminó con ella.

– Te gusta que piensen que sales para tener relaciones sexuales con cincuenta mujeres distintas cada noche.

– Eso oculta la verdad -giró la cabeza hacia los edificios que tenía al lado-. Crecí aquí y la buena gente de Fool's Gold ha invertido mucho en mí. No quiero que sepan la verdad.

– No ha pasado nada malo. Tuviste una reacción natural ante una circunstancia horrible.

– Me asusté durante una carrera; no se puede decir que me enfrentara al fuego de un francotirador en una guerra.

– Eres demasiado duro contigo mismo.

– Eso no es posible.

– Oh, por favor. No seas tan hombre.

– Si no lo fuera, mi reputación sería todavía más interesante.

Charity se rió y el dulce sonido se dejó arrastrar por el aire de la noche. Era una persona de trato muy agradable, resultaba fácil estar con ella. Y no había salido corriendo, cosa que él agradecía, y por eso Josh creía que no le contaría a nadie lo que le había dicho.

Cuando estaban muy cerca del hotel, él se detuvo.

– Tú ve delante.

– ¿Por qué?

– ¿Quieres que la gente piense que hemos estado juntos?

– Sólo estábamos paseando.

– Vamos, Charity. Llevas aquí… ¿cuánto? ¿Tres semanas? ¿De verdad crees que dirán que sólo estábamos paseando?

– Probablemente no.

Él enarcó las cejas.

Ella sonrió.

– Definitivamente no. De acuerdo. Entendido. Yo iré primero.

Dio un paso al frente y se dio la vuelta.

– Te quieren. Lo entenderían.

– Quieren al tipo de los pósters.

– Tal vez te sorprenderían.

– No en un buen sentido.

– No sabía que eras un cínico.

– Soy realista -le dijo-. Y tú también.

– Creo que estás subestimando su afecto.

– No es un riesgo que esté dispuesto a correr.

Comenzó a decir algo y después sacudió la cabeza y cruzó la calle.

Él la vio irse. El contoneo de sus caderas lo obligó a posar la mirada en sus nalgas. Era bella de un modo discreto y sutil; la suya era una belleza de ésas que envejecían bien. En otra época, cuando él había sido de verdad Josh Golden, podría haberla tenido en un santiamén, aunque lo más irónico era que ni siquiera se habría detenido a fijarse en ella.

¡Qué gran sentido del humor tenía la vida!

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