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La primera morada fue una estrecha caverna, verdaderamente más cavidad que caverna, de techo bajo, descubierta en un afloramiento rocoso al norte del jardín del edén cuando, desesperados, vagaban en busca de un abrigo. Allí pudieron, por fin, defenderse de la quemazón brutal de un sol que en nada se parecía a la invariable benignidad de temperatura a que estaban habituados, constante de noche y de día, y en cualquier época del año. Se quitaron las gruesas pieles que los sofocaban de calor y peste, y regresaron a la primera desnudez, pero, para proteger de agresiones exteriores las partes delicadas del cuerpo, las que están más o menos resguardadas entre las piernas, inventaron, utilizando las pieles más finas y de pelo más corto, algo a lo que más tarde se le daría el nombre de falda, idéntica en la forma tanto para las mujeres como para los hombres. En los primeros días, sin tener siquiera un mendrugo que masticar, pasaron hambre. El jardín del edén era ubérrimo en frutos, es más, no se encontraba otra cosa de provecho, hasta esos animales que por naturaleza deberían alimentarse de carne sangrienta, pues para carnívoros vinieron al mundo, fueron, por imposición divina, sometidos a la misma melancólica e insatisfactoria dieta. La procedencia de las pieles que el señor hizo aparecer con un simple chascar de dedos, como un prestidigitador, nunca llegó a aclararse. De animales eran, y grandes, pero vaya usted a saber quién los habría matado y desollado, y dónde. Casualmente, había agua por allí cerca, aunque no era nada más que un regato turbio, en nada parecido al río caudaloso que nacía en el jardín del edén y después se dividía en cuatro brazos, uno que iba a regar una región donde se decía que el oro abundaba y otro que corría alrededor de la tierra de cus. Los dos restantes, por más extraordinario que pueda parecerles a los lectores de hoy, fueron bautizados enseguida con los nombres de tigris y éufrates. Ante el humilde arroyo que laboriosamente iba abriéndose camino entre los espinos y los cardos del desierto, es más que probable que el tal río caudaloso fuera una ilusión óptica fabricada por el propio señor para hacer más apacible la vida en el paraíso terrenal. Todo puede suceder. Todo puede suceder, sí, hasta la insólita idea que tuvo eva de ir a pedirle al querubín que le permitiese entrar en el jardín del edén para recoger alguna fruta con la que engañar el hambre durante unos días más. Escéptico, como cualquier hombre, en cuanto a los resultados de una diligencia nacida en cabeza femenina, adán le dijo que fuese ella sola y que se preparase para sufrir una decepción, Está de centinela en la puerta ese querubín con su espada de fuego, no es un ángel cualquiera, de segunda o tercera categoría, sin peso ni autoridad, sino un querubín de los auténticos, cómo se te puede ocurrir que vaya a desobedecer las órdenes que el señor le ha dado, fue la sensata pregunta, No sé, y no lo voy a saber mientras no lo intente, Y si no lo consigues, Si no lo consigo, no habré perdido nada más que los pasos de ir y de volver, y las palabras que diga, respondió ella, Pues sí, pero tendremos problemas si el querubín nos denuncia al señor, Más problemas que los que tenemos ahora, sin modo de ganarnos la vida, sin comida que llevarnos a la boca, sin un techo seguro ni ropas dignas de ese nombre, no veo qué más problemas nos puede mandar, el señor ya nos ha castigado expulsándonos del jardín del edén, peor que eso no se me ocurre qué puede hacer, Sobre lo que el señor pueda o no pueda, no sabemos nada, Si es así, tendremos que forzarlo a que se explique y la primera cosa que debería aclararnos es por qué razón nos ha hecho y con qué fin, Estás loca, Mejor loca que asustada, No me faltes al respeto, gritó adán, enfurecido, yo no tengo miedo, no soy miedoso, Yo tampoco, luego estamos empatados, no hay nada más que discutir, Sí, pero no te olvides de que quien manda aquí soy yo, Sí, fue lo que el señor dijo, asintió eva, y puso cara de quien no ha dicho nada. Cuando el sol perdió alguna fuerza, se puso en camino con su falda bien compuesta y una piel de las más leves sobre los hombros. Iba, como alguien podría decir, discretita, aunque no pudiese evitar que los senos, sueltos, sin amparo, se moviesen al ritmo de sus pasos. No podía impedirlo, ni tal cosa se le ocurrió, no había por allí nadie a quien poder atraer, en ese tiempo las tetas servían para mamar y poco más. Estaba sorprendida consigo misma por la libertad con la que le había respondido al marido, sin temor, sin tener que elegir las palabras, diciendo simplemente lo que, en su opinión, el caso requería. Era como si dentro de sí habitase otra mujer, con nula dependencia del señor o de un esposo por él designado, una hembra que decidía, finalmente, hacer uso total de la lengua y del lenguaje que el dicho señor, por decirlo así, le había metido boca adentro. Atravesó el arroyo gozando de la frescura del agua, que parecía difundírsele dentro de las venas al mismo tiempo que experimentaba algo en el espíritu que tal vez fuese la felicidad, por lo menos se parecía mucho a la palabra. El estómago le dio un aviso, no era hora de disfrutar de sentimientos positivos. Salió del agua, recogió unos pequeños frutos ácidos que, aunque no alimentasen, entretenían durante algún tiempo, poco, la necesidad de comer. El jardín del edén ya está cerca, se ven nítidamente las copas de los árboles más altos. Eva camina ahora con más lentitud que antes, y no porque se sienta cansada. Adán, si aquí estuviera, se estaría mofando de ella, Tan valiente, tan valiente, y al final vas llena de miedo. Sí, tenía miedo, miedo de fallar, miedo de no tener palabras suficientes para convencer al guarda, incluso llegó a decir en voz baja, tal era su desánimo, Si yo fuese hombre sería más fácil. Ahí está el querubín, la espada de fuego brilla con una luz maligna en su mano derecha. Eva se cubrió mejor el pecho y avanzó. Qué quieres, preguntó el ángel,

Tengo hambre, respondió la mujer, Aquí no hay nada que puedas comer, Tengo hambre, Tú y tu marido fuisteis expulsados del jardín del edén por el señor y la sentencia no tiene apelación, retírate, Me matarías si entrara, preguntó eva, Para eso me ha puesto el señor de guarda, No has respondido a mi pregunta, La orden que tengo es ésa, Matarme, Sí, Por tanto, obedecerás la orden. El querubín no respondió. Movió el brazo en cuya mano la espada de fuego silbaba como una serpiente y ésa fue su respuesta. Eva dio un paso al frente. Detente, dijo el querubín, Tendrás que matarme, no me detendré, y dio otro paso, te quedarás aquí guardando un pomar de fruta podrida que a nadie le apetecerá, el pomar de dios, el pomar del señor, añadió. Qué quieres, preguntó otra vez el querubín, sin darse cuenta de que la reiteración iba a ser interpretada como una señal de debilidad, Repito, tengo hambre, Pensaba que ya estaríais lejos, Y adonde íbamos a ir nosotros, preguntó eva, estamos en medio de un desierto que no conocemos y en el que no se ve ningún camino, un desierto por el que durante estos días no ha pasado un alma viva, dormimos en un agujero, comemos hierba, como el señor prometió, y tenemos diarreas, Diarreas, qué es eso, preguntó el querubín, También se puede decir cagaleras, el vocabulario que el señor nos enseñó da para todo, tener diarrea o cagalera, si te gusta más esta palabra, significa que no se consigue retener la mierda que llevamos dentro, No sé qué es eso, Ventajas de ser ángel, dijo eva, y sonrió. Al querubín le gustó ver esa sonrisa. En el cielo también se sonreía mucho, pero siempre seráficamente y con una ligera expresión de contrariedad, como quien pide disculpas por estar contento, si es que a eso se le puede llamar contentamiento. Eva había vencido la batalla dialéctica, ahora sólo faltaba la de la comida. Dijo el querubín, Voy a traerte algunos frutos, pero tú no se lo digas a nadie, Mi boca no se abrirá, aunque en cualquier caso mi marido tendrá que saberlo, Vuelve con él mañana, tenemos que conversar. Eva se quitó la piel de encima de los hombros y dijo, Usa esto para traer la fruta. Estaba desnuda de cintura para arriba. La espada silbó con más fuerza, como si hubiese recibido un súbito flujo de energía, la misma energía que impelió al querubín a dar un paso hacia delante, la misma que le hizo levantar la mano izquierda y tocar el seno de la mujer. No sucedió nada más, nada más podía suceder, los ángeles, mientras lo sean, tienen prohibido cualquier comercio carnal, sólo los ángeles caídos son libres de juntarse con quienes quieran y con quienes los quieran. Eva sonrió, puso su mano sobre la mano del querubín y la presionó suavemente sobre el seno. Su cuerpo estaba cubierto de suciedad, las uñas negras como si las hubiese usado para cavar la tierra, el pelo como un nido de anguilas entrelazadas, pero era una mujer, la única. El ángel ya estaba en el jardín, se entretuvo allí el tiempo necesario para elegir los frutos más nutrientes, otros ricos en agua, y volvió encorvado bajo una buena carga. Aquí tienes, dijo, y eva preguntó, Cómo te llaman, y él respondió, Mi nombre es azael, Gracias por la fruta, azael, No podía dejar que murieran de hambre aquellos que el señor creó, El señor te lo agradecerá, aunque será mejor que no le hables de esto. El querubín aparentó no haber oído o no oyó de verdad, ocupado como estaba ayudando a eva a colocarse el hatillo sobre la espalda, mientras decía, Mañana vuelves con adán, hablaremos de algo que os conviene conocer, Aquí estaremos, respondió ella.


Al día siguiente, adán acompañó a la mujer hasta el jardín del edén. Por iniciativa de eva se lavaron lo mejor que pudieron en el riachuelo y lo mejor que pudieron fue poquísimo, por no decir nada, porque agua sin jabón que le dé una ayuda no pasa de una pobre ilusión de limpieza. Se sentaron en el suelo y enseguida se vio que el querubín azael no era persona de perder el tiempo, No sois los únicos seres humanos que existen en la tierra, comenzó, Que no somos los únicos, exclamó adán, estupefacto, No me hagas repetir lo que ya está dicho, Quién creó a esos seres, dónde están, En todas partes, El señor los creó como nos creó a nosotros, preguntó eva, No puedo responder, y si insistís con las preguntas nuestra conversación acaba ahora mismo, cada uno va a lo suyo, yo a guardar el jardín del edén, vosotros a vuestra gruta y a vuestra hambre, En ese caso, en poco tiempo moriremos, dijo adán, a mí nadie me ha enseñado a trabajar, no puedo cavar ni labrar la tierra porque me faltan la azada y el arado, y si los tuviese sería necesario aprender a manejarlos y no hay quien me enseñe en este desierto, mejor sería que fuésemos el polvo que éramos antes, sin voluntad ni deseo, Has hablado como un libro abierto, dijo el querubín, y adán se puso contento por haber hablado como un libro abierto, él, que nunca había tenido estudios. Después eva preguntó, Si ya existían otros seres humanos, entonces para qué nos creó el señor, Ya deberías saber que los designios del señor son inescrutables, pero, si he entendido alguna que otra media palabra, me parece que se trata de un experimento, Un experimento, nosotros, exclamó adán, un experimento, para qué, De lo que no conozco a ciencia cierta no oso hablar, el señor tendrá sus razones para guardar silencio sobre el asunto, Nosotros no somos un asunto, somos dos personas que no saben cómo podrán vivir, dijo eva, Todavía no he terminado, dijo el querubín, Pues habla, y que de tu boca salga una buena noticia, por lo menos una, Oíd, no demasiado lejos de aquí pasa un camino frecuentado de vez en cuando por caravanas que van a los mercados o que regresan de ellos, mi idea es que deberíais encender una hoguera que produzca humo, mucho humo, de modo que pueda ser visto desde lejos, No tenemos con qué encenderla, interrumpió eva, Tú no tienes, pero yo sí, Qué tienes, Esta espada de fuego, para algo ha de servir alguna vez, basta acercarles la punta en brasa a los cardos secos y a la paja y tendréis ahí una hoguera capaz de ser vista desde la luna, y mucho más por una caravana que pase cerca, pero deberéis tener cuidado de no dejar que el fuego se extienda, una cosa es una hoguera, otra un desierto entero ardiendo, el fuego acabaría por llegar al jardín del edén y yo me quedaría sin empleo, Y si no aparece nadie, preguntó eva, Aparecerán, aparecerán, puedes estar tranquila, respondió azael, los seres humanos son curiosos por naturaleza, enseguida querrán saber quién atizó esa hoguera y con qué intención se hizo, Y después, preguntó adán, Después es cosa vuestra, ahí ya no puedo hacer nada, encontrad la manera de uniros a la caravana, pedid que os contraten a cambio de la comida, estoy convencido de que cuatro brazos por un plato de lentejas será buen negocio para todos, tanto para la parte contratante como para la parte contratada, cuando eso suceda que no se os olvide apagar la hoguera, así sabré que ya os habéis ido, será tu oportunidad de aprender lo que no sabes, adán. El plan era excelente, hay querubines en el mundo que son una auténtica providencia, mientras el señor, por lo menos en este experimento, no se preocupó nada por el futuro de sus criaturas, azael, el guarda angélico encargado de mantenerlas apartadas del jardín del edén, las acogió cristianamente, les garantizó la comida y, sobre todo, las habilitó para la vida con algunas preciosas ideas prácticas, un verdadero camino de salvación para el cuerpo, y por tanto para el alma. La pareja se deshizo en muestras de gratitud, eva llegó incluso a derramar algunas lágrimas cuando se abrazó a azael, demostración afectiva nada del agrado del marido, que más adelante no consiguió reprimir la pregunta que andaba saltándole en la boca, Le diste algo a cambio, Qué y a quién, dijo eva, sabiendo muy bien a qué se refería el esposo, A quién va a ser, a él, a azael, dijo adán omitiendo por cautela la primera parte de la cuestión, Es un querubín, un ángel, respondió eva, y no consideró necesario decir nada más. Se cree que fue en este día cuando comenzó la guerra de los sexos. La caravana tardó tres semanas en aparecer. Claro, que no vino toda ella a la caverna en que adán y eva vivían, sólo una avanzadilla de tres hombres que no tenían autoridad para negociar contratos de trabajo, pero que se apiadaron de aquellos desvalidos y les hicieron un lugar sobre los lomos de los burros en que venían montados. El jefe de la caravana decidiría qué hacer con ellos. A pesar de esta duda, como quien cierra una puerta de despedida, adán apagó la hoguera. Cuando el último humo se disipó en la atmósfera, el querubín dijo, Ya han salido, buen viaje.

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