CARTA 9

Amiga:


Yo creo que lo mejor sería comenzar por leer Krishnamurti.


Por lo menos, así empecé yo.


Después de recibirme, hice mi formación en la especialidad, primero en el Hospital, en varias clínicas después, y luego, como muchos otros, en la propia búsqueda.


Para aquellos de mis compañeros que eligieron el psicoanálisis, la cosa era mucho más clara: terapia personal, grupos de estudio, terapia didáctica y ya.


Para mí, en cambio, ese camino no servía. Yo sabía que el psicoanálisis era una entre setenta o más formas de psicoterapia y yo había decidido elegir.


Durante mis años en las clínicas había atendido, casi exclusivamente, a psicóticos. Con ellos la técnica era: el afecto llano, sincero y directo. Todo lo demás: la medicación, los estudios clínicos, el lugar, etc., eran complementos de aquello que Balint llamaba “la droga médico" y que yo aprendía a administrar con cautela, cuidando de no dar dosis tan diluidas que no cumplan su efecto.


Mi tarea terapéutica me parecía más sólida y yo me sentía más libre en el consultorio.


Hace unos años se produjo mi reencuentro con Zulema Leonor Saslavsky (mi mamá profesional), “July".


Había conocido a July algunos meses antes de recibirme de médico. Yo hacía teatro con un grupo de jóvenes y, entre todos, habíamos montado un pequeño show, en el cual yo hacía las veces de animador.


Una noche… cuando terminó el espectáculo, alguien me presentó a la doctora Saslavsky. Nos pusimos a charlar y ella me contó que era médica psiquiatra. Le conté que me faltaban tres materias para graduarme y que tenía ganas de hacer psiquiatría.


July sacó una tarjeta, me la dio y me dijo: Cuando te recibas, si querés, vení a verme al hospital. Quizás puedas entrar en mi equipo.


Me recibí un viernes 23 de mayo y el lunes 26 me fui al hospital a preguntar por la doctora Saslavsky. July estaba en la sala. La esperé dos horas; cuando me vio se acordó inmediatamente de mí y de su ofrecimiento. Me preguntó qué quería. Le contesté que ella me había ofrecido entrar a trabajar en el hospital y que…


Me interrumpió y me volvió a preguntar qué quería. Yo le dije que ese hospital tenía la fama de tener un buen servicio de psicopatología y que entonces…


July resopló, me miró fijo y preguntó por tercera vez qué quería. Respondí:


– Aprender. -Bien, entonces mañana a las 7.30 aquí.


Los dos años al lado de July en el hospital fueron duros y nutritivos. Un día, a los dos meses de concurrir al servicio, nos llamaron para entrevistar a un paciente internado en Cirugía General. July lo interrogó, leyó su historia clínica, habló con el médico tratante y luego, en la hoja de indicaciones, lo medicó. Salimos de la sala. Caminábamos hacía el bar. Yo dije:


Yo no lo hubiera medicado.


July se paró en seco, se dio vuelta y me dijo: Vos no, yo sí.


(Muchos años después entendí esas actitudes "pedagógicas" de July.)


Cuando dejé el hospital, dejé también de ver a July durante años. Un día, Lita me pidió que le recomendara una terapeuta mujer. Yo quiero mucho a Lita y pensé: "una terapeuta no, la mejor". ¿Quiénes la mejor? ¡La doctora Saslavsky! La busqué. Encontré su número en una desactualizada cartilla de una obra social. La llamé. Nos encontramos, eran las 11 de la mañana de un sábado de invierno.


Al terminar de contarnos lo más importante y trascendente eran las 9 de la mañana del domingo. Cuando hablamos sobre lo profesional, yo le conté en detalle lo que hacía en el consultorio. July me dijo:


– ¡Pero vos estás haciendo Gestalt! -¿Qué???


– Gestalt… -No tengo la menor idea de qué me hablás.


Se paró, prendió un cigarrillo, caminó por la habitación, se acercó y me dio un beso. Me dijo:


– Creo que sería bueno para vos tomar contacto con la filosofía guestáltica.


Y como siempre, sin esperar respuesta (o sabiéndola), se levantó, fue hasta su biblioteca y empezó a sacar: Este, éste, éste no, éste después, éste también, éste y éste y éste otro…


Y volvió al sillón haciendo equilibrio con una pila de libros.


– Leé esto y después hablamos. Empezá por acá -y me señaló La libertad primera y última de Krishnamurti. -¿Qué tiene que ver terapia… con filosofía hindú? July prendió otro cigarrillo (nunca sé cómo los fuma tan rápido) y se limitó a repetir:


– Leé esto y después hablamos.


Y yo, que era muy rebelde, muy personal, muy cuestionador, muy poco disciplinado, pero sobre todo muy poco estúpido, me puse a leer…


… Así llegué a Krishnamurti.


Fue revelador. Tanta claridad, tanta profundidad y tanta calidad, me sorprendió.


Como él dice:


“No importa si estamos de acuerdo, no importa si no recuerdan lo que digo; no me estudien, no me sigan, no me obedezcan, tan sólo dejen que algo pase entre ustedes y yo"… Y algo pasó entre él y yo…

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