CARTA 48

Claudia:


Hoy murió Sara. Sara tenía 52 años. Sara sufría de cáncer.


Conocí a Sara hace un año. Llegó al consultorio con un cuadro depresivo. Me contó que hacía unos años había sido operada de un tumor de mama. Que el tumor era benigno, pero debía seguir un tratamiento profilácticamente.


Sara tenía una calidez muy especial. Charlamos mucho sobre su vida y la relación con sus hijos. Sobre el final de la entrevista, Sara me dijo que ella iba a ser uno de mis fracasos. Le dije que no alcanzaba a darme cuenta de lo que me quería decir. Contestó que había estado con varios terapeutas antes y no había recibido nada de ninguno de ellos. Llegó a la conclusión de que el problema era ella. Le respondí que no tenía ninguna posibilidad de ser mi fracaso; fracasar implica una expectativa previa y yo no la tenía con ella; yo le iba a dar lo que tenía y ella podría usar eso como quisiera. Para crecer, para mortificarse, para pasar el tiempo o para suicidarse. Eso era su decisión, no la mía.


Sara se quedó muy sorprendida y quedamos en seguir viéndonos.


Durante el siguiente mes, paseamos un poco por toda su vida. Sara tenía una estructura de personalidad muy sana.


Me sorprendía que físicamente estuviera tan desmejorada. Me trajo sus análisis clínicos con valores normales. Días después, a mi pedido, me entrevisté con su hijo mayor.


Sara estaba siendo engañada. Su tumor era maligno, había metástasis ósea en pelvis, columna y cráneo, una metástasis probable en cerebro y sus posibilidades eran nulas.


Le dije a su hijo que yo creía que Sara tenía derecho a saberlo, que era su vida y que no era honesto para con ella ocultárselo. Me contestó que era una decisión familiar y que no la iban a modificar y me pedía que me comprometiera a no revelarle la verdad.


Respondí que no era mi manera de trabajar: el engaño (?) la estafa, y que no estaba dispuesto a negarle a Sara una enfermedad que, por otra parte, yo estaba convencido de que ella sabía que tenía. Agregué que el paciente podrá negárselo pero, internamente, conoce su mal.


Sara dejó de venir, imaginé que influida por sus hijos y su marido.


De vez en cuando, me hablaba por teléfono y charlábamos unos minutos.


Pasaron los meses.


Hace tres semanas, me llamó desde el hospital. Estaba internada para ”un estudio” como otras veces; me pedía que la visitara. Lo hice. Sara estaba muy desmejorada, pálida, adelgazada y temblorosa. Me acerqué a su cama, le tomé las manos y sentí que apretaba las mías con fuerza. Me miró y me dijo:


– Usted tenía razón, doctor, no existen los fracasos cuando no hay expectativas; y esto es cierto en su trabajo y también en la vida.


Sonrió y siguió:


– No se enoje, doctor, quería verlo y decirle esto, pero estoy cansada y quiero dormir.


Me acerqué, la besé y me fui.


Hoy murió Sara.


Hoy me entristece tu muerte, Sara. Hoy me alegra haberte conocido.


Hoy te agradezco tu llamado de hace tres semanas. Hoy, Sara, me despido de vos para siempre.

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