Claudia:
Hemos hablado de proyección y de introyección, y te dije que eran mecanismos de defensa, formas de pseudorrelación con el afuera; maneras de evitar conectarme con lo de adentro.
Hay un mecanismo más, descripto por Perls, que siempre me pareció interesantísimo: la retroflexión (en realidad, Fritz describió cinco: proyección, introyección, retroflexión, deflexión y confluencia).
Imaginemos que vos y yo discutimos (no hace falta imaginar mucho, ¿no?), imaginemos que en medio de la discusión te siento hostil, o que lo que me decís me conecta con la bronca. Mi cuerpo se tensa, una emoción tiende a salir de mí, trascendiendo hacia tu persona.
Esa emoción se quiere transformar en acción para salir.
Imaginemos ahora que esta conducta es una frase hiriente, quiero herirte. Pero hete aquí que yo siento, además, lo mucho que te quiero.
Si no me siento capaz de herirte porque te quiero, entonces fabrico una muralla entre vos y yo que te proteja de mí.
– Mi conducta hiriente sale de mí-, pero antes de llegar a vos, choca con el muro que yo construí y, ¡oh sorpresa!, el muro se transforma en un espejo y esta actitud hostil se vuelve hacia mí.
Recibo de mí mismo la actitud destructiva que había generado frente a tu conducta.
Esto es la retroflexión.
Me hago a mí mismo lo que quisiera hacerles a los demás. Retroflexionar es dañarme por no dañarte, acariciarme por no acariciarte, mirarme por no mirarte, matarme por no matarte.
Hay maneras evidentes de autohostilizarme.
Creo que las dos formas típicas de autoagresión hostil escondida, que tenemos con nosotros mismos, son la depresión y la culpa.
¿Cómo? La culpa (identificación con la (urgencia del otro) en realidad, carece de energía propia. La culpa es la retroflexión del resentimiento.
Si cada vez que me siento culpable frente a alguien busco dentro de mí, encontraré el resentimiento que tengo escondido para con esa persona.
Y si consigo sacarlo de mí, si consigo resolver este resentimiento (como dice Perls: la mordedura que no afloja, si consigo deshacerme de la emoción guardada, mi sentimiento de culpa termina.
Podré seguir apenado o triste o dolorido, pero no me sentiré culpable.
En el consultorio ya sea durante las sesiones individuales, grupales o en los laboratorios, gran parte de los ejercicios teatralizados tienden a permitir la evacuación de estos resentimientos. Tanto con los padres como con la pareja, estos resentimientos son verdaderas guestalts abiertas, situaciones inconclusas que impiden la emoción auténtica del aquí y ahora con el otro.
Dicho sea de paso, creo que este punto es el único (y no por eso poco importante), el único avance real que hemos hecho en relación con la educación de nuestros hijos.
Creo que seguimos (y seguiremos) cometiendo errores para con nuestros hijos que, de alguna manera, los dañarán. Sin embargo, a diferencia de nuestros padres o abuelos, siento que nuestra generación permite a los niños la rebeldía. Nosotros no forzamos a nuestros hijos a retroflexionar su bronca.
Y creo, además, que este permiso de rebeldía es lo que los salvará de nosotros.
Ningún padre puede evitar cometer errores cuando educa. Siempre digo antipáticamente que la “educación no es democrática”. Educar es también frustrar. Cuando le enseño a mi hijo a hacer pis en el inodoro, en forma inevitable lo estoy privando de una sensación que para él es placentera.
Socializar se parece a veces a domesticar.
¿Qué quiere decir esto? ¿Condenamos a nuestros hijos a estar mañana sobre un almohadón, frente a un terapeuta, pateándonos?
Es probable.
Si así fuera, no sería para mí tan grave.
De todas maneras, yo siento que ya que no podemos evitar dañarlos, nuestra única responsabilidad (además de avalarles la rebeldía), repito: la única responsabilidad respecto a este daño, es compensarlos.
¿Qué es compensarlos?
Amarlos, dejarlos que sepan de nuestro amor y, ¿por qué no?, “malcriarlos” de vez en cuando.