21 – Revelación

Quaid vio que la Mina Pirámide se alzaba como el Monte Cervino a un lado del cañón. Flotó, aparentemente separado de su cuerpo, contemplándolo.

– Entre -dijo Kuato, desde alguna parte de otra realidad.

Quaid descubrió que podía moverse simplemente con desearlo. Saltó a la ladera de la montaña; luego, como en un sueño, se adentró en el túnel que tenía a un costado. El túnel penetraba en las profundidades para acabar en un callejón sin salida en un agujero que había en la pared de piedra. Se deslizó a través del agujero y penetró en el abismo.

Una gigantesca estructura de metal parecía llenar el núcleo central de un foso negro. El foso de su sueño…, pero, de alguna forma, distinto. La estructura, a su manera, estaba viva, no muerta, y era dinámica más que pasiva. Ya la había visto antes y creyó que era algo muerto; ahora sabía que no era así.

Flotó hacia ella. Tenía enormes puntales de metal, como la estructura inferior arqueada de un puente.

Continuó su avance hacia el centro de la estructura y vio un bosque de gigantescas columnas de metal oxidado.

La voz de Kuato surgió otra vez.

– ¿Qué es?

Quaid no respondió. No le hacía falta; Kuato leía su mente. Las preguntas, simplemente, eran para centrar su atención.

Descendió a las profundidades, como si estuviera sujeto por un cable, igual que lo hiciera en el sueño. Pero, cuando pasaba por el punto en el que el sueño había terminado…

Sus manos, por voluntad propia, encontraron el cable que llevaba a la cintura y se cerraron a su alrededor. Se aferraron a él de forma automática y, de repente, fueron sacudidas hacia arriba cuando intentaron detener su caída. Casi perdió de cuajo los brazos en el momento en que soportaron todo el peso de la caída de su cuerpo. Incluso en la gravedad inferior de Marte, resultó un gran impacto. Dio vueltas, lastimándose…, y chocó contra la pared del abismo. La sacudida recorrió todo el traje, atontándolo. Los guantes resbalaron sobre el cable y empezó a caer de nuevo. Sabía que no podía permitirse eso; aún se hallaba a mucha distancia del fondo.

Le ordenó a sus manos que resistieran, sin importar el coste. Sin embargo, el precio resultó ser la pérdida de sentido. Sintió que una vez más daba vueltas hacia…


La galaxia estaba atravesada por líneas de comunicación y comercio. A un nivel interestelar, la velocidad de la luz limitaba ambas cosas; sin embargo, las especies que adoptaban el punto de vista a largo plazo eran las que prosperaban. Enviaban naves misioneras, con el conocimiento de que no verían ningún resultado durante las vidas de aquellos que iban a bordo, o las vidas de cualquiera de las criaturas supervivientes. Aun así, continuaron, ya que ésa era la naturaleza del punto de vista a largo plazo.

En realidad, la galaxia eran los escombros que estaban siendo arrastrados hacia el monstruoso agujero negro que había en su centro. Comenzó como una nube, se transformó en un quasar y sorbió el gas y el polvo de su entorno hacia sí misma, pues su apetito era insaciable. Durante el transcurso de miles de millones de años se había apagado un poco, ya que la sustancia que la rodeaba se había ido diluyendo; sin embargo, siguió siendo un sistema bien organizado.


Hauser recobró el sentido. Se hallaba en el fondo del abismo. Había experimentado un visión fugaz de un agujero negro pero, mientras su mente estuvo inconsciente, su manos, de forma inequívoca, le hicieron bajar a salvo.

Se separó del cable. Necesitaba libertad de movimientos para explorar. Luego subiría de nuevo y…

¿Y qué? Melina le había oído caer. Sabía que algo había ido mal, y habría ido en busca de ayuda. Debió decirle que todo estaba bien, aunque no pudo hacerlo a causa del golpe que le dejó medio inconsciente. No sabía cuánto tiempo había estado sin sentido. De modo que su misión…

¿Cuál era su misión? No conseguía recordarlo. Esa pérdida de orientación…

Ya retornaba a él. Lo que intentaba era averiguar algo acerca del artefacto alienígena. Qué era, qué hacía, quién lo dejó ahí, cualquier cosa. Así que Melina…

Fuera cual fuese el pensamiento que empezó a surgir en su cerebro, se vio reemplazado por otro. Amaba a Melina. Cerró los ojos y apretó una mano contra su frente. ¿Cómo podía haber permitido que ocurriera esto? Él era un profesional experimentado, no un recluta enamorado. Su amor por ella había sido una pose, un medio para llegar a un fin, el truco más viejo del libro. La había utilizado para infiltrarse en las fuerzas rebeldes de Kuato y había tenido éxito en ello, aunque no había conseguido localizar al propio Kuato. Ahora ya era hora de que el resto del plan entrara en acción. Ya era hora de que él regresara a Cohaagen, al mundo de intrigas y traiciones y fríos cálculos.

Pero parecía como si hubiera sido él el traicionado, por su corazón. Había experimentado la pérdida de control, de indiferencia, hacía tiempo, pero la había ignorado, la había reprimido, había intentado olvidarla. Ya no podía seguir haciéndolo. El valor y la determinación de Melina habían atravesado su armadura de amoralidad…, y despertado sentimientos en él que nunca antes había experimentado.

Quería a Melina. Ya no podía seguir negándolo. Y si traicionar a los rebeldes significaba perderla, entonces no podía traicionarles. No le importaba lo que Cohaagen pensara que era su misión. Estaba haciendo esto por ella.

Se preparó para explorar el aparato alienígena cuyos puntales se cernían sobre él en la casi oscuridad. Durante un momento pareció que comprendía a los alienígenas, sus naves misioneras, su punto de vista a largo plazo…, ¿o se trataba de algo que aún debía descubrir? Tenía los recuerdos entremezclados, y la cronología no se asemejaba a una línea recta. Los implantes de recuerdos eran como estratos superpuestos, uno dos tres, una turbulencia sináptica donde se molestaban mutuamente en los bordes…, ¿cómo podía estar seguro de lo que era real? Concéntrate en el nivel más bajo, excluye todo lo que aún no ha acontecido…

Encontró algo que podía ser un sendero, aunque para pies no humanos. La superficie era árida, casi como papel de lija, con ondulaciones entrecruzadas. Se parecía a una cinta que se enrollaba en su contorno, sin guardarieles, por lo que se veía obligado a agacharse para cruzar a otras cintas que pasaban por arriba. Acababa en un precipicio que caía en un agujero, donde reanudaba su trayecto unos cuantos centímetros más abajo. Era como si la cinta hubiera sido doblada en ángulos rectos y enderezada de nuevo en un nivel más bajo. Quienquiera que hubiera recorrido este camino no se preocupaba demasiado por la continuidad.

Bajó de un salto y reemprendió la marcha, con la firme determinación de averiguar adonde conducía este sendero. Por lógica tenía que ir a alguna parte y, quizá, le brindara una pista sobre la estructura alienígena. No se le ocurría mejor idea que ésa. El sendero parecía dispuesto a no satisfacerle. Giró en ángulo recto hacia arriba y continuó a lo largo de un techo bajo; luego giró en una esquina hacia la parte superior de una subestructura dentro del gigantesco complejo. Si esto era realmente un sendero, las criaturas que lo utilizaron debían tener patas como las de las moscas, de modo que pudieran subir por las paredes y andar por el techo.

¿Tenía algún sentido?

Perseveró y logró regresar al nivel de la superficie, de forma que pudo caminar de nuevo con normalidad. Siempre había un camino despejado hacia delante; a veces tenía que avanzar sobre manos y rodillas, aunque en ningún momento apareció bloqueado por completo. De ello dedujo que los alienígenas debían de tener la mitad de la altura de un nombre. Además, tampoco le temían a las alturas, ya que algunos senderos por los que pasó subían directamente por los costados de unas columnas muy altas. La idea de una mosca se hacía más fuerte y le desalentaba. ¿Las moscas podían ser constructoras? ¿Para qué construirían algo? ¿Algún armazón para la ventilación de la carroña?

Finalmente llegó a una especie de plaza central en la que convergían una serie de senderos. Había una columna chata en el centro, cubierta por lo que parecían unas tallas en relieve. Eran de todas las clases, e iban desde diseños geométricos clásicos hasta gotas de formas extrañas.

Giró a su alrededor, observando las figuras. Muchas se parecían a hormigas.

¡Hormigas! Las hormigas podían caminar por las paredes y los techos, y eran más largas que altas. Construían montículos y perforaban túneles a través de la madera. Poseían una sociedad bastante organizada e incluso libraban guerras, de la misma forma que el hombre. ¿Podían ser hormigas los alienígenas?

Entonces descubrió la imagen de un hombre. De inmediato se concentró en ella, con la sospecha de que la había malinterpretado por lo ansioso que estaba de vislumbrar algo familiar. Sin embargo, y sin lugar a dudas, se trataba de un hombre…, y a su lado, definitivamente, había una mujer. Las figuras estaban desnudas, y la femenina le recordó a Melina por la perfección de sus formas.

Melina…

Ya no le cabía duda: ¡cada vez se acercaba más! Sabía que esas tallas no habían sido labradas por el hombre; formaban parte de la estructura alienígena. Ellos las habían colocado allí. ¿Por qué?

¿Podía tratarse de un mensaje dirigido a la humanidad?

Lo estudió. Tanto el hombre como la mujer miraban más allá de la columna, con el interés reflejado en sus rostros. Hauser siguió la dirección de sus ojos. Allí, en la plataforma circular, había una cámara. Tenía, aproximadamente, el tamaño y la forma de un hombre.

Parecía una invitación bastante clara. Podía entrar en la cámara…, ¿y qué pasaría? ¿Lo conservarían para tenerlo como una referencia futura de un espécimen del Homo sapiens? El término significaba «hombre racional»; ¡pero él no estaba seguro de que sería muy racional emprender la acción que le invitaban a tomar!

Sin embargo, si los alienígenas habían estado al corriente de la existencia del hombre, también debían de saber cómo capturar a un espécimen si lo querían. No necesitaban montar una trampa para el alma aventurera que descubriera este oculto lugar.

Observó de nuevo las figuras talladas en la columna. ¿Podía tratarse de unos ejemplos de las muchas criaturas que los alienígenas habían conocido, los machos y las hembras de los sistemas de la galaxia? ¿Una pareja de cada una, como en el Arca de Noé? ¿O se trataba de una especie de monumento para que cada ser que lo visitara se encontrara representado en él?

Pero, ¿por qué?

Miró con mayor atención algunas de las otras figuras. Muchas resultaban indescifrables; no obstante, otras apenas eran reconocibles. Por ejemplo, había una pareja de perfectos Monstruos de Ojos Saltones, del tipo que usualmente se utilizaba en los videocómics para representar la Amenaza Maligna del exterior. Sus ojos saltones miraban hacia… una cámara que, evidentemente, estaba diseñada para contener a uno de ellos.

Una figura parecía un cruce entre una araña gigante y una serpiente pequeña. Seguro que también habría una cámara para ella.

Como en la Tierra no existían esas criaturas, y jamás habían existido, por todo lo que él sabía, los seres que aparecían aquí debían ser viajeros galácticos. ¡Jamás caerían en semejante trampa!

Entonces lo comprendió: ¡comunicación! Debía de tratarse de cámaras de comunicación, cada una para su respectiva especie. Quizá tuvieran un sistema central de telefonía, de modo que los viajeros pudieran llamar a casa o, por lo menos, averiguar dónde se encontraban los servicios locales.

¿Confiaba en los antiguos alienígenas?

¿Qué tenía que perder?

Hauser se acercó a la cámara del hombre y entró.

Se produjo un leve resplandor de luz verde y un medido cliqueteo, como si se activara un motor. Luego…


La galaxia estaba atravesada por líneas de comunicación y comercio…

¡Así que éste era el lugar de donde lo había recordado! La cinta de enseñanza de los alienígenas. Ahora lo tenía en su orden adecuado. Escuchó y observó, no con sus sentidos, sino con su mente.

En el borde de la galaxia, muy alejado aún de las fauces del agujero negro central, el polvo formaba una espiral y nacían nuevas estrellas. Algunas adquirieron sistemas planetarios; otras resultaron adecuadas para el desarrollo de la vida. Algunos de estos planetas «vivos» eran prospectivas para un nuevo comercio, para reemplazar aquellos que se perdían en el interior cuando sus sistemas penetraban en el horizonte de sucesos y se perdían para siempre. La experiencia les había mostrado que el proceso podía ser acelerado presentándoles una tecnología avanzada a los comerciantes incipientes, facilitando de ese modo su desarrollo hasta que se convertían en comerciantes plenos. De esta forma, la red de la galaxia se mantenía a un nivel constante, pese a la incesante pérdida de planetas avanzados. El aspecto y la química de las nuevas especies no importaban; los únicos requisitos eran que fueran capaces de dominar la tecnología avanzada y que la emplearan de un modo positivo.

El curso normal era que una especie comerciante se desarrollara después de varios miles de millones de años de vida en un planeta, siempre que algún cataclismo natural no la borrara de la superficie. Semejante especie podía avanzar desde la primera realización mental como fuerza comercial al viaje interestelar en unos pocos millones de años. Entonces, adquiriría los contactos galácticos y empezaría a realizar el intercambio en unos cientos de años…, siempre que se le proporcionara adecuadamente la tecnología. La posibilidad de que una especie que no recibiera ayuda alcanzara el estado comercial pleno era de una entre diez; aproximadamente la mitad llegaban a destruir sus planetas y, por lo tanto, a sí mismas antes de dar el salto al espacio. Muchas de las que quedaban perdían el interés y se alejaban de la investigación espacial, prefiriendo la seguridad del aislamiento. Sin embargo, las especies que recibían ayuda tenían un 50 por ciento de posibilidades, ya que eran asistidas en la primera oleada de su ambición y lograban completar el proceso antes de destruir su entorno con una guerra, el agotamiento de sus recursos o un accidente.

Sin embargo, esa ayuda tenía sus riesgos. A veces, a una especie que habría sido eliminada por una selección natural (destruyéndose a sí misma), se le permitía sobrevivir. Semejantes especies piratas podían embarcarse entonces en la destrucción de especies legítimas, empleando esa tecnología de una forma negativa en vez de positiva. Las especies piratas tendían a gustar de la conquista por sí misma, incapaces de apreciar las ventajas del intercambio normal. Si se les permitía continuar, tales especies sembrarían el mismo caos en la galaxia que aquél con el que asolaron su planeta madre, y todo culminaría en la destrucción a una escala mucho más amplia.

Sí, pensó Hauser, y la presentación se detuvo en el instante en que expresó su pensamiento privado, dándole tiempo para que asimilara el material a su propia manera. Dale una pistola a un niño, y quizás empezará a dispararle a otros niños. No era algo inteligente.

De modo que se tomaron precauciones, y resultaron efectivas. Una de ellas era exigirle a la especie prospectiva que consiguiera el vuelo espacial por iniciativa propia, antes de que se la ayudara; ello garantizaba que sólo una especie capaz de realizar un esfuerzo bien ejecutado y continuado, de naturaleza adecuada, se beneficiaría de ello. Otra fue la ocultación de la completa naturaleza de dicha ayuda, de modo que una especie poco curiosa jamás se beneficiara de ella. La tercera precaución no se especificaba.

Sin embargo, el tiempo en que se establecía la ayuda y la ejecución de la misma variaba de miles a millones de años. Era posible que no sólo los individuos que plantaban la ayuda, sino toda su especie, hubieran muerto antes de que las especies que las recibían se manifestaran como comerciantes. Una vez que se plantaba la ayuda, jamás se retiraba. No había una segunda oportunidad. Ello hacía que la decisión tomada resultara crítica.

Hauser volvió a reaccionar. ¡Antes de que un hombre le diera una pistola cargada a un niño, debería meditarlo con mucha cautela! En especial, si sabía que no tenía forma alguna de quitársela. Así, podía colocarla en un estante alto de modo que el niño no pudiera llegar a alcanzarla hasta que hubiera crecido; además, podía ocultar su naturaleza, de forma que el niño que no la inspeccionara con suma atención pudiera arrojarla sin haberla usado. Pero el niño que crecía y tenía la inteligencia de comprender la naturaleza de la pistola tenía la posibilidad de descubrir que se trataba de algo muy útil para mantener su hogar a salvo de los ataques.

No resultaba una analogía perfecta, aunque serviría. En ciertos aspectos, la humanidad era infantil, y ésta, evidentemente, era una construcción alienígena muy sofisticada, a una gran escala. Eso dejaba la tercera precaución. ¿No especificada? ¿Qué significaba eso? ¿Que variaba de acuerdo con las especies? Bueno, quizá lo averiguara una vez se descifrara todo.

Se relajó y dejó que continuara el espectáculo. Estaba a punto de descubrir lo que había venido a buscar, ¡y prometía ser algo mucho más grande de lo que imaginara!

El curso normal para una especie comerciante era crecer dentro de su propio planeta, conseguir el viaje interplanetario, recibir la ayuda, avanzar hacia el comercio galáctico, ayudar a nuevos prospectivos y retirarse cuando su sistema estelar se veía arrastrado hacia las fauces centrales de la galaxia. Había muchas variantes de este proceso, y la duración de las especies comerciantes difería ampliamente. Claro está que una especie podía sobrevivir a la destrucción de su sistema natal colonizando otros sistemas más alejados, y muchas lo hacían. Pero, en general, el corazón de una especie moría cuando perdían su sistema de origen, y éstas preferían expirar con él, dejándoles el proceso incesante de la civilización a aquellas que venían detrás.

Una de estas especies comerciantes eran los No'ui. Los No'ui eran especialistas en la plantación de ayudas, y lo habían hecho para una amplia gama de especies prospectivas. Resultaban muy buenos en construcciones importantes, y su fuerte era la química. Ninguna de sus ayudas fracasó por alguna causa inherente a su naturaleza; sus análisis y su tecnología eran seguros. Por esta razón, ellos fueron los encargados de proporcionar algunas ayudas a las prospectivas más difíciles.

La prospectiva actual era difícil. La exploración inicial reveló una especie de criaturas de cuerpo caliente, cuatro extremidades, no telepáticas y con dos sexos, que se mostraban inusualmente agresivas. Esta especie local (se produjo una pausa fugaz cuando el programa le permitió a Hauser llenar el espacio en blanco con «los humanos», ya que el nombre que les daban los No'ui no tendría ningún significado para él) avanzaba rápidamente en su planeta nativo de la «Tierra», y estaba desarrollando herramientas cada vez más sofisticadas. Se llegó a la conclusión de que esta especie de humanos conseguiría el viaje interplanetario en el plazo máximo de cincuenta mil años. Sin embargo, la posibilidad de que se convirtieran en comerciantes de éxito, a escala galáctica, sólo era de una entre tres, incluso con la ayuda.

Hauser emitió un silbido en el interior de su casco. ¡Una entre tres! Eso significaba que, según los parámetros de los No'ui, éstos creían que la humanidad tenía el doble de posibilidades de fracasar que de triunfar. ¡Doble o nada!

No obstante, la especie humana había llegado hasta aquí, y Hauser estaba descubriendo cuál era la naturaleza de la construcción alienígena. Tal como él lo entendía, eso significaba dos pasos dados de tres posibles. De forma que las probabilidades empezaban a equilibrarse, y quizás a resultarles favorables.

Éste es un No'ui, prosiguió la presentación. Apareció la imagen de una hormiga gigante, lo que confirmó la intuición de Hauser. Los No'ui eran criaturas de seis extremidades, cuerpos calientes, semitelépatas, y poseían dos sexos, lo cual los convertía en clones casi exactos de la especie humana, según los estándares galácticos. Anticipando su pregunta, el narrador mental se detuvo para ofrecer una imagen de un tipo de especie más apartada.

Era como una medusa que respirara fuego y con dos pinzas de langostino. Sin embargo, lo que de verdad la alejaba era su naturaleza mental. Pareció concentrarse en Hauser: y el estómago de Hauser se contrajo, su respiración se hizo jadeante, su corazón se saltó varios latidos y le dio un vuelco antes de reanudar algo parecido a una palpitación regular, y pareció como si estuvieran estirando su mente a los costados y doblándola sobre sí misma. Rápidamente estuvo de acuerdo: ¡los No'ui eran casi clones de ellos!

Entonces la presentación se orientó hacia el trabajo que realizó la enorme estructura. Los No'ui caminaban por las pasarelas y, claramente, sus patas se aferraban con firmeza a la superficie corrugada, de forma que podían andar erguidos, verticalmente y del revés con la misma facilidad. En realidad, sólo necesitaban tres o cuatro extremidades para caminar; las otras dos o tres se empleaban para fines distintos. Algunos conducían objetos flotantes a lugares asignados, mientras que otros usaban complejas herramientas para llevar a cabo cosas indescifrables. El lugar se parecía a un hormiguero, con un tráfico constante por los caminos, aunque no se producía ningún choque. ¿Eran todos caminos de dirección única? No; cuando dos individuos se cruzaban, uno de ellos se deslizaba por el borde y reanudaba la marcha por la parte inferior de la plancha hasta que la superior volvía a estar despejada. Como eran semitelépatas, mantenían una comunicación constante entre sí, y jamás se veían sorprendidos por ningún encuentro.

El plano se centró en un No'ui en particular. Se trataba de -una pausa para aplicar una designación adecuada desde la mente del receptor- Q'ad, un especialista en la demolición de estructuras temporales que ya no se necesitaban, de modo que sus elementos pudieran ser usados en estructuras nuevas. Q'ad empleaba un aparato que convertía la piedra y el metal en polvo, el cual era succionado y almacenado. Q'ad era un macho muy bien proporcionado. Era un experto en su especialidad, aunque no llevaba mucho tiempo en ella.

Hauser se detuvo en ese momento para reflexionar. Resultaba evidente que la presentación estaba siendo montada con el fin de que se relacionara con los conceptos que él comprendía. Los No'ui habían estudiado a la especie humana durante los dos últimos millones…, no, seguro que eran más bien unos cincuenta mil años, ya que era el hombre moderno, y no el primitivo, quien se había diseminado por toda la faz del planeta, empleando herramientas cada vez más sofisticadas. Sólo fue una adivinanza la edad que él le había adjudicado a este complejo; estaba claro que nadie utilizó ningún método moderno para establecer su antigüedad o, en caso de que lo hicieran, no anunciaron los resultados. En cualquier caso, los No'ui habían estudiado al hombre y conocían su naturaleza, por lo que prepararon la narración para que se relacionara con esos conocimientos. Sin embargo, muchos de los detalles eran improvisados en el momento. Por ejemplo, el nombre que le dieron fue Q'ad, no alienígena, de modo que pudiera aceptarlo con facilidad; se trataba de una variante alienígena de su nombre. ¿Cómo pudieron saber esos seres remotos que un hombre llamado Douglas Quaid Hauser vendría para observar esta presentación? La respuesta era que no podían haberlo sabido; pero dejaron un programa de ordenador telepático (o semitelepático…, aún no distinguía bien la diferencia; no obstante, después de ver al alienígena que no era un clon de ellos, no le interesaba adentrarse más en el asunto) para enseñarles el tema de la forma más expedita. ¡Eso llenaría volúmenes acerca de la sofisticación de los No'ui!

¡Y ellos sólo eran los plantadores de ayuda locales, en una galaxia llena de comerciantes! Simplemente, una especie típica que realizaba un trabajo menor antes de continuar hacia el próximo sistema que requería su ayuda. ¿Cómo podría competir con ellos alguna vez la especie humana? Sin embargo, los No'ui pensaban que estaban capacitados para hacerlo, siempre que lograran la cualificación para ello. ¿Seguían vivos los No'ui? Posiblemente, sí, en alguna parte de la galaxia, ya que habían adoptado el punto de vista a largo plazo.

Hauser se sintió fascinado y abrumado. ¡Quería conocer a los No'ui! Sabía que jamás lo haría, ya que, tal vez en ese instante, se encontraran a cincuenta mil años luz. Sin embargo, su mensaje casi era tan bueno como su propia presencia. Eliminó los pensamientos y volvió a sintonizar con la presentación.

Q'ad, en ese momento, no se hallaba trabajando como pulverizador. Se encontraba con M'la, su compañera presente, y llevaban su huevo a la enfermería del hormiguero para que lo incubaran. Los dos habían visto en el otro la posibilidad de un cruce superior, de modo que se unieron. Les quedaba poco para descubrir el resultado de sus esfuerzos.

El huevo tenía casi una cuarta parte de la masa de M'la; ella había perdido tiempo de trabajo en generarlo, pero era algo aceptable. Siempre se necesitaban buenos trabajadores nuevos. Establecieron turnos para llevarlo. Si su retoño era aceptado, sería una reivindicación para ambos.

La enfermería del hormiguero se hallaba a bastante profundidad del emplazamiento de la construcción, en la zona más elaborada. Resultaba arduo llevar el pesado huevo por el sendero vertical; las pinzas de sus patas no se aferraban bien, y tuvieron que emplear las seis extremidades para sostenerse, pegando el huevo a una de sus espaldas. Finalmente se vieron obligados a avanzar juntos, cada uno sosteniendo un extremo de la funda del huevo. Q'ad iba primero, llevando la parte frontal pegada a su parte trasera, mientras que M'la le seguía, con la parte trasera de la funda pegada a su cabeza, entre las antenas.

Para cuando llegaron al fondo, los dos estaban agotados; sin embargo, el huevo se hallaba a salvo. Estaba próximo a la eclosión; el movimiento, junto con el incremento de presión de las profundidades, le había afectado.

Lo llevaron a la reina de la enfermería. Ésta lo tocó con sus antenas y leyó la mente que empezaba a despertar en su interior. Ha llegado el momento, acordó. Como su especie no era telepática por completo, necesitaban formular unos pensamientos específicos para la proyección; las especies totalmente telepáticas poseían una comprensión global sin necesidad de hacer eso.

Deseamos estar presentes, pensó Q'ad.

Ella se detuvo, a punto de alzar el huevo.

¿Sois conscientes de que la posibilidad para que un recién nacido en esta región se cualifique es de una entre tres?

Sí, respondieron al unísono.

La radiación que había allí provocaba una incidencia importante en las mutaciones incontroladas, y hasta que no establecieran un escudo atmosférico se veían confinados a las profundidades, donde, aun así, existía el peligro de que sus huevos resultaran dañados. Q'ad, en una ocasión anterior, había criado uno con L'ri, y el huevo fracasó y fue destruido, salvando sus elementos como comida. Sin embargo, con M'la los auspicios parecían mejores.

Hauser se detuvo de nuevo, interrumpiendo la presentación con su pensamiento activo. ¿L'ri? ¡Eso aún no había tenido lugar! Lo que significaba que incluso el recuerdo de la experiencia estaba siendo modificado, con el fin de que sintonizara con los nombres y acontecimientos que se relacionaban mejor con su percepción actual. Para el Hauser original, el nombre había sido distinto. El programa alienígena seguía en su mente, operando todavía a su manera especial. La técnica de implantación de recuerdos de los No'ui se comparaba con el método de Rekall lo mismo que un holograma tridimensional con una pequeña pantalla plana de televisión. Estaba asombrado.

Entonces, podéis ser testigos, pensó la reina. Sin embargo, sólo recibiréis; vuestras emisiones serán frenadas.

Lo comprendemos.

Se dirigieron a una cabina de recepción. Sabían por qué bloquearían sus emisiones; de lo contrario, quizás intentaran influir en las respuestas de su vástago.

Contemplaron la pared de la cabina, que reproducía la visión y el pensamiento de la cámara de incubación. El huevo se encontraba allí, y ya empezaba a despertar a medida que los pensamientos propicios de la cámara le afectaban. El huevo osciló, luego se resquebrajó y, finalmente, se abrió. El retoño salió de su interior y se secó en la atmósfera brillante de la luz recreada de su estrella natal de No'ui. Esa estrella se hallaba a cien mil años luz de distancia, y nadie de la tripulación de esta misión la había visto jamás; no obstante, seguía siendo su hogar. Cuando esta misión de ayuda concluyera, quizá dentro de otros cien mil años, sus lejanos descendientes regresarían a casa. ¡Ese era su sueño!

El vástago era un macho, y parecía sano; la exploración holográfica lo verificó: no había ninguna mutación física. Q'ad sintió el alivio de M'la; ya habían salvado el primer obstáculo.

Sin embargo, ahora se produciría el interrogatorio, lo cual era mucho más crítico. Un leve defecto físico podía ser tolerado, como un par adicional de extremidades; pero no ocurriría lo mismo con un defecto mental importante.

Retoño: ¿cuál es tu naturaleza?, surgió el pensamiento de la reina.

El vástago había estado caminando de forma experimental alrededor de la cámara, coordinando sus seis patas. Respondió de inmediato, ya que los No'ui nacían con una memoria genética.

Soy un macho No'ui.

¿Cuál es tu objetivo?

Servir la voluntad de mi especie.

¿Cuál es la transformación planetaria?

El retoño vaciló, y tanto Q'ad como M'la se pusieron rígidos. ¿Habría funcionado la transferencia técnica?

Es la adaptación de un planeta hostil a una fase compatible, respondió el vástago. Q'ad y M'la se relajaron de nuevo.

Dada una cantidad suficiente de ácido hidrazoico y agua, ¿cómo generarías una atmósfera de unas tres cuartas partes de nitrógeno y una cuarta parte de oxigeno?

El retoño se detuvo otra vez. Esto no sólo era una información técnica, sino que era un ejercicio de aplicación. Si el retoño salía con bien de esta situación, mentalmente quedaría cualificado.

¿Se me permite una pregunta?

Permitida.

¿Existen los medios para una fusión nuclear?

¡Lo estaba consiguiendo!

Existen.

Entonces iniciaría una reacción de fusión controlada para obtener energía, pensó con cuidado el retoño. Utilizaría esa energía para separar los componentes del ácido hidrazoico en una parte de hidrógeno y tres partes de nitrógeno. También separaría los componentes del agua en dos partes de hidrógeno y una de oxígeno. Esto contendría tres partes de hidrógeno, tres partes de nitrógeno y una parte de oxígeno. Entonces mezclaría el hidrógeno con el helio por medio de una fusión nuclear prolongada, dejando el nitrógeno y el oxígeno en las proporciones adecuadas. Almacenaría el helio sobrante en estado sólido para algún posible uso futuro.

¡Q'ad y M'la realizaron una pequeña danza de júbilo! ¡Lo había conseguido! Claro que se trataba de una respuesta muy simplificada; pero, ¿qué se podía esperar de un retoño sin ninguna experiencia del universo? Ya aprendería todo lo necesario. Dos partes de la prueba habían concluido.

Sin embargo, la tercera podía representar el fracaso. De nuevo se pusieron tensos.

Explica este concepto: (FIGURATIVO)

El vástago se detuvo y, nuevamente, Q'ad y M'la se pusieron rígidos.

Las antenas del retoño palpitaron. Luego relajó su pequeño cuerpo.

No soy capaz.

¿Por qué no eres capaz?

Se trata de un concepto ajeno a mi naturaleza.

Las antenas de Q'ad tocaron las de M'la en una expresión de puro gozo. ¡Su vástago había cualificado!

Abandonaron la cámara. Ya no tendrían más contacto con su vástago, a menos que, más adelante, se le asignara al mismo proyecto en el que trabajaban ellos. Su parte había sido hecha: habían producido un verdadero individuo No'ui.

Pero el episodio le recordó a Q'ad el concepto alienígena. ¿Qué significaba? Ya se había esforzado en ello con anterioridad; sin embargo, siempre permaneció más allá del alcance de sus antenas. Parecía sugerir que algo no era precisamente de la forma en que estaba representado, sino que indicaba su esencia. Eso era incomprensible. Una cosa era o no era; no podía aproximarse a algo que no fuera el sentido puramente físico, como en el caso de un cálculo en vez de una suma directa. No obstante, daba la impresión de que el lenguaje verbal de la especie humana utilizaba este concepto, y los humanos lo entendían. Claro está, eran primitivos; quizá eliminarían semejantes términos sin sentido de su vocabulario a medida que maduraran. Aun así, le molestaba que una especie primitiva pudiera comprender un concepto que le estaba vedado a todos los No'ui.

Q'ad y M'la eran ahora libres de regresar a sus tareas. Pero, con el tiempo, volverían a aparearse, ya que su combinación había demostrado ser fructífera. Cada uno había justificado su esfuerzo al producir un retoño viable en este entorno hostil.

Q'ad descubrió que le habían asignado un trabajo en la superficie. Se acercaban al momento en el que llevarían a cabo la prueba de la transformación, y debían realizarse ciertas modificaciones en el paisaje. M'la se pondría a trabajar con las plantas genéticamente modificadas que serían capaces de plantar sus raíces en la arena de este árido planeta. Los dos tenían que llevar trajes espaciales, ya que hasta que el proyecto no se completara no existía una atmósfera suficiente que les pudiera sustentar. En realidad deberían usar trajes cuando se estableciera la atmósfera porque, claro está, no serían capaces de respirar la mezcla alienígena.

Entonces, la presentación abandonó a Q'ad y a M'la y enfocó el planeta desde el exterior, mostrando el instante de su transformación momentánea. Se generó una atmósfera de la forma general descrita por el retoño, rica en oxígeno, aunque adecuada para el mantenimiento de los humanos. Fluyó el agua, y las plantas especiales florecieron. El reactor nuclear extendió elementos a lo largo de todo el planeta, que se emplearon para disipar el enorme calor, al mismo tiempo que hacían bajar la temperatura de la superficie al nivel requerido por las plantas, que se encontraba entre los puntos de congelación y vaporización del agua que ya se acumulaba en las hondonadas.

La prueba resultó un éxito; era evidente que la especie humana sería capaz de vivir en la superficie del planeta si llegaba a activar los mecanismos ya preparados. Los No'ui los desconectaron y devolvieron el planeta a su condición anterior, salvo que el fluir del agua había cambiado algunas de sus características de forma irrelevante. Se eliminaron las plantas; se almacenaron sus semillas, que serían dispersas cuando el sistema fuera activado en el futuro por los colonizadores humanos. La activación en sí misma resultaría sencilla; el complejo estaba preparado para que cobrara vida en el momento en que se llevara a cabo una acción determinada. Hauser recibió con claridad cuál debía ser ésta. Él podría ponerla en práctica con suma facilidad.

Pero, ¿cómo sabían que los humanos serían unos comerciantes adecuados?, se preguntó Hauser. ¿Y si maltrataban el equipo?

En respuesta a ello, vio una representación del planeta Marte, con la Montaña Pirámide en relieve: el emplazamiento del reactor nuclear que les viera construir y donde él, ahora (en el recuerdo), se hallaba de pie, recibiendo esta representación. Existían tres cursos a tomar: se podía emplear en su intención original, y no sólo transformaría el planeta de modo que resultara habitable para la especie humana, sino que les desvelaría sus secretos tecnológicos a los humanos, permitiéndoles así catapultar a la especie hacia el espacio galáctico, convirtiéndose en comerciantes establecidos. O podía ser ignorada, en cuyo caso la especie humana emprendería su camino hasta donde llegara, con la posibilidad de adquirir el status de comerciantes en un milenio próximo. O se la podía emplear de forma errónea, en cuyo caso se destruiría. Apareció un pequeño símbolo de una nova que, evidentemente, indicaba la destrucción.

En ese momento, el programa se dirigió a él de forma directa: Ve a comunicárselo a tu especie, D'gls Q'ad H'sr. Hazles comprender que la elección depende de ella. Nosotros, los No'ui, dejamos la cuestión a vuestras extremidades.

La presentación concluyó. Hauser se encontró de pie en la cabina, y de nuevo sólo era eso, una simple cabina. La presencia alienígena había desaparecido.

Durante un tiempo permaneció allí, abrumado. Sabía que el mensaje poseía unos niveles que le llevaría horas, semanas o años comprender por completo. Ahora mismo conocía la finalidad que cumplía el complejo y la forma de activarlo. Con ello bastaba.

También sabía que, fueran cuales fuesen las lealtades que tuviera en el pasado, habían sido anuladas por los No'ui. Ahora él era su emisario.

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