15

Había envuelto la jaula de Rex en una gran manta azul para que no se resfriara mientras lo transportaba. Lo saqué cuidadosamente del asiento delantero del Buick y cerré la puerta con el trasero. Qué agradable volver a mi apartamento. Y qué agradable sentirme a salvo. Kenny estaba entre rejas y yo esperaba que siguiese así por mucho tiempo. Con suerte, toda la vida.

Yo y mi hámster subimos en el ascensor. Las puertas se abrieron en el primer piso y cuando salí me sentí enormemente a gusto. Me encantaba mi pasillo, me encantaba el señor Wolesky y me encantaba la señora Bestler. Eran las nueve de la mañana e iba a ducharme en mi propio cuarto de baño. Me encantaba mi cuarto de baño.

Abrí la puerta. Más tarde iría a la oficina para recoger mi comisión. Luego iría de compras. Quizá comprase una nevera nueva.

Puse la jaula de Rex sobre la mesita, al lado del sofá, y descorrí las cortinas. Me encantaban mis cortinas. Permanecí quieta allí por un rato, admirando la vista que tenía del aparcamiento y pensando que también me encantaba el aparcamiento.

Mi hogar, pensé. Tranquilo. Intimo.

Alguien llamó a la puerta.

Acerqué el ojo a la mirilla. Era Morelli.

– Supuse que querrías enterarte de los detalles.

Abrí y di un paso atrás.

– ¿Kenny ha cantado?

Morelli entró en el recibidor. Su postura era de relajamiento, pero sus ojos escudriñaban todo lo que lo rodeaba. Siempre el poli.

– Lo suficiente para armar el rompecabezas. Resulta que había tres conspiradores, como pensamos… Kenny, Moogey y Spiro. Cada uno tenía llave del depósito del guardamuebles.

– Uno para todos y todos para uno.

– Más bien nadie confiaba en nadie. Kenny era el cerebro. Planificó el robo y tenía un comprador en el extranjero para las municiones robadas.

– Los números de teléfono de México y El Salvador.

– Sí. También le dieron un sustancioso adelanto.

– Que se gastó enseguida.

– Así es. ¿A que no adivinas qué pasó cuando fue al almacén a prepararlo todo para el transporte?

– No había nada.

– Has acertado de nuevo. ¿Por qué llevas la cazadora puesta?

– Acabo de llegar. -Volví la cabeza hacia el cuarto de baño, con expresión anhelante. Estaba a punto de ducharme.

– Ya veo.

– Nada ya veo. Habíame de Sandeman. ¿Qué pitos tocaba?

– Sandeman oyó algunas conversaciones entre Moogey y Spiro y sintió curiosidad. De modo que echó mano de una de las múltiples habilidades adquiridas durante su vida de delincuente, sacó la llave del depósito del llavero de Moogey y, mediante un largo proceso de eliminación, encontró el guardamuebles.

– ¿Quién mató a Moogey?

– Sandeman. Se puso nervioso. Creyó que Moogey acabaría por entender lo del camión de la mueblería que tomó prestado.

– Y Sandeman, ¿se lo explicó todo a Kenny?

– Kenny puede ser muy persuasivo.

No me cabía duda.

Morelli jugueteó con la cremallera de mi cazadora.

– Hablando de la ducha…

Tendí el brazo y señalé la puerta con un dedo.

– Fuera.

– ¿No quieres enterarte de lo de Spiro?

– ¿Qué hay de Spiro?

– Todavía no lo hemos pillado.

– Seguro que se ha metido bajo tierra.

Morelli hizo una mueca.

– Es el sentido de humor de los enterradores -añadí.

– Otra cosa. Kenny contó algo interesante sobre cómo se inició el fuego.

– Mentiras. Puras mentiras.

– Podrías haberte evitado muchas situaciones incómodas si hubieses conservado el micrófono en el bolso.

Entrecerré los ojos y me crucé de brazos.

– Más vale olvidarse de ese tema.

– ¡Me dejaste con el culo al aire en medio de la calle!

– Te di tu pistola, ¿no?

– Tendrás que darme más que eso, cariño.

– Olvídalo.

– Ni lo sueñes. Me debes una.

– ¡No te debo nada! Si alguien debe algo a alguien, eres tú a mí. ¡He capturado a tu primo!

– Y entretanto quemaste la funeraria de Stiva y destruíste miles de dólares de propiedad gubernamental.

– Bueno, si vas a ponerte quisquilloso…

– ¿Quisquilloso? Cariñito, eres la peor cazadora de fugitivos de la historia.

– ¡Basta! Tengo cosas mejores que hacer que estar aquí escuchando tus insultos.

Lo empujé fuera de mi apartamento, hacia el pasillo, cerré de un portazo y eché el cerrojo. Presioné la nariz a la puerta y miré por la mirilla.

Morelli sonrió maliciosamente.

– Es la guerra -le grité.

– Qué suerte la mía -contestó-. Soy bueno dando guerra.

Загрузка...