EPÍLOGO

1960

Un hombre joven, tocado apenas de algunas canas y una sombra en la mirada, camina al sol del mediodía entre las lápidas del cementerio bajo un cielo prendido en el azul del mar.

Lleva en sus brazos a un niño que apenas puede entender sus palabras pero que sonríe al encontrar sus ojos. Juntos se acercan a una modesta tumba apartada en una balaustrada suspendida sobre el Mediterráneo. El hombre se arrodilla frente a la tumba y, sosteniendo a su hijo, le deja acariciar las letras gravadas sobre la piedra.


ISABELLA SEMPERE 1917-1939


El hombre permanece allí un rato en silencio, los párpados apretados para contener el llanto.

La voz de su hijo le devuelve al presente y al abrir los ojos ve que el niño está señalando una pequeña

figura que asoma entre los pétalos de flores secas a la sombra de una vasija de cristal al pie de la lápida. Tiene la certeza de que no estaba allí la última vez que visitó la tumba. Su mano busca entre las flores y recoge una estatuilla de yeso tan pequeña que cabe en un puño. Un ángel. Las palabras que creía olvidadas se abren en su memoria como una vieja herida.

Y si algún día, arrodillado frente a su tumba, sientes que el fuego de la rabia intenta apoderarse de ti, recuerda que en mi historia, como en la tuya, hubo un ángel que tiene todas las respuestas…

El niño intenta asir la figura del ángel que reposa en la mano de su padre y al rozarla con sus dedos la empuja sin querer. La estatuilla cae sobre el mármol y se quiebra. Es entonces cuando lo ve. Un pliego diminuto oculto en el interior del yeso. El papel es fino, casi transparente. Lo desenrolla con los dedos y reconoce la caligrafía al instante:

Mauricio Valls

El Pinar

Calle de Manuel Arnús

Barcelona

La brisa del mar se alza entre las lápidas y el aliento de una maldición le acaricia el rostro. Guarda el papel en su bolsillo. Al poco deja una rosa blanca sobre la lápida y rehace sus pasos con el niño en sus brazos hacia la galería de cipreses donde le espera la madre de su hijo. Los tres se funden en un abrazo y cuando ella le mira a los ojos descubre en ellos algo que no estaba allí instantes atrás. Algo turbio y oscuro que le da miedo.

– ¿Estás bien, Daniel?

Él la mira largamente y sonríe.

– Te quiero -dice, y la besa, sabiendo que la historia, su historia, no ha terminado.

Acaba de empezar.

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