Capítulo 13

– Han pasado doce horas -dijo Jack con ganas de gritar a las personas reunidas en su despacho.

Allí se encontraba la mayor parte del equipo de Samantha, el personal del departamento de informática, David y la señorita Wycliff.

– Doce horas desde que se ha caído la página y a nadie se le ha ocurrido llamarme -insistió furioso.

A sus palabras siguió un incómodo silencio.

– Todo el mundo tiene el número de teléfono de mi casa, pero si no llega a ser por la señorita Wycliff no me entero de lo que estaba sucediendo. ¿Se puede saber cuándo me lo ibais a contar?

– La página se cayó ayer por la mañana y no estamos seguros de por qué -le explicó Roger-. Tengo un equipo investigando. Son buenos, saben lo que hacen, consiguieron volver a poner la página en marcha en tan sólo dos horas…

– ¿Vinculada a una página porno? -contestó Jack de manera sarcástica-. Tal vez, habría sido mejor esperar hasta que nuestros contenidos hubieran estado listos, ¿no te parece?

Roger tragó saliva.

– Se podía acceder a nuestros contenidos, el problema no es ése, el problema es que cuando una persona pone la dirección de nuestra página va directamente a la página porno que tú dices. Nuestra página web está perfecta.

– Yo no la describiría así en estos momentos -dijo Jack girándose hacia Arnie-. ¿Has tomado medidas?

– Sí, en cuando me enteré de lo que estaba pasando me vine para acá y, ahora, cuando una persona se mete en nuestra página web sale mensaje de error. Menos mal.

– ¿Sabemos qué es lo que ha pasado?

Nadie contestó.

– ¿Sabemos cuánto nos va a afectar esto? -le preguntó a su tío.

– Todavía es demasiado pronto para saberlo – contestó David-. Así por encima, yo diría que unos dos millones de niños habrán visto la página porno.

– ¿Dos millones? -se lamentó Jack-. Madre mía, se suponía que nuestra página era algo para ayudarlos y hemos hecho todo lo contrario.

– Puede que nuestras acciones en Bolsa se resientan levemente, pero nos recuperaremos -se le ocurrió decir a alguien.

– ¿Y a mí qué me importan las acciones? -gritó Jack-. Por mí, como si la empresa sale de Bolsa mañana mismo. ¿Qué han dicho nuestros abogados? Supongo que el lunes por la mañana vamos a tener unas cuantas demandas sobre la mesa -añadió mirando a David.

– Ya he hablado con ellos y están trabajando.

– Bien.

– Jack, me gustaría dar mi opinión al respecto – sugirió Arnie-. Yo no creo que lo que ha pasado haya sido culpa nuestra. Es cierto que nuestra página se cayó, pero, cuando conseguimos que el servidor volviera a trabajar, funcionaba bien. Los técnicos que se ocuparon no vieron la página porno porque no estaba. Alguien ha entrado en nuestro servidor.

– ¿Me estás diciendo que alguien ha estropeado la página desde fuera?

Arnie se encogió de hombros.

– Deberíamos contemplar esa posibilidad.

Una hora después, tras haberle indicado a todo su equipo que los quería allí a las seis de mañana, Jack dio por finalizada la reunión.

Samantha no se podía mover del sofá.

– Esto es un desastre -comentó Jack dejándose caer en una butaca.

– Me siento fatal -contestó Samantha completamente abatida-. No me puedo creer que haya sucedido una cosa así. Habíamos revisado el sistema de seguridad una y otra vez y, de hecho, no ha sido eso lo que ha fallado. La página era segura, han entrado por el servidor.

– Da igual por dónde hayan entrado, el problema es que Hanson Media Group es responsable de lo que ha sucedido.

– Ya lo sé -suspiró Samantha-. ¿Quién habrá sido? ¿Por qué lo habrá hecho?

– No tengo ni idea, pero lo voy a averiguar y el culpable será juzgado, de eso me encargo yo personalmente.

Samantha sintió unas terribles ganas de llorar, pero se controló.

– A mí todo esto me huele a venganza personal.

– A mí, también -contestó Jack-. ¿Quién me odiará tanto?

– ¿Tiene que ser a ti? Podría ser un empleado que hubiera sido despedido y odiara a la empresa. A lo mejor es un enemigo de tu padre o de alguno de tus hermanos. ¿Se te ocurre alguien?

– No -contestó Jack bajando la mirada.

– Lo siento mucho, Jack. Yo creía que la nueva página web iba a ser la respuesta a todos los problemas de la empresa y mira lo que ha pasado.

– Tú has hecho un trabajo maravilloso.

– Sí, pero se me ha pasado por alto que alguien podía entrar en nuestro servidor -se lamentó Samantha.

En aquel momento, llamaron a la puerta.

– Está aquí la policía -anunció la señorita Wycliff.

– ¿La policía? -exclamó Samantha.

– Sí, era de suponer -suspiró Jack-. Anda, vete al despacho de David y dile que te lleve a casa.

– No, prefiero quedarme contigo. No quiero que tengas que enfrentarte a la policía tú solo.

– No te preocupes -contestó Jack acariciándole la mejilla-. Ya tendrás ocasión de contestar a sus preguntas mañana por la mañana. Vete a casa y descansa un poco.

Samantha salió del despacho de Jack y vio a varios agentes de policía en el vestíbulo. Mientras iba hacia el despacho de David, se dijo que era imposible que estuviera sucediendo aquello, que era una pesadilla.


Jack durmió un par de horas la noche del domingo, pero volvió a la oficina antes de las cinco de la mañana del lunes porque, además del desastre de la página web, tenía que seguir encargándose de la empresa.

La reunión de emergencia del Consejo de Administración era a las nueve y también tenía que reunirse con el departamento jurídico porque era de prever que hubiera más de cien demandas interpuestas contra ellos.

Si aquello no hundía la empresa, poco iba a faltar.

Le sorprendió ver a Roger esperándolo en la puerta de su despacho.

– ¿Has venido a confesar? -le espetó arrepintiéndose al instante.

– Yo no he sido -contestó Roger-. Si es necesario, estoy dispuesto a pasar por el detector de mentiras.

– Perdón -se disculpó Jack-. No debería haber dicho eso, no tengo razón para sospechar de ti.

– Supongo que todos los que tenemos conocimientos técnicos somos sospechosos en estos momentos -contestó Roger entregándole un vaso de café.

A Jack lo sorprendieron tanto el café como sus palabras.

– Yo tenía la impresión de que eras más un gestor que un técnico.

Roger probó el café y se encogió de hombros.

– La primera experiencia que tuve con un ordenador fue para hacer solitarios de cartas, pero desde entonces ha llovido mucho y ahora soy perfectamente capaz de programar exactamente igual que cualquiera de los chicos.

Jack intentó dilucidar por qué se había hecho la idea de que Roger no tenía conocimientos técnicos.

– Llevamos toda la semana investigando. Como sospechaba desde el principio, no ha sido nuestra página web la que ha fallado, los contenidos nunca han cambiado y no han secuestrado la dirección. Lo que ha sucedido es que alguien se ha metido en el servidor y lo ha puesto patas arriba. Cuando el servidor empezó a redirigir a los usuarios una vez puesta en marcha de nuevo nuestra página, fue directo a una página porno.

– ¿Sabemos quién lo ha hecho?

– Todavía no, pero yo creo que ha sido algo personal.

– ¿Algo más?

– El agente de policía que se está encargado del caso me ha dicho que a lo mejor los federales también se interesan.

«Lo que nos faltaba», pensó Jack.

– Muchas gracias por todo, Roger -le dijo-. No te vayas muy lejos porque, aunque ahora tengo una reunión de emergencia con el Consejo de Administración, a lo mejor, luego te necesito.

Una vez a solas, Jack se preguntó por qué de repente Roger, que había permanecido en un más que discreto segundo plano desde que él había llegado, daba un paso al frente para ayudar en una crisis.

¿Sería por remordimientos o porque era de aquellas personas que necesitaban una situación difícil para demostrar lo que valían?

La reunión con el Consejo de Administración fue espantosa. Al terminar, Jack se dirigió a su despacho a comer algo porque en menos de una hora tenía que entrevistarse con los abogados de la empresa.

– Dile a Samantha que quiero hablar con ella ahora mismo -le indicó a su secretaria al entrar.

Mientras Jack se tomaba un sándwich que le había llevado la señorita Wycliff, apareció Samantha.

– ¿Qué tal? -quiso saber.

– No muy bien -contestó Jack sinceramente-. Están como locos, quieren hablar con todo el mundo, incluso contigo.

Samantha asintió.

– Lo suponía. Yo soy la responsable del proyecto. ¿Cuándo me quieren ver?

– Esta tarde.

– Muy bien.

Jack la miró y se dio cuenta de que estaba cansada, claro que todos lo estaban porque habían sido un par de días muy duros.

– Te van a hacer un montón de preguntas -dijo Jack tomándola de la mano y sentándose a su lado en el sofá-. Estate tranquila y contéstalas lo mejor que puedas. Sería de gran ayuda tener cierta información para respaldar tus respuestas.

Samantha lo miró con el ceño fruncido.

– ¿Qué tipo de información?

– Tus notas. Tienes que explicarles cómo se te ocurrió la idea de la página web, vas a tener que hablarles en detalle de todas las reuniones que tuviste con tu equipo y con el departamento de informática, incluso si tienes las transcripciones de las reuniones…

– No tengo nada de eso. No es nuestra manera de trabajar. Somos un equipo de creativos. A veces, se nos ocurren las ideas jugando al baloncesto en el pasillo, ya lo sabes.

– Sí, pero los del Consejo de Administración no son nada creativos, te lo aseguro, así que les vas a tener que justificar muchas cosas. Por ejemplo, estaría bien que pudieras presentar los correos electrónicos en los que asignabas a cada miembro del equipo su tarea.

– Imposible, nunca hemos funcionado así.

– Bueno, olvídate de lo que te he dicho -recapituló Jack acariciándole la mano-. Te van a freír a preguntas, pero no te dejes intimidar.

– No tengo nada que ocultar… ¿acaso creen que he sido yo? -preguntó nerviosa.

– Creen que ha sido cualquiera -contestó Jack-. Lo que pasa es que, como tú eres la encargada del proyecto, se han fijado en ti. Yo confío en ti por completo.

– Ya sabes que yo nunca…

Jack la interrumpió con un beso.

– No hace falta que lo digas. Sospecharía antes de mí que de ti. Simplemente, ten en cuenta que el Consejo de Administración está furioso y que van a ir por ti, pero nada más.

– Va a ser un encuentro de lo más agradable – intentó sonreír Samantha.

– Si las cosas se ponen muy desagradables, ven a buscarme. No dejes que te intimiden, son los miembros del Consejo de Administración, pero eso no quiere decir nada, son gente normal.

– Lo tendré en mente.


– ¿Cómo se le ocurrió la idea de ampliar la página web, señorita Edwards?

– Cuando me enteré de que esta empresa estaba buscando una persona para hacerse cargo del departamento creativo de Internet, estuve varios días investigando sobre su actual estado en el mercado y me di cuenta de que los beneficios no habían sido tan buenos como en otros momentos y fue entonces cuando vi claro que lanzar otra revista no sería la solución. Lo mejor era una expansión vía Internet porque es mucho más barato y mucho más rápido.

– ¿Se había encargado antes del lanzamiento de una página web? -le preguntó un hombre.

– Había formado parte del equipo de lanzamiento, pero nunca había estado a la cabeza -admitió Samantha.

– ¿Cómo llegó usted a trabajar en esta empresa? -quiso saber Baynes.

– Me enteré de que estaban buscando una persona para hacerse cargo de mi departamento y me interesó el trabajo.

– ¿Cómo se enteró?

– Por Helen Hanson -contestó Samantha rezando para que no metieran a Helen en todo aquello.

– ¿Desde cuándo conoce a Helen?

– La conozco hace más de veinte años.

Los miembros del consejo se miraron atónitos.

– ¿Tenía celos de ella? -le preguntó una mujer elegantemente vestida-. ¿Le daba envidia su matrimonio y el dinero que tenía?

– ¿Cómo? -se extrañó Samantha-. ¿Qué tiene que ver mi relación con Helen con la página web?

– Estamos buscando un motivo, señorita Edwards.

– Yo no he sido -se defendió Samantha-. Me encanta mi trabajo y jamás pondría en peligro a los niños. De hecho, ésa ha sido la prioridad absoluta de mi equipo, que los niños estuvieran siempre en una página segura. Quiero que sepan que la página estaba perfectamente diseñada y que lo que ha ocurrido ha sido porque alguien ha entrado en el servidor. Ha sido un ataque desde fuera, no podíamos evitarlo.

– ¿Cómo que no? Tendría que haber pensado en ello, señorita Edwards -le espetó Baynes-. Claro, si no hubiera estado usted tan pendiente de hacerse famosa…

– ¿Qué?

– Sí, ya hemos visto lo mucho que le gusta a usted tener contacto con la prensa.

– De eso, nada. No me gustaba nada, pero era la directora del proyecto y no me quedaba más remedio que representar a la empresa.

– Algo de lo que normalmente se encarga David Hanson.

– Trabajamos juntos.

– Eso dice usted.

Samantha vio claro de repente que aquellas personas habían decidido que necesitaban una cabeza de turco y que iba a ser ella.

– Por mucho que busquen, no van a encontrar ningún motivo que me haya llevado a sabotear esta empresa porque yo no he tenido nada que ver con lo que ha sucedido. No tengo absolutamente nada en contra de esta empresa ni de ninguno de sus empleados. Me contrataron para hacer un trabajo y lo he hecho lo mejor que he podido.

– Hemos hablado con su ex marido, señorita Edwards. Nos ha dicho que es usted una persona emocionalmente muy inestable y nos ha contado cómo, después de separarse de él sin razón aparente, pidió el divorcio y luego cambió de opinión y le dijo que quería volver con él. Además, por lo visto, ha amenazado usted a sus hijos.

Samantha se sintió como si le hubieran dado un tiro en el corazón. Maldito Vance. Le había jurado que algún día se vengaría de ella y ahora Baynes se lo había puesto en bandeja.

– Mi ex marido miente, pero da igual lo que yo les diga porque no están dispuestos a creerme -contestó intentando mantener la calma-. ¿Qué quieren de mí?

– Su dimisión -contestó Baynes.

Claro, así podrían publicar que habían encontrado al culpable y habían depurado responsabilidades. Al Consejo de Administración no le importaba en absoluto averiguar quién había sido el verdadero culpable, solamente querían salvar el precio de las acciones de la empresa en Bolsa.

– Quieren que dimita porque no tienen ninguna razón para despedirme.

– Ya se nos ocurrirá alguna, le aseguro que no tardaremos mucho. Sin embargo, si se va usted por las buenas, no filtraremos a la prensa lo que nos ha dicho su ex marido.

Samantha no sabía qué hacer. Su instinto le decía que luchara, pero sospechaba que, si se quedaba, no haría sino complicarle las cosas todavía más a Jack.

Podría vérselas con las mentiras y las amenazas pero no quería hacerle daño a Jack.

– Está bien, presentaré mi dimisión.

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