Capítulo 3

Casi una semana después, Jack estaba sentado en su despacho, maldiciéndose a sí mismo por haber accedido a hacerse cargo de la empresa de su padre de manera temporal.

Cada día, surgía un problema nuevo.

Para empezar, los del departamento de informática le habían dicho que las páginas web estaban casi ya a su máxima capacidad y que, para llevar a cabo la ampliación, iban a tener que negociar con su servidor.

Las suscripciones a la revista habían bajado y el tren en el que iba un pedido de cientos de miles de ejemplares hacia la Costa Este había descarrilado.

Había tantísimas cosas que hacer que Jack se preguntó cómo demonios su padre era capaz de encargarse de todo aquello y, además, de varios departamentos a la vez.

Jack se echó hacia atrás en su butaca y se masajeó las sienes. Obviamente, George Hanson no lo había hecho bien y las cosas estaban empezando a desmoronarse.

A pesar de que había contratado a diferentes personas para que dirigieran los diferentes departamentos, el volumen de trabajo que Jack tenía era tan abrumador que estaba agobiado.

Lo único que se le ocurría hacer si quería que la empresa sobreviviera era ponerse en contacto con sus hermanos, así que le preguntó a la señorita Wycliff sí sabía dónde estaban Evan y Andrew.

Jack no sabía si la antigua secretaria de su padre se habría sorprendido al ver que no tenía ni idea de dónde encontrar a sus propios hermanos, pero le agradeció que disimulara y que se ofreciera a buscarlos.

Cuando la señorita Wycliff abandonó su despacho, Jack bajó a la planta de abajo decidido a hablar con su tío David. A diferencia de su padre, que vivía entregado al trabajo, su hermano había tenido tiempo para sus sobrinos.

– ¿Qué tal te va? -lo abrazó David al verlo entrar en su despacho.

– Bueno… la verdad es que no muy bien -contestó Jack-. Yo creía que la empresa estaba mucho mejor de lo que está en realidad.

– Al final de sus días, tu padre no era el mismo de siempre. No confiaba en nadie… ni siquiera en mí. ¿Cómo lo llevas?

– No muy bien.

– Siempre puedes irte.

– No, di mi palabra de quedarme tres meses y poner la empresa en marcha y la voy a cumplir. Le he dicho a la señorita Wycliff que busque a Evan y a Andrew.

– ¿Y eso?

– Deberíamos estar aquí los tres, la empresa es de los tres.

– Nunca os habéis llevado bien. ¿Por qué crees que iban a venir ahora a ayudarte?

– No sé… oye, David, tú sabes mucho más de esta empresa que todos nosotros juntos, ¿por qué no te ocupas de ella?

– Aunque fuera verdad que sé tanto como dices, tendría que respetar el deseo de tu padre y él quería que uno de sus hijos se hiciera cargo de la compañía.

– Eso no lo sabremos hasta que leamos el testamento -se lamentó Jack-. ¿A quién se le ocurre decir que hay que esperar tres meses para leer su testamento? Es de locos. Hasta entonces, no podemos hacer nada. Sólo espero que mis hermanos vengan a la lectura.

– Vendrán, por el dinero, pero no esperes que te ayuden -contestó David.

– Madre mía, en qué lío me ha metido mi padre. No sé por qué, él creía que yo era el único de sus hijos que podía hacerme cargo de la empresa y, de alguna manera, convenció a los consejeros delegados. ¿No se dan cuenta de que, en realidad, lo único que quería mi padre era controlarme incluso después de muerto?

– George te quería -comentó David-. A su manera, pero te quería.

– Eso es como decir que la hembra de viuda negra no tiene nada en contra del macho cuando lo mata -contestó Jack tomándose el café que la secretaria de su tío les había servido-. Tú siempre lo has defendido, incluso cuando tuviste que hacer de padre para nosotros.

David se encogió de hombros.

– Yo sólo quería ayudar.

– Deberías haber tenido hijos.

– Tú, también. Por cierto, estaba confeccionando una nota de prensa sobre la gente nueva que has contratado y uno de los nombres se me hacía muy conocido.

– Samantha era la mejor candidata -contestó Jack sin ponerse a la defensiva.

– No lo dudo. Lo único que digo es que me pareció interesante volver a ver su nombre. Me acuerdo de ella, es la que se fue, ¿no?

– Entre nosotros nunca hubo nada.

– Pues hablabas de ella como si fuera tu novia.

– Eso fue hace mucho tiempo.

– ¿Está casada?

– No.

– A lo mejor, la vida te está dando una segunda oportunidad.

– Yo no creo en segundas oportunidades -sonrió Jack.

David se puso serio.

– No todas las mujeres son como Shelby.

– Ya lo sé -contestó Jack terminándose el café y poniéndose en pie-. No te preocupes por mí. Estoy bien. En cuanto a Samantha, solamente somos compañeros de trabajo.

– Eres un mentiroso, pero te seguiré la corriente -sonrió su tío.

– Vaya, gracias. Si te enteras de algo de mis hermanos, llámame.

– Por supuesto.


– ¡Cuánto me alegro de verte! -exclamó Helen abrazando a Samantha al llegar a casa de su amiga.

– Ante todo, gracias por todo lo que has hecho por mí. Necesitaba irme de Nueva York y, gracias a ti, he podido hacerlo -contestó Samantha.

Helen se sentó en un sofá e hizo un gesto con la mano en el aire como diciendo que no tenía importancia.

– Por favor, yo lo único que hice fue conseguirte una entrevista. Que te contratara ha sido todo mérito tuyo porque te aseguro que Jack jamás se fiaría de mi opinión.

Samantha se sentó junto a su amiga y le tocó el brazo.

– Pareces cansada. ¿Qué tal te encuentras?

– Exhausta -confesó Helen-. Han pasado ya dos meses. Supongo que tendría que haberme acostumbrado ya a su ausencia, pero… -añadió con lágrimas en los ojos-. Maldita sea, me había prometido que no iba a volver a llorar.

– El dolor no entiende de límites temporales.

– Gracias por preocuparte por mí -dijo Helen apretándole los dedos-. Estoy bien.

– No mientas.

– Bueno, es cierto, no estoy bien, pero intento convencerme de que sí lo estoy. Supongo que de algo me servirá… suelo conseguir estar un par de horas sin llorar, lo que ya es todo un logro porque al principio sólo lograba estar unos minutos. Le echo terriblemente de menos y me siento muy sola.

Samantha no sabía qué decir pues era cierto que Helen estaba realmente sola en todo aquello. No tenía familia y los hijos de George no la habían recibido precisamente con los brazos abiertos.

– ¿Has intentado hablar con Jack? Es un hombre razonable -le propuso.

– Sí, ya lo sé -contestó Helen secándose las lágrimas con un pañuelo de papel-. Es un hombre muy educado, pero no nos llevamos muy bien. Te aseguro que lo he intentado todo con los hijos de George, pero no he conseguido nada. A veces, me digo que no ha sido por mi culpa, que lo que ha pasado es que, aunque George era un hombre maravilloso, no se llevaba bien con sus hijos. No sé por qué, pero cuando yo me casé con su padre, ya tenían ciertos problemas. Bueno, no he venido a preocuparte con mis problemas sino a ver qué tal te va todo.

Samantha aceptó de buen grado el cambio de tema y se lanzó a contarle a su amiga lo encantada que estaba con su nuevo trabajo

– ¿Y no echas de menos a Vance? -quiso saber Helen.

Samantha suspiró.

– No, la verdad es que no. Creía que lo iba a pasar mucho peor, pero supongo que la traición terminó con mi amor. Al principio, creí que jamás le perdonaría, pero últimamente ya ni siquiera pienso en él. Se ha portado realmente mal conmigo, así que no merece que me plantee siquiera si lo voy a perdonar o no, me tengo que preocupar única y exclusivamente de mí.

– Buen enfoque. Tienes toda la vida por delante. A lo mejor, te vuelves a enamorar algún día.

– No, gracias. No quiero volver a tener una relación con un hombre nunca.

– ¿Nunca?

– Bueno, digamos que de momento no me apetece sufrir.

– Te recuerdo que no todos los hombres son como Vance. No le des la espalda al amor. Sería una pena -le recomendó su amiga-. ¿Y Jack?

– ¿Qué pasa con Jack?

– ¿Qué tal trabajando con él?

– Ah, muy bien.

– ¿Y de lo otro?

– ¿Eh?

– Que si queda algo de la química que había entre vosotros en la universidad. Recuerdo las conversaciones que teníamos entonces, recuerdo cómo te comías la cabeza intentando dilucidar si merecía la pena arriesgarse a tener una relación con él. Te aconsejé que te lanzaras y no me hiciste ni caso.

– No es mi tipo -contestó Samantha de manera ambigua pues no quería confesar que seguía habiendo química entre ellos.

– Jack no es como Vance. Es un buen hombre y también ha sufrido mucho.

– ¿Acaso nos quieres emparejar? Ni se te ocurra, ¿eh?

– No, claro que no, sólo te estoy diciendo que Jack es un hombre maravilloso.

– Sí, pero para otra mujer.

– Si tú lo dices…


Jack terminó la última reunión a las cuatro de la tarde y volvió a su despacho, donde encontró unas cuantas cajas de cartón que, tal y como le había indicado, la señorita Wycliff había dejado allí para que fuera metiendo las cosas que su padre tenía en el despacho.

Así que comenzó con las agendas y los documentos antiguos. Cuando llegó a unas cuantas fotografías que su padre tenía con clientes, personalidades y empleados, no pudo evitar pensar que no tenía ninguna de su familia y aquello le dolió y le llevó a preguntarse por qué su familia nunca había estado unida, por qué ni siquiera ahora que habían perdido a su progenitor los tres hermanos no estaban unidos.

Jack estuvo buena parte de la tarde organizando las cosas de su padre y, cuando llegó el momento, también abrió la caja fuerte pues iba a necesitar todo el espacio del que pudiera disponer.

Cuando ya la tenía vacía, intentó meter unas carpetas y comprobó extrañado que no cabían, así que las volvió a sacar y metió la mano para ver qué ocurría. Fue entonces cuando descubrió una especie de manivela en el suelo de la caja fuerte y, al levantarla, vio que había unos cuantos libros con cubierta de cuero.

Al principio, creyó que sería el diario de su padre y le sorprendió la curiosidad que aquella posibilidad le había provocado, pero, al abrir el primero de los libros, comprobó que era libros de contabilidad.

¡Del año anterior!

Precisamente, se había pasado todo el día en reuniones con el departamento de finanzas y se sabía aquellas cifras al dedillo. Sin embargo, las cifras que tenía en la cabeza y las que tenía ante sí no coincidían.

Jack sintió que la ira se apoderaba de él.

George Hanson había ocultado a todo el mundo la nefasta situación de la empresa, que estaba al borde de la quiebra.

Aquello era un desastre.

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