Capítulo 6

Samantha sintió los labios de Jack y se dijo que bastaría con apartarse o con decir algo para que dejara de besarla y que eso era lo que debería hacer, pero no se movió.

Al ver que no se movía, Jack le tomó el rostro entre las manos y volvió a besarla. Samantha sintió un tremendo calor por todo el cuerpo y la inmensa urgencia de apretarse contra él a pesar de que sus cuerpos ya estaban en contacto íntimo, pero no era suficiente.

Jack deslizó una mano hacia la nuca de Samantha y comenzó a acariciarle el pelo y a mordisqueándole el labio inferior.

Samantha sintió que el deseo se apoderaba de ella por completo y deseó que aquellas manos que la estaban acariciando el pelo le acariciaran el cuerpo entero.

Mientras sus lenguas se entrelazaban, Samantha sintió que su cuerpo se derretía contra el de Jack y se percató de que ella lo estaba besando exactamente con la misma pasión.

Jack comenzó a acariciarle la espalda y Samantha no pudo evitar hacer un movimiento instintivo con las caderas hacia delante, como invitándolo. Al hacerlo, su tripa entró contacto con algo duro, grueso y muy masculino.

Al instante, los recuerdos se apoderaron de su mente. Samantha se acordó de cómo Jack la había tocado y besado por todo el cuerpo, recordó verlo desnudo, recordó la cantidad de veces que habían hecho el amor durante aquella gloriosa noche.

Le hubiera gustado que la experiencia se repitiera, pero no se lo había permitido porque no había querido arriesgar el corazón.

¿Y qué había cambiado ahora?

Samantha no quería dejar que el meridiano izquierdo de su cerebro, aquél que regía la mente racional, estropeara aquellos maravillosos momentos en los que lo único que importaba era sentir.

Sin embargo, al oír ladrar a Charlie, abrió los ojos y se encontró al perro a pocos milímetros de su nariz.

– Tú y yo vamos a tener que tener una charla, amiguito -gruñó Jack.

Samantha aprovechó el momento para ponerse en pie.

– Estamos en un parque -dijo en voz alta, más para sí misma que para Jack-. Estamos en un lugar público.

Jack se puso también en pie, pero más lentamente, recogió el platillo volante y lo lanzó.

– No creo que nadie se haya dado cuenta.

– Aun así -insistió Samantha tapándose la cara con las manos.

Ella siempre había sido una persona de hacer el amor con las luces apagadas, pero tenía ante sí a la excepción que confirmaba la regla.

Tenía que resistirse a los encantos de Jack como fuera.

– Yo, eh… -dijo mirando su alrededor-. Bueno, creo que os voy a dejar.

– No hace falta que te vayas -contestó Jack mirándola con los ojos cargados de pasión.

– Es lo mejor.

– Ya veo. Para ti lo que acaba de suceder ha sido un error.

El tono de resignación con el que lo había dicho sorprendió Samantha. Jack esperaba aquella reacción porque era lo que Samantha siempre hacía y suponía que tendría sus razones, pero él no las sabía.

– Gracias por todo -se despidió Samantha intentando sonreír-. Nos vemos el lunes.

A continuación, dudó, pero, al ver que Jack no decía nada, se fue. Un extraño sentimiento de dolor la invadió mientras se alejaba de él caminando. ¿Acaso esperaba que Jack fuera corriendo detrás de ella? ¿Cómo iba a hacerlo con la cantidad de veces que le había dado calabazas?

Jack se quedó mirándola mientras se alejaba. De nuevo, no sabía qué pensar. Desde el principio, desde que se conocían, nunca había sabido a qué atenerse con Samantha.

¿Acaso por eso la deseaba tanto?

– No sería la mejor base para iniciar una buena relación -murmuró lanzándole el platillo a Charlie.

Lo bueno era que Samantha lo deseaba sexualmente, lo había visto por cómo lo había besado. Por alguna razón, no se dejaba llevar, pero, por lo menos, no lo encontraba repulsivo.

¿Había huido de él en particular o habría huido de cualquier hombre en aquellos momentos de su vida?

Jack no tenía respuesta a aquella pregunta, pero lo que era evidente era que debía dejarla marchar. Sin embargo, tenía muy claro que volvería a intentarlo. No creía en absoluto que fueran almas gemelas porque, para empezar, no creía en esas cosas y, además, no quería una relación seria con ninguna mujer.

¿Entonces?

Entonces, lo que quería era sexo.

No una aventura de una noche, no, eso no era suficiente. Quería estar con ella unos cuantos meses, saciarse por completo y, luego, cuando uno de los dos o ambos estuvieran hartos, despedirse como buenos amigos.

Jack tenía la sensación de que a Samantha no le haría gracia aquella idea.

¿Entonces en qué punto se encontraba? Obviamente, deseando a una mujer que no lo deseaba a él. Preciosa manera de empezar el fin de semana. Lo mejor sería volver a su plan original, es decir, a olvidarse de ella.

No eran más que compañeros de trabajo.

Era más fácil decirlo que hacerlo, sobre todo recordando insistentemente su cuerpo, pero Jack se dijo que no sería imposible.


Samantha se había pasado buena parte del fin de semana diciéndose que una cosa era tener miedo y otra cosa comportarse como una idiota.

Tenía que tomar una decisión.

Tenía que decidir si le interesaba mantener una relación romántica con Jack o no.

No le gustaba nada cómo se comportaba con él cuando estaban juntos pues era perfectamente consciente de que enviaba señales ambiguas.

Jack le parecía un hombre sensual, divertido e inteligente, pero también era rico, poderoso, cabezota y estaba acostumbrado a que las cosas salieran como él quería, lo que la aterrorizaba.

Samantha tenía dos problemas. Para empezar, aunque se decía una y otra vez que no estaba interesada en él, que lo único que quería con él era una relación platónica, su cuerpo tenía otros planes.

Por mucho que su mente intentaba controlarse, el resto de su anatomía quería lanzarse a la piscina y disfrutar del momento. La atracción que había entre ellos era muy fuerte y, aunque habían transcurrido diez años desde la noche que habían pasado juntos, el deseo no se había evaporado.

En el segundo problema también estaba involucrada su mente. Por mucho que su cabeza daba una razón detrás de otra de que Jack no se parecía en nada a Vance ni a su padre, su corazón no terminaba de creérselo. Por eso, había reaccionado como lo había hecho, con miedo. Siempre le pasaba lo mismo con Jack. Estaban juntos, ocurría algo entre ellos, ella se moría de miedo y se retiraba.

Era un patrón de actuación espantoso, pero no sabía cómo romperlo, como no fuera dejando de verlo para siempre.

Siempre se decía que identificar un problema era tener la mitad de la solución en la mano, pero Samantha no lo veía nada claro.

En cualquier caso, le debía a Jack una disculpa y se la iba a dar inmediatamente.

«Bueno, o dentro un rato», se dijo mientras se paseaba frente a su despacho.

La señorita Wycliff la miraba con curiosidad, pero no dijo nada. Por fin, Samantha tomó aire y reunió el valor suficiente para llamar a la puerta. A continuación, abrió y volvió a cerrar rápidamente pues no quería testigos de su humillación.

– Hola, Jack -lo saludó preparándose a lanzar el discurso que llevaba preparado-. He venido a decirte que eh…

Al mirarlo, se dio cuenta de que algo no iba bien. Jack estaba sentado en la mesa, con el teléfono sin manos delante y un montón de notas ante él. Tenía un aspecto terrible.

– ¿Qué pasa? ¿Estás bien?

Jack se encogió de hombros.

– He hablado con varios inversores y con algunos periodistas y no ha sido fácil.

– Lo siento mucho -contestó Samantha sentándose frente a él-. Supongo que te habrán hecho un montón de preguntas.

– Sí, me han hecho preguntas y muchas sugerencias y te aseguro que ninguna de ellas ha sido de ayuda pero, claro, para eso me pagan tanto dinero, ¿no? Para que me haga cargo de las situaciones difíciles.

– Menuda pesadilla -murmuró Samantha.

– Sí, y parece no tener fin. En cualquier caso, no creo que hayas venido a hablar de esto. ¿Qué querías?

– Bueno, quería pedirte perdón por lo que pasó…

– No, no hace falta que te disculpes.

– Prefiero darte una explicación. No es lo que tú piensas.

Jack enarcó las cejas. Samantha suspiró.

– Bueno, a lo mejor sí es lo que piensas. Verás, me cuesta un poco decidir lo que quiero. Estoy intentándolo. La cosa es que no quiero que creas que es por ti porque no lo es. El problema es quién soy yo y, bueno, quién eres tú, que no es lo mismo que decidir que el problema eres tú.

Jack sonrió.

– No entiendo nada, pero está bien. Será mejor que olvidemos lo sucedido y que sigamos adelante. No te gusta lo que pasó y me parece bien.

Samantha abrió la boca para decirle que claro que le había gustado lo que había sucedido, pero se mordió la lengua.

– Verás, tienes algunas cosas en común con mi ex marido -admitió.

Jack hizo una mueca de disgusto.

– Y me imagino que no serán las buenas, ¿verdad?

– Lo siento, pero no.

– Vaya, menuda suerte la mía -murmuró Jack mirando por la ventana-. La vida sería mucho más sencilla si no existieran las relaciones.

– Eso es imposible porque, de ser así, seríamos robots.

– O, tal vez, personas muy equilibradas… sin problemas…

– ¿Demasiada presión?

– Sí, demasiada -admitió Jack-. ¿Sabes? Recuerdo cuando era joven y me llevaba bien con mis hermanos. Mi padre estaba todo el día trabajando, así que nosotros estábamos juntos con la niñera.

– Pobre niñera…

Jack sonrió.

– Sí, éramos niños muy dinámicos e imaginativos. Lo que quería decir es que no recuerdo cuándo dejamos de ser una familia. Mi tío me lo dice constantemente y tiene razón. Yo siempre le he echado la culpa a mi padre de que no estemos unidos, pero ahora que ya no está y que nosotros tres somos adultos nos vamos a tener que buscar otra excusa.

– Tal vez ha llegado el momento de cambiar las cosas. ¿Te gustaría tener una relación más estrecha con tus hermanos?

Jack asintió lentamente.

– Si estuviéramos juntos, a lo mejor dilucidaríamos la manera de arreglar este caos, pero no consigo ponerme en contacto con ellos. Los he llamado varias veces, pero no me devuelven las llamadas. Cuando llegue el momento de leer el testamento, los voy a tener que hacer venir por la fuerza. Es de locos.

– Convéncelos.

– No sé qué decirles. Qué triste, ¿verdad? Desde luego, a Samantha le parecía una situación realmente triste. Si ella tuviera hermanos, no le gustaría haber perdido el contacto por completo con ellos.

– ¿Y por qué no hablas con Helen? A lo mejor a ella se le ocurre algo.

– No, gracias.

Aquello no le hizo ninguna gracia a Samantha.

– ¿Qué te pasa? ¿Por qué no le das una oportunidad? El otro día dijiste que te fiabas de mí y que, si me parecía una buena persona, estabas dispuesto a cambiar tu parecer sobre ella. Además, es una mujer muy inteligente y que podría ayudarte con la empresa.

– No creo que mi padre le contara nada de todo esto.

– ¿Y tú qué sabes?

– Nunca hablaba de trabajo con nadie.

– Eso es lo que tú crees, pero, ¿no sé te ha ocurrido que a lo mejor se casó con Helen porque es una mujer inteligente y válida? A lo mejor, cuando las cosas empezaron a ir mal en los negocios, habló con ella. Yo no estoy diciendo que Helen vaya a saber algo, pero tú tampoco sabes nada. La tratas como si fuera una chica de veintiún años con la que tu padre se hubiera obsesionado con su cuerpo. Te advierto que estás dejando fuera una gran baza.

– Desde luego, eres una amiga muy leal.

– Con Helen no es difícil. ¿Por lo menos te vas a pensar lo que te he dicho?

– Sí -prometió Jack.

Samantha se preguntó por qué Jack, que era tan razonable con otros asuntos, se mostraba tan intransigente con su madrastra.

Todas las familias tenían secretos, pero aquélla parecía tener más que ninguna.

– Yo no tengo hermanos, ya sabes, éramos solamente mi madre y yo, así que no tengo ni idea de los problemas que surgen en una familia numerosa.

– ¿Te gustaría que cambiáramos de familia durante un rato? -propuso Jack haciendo una mueca de disgusto a continuación-. Perdón, tú te llevabas muy bien con tu madre. Supongo que la echas de menos.

Samantha asintió.

– Siempre tuvimos una relación muy especial, pero nos unimos todavía más cuando mi padre se fue. Aquello de tener que estar pendientes de lo que íbamos a comer nos unía mucho.

– Desde luego, menudo canalla. ¿Has vuelto a saber algo de él?

– No, nunca quiso hablar conmigo. Cuando crecí, intenté varias veces ponerme en contacto con él, pero, el final, me di por vencida. No le interesaba lo más mínimo. Me enteré de que murió un par de años después que mi madre.

– Vaya…

– Las cosas podrían haber sido diferentes. A mí no me interesaba tener una relación con él para sacarle nada, yo lo único que quería era tener contacto con mi padre, pero él nunca lo entendió. ¿Por qué serán las relaciones entre humanos tan difíciles?

– No tengo ni idea.

Samantha se puso en pie.

– Bueno, ya te he quitado mucho tiempo. Lo único que quería era decirte que lo siento.

– No tienes nada que sentir.

– Gracias, Jack.

Mientras se iba, Samantha tuvo la sensación de no saber si había mejorado o empeorado las cosas entre ellos. Lo que tenía que hacer era tomar una decisión de una vez y mantenerse firme.

Si estaba decidida a que entre ellos solamente hubiera una relación de trabajo, no debía ir a su despacho a charlar. Claro que, si quería algo más, podía hacerlo sin problemas.

«Complicaciones», pensó. Preguntas sin respuesta.

Al menos, su vida no era nunca aburrida.


Jack volvió de la reunión que había tenido a la hora de comer con el director del departamento de economía y se encontró con que su madrastra estaba esperándolo en su despacho.

Helen sonrió al verlo.

– Estaba por aquí y he pasado a verte -lo saludó.

En otras circunstancias, Jack se hubiera mostrado educado y hubiera intentado quitársela de encima cuanto antes, pero después de la última conversación que había mantenido con Samantha, le provocaba curiosidad descubrir qué era lo que quería Helen.

Le indicó que se sentara en el sofá y, mientras lo hacía, se quedó mirándola y se preguntó por qué le parecía diferente aquel día. Seguía siendo guapa, rubia y tan sólo unos años más joven que él.

Desde luego, una preciosa mujer florero.

– ¿Qué necesitas? ¿Va todo bien por casa? -le preguntó.

Helen frunció el ceño.

– No entiendo.

– Estás sola en esa casa, que es muy grande, y me preguntaba si no se te caía encima.

Helen enarcó las cejas levemente.

– No me puedo creer que estés preocupado por mí.

Jack se encogió de hombros.

– Bueno, estoy bien, gracias por preguntar. Sí, es cierto que la casa es muy grande y ahora se me hace muy vacía, pero tu padre trabajaba mucho y estoy acostumbrada a estar sola.

Jack se revolvió incómodo en su butaca y deseó no haber comenzado jamás aquella conversación, pero ya no había marcha atrás.

– ¿Duermes bien?

Helen suspiró.

– No -admitió-. Lo cierto es que todas las noches espero que George entre en la habitación y me pida disculpas por haber llegado tan tarde de trabajar, pero eso ya no sucederá -sonrió-. Bueno, basta ya de hablar de mí. No he venido para eso. Quería ver qué tal estabas tú. Sé que la empresa no está atravesando por sus mejores momentos.

– Veo que has estado leyendo la prensa.

– Sí, varios periódicos al día. Menos mal que la prensa nacional no se ha hecho eco porque con la local ya tenemos suficiente. Es espantoso, Jack. Ojalá pudiera ayudar en algo.

– ¿Tú sabías de la existencia del segundo juego de libros de contabilidad?

– No, tu padre no me contaba mucho sobre la empresa a pesar de que yo le insistía porque me interesaba. De todas maneras, yo me daba cuenta de que estaba sometido a mucho estrés y supuse que estaba teniendo problemas de negocios, pero nunca se me ocurrió que fuera tan grave.

– ¿Tú sabes lo que dejó dicho en su testamento?

– No, nunca me habló de ello tampoco.

– ¿De qué hablabais entonces?

– De cosas cotidianas -contestó Helen cruzándose de piernas-. Jack, yo no soy tu enemigo. A mí me habría gustado que las cosas hubieran sido de otra manera y siempre he creído que, si tu padre, tus hermanos y tú os hubierais llevado bien y os hubierais reconciliado, todo habría sido mejor.

– Muy magnánimo por tu parte.

Helen tomó aire.

– Ya veo que sigo sin ser de tu agrado.

– No te conozco de nada.

– Porque no has querido. Yo hice todo lo que estuvo en mi mano para conoceros a ti y a tus hermanos. Os invité varias veces a casa, pero tú eras el único que venías.

Sí, y la última vez que había ido se había producido una desagradable discusión con su padre, que una vez más había insistido en que, dedicarse a la abogacía en lugar de hacerse cargo de la empresa familiar, era un error terrible.

En aquella ocasión, la velada había terminado cuando Jack se había marchado entre el primer y el segundo plato.

– No era un hombre fácil -comentó Jack.

– Ya lo sé, pero, por si te sirve de algo, yo creo que no lo hacía adrede. Simplemente, tendía a ver las cosas de una manera.

– Sí, de la suya.

– Tu padre quería que tú fueses feliz.

– Mi padre quería que me ocupara de su empresa, me apeteciera a mí hacerlo o no.

– Y aquí estás.

– Sí, menuda ironía.

– Ojalá no hubiera muerto y tú no tuvieras que verte en esta situación, pero eres nuestra mejor baza. Siento mucho que no puedas estar dedicándote a lo que de verdad te gusta, pero la empresa es importante también. Todos tenemos que hacer sacrificios.

– De momento, me parece que el único que los estoy haciendo soy yo. Me gustaría saber qué pone en el testamento. A lo mejor, te lo ha dejado todo a ti y, si no te gusta cómo llevo la empresa, me puedes despedir.

Helen negó con la cabeza.

– No cuentes con ello. George nunca fue amigo de ese tipo de sorpresas. No creo que redactara un testamento tan aburrido.

– Te advierto que, si me ha dejado la empresa a mí, la vendo.

– ¿Así? Tu padre le dedicó su vida.

– Lo sé perfectamente. Lo sé mejor que nadie. Mejor que nadie excepto tú, claro.

– Yo lo quería mucho y siempre le perdoné sus errores.

Jack tenía la sensación de que le estaba diciendo que él debería hacer lo mismo.

Le entraron ganas de preguntarle cómo era posible que le hubiera entregado el corazón a un hombre para el que siempre iba en segundo lugar, pero no lo hizo porque no le pareció que tuviera derecho a hacerlo.

La gente que te quería siempre se iba, de una u otra manera. A algunos se los tragaba el trabajo o las circunstancias de la vida, otros desaparecían y otros morían, pero, al final, todo el mundo estaba solo.

Lo había aprendido hacía tiempo y no tenía ninguna intención de olvidado.

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