Capítulo 2

– Estamos trabajando en, eh, las actualizaciones en estos momentos -dijo Arnie revolviéndose incómodo en su asiento-. Las primeras, eh, deberían estar listas, eh, para finales de mes.

Jack tuvo que hacer un gran esfuerzo para no hacer una mueca de compasión porque, en el bufete, los clientes estaban tan distraídos por los cargos de los que se les acusaba que no tenían energía para ponerse nerviosos y, en los juzgados, a Jack le importaba un bledo que sus preguntas molestaran a un testigo hostil.

Sin embargo, Arnie no era ni un cliente ni un testigo hostil sino un as del departamento de informática que, obviamente, estaba incómodo ante su nuevo jefe.

Jack hojeó el informe que tenía ante sí y miró a su empleado.

– Por lo que veo, vais según lo previsto -sonrió.

Arnie tragó saliva.

– Sí, la verdad es que nos lo hemos trabajado -contestó encantado-. Roger nos dijo que había que hacer las cosas bien.

A Jack le habría gustado que Roger, el jefe del departamento de informática, hubiera acudido a la reunión, pero no había podido ser.

– Vas a trabajar con Samantha Edwards. Se incorpora hoy. Es una mujer muy creativa y enérgica. Estoy seguro de que te impresionarán sus ideas -le dijo Jack a Arnie.

Y, acto seguido, se preguntó si también se impresionaría por su altura, su delgadez, su belleza y su sonrisa. Claro que, a juzgar por su aspecto pálido, su pelo muy fino y castaño, sus ojos claros, sus gafas, su camiseta, sus vaqueros y su postura de «por favor, no más daño», era obvio que Arnie era de esos chicos que jamás conquistaba a la chica.

– Había oído que íbamos a trabajar mucho con Internet -sonrió el chico-. Eso es bueno para mi departamento.

– Va a haber mucho trabajo -le advirtió Jack.

– No hay problema.

– Muy bien. En cuanto Samantha termine de organizar sus ideas, se pondrá en contacto con vosotros para explicároslas. Quiero que os coordinéis bien. Quiero una campaña agresiva, pero realista.

Arnie asintió.

– Está bien, puedo con todo eso, pero, eh, a su padre nunca le interesó Internet, siempre prefirió hacer publicidad de la empresa en la prensa.

Y ésa era precisamente una de las razones por las que la empresa tenía problemas de publicidad ya que los anuncios en prensa escrita eran mucho más caros que anunciarse en la red.

– A mí me parece que la publicidad en Internet es mucho más barata -opinó Jack-. Claro que supongo que tú, que trabajas en eso, lo sabrás mejor que yo.

– Sí, es mucho más barata y parece una idea fantástica, como a casi todo el equipo, pero… bueno, hay gente que no está tan de acuerdo…

– ¿Ah, no? -se extrañó Jack.

Arnie bajó la cabeza.

– ¿A quién te refieres exactamente? -insistió Jack.

– Bueno, mi jefe nunca ha sido muy amigo de los cambios -confesó Arnie.

– Aquí trabajamos en equipo.

Arnie bajó la cabeza un poco más y suspiró.

– Te prometo que no le hablaré de esta conversación a Roger, pero te agradezco que me lo hayas advertido.

– Gracias, se lo agradezco de verdad porque realmente me gusta mi trabajo y no me gustaría perderlo -dijo el chico sacudiendo la cabeza-. Eh, su padre era un gran hombre.

– Gracias -contestó Jack.

– Era un hombre paciente y amable que se interesaba realmente por todos sus empleados. Nos encantaba trabajar para él y fue un gran golpe para nosotros cuando murió.

Jack asintió. No sabía qué decir cuando la gente hablaba así sobre su padre. Describían a una persona a la que él no conocía.

En aquel momento llamaron a la puerta y, al levantar la mirada, Jack vio entrar a Samantha.

– ¿Llego tarde o pronto? -preguntó sonriente.

– Llegas justo a tiempo -contestó Jack fijándose en que, ahora que ya sabía que el trabajo era suyo, había dejado los pantalones negros y las chaquetas convencionales y había vuelto a vestir como a ella le gustaba de verdad.

Ese día llevaba una falda larga en tonos rojos, verdes y violetas, un jersey oscuro que le caía sobre las caderas, un pañuelo sobre un hombro, muchísimas pulseras y unos pendientes que sonaban cuando caminaba.

– Te presento a Arnie -dijo Jack señalando al hombre que tenía sentado frente a él-. Es del departamento de informática y va a trabajar contigo en la ampliación de Internet. Tú le dices lo que quieres y él te dice si es posible. Arnie, ésta es Samantha.

El otro hombre se levantó, se secó la palma de la mano en los vaqueros y, a continuación, se la tendió a Samantha, abrió la boca, la volvió a cerrar y la volvió a abrir.

– Eh, hola -dijo por fin sonrojándose levemente.

– Buenos días -contestó Samantha-. Así que tú y yo vamos a ser buenos amigos, ¿verdad? Presiento que nunca me vas a decir a nada que no.

Arnie se quedó mirándola con la boca abierta y volvió a sentarse. Jack tuvo que hacer un gran esfuerzo para no sonreír. Obviamente, Samantha había hecho otra conquista.

Lo que no le sorprendía en absoluto porque, cuando entraba en una habitación, todos los hombres se sentían inmediatamente atraídos por ella. Incluso él. No podía evitarlo. Le hubiera gustado estrecharla entre sus brazos y acariciarle el pelo, mirarse en sus ojos y sentirla temblar.

«No puede ser», se recordó.

Samantha no había estado interesada en él diez años atrás y seguro que seguía sin estarlo. Bueno, se había interesado por él en una ocasión, pero después había dejado muy claro que no quería que se repitiera.

– No dejes que Samantha te diga todo el rato lo que tienes que hacer -le advirtió a Arnie en tono de broma-. Si la dejas, no para de dar órdenes.

– ¿Quién? ¿Yo? -se indignó Samantha en tono de broma también-. Pero si soy el colmo de la cooperación, yo nunca doy órdenes.

– Ya, eso es hasta que alguien se mete en tu camino y, entonces, te lo llevas por delante como una locomotora.

Samantha se sentó junto a Arnie y le tocó la mano.

– No le hagas ni caso. Jack y yo fuimos juntos a la universidad y, por lo visto, él tiene un recuerdo de las cosas muy diferente al mío. Yo jamás he pasado sobre nadie como si fuera una locomotora -añadió sonriendo a continuación-. Bueno, sólo en un par de ocasiones, pero eso es porque puedo resultar muy tenaz cuando quiero. En cualquier caso, Arnie, he estado leyendo los informes de tu departamento y veo que lleváis ya un tiempo apostando por esta ampliación.

Aquello sorprendió a Jack.

– No tenía ni idea.

Samantha lo miró.

– Su jefe se lo ha impedido. He leído los memorandos de Roger explicando por qué se negaba a la ampliación, por qué le parecía una mala idea. Por lo visto, tenía detrás a alguien gordo que respaldaba sus tesis.

Aunque Samantha no había dicho exactamente quién, Jack sospechaba que se trataba de su padre porque a George Hanson nunca le había interesado demasiado la tecnología.

– Eso fue en el pasado, vamos a centrarnos en el futuro -comentó-. Quiero que haya una relación muy fluida entre vosotros.

Samantha asintió.

– Estaremos en contacto continuamente vía correo electrónico, Arnie.

– Perfecto -contestó el chico encantado.

– Gracias por ayudar -lo despidió Jack.

– De nada -contestó Arnie poniéndose en pie y saliendo del despacho.

– Ya tienes un nuevo amigo -comentó Jack una vez a solas con Samantha.

– ¿Arnie? Sí, es un encanto. Seguro que no tengo ningún problema en trabajar con él.

Jack se dijo que Samantha jamás se interesaría por un hombre como Arnie y que, en caso de que lo hiciera, tampoco era asunto suyo. Para convencerse, se repitió tres o cuatro veces que Samantha podía hacer con su vida lo que quisiera siempre y cuando hiciese bien su trabajo y estuvo a punto de creérselo.

– ¿Y bien?

– ¿Y bien? ¡Tengo un montón de ideas nuevas! -exclamó Samantha muy sonriente-. El fin de semana me ha cundido mucho. He estado mirando la página web y me ha parecido muy básica. Se puede mejorar mucho y quiero empezar por ahí. Quiero empezar por los niños de menos de doce años. Quiero dejarlos con la boca abierta -continuó Samantha dejando una carpeta abierta sobre la mesa-. Quiero que nuestra página web se convierta en la página con la que los niños sueñen nada más salir del colegio, quiero que estén deseando llegar a casa para conectarse. Quiero que tengamos la página web más interesante de la red. Podríamos poner cosas de deporte, de ropa y de música. También películas, series de televisión. También se me había ocurrido que podríamos tener una especie de columna tipo Pregúntale a Annie o algo así.

Jack se quedó mirándola confuso.

– ¿Quién es Annie?

Samantha se rió.

– Es una columna de consejos -le explicó-. Alguien a quien los chicos le puedan preguntar sus cosas. Da igual que se llame Annie o Mark, eso es lo de menos. Lo importante, lo que nos dará un montón de puntos, es que será en tiempo real e interactiva. Será como un chat. Tengo muchas ideas, pero lo que más me preocupa es la seguridad. Vamos a tener que emplear a los mejores para asegurarnos de que los niños estén completamente a salvo.

– Me gusta.

– Me alegro.

Samantha sonrió y Jack sintió una descarga en la tripa.

Deseo.

– No hace falta que me vengas a rendir cuentas, ¿sabes? -le dijo intentando ignorar las punzadas que estaba sintiendo en la entrepierna-. Me fío de ti y de cómo manejas tu departamento.

– Ya lo sé, pero estamos hablando de grandes cambios.

– Para eso precisamente te he contratado.

– ¿De verdad confías tanto en mí?

– Por supuesto que sí.

– Vaya. Bueno, voy a hablar con mi equipo para ponernos manos a la obra y poder enseñaros una presentación cuanto antes.

– Muy bien. Quiero que sepas que yo trabajo así, hasta que una persona no la fastidia tiene mi total confianza y luz verde para hacer lo que quiera.

– Vaya, no eras así antes.

– ¿Ah, no?

– No, en la universidad eras mucho más rígido -le recordó Samantha con una gran sonrisa.

– Bueno, eso era porque tenía que estudiar mucho.

– Sí…

– Tú, sin embargo, apenas estudiabas y sacabas unas notas estupendas.

– Lista que es una.

– Desde luego… ¿Te acuerdas aquellas navidades que pasamos en un establo porque querías saber cómo era? -recordó Jack de repente.

– Sí -rió Samantha-. ¡Y tú no parabas de decirme que estábamos en mitad de Pensilvania en pleno invierno y no en Oriente Medio!

A pesar del intenso frío, lo habían pasado bien abrazados el uno al otro. Jack recordó que la deseaba con desesperación y temblaba más de excitación que de frío. A la mañana siguiente, la llevó al aeropuerto para que se reuniera con su madre para pasar el día de Navidad.

– Por cierto, ¿qué tal está tu madre?

– Murió hace tres años -contestó Samantha.

– Vaya, lo siento -dijo Jack sinceramente.

– Gracias. La echo de menos, ¿sabes? En fin, hacía tiempo que estaba enferma, así que no nos pilló por sorpresa. Pudimos despedirnos y eso nos hizo mucho bien a todos, a ella la primera -recordó-. Bueno, me voy -añadió recogiendo sus cosas-. Tengo muchas cosas que hacer. Ya verás, te va a encantar la presentación.

– No lo dudo.

Tras acompañar a Samantha a la puerta, Jack volvió a su mesa y se dijo que sólo un loco deseaba lo que sabía que no podía tener.

A Arnie también lo había atrapado, con la diferencia de que el pobre loco de los ordenadores soñaría con casarse con ella y él sólo la quería en su cama porque hacía mucho tiempo que había aprendido a concentrarse única y exclusivamente en lo físico, sin emociones ni sentimientos.

No merecía la pena entregar el corazón porque la gente que hablaba de amor pronto se olvidaba de sus promesas y se iba.


Cuando firmó el contrato de «casas para ejecutivos», Samantha no estaba muy segura de lo que había firmado, pero el ático que le dieron le sorprendió agradablemente pues tenía un espacioso salón con unas vistas preciosas, comedor, una cocina grande, un dormitorio con una cama enorme y vestidor.

El baño era una maravilla y Samantha ya había estrenado la fantástica bañera. También había un despacho con muy buena luz y conexión de alta velocidad a Internet.

Lo único malo era los colores, blancos neutros e impersonales, pero, de momento, tenía que servir. Era el doble de grande que su apartamento de Nueva York. Mientras miraba por la ventana y decidía qué se iba a preparar de cena, se dio cuenta de que se sentía a gusto en Chicago.

Sí, había sido una buena idea irse de Nueva York porque allí había demasiados recuerdos de Vance.

Sí, en Chicago se olvidaría de él y podría empezar de nuevo, podría…

En aquel momento llamaron a la puerta.

– ¿Jack? -se extrañó Samantha al mirar por la mirilla.

– He pensado que no tendrías nada de cena y te he traído comida china -contestó Jack desde el otro lado de la puerta-. También he traído vino. Te lo puedes tomar como una cena de bienvenida al edificio. ¿Te interesa?

Más que interesarla, estaba encantada, así que abrió la puerta para dejar pasar a Jack, pero el que entró fue un perro pastor blanco y negro.

– Te presento a Charlie -dijo Jack-. ¿Te gustan los perros?

– Me encantan -contestó Samantha acariciando al can-. ¿Quién es este chico tan guapo? -le dijo riéndose cuando Charlie intentó lamerle la cara.

– Le gustas -comentó Jack-. Qué perro más listo.

– Anda, pasad -le dijo Samantha guiándolos a la cocina.

Jack descorchó la botella de vino mientras ella disponía la cena en platos y, a continuación, se dirigieron al comedor.

– Bienvenida al barrio, espero que te guste -brindó Jack levantando su copa.

– Gracias -contestó Samantha brindando con él y probando el vino tinto-. Todo un detalle esto de traerme la cena a casa.

– Bueno, pensé que a lo mejor te sentías un poco fuera de lugar.

– Sí, la verdad es que sí. La casa es genial, pero me resulta extraño porque nada es mío. Ni siquiera los platos -comentó Samantha-. Yo nunca me hubiera comprado una vajilla así -añadió señalando los platos color crema.

– ¿Demasiado normales?

– Aburridos.

– Estoy de acuerdo, pero ya podrás comprarte platos de colores cuando tengas tu casa.

– Sí, desde luego, pero de momento este lugar es maravilloso.

Cuando terminaron de cenar, pasaron al salón, donde Charlie se tumbó a los pies de Samantha.

– Sí, definitivamente, este lugar no te va nada -comentó Jack fijándose en los muebles y en la pintura de las paredes.

Samantha también las miró. Estaban pintadas de azul y verde claro.

– Son colores muy tranquilos -comentó.

– No te gusta nada.

– Hombre, yo no habría elegido colores tan…

– ¿Normales?

Samantha sonrió.

– Todavía me acuerdo de aquel chal tan horrible que tenías sobre la mesa cuando estábamos en la universidad. Era la cosa más fea que he visto en mi vida -recordó Jack.

– Era precioso y tenía unos colores increíbles -contestó Samantha.

– Parecía sacado de una pesadilla de Dalí.

– Desde luego, qué poco gusto tienes.

– Era espantoso -sonrió Jack.

Samantha también sonrió.

Siempre había sido así. Pocas veces estaban de acuerdo en algo y aquello a ella le gustaba tanto como mirarlo.

Jack se había cambiado de ropa y ahora vestía unos vaqueros y camiseta de manga larga. Los pantalones ya eran viejos y, al estar desgastados, se ajustaban a sus piernas y a sus caderas de manera muy sensual.

Una sensualidad muy controlada de todas maneras. Samantha siempre se había preguntado qué ocurriría cuando Jack diera rienda suelta a sus deseos y se olvidara del control.

Aquella noche que habían pasado juntos le había dejado claro que su potencial era estremecedor. «Olvídate de aquello», se advirtió a sí misma. Terreno pantanoso y peligroso.

– ¿Y no te has traído nada tuyo de Nueva York? -le preguntó Jack.

– Muy pocas cosas -contestó Samantha.

En un intento por controlarla, Vance había luchado con uñas y dientes por cada cuadro y cada plato y para Samantha había resultado más fácil dárselo todo.

– Sé que te acabas de divorciar -comentó Jack mirándola a los ojos-. ¿Qué tal lo llevas?

No era ningún secreto, así que Samantha no se sorprendió de que lo supiera.

– Ahora, estoy bien. Al principio, me resultó duro porque caí en esa estupidez de que el divorcio es un fracaso, pero ya lo he superado.

– Debe de ser duro.

Samantha asintió.

– Yo creía que iba a estar casada con el mismo hombre toda la vida, creía que había elegido al hombre perfecto. Bueno, se entiende, no perfecto porque fuera perfecto sino porque era perfecto para mí. En cualquier caso, me equivoqué. Teníamos objetivos diferentes en la vida, no coincidíamos en casi nada, ¿sabes? Yo podría haber vivido con eso, pero, de repente, él cambió de opinión y decidió que no quería tener hijos.

– Vaya, pues a ti te encantan los niños si mal no recuerdo.

– Sí, todavía tengo unos cuantos buenos años por delante, así que no he perdido la esperanza de tenerlos algún día.

– Claro que no.

Samantha sonrió.

– Bueno, ya basta de hablar de mí. ¿A ti qué tal te ha tratado la vida en cuestiones de amor? -le preguntó.

– Bueno, no hay mucho que contar. No me he casado ni me he divorciado aunque estuve prometido durante un tiempo.

– ¿Y qué pasó? ¿No funcionó?

– Murió.


Samantha se quedó estupefacta.

– Lo siento mucho -se lamentó sinceramente.

– Gracias. Fue hace unos años, justo antes de Navidad. Shelby se salió de la carretera porque había helado y su coche cayó al río.

– Qué horror.

Jack sabía que a Samantha le hubiera gustado poder decir algo especial para consolarlo, pero no había nada que no hubiera oído ya. En cualquier caso, nada de lo que le habían dicho había cambiado el hecho de que Shelby hubiese muerto ni de que hubiera dejado aquella nota antes de morir.

– ¿Y fue mucho antes de la boda?

– Una semana antes. Nos íbamos a casar el día de Fin de Año.

– Supongo que ahora no te gustará nada la Navidad -comentó Samantha mordiéndose el labio inferior.

– Bueno, en realidad, ya lo voy superando, pero los que me dan pena son sus padres.

Samantha asintió.

– Las relaciones nunca son fáciles -recapacitó.

– Hablando de algo más agradable -comentó Jack cambiando de tema-. ¿Te han dicho que dentro de unas semanas hay una gran fiesta?

Samantha negó con la cabeza.

– Es una fiesta que dan los grandes anunciantes y hay que ir de gala.

– ¿De verdad? ¿Me estás diciendo que tengo excusa para comprarme un vestido nuevo y estar fabulosa?

– No es una excusa sino una orden.

– ¿Y tú irás de esmoquin?

– Por supuesto.

– Madre mía, estarás guapísimo y todas las mujeres te adularán.

– Para variar -bromeó Jack.

– O sea que ligas mucho, ¿eh?

Jack se preguntó si Samantha estaba coqueteando con él y decidió no dejar que su mente siguiera por aquellos derroteros porque, siempre que se había planteado algo así con ella, se había llevado una gran decepción.

– Bueno, no me puedo quejar, salgo con alguna de vez en cuando…

– Estoy segura de que no sales más porque no quieres, porque eres guapo, divertido inteligente, tienes dinero y estás soltero. A mí me pareces bastante irresistible.

– Estoy de acuerdo con todo eso, pero, aun así, hay algunas que se me resisten -bromeó Jack-. ¿Y tú? ¿Tienes intención de empezar a salir con hombres pronto?

– No creo. Cuando te divorcias, tu autoestima se ve muy vapuleada y yo todavía me estoy recuperando.

Jack no se lo podía creer porque Samantha siempre había sido una mujer segura de sí misma, inteligente, divertida y preciosa.

– No se te nota.

– Gracias -sonrió Samantha-. Me lo estoy currando mucho.

– Pues sigue así.

A Jack le hubiera encantado decirle que estaba tan maravillosa como siempre, pero no se atrevió.

– En fin, Charlie y yo nos vamos a ir a dormir -se despidió llamando al perro.

– Gracias por haber venido -los despidió Samantha en el vestíbulo-. Me ha encantado cenar con vosotros -añadió agachándose y despidiéndose de Charlie-. A ver si nos volvemos a ver, ¿eh?

Charlie ladró encantado y le lamió la mano. «Tendría gracia ahora que, después de tanto tiempo, se enamorara de mi perro», pensó Jack divertido.

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