Capítulo 14

El equipo legal y Jack hicieron un descanso a las tres y Jack se dirigió a su despacho por si había nuevas noticias.

En el camino, se encontró con David.

– El Consejo sigue reunido, pero ya han encontrado a una víctima -le informó su tío.

– Vaya, qué rápido trabajan -se sorprendió Jack.

– Se trata de Samantha.

Jack no desaceleró el paso, pero, en lugar de dirigirse a su despacho, bajó al piso donde estaba reunido el Consejo de Administración.

– Jack, piensa antes de actuar -le aconsejó su tío.

– ¿Por qué? Ellos no lo han hecho. La han entrevistado durante ¿cuánto? ¿Un cuarto de hora? Tú y yo sabemos que Samantha es incapaz de hacer algo así. El responsable pagará por ello. No pienso consentir que Samantha cargue con el mochuelo.

– ¿Qué vas a hacer?

– Poner a cada uno en su sitio.

Jack entró en la sala de reuniones sin llamar a la puerta. El Consejo estaba interrogando a tres empleados del departamento de informática. Jack les hizo una señal con la cabeza y los tres abandonaron la sala.

A continuación, Jack se acercó a la mesa a la que estaban sentadas aquellas siete personas que querían regir su destino.

– Me han dicho que alguien ha admitido su culpabilidad -comentó-. ¿Por qué nadie me ha informado de ello?

– No te pases de listo, Jack -le advirtió Baynes.

– Aquí el único listo eres tú -le espetó Jack-. ¿No te gusta mi manera de hacer las cosas? ¿Y qué vas a hacer? ¿Me vas a despedir? Sería el mejor favor que me podrías hacer. ¿Cómo habéis conseguido esa confesión?

– La señorita Edwards no ha confesado, pero, siendo la responsable del proyecto, hemos pensado que lo mejor sería que…

– El responsable del proyecto soy yo -lo interrumpió Jack dando un puñetazo sobre la mesa-. Os recuerdo que yo estoy al mando de esta empresa, así que no tenéis derecho alguno a despedir a mis empleados a mis espaldas sin razón.

– Tienen una razón, ¿verdad? Anda, Baynes, díselo -lo urgió David.

El presidente del Consejo de Administración no abrió la boca.

– Quieren sacarlo en los informativos, que la gente se crea que ya está todo resuelto para que los precios de las acciones no bajen -continuó David.

– Nos preocupamos por esta empresa, no como vosotros -lo atacó Baynes.

– Hemos hecho todo lo que hemos podido para que esta empresa vaya bien, hemos trabajado como locos. Os gustaba el nuevo proyecto -le recordó Jack.

– Sí, hasta que han aparecido problemas -contestó Baynes-. Obviamente, has contratado a gente incompetente. La señorita Edwards es una persona problemática que…

– ¿Cómo? ¿Qué demonios estás diciendo?

– Hemos hablado con el ex marido de la señorita Edwards -contestó Baynes-. Nos ha sido de gran ayuda.

– Ya me imagino -se lamentó Jack.

A continuación, dio un paso atrás porque sabía que, si seguía allí, lo único que iba a conseguir iba a ser enfadarse todavía más.

Necesitaba encontrar a Samantha, hablar con ella, asegurarse de que estaba bien.

– Si queréis echarle la culpa alguien, echádmela a mí -se despidió-. Dimito.

Baynes se puso en pie.

– No puedes dimitir. Firmamos un contrato. Si no lo cumples, te demandaremos. Piensa en qué sería de tu carrera judicial.

Jack se quedó mirando fijamente al presidente del Consejo de Administración y David le tiró del brazo.

– Venga, vámonos, aquí no se nos ha perdido nada -le dijo.

– Tienes razón -contestó Jack yendo hacia los ascensores-. ¿Dónde está Samantha?


– Estoy aquí, llorando en tu sofá, como de costumbre últimamente -le dijo Samantha a Helen.

– Bueno, lo bueno es que cada vez es por una razón diferente -intentó bromear su amiga-. Te aseguro que, si George me ha dejado el control de sus acciones, voy a considerar seriamente la posibilidad de despedir al Consejo de Administración – añadió mirando seriamente a Samantha.

– No sé qué hacer -admitió Samantha-. No quiero empeorar las cosas, no quiero que Jack tenga problemas por mi culpa.

– ¿Has hablado con él?

– No, he venido directamente aquí.

– Seguro que te está buscando -sonrió Helen.

– ¿Tú crees?

Helen asintió y Samantha pensó en la cantidad de veces que Jack había demostrado su afecto y su preocupación por ella, la cantidad de ocasiones en las que se había mostrado paciente y comprensivo con ella.

– Sí, tienes razón. Supongo que, cuando se haya enterado de lo que ha pasado con el Consejo de Administración, se habrá enfadado mucho… Es verdad, se preocupa por mí… yo también por él… así ha sido siempre… ya era así en la universidad… -recapacitó.

– Sí, cuando te moriste de miedo, saliste corriendo y te perdiste al hombre de tu vida.

– ¿Y si se cree que me he ido otra vez? -dijo Samantha poniéndose en pie-. ¿Y si no se da cuenta de que estoy dispuesta a dimitir para ayudarlo?

– ¿Te he dicho que hablar las cosas en una pareja suele ser muy útil?

– Sí, en un par de ocasiones -admitió Samantha inclinándose sobre su amiga y besándola en la mejilla-. ¡Eres la mejor! -exclamó saliendo al trote de su casa.

– Voy a avisar a la señorita Wycliff para que localice a Jack y le diga que lo estás buscando y que te espere en su despacho.


– ¡No me iba a ir! -gritó Samantha al entrar en el despacho de Jack-. Bueno, me iba de la empresa, pero no de tu lado -le aclaró-. Lo he hecho porque he creído que mi dimisión te pondría las cosas más fáciles.

– No quiero que dejes que esos bestias te echen la culpa de algo que no has hecho -dijo Jack tomándola entre sus brazos-. ¿Y crees que irte de mi lado me iba a ayudar en algo?

Samantha sonrió encantada.

– Madre mía, Jack, esto es un lío.

– Sí, pero lo vamos a arreglar. Para empezar, me he negado a aceptar tu dimisión.

– Bien, me alegro, porque en el taxi que me ha traído desde casa de Helen se me ha ocurrido una cosa. Verás, la página web se cayó, ¿verdad? Los técnicos la arreglaron y la pusieron en funcionamiento de nuevo. Eso quiere decir que la página estaba bien. Sin embargo, cuando volvió a funcionar, todo el mundo que se metía en ella iba a parar a la página porno. Yo creo que los dos incidentes están relacionados. Eso querría decir que se ha hecho desde dentro de la empresa.

– Tienes razón -contestó Jack viéndolo claro también-. Eso que dices tiene mucha lógica. Llevamos todo este tiempo diciendo que todo esto tiene cierto tufillo de venganza personal… claro, tiene que haber sido desde dentro.

– ¿Y ahora qué hacemos?

– Vamos a llamar a un amigo -contestó Jack marcando un número-. ¿Roger? Soy Jack. A Samantha y a mí se nos ha ocurrido una posibilidad. Te la voy a contar para que me digas quién tiene los conocimientos técnicos como para hacerlo.

El otro hombre escuchó atento.

– ¿Y bien? -preguntó Samantha en cuanto Jack hubo colgado el teléfono.

– Roger me ha dado dos nombres y uno es Arnie.


En menos de diez minutos, los dos hombres estaban en el despacho de Jack. En cuanto Samantha vio a Arnie, supo que era el culpable porque no la miraba a los ojos.

– ¿Por qué lo has hecho? -le preguntó-. Tú y yo éramos amigos. Hemos trabajado codo con codo, hemos pasado largas noches juntos diseñando la página web. Confiaba en ti.

– No ha sido por ti, Samantha -intervino Jack-. Ha sido por mí, ¿verdad? Ha sido por mi padre y por la empresa.

– ¡Exacto! ¡No te mereces estar al cargo de todo esto después de lo mal que te has portado siempre con tu padre! -exclamó Arnie poniéndose en pie-. Tu padre era un gran hombre y tú no le llegas ni a la suela de los zapatos.

– ¿Lo tenías todo pensado desde el principio? -se lamentó Samantha.

– Sí, ha sido muy fácil engañaros a todos -admitió Arnie-. Me importa un bledo lo que me pase porque mi satisfacción personal es que la empresa está arruinada. Jamás te recuperarás de esto, Jack, y me alegro -añadió con desprecio.

En aquel momento, se abrió la puerta y entró la señorita Wycliff acompañada por la policía, que esposó a Arnie, le leyó sus derechos y se lo llevó.

Matt, el otro hombre, que había permanecido sentado y mudo, se excusó y se fue apesadumbrado.

Una vez a solas, Samantha y Jack se sentaron en el sofá.

– Ha sido horrible -se lamentó Samantha.

Jack la besó en la frente.

– A lo mejor lo más fácil sería darle al Consejo de Administración lo que quiere porque es verdad que vamos a tardar años en relanzar la empresa.

– No digas eso. En serio, Jack. Si tú quieres que esta empresa vuelva a funcionar, lo conseguirás. Tú siempre consigues lo que te propones.

– ¿Y si lo que quiero eres tú?

Samantha sintió que el corazón le daba un vuelco y sonrió.

– Te diría que es maravilloso porque tú también eres lo que yo quiero.

Jack la miró a los ojos con intensidad.

– ¿De verdad?

– Sí. Llevo toda la vida huyendo de las cosas que me daban miedo y nunca me había parado a pensar lo que me estaba perdiendo.

– A mí me ha pasado lo mismo -murmuró Jack tomándola de las manos-. Siempre me he negado a creer que el amor duraba. Mi experiencia era otra. Ahora me pregunto si la razón por la que nunca he podido entregarle mi corazón a una mujer es que ya le pertenecía a otra, a ti. Samantha, te quiero.

– Yo también te quiero.

– ¿Te das cuenta de que hemos perdido diez años?

– No, no los hemos perdido. Era necesario que estuviéramos separados ese tiempo para convertirnos en estas personas que somos ahora y volvernos a encontrar.

– Me gusta cómo suena eso -sonrió Jack besándola.

– Ya verás, juntos haremos que esta empresa salga adelante y, luego, podrás volver a ejercer la abogacía y acabarás siendo un juez maravilloso. Incluso te quedará bien el traje negro.

Aquello hizo reír a Jack.

– Me gusta cómo piensas. La verdad es que me gusta todo de ti.

– A mí me pasa lo mismo contigo.

– ¿Te apetece casarte?

– Sí.

– ¿Así? ¿Sin preguntas?

Samantha lo miró a los ojos.

– Jack, te quiero. Confío en ti y quiero pasar mi vida contigo. No tengo preguntas.

– Te prometo que haré todo lo que esté en mi mano para que seas feliz. Estaré siempre a tu lado.

Samantha sabía que así sería porque así había sido siempre.

– He estado pensando en mis hermanos. Quiero que vuelvan a casa, no solamente por la empresa sino porque quiero que volvamos a ser una familia. ¿Tú crees que con la excusa de la boda vendrán?

– Por supuesto que sí -suspiró Samantha perdiéndose entre sus brazos-. Y, si no quieren venir por las buenas, iremos a buscarlos -sonrió.

– Eso me encanta de ti, que siempre sabes qué hacer.

– Es una de mis mejores cualidades.

– ¿Es la que más te gusta de ti misma?

– No, lo que más me gusta de mí misma es cuánto te quiero.

– Lo mismo te digo, Samantha. Para siempre.

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