4. LAS VIDAS DE LOS ANIMALES

DOS: LOS POETAS Y LOS ANIMALES

Son las once pasadas. Su madre se ha ido a la cama y él está con Norma en la planta baja ordenando las cosas de los niños. Después todavía tiene que preparar una clase.

– ¿Vas a ir mañana al seminario de tu madre? -pregunta Norma.

– Tengo que ir.

– ¿Sobre qué es?

– Se titula «Los poetas y los animales». Lo monta el departamento de inglés. Lo celebran en una sala de seminarios, así que no creo que esperen mucho público.

– Me alegro de que sea sobre algo de lo que sabe. Sus filosofías me parecen un poco difíciles de digerir.

– Oh. ¿A qué te refieres?

– Por ejemplo, a lo que ha dicho sobre la razón humana. Presumiblemente intentaba hablar del entendimiento racional. Decir que las explicaciones racionales no son más que una consecuencia de la estructura de la mente humana. Que los animales tienen sus propias explicaciones acordes con la estructura de sus mentes, a las cuales no tenemos acceso porque no compartimos un lenguaje con ellos.

– ¿Y dónde está el error en eso?

– Es una ingenuidad, John. Es la clase de relativismo fácil y banal que impresiona a los estudiantes de primer año. Respetemos todas las visiones del mundo, la de la vaca, la de la ardilla y etcétera. Al final nos lleva a la parálisis intelectual total. Uno se pasa tanto tiempo respetando que no le queda tiempo para pensar.

– ¿Es que las ardillas no tienen una visión del mundo?

– Sí, las ardillas tienen una visión del mundo. Su visión del mundo incluye las bellotas y los árboles, la meteorología, los perros, los gatos, los automóviles y las ardillas del sexo opuesto. Eso es todo. No hay más. Ese es el mundo según una ardilla.

– ¿Y estamos seguros de eso?

– Estamos seguros de eso en la medida en que los siglos que llevamos observando a las ardillas no nos indican otra cosa. Si las ardillas tienen algo más en mente, no se traduce en conductas observables. A efectos prácticos, la mente de la ardilla es un mecanismo muy simple.

– Así que Descartes tenía razón y los animales no son más que autómatas biológicos.

– A grandes rasgos, sí. No se puede distinguir en abstracto entre la mente de un animal y una máquina que imite a la mente de un animal.

– ¿Y los seres humanos son distintos?

– John, estoy cansada y tu actitud está siendo irritante. Los seres humanos inventan las matemáticas, construyen telescopios, llevan a cabo cálculos, construyen máquinas, pulsan un botón y, pum, el Sojourner se posa sobre Marte, tal como estaba calculado. Por eso la racionalidad no es un mero juego, como afirma tu madre. La razón nos ofrece un conocimiento real del mundo real. Está demostrado y funciona. Tú eres físico. Deberías saberlo.

– Estoy de acuerdo. Funciona. Con todo, ¿no hay una posición externa según la cual nuestros actos y nuestros pensamientos y el hecho de que enviemos una sonda a Marte se parece mucho a la situación en que una ardilla piensa y luego sale corriendo y agarra una nuez? ¿Tal vez no era eso lo que mi madre quería decir?

– ¡Pero no existe esa posición externa! Sé que suena anticuado, pero tengo que decirlo. No existe ninguna posición fuera de la razón en la que uno se pueda poner y debatir sobre la razón y luego llevar a cabo un juicio sobre la razón.

– Salvo la posición de alguien que se ha retirado de la razón.

– Eso no es más que irracionalismo francés, la clase de cosas que dice alguien que nunca ha puesto un pie dentro de un centro psiquiátrico y ha visto cómo es la gente que se ha retirado realmente de la razón.

– Pues salvo Dios.

– No si Dios es un dios de la razón. Un dios de la razón no puede situarse fuera de la razón.

– Me sorprendes, Norma. Estás hablando como una racionalista de la vieja escuela.

– No me entiendes. Ese es el terreno que ha elegido tu madre. Yo me limito a responderle en sus términos.

– ¿Quién era el invitado que no vino?

– ¿El de la silla vacía? Era Stern, el poeta.

– ¿Crees que fue una forma de protesta?

– Estoy segura de que sí. Tu madre tendría que habérselo pensado dos veces antes de sacar el tema del Holocausto. Noté que mucha gente del público se ponía furiosa.

La silla vacía era ciertamente una protesta. Cuando va a dar su clase de la mañana, John se encuentra una carta en su casilla dirigida a su madre. Se la da cuando va a buscarla a su casa. Elizabeth la lee deprisa, suspira y se la devuelve.

– ¿Quién es este hombre? -dice.

– Abraham Stern. Un poeta. Creo que muy respetado. Lleva aquí toda la vida.

El lee la nota de Stern, que está escrita a mano.


Querida señora Costello:

Perdón por no asistir a la cena de anoche. He leído sus libros y sé que es usted una persona seria, así que doy por sentado que se tomaba usted en serio lo que dijo en su conferencia.

En el núcleo de su conferencia, me pareció a mí, estaba la cuestión de compartir la mesa. Si nos negamos a compartir la mesa con los verdugos de Auschwitz, ¿podemos seguir compartiendo la mesa con los matarifes de animales?

Usted usó para su provecho la conocida comparación entre los judíos asesinados en Europa y el ganado sacrificado. Los judíos murieron como ganado, por tanto el ganado muere como judíos, dice usted. Es un juego de palabras que no voy a aceptar. Usted malinterpreta la naturaleza del parecido. Diría incluso que usted la malinterpreta a propósito, hasta el punto de la blasfemia. El hombre está hecho a imagen de Dios, pero Dios no está hecho a imagen del hombre. El hecho de que a los judíos se los tratara como ganado no quiere decir que al ganado se le trate como a judíos. Esa inversión es un insulto al recuerdo de los muertos. Y además explota de forma barata los horrores de los campos de exterminio.

Perdóneme que le sea tan franco. Usted dijo que era lo bastante anciana como para no tener que perder el tiempo con lindezas, y yo también soy viejo.

Un saludo,

ABRAHAM STERN


John lleva a su madre con los anfitriones del departamento de inglés y luego se va a una reunión. La reunión se hace eterna. Son pasadas las dos y media cuando llega a la sala de seminarios situada en el Stubbs Hall.

Cuando entra, su madre está hablando. Se sienta junto a la puerta intentando hacer el menor ruido posible.

– En esa clase de poesía -está diciendo Elizabeth Costello-, los animales adquieren formas humanas: el león representa el valor, la lechuza la sabiduría, etcétera. Incluso en el poema de Rilke la pantera está presente como representación de otra cosa. Se disuelve en un baile de energía alrededor de un centro, una imagen que viene de la física, de la física de partículas elementales. Rilke no va más allá, no va más allá de la pantera como encarnación vital de la clase de fuerza que se libera en una explosión atómica pero que aquí está atrapada no tanto por los barrotes de la jaula como por lo que los barrotes imponen a la pantera: un desfile concéntrico que deja a la voluntad aturdida y narcotizada.

¿La pantera de Rilke? ¿Qué pantera? Su confusión debe de ser evidente: la chica que tiene al lado le planta una página fotocopiada delante de la cara. Tres poemas: uno de Rilke titulado «La pantera» y dos de Ted Hughes titulados «El jaguar» y «Segunda mirada a un jaguar». No tiene tiempo de leerlos.

– Hughes está escribiendo contra Rilke -continúa su madre-. Usa el mismo escenario del zoo, pero para variar es el público el que está hipnotizado, y entre ellos el hombre, el poeta: en trance, horrorizado y abrumado, con su capacidad de entendimiento forzada más allá de sus límites. La visión del jaguar, a diferencia de la de la pantera, no está aturdida. Al contrario, su mirada perfora la oscuridad del espacio. La jaula carece de realidad para él, él está en otra parte. Está en otra parte porque su conciencia no es abstracta sino cinética: la fuerza de sus músculos lo impulsa a través de un espacio de una naturaleza muy distinta a la caja tridimensional de Newton: un espacio circular que regresa sobre sí mismo.

»Así pues, dejando de lado la ética de encerrar a animales de gran tamaño, Hughes está investigando a tientas una modalidad distinta de estar-en-el-mundo, una que no nos es del todo ajena, ya que la experiencia de estar ante la jaula parece pertenecer a la experiencia onírica, una experiencia presente en el inconsciente colectivo. En estos poemas conocemos al jaguar no por su aspecto, sino por cómo se mueve. El cuerpo se define por cómo se mueve, o por cómo se mueven en su interior las corrientes de la vida. Los poemas nos piden que imaginemos cómo es esa forma de moverse, que habitemos en ese cuerpo.

»Con Hughes no es cuestión, subrayo, de habitar otra mente, sino de habitar otro cuerpo. Es la clase de poesía sobre la que hoy estoy llamando la atención de ustedes: una poesía que no trata de encontrar una idea en el animal, que trata del animal, sino que es el registro de una unión con el mismo.

»Lo peculiar de esa clase de uniones poéticas es que, sin importar la intensidad con que tengan lugar, siguen desplegando una indiferencia total hacia su objeto. En este sentido difieren de los poemas de amor, cuya intención es conmover a su objeto.

»No es que a los animales no les importe lo que sentimos hacia ellos. Pero cuando desviamos la corriente de sentimientos que fluye entre nosotros y el animal y la canalizamos en forma de palabras, los abstraemos para siempre del animal. De esta forma, el poema no es un regalo a su objeto, como lo es el poema de amor. Cae dentro de una economía totalmente humana en la cual el animal no participa. ¿Contesta eso su pregunta?

Alguien más tiene la mano levantada: un joven alto con gafas. No conoce bien la poesía de Ted Hughes, dice, pero lo último que oyó es que Hughes tenía un rancho de ovejas en alguna parte de Inglaterra. O bien está criando ovejas como tema para su poesía (se oyen risitas ahogadas en la sala) o bien es un ranchero de verdad que cría ovejas para el mercado.

– ¿Cómo cuadra esto con lo que estaba diciendo usted en su conferencia de ayer, cuando parecía estar bastante en contra de matar animales para obtener su carne?

– Nunca he conocido a Ted Hughes -responde Elizabeth-, así que no puedo decirle qué clase de granjero es. Pero déjeme que intente contestar su pregunta a otro nivel.

»No tengo razones para pensar que Hughes crea que su atención a los animales es única. Al contrario, sospecho que cree que está recuperando una atención que nuestros antepasados lejanos poseían y que nosotros hemos perdido (él concibe esta pérdida en términos más evolutivos que históricos, pero esa es otra cuestión). Supongo que cree que ve a los animales en gran medida como los veían los cazadores del Paleolítico.

«Esto coloca a Hughes en una línea de poetas que celebran lo primitivo y repudian la tendencia occidental al pensamiento abstracto. Es la línea de Blake y Lawrence, de Gary Snyder en Estados Unidos o de Robinson Jeffers. También de Hemingway, en su fase de la caza y las corridas de toros.

»En mi opinión, las corridas de toros nos dan una pista. Matemos a la bestia por todos los medios, dicen, pero convirtámoslo en un combate, en un ritual, y honremos a nuestro adversario por su fuerza y su bravura. Y comámoslo, después de haberlo vencido, para que su fuerza y su coraje entren en nosotros. Mirémoslo a los ojos antes de matarlo y démosle las gracias después. Cantemos canciones sobre él.

»A eso lo llamamos primitivismo. Es una actitud fácil de criticar. Es muy masculina, muy masculinista. No hay que confiar en sus ramificaciones políticas. Pero, a fin de cuentas, a un nivel ético, sigue habiendo algo atractivo en ella.

»Sin embargo, también es poco práctico. Uno no alimenta a cuatro mil millones de personas mediante los esfuerzos de toreros y cazadores de ciervos armados con arcos y flechas. Somos demasiados. No hay tiempo para respetar y honrar a todos los animales que necesitamos para alimentarnos. Necesitamos fábricas de muerte. Necesitamos animales de fábrica. Chicago nos mostró la forma. Los nazis aprendieron a procesar cuerpos de los mataderos de Chicago.

»Pero déjenme volver a Hughes. Dice usted: a pesar de la parafernalia primitivista, Hughes es un carnicero; ¿qué estoy haciendo en su compañía?

»Yo respondería que los escritores nos enseñan más de lo que saben. Al poner en primer plano al jaguar, Hughes nos enseña que también nosotros podemos encarnar a los animales. Mediante el proceso llamado invención poética, que mezcla aliento y sentidos de una forma que nadie ha explicado y que nadie explicará. Nos muestra cómo conseguir que el cuerpo vivo cobre existencia en nuestro interior. Cuando leemos el poema del jaguar, y cuando lo recordamos más tarde con tranquilidad, durante un breve intervalo somos el jaguar. El jaguar se agita en nuestro interior, conquista nuestro cuerpo y se nos mete dentro.

»De momento todo está bien. No creo que Hughes estuviera en desacuerdo con lo que he dicho hasta ahora. En gran medida es la mezcla de chamanismo, posesión espiritual y psicología de arquetipos que él mismo defiende. En otras palabras, una experiencia primitivista (estar cara a cara con un animal), un poema primitivista y una teoría primitivista de la poesía para justificarlo.

»También es la clase de poesía con la que se pueden sentir cómodos los cazadores y la gente que llamo gestores de la ecología. Cuando Hughes el poeta está delante de la jaula del jaguar, mira un jaguar en concreto y es poseído por la vida de ese jaguar individual. Tiene que ser así. Los jaguares en general, la subespecie jaguar, la idea de un jaguar, eso no lo va a conmover, ya que no podemos experimentar abstracciones. Y, sin embargo, el poema que escribe Hughes trata sobre el jaguar, sobre la jaguaridad encarnada en ese jaguar. Igual que más tarde, cuando escribe sus maravillosos poemas sobre salmones, estos tratan de salmones como ocupantes transitorios de la vida del salmón, de la biografía del salmón. Así que, a pesar de la nitidez y de la terrenalidad de la poesía, en ella sigue habiendo algo de platónico.

»En la visión ecológica, el salmón y las algas de río y los insectos acuáticos interactúan en un baile enorme y complejo con la tierra y con el clima. El todo es mayor que la suma de las partes. En el baile, cada organismo tiene un rol: son estos múltiples roles, más que los seres concretos que los desempeñan, los que participan en el baile. En cuanto a los individuos concretos que desempeñan los roles, mientras se vayan renovando, mientras sigan adelante, no necesitamos prestarles atención.

»A esto lo he llamado platónico y lo vuelvo a hacer. Miramos a la criatura en sí, pero estamos pensando en el sistema de interacciones del que esta es la encarnación material y terrenal.

»Es una ironía terrible. Una filosofía ecológica que nos está diciendo que vivamos codo con codo con otras criaturas se justifica a sí misma apelando a una idea, a una idea de un orden más elevado que ninguna criatura viviente. Una idea, finalmente (y este es el giro aplastante de la ironía) que no puede entender ninguna criatura más que el hombre. Toda criatura viviente lucha por su vida individual y al luchar rechaza la idea de que el salmón o el mosquito pertenecen a un orden de importancia más bajo que la idea del salmón o la idea del mosquito. Pero cuando vemos al salmón luchar por su vida, decimos que simplemente está programado para luchar. Decimos, siguiendo a santo Tomás, que está atrapado en la esclavitud de la naturaleza. Decimos que carece de auto-conciencia.

»Los animales no creen en la ecología. Ni siquiera los etnobiólogos hacen esa afirmación. Ni siquiera los etnobiólogos dicen que la hormiga sacrifica su vida para perpetuar la especie. Lo que dicen es sutilmente distinto: la hormiga se muere y la función de su muerte es perpetuar la especie. La vida de la especie es una fuerza que actúa a través del individuo pero que el individuo es incapaz de entender. En ese sentido la idea es innata y la hormiga está regida por la idea igual que un ordenador está regido por un programa.

«Nosotros, los gestores de la ecología… Siento seguir por este camino, me estoy alejando mucho de su pregunta, enseguida acabo. Nosotros los gestores entendemos el mecanismo global, así que podemos decidir cuántas truchas se pueden pescar o cuántos jaguares se pueden atrapar sin que se trastorne la estabilidad del mecanismo. El único organismo sobre el que no nos arrogamos este poder de dar la vida o la muerte es el hombre. ¿Por qué? Porque el hombre es distinto. El hombre entiende el mecanismo, a diferencia del resto de participantes. El hombre es un ser intelectual.

Mientras ella habla, la mente de él divaga. No es la primera vez que oye a su madre expresarse en esos términos antiecologistas. Los poemas sobre jaguares están muy bien, pero no verás nunca a un montón de australianos de pie delante de una oveja, escuchando sus estúpidos balidos y escribiendo poemas sobre ella. ¿No es eso acaso lo que hace sospechosa a la gente que se dedica a los derechos de los animales: que tienen que subirse al carro de los gorilas pensativos, los jaguares sensuales y los pandas sedosos porque los verdaderos objetos de su preocupación, los pollos y los cerdos, por no hablar de los ratones blancos o las gambas, no llegan a los titulares?

Ahora Elaine Marx, la misma que presentó la conferencia de ayer, hace una pregunta:

– En su conferencia argumentó usted que se usaban con mala fe diversos criterios (¿puede razonar esta criatura?, ¿puede hablar esta criatura?) para justificar unas distinciones que no tienen base real, entre Homo y primates, por ejemplo, y de este modo justificar la explotación.

»Y, sin embargo, el mero hecho de que pueda estar usted rebatiendo estos razonamientos, exponiendo su falsedad, comporta que tiene usted cierta fe en el poder de la razón, del razonamiento verdadero por encima del razonamiento falso.

»Déjeme concretar mi pregunta refiriéndome al caso de Lemuel Gulliver. En Los viajes de Gulliver, Swift nos da la visión de una utopía racionalista, la tierra de los llamados houyhnhnms, en donde resulta no haber sitio para Gulliver, que es lo más cercano que Swift nos presenta a una representación de nosotros, sus lectores. Pero ¿quién de nosotros querría vivir en la tierra de los houyhnhnms, con su vegetarianismo racional y su gobierno racional y su visión racional del amor, el matrimonio y la muerte? ¿Querría siquiera un caballo vivir en una sociedad tan perfectamente regulada y totalitaria? Y lo que es más pertinente para nosotros, ¿cuál es el historial de las sociedades totalmente reguladas? ¿No es un hecho que acaban derrumbándose o volviéndose militaristas?

»Concretando, mi pregunta es la siguiente: ¿no está usted esperando demasiado de la humanidad cuando nos pide que vivamos sin explotar a otras especies y sin crueldad? ¿No es más humano aceptar nuestra humanidad, aunque eso comporte admitir en nuestro seno a los carnívoros yahoos, que terminar como Gulliver, ansiando un estado que no puede alcanzar nunca, y por una buena razón: que no está en su naturaleza, que es una naturaleza humana?

– Una pregunta interesante -responde Elizabeth-. Swift me parece un escritor fascinante. Por ejemplo, su Una humilde propuesta. Siempre que hay un acuerdo abrumador sobre cómo leer un libro, me pongo alerta. En Una humilde propuesta, el consenso dice que Swift no dice en serio lo que dice, o lo que parece decir. Dice, o parece decir, que las familias irlandesas podrían ganarse la vida criando bebés para que se los comieran sus amos ingleses. Pero no lo puede decir en serio, decimos, porque todos sabemos que matar a bebés humanos y comérselos es una atrocidad. Y, sin embargo, si lo pensamos bien, en cierto sentido los ingleses ya están matando a bebés humanos, porque los dejan morir de hambre. Así que, si lo pensamos bien, los ingleses ya están cometiendo una atrocidad.

»Esta vendría a ser la lectura ortodoxa. Pero ¿por qué, me pregunto, se les embute a los jóvenes lectores con tanta vehemencia? Así es como tenéis que leer a Swift, dicen los maestros, así y de ninguna otra manera. Si es atroz matar a bebés humanos y comérselos, ¿por qué no es atroz matar a lechones y comérselos? Si quieren que Swift sea un ironista macabro en lugar de un panfletista fácil, pueden ustedes examinar las premisas que hacen que su fábula sea tan fácil de digerir.

»Déjenme que me ocupe ahora de Los viajes de Gulliver.

»Por un lado, tenemos a los yahoos, que están asociados con la carne cruda, el olor a excremento y lo que solíamos llamar bestialismo. Por otro lado, están los houyhnhnms, asociados a la hierba, los olores agradables y la ordenación racional de las pasiones. Y en medio de ambos está Gulliver, que quiere ser un houyhnhnm pero en su interior sabe que es un yahoo. Todo eso está muy claro. Igual que con Una humilde propuesta, la pregunta es cómo tenemos que entenderlo.

»Una observación. Los caballos expulsan a Gulliver. La razón aparente es que no cumple el criterio de racionalidad. La razón real es que no tiene aspecto de caballo, sino de otra cosa. En realidad lo que parece es un yahoo disfrazado. Así pues, el criterio de racionalidad que aplican los bípedos carnívoros para justificar su propio estatus especial también lo pueden aplicar los cuadrúpedos herbívoros.

»El criterio de racionalidad. Me da la impresión de que Los viajes de Gulliver funciona mediante la división tripartita aristotélica entre dioses, bestias y hombres. Si se intenta emplazar a los tres tipos de actores en solamente dos categorías (¿quiénes son las bestias y quiénes son los hombres?), la fábula no se entiende. Ni tampoco a los houyhnhnms. Los houyhnhnms son una especie de dioses, fríos y apolíneos. La prueba que llevan a cabo sobre Gulliver es si es un dios o una bestia. Creen que es la prueba apropiada. Nosotros, instintivamente, no lo creemos.

»Lo que siempre me ha desconcertado de Los viajes de Gulliver (y es una perspectiva que pueden esperarse de alguien nacido en una antigua colonia) es que Gulliver siempre viaja solo. Gulliver lleva a cabo viajes de exploración a tierras desconocidas, pero no llega a sus orillas en compañía de un grupo armado, como sucedió en la realidad, y el libro de Swift no dice nada de lo que normalmente sucedería después de las incursiones pioneras de Gulliver: de las expediciones subsiguientes, las expediciones para colonizar Lilliput o la isla de los houyhnhnms.

»La pregunta que hago es: ¿qué pasaría si Gulliver y una expedición armada desembarcaran, dispararan a unos cuantos yahoos cuando estos plantearan una amenaza y luego dispararan a un caballo y se lo comieran? ¿Cómo afectaría eso a la fábula ligeramente demasiado limpia, ligeramente demasiado abstracta y ligeramente demasiado poco histórica de Swift? Ciertamente les supondría un duro golpe a los houyhnhnms, porque dejaría claro que hay una tercera categoría además de los dioses y las bestias: el hombre, categoría a la que pertenece su ex cliente Gulliver. Y también que si los caballos representan la razón, el hombre representa la fuerza física.

«Conquistar una isla y masacrar a sus habitantes es, por cierto, lo que hicieron Odiseo y sus hombres en Trinacia, la isla consagrada a Apolo, un acto por el que el dios los castigó sin piedad. Y a su vez, esa historia parece invocar estratos más antiguos de creencias, de una época en que los toros eran dioses y en que comerse a un dios podía reportarte una maldición.

»Así pues, y perdonen la confusión de esta respuesta, sí, no somos caballos, carecemos de su belleza desnuda, clara y racional. Al contrario, somos primates subequinos, también conocidos como hombres. Dice usted que no se puede hacer nada más que aceptar esa condición, esa naturaleza. Muy bien, aceptémosla. Pero forcemos también la fábula de Swift hasta sus límites y reconozcamos que, en la historia, aceptar la condición de hombres ha comportado masacrar y esclavizar a una raza de seres divinos o bien creados por los dioses y de esa forma hacer caer una maldición sobre nosotros mismos.


Son las tres y cuarto, y faltan un par de horas para el último compromiso de su madre. Él la lleva hasta su despacho por senderos flanqueados de árboles sobre los cuales caen las últimas hojas del otoño.

– Madre, ¿realmente crees que las clases de poesía van a cerrar los mataderos?

– No.

– Entonces, ¿por qué lo haces? Dices que estás harta de charla erudita sobre los animales y de silogismos para demostrar que tienen o no tienen alma. Pero ¿acaso la poesía no es otra clase de charla erudita, eso de admirar los músculos de un gato grande en verso? ¿No estabas intentando decir que hablar no cambia nada? A mí me parece que el nivel de conducta que quieres cambiar es demasiado elemental para que resulte afectado por lo que hablamos. La condición de carnívoros expresa algo muy arraigado en los seres humanos, igual que está muy arraigado en los jaguares. A un jaguar no lo vas a poner a dieta de soja.

– Porque se moriría. Los seres humanos no mueren cuando siguen dietas vegetarianas.

– No, es verdad. Pero no quieren dietas vegetarianas. Les gusta comer carne. Comer carne tiene algo que resulta atávicamente satisfactorio. Esa es la verdad brutal. Igual que es una verdad brutal el hecho de que, en cierto sentido, los animales se merecen lo que tienen. ¿Por qué perder el tiempo intentando ayudarlos cuando ellos no se ayudan a sí mismos? Dejemos que se cuezan en su propio jugo. Si me preguntaran cuál es la actitud general hacia los animales que nos comemos, yo diría que es el desprecio. Los tratamos mal porque los despreciamos. Y los despreciamos porque no nos plantan cara.

– No estoy en desacuerdo -dice su madre-. La gente se queja de que tratamos a los animales como a objetos, pero la verdad es que los tratamos como a prisioneros de guerra. ¿Sabías que cuando se abrieron al público los primeros zoos los guardianes tenían que proteger a los animales porque el público los atacaba? El público pensaba que los animales estaban allí para que la gente los atacara y los insultara, como a los prisioneros en un desfile de victoria. Una vez libramos una guerra contra los animales, que llamamos caza, aunque en realidad la guerra y la caza son lo mismo (Aristóteles lo vio claramente). La guerra se prolongó durante millones de años. Hace unos pocos siglos que la ganamos, cuando inventamos las armas de fuego. Solamente después de lograr una victoria absoluta nos hemos podido permitir cultivar la compasión. Pero nuestra compasión es muy frágil. Debajo hay una actitud más primitiva. El prisionero de guerra no pertenece a nuestra tribu. Podemos hacer lo que queramos con él. Podemos sacrificarlo a nuestros dioses. Podemos degollarlo, sacarle el corazón y tirarlo al fuego. En lo tocante a los prisioneros de guerra no hay leyes.

– ¿Y tú quieres curar a la humanidad de eso?

– John, no sé lo que quiero hacer. Lo único que no quiero hacer es quedarme callada.

– Muy bien. Pero por lo general no se mata a los prisioneros de guerra. Se los convierte en esclavos.

– Bueno, eso es lo que son nuestros rebaños cautivos: poblaciones esclavizadas. Su trabajo es reproducirse para nosotros. Incluso sus actos sexuales se convierten en una forma de trabajo. No los odiamos porque ya no vale la pena odiarlos. Pensamos en ellos, como tú dices, con desprecio.

»Sin embargo, sigue habiendo animales a los que odiamos. Como las ratas. Las ratas no se han rendido. Plantan cara. Se unen para formar unidades subterráneas en las cloacas. No van ganando, pero tampoco están perdiendo. Por no hablar de los insectos y los microbios. Todavía puede que nos ganen. Y está claro que nos sobrevivirán.


La última sesión de la visita de su madre resulta ser un debate. Su oponente es el hombre corpulento y rubio de la cena de anoche, que resulta ser Thomas O'Hearne, profesor titular de filosofía en Appleton.

Se ha acordado que O'Hearne tendrá tres turnos para plantear su oposición y su madre tendrá tres turnos de réplica. Como O'Hearne ha tenido la cortesía de enviar un resumen por adelantado, ella tiene una idea general de lo que va a decir.

– La primera reserva que tengo hacia el movimiento por los derechos de los animales -empieza O'Hearne- es que, dado que no se reconoce a sí mismo como movimiento histórico, corre el riesgo de convertirse, igual que el movimiento por los derechos humanos, en otra cruzada de Occidente contra las prácticas del resto del mundo que reclama la universalidad para lo que son simplemente sus propios criterios. -Procede a ofrecer un breve esquema del nacimiento de las sociedades protectoras de animales en Gran Bretaña y América durante el siglo diecinueve.

»Cuando se trata de los derechos humanos -continúa- otras culturas y otras tradiciones religiosas replican con razón que tienen sus propias normas y que no ve por qué tienen que adoptar las de Occidente. De forma similar, afirman tener sus propias normas para tratar a los animales y no ven razón para adoptar las nuestras, sobre todo cuando las nuestras son tan recientes.

»En su texto de ayer, nuestra conferenciante fue muy dura con Descartes. Pero Descartes no inventó la idea de que los animales pertenecen a un orden distinto a la humanidad: simplemente le dio una formalización nueva. La idea de que tenemos la obligación para con los animales de tratarlos con compasión (por oposición a la obligación para con nosotros mismos de hacerlo) es una idea muy reciente y muy occidental, e incluso muy anglosajona. Mientras insistamos en que tenemos acceso a un universal ético al que otras tradiciones son ciegas, e intentemos imponérselo mediante la propaganda o incluso mediante la presión económica, vamos a encontrarnos con resistencias, y esas resistencias estarán justificadas.

Es el turno de su madre.

– Las preocupaciones que expresa son sustanciales, profesor O'Hearne, y yo no estoy segura de poder darles respuestas sustanciales. Tiene usted razón por supuesto, en sus consideraciones históricas. Hace muy poco que la amabilidad con los animales se ha vuelto una norma social, apenas ciento cincuenta años o doscientos años, y solamente ha sucedido en una parte del mundo. Tiene razón también en vincular esta historia con la historia de los derechos humanos, ya que la preocupación por los animales se deriva históricamente de una serie más amplia de preocupaciones filantrópicas: entre otras, el interés por la suerte de los niños y los esclavos.

»Volviendo a Descartes, solamente me gustaría decir que la discontinuidad que vio entre animales y seres humanos fue el resultado de una información incompleta. La ciencia en la época de Descartes no estaba familiarizada con los grandes simios ni con los mamíferos marinos superiores, y por tanto no tenía razones para cuestionar el supuesto de que los animales no pueden pensar. Y, por supuesto, no tenía acceso al registro de fósiles que le habría revelado un continuo gradual de criaturas antropoides desde los primates superiores hasta el Homo sapiens. Unos antropoides, hay que decirlo, a los que el hombre exterminó en su camino al poder.

»Aunque le concedo que tiene razón en su argumento central sobre la arrogancia cultural de Occidente, me parece apropiado que quienes han sido pioneros en la industrialización de las vidas animales y la transformación de la carne animal en artículo de consumo sean también líderes en intentar reparar estos fenómenos.

O'Hearne presenta su segunda tesis.

– En mi lectura de la literatura científica -dice-, los esfuerzos para mostrar que los animales pueden desarrollar pensamientos estratégicos, entender conceptos generales o comunicarse de forma simbólica han tenido un éxito muy limitado. Lo mejor que los simios superiores pueden hacer no rebasa el nivel de un ser humano incapaz de hablar y con un retraso mental grave. De ser así, ¿no se tiene razón al considerar que los animales, y eso incluye a los animales superiores, pertenecen a otro reino legal y ético en lugar de colocarlos en esta deprimente subcategoría humana? ¿No hay acaso cierta sabiduría en la visión tradicional que dice que los animales no pueden disfrutar de derechos legales porque no son personas, ni siquiera personas en potencia, como lo son los fetos? Si pensamos en normas para tratar a los animales, ¿no tiene más sentido que esas normas se nos apliquen a nosotros y al trato que les dispensamos, de momento, en lugar de plantearlas como derechos que los animales no pueden reivindicar ni ejecutar, ni siquiera entender?

El turno de su madre.

– Contestar de forma adecuada, profesor O'Hearne, requeriría más tiempo del que tengo, ya que primero querría examinar toda la cuestión de los derechos y de cómo los adquirimos. Así que déjeme hacer una sola observación: que el programa de experimentación científica que le lleva a usted a la conclusión de que los animales son imbéciles es profundamente antropocéntrico. Valora cosas como ser capaz de salir de un laberinto estéril, ignorando el hecho de que si al investigador que diseñó el laberinto lo tiraran en paracaídas sobre las selvas de Borneo, estaría muerto al cabo de una semana. De hecho, yo iría más lejos. Si a mí como ser humano se me dijera que los criterios por los que se juzga a los animales en esos experimentos son criterios humanos, me sentiría insultada. Son los propios experimentos los que son imbéciles. Los conductistas que los diseñaron afirman que solamente entendemos mediante el proceso de crear modelos abstractos y luego contrastar esos modelos con la realidad. Qué tontería. Entendemos mediante el proceso de sumergirnos a nosotros mismos y a nuestra inteligencia en la complejidad. Hay cierta autoestupidización en la forma en que el conductismo científico niega la complejidad de la vida.

»En cuanto a la idea de que los animales son demasiado estúpidos para hablar por sí mismos, piensen en la siguiente secuencia de eventos. Cuando Albert Camus era niño en Argelia, su abuela le dijo que le trajera una de las gallinas del corral de su casa. Él obedeció y luego observó cómo la abuela le cortaba la cabeza al animal con un cuchillo de cocina y recogía la sangre en un cubo para no manchar el suelo.

»El grito de agonía de aquella gallina se grabó con tanta fuerza en la memoria del chico que en mil novecientos cincuenta y ocho le hizo escribir un ataque apasionado contra la guillotina. En parte como resultado de aquella polémica, Francia abolió la pena capital. ¿Quién puede decir entonces que la gallina no habló?

O'Hearne:

– Declaro lo siguiente de forma deliberada, consciente de las asociaciones históricas que puede tener. No creo que la vida sea tan importante para los animales como lo es para nosotros. Ciertamente los animales se resisten de forma instintiva contra la muerte, igual que nosotros. Pero no entienden la muerte como nosotros la entendemos, o, mejor dicho, como no la entendemos. En la mente humana se produce un colapso de la imaginación ante la muerte, y ese colapso de la imaginación, evocado gráficamente en la conferencia de ayer, es la base de nuestro miedo a la muerte. Ese miedo no existe ni puede existir en los animales, ya que el esfuerzo para comprender la extinción y el fracaso de ese esfuerzo, el intento fallido de asimilar esa idea, simplemente no han tenido lugar.

»Por esa razón, quiero sugerir, para un animal morir es simplemente algo que sucede, algo contra lo cual puede producirse una revuelta del organismo, pero no una revuelta del alma. Y cuanto más baje uno por la escala evolutiva, más cierto resulta esto. Para un insecto, la muerte es el colapso de los sistemas que mantienen en funcionamiento al organismo físico y nada más.

»Para los animales, la vida y la muerte forman un continuo. Solamente entre ciertos seres humanos muy imaginativos encontramos un horror a la muerte tan agudo que se proyecta en otros seres, incluyendo a los animales. Los animales viven y se mueren: no hay más. Por tanto, poner al mismo nivel a un carnicero que mata un pollo y a un verdugo que mata a un ser humano es un grave error. No son dos acontecimientos comparables. No están en la misma escala y no son de la misma escala.

»Eso nos deja con la cuestión de la crueldad. Matar animales es legítimo, diría yo, porque sus vidas no son tan importantes para ellos como lo son las nuestras para nosotros. La forma anticuada de decir esto es que los animales no tienen almas inmortales. Por otro lado, considero ilegítima la crueldad gratuita. Por tanto, me parece bastante apropiado que reclamemos un trato humanitario para los animales, incluso y sobre todo en los mataderos. Esta ha sido durante mucho tiempo una meta de las asociaciones protectoras de los animales, y yo los felicito por ello.

»Por último, quiero hablar de lo que veo como la naturaleza conflictivamente abstracta de la preocupación por los animales en el movimiento por los derechos de los animales. Quiero pedir perdón por adelantado a nuestra invitada por la dureza aparente de lo que voy a decir, pero creo que hay que decirlo.

»De las muchas variedades de amantes de los animales que veo a mi alrededor, déjenme centrarme en dos. Por un lado, los cazadores, una gente que valora a los animales a un nivel muy elemental y poco reflexivo. Gente que se pasa horas vigilándolos y siguiendo su rastro. Y que después de matarlos, obtienen placer de comerse su carne. Y, por otro lado, una gente que tiene escaso contacto con los animales, o por lo menos con las especies que se proponen defender, como las aves de corral y el ganado, pero que quieren que los animales lleven (en un vacío económico) una vida utópica en la que todo el mundo sea alimentado milagrosamente y nadie deprede a nadie.

»De las dos clases, ¿cuál quiere más a los animales?

»Y es que el activismo por los derechos de los animales, incluyendo su derecho a la vida, es tan abstracto que me resulta poco convincente y finalmente frívolo. Quienes lo llevan a cabo hablan mucho de nuestra comunidad con los animales, pero ¿cómo viven en realidad esa comunidad? Santo Tomás de Aquino dice que la amistad entre seres humanos y animales es imposible, y yo tiendo a estar de acuerdo. No se puede ser amigo de un marciano ni de un murciélago por la simple razón de que uno tiene demasiado poco en común con ellos. Ciertamente podemos desear que existiera una comunidad con los animales, pero eso no es lo mismo que vivir en comunidad con ellos. Ahí tenemos una muestra de nostalgia por el mundo previo a la caída.

El turno de su madre otra vez, su último turno.

– Cualquiera que diga que a los animales la vida les importa menos que a nosotros no ha sostenido en sus manos a un animal que lucha por su vida. Todo el ser del animal se vuelca en esa lucha, sin reservas. Estoy de acuerdo cuando usted dice que a la lucha le falta una dimensión de horror imaginativo o intelectual. El horror intelectual no se encuentra en la modalidad del ser de los animales: todo su ser está en la carne viva.

»Si nos los convenzo a ustedes, es porque las palabras que estoy pronunciando no consiguen invocar para ustedes la integridad y la naturaleza no abstracta y no intelectual de ese ser animal. Es por eso que les animo a que lean a los poetas que devuelven al lenguaje ese ser viviente y eléctrico. Y si esos poetas no les emocionan, les apremio a que caminen codo con codo con la bestia a la que están azuzando por el pasadizo que la lleva hasta su verdugo.

»Dice usted que al animal no le importa la muerte porque no la entiende. Me recuerda a uno de los filósofos académicos que leí cuando preparaba la conferencia de ayer. Fue una experiencia deprimente. Despertó en mí una respuesta casi swiftiana. Si esto es lo mejor que puede ofrecer la filosofía humana, me dije a mí misma, prefiero irme a vivir con los caballos.

»¿Podemos, preguntaba ese filósofo, hablando estrictamente, decir que el ternero echa de menos a su madre? ¿Acaso el ternero entiende lo bastante el significado de la relación con la madre? ¿Entiende lo bastante el significado de la ausencia materna? Y finalmente, ¿sabe lo bastante sobre echar de menos como para saber que el sentimiento que experimenta es el sentimiento de echar de menos?

«Hablando estrictamente, continúa el argumento, no se puede decir que un ternero que no ha asimilado los conceptos de presencia y ausencia, del yo y del otro, eche nada de menos. A fin de echar algo de menos, hablando estrictamente, primero habría que darle un curso de filosofía. ¿Qué clase de filosofía es esta? Yo digo que la tiremos a la basura. ¿De qué sirven sus distinciones insignificantes?

»Para mí, un filósofo que diga que la distinción entre humano y no humano depende de si uno tiene la piel blanca o negra y un filósofo que diga que la distinción entre humano y no humano depende de si uno conoce la diferencia entre un sujeto y un predicado se parecen más de lo que difieren.

«Normalmente evito los gestos de exclusión. Conozco a un eminente filósofo que declara que simplemente no está preparado para filosofar sobre los animales con gente que come carne. Yo no estoy segura de si iría tan lejos (con franqueza, no tengo tanto coraje), pero tengo que decir que no me muero de ganas por conocer al caballero cuyo libro he estado citando. Y más concretamente, no me muero de ganas por compartir la mesa con él.

»¿Estaría preparada para discutir con él? Esa es una pregunta crucial. La discusión solamente es posible cuando hay algo en común. Cuando los oponentes están en desacuerdo, decimos: «Que razonen juntos y que al hacerlo aclaren cuáles son sus diferencias y así se acerquen un poco. Puede que no tengan nada en común, pero al menos comparten la razón».

»En la presente ocasión, sin embargo, no estoy segura de querer admitir que comparto la razón con mi oponente. No cuando la razón es lo que sustenta la larga tradición filosófica a la que pertenece, una tradición que se remonta a Descartes y a antecesores suyos como santo Tomás, san Agustín, los estoicos y Aristóteles. Si lo único que me queda en común con ellos es la razón, y si la razón es lo que me separa del ternero, entonces gracias, pero creo que me buscaré otro interlocutor.

Esa es la nota con que el decano Arendt tiene que cerrar la sesión: acritud, hostilidad y resentimiento. Él, John Bernard, está seguro de que eso no es lo que querían Arendt ni su comité. Bueno, tendrían que haberle preguntado a él antes de invitar a su madre. El se lo podría haber dicho.


Es pasada la medianoche, y él y Norma están en la cama. Él está agotado y a las seis tiene que llevar en coche a su madre al aeropuerto. Pero Norma está furiosa y no lo quiere dejar estar.

– No es más que fanatismo dietético, y el fanatismo dietético siempre es un ejercicio de poder. Me agota la paciencia que llegue aquí y empiece a intentar que la gente, sobre todo los niños, cambien de hábitos alimenticios. ¡Y ahora esas conferencias absurdas! ¡Está intentando extender su poder de inhibición a la comunidad entera!

Él quiere dormir, pero no puede traicionar por completo a su madre.

– Es totalmente sincera -murmura.

– Esto no tiene nada que ver con la sinceridad. Tu madre no sabe nada de sí misma. Si parece sincera es porque es incapaz de ver sus propios motivos. Los locos siempre son sinceros.

Él entra en la refriega con un suspiro.

– No veo ninguna diferencia -dice- entre su asco hacia la carne y mi asco hacia los caracoles o las langostas. No conozco mis motivos y me importan un cuerno. Simplemente son cosas que me dan asco.

Norma suelta un resoplido de burla.

– Tú no das conferencias donde ofreces argumentos pseudofilosóficos para no comer caracoles. No intentas convertir una manía personal en un tabú público.

– Tal vez. Pero ¿por qué no intentas verla como una predicadora y una reformadora social más que como una excéntrica que intenta endilgarle sus preferencias al resto de la gente?

– Si quieres verla como una predicadora, adelante. Pero echa un vistazo al resto de los predicadores y a sus planes locos para dividir a la humanidad en salvados y condenados. ¿Es esa la clase de compañía que quieres para tu madre? Elizabeth Costello y su segunda Arca, con sus perros, sus gatos y sus lobos, ninguno de los cuales, claro, ha sido nunca culpable del pecado de comer carne, por no hablar del virus de la malaria, el de la rabia y el sida, que tu madre querrá salvar para repoblar su Mundo Feliz.

– Norma, estás despotricando.

– No estoy despotricando. La respetaría más si no intentara desautorizarme a mis espaldas y les fuera contando cuentos a los niños sobre las pobres terneritas y lo que les hacen los hombres malos. Estoy harta de que pinchen la comida con el tenedor y me pregunten «Mamá, ¿esto es ternera?», cuando es pollo o atún. No es más que un juego de poder. Su gran héroe Franz Kafka jugaba al mismo juego con su familia. Se negaba a comer esto, se negaba a comer aquello y decía que prefería morirse de hambre. Pronto todo el mundo se sentía culpable por comer delante de él y él podía descansar y sentirse virtuoso. Es un juego enfermizo, y no voy a tolerar que los niños lo jueguen contra mí.

– Unas pocas horas más y se habrá ido. Luego podemos volver a la normalidad.

– Bien. Dile adiós de mi parte. Yo no voy a madrugar.


Son las siete en punto, el sol acaba de salir y él y su madre están de camino al aeropuerto.

– Siento lo de Norma -dice él-. Está soportando mucha presión. Creo que no está en posición de simpatizar. Tal vez se podría decir lo mismo de mí. Ha sido una visita tan corta que no he tenido tiempo de entender por qué te has tomado tan en serio esto de los animales.

Ella mira cómo los limpiaparabrisas van de un lado a otro.

– Una explicación mejor -dice ella- es que no te he dicho por qué, o no me atrevo a decírtelo. Cuando pienso en las palabras, me parecen tan atroces que es mejor decírselas a la almohada, o a un agujero en el suelo, como el rey Midas.

– No te sigo. ¿Qué es lo que no puedes decir?

– Que ya no sé dónde estoy. Parece que me mueva con perfecta naturalidad entre la gente y que tenga unas relaciones perfectamente normales con ella. ¿Es posible, me pregunto, que todo el mudo sea cómplice de un crimen de dimensiones increíbles? ¿Es todo una fantasía mía? ¡Debo de estar loca! Pero veo las pruebas todos los días. La misma gente de la que sospecho saca las pruebas, las exhibe y me las ofrece. Cadáveres. Fragmentos de cadáveres que han comprado.

»Es como si fuera a visitar a unos amigos y les hiciera algún comentario amable sobre la lámpara de su sala de estar y ellos me dijeran: "Sí, ¿verdad que es bonita? Está hecha de piel de judío polaco. Consideramos que las de piel de virgen judía polaca son las mejores". Luego me voy al baño y el envoltorio del jabón dice: "Treblinka: 100% estearato humano". Y me pregunto si estoy soñando. ¿Qué clase de casa es esa?

»Pero no estoy soñando. Te miro a ti a los ojos, miro a los ojos a Norma y a los niños y solamente veo generosidad, generosidad humana. Tranquilízate, me digo a mí misma, estás haciendo una montaña de un grano de arena. La vida es así. Todo el mundo la acepta, ¿por qué no puedes aceptarla tú? ¿Por qué no puedes aceptarla?

Ella lo mira con la cara llorosa. ¿Qué quiere?, piensa él. ¿Quiere que le dé una respuesta a esa pregunta?

Todavía no están en la autopista. Él detiene el coche en la cuneta, apaga el motor y abraza a su madre. Inhala el olor a crema limpiadora y a carne vieja.

– Tranquila-le susurra al oído-. Tranquila. Pronto se acabará.

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