10. Hijos del 11 de setiembre

Al caer la noche del 11 de setiembre de 2001 — el día más largo en la historia de Manhattan —, más de dos mil ochocientas personas habían perdido la vida. Entre ellas se encontraban bomberos, policías y ciudadanos de más de sesenta nacionalidades de todo el mundo. A día de hoy, la oficina del forense de Nueva York ha podido identificar a algo más de mil cien víctimas a partir de los casi veinte mil fragmentos de cuerpos encontrados entre las ruinas del World Trade Center. Desde el primer momento, los familiares y allegados de muchos de los desaparecidos cubrieron la ciudad de carteles con fotografías y números de teléfono, suplicando información a quien hubiera podido verlos o saber de su paradero, quizá tan sólo de sus últimos minutos. Al año de la tragedia, la fisonomía de Nueva York, y tal vez de nuestra conciencia, ha quedado para siempre mutilada. En su desesperación, muchos han visto en esta explosión de odio y muerte la negación de nuestra humanidad más básica. Quizá todos hemos sentido esa tentación. Se me ocurre que tal vez ésa sea la mayor de las derrotas. Mientras recopilaba información para escribir esta historia, averigüé, casi por casualidad, que cuando se cumplían los nueve meses de aquel día fatídico, numerosas madres empezaron a llegar en masa a las maternidades de ese país y sobre todo de Nueva York. Una oleada de bebés concebidos en las horas que siguieron a la tragedia, nacidos del ansia, del miedo y la fuerza de vivir, llegaban al mundo. Si serán hijos de la tragedia o de la esperanza es algo que está en manos de todos y cada uno de nosotros.

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