4. Huida de Wall street

El Word Trade Center está poblado por jinetes financieros que cabalgan las bolsas del orbe en busca de recompensa. Cada uno de estos cowboys de despacho emplea una media de seis pantallas en su escritorio alimentadas con información financiera proveniente de los cinco continentes. El precio de una cosecha de uva en la Provenza o el de los recambios de aire acondicionado en Buenos Aires puede influir en decisiones de compra y venta que en apenas segundos generen comisiones que para otros supondrían el sueldo de un año. Para no fallar en el momento clave y precipitar una pérdida billonaria, estos monitores y terminales necesitan de una experta niñera digital. Steve Miller es una de las mejores. Trabaja para el Fuji Bank, con oficinas en el piso 80 de la torre Sur. Miller, por lo demás, es el antitrader. Versado en historia, literatura y teología, Miller es un hombre cultivado que colecciona libros antiguos y se apasiona por todo lo que a sus compañeros de trabajo les trae sin cuidado. Lo que más le gusta de su empleo es que le proporciona tiempo libre. Mientras no hay problemas con los ordenadores, Miller se dedica a cazar libros antiguos en internet, a filosofar sobre el absurdo de Wall Street, y a acariciar su sueño dorado de escapar de allí para convertirse en bibliotecario de un pueblo remoto. Miller, quizá, nos recuerda que detrás de cada número anónimo en esas listas de miles de personas atrapadas en las torres hay una historia particular, un mundo por descubrir, un universo quizá perdido para siempre.

A las 8.44 de esa mañana, Miller siente la mesa vibrar en su despacho del piso 80 de la torre Sur. Al levantar la vista, ve una tormenta de papel en el aire y algo lo hace pensar en esas nubes de papeletas que tiñen el cielo en los desfiles de victoria y gloria. A los pocos segundos, uno de los directivos del banco empieza a gritar que alguien ha hecho estallar otra bomba en el WTC. Miller suspira. Como otros muchos, temía que algún día eso volviera a pasar. Se dirige con otros muchos a la escalera. A la altura del piso 65, oye por megafonía el siguiente anuncio: «El fuego sólo está en la torre Norte. Pueden volver a sus mesas y continuar trabajando.» «Y una mierda», piensa Miller. Varios de los ejecutivos del banco, empleados entusiastas, deciden regresar a la oficina. No lo sospechan, pero ya están muertos. Miller sólo sabe que tiene que escapar, pero la escalera está bloqueada por la marea humana. Miller trata de encontrar un teléfono para llamar a su esposa y decirle que esté tranquila, que están evacuando el edificio y que él pronto estará en la calle. A la espera de un ascensor que lo lleve al vestíbulo, Miller oye a alguien comentar que hay gente saltando al vacío desde la torre Norte y siente un escalofrío. No puede imaginarse que, en ese mismo instante, millones de personas en todo el planeta están frente al televisor, hipnotizadas por un horror nunca presenciado en directo por una audiencia en masa. Cuando las imágenes de un Nueva York apocalíptico ya desafiaban a la credibilidad, un segundo avión se materializa de la nada y se catapulta contra la torre Sur.

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