8. Entre tinieblas

Poco antes de las diez de la mañana, un grupo de supervivientes está cruzando el centro comercial que ha quedado inundado bajo las torres por el agua de los aspersores de incendios. Al cruzar frente a la librería de la cadena Borders, encuentran una marea de libros flotando como los restos de un naufragio. El grupo sigue avanzando en busca de una salida al exterior cuando el estruendo de una explosión indescriptible rompe el mundo. Aterrados, contemplan cómo las puertas de los ascensores y de las tiendas inundadas se encogen como acordeones. Los marcos de las entradas a comercios y restaurantes salen volando por los aires hacia ellos como cuchillas. Un viento huracanado recorre la galería comercial, y los derriba sobre el agua y los escombros. Algunos tienen que sujetarse a las columnas para no ser arrastrados por la fuerza del viento. sepulcral los envuelve. El aire se hace sólido, irrespirable. La torre Sur acaba de desplomarse a sus espaldas.

La caída de la torre dura diez segundos, y arroja a su paso una tormenta de fragmentos desprendidos de las columnas que forman el esqueleto externo de la fachada. Esta ráfaga ametralla con furia los edificios colindantes, perfora terrados, muros y estructuras de aparcamientos, y pulveriza una pequeña iglesia ortodoxa bajo una lluvia de metal. Lanzas de acero vuelan por los aires de Manhattan ensartando desde rascacielos hasta líneas de metro y túneles subterráneos situados a profundidades de incluso diez metros, los aplasta y degolla tuberías de agua y gas.

En la escalera del piso 35 de la torre Norte, Rick Picciotto, segundo oficial en la cadena de mando del departamento de bomberos, ha oído ese mismo estruendo, un rugido como no ha conocido jamás en sus veintiocho años de servicio. En apenas unos instantes, todos y cada uno de los bomberos que en ese momento estaban en el interior de la torre Sur, ascendiendo la escalera para rescatar a las víctimas, acaban de morir. La torre se ha desplomado a una velocidad de doscientos kilómetros por hora, prácticamente en caída libre. Esos diez segundos han bastado para reducir el coloso a un espectro de humo que se sostiene en el aire como un espejismo, ocupando el vacío que la torre ha abandonado para siempre.

Aquellos con vida que están atrapados en los subterráneos se enfrentan a un laberinto de oscuridad y socavones mortales que se precipitan hacia los túneles del metro. Ese inmenso sarcófago está infestado de aire irrespirable y sepultado bajo una montaña de escombros, cuerpos y fuego. Más de uno preferiría haber muerto arriba, en la torre, a quedar atrapado en las tinieblas. Al rato, alguien propone formar una cadena humana para impedir que alguno de ellos caiga por los pozos mortales. La idea encuentra apoyo. El instinto de supervivencia es lo único que los ilumina en la oscuridad. Se inicia un lento éxodo hacia la superficie.

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