Epílogo

A las once y treinta de una sofocante noche de verano, Raymond Francis Colby colocó su mano izquierda sobre una Biblia, sostenida por el jefe de empleados de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos, levantó su mano derecha y repitió este juramento, después de la jueza Laura Healy:

– Yo, Raymond Francis Colby, juro solemnemente administrar justicia sin hacer diferencias entre personas y ejercer igual derecho con los pobres que con los ricos, y ejecutaré con fe e imparcialidad todos los deberes inherentes a mí como presidente de la Corte Suprema de los Estados Unidos de Norteamérica, de acuerdo con el máximo de mi capacidad y conocimientos, según la Constitución y las leyes de la nación. Y así lo quiera Dios.

– ¿Es ella juez, mami? -preguntó Kathy Tannenbaum.

– Sí -susurró Betsy.

Kathy volvió a concentrarse en la ceremonia. Tenía puesto un vestido nuevo de color azul que Betsy le había comprado para su viaje a Washington. Su cabello despedía aroma a flores y a sol, sólo como podía hacerlo el cabello recién lavado de una pequeña. Nadie que mirara a Kathy adivinaría el tormento que ella había soportado.

La invitación para la investidura del senador Colby llegó una semana después de que el Senado confirmara su nombramiento en la Corte. El perdón de Lake había sido la noticia más caliente de las últimas semanas. Las especulaciones corrieron desenfrenadas, en cuanto a que Colby no soportaría la revelación de que había dejado en libertad al asesino de la rosa. Luego Gloria Escalante públicamente elogió a Colby por haberle salvado la vida, y Alan Page alabó el coraje del senador al hacer público aquel perdón, aun cuando él no estaba confirmado. El voto final de la confirmación fue más difundido que anticipado.

– Creo que administrará bien la justicia -dijo Alan Page, cuando abandonaron el recinto de la Corte y se dirigieron al salón de conferencias, donde se había preparado una recepción para los jueces e invitados especiales.

– No me gusta la política de Colby -contestó Betsy-, pero me gusta el hombre.

– ¿Qué hay de malo en su política? -preguntó cortante Page.

Betsy sonrió.

Una gran mesa de bufete se había preparado en uno de los extremos del salón. Había un jardín con una fuente, afuera de las altas puertas ventanas. Betsy llenó un plato para Kathy y encontró una silla para que se sentara cerca de la fuente; luego regresó al interior para buscar su plato.

– Se la ve espléndida -le dijo Page.

– Kathy es un caballo de guerra -contestó orgullosa Betsy-. Además la investigación se hizo en un buen tiempo. La terapeuta de Kathy creyó que un cambio de escenario sería beneficioso. Y entonces regresaremos a casa, pasando por Disneylandia. Desde que se lo dije, ha estado en el quinto cielo.

– Bien. Tiene suerte. Y usted también.

Betsy llenó su plato con algunas comidas frías y fruta fresca y siguió a Page hacia el jardín.

– ¿Cómo está usted con el caso Darius? -preguntó Betsy.

– No se preocupe. Oscar Montoya está haciendo mucho ruido con el perdón, pero lo meteremos en la evidencia.

– ¿Cuál es su teoría?

– Creemos que Oberhurst estaba chantajeando a Darius por los asesinatos de Hunter's Point. El perdón es relevante para probar que Darius los cometió.

– Si no obtiene la pena capital, deberá encerrarlo para siempre, Alan. No tiene idea de lo que es Darius.

– Oh, creo que lo sé -le contestó Alan.

– No, no lo sabe. Sólo cree saberlo. Yo sé cosas de Darius, cosas que él me confesó en privado, que lo cambiarían para siempre. Créame: Martin Darius jamás debe salir de prisión. Jamás.

– Muy bien, Betsy. Tranquilícese. No lo estoy subestimando.

Betsy había hablado con tanto fervor que no había notado la presencia del juez Colby, hasta que él le habló. Wayne Turner estaba junto al nuevo presidente de la Corte.

– Estoy encantado de que haya venido -le dijo Colby a Betsy.

– Me sentí halagada de que me invitara.

– Usted es Alan Page -dijo Colby.

– Sí, señor.

– Para usted y para Betsy, yo siempre seré Ray. No tienen idea de lo que su declaración significó para mi confirmación. Espero que vengan a la fiesta que doy esta noche en mi casa. Nos dará una oportunidad para hablar. Me gustaría conocerlos mejor a ustedes dos.

Colby y Turner se alejaron, y Betsy llevó a Page al jardín, donde encontraron a Kathy conversando con una mujer que tenía muletas.

– Nancy -dijo Alan Page-. No sabía que usted vendría.

– No me habría perdido por nada la asunción del senador -dijo con una sonrisa.

. -¿Conoce usted a Betsy Tannenbaum, la madre de Kathy?

– No -dijo Gordon, extendiendo la mano-. Es un placer. Esta niña es muy fuerte -agregó, despeinando el cabello de Kathy.

– Estoy tan encantada de conocerla -dijo Betsy-. Traté de verla en el hospital, pero los médicos no me dejaron. Luego usted se marchó a Hunter's Point. ¿Recibió mi nota?

– Sí. Siento no haberle contestado. Siempre fui desastrosa escribiendo cartas. Kathy me dice que irán a Disneylandia cuando se marchen de Washington. Estoy celosa.

– Tú también puedes venir -le dijo Kathy.

Gordon rió.

– Me encantaría, pero tengo que trabajar. ¿Me escribirás para contarme sobre tu viaje?

– Seguro -dijo Kathy con énfasis-. Mami, ¿puedo comer más pastel?

– Sí. Alan, ¿puede mostrarle a Kathy dónde está el pastel?

Alan y Kathy se alejaron, y Betsy se sentó junto a Gordon.

– Kathy se ve espléndida -dijo Gordon-. ¿Cómo está ella?

– Los médicos dicen que físicamente está bien y la psiquiatra que la atiende me dice que estará bien.

– Me alegro de oír eso. Estaba preocupada por cómo saldría de todo esto. Reardon la trató muy bien la mayor parte del tiempo, pero había algunos momentos sombríos.

– Kathy me contó cómo usted trataba de levantarle el ánimo. La psiquiatra cree que su presencia allí realmente ayudó.

Gordon sonrió.

– La verdad es que era ella la que me levantaba el ánimo. Es una niña de gran coraje.

– ¿Cómo se siente?

– Cada día mejor. No puedo esperar a dejar esto -dijo Gordon, señalando las muletas. Luego dejó de sonreír-. Usted es la abogada de Martin Darius, ¿no es así?

– Era. Oscar Montoya lo representa ahora.

– ¿Cómo fue eso?

– Después que hablé con el senador Colby y me enteré de lo que hizo con las mujeres de Hunter's Point, no quise que fuera más mi cliente, y él no me quiso como su abogada cuando se dio cuenta de que ayudé a Samantha Reardon para que llegara hasta él.

– ¿Qué le sucederá a Darius?

– El torturó a Oberhurst. Vi las fotografías de la autopsia. Me revolvieron el estómago. Alan Page tiene la certeza de que le darán la pena de muerte, cuando el jurado vea las fotografías y sepa lo que sucedió en Hunter's Point.

– ¿Qué cree que sucederá?

Betsy recordó la complaciente mirada del rostro de Alan cuando este habló de su certeza de condenar a Darius y se sintió inquieta.

– Yo no estoy tan segura como Alan. El no conoce a Martin como nosotras.

– Salvo por Gloria Escalante y Samantha Reardon, nadie lo conoce como nosotras.

Darius le había dicho a Betsy: "El experimento me produjo el más exquisito de los placeres", cuando describió su reino de la oscuridad. No hubo signos de remordimiento ni de compasión por el dolor de sus víctimas. Betsy sabía que Darius repetiría el experimento si pensaba que podría escapar y se preguntó si ahora no tenía algún plan para ella, ya que sabía que lo había traicionado.

– Está preocupada de que quede libre, ¿no es así? -le preguntó Gordon.

– Sí.

– ¿Preocupada por lo que podría hacerles a usted y a Kathy?

Betsy asintió. Gordon la miró directo a los ojos.

– El senador Colby tiene contactos con el FBI. Ellos están siguiendo el caso y mantendrán una vigilancia sobre Darius. Así me dijeron, incluso si existe una posibilidad de que Darius abandone la prisión.

– ¿Qué haría usted si eso sucediera? -preguntó Betsy.

Cuando Gordon habló, lo hizo con una voz profunda y firme, y Betsy supo que podía confiar en cualquier cosa que Gordon le prometiera.

– No debe preocuparse por Martin Darius, Betsy. Él jamás le hará daño a usted ni a Kathy. Si Darius pone un pie fuera de la prisión, yo misma me aseguraré de que jamás vuelva a lastimar a nadie.

Kathy llegó con un plato lleno de pastel.

– Alan dijo que podía comer todo lo que quisiera -le dijo a Betsy.

– Alan es tan malo como tu abuela -le contestó Betsy.

– Déle a la niña un descanso -dijo riendo Page y se sentó junto a Betsy. Luego le preguntó-: ¿Alguna vez soñó con llegar a discutir aquí?

– Todo abogado lo hace.

– ¿Qué sucederá con Kathy? -preguntó Page-. ¿Le gustaría que viniera aquí y litigara ante la Corte Suprema de los Estados Unidos?

Kathy miró a Nancy Gordon, con el rostro serio y lleno de compostura.

– Yo no deseo ser abogada -dijo ella-. Yo quiero ser detective.

Загрузка...