S exta Parte

Ángel vengativo

Capítulo 19

– La cama estaba vacía -le dijo Wayne Turner a Betsy-. Lake se había marchado. Comenzó a planear su desaparición al otro día de asesinar a su esposa e hija. Había vaciado todas, menos una, de las tantas cuentas bancarias después del asesinato y también vendió varias de sus empresas de bienes raíces. Su abogado era el que manejaba la venta de su casa. Carstairs dijo que no sabía dónde estaba Lake. Nadie podía obligarlo, de todas maneras, ya que existía el privilegio de cliente y abogado. Suponemos que Carstairs tenía instrucciones para enviar el dinero que juntara de las cuentas abiertas en bancos suizos o de las islas Caimán.

– El jefe O'Malley me llamó de inmediato -dijo el senador Colby-. Yo estaba enfermo. La firma del perdón de Lake fue lo más difícil que jamás debí hacer, pero no pude pensar en otra salida. No podía dejar que esas mujeres murieran. Cuando O'Malley me dijo que Lake había desaparecido, no pude pensar en otra cosa que no fueran las víctimas inocentes que tal vez cobraría por causa de mi proceder.

– ¿Por que no lo hizo público? -preguntó Betsy-. Podría haber hecho saber a todo el mundo quién era Lake y lo que había hecho.

– Sólo unas pocas personas sabían que Lake era el asesino de la rosa y habíamos jurado guardar silencio, según los términos del perdón.

– Una vez que liberaron a las mujeres, ¿por qué no lo envió al diablo e hizo público el caso, sin importar las consecuencias?

Colby miró el fuego. Cuando contestó su voz sonó sin expresión.

– Hablamos de la posibilidad pero tuvimos miedo. Lake dijo que tomaría venganza matando a alguien si nosotros quebrantábamos el acuerdo con él.

– El hacerlo público habría destruido la carrera del senador-agregó Wayne Turner-, y ninguno de nosotros deseaba eso. Sólo un puñado de personas conocíamos lo del perdón o la culpabilidad de Lake. O'Malley, Gordon, Grimsbo, yo, el fiscal de los EE.UU., el fiscal general, Carstairs, Merrill y el senador. Jamás se lo contamos al intendente. Sabíamos el coraje que tuvo Ray al firmar aquel perdón. No deseábamos que sufriera las consecuencias de ello. De modo que hicimos un voto de silencio para proteger a Ray y lo mantuvimos.

– ¿Y se olvidaron de Lake?

– Jamás lo olvidamos, señora Tannenbaum -le dijo Colby-. Usé mis contactos con la policía de Albany y con el FBI para que persiguieran a Lake. Nancy Gordon dedicó su vida a perseguirlo. Era demasiado inteligente para todos nosotros.

– Ahora que usted sabe todo acerca del perdón, ¿qué piensa hacer? -le preguntó Turner.

– No lo sé.

– Si el perdón y estos nuevos asesinatos toman público conocimiento, el senador Colby no puede ser confirmado. Perdería el apoyo de los conservadores del comité del Poder Judicial y los liberales lo crucificarían. Esa sería la respuesta a sus oraciones.

– Me doy cuenta de eso.

– El hacerlo público tampoco ayuda a su cliente.

– Wayne -dijo Colby-. La señora Tannenbaum deberá tomar su propia decisión sobre lo que debe hacer con lo que sabe. No podemos presionarla. Dios sabe que ya está bajo suficiente presión.

– Pero -dijo Colby, volviéndose hacia Betsy-, sí tengo una pregunta para hacerle. Tengo la impresión de que usted dedujo la existencia de este perdón.

– Es correcto. Me pregunté cómo Lake pudo haberse marchado de Hunter's Point. Un perdón era la única respuesta y sólo el gobernador de Nueva York puede otorgar un perdón. Usted podía hacer que este perdón no tomara estado público, pero los miembros del equipo de investigación deberían saberlo y ellos fueron los recompensados. Era la única respuesta que tenía sentido.

– Lake no sabe que usted está aquí, ¿no es así?

Betsy dudó, luego dijo:

– No.

– ¿Y usted no le pidió a él que confirmara sus sospechas? ¿No es así?

Betsy negó con la cabeza.

– ¿Por qué?

– ¿Recuerda usted las emociones encontradas que sintió cuando Lake le pidió que le otorgara el perdón? Imagínese cómo me siento, senador. Soy una muy buena abogada. Tengo la capacidad para hacer que mi cliente quede en libertad. Él sostiene que es inocente, pero mi investigación ha resultado en una evidencia que cuestiona su palabra. Hasta hoy, no sabía con certeza si Martin me mentía. No debía enfrentarme con él hasta saber la verdad.

– Ahora que la sabe, ¿qué hará?

– Todavía no lo he decidido. Si fuera cualquier otro caso, no me importaría. Haría mi trabajo y defendería a mi cliente. Pero este no es cualquier otro caso. Esto es…

Betsy hizo una pausa. Qué podría ella agregar que todos los de esa habitación ya no hubieran dicho o pensado.

– No la envidio, señora Tannenbaum -dijo el senador-. Realmente creo que no tuve otra elección. Es esa la única razón por la que he podido vivir con lo que hice, aun cuando me arrepiento de lo que hice cada vez que pienso en el perdón. Usted se puede alejar de Lake.

– Entonces estaría alejándome de mis responsabilidades, ¿no le parece?

– Responsabilidades -repitió Colby-. ¿Por qué las asumimos? ¿Por qué nos cargamos de problemas que nos destruyen? Siempre que pienso en Lake desearía no haber entrado en la función pública. Luego pienso en algo del bien que he podido hacer.

El senador hizo una pausa. Después de un momento se puso de pie y le dio la mano.

– Ha sido un placer conocerla, señora Tannenbaum. Lo digo de corazón.

– Gracias por su candor, senador.

– Wayne puede llevarla de regreso a su hotel.

Wayne Turner acompañó a Betsy. Colby se dejó caer en un sillón. Se sentía viejo y desgastado. Deseó quedarse para siempre allí ante el fuego y olvidar las responsabilidades de las que acababa de hablar. Pensó en la responsabilidad de Betsy Tannenbaum hacia su cliente y en su responsabilidad como miembro de la raza humana. ¿Cómo podría vivir con ella misma si Lake era sobreseído? Él la perseguiría por el resto de su vida, de la misma manera en que lo había hecho con él.

Colby se preguntó si el perdón tomaría estado público. Si lo hacía, habría terminado su vida de funcionario. El presidente retiraría su nominación y jamás sería reelecto. Extraño era que no le importara. No tenía control sobre Betsy Tannenbaum. Su destino dependía de las decisiones que esa mujer tomara

Capítulo 20

1

– ¿Hablo con el doctor Simón Reardon?

– Sí.

– Mi nombre es Reginal Steward. Soy investigador privado. Trabajo para Betsy Tannenbaum, una abogada de Portland, Oregón.

– No conozco a nadie de Portland.

El doctor Reardon se oía molesto. Steward pensó haber detectado un leve acento británico.

– Esto es algo acerca de Hunter's Point y de su ex esposa, doctor Reardon. Esa es la razón por la que lo llamo. Espero que me dé unos minutos para explicarme.

– No tengo interés en hablar de Samantha.

– Por favor, escúcheme. ¿Recuerda usted a Peter Lake?

– Señor Steward, no existe nada que no pueda llegar a olvidar de aquellos días.

– Hace poco secuestraron a tres mujeres en Portland. En cada uno de los lugares del crimen se encontró una rosa negra y una nota que decía "Jamás me olvidarán". Los cuerpos de las mujeres estaban enterrados en una de las propiedades de Lake. Fue acusado con los cargos de homicidio.

– Pensé que la policía de Hunter's Point había atrapado al asesino. ¿No fue un repartidor de florería que era medio retardado? ¿Un abusador?

– El fiscal de distrito de Multnomah piensa que la poli-da de Hunter's Point cometió un error. Estoy tratando de encontrar a las sobrevivientes de Hunter's Point. Ann Hazelton está muerta. Gloria Escalante se niega a hablar conmigo. La señora Reardon es mi última esperanza

– No es la señora Reardon y ya hace tiempo que ha dejado de serlo -dijo el doctor con disgusto-, y no tengo idea de dónde puede encontrar a Samantha. Yo me mudé a Minneapolis para escaparme de ella. No hemos hablado en años. Lo último que supe es que todavía vivía en Hunter's Point.

– ¿Está usted divorciado?

Reardon rió con aspereza.

– Señor Steward, esto es algo más que un simple divorcio. Samantha trató de matarme.

– ¿Qué?

– Es una mujer enferma. No perdería mi tiempo en ella. No puede creer en nada de lo que diga.

– ¿Esto se debió enteramente al secuestro?

– Sin duda que la tortura y el cautiverio aumentó la condición, pero mi esposa siempre fue algo desequilibrada. Desafortunadamente yo estaba demasiado enamorado de ella como para notarlo hasta que nos casamos. Siempre trataba de racionalizarlo y perdonar… -Reardon respiró profundo-. Lo siento. Ella me provoca esto. Aun después de todos estos años.

– Doctor Reardon, no deseo hacerlo sentir incómodo, pero el señor Lake enfrenta una sentencia de muerte y yo necesito saber lo más que pueda sobre el caso de Hunter's Point.

– ¿No puede la policía decirle lo que desea conocer?

– No, señor. Los archivos se perdieron.

– Eso es extraño.

– Sí. Créame, si tuviera esos archivos no lo estaría molestando. Estoy seguro de que resulta doloroso desenterrar este período de su vida, pero esto es literalmente un caso de vida o muerte. Nuestro fiscal de distrito tiene al señor Lake entre ceja y ceja. Peter fue una de las víctimas, como usted, y necesita de su ayuda.

Reardon suspiró.

– Adelante. Hágame las preguntas.

– Gracias señor. ¿Puede hablarme de la señora Reardon o como se llame ella ahora?

– No tengo idea de cómo se llama. Cuando yo me marché de Hunter's Point todavía se llamaba Reardon.

– ¿Cuándo fue eso?

– Aproximadamente hace ocho años. Tan pronto como se terminó el divorcio.

– ¿Qué sucedió entre usted y su esposa?

– Ella era enfermera quirúrgica en el hospital universitario. Muy hermosa, muy sensual. El sexo era lo que mejor hacía -dijo Reardon con amargura-. Yo estaba tan atrapado por su cuerpo que era indiferente a lo que sucedía a mi alrededor. El problema más obvio fue el robo. Dos veces la arrestaron por robar en un negocio. Nuestro abogado mantuvo los casos fuera de la justicia y yo pagué los daños a los negocios. Ella no sentía ningún remordimiento. Trató los incidentes como bromas, una vez que estuvo resuelto.

"Luego, estaban los gastos. Yo ganaba bastante dinero, pero estábamos hasta las orejas de deudas. Vaciaba mis cuentas bancarias, gastaba de las tarjetas de crédito hasta el límite. Me llevó cuatro años después del divorcio poder pararme sobre mis pies. Y no se podía razonar con ella. Yo le mostraba las cuentas y armaba un presupuesto. Ella me metía en la cama y yo me olvidaba de lo que le había dicho. O ella tenía una rabieta o me encerraba en el dormitorio. Fueron los peores tres años de mi vida”.

"Luego la secuestraron y torturaron y se puso peor. Cualquiera haya sido la delgada cuerda que la mantenía atada a la realidad, esta se soltó cuando la tuvieron prisionera. Ni siquiera puedo describir lo que fue la vida después de eso. La tuvieron internada en el hospital por alrededor de un año. Casi no hablaba. No dejaba que se le acercaran hombres”.

"Yo debería haberlo sabido, pero me la llevé a casa después de que tuvo el alta. Me sentía culpable por lo que había sucedido. Sé que no podría haberla protegido, yo estaba en el hospital cuando la secuestraron, pero, aun, uno puede ver cómo…

– Eso es un sentimiento muy común.

– Oh, lo sé. Pero saberlo intelectualmente y manejarlo emocionalmente son dos cosas diferentes. Desearía haber sido más sabio.

– ¿Qué sucedió después de que ella regresó a la casa?

– Se negó a dormir en la misma habitación conmigo. Cuando yo estaba en casa, ella permanecía en su habitación. No tengo idea de lo que hacía cuando yo estaba trabajando. Cuando sí hablaba, lo hacía de manera irracional. Insistía que el hombre que la había raptado estaba aún suelto. Yo le mostraba los artículos de los diarios acerca del arresto de Waters y de su muerte, pero ella decía que él no era el hombre. Deseaba un revólver para protegerse. Por supuesto que yo me rehusaba. Comenzó a acusarme de conspirar con la policía. Luego trató de matarme. Afortunadamente un colega estaba conmigo. Ella lo apuñaló a él también, pero este la golpeó y logró tumbarla. Luchamos con ella en el suelo. Se retorcía y gritaba… Decía que yo trataba de matarla… Fue muy difícil para mí. Debí internarla. Luego decidí marcharme.

– No lo culpo. Es como que usted hizo más de lo que debía.

– Sí. Pero todavía siento que la abandoné, aun cuando sé que no tenía elección.

– Usted dijo que la internó. ¿En qué neuropsiquiátrico?

– San Judas. Es un neuropsiquiátrico privado que queda cerca de Hunter's Point. Me mudé y corté todo vínculo con ella. Sé que estuvo allí durante varios años, pero creo que la dejaron ir.

– ¿Trató Samantha de contactarse con usted cuando salió del hospital?

– No, yo temía que ocurriera eso pero jamás sucedió.

– ¿Tendría usted una fotografía de Samantha? No había ninguna en los archivos de los diarios.

– Cuando me mudé a Minnesota, me deshice de ellas, junto con todo lo que me podría hacer recordar a Samantha.

– Gracias por su tiempo, doctor. Intentaré en el San Judas. Tal vez ellos tengan una conexión con su ex esposa.

– Una cosa, señor Steward. Si usted encuentra a Samantha, por favor no le diga que habló conmigo ni dónde me encuentro.


2

Randy Highsmith fue directo desde el aeropuerto a la oficina del fiscal de distrito. Sentía los efectos del vuelo y le habría gustado ir a su casa, pero sabía cuánto deseaba Page saber lo que él había descubierto en Hunter's Point.

– No es bueno, Al -le dijo Highsmith tan pronto quedaron solos-. Estuve un día detrás del investigador de Darius, a todos los lugares que fue, de modo que él sabe lo que nosotros sabemos.

– ¿Qué?

– Nancy Gordon no fue sincera contigo. Frank Grimsbo y Wayne Turner me dijeron que sólo Gordon consideraba a Lake sospechoso. Ella tenía una fijación con él y jamás aceptó que Waters fuera el asesino de la rosa, pero todos los demás sí lo aceptaron.

– Hay algo más que ella no nos dijo. Tres de las mujeres de Hunter's Point no murieron. Hazelton, Escalante y Reardon fueron encontradas con vida en una granja. Y, antes de que me preguntes, Hazelton está muerta, no he localizado a Reardon, y Escalante jamás le vio el rostro al hombre que la sometió.

– ¿Por qué me hizo pensar que las mujeres de Hunter's Point fueron asesinadas?

– No tengo idea. Todo lo que sé es que nuestro caso contra Martín Darius se está transformando en mierda.

– No tiene sentido -dijo Page, más para sí que para Highsmith-. Waters está muerto. Si él fue el asesino de la rosa, ¿quién asesinó a las mujeres que se encontraron en la obra en construcción? Debió de ser alguien que conocía los detalles del caso de Hunter's Point y que sólo lo conocía la policía. Esa descripción sólo concuerda con una persona: Martin Darius.

– Hay otra persona que concuerda, Al -dijo Highsmith.

– ¿Quién?

– Nancy Gordon.

– ¿Estás loco? Es policía.

– ¿Qué hay si está loca? ¿Qué sucede si lo hizo para inculpar a Darius? Piénsalo. ¿Habrías considerado a Darius un sospechoso si ella no te hubiera dicho que él era Lake?

– Te olvidas del anónimo que le dijo a ella que el asesino estaba en Portland.

– ¿Cómo sabemos que ella misma no lo escribió?

– No lo creo.

– Bueno, créase o no, nuestro caso se está disolviendo. Oh, y hay un nuevo problema. Un investigador privado de Portland, Sam Oberhurst, estuvo investigando los asesinatos de Hunter's Point un mes antes de que ocurriera la primera desaparición en Portland.

– ¿A quién representaba?

– No lo dijo y tampoco le dijo a nadie por qué estaba preguntando por el caso, pero yo se lo voy a preguntar. Tengo su número de teléfono y conseguiré su dirección de la compañía telefónica.

– ¿Tuvieron suerte con los archivos?

– Ninguna.

Page cerró los ojos y descansó la cabeza contra el respaldo del asiento.

– Voy a parecer como un tonto, Randy. Deberemos dejarlo. Debería haberlos escuchado a ti y a Ross. Jamás tendremos un caso. Todo fue mi imaginación.

– No te retires todavía, Al. Este i.p. podría saber algo.

Page meneó la cabeza. Desde su divorcio había envejecido. Su energía lo había abandonado. Por un tiempo este caso lo había vuelto a sentir fuerte, pero Darius se le escapaba de las manos y pronto quedaría como el hazmerreír de la comunidad judicial.

– Perderemos este, Randy. Lo siento. Gordon era todo lo que teníamos y ahora parecería que jamás la tuvimos.


3

– Hola, mamá -dijo Betsy, dejando la maleta y abrazando a Rita Cohen.

– ¿Cómo fue el vuelo? ¿Comiste algo?

– El vuelo fue bueno y comí en el avión.

– Eso no es comida. ¿Quieres que te prepare algo?

– Gracias, pero no tengo apetito -dijo Betsy mientras colgaba la chaqueta-. ¿Cómo está Kathy?

– Más o menos. Rick la llevó al cine el sábado.

– ¿Cómo está él? -preguntó Betsy, esperando sonar desinteresada.

– El canalla se negó a mirarme a los ojos cuando estuvo aquí. No podía ver la hora de escapar.

– ¿No fuiste ruda con él?

– No le di el mejor de los días -le contestó Rita, levantando la nariz. Luego meneó la cabeza.

– Pobre niña. Kathy estaba emocionada cuando se fue con él, pero vino muy deprimida tan pronto como la dejó aquí. Estuvo llorando y comió sólo unos bocados.

– ¿Sucedió algo más mientras estuve afuera? -preguntó Betsy, esperando que fueran buenas noticias.

– Nora Sloane vino el sábado por la noche -dijo Rita, sonriendo traviesa-. Le conté todo.

– ¿Qué te preguntó?

– Sobre tu infancia, los casos. Fue muy buena con Kathy.

– Parece que es una mujer amable. Espero que su artículo se venda. Por cierto que está trabajando mucho en él.

– Oh, antes de que me olvide, cuando vayas al colegio, habla con la señora Kramer. Kathy se peleó con otra niña y ha estado distraída en la clase.

– Me ocuparé de ella esta tarde -dijo Betsy. Hablaba con tono de derrota. Kathy era en general un ángel en la escuela. Uno no debía ser Sigmund Freud para ver lo que sucedía.

– Alégrate -le dijo Rita-. Es una buena niña. Simplemente está pasando por un mal momento. Mira, tienes una hora antes de la escuela. Come este pastel. Te prepararé una taza de café y me contarás de tu viaje.

Betsy miró el reloj y decidió aceptar. Comer pastel era una forma estupenda de sobreponerse a la depresión.

– Muy bien. Tengo apetito. Tú arreglas todo. Deseo cambiar.

– Ahora habla -dijo Rita con una sonrisa-. Y, para tu información, Kathy ganó la pelea. Ella me contó

Capítulo 21

Cuando Betsy Tannenbaum era pequeña, no deseaba irse a dormir hasta que su madre le mostraba que no había ningún monstruo en su armario o debajo de la cama. La etapa se superó rápidamente. Betsy dejó de creer en monstruos. Luego conoció a Martin Darius. Lo que hacía que Darius fuera tan aterrador era su diferencia con el aspecto babeante y las deformidades de las extremidades que se agazapaban en las sombras de su habitación. Si se le mostraran a cien personas las fotografías de las autopsias, ninguno creería que el elegantemente vestido caballero que estaba de pie en la entrada de la oficina de Betsy era capaz de cortar los pezones de Wendy Reiser o de utilizar una picana eléctrica para torturar a Victoria Miller. Aun sabiendo lo que ella sabía, Betsy debía esforzarse en establecer una conexión. Pero Betsy sabía realmente y el brillante sol invernal no pudo evitar que ella se atemorizara como una niña pequeña que solía ver monstruos en la oscuridad.

– Siéntese, señor Darius -le dijo Betsy.

– ¿Volvemos al señor Darius? Esto debe ser serio.

Betsy no sonrió. Darius la miró interrogante, pero se sentó sin hacer otro comentario.

– Renuncio a ser su representante legal.

– Pensé que acordábamos en que sólo lo haría si usted creía que yo era culpable del asesinato de Farrar, Reiser y Miller.

– Creo con firmeza que usted las mató. Sé todo lo de llunter's Point.

– ¿Qué es todo?

– Pasé un fin de semana en Washington, D.C., hablando con el senador Colby.

Darius asintió con aprecio.

– Estoy impresionado. Usted descubrió todo el asunto de Hunter's Point en escasísimo tiempo.

– No doy un paso por su aprecio, Darius. Usted me mintió desde el primer día. Hay algunos abogados a los que no les interesa a quiénes representan, en tanto sus honorarios sean abultados. Yo no soy uno de ellos. Haga que su nuevo abogado me llame para que pueda deshacerme de todo su archivo. No deseo tener nada en mi oficina que me haga recordar algo de usted.

– Mi Dios, que somos rígidos. Usted está segura de que sabe todo, ¿no es así?

– Sé lo suficiente como para no creer en nada de lo que me diga.

– Estoy un tanto molesto, Tannenbaum. Usted armó todo este rompecabezas en una parte del camino, luego cierra esa mente brillante que posee, justo cuando llega a la parte que necesita resolver.

– ¿De qué habla?

– Hablo de tener fe en su cliente. Hablo de no abandonar a alguien que necesita desesperadamente de su ayuda. Yo no soy culpable de asesinar a Reiser, Farrar y Miller. Si no prueba que soy inocente, el verdadero asesino se escapará, de la misma forma en que yo lo hice de Hunter's Point.

– ¿Usted admite que es culpable de aquellas atrocidades de Hunter's Point?

Darius se encogió de hombros.

– ¿Cómo puedo negarlo, ahora que usted habló con Colby?

– ¿Cómo pudo hacerlo? Los animales no tratan de esa manera a otros animales.

Darius se mostró divertido.

– ¿La fascino yo, Tannenbaum?

– No, señor Darius, me causa asco.

– ¿Entonces por qué me pregunta de Hunter's Point?

– Deseo saber por qué usted pensó que tenía el derecho de entrar en la vida de una persona y convertirle el resto de sus días en la tierra en un infierno. Deseo comprender cómo pudo destruir las vidas de aquellas pobres mujeres de manera tan indiferente.

Darius dejó de sonreír.

– No hay nada indiferente en lo que yo hice.

– Lo que no puedo comprender es cómo una mente como la suya, la de Speck o la de Bundy funcionan. ¿Qué es lo quepudo hacerlo sentir tan mal que sólo puede seguir deshumanizando mujeres?

– No me compare con Bundy o Speck. Ellos son fracasos patéticos. Personalidades profundamente inadaptadas. Yo no soy ni loco ni inadaptado. Fui un abogado de éxito en Hunter's Point y aquí un excelente hombre de negocios.

– ¿Entonces por qué lo hizo?

Darius dudó. Parecía encontrarse en un debate consigo mismo.

– ¿Me protege todavía el privilegio de abogado-cliente? -Betsy asintió-. ¿Cualquier cosa que le diga queda entre los dos? -Betsy volvió a asentir-. Ya que me gustaría contarselo. Usted posee una mente superior y un punto de vista femenino. Sus reacciones serían informativas.

Betsy sabía que debería echar a Darius de su oficina y desu vida, pero la fascinación que sentía por él le paralizaba el intelecto. Cuando permaneció en silencio, Darius se reclinó en su asiento.

– Yo estaba conduciendo un experimento, Tannenbaum. Deseaba saber cómo era sentirse Dios. No recuerdo cuándo exactamente germinó aquella idea. Sí recuerdo un viaje que Sandy y yo hicimos a Barbados. Tendidos en la playa, pensé en lo perfecta que era mi vida. Tenía mi trabajo, el cual me proveía de más dinero del que jamás hubiera soñado y estaba Sandy, aún sensual, incluso después de tener a mi adorable Melody. Mi Sandy, tan deseosa de complacer, tan irresponsable. Me había casado con ella por su cuerpo y jamás verifiqué debajo de aquella cubierta hasta que fue demasiado tarde.

Darius movió la cabeza con pena.

– Lo perfecto es aburrido, Tannenbaum. El sexo con la misma persona, día tras día, no importaba lo hermosa y capaz que fuera, resultaba aburrido. Siempre he tenido una intensa vida de fantasía y me pregunté ¿qué sucedería si mi mundo de fantasía fuera real? ¿Sería mi vida diferente? ¿Descubriría lo que estaba buscando? Decidí descubrir lo que sucedería si hacía realidad mi fantasía.

"Me llevó meses encontrar la granja. No podía confiar en los obreros, de modo que yo fui el que construyó los establos. Luego seleccioné a las mujeres. Elegí sólo mujeres inútiles. Mujeres que vivían de sus maridos como parásitos. Hermosas, caprichosas, que utilizaban su aspecto para llevar a un hombre al matrimonio, luego le vaciaban la fortuna y el respeto por ellos mismos. Esas mujeres volvieron a nacer en mi pequeño calabozo. Sus establos se transformaron en su mundo y yo en el sol, la luna, el viento y la lluvia”.

Betsy recordó la descripción que había dado Colby de las mujeres que había visto. Los ojos vacíos, las costillas salientes. Recordó las miradas perdidas de los rostros de las mujeres muertas, que había visto en las fotografías.

– Admito que fui cruel con ellas, pero debía deshumanizarlas para poder moldearlas a la imagen que yo elegí. Cuando yo aparecía, tenía una máscara y les hacía usar máscaras de cuero sin orificios para los ojos. Una vez por semana les daba raciones de alimento científicamente calculadas, para mantenerlas al borde de la inanición. Limitaba las horas en que podían dormir.

"¿Le mencionó Colby los relojes y las videograbadoras? ¿No se preguntó para qué eran? Era mi toque maestro. Tenía esposa, hija y trabajo, de modo que sólo podía estar con mis subditos por cortos períodos a la semana, pero deseaba el control total, la omnipotencia, aun cuando yo no estaba. De modo que programé las videograbadoras para cuando estuviera ausente y les daba a las mujeres órdenes para que las ejecutaran. Ellas debían observar el reloj. A cada hora, a intervalos determinados, ellas se volvían hacia la cámara y realizaban piruetas de perros, rodaban, se colocaban en dos patas, se masturbaban. Lo que yo les ordenaba. Yo revisaba los vídeos y las castigaba con firmeza por las desviaciones”.

Darius tenía en el rostro una mirada de arrobamiento. Los ojos estaban fijos en una escena que ninguna persona en su sano juicio podía imaginar. Betsy sintió que se desarmaría si se movía.

– Yo las cambié de vacas pedigüeñas que eran a cachorritos obedientes. Ellas me pertenecían por completo. Las bañaba. Les daba de comer como a los perros, de un plato para canes. Tenían prohibido hablar a menos que se los dijera y la única vez que las dejaba era para que me rogaran que las castigara y que me agradecieran por el dolor. Al final hacían cualquier cosa por escapar al dolor. Suplicaban beber mi orina y me besaban los pies cuando las dejaba.

El rostro de Darius estaba tan tenso que Betsy pensó que se quebraría su piel. Una ola de náuseas le hizo revolver el estómago.

– Algunas de las mujeres se resistieron, pero pronto aprendieron que no podía haber negociaciones con Dios. Otras obedecieron de inmediato. Cross, por ejemplo. Ella no era ningún desafío. Una vaca perfecta. Tan dócil y falta de imaginación como un terrón de arcilla. Esa es la razón por la que la escogí para mi sacrificio.

Antes de que Darius comenzara a hablar, Betsy supuso que no había nada que él pudiera decir que ella no pudiera soportar, pero no deseaba oír más.

– ¿Le trajo paz su experimento? -le preguntó Betsy a Darius para que dejara de hablar de las mujeres. Tenía la respiración irregular y ella sentía la cabeza muy liviana. Darius se arrancó del trance en el que se encontraba.

– El experimento me provocó el más exquisito de los placeres, Tannenbaum. Los momentos compartidos con aquellas mujeres fueron los mejores momentos de mi vida. Pero Sandy encontró la nota y debió terminar. Había mucho peligro de s er descubierto. Luego me atraparon y después me liberaron. Aquella libertad fue exultante.

– ¿Cuándo fue la próxima vez que usted repitió el experimento, Martin? -preguntó fríamente Betsy.

– Nunca. Lo deseaba, pero aprendí de la experiencia. Tuve suerte una vez y no arriesgaría mi vida a la prisión o la pena de muerte.

Betsy miró fijo a Darius, con desprecio.

– Quiero que salga de mi oficina. No quiero volver a verlo más.

– No puede dejarme, Tannenbaum. La necesito.

– Contrate a Oscar Montoya o a Matthew Reynolds.

– Oscar Montoya y Matthew Reynolds son buenos abogados, pero no son mujeres. Apuesto a que ningún jurado creerá que una ardiente feminista representaría a un hombre que trató a una mujer de la manera en que el asesino trató a Reiser, Farrar o Miller. En un caso cerrado, usted es mi estímulo.

– Entonces, acaba de perder su estímulo, Darius. Es la persona más vil que jamás haya conocido. No deseo volver a verlo y menos aún defenderlo.

– Está renegando de nuestro trato. Le dije que no asesiné a Farrar, Reiser ni a Vicky Miller. Alguien me está tendiendo una trampa. Si me condenan, este caso se cerrará y usted será la responsable de la próxima víctima del asesino y de la que siga.

– ¿Piensa usted que le creeré después de lo que me contó, después de sus mentiras?

– Escuche, Tannenbaum -dijo Darius, que se inclinó sobre el escritorio y miró a Betsy con los ojos clavados en ella-, no asesiné a esas mujeres. Fui acorralado por alguien y estoy muy seguro de saber quién es ella.

– ¿Ella?

– Sólo Nancy Gordon sabe lo suficiente de este caso como para inculparme. Vicky, Reiser, esas mujeres jamás habrían sospechado de ella. Ella es mujer. Les mostraría su credencial. La dejarían pasar sin reparos. Esa es la razón por la que no hay signos de violencia en los escenarios del crimen. Probablemente fueron con ella deseosas y no supieron lo que sucedía hasta que fue demasiado tarde.

– Ninguna mujer haría lo que les hicieron a esas mujeres.

– No sea inocente. Ella ha estado obsesionada conmigo desde Hunter's Point. Es probable que esté loca.

Betsy recordó lo que se había enterado de Nancy Gordon. La mujer había tratado de asesinar a Darius en Hunter's Point. Había dedicado su vida a encontrarlo. Pero, ¿acorralarlo de este modo? Por lo que sabía, era más probable que Gordon hubiera ido adonde se hallaba Darius y Ie hubiese disparado.

– No lo creo.

– Usted sabe que Vicky abandonó el hotel Hacienda a las dos treinta. Yo estuve con Russell Miller y otras personas en la agencia de publicidad hasta casi las cinco.

– ¿Quién puede darle una coartada después de que usted se marchó de la agencia?

– Desafortunadamente, nadie.

– No haré esto. Usted representa todo lo que yo encuentro repulsivo en la vida. Aun cuando no matara a las mujeres de Portland, sí cometió aquellos crímenes inhumanos en Hunter's Point.

– Y usted será la responsable de que se asesine a otra víctima en Portland. Piénselo, Tannenbaum. Ahora no existe ningún caso contra mí. Eso significa que otra mujer deberá morir para suministrarle al Estado evidencia que pueda utilizar para condenarme.


Esa noche, Kathy se acurrucó cerca de Betsy, con la atención puesta en un dibujo animado. Betsy le besó la parte superior de la cabeza y se preguntó cómo esta escena llena de paz podía coexistir con una realidad en donde las mujeres, acurrucadas en la oscuridad, esperaban que un torturador les ofreciera un dolor insoportable. ¿Cómo podía ella reunirse con un hombre como Martin Darius y sentarse a mirar Disney con su hija, en su hogar, sin perder la cordura? ¿Cómo pudo Peter Lake pasar la mañana como el dios del horror de una retorcida fantasía y por la noche jugar con su pequeña hija?

Betsy deseó que hubiera una sola realidad: en la que ella y Rick se sentaran a mirar Disney con Kathy acurrucada entre los dos. En la que pensó era la realidad antes de que Rick se marchara y ella conociera a Martin Darius.

Betsy siempre había sido capaz de separar su vida del trabajo. Antes de Darius, sus clientes con causas en la justicia criminal eran más patéticos que aterradores. Ella representaba a ladrones de negocios, conductores borrachos, rateros y a delincuentes juveniles asustados. Todavía mantenía relación amistosa con las dos mujeres que había salvado de cargos de homicidio. Aun cuando traía trabajo a su casa, lo veía como algo que era temporario. Darius estaba en el alma de Betsy. La había cambiado. Ya no creía que estaba segura. Y mucho peor: sabía que tampoco Kathy estaba segura.

Capítulo 22

1

El San Judas tenía más el aspecto de un exclusivo colegio privado que de una clínica psiquiátrica. Una alta pared cubierta de hiedra se adentraba en profundos bosques. El edificio de la administración, que una vez había sido el hogar del millonario Alvin Piercy, era de ladrillos rojos, con ventanas en nichos y arcos góticos. Piercy, un devoto católico, murió soltero en 1916 y dejó su fortuna a la Iglesia. En 1923, la mansión se convirtió en un retiro para sacerdotes que necesitaban de un lugar para meditar. En 1953 se construyó detrás de la casa un moderno y pequeño hospital psiquiátrico, que se transformó en el hogar de la administración de San Judas. Desde el portón de entrada, Reggie Steward vio este edificio a través de las ramas graciosas cubiertas de nieve de unos árboles que estaban diseminados por el terreno. En otoño, el parque debía ser una alfombra verde y las ramas de aquellos árboles estarían cargadas de rojos y dorados.

La oficina de la doctora Margaret Flint se encontraba al final de un pasillo, en el segundo piso. La ventana no daba al hospital sino al bosque. La doctora Flint era una mujer con un anguloso rostro de caballo y cabello gris que le llegaba a los hombros.

– Gracias por recibirme -dijo Steward.

La doctora le respondió con una amistosa sonrisa que suavizaba sus rasgos caseros. Le dio un fuerte apretón de manos, luego lo invitó a sentarse en uno de los dos sillones que estaban junto a una mesa ratona.

– A menudo me he preguntado qué fue de la vida de Samantha Reardon. ¡Constituyó un caso tan fuera de lo común! Desafortunadamente no hubo seguimiento, una vez que ella fue dada de alta.

– ¿Por qué fue así?

– Su marido se negó a pagar después del divorcio y el seguro no cubría los gastos. De todos modos, dudo que Samantha habría permitido que nos entrometiéramos en sus asuntos una vez recobrada su libertad. Ella odiaba todo lo relacionado con el hospital.

– ¿Qué puede decirme de la señora Reardon?

– Normalmente no diría nada, a causa de las reglas de confidencialidad con las declaraciones de los pacientes, pero su llamado ha hecho aparecer la posibilidad de que tal vez ella sea un peligro para los demás y eso es un precedente sobre dichas reglas, en ciertas circunstancias.

– Ella tal vez esté involucrada en los asesinatos en serie de Portland.

– Así lo dijo usted. ¿Existe alguna conexión entre los asesinatos y su cautiverio en Hunter's Point? -preguntó la doctora Flint.

– Sí. ¿Cómo lo supo?

– Se lo diré en un momento. Por favor, téngame paciencia. Necesito conocer algunos de los antecedentes para su pedido de información.

– Un hombre llamado Peter Lake fue el marido de una de las víctimas de Hunter's Point y padre de otra. Hace ocho años, se mudó a Portland para poder comenzar una nueva vida. Alguien está duplicando el caso de Hunter's Point en Portland. ¿Está usted familiarizada con la forma en que fueron tratadas las mujeres de Hunter's Point?

– Por supuesto. Yo fui la psiquiatra a cargo del tratamiento de Samantha. Tuve un acceso completo a los informes policiales.

– Doctora Flint, ¿sería capaz Reardon de someter a otras mujeres a la tortura que ella experimentó, a fin de inculpar a mi cliente?

– Una buena pregunta. No muchas mujeres podrían pasar por la tortura, luego someter a otra mujer a la misma experiencia, pero Samantha Reardon no era en ningún concepto normal. Todos nosotros tenemos personalidades que están profundamente arraigadas. Dichas personalidades son en general difíciles, pero imposibles de cambiar. La gente con desórdenes de personalidad posee personalidades mal adaptadas. Las señales que ellas presentan varían según el grado de desorden.

"Antes de ser convertida en horrible víctima, Samantha Reardon tenía lo que se conoce como una personalidad al límite, que se encuentra entre la neurosis y la psicosis. A veces ella exhibía una conducta psicótica, pero en general era neurótica. Demostraba perversos intereses sexuales, conducta antisocial, tales como dar cheques sin fondos o robar en un negocio, ansiedad y un fuerte egocentrismo. La relación con su ex marido tipifica esta clase de conducta. Hubo períodos de intensa sexualidad, inestabilidad frecuente y él encontró que era imposible razonar con ella y que era totalmente egocéntrica. Cuando se la atrapó robando, no mostró interés ni remordimiento por los cargos. Utilizaba el sexo para distraer al doctor Reardon y ganar favores de él. Destruyó sus finanzas sin reparo hasta llegar a las consecuencias de largo plazo para ambos. Cuando Samantha fue secuestrada y torturada se tornó en una psicótica. Es probable que aún se encuentre en ese estado”.

"Samantha vio el San Judas como una extensión de su cautiverio. Yo era la única doctora con quien se relacionaba, probablemente porque era la única mujer del cuerpo médico. Ella odia y desconfía de los hombres. Está convencida de que el intendente de Hunter's Point, el jefe de policía, el gobernador, incluso, a veces, el presidente de los Estados Unidos, todos ellos hombres, conspiran para proteger al hombre que la torturó”.

– Entonces -dijo Steward-, es posible que ella actuara con estas fantasías si localizaba al hombre que ella creía responsable de su cautiverio.

– Es lo más probable. Cuando estuvo aquí, no habló de nada que no fuera venganza. Se vio a sí misma como un ángel vengador armado contra las fuerzas de la oscuridad. Odiaba a su secuestrador, pero ella es un peligro para cualquier hombre, ya que en todo hombre ve a un opresor.

– ¿Pero las mujeres? ¿Cómo podría llegar a torturar a esas mujeres después de lo que ella misma pasó?

– Samantha veía cualquier medio que justificara sus propósitos como válido, señor Steward. Si debía, en el proceso, sacrificar a algunas mujeres, a fin de llegar a su objetivo, ante sus ojos aquello seria un precio pequeño de pagar por su venganza.


2

Rick estaba sentado en la sala de espera cuando Betsy llegó a su trabajo. Parecía deprimido.

– Sé que no me esperabas, pero deseaba hablar. ¿Estás ocupada?

– Entra -le dijo Betsy. Todavía estaba enfadada con él por decirle a Kathy que por su carrera era la responsable de la separación.

– ¿Cómo está Kathy? -le preguntó Rick, cuando la siguió hasta su escritorio.

– Hay una forma fácil de averiguarlo.

– No seas así. En realidad, una de las razones por las que vine a hablar es para preguntar si puede dormir en casa. Acabo de mudarme a un nuevo apartamento que tiene una habitación de huéspedes.

Betsy deseaba decir que no, ya que así podría herir a Rick, pero sabía cuánto Kathy extrañaba a su padre.

– Está bien.

– Gracias. Mañana, después del trabajo, la pasaré a buscar.

– ¿De qué más deseabas hablarme?

Rick estaba incómodo. Bajó la mirada.

– Yo… Betsy, esto es muy difícil para mí. La sociedad, mi trabajo… -Rick hizo una pausa-. No lo estoy haciendo muy bien. -Respiró profundo-. Lo que estoy tratando de decir es que mi vida está hecha ahora mismo un torbellino. Estoy bajo tales presiones que no puedo pensar con claridad. Esta vez, a solas, se me dio cierta distancia, algo de perspectiva. Supongo que lo que estoy diciendo es que no me dejes. No te cierres a mí…

– Yo jamás quise hacer eso, Rick. Tú eres el que se ha cerrado.

– Cuando me fui, dije algunas cosas acerca de cómo me sentía con respecto a ti que no quise decir.

– Cuando tengas seguridad de lo que sientas, dímelo, Rick. Pero no que puedo prometerte cómo me sentiré yo. Me has lastimado mucho.

– Lo sé -dijo con tranquilidad-. Mira, esta fusión en la que estoy trabajando me ha tenido atado día y noche, pero creo que todo estará bajo control dentro de un mes. En diciembre tendré algún tiempo y Kathy tendrá sus vacaciones de Navidad, de modo que no perdería días de clase. Pensé que tal vez los tres podríamos ir a algún lugar en el cual estar juntos.

Betsy contuvo la respiración. No sabía qué decir.

Rick se puso de pie.

– Sé que te dije eslo sin ningún tipo de preparación. No tienes por qué contestarme ahora. Tenemos tiempo. Sólo prométeme que lo pensarás.

– Lo haré.

– Bien. Y gracias por dejarme ver a Kathy.

– Tú eres su padre -le dijo Betsy.

Betsy abrió la puerta de la oficina antes de que Rick pudiera decir nada. Nora Sloane estaba de pie junto al escritorio de Ann.

– ¿Tiene un minuto? -preguntó Sloane.

– Rick ya se iba -contestó Betsy. Sloane miró por un segundo a Rick.

– ¿Es usted el señor Tannenbaum?

– Sí.

– Ésta es Nora Sloane -dijo Betsy-. Está escribiendo un artículo sobre las mujeres abogadas para la revista Pacific West.

– Su esposa ha sido de una gran ayuda. Rick sonrió amable.

– Pasaré a buscar a Kathy alrededor de las seis y la llevaré a cenar -le dijo a Betsy-. No te olvides de mandarla con las cosas del colegio. Encantado de conocerla, señorita Sloane.

– Espera -dijo Betsy-. No tengo la dirección y el número de teléfono de tu nueva casa.

Rick se lo dio y Betsy lo escribió. Luego se marchó.

– La razón por la que vine es para ver si podemos programar algo de tiempo para hablar del caso Hammermill y su estrategia para el caso Darius -dijo Sloane.

– Espero no arruinar sus planes, Nora, pero estoy por dejar el caso de Martin.

– ¿Por qué?

– Por razones personales que no puedo decirle.

– No comprendo.

– Existe un conflicto. Problemas éticos. No puedo explicárselos de otra manera sin violar el privilegio de cliente y abogado.

Nora se frotó la frente. Se mostró distraída.

– Lo siento si esto afecta el artículo -dijo Betsy-. No hay nada que yo pueda hacer al respecto.

– Está bien -respondió Nora, rápidamente recobrando la compostura-. El caso Darius no es esencial para el artículo. Betsy abrió la agenda.

– Tan pronto como me quite de encima el caso Darius, tendré suficiente tiempo libre. ¿Por qué no acordamos una fecha tentativa para una comida el próximo miércoles?

– Eso me parece bien. La veo entonces. La puerta se cerró y Betsy miró el trabajo que tenía sobre el escritorio. Había casos que ella había pospuesto por Martin Darius. Tomó el caso que estaba en la parte superior de la pila, pero no abrió el archivo. Pensó en Rick. Parecía diferente. Menos seguro de sí. Si deseaba regresar, ¿lo aceptaría ella?

Sonó el intercomunicador. Reggie Steward llamaba desde Hunter's Point.

– ¿Cómo va lodo? -preguntó Steward.

– No muy bien, Reg. Me salgo del caso.

– ¿Te despidió Darius?

– No, soy yo la que lo despide.

– ¿Por qué?

– Descubrí que Darius asesinó a las mujeres de Hunter's Point.

– ¿Cómo?

– No puedo decírtelo.

– Jesús, Betsy, puedes confiar en mí.

– Lo sé, pero no te explicaré esto, de modo que no me presiones.

– Bueno, estoy algo preocupado. Existe la posibilidad de que Darius esté en una emboscada. Resultó ser que Samantha Reardon es una dama muy rara. Hablé con Simón Reardon, su ex. Es neurocirujano y ella fue una de sus enfermeras. Tuvo una aventura amorosa con ella y lo siguiente que supo fue que estaba casado y al borde de la quiebra económica. La mujer robaba negocios, gastaba hasta el límite de las tarjetas de crédito y los abogados de él corrían de un lado a otro para cubrir las indiscreciones de la dama. Entonces Darius viene y la rapta y tortura y, finalmente, ella pierde la poca cordura que le quedaba. Conozco a la doctora Flint, su psiquiatra en la clínica San Judas. Allí es donde fue internada después de tratar de asesinar a Reardon.

– ¿Qué?

– Lo apuñaló a él y a un amigo que estaba en la casa. Ambos la sometieron y ella pasó los pocos años que siguieron en una habitación acolchada, insistiendo en que el hombre que la había raptado todavía estaba libre y que ella era víctima de una conspiración.

– Lo era, Reg. Las autoridades encubrieron a Darius. No puedo darte todos los detalles, pero Samantha tal vez no estuviera tan loca.

– Tal vez haya tenido razón con el encubrimiento y la locura. La doctora Flint pensó que estaba loca, totalmenie insana. Reardon fue violada cuando niña. Su padre abandonó su hogar cuando ella tenía dos años y su madre era una borracha perdida. Aprendió la moral de la calle por intermedio de la banda con la que andaba. Tenía antecedentes de delincuencia juvenil en robos y asaltos. También apuñaló a alguien. Fue lo suficientemente inteligente como para terminar el colegio secundario sin mucho esfuerzo. Su coeficiente intelectual ha sido medido en 146, lo cual es muchísimo más alto que el mío, pero su rendimiento en la escuela fue pésimo.

"Hubo un primer matrimonio con Max Félix, gerente del negocio donde trabajaba. Lo llamé por teléfono y me contó la misma historia que me narró el doctor Reardon. Debe ser fabulosa en la cama. Su primer marido dice que no podía distinguir lo bueno de lo malo mientras ella le vaciaba la cuenta bancaria y lo embargaba con las deudas. El matrimonio duró sólo un año”.

"La siguiente parada fue una facultad de la comunidad, luego la escuela de enfermeras, luego un buen médico. La doctora Flint dice que Reardon tenía una personalidad desordenada, eso para comenzar, y la tensión que le produjo la tortura y el cautiverio la transformaron en una psicótica. Estaba obsesionada con vengarse de su secuestrador”.

Betsy tuvo una sensación de desasosiego en la boca del estómago.

– ¿Le preguntaste a la doctora Flint si ella sería capaz de someter a otras mujeres al tipo de tortura que ella soportó, sólo para acorralar a Darius?

– Según la doctora Flint, no se le movería un pelo al cortar en rebanadas a esas señoras, si con eso podía llevar adelante su plan.

– Es tan difícil de creer, Reg. Una mujer que le haga esas cosas a otras mujeres.

– Tiene sentido, sin embargo, Betsy. Piénsalo. Oberhurst entrevista a Reardon y le muestra una fotografía de Darius; Reardon reconoce a Darius y lo sigue a Portland; ella se entera de los problemas que Darius tiene en la obra en construcción y se imagina que es el lugar ideal para enterrar a Oberhurst después de matarlo; más tarde, agrega los otros cuerpos.

– No sé, Reg. Aun tiene más sentido que haya sido Darius el que las asesinó.

– ¿Qué quieres que haga?

– Trata de conseguir una fotografía de ella. No había ninguna en los archivos de los diarios.

– Estoy adelantado. Buscaré en el anuario de la facultad. Ella fue a la facultad estatal de Hunter's Point de modo que debería ser fácil.

Steward cortó la comunicación, dejando a Betsy muy confundida. Hacía un instante, estaba segura de que Darius había matado a las mujeres de Portland. Pero si las sospechas de Reggie eran ciertas, Darius había sido acorralado y todos manipulados por una mujer muy inteligente y peligrosa.


3

Randy Highsmith y Ross Barrow tomaron la interestatal 84 a lo largo del río Columbia hasta que llegaron a un desvío para conectarse con la autopista. A ambos lados del ancho río se alzaban escarpados acantilados. A través de los claros de los árboles se veían, en ocasiones, cascadas. El panorama era deslumbrante, pero Barrow estaba demasiado ocupado tratando de ver a través de la copiosa lluvia, como para poder disfrutar del paisaje. El huracanado viento que soplaba en embudo por el desfiladero empujaba el automóvil sin patente hacía los costados. Barrow luchó con el volante y evitó que el coche resbalara cuando tomó la bajada.

Estaban en el campo. Parques nacionales, granjas. Los árboles proporcionaban alguna protección a la lluvia, pero Barrow aún debía inclinarse hacia adelante y mirar con dificultad por el vidrio del parabrisas, a fin de poder leer los carteles de las calles.

– Allí -gritó Randy Highsmith, señalando un buzón cuya dirección estaba colocada sobre unos baratos números iridiscentes. Barrow estacionó abruptamente y las ruedas traseras resbalaron hacia el costado, sobre la grava del camino. La casa que alquilaba Samuel Oberhurst se suponía que estaba a un kilómetro de camino sin pavimentar. El agente inmobiliario la había descrito como una cabaña, pero era lo que más se parecía una choza. Salvo por la privacidad del campo que la rodeaba, Highsmith no podía verle nada para recomendar. La casa era cuadrada con un techo en punta, a dos aguas. Tal vez una vez estuvo pintada de rojo, pero el tiempo la había tornado color óxido. En el frente había estacionado un Pontiac. Nadie había cortado el pasto por semanas. Bloques de cenizas servían de escalones de entrada. Había dos latas de cerveza vacías junto a los escalones y un paquete vacío de cigarrillos, metido en una grieta entre dos de los bloques.

Barrow estacionó el automóvil tan cerca de la puerta del frente como pudo y Highsmith descendió de él, bajando la cabeza, como si de alguna manera se pudiera proteger de la lluvia. Golpeó la puerta, esperó y volvió a golpear.

– Voy por el costado -gritó a Barrow. El detective apagó el motor y lo siguió. Las cortinas de las ventanas estaban cerradas. Highsmith y Barrow caminaron por el pasto mojado sobre el lado este de la casa y descubrieron que no había ventanas allí y que las persianas de las ventanas traseras estaban bajas. Barrow espió por una pequeña ventana del lado oeste.

– Se ve como una pocilga de mierda -dijo Barrow.

– No hay nadie en casa, eso es seguro.

– ¿Qué me dices del coche?

Highsmith se encogió de hombros.

– Intentemos por la puerta del frente.

Del rostro de Highsmith chorreaba agua y casi no podía ver por las gafas. La puerta del frente no tenía llave. Barrow entró. Highsmith se quitó los lentes y secó los vidrios con el pañuelo. Barrow encendió la luz.

– ¡Jesús!

Highsmith se colocó los lentes. Había un televisor pequeño debajo de la ventana del frente. Ante él, un sofá de segunda mano. El tapizado estaba roto en varios lugares, dejando escapar el relleno. Sobre él se encontraba todo un conjunto de ropas masculinas. Highsmith vio una campera, ropa interior, un par de pantalones. Junto al televisor, empotrado en un rincón, había un viejo fichero de color gris. Todos los cajones estaban abiertos y los papeles habían sido arrojados por todas partes. De pronto Highsmith se distrajo del caos que había en la habitación. Olió el aire.

– ¿Qué es ese olor?

Barrow no contestó. Estaba concentrado en una pesada silla que estaba volcada de costado en el centro de la habitación. Cuando se aproximó, vio manchas de sangre sobre la silla y en el suelo. Tiras de cinta adhesiva que bien podrían haberse utilizado para asegurar las piernas de un hombre a los costados de la silla estaban allí. Sobre una mesa, a centímetros de ella había un cuchillo de cocina lleno de sangre.

– ¿Cómo está tu estómago? -preguntó Barrow-. Tenemos aquí un escenario de crimen y no deseo que tu desayuno caiga en el lugar.

– Ross, ya he estado antes en escenarios así. Estuve en la fosa, ¿recuerdas?

– Supongo que estuviste. Bueno, echa una ojeada a esto.

Había un recipiente plástico para sopa juntó al cuchillo. Highsmith miró y se puso verde. El recipiente contenía tres dedos cortados.

– John Doe -dijo suavemente Barrow.

Highsmith fue hasta la silla y pudo ver que el asiento estaba cubierto de sangre. Se sintió descompuesto. Además de los tres dedos, habían faltado los genitales de Doe y Randy no deseaba ser el que los encontrara.

– No estoy seguro de quién tiene aquí jurisdicción -dijo Barrow mientras iba hacia la silla-. Llama a la policía del Estado.

Highsmith asintió. Buscó el teléfono. No había ninguno en la habitación del frente. Había dos habitaciones más en el fondo de la casa. Una era un cuarto de baño. Abrió despacio, temeroso de lo que podría encontrar. En el dormitorio casi no había lugar para la cama de una plaza, el tocador y una mesa. El teléfono estaba sobre la mesa.

– Ey, Ross, mira esto.

Barrow entró en la habitación. Highsmith señaló un contestador que estaba conectado al teléfono. Una luz roja parpadeaba, indicando que la máquina tenía tres mensajes. Highsmith pasó por los mensajes antes de detenerse en uno de ellos.

– Señor Oberhurst, habla Betsy Tannenbaum. Esta es la lercera vez que lo llamo y le agradecería que me llamara a mi oficina. El número es 555-1763. Es urgente que se comunique conmigo. Tengo una autorización de Lisa Darius para permitirme hablar con usted de su caso. Por favor llámeme a cualquier hora. Tengo un servicio de llamadas que puede llegar a mi casa, si me llama fuera del horario de oficina o dentro de él.

La máquina emitió tres sonidos. Highsmith y Barrow se miraron.

– Lisa Darius contrata a Oberhurst, luego éste es torturado y su cuerpo termina en la fosa de una de las obras en construcción de Darius -dijo Barrow.

– ¿Por qué Lisa Darius lo contrató?

Barrow miró por la puerta hacia el fichero.

– Me pregunto si eso es lo que Darius buscaba, el archivo de su esposa.

– Espera, Ross. No sabemos si Darius hizo esto.

– Randy, piensa en si Darius descubrió lo que había en el archivo de su esposa y que era algo que lo comprometía. Quiero decir, si él hizo esto, torturó a Oberhurst, le cortó los dedos y el pene, fue porque ese archivo tenía algo que era dinamita. Tal vez algo que podía probar que Darius es el asesino de la rosa.

– Lo que estás consiguiendo… Oh, mierda. Lisa Darius. Él no pudo llegar antes, ya que ha estado en la cárcel desde que descubrieron los cuerpos.

Barrow tomó el teléfono y comenzó a discar.


4

La Corte Suprema de Oregón tiene asiento en Salem, la capital del Estado, a ochenta kilómetros del sur de Portland. La hora de viaje era lo único que a Victor Ryder le disgustaba de la Corte Suprema de Justicia. Después de todos los años de siete días de trabajo y dieciséis horas por día que había pasado en la práctica privada, el ritmo más lento de trabajo de aquella Corte representaba un alivio.

El juez Ryder era un viudo que vivía solo detrás de un alto muro cubierto de plantas, en una casa estilo Tudor, de tres pisos, situada en las alturas de Portland, en West Hills. La vista de Portland y del Monte Hood que se podía ver desde el patio de ladrillos, en la parte trasera de la casa, resultaba espectacular.

Ryder abrió la puerta del frente y llamó a Lisa. Hacía calor en la casa. Y también las luces estaban encendidas. Oyó voces que provenían de la sala de estar. Volvió a llamar a Lisa, pero ella no contestó. Las voces que el oía provenían de la televisión, pero no había nadie mirando. Ryder apagó el aparato.

Al pie de las escaleras, Ryder volvió a llamar. Aún no había respuesta. Si Lisa había salido, ¿por qué estaba encendido el televisor? Por el pasillo, se dirigió hacia la cocina. Lisa sabía que su padre siempre tomaba un refrigerio cuando llegaba a su casa, de modo que ella le dejaba notas en el refrigerador. La puerta de este estaba cubierta de recetas y caricaturas, fijadas a la superficie por medio de imanes, pero no había notas. Había dos tazas de café sobre la mesa y los restos de un trozo de pastel en un plato.

– Debe de haber salido con una amiga -se dijo Ryder para sí, pero aún estaba molesto por lo del televisor. Cortó un trozo de pastel y le dio un mordisco, luego fue a la habitación de Lisa. No había nada fuera de su lugar, nada que levantara sospechas. Sin embargo, el juez Ryder se sintió intranquilo. Estaba por ir a su habitación cuando oyó el timbre de la puerta. Dos hombres estaban protegiéndose debajo de un paraguas.

– ¿Juez Ryder? Soy Randy Highsmith de la oficina del fiscal de distrito del condado de Multnomah. Éste es el detective Barrow, de la policía de Portland. ¿Se encuentra su hija en casa?

– ¿Se refiere esto a Martin?

– Sí, señor.

– Lisa ha estado conmigo, pero ahora no está.

– ¿Cuándo fue la última vez que la vio?

– Esta mañana, en el desayuno. ¿Por qué?

– Tenemos algunas preguntas que nos gustaría que nos respondiera. ¿No sabe dónde la podemos encontrar?

– Me temo que no. No me dejó una nota y yo apenas llego.

– ¿Podría estar en la casa de una amiga? -preguntó por casualidad Highsmith, para que Ryder no notara su interés.

– Realmente no lo sé.

Ryder recordó el televisor y frunció el entrecejo.

– ¿Sucede algo, señor?-le preguntó Barrow, manteniendo un tono neutral.

– No. No realmente. Es sólo que había dos tazas de café en la mesa de la cocina, de modo que pensé que ella habría recibido a una amiga. También estuvieron comiendo pastel. Pero el televisor estaba encendido.

– No comprendo -dijo Barrow.

– Estaba encendido cuando llegué a casa. No puedo imaginarme por qué lo habrá dejado encendido si se fue a conversar con una amiga a la cocina o si salió de la casa.

– ¿Es normal en ella irse sin dejar una nota? -preguntó Barrow.

– No ha estado en casa por mucho tiempo y no ha salido de noche desde que Martin salió libre. Pero ella sabe que me preocupo.

– ¿Hay algo que no nos está diciendo, señor?

El juez Ryder dudó.

– Lisa ha estado muy asustada desde que Martin fue liberado. Habló de abandonar el Estado hasta que vuelva a estar entre rejas.

– ¿No le habría dicho a usted dónde iba?

– Así lo supongo. -Ryder hizo una pausa, como si acabara de recordar algo-. Martin llamó a Lisa la noche en que fue liberado. Dijo que no había un lugar en Portland en donde ella pudiera estar a salvo. Tal vez volvió a llamarla y la atemorizó.

– ¿La estaba amenazando? -preguntó Barrow.

– Así lo pensé, pero Lisa no estaba segura. Fue una conversación extraña. Sólo oí lo que le decía Lisa al final y lo que ella me contó que él le había dicho.

Highsmith le dio al juez una tarjeta.

– Por favor, pídale a la señora Darius que me llame tan pronto sepa algo de ella. Es importante.

– Por cierto.

Barrow y Highsmith estrecharon la mano del juez y se marcharon.

– No me gusta esto -dijo Barrow tan pronto se cerró la puerta-. Es muy parecido a las otras escenas del crimen. En especial el televisor. Si ella salía con una amiga, debió de haberlo apagado.

– No había ni nota ni rosa.

– Sí, pero Darius no es estúpido. Si él asesina a su esposa, no va a publicar el hecho. Puede haber cambiado el modus operandi, a fin de hacemos perder la pista. ¿Alguna sugerencia?

– Ninguna, a menos que creas que tenemos lo suficiente como para arrestar a Darius.

– No lo tenemos.

– Entonces, esperemos y tengamos fe de que Lisa Darius haya salido con una amiga.

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