Séptima Parte

Jamás me olvidarán

Capítulo 23

1

Betsy oyó que el automóvil estacionaba en la entrada y miró por la ventana de la cocina.

– ¡Es papi! -gritó Kathy. Había estado esperando en la sala de estar durante toda la tarde, prestándole poca atención a la televisión, desde que Betsy le dijo que pasaría el fin de semana en la casa de Rick.

– Toma tus cosas -le dijo Betsy a Kathy cuando abrió la puerta.

– Están todas aquí, mami -dijo Kathy, señalando su mochila, la valija del colegio, una pequeña maleta y a Oliver, el zorrito de peluche.

La puerta se abrió y Kathy saltó a los brazos de Rick.

– ¿Cómo estás, tigre? -le preguntó Rick riendo.

– Yo preparé mis cosas -dijo Kathy, señalando los bultos.

– ¿Pusiste tu cepillo de dientes? -le preguntó de pronto Betsy.

– Oh, no -dijo Kathy.

– Me lo temía. Corre y ve a buscarlo, jovencita.

Rick puso a Kathy en el suelo y ella corrió por el pasillo hasta el cuarto de baño.

– Está muy emocionada -Betsy le dijo a Rick. Él se mostró incómodo.

– Pensé en llevarla a comer a Spaghetti Factory.

– A ella le gusta.

Ambos se quedaron hablando por un momento.

– Te ves bien, Bets.

– Deberías verme cómo me veo cuando debo pasar el dia en el tribunal del juez Spencer-bromeó Betsy consciente de sortear el cumplido. Rick comenzó a decir algo, pero Kathy regresó con su cepillo y el momento pasó.

– Te veo el lunes -le dijo Betsy, dándole a Kathy un gran abrazo y un beso. Rick juntó todo menos a Oliver. Betsy miró por la puerta hasta que ellos se alejaron.


2

Alan Page alzó la vista de su escritorio. Randy Highsmith y Ross Barrow estaban en la entrada. Miró su reloj. Era las seis y veinticinco.

– Acabo de hablar con el juez Ryder. Todavía no apareció -dijo Barrow.

Page dejó su lapicera.

– ¿Qué hacemos? No hay ni una hilacha que nos apunte a Darius -dijo Page. Se lo veía pálido y hablaba con tono exhausto y de derrota.

– Tenemos un motivo, Al -dijo Barrow-. Lisa Darius es la única persona que puede conectar a Martin con Sam Oberhurst. Él no pudo llegar a ella cuando estuvo en la cárcel. Lo que digo es que por lo menos tenemos una causa probable. Tan pronto como él quedó libre, ella desapareció.

– Y existió una llamada telefónica-agregó Highsmith.

– Ryder no puede tener seguridad de que hubo una amenaza. El llamado puede incluso ser interpretado como una advertencia para Lisa, a fin de que se cuidara de los demás. -Page movió la cabeza-. No cometeré el mismo error dos veces. A menos que esté seguro de que tenemos una causa probable, no pediré orden de allanamiento.

– No te achiques, Al -le advirtió Highsmith-. Aquí estamos hablando de una vida.

– Lo sé -contestó Page enfadado-. Pero ¿dónde buscamos? ¿Su casa? No va a ser tan estúpido de guardarla a ella allí. ¿Alguna de sus propiedades? ¿En cuál? Estoy tan frustrado como ustedes, pero debemos ser pacientes.

Highsmith estuvo por decir algo cuando sonó el intercomunicador.

– Sé que no deseaba que lo molestara -dijo su secretaria-, pero Nancy Gordon está en línea.

Page sintió frío. Highsmith y Barrow se pusieron de pie. Page tomó la llamada de inmediato.

– ¿Detective Gordon?

– Siento haber desaparecido, señor Page -dijo una mujer. Page trató de recordar cómo hablaba Gordon. Recordó una voz grave, pero la… comunicación era mala y la voz de la mujer salía distorsionada.

– ¿Dónde está?

– No se lo puedo decir ahora -le dijo Gordon. Page pensó que hablaba como arrastrando las palabras, de manera insegura.

– ¿Leyó los diarios? ¿Sabe que Darius está suelto, a causa de que no tuvimos su testimonio en la audiencia de la fianza?

– No se pudo evitar. Dentro de poco comprenderá todo.

– Me gustaría comprenderlo ahora, detective. Tenemos una situación compleja aquí. La esposa de Darius ha desaparecido.

– Lo sé. Esa es la razón por la que llamo. Sé dónde se encuentra y debe actuar deprisa.


3

Construcciones Darius estaba en problemas. Cuando arrestaron a Darius, la compañía estaba al borde de lanzar dos proyectos lucrativos. Ambos trabajos estaban ahora en manos de otras compañías de construcción, y no aparecerían nuevos, entanto Darius estuviera bajo fianza. Darius había contado con los ingresos que generarían aquellos dos proyectos, a fin de ayudar a salvar los problemas financieros de la empresa. Sin el nuevo ingreso, la quiebra económica era una de las posibilidades.

Darius pasó el día encerrado con su contador, su abogado y los vicepresidentes trabajando en un plan para salvar la compañía, pero tenía problemas en concentrarse en los asuntos que se trataban. Necesitaba a Betsy Tannenbaum y ella lo había dejado. Al principio, había deseado que ella lo representara ya que una abogada feminista le proporcionaría un estímulo o atractivo ante un jurado. Luego, Betsy ganó la fianza y lo convenció de que tenía habilidad como para salvarlo. La reunión que habían tenido hacía poco aumentó aquel respeto. Tannenbaum era dura. La mayoría de las mujeres se habrían atemorizado de enfrentarse con él a solas. Habrían requerido de la protección de un hombre. Darius creía que Betsy jamás se quebraría ante la presión de un juicio y sabía que lucharía hasta el final por un cliente en quien ella creyera.

Cuando la reunión terminó a las seis de la tarde, Darius se dirigió a su casa. Pulsó el código de alarma para abrir el portón. Darius echó una mirada por el espejo retrovisor. Vio el brillo de focos cuando el automóvil pasó por la entrada, luego dobló el camino y perdió el ángulo de visión.

Darius entró en la casa por el garaje y desactivó la alarma. La casa estaba fría y en silencio. Cuando Lisa vivía con él, siempre había un ruido subterráneo en el fondo. Darius estaba aprendiendo a vivir sin el murmullo de la cocina, el murmullo del televisor y los sonidos que Lisa hacía al ir de habitación en habitación.

La sala de estar se vio estéril cuando encendió la luz. Darius se quitó el saco y la corbata, luego se sirvió un whisky. Se preguntó si había una forma de hablar con Betsy para que esta regresara. El enfado que ella tenía era evidente, pero ese sentimiento se podía aplacar. Era el miedo lo que alejaba a Betsy. No la podía culpar por pensar que él era un monstruo después de lo que se había enterado por Colby. Normalmente, el miedo de una mujer excitaba a Darius, pero el miedo de Betsy la alejaba de él y no podía pensar en una forma de solucionarlo. Darius tomó la corbata y el saco y se dirigió escaleras arriba, a su dormitorio. Encendió la luz y colocó el vaso sobre el tocador. Cuando se volvió hacia el guardarropas, un destello de color llenó sus ojos. Había una rosa negra sobre su almohada. Debajo de la rosa, una hoja de papel de carta. Darius miró la nota. Su estómago se retorció. Giró sobre sus talones hacia la entrada, pero no había nadie allí. Trató de escuchar el más mínimo de los ruidos, pero sólo oyó los sonidos normales de la casa.

Darius guardaba un revólver en el tocador. Lo sacó de allí. Su corazón latía desenfrenado. ¿Cómo pudo alguien entrar en la casa sin hacer activar la alarma? Sólo él y Lisa conocían el código de la alarma… Darius se quedó paralizado. Su mente hizo un salto lógico y se dirigió hacia el sótano, encendiendo las luces de la casa, a medida que avanzaba.

Se detuvo en la parte superior de las escaleras del sótano, sabiendo lo que vería cuando encendiera la luz. Oyó la primera sirena cuando estaba a mitad de camino. Pensó en regresar, pero debía saber. Un patrullero de la policía clavó los frenos ante la casa cuando Darius llegó al pie de las escaleras. Bajó el revólver, ya que no deseaba correr el riesgo de que lo balearan. Además, no lo necesitaría. No había nadie en la casa con él. Lo supo cuando vio la forma en que había sido dispuesto el cuerpo.

Lisa Darius estaba tendida de espaldas, en el centro del sótano. Estaba desnuda. El estómago había sido seccionado y sus entrañas salían por aquel agujero abierto y empapado de sangre. El cuerpo de Patricia Cross había sido dejado en el sótano de la casa de Henry Waters, exactamente de la misma manera.


4

Tan pronto como Rick y Kathy se alejaron, Betsy regresó a la cocina y se preparó algo para comer. Había fantaseado con la idea de salir a cenar o llamar a alguna amiga, Pero el proyecto de pasar una noche tranquila a solas la sedujo. Cuando terminó con la cena, Betsy entró en la sala y echó una ojeada al programa de televisión. Nada parecía interesante, de modo que se sentó en un cómodo sillón y tomó una novela de Updike. Estaba por comenzar a leer cuando sonó el teléfono, Betsy suspiró y corrió hasta la cocina para contestar.

– ¿Señora Tannenbaum?

– Sí.

– Habla Alan Page. -Se lo oía enfadado-. Estoy en la propiedad de Martin Darius. Acabamos de arrestarlo.

– ¿Con qué cargos?

– Acaba de asesinar a su esposa.

– ¡Dios mío! ¿Qué sucedió?

– Su cliente destripó a Lisa Darius en el sótano de su casa.

– Oh, no.

– Usted le hizo a ella un verdadero favor cuando convenció a Norwood de que liberara a Darius bajo fianza -dijo Page con amargura-. Su cliente desea hablarle.

– ¿Me cree ahora, Tannenbaum? -le preguntó Darius-. ¿Puede ver lo que está sucediendo?

– No diga una palabra. La policía está escuchando, Martin. Lo veré en la mañana.

– Entonces, ¿sigue usted conmigo?

– No dije eso.

– Debe hacerlo. Pregúntese cómo la policía averiguó lo de Lisa y sabrá que soy inocente.

¿Era Darius inocente? No tenía sentido que asesinara a su esposa y dejar que su cuerpo se descompusiera en el sótano. Betsy pensó en lo que ella conocía del caso de Hunter's Point. Imaginó a Waters contestando el llamado a su puerta, Nancy Gordon bajando los escalones del sótano de Waters, la mirada impresionada en el rostro de Waters cuando vio a Patricia Cross tendida en un charco de su propia sangre, destripada. Era Patricia Cross otra vez. Darius le había preguntado cómo averiguó la policía que Lisa Darius estaba en aquel sótano. Trató de recordar cómo la policía había averiguado el paradero de Patricia Cross.

– Déme con Page -le dijo a Darius.

– No quiero que nadie hable con Darius -le dijo al fiscal de distrito.

– No pensaba hacerlo -le respondió Page con rudeza.

– Está malgastando su furia conmigo. Alan. Yo conocía a Lisa Darius mejor que usted. Esto duele, créame.

Page se quedó en silencio por un momento. Habló con tono deprimido cuando lo hizo.

– Tiene razón. No es de mi incumbencia cortarle a usted la cabeza. Yo estoy furioso conmigo mismo por haber hecho aquel desastre en la audiencia, de la misma manera en que lo estoy con usted por haber hecho un excelente trabajo. Pero esta vez él se queda. Norwood no cometerá otro error.

– Alan, ¿cómo se enteró de que encontraría el cuerpo de Lisa en el sótano?

Betsy contuvo la respiración mientras Page decidía si contestaría aquella pregunta.

– Ah, de todos modos, usted lo sabrá. Fue una ayuda.

– ¿Quién se lo dijo?

– No se lo puedo decir ahora.

Una ayuda, la misma ayuda anónima que condujo a la policía de Hunter's Point al sótano de Waters. Betsy cortó la comunicación. Las dudas que tenía respecto de la culpabilidad de Darius comenzaron a crecer. Martin Darius había asesinado a las mujeres de Hunter's Point, pero ¿era inocente de los asesinatos de Portland?

Capítulo 24

1

La puerta de la sala de visitas de la prisión se abrió y Darius hizo su entrada. Estaba vestido con una camisa y los pantalones del traje que tenía puesto cuando lo arrestaron. Los ojos estaban enrojecidos y parecía menos seguro que lo que se lo vio en las otras reuniones.

– Sabía que vendría, Tannenbaum -dijo Darius, tratando de parecer tranquilo pero hablando con un tono un tanto desesperado.

– No es mi deseo estar aquí. Se me pidió que lo representara hasta que otro abogado me libere de esta obligación.

– No me puede dejar a la deriva.

– No cambié de parecer, Martin. Todo lo que dije el otro día era cierto.

– ¿Aun cuando sabe que soy inocente?

– No tengo la certeza de que sea inocente. Y aunque lo fuera, no cambia lo que usted hizo en Hunter's Point.

Darius se inclinó hacia adelante y clavó los ojos en los de ella.

– Usted sí sabe que soy inocente, a menos que me crea tan estúpido de asesinar a mi esposa en mi sótano y luego llamar a Alan Page para decirle dónde encontrar el cadáver.

Darius tenía razón, por supuesto. El caso contra él era demasiado patente y este nuevo asesinato demasiado oportuno.Las dudas hicieron que Betsy se mantuviera despierta la mayor parte de la noche, pero estas no le habían hecho cambiar la opinión que tenia de Darius.

– Dentro de unos minutos, iremos a la Corte. Page lo acusará con el cargo de asesinato de su esposa Lisa. Pedirá que no haya fianza y además le solicitará a Norwood que revoque la fianza que usted obtuvo por los otros cargos. No puedo ver una forma de convencer al juez de que lo deje salir bajo fianza.

– Dígale al juez lo que sabemos de Gordon. Dígale que caí en una emboscada.

– No tenemos pruebas de eso.

– Entonces esto es como va a suceder. Supongo que me hice una idea errónea de usted, Tannenbaum. ¿Qué sucedió con su alto sentido de la ética? ¿Su juramento como abogada? ¿Usted va a abandonar esto, no es así, porque no puede soportarme?

Betsy se puso roja de ira.

– No voy a abandonar ni una maldita cosa. Y no debería estar aquí. Lo que estoy haciendo es hacerle conocer los hechos. El juez Norwood se jugó una gran carta al dejarlo salir. Cuando él vea las fotografías de Lisa tendida en el suelo del sótano con todas sus tripas afuera, no deseará volver a dejarlo libre bajo fianza.


– Su Señoría, el Estado llama a Vincent Ryder -dijo Alan Page, volviéndose hacia el fondo de la sala para observar al juez de la Corte avanzar entre los espectadores y por la barra del tribunal. Ryder medía más de un metro ochenta y seis y tenía la cabeza cubierta de cabello blanco como la nieve. Caminaba con una leve renguera que le había quedado como secuela de una herida recibida durante la Segunda Guerra Mundial. Ryder mantuvo rígida su espalda, evitando escrupulosamente mirar a los ojos a Martin Darius, como si temiera la ira que podría sobrecogerlo, si posaba sus ojos en ese hombre.

– Para información -dijo Page tan pronto como Ryder hizo su juramento-, ¿es usted juez de la Corte Suprema de Oregón y padre de Lisa Darius?

– Sí -contestó Ryder, con una voz levemente quebrada.

– Su hija estaba casada con el acusado, ¿no es así?

– Sí, señor.

– Cuando el señor Darius fue arrestado, ¿se mudó su hija con usted?

– Sí.

– Mientras permaneció Lisa en su casa, ¿la llamó por teléfono su esposo?

– Repetidamente, señor Page. Llamó varias veces todas las noches, desde la cárcel.

– ¿Es verdad que los internos sólo pueden hacer llamadas a cobrar?

– Sí. Todas sus llamadas fueron a cobrar.

– ¿Aceptó su hija las llamadas?

– Ella me dio instrucciones para que las rechazara.

– Según su conocimiento, ¿habló su hija con el acusado mientras estuvo él encarcelado?

– Tal vez lo haya hecho, una o dos veces inmediatamente después del arresto. Una vez que se mudó conmigo, dejó de hacerlo.

– ¿Cuál era la actitud de su hija hacia su marido?

– Le tenía un miedo atroz.

– ¿Aumentó o disminuyó este temor cuando el señor Darius fue liberado bajo fianza?

– Aumentó. Estaba aterrorizada de que él viniera a buscarla.

– ¿Llamó el acusado a Lisa Darius después de su liberación bajo fianza?

– Sí, señor. La primera noche.

– ¿Oyó usted la conversación?

– Partes de ella.

– ¿Oyó al acusado hacer alguna amenaza?

– Creo que le dijo que no estaría segura en Portland.

– Cuando usted dice que cree que él dijo eso, ¿qué quiere decir?

– Lisa me dijo que él se lo había dicho. Yo estaba junto al hombro de Lisa y podía oír algo de lo que él decía.

– ¿Sabe usted si la señora Darius creía que el acusado significaba una amenaza?

– Ella estaba confundida. Me dijo que no estaba segura de lo que él quería decir. Él parecía querer significar que Lisa estaba corriendo peligro por otra persona, pero eso carecía de sentido. Yo lo tomé como que la estaba amenazando en forma indirecta, de modo que no cayera ninguna culpa sobre él.

– Juez Ryder, ¿cuándo fue la última vez que usted vio a su hija con vida?

Por un breve momento el juez perdió la compostura. Bebió de un vaso con agua que había en el estrado antes de contestar.

– Desayunamos juntos entre las siete y las siete treinta. Luego yo me dirigí en mi automóvil a Salem.

– ¿Cuándo regresó usted a su casa?

– Alrededor de las seis.

– ¿Estaba su hija en la casa?

– No.

– ¿Vio algo usted en la casa que le provocara alarma?

– La televisión estaba encendida, pero no había nadie. El sonido estaba lo suficientemente alto como para que Lisa lo hubiera oído y apagado el aparato antes de marcharse.

– ¿Había pruebas de que hubo un visitante?

– Había dos tazas de café en la cocina y algo de pastel, como si ella hubiese estado conversando con alguien.

– ¿Le dejó su hija una nota comunicándole adonde iba?

– No.

– No más preguntas.

– Su testigo, señora Tannenbaum -dijo el juez Norwood.

– Está mintiendo -le susurró Darius-. Jamás amenacé a Lisa. Le estaba haciendo una advertencia.

– Él no está mintiendo, Martin. Él dice lo que honestamente cree que sucedió. Si lo presiono, simplemente endurecerá su posición.

– Mierda. La he visto destrozar testigos. Ryder es un pomposo imbécil. Puede hacerlo quedar como a un tonto.

Betsy respiró profundo, ya que no deseaba perder los estribos. Luego se inclinó hacia Darius y le habló con tono tranquilo.

– ¿Desea que presione al juez Ryder hasta que se destroce, Martin? ¿Cree realmente que ayudará a conseguir una fianza si yo hago que uno de los jueces más respetados del Estado y el padre de una joven que fue brutalmente asesinada se destroce en un juicio abierto, ante todos sus colegas?

Darius comenzó a decir algo, luego cerró la boca y le dio la espalda a Betsy.

– No hay preguntas, Su Señoría -dijo Betsy.

– Nuestro próximo testigo es el detective Richard Kassel -dijo Page al juez.

Richard Kassel marchó por el pasillo. Estaba vestido con una chaqueta de tweed, pantalones tostados, una camisa blanca y una corbata estampada en amarillo. Sus zapatos estaban lustrados y el cabello negro bien cortado. Tenía el aspecto de una persona que se toma a sí mismo muy en serio.

– Detective Kassel, ¿dónde trabaja usted?

– Soy detective del Departamento de Policía de Portland.

– ¿Arrestó ayer por la noche al acusado?

– Sí, señor.

– Dígale al juez cómo sucedió.

Kassel giró su asiento hacia el juez.

– El detective Rittner y yo recibimos una llamada por el radio de la policía. Basados en la comunicación, tomamos cartas en el asunto. La puerta de la casa del acusado estaba cerrada con llave. Nos identificamos como policías y le ordenarnos al acusado que abriera la puerta. Él obedeció. El detective Rittner y yo aseguramos al acusado y esperamos que llegaran los otros patrulleros, tal como se nos había ordenado hacer.

– ¿Llegaron pronto los otros oficiales?

Kassel asintió.

– Alrededor de quince minutos después de que nosotros llegáramos, usted y el detective Barrow llegaron, seguidos de varios más.

Betsy frunció el entrecejo. Verificó algo que había escrito durante el testimonio del juez Ryder. Luego tomó algunas notas.

– ¿Descubrió usted el cuerpo? -preguntó Page.

– No, señor. Las instrucciones indicaban permanecer con el acusado. Fueron otros los oficiales que descubrieron el cuerpo.

– ¿Le hizo conocer al acusado sus derechos?

– Sí, señor.

– ¿Hizo el señor algunas declaraciones?

– No otras que pedir llamar a su abogada.

– Su testigo, señora Tannenbaum.

Betsy se mostró insegura. Le pidió al juez un minuto y simuló buscar un informe de la policía, mientras ordenaba sus pensamientos.

– Detective Kassel -le preguntó Betsy con cautela-, ¿quién le dijo a usted que entrara en la propiedad de Darius y que arrestara al señor Darius?

– El detective Barrow.

– ¿Le dijo él por qué debía arrestarlo?

– Sí, señora. Me dijo que en un llamado se había dicho que el acusado había asesinado a su esposa y que el cuerpo estaba en el sótano.

– ¿Le dijo el detective Barrow de quién era el llamado?

– No lo pregunté.

– ¿Cómo estaba vestido el señor Darius cuando les abrió la puerta?

– Tenía una camisa blanca y pantalones.

– Señor Darius, por favor, póngase de pie.

Darius así!o hizo.

– ¿Son estos los pantalones?

El detective Kassel miró por un segundo a Darius.

– Sí. Esos son los pantalones que tenía cuando lo arresté.

– ¿Y es esta la camisa blanca?

– Sí.

– ¿Se encuentran en el mismo estado que cuando lo arrestó?

– Sí.

– ¿No hay manchas de sangre en la camisa?

Kassel hizo una pausa, luego contestó:

– No, señora.

– ¿Vio el cuerpo de Lisa Darius en algún momento?

– Sí.

– ¿Cuando todavía estaba en el sótano?

– Sí.

– ¿La señora Darius estaba destripada, no es verdad?

– Sí.

– Había sangre por todo el sótano, ¿no es así?

– Sí -contestó Kassel de mala gana.

– El portón de entrada de la propiedad de Darius estaba cerrado con llave. ¿Cómo entró?

– El detective Barrow tenía la combinación.

– ¿Cómo fue que usted llegó a la propiedad de Darius con tanta antelación al detective Barrow, al señor Page y a los otros oficiales? -preguntó Betsy con una sonrisa leve que disimulaba la tensión que sentía. Lo sabría si sus sospechas eran correctas después de unas pocas preguntas más.

– Estábamos estacionados en el exterior.

– ¿Fue por casualidad?

– No, señora. Teníamos al acusado bajo vigilancia.

– ¿Cuánto tiempo hacía que lo tenían bajo vigilancia?

– Lo estuvimos vigilando por un tiempo. Antes de su primer arresto.

– ¿Sólo usted y el detective Rittner?

– Oh, no. Había tres equipos. Nos turnábamos. Uno no puede hacer eso las veinticuatro horas.

– Por supuesto que no. ¿Cuándo comenzó su turno el día en que arrestaron a Darius?

– Alrededor de las tres de la tarde.

– ¿Dónde comenzó?

– Afuera de su oficina.

– ¿Supongo que ustedes tomaron el turno después de otro equipo de vigilancia?

– Correcto. Los detectives Padovici y Kristol.

– ¿Cuándo habían comenzado ellos?

– Alrededor de las cinco de la mañana.

– ¿En qué lugar comenzaron?

– En la casa del acusado.

– ¿Por qué el otro equipo comenzó tan temprano?

– El acusado se levanta alrededor de las cinco treinta y abandona su casa a las seis y treinta. Al llegar allí a las cinco, lo mantenemos cubierto cuando abandona su casa.

– Es lo que Kristol y Padovici hicieron.

– Sí.

– ¿Supongo que siguieron al señor Darius a su trabajo?

– Eso es lo que dijeron.

– ¿Algo fuera de lo común sucedió ese día, según los detectives?

– No. Él se dirigió directo al trabajo. Creo que ni siquiera abandonó su oficina. El detective Padovici dijo que le pareció como que había enviado a alguien a buscar unos emparedados para la hora de la comida. Alrededor de las seis un grupo de individuos con traje se retiraron. Creo que estaban manteniendo una reunión.

– Cuando el señor Darius se retiró, ¿lo siguieron a su casa?

– Correcto.

– ¿Alguna vez se les perdió de vista?

– No, señora.

– ¿Cuánto tiempo después de que el señor Darius llegara a su casa recibieron ustedes las instrucciones del detective Barrow, para que entraran en la propiedad y lo arrestaran?

– No mucho tiempo.

– Dígame lo que crea que más se aproxima.

– Ah, alrededor de quince o veinte minutos.

Betsy hizo una pausa. Se sentía descompuesta de hacer la siguiente serie de preguntas, pero su sentido del deber y la posibilidad de que las respuestas pudieran probar que su cliente era inocente, le hicieron sobreponerse a la repulsión que le provocaba la idea de que Martin Darius quedara en libertad.

– ¿Vio alguna vez ese día a Lisa Darius?

– No, señora.

– ¿Qué hay de Padovici y Kristol?¿Les dijeron ellos que vieron al señor Darius con su esposa?

Kassel frunció el entrecejo, como si de pronto se diera cuenta del propósito de las preguntas de Betsy. Ella miró hacia la izquierda y vio a Alan Page en una animada conversación con Randy Highsmith.

– No puedo recordarlo -le contestó con duda.

– ¿Supongo que usted escribía en el registro de vigilancia cualquier hecho que le pareciera fuera de lo común?

– Sí.

– ¿Y los otros miembros del equipo también escribían el registro?

– Sí.

– ¿Dónde están los registros?

– El detective Barrow los tiene.

Betsy se puso de pie.

– Su Señoría, quisiera que se mostraran los registros y que los detectives Kristol y Padovici comparecieran para ser interrogados. El juez Ryder testificó que vio por ultima vez a su hija a las siete y treinta de la mañana. El detective Kassel dice que Padovici y Krislol informaron que el señor Darius abandonó su propiedad a las seis y treinta y que se dirigió directamente al trabajo. Si ninguno de los equipos vio al señor Darius con su esposa durante el día, ¿cuándo la mató? Nosotros podemos hacer comparecer a las personas que estuvieron con el señor Darius ayer. Ellos dirán que él estuvo en su oficina desde las siete de la mañana hasta poco más de las seis.

El juez Norwood se mostró preocupado. Alan Page se puso de pie de un salto.

– Esto es una tontería, señor juez. La vigilancia era sobre Darius y no sobre su esposa. El cuerpo estaba en el sótano. El señor Darius tenía el cuerpo.

– Su Señoría -dijo Betsy-, el señor Darius no pudo haber asesinado a su esposa antes de que llegara a su casa y él lo hizo poco tiempo antes de que lo hiciera el detective Kassel. La persona que destripó a Lisa Darius tendría sangre en toda su persona. No había rastros de sangre en mi cliente. Mire su camisa blanca y sus pantalones.

"Supongo que el señor Darius ha caído en una emboscada. Alguien estuvo en la casa del juez Ryder tomando café con Lisa Darius durante el día. No fue el acusado. Lisa Darius abandonó la casa sin apagar el televisor. Eso es porque fue forzada a hacerlo. Esa persona la llevó a la propiedad de Darius y la asesinó en el sótano, luego hizo la llamada anónima que condujo a la policía a encontrar el cuerpo.

– Eso es absurdo -dijo Page-. ¿Quién es esta misteriosa persona? Supongo que usted sugerirá que es el hombre misterioso que hizo la carnicería de las cuatro personas que encontramos en la obra en construcción de su cliente.

– Señoría -dijo Betsy-, pregúntese quién sabía que el cuerpo de Lisa Darius estaba en el sótano del señor Darius. Sólo el asesino o alguien que vio el asesinato. ¿Sugiere el señor Page que el señor Darius encontró con vida a su esposa, la asesinó en quince minutos o algo así entre el momento en que el detective Kassel lo perdió de vista y cuando procedió a su arresto, no se manchó de sangre mientras destripaba a su mujer y fue tan buen ciudadano que él mismo le informó a la policía, a fin de que ellos pudieran arrestarlo?

El juez Norwood se mostró preocupado. Betsy y Alan Page se miraron con intensidad.

– Señora Tannenbaum -dijo el juez-, su teoría depende de si el señor Darius abandonó su propiedad a las seis treinta de la mañana y permaneció en su oficina durante todo el día.

– Sí, Su Señoría.

El juez se volvió hacia Alan Page.

– Mantendré al señor Darius en la cárcel todo el fin de semana. Deseo que le ofrezca las copias de los registros a la señora Tannenbaum y deseo que los detectives estén aquí el lunes por la mañana. Le diré, señor Page, este asunto me tiene muy preocupado. Será mejor que tenga una buena explicación. Ahora no puedo ver cómo este hombre mató a su esposa.


2

– Maldición, Ross, ¿cómo no se te ocurrió esto?

– Lo siento, Al. No revisé las entradas de los registros todos los días.

– Si Darius no estuvo cerca de la casa del juez Ryder, estamos en problemas, Al -dijo Randy Highsmith.

– Los equipos de vigilancia lo deben de haber arruinado -insistió Page-. Ella estaba allí. De alguna manera llegó al sótano. ¿No me dijiste que había senderos a través de los bosques? Los equipos de vigilancia no seguían a Lisa. Ella pudo haber utilizado algún sendero para entrar secretamente en la propiedad, mientras los equipos seguían a Darius.

– ¿Por qué iría ella a la propiedad si tenía tanto temor de Darius? -preguntó Highsmith.

– Pudo haberle hablado como un enamorado por teléfono -dijo Page-. Eran marido y mujer.

– ¿Entonces por qué entrar en secreto? -preguntó Highsmith-. ¿Por qué no entrar por el portón hasta la puerta del frente? Es su casa. No tiene sentido que haya entrado en secreto si ella tenía deseos de regresar.

– Tal vez la prensa la estaba persiguiendo y ella deseaba evitar a los reporteros.

– No lo creo.

– Debe de haber una explicación lógica -contestó Page, frustrado al ver la imposibilidad de aquella situación.

– Hay otras cosas que me preocupan, Al -le dijo Highsmith a su jefe.

– Dime qué es -dijo Page.

– ¿Cómo sabía Nancy Gordon dónde encontrar el cuerpo? Tannenbaum tiene razón. Darius no pudo haber asesinado a Lisa esa noche, ya que ella estaba viva por la mañana. No pudo haberla asesinado afuera de la propiedad. Lo tuvimos bajo vigilancia minuto a minuto, todo ese día. Si Darius lo hizo, la mató en la casa. No hay ventanas en el sótano. ¿Cómo podría alguien saber lo que sucedía allí? Hay problemas con este caso, Al. Debemos enfrentarlos.


3

– ¿Cómo fue la reunión?

– No me preguntes -le dijo Raymond Colby a su esposa-. Tengo la cabeza como masilla. Ayúdame con esta corbata. Estoy muy torpe.

– Ven aquí y permíteme -le dijo Ellen, desatando el nudo de la corbata.

– ¿Puedes prepararme un trago? Estaré en el estudio. Deseo mirar el noticiario.

Ellen dio un beso rápido en la mejilla de su marido y fue hacia el armario de las bebidas.

– ¿Por qué no vas a la cama?

– Bruce Smith hizo un comentario sobre la ley de autopistas. Wayne insiste en oírlo. Debe de estar entre las noticias más importantes. Además, estoy demasiado fatigado como para irme ya a dormir.

Colby entró en su estudio y puso las noticias. Ellen apareció con el trago que le pidió el senador.

– Si no te tranquiliza, pensaremos en algo que lo haga -le dijo traviesa.

Colby sonrió.

– ¿Qué te hace pensar que yo tengo la fuerza para ese tipo de jueguitos?

– Un hombre que no puede levantarse para la ocasión no debería estar en la Corte Suprema.

Colby rió.

– Te has transformado en una pervertida a tu edad.

– Y ya era tiempo.

Ambos rieron, luego de pronto Colby se puso serio. Apuntó el control remoto a la pantalla y levantó el volumen.

"…un impactante nuevo desarrollo del caso contra el constructor millonario Martin Darius, que es acusado de torturar y asesinar a tres mujeres y a un hombre en Portland, Oregón. Hace una semana Darius fue liberado bajo fianza cuando el juicio a cargo del juez Patrick Norwood dijo que la evidencia era insuficiente como para mantenerlo en prisión. Ayer por la noche, Darius fue nuevamente arrestado cuando la policía encontró el cadáver de su esposa, Lisa Darius, en el sótano de su mansión. Un vocero de la policía dijo que ella fue torturada y asesinada de manera similar a las otras víctimas”.

"Hoy, en una audiencia de la Corte, Betsy Tannenbaum, la abogada de Darius, dijo que Darius era víctima de una emboscada después de que se reveló que equipos de vigilancia de la policía siguieron a Darius todo el día, el día en que su esposa fue asesinada y que nunca lo vieron con ella. La Corte abrirá una nueva audiencia para el lunes”.

"Con un tono menos serio, se informa que el intendente Clinton Vanee…"

Colby apagó e! televisor y cerró los ojos.

– ¿Qué sucede? -preguntó Ellen.

– ¿Cómo te sentirías si el Senado no me confirmara en el cargo?

– Eso no es posible.

Colby oyó la inseguridad en la voz de su mujer. Estaba tan fatigado.

– Debo tomar una decisión. Me concierne en algo que yo hice cuando fui gobernador de Nueva York. Un secreto que pensé quedaría enterrado para siempre.

– ¿Qué clase de secreto? -preguntó llena de duda Ellen. Colby abrió los ojos. Vio la preocupación de su mujer y le tomó la mano.

– No es un secreto sobre nosotros, mi amor. Se refiere a algo que hice hace diez años. Una decisión que tuve que tomar. Una decisión que volvería a tomar.

– No comprendo.

– Te lo explicaré todo y luego tú me dirás lo que debería hacer.

Capítulo 25

1

Alan Page miró el iluminado visor de su reloj digital, cuando tanteó el teléfono en la oscuridad. Era las cuatro y quince de la madrugada.

– ¿Habla Alan Page, el fiscal de distrito del condado de Multnomah? -le preguntó una voz masculina.

– Él habla y aún seré el fiscal de distrito cuando salga el sol.

– Perdón por eso, pero tenemos tres horas de diferencia aquí y mi vuelo parte en treinta minutos.

– ¿Quién habla? -preguntó Page, lo suficientemente despierto como para estar enfadado.

– Me llamo Wayne Turner. Soy el asistente administrativo del senador Raymond Colby. Fui detective en el Departamento de Policía de Hunter's Point. Nancy Gordon y yo somos buenos amigos.

Page saltó en la cama y se sentó.

– Tiene toda mi atención. ¿De qué se trata?

– Estaré en el hotel Sheraton del aeropuerto a las diez, hora de Oregón. El senador Colby desea que me reúna con usted.

– ¿Tiene esto que ver con Darius?

– Lo conocimos corno Peter Lake. El senador desea que le informe de ciertos asuntos que tal vez usted no conozca.

– ¿Como cuáles?

– No por teléfono, señor Page.

– ¿Ayudará esto en mi caso contra Darius?

– La información que yo poseo hará cierta una convicción.

– ¿Puede darme una pista acerca de lo que me dirá?

– No por teléfono -le repitió Turner-, y a nadie sino a usted.

– Randy Highsmith es mi asistente principal. Usted habló con él. ¿Puede acompañarme?

– Que quede algo en claro, señor Page. El senador Colby se está jugando por usted una pierna como alguien en la vida pública jamás lo haría. Mi trabajo es ver que esa pierna no le sea amputada. Cuando el señor Highsmith llamó, yo no fui directo con él. Usted oirá cosas que yo deseo que el señor Highsmith no conozca. Ésta no es mi decisión. Es el senador el que insistió en que yo volara a Portland. Mi trabajo consiste en hacer lo que él desea, pero lo protegeré tanto cuanto pueda. De modo que no habrá testigos, ni notas y puede esperar ser palmado para verificar que no haya ningún cable. También puede tener la seguridad de que por lo que oirá valía la pena haberlo despertado por la madrugada. Ahora debo tomar mi vuelo, si usted aún lo desea.

– Venga, señor Turner. Respetaré sus deseos. Lo veo a las diez.

Page cortó la comunicación y se sentó en la oscuridad con los ojos bien abiertos. ¿Qué le diría Turner? ¿Qué posible conexión existía entre el nominado por el presidente para la Suprema Corte de Justicia y Martin Darius? Fuera lo que fuese, Turner pensó que garantizaba la convicción que tenía sobre Darius y eso era todo lo que importaba. Darius las pagaría. Desde la primera audiencia por la fianza, el caso pareció habérsele escapado de las manos. Ni siquiera la trágica muerte de Lisa Darius le había dado sustancia a la fiscalía. Tal vez la información de Turner lo salvara.


Wayne Turner abrió la puerta y dejó pasar a Alan Page a la habitación del hotel en el que se hospedaba. Turner estaba impecablemente vestido con un traje de tres piezas. El traje de Page estaba arrugado, los zapatos sin lustrar. Si había alguien que debía tener el aspecto de haber viajado casi cinco mil kilómetros, ese era Page.

– Hagamos el desnudo fuera del camino -dijo Turner cuando cerró la puerta. Page se quitó la chaqueta. Turner lo palpó con experiencia.

– ¿Satisfecho? -le preguntó Page.

– En absoluto, señor Page. Si fuera por mí, regresaría a D.C. ¿Desea café?

– El café está bien.

Había un termo de café sobre la mesa y restos de un emparedado. Turner sirvió dos tazas.

– Antes de que le diga una maldita cosa, tenemos algunas reglas que establecer. Hay una posibilidad excelente de que el senador Colby no sea confirmado si lo que le digo toma estado público. Quiero su palabra de que no me llamará a mí ni al senador como testigos en ninguna Corte o que le contará a alguien lo que le digo, incluyendo a los miembros de su personal, a menos que sea absolutamente necesario para asegurar la condena de Martin Darius.

– Señor Turner, yo respeto al senador. Deseo verlo en la Corte. El hecho de que él esté arriesgando su nominación para ofrecerme información, da más fuerza a mis sentimientos con respecto a él, como hombre valioso para mi país. Créame, no haré nada que ponga en peligro su oportunidad, si puedo evitarlo. Pero deseo saber, desde el comienzo, ya que este caso tiene muchos problemas. Y si tuviera que apostar, lo dejaría marchar a Martin Darius, basándome en lo que ahora tengo.


2

Kathy insistió en volver a comer en Spaghetti Factory. Tuvieron que esperar como siempre cuarenta y cinco minutos y el servicio fue lento. No llegaron al apartamento de Rick hasta pasadas las nueve. Kathy estaba fatigada, pero se sentía tan agitada que no deseaba irse a dormir. Rick se pasó media hora leyéndole. Se sorprendió de cómo le gustaba leerle a su hija. Eso era algo que siempre hacía Betsy. También disfrutó la cena. En realidad, había disfrutado todo el tiempo que estuvieron juntos.

Sonó el timbre. Rick miró el reloj. ¿Quién llamaría a las nueve y cuarenta y cinco? Rick miró por la mirilla. Le llevó a él un momento recordar a la mujer que estaba de pie en el pasillo.

– La señorita Sloane, ¿no es así? -preguntó Rick, cuando abrió la puerta.

– Tiene muy buena memoria.

– ¿En qué puedo servirla?

Sloane se mostró avergonzada.

– No debería haberme entrometido de esta manera, pero recordé su dirección. Usted se la dijo a Betsy antes de abandonar su oficina. Estaba en el barrio. Sé que es tarde, pero iba a arreglar una cita con usted para tener antecedentes para mi artículo, de modo que pensé en correr el riesgo. Si está ocupado, puedo venir en otro momento.

– En realidad, eso sería lo mejor. Tengo a Kathy conmigo y ella acaba de dormirse. No deseo molestarla y yo mismo estoy muy fatigado.

– No diga más, señor Tannenbaum. ¿Podría encontrarse conmigo esta semana?

– ¿Desea realmente hablar conmigo? Betsy y yo estamos separados.

– Sí, lo sé, pero me gustaría hablarle de ella. Es una mujer notable y la visión que usted tenga de ella será muy informativa.

– No estoy seguro de desear hablar de nuestro matrimonio para una publicación.

– ¿Lo pensará?

Rick dudó, luego dijo:

– Seguro. Llámeme a la oficina.

– Gracias, señor Tannenbaum. ¿Tiene una tarjeta?

Rick se palpó los bolsillos y recordó que su billetera estaba en el dormitorio.

– Pase un minuto. Le traeré una.

Rick le dio la espalda a Nora Sloane y se dirigió hacia el interior del apartamento. Nora era más alta que Rick. Ella se escurrió detrás de él y colocó su brazo izquierdo alrededor de su cuello, mientras sacaba un cuchillo de su bolsillo con la mano derecha. Rick sintió trastabillar sus pies cuando Sloane se inclinó hacia atrás y le levantó el mentón. No sintió nada cuando el cuchillo le cortó la garganta de lado a lado, ya que su cuerpo estaba en conmoción. Hubo otro sobresalto cuando el cuchillo lo atravesó por la espalda, luego otro sobresalto más. Rick trató de luchar, pero perdió el control del cuerpo. Le salía sangre por el cuello. Vio el rojo manantial tal como un turista mira una vista. La habitación comenzó a girar. Rick sintió que las fuerzas lo abandonaban tal como el fluir de la sangre que manchaba el suelo. Nora lo soltó y Rick se deslizó por la alfombra. Había una sala de estar al final del pasillo. Sloane pasó por él, a otro pasillo y se detuvo en la primera puerta. La empujó con suavidad y miró fijo a Kathy. La pequeña niña estaba dormida. Se la veía adorable.

Capítulo 26

Betsy estaba terminando de desayunar cuando sonó el timbre de la puerta. Una suave llovizna había estado cayendo toda la mañana y era difícil distinguir a Nora Sloane a través del vidrio mojado de la ventana de la cocina. Estaba de pie sobre el felpudo de la entrada, sosteniendo un paraguas en una mano y una gran bolsa de compras en la otra. Betsy llevó su taza de café a la puerta del frente. Nora sonrió cuando abrió.

– ¿Puedo pasar? -le preguntó Sloane.

– Seguro -dijo Betsy, haciéndose a un lado. Sloane apoyó el paraguas contra la pared de la entrada y se desabrochó el impermeable. Tenía puestos unos ajustados vaqueros, una camisa de la misma tela de color azul y un suéter de lana, del mismo color.

– ¿Puedo sentarme? -preguntó Nora, haciendo un gesto hacia la sala. Betsy se mostró confusa por esta visita de la mañana, pero se sentó en el sofá. Nora lo hizo en un sillón ante ella y sacó un revólver de la bolsa que traía. La taza de café se deslizó de los dedos de Betsy y se partió en pedazos cuando golpeó la mesa de mármol. Un oscuro charco color marrón se formó sobre la superficie.

– Siento asustarla -le dijo con calma Sloane.

Betsy tenía la mirada clavada en el arma.

– No deje que esto la perturbe -le dijo Sloane-. No le haría daño a usted. Usted me gusta. Sólo que no tengo certezade cómo reaccionará cuando le explique la razón de mi visita. Y tampoco estoy segura de que no cometa una estupidez. No hará ninguna locura, ¿está bien?

– No.

– Bien. Ahora, escuche con cuidado. Martin Darius no debe quedar libre. El lunes, antes de que comience la audiencia, usted pedirá usar el salón del jurado del juez Norwood para hablar en privado con su cliente. Hay una puerta que se abre sobre el pasillo. Cuando yo golpee la puerta, usted me dejará entrar.

– ¿Entonces, qué?

– Eso no es algo que le interese.

– ¿Por qué debería hacer eso?

Nora tomó la bolsa de compras y sacó a Oliver de allí. Luego le dio a Betsy el animal de peluche.

– Tengo a Kathy. Es una nena muy dulce. Ella estará bien, si usted hace lo que yo le digo.

– ¿Cómo… cómo tiene usted a Kathy? Rick no me llamó.

– Rick está muerto. -Betsy quedó boquiabierta, insegura de haber oído correctamente-. Él la lastimó. Los hombres son así. Martin es el peor ejemplo. Hacer que nosotras actuemos como perros, forzándonos a tener relaciones sexuales entre nosotras, montándonos como si fuéramos objetos inanimados, mujeres de cartón, para que él pudiera vivir sus fantasías. Pero hay otros hombres que lo hacen de manera diferente. Como Rick. El la usó, luego la descartó como si fuera una cosa usada.

– ¡Oh, Dios! -gimió Betsy, asombrada y sólo creyendo a medias lo que Sloane le decía-. Él no está muerto.

– Lo hice por usted, Betsy.

– No, Nora. Él no se merecía eso.

Los rasgos de Sloane se endurecieron.

– Todos ellos merecen morir, Betsy. Todos ellos.

– Usted es Samantha Reardon, ¿no es así?

Reardon asintió.

– No comprendo. Después de pasar por lo que pasó, ¿cómo pudo asesinar a esas mujeres?

– Eso fue duro, Betsy. Me aseguré de que no sufrieran. Sólo las marqué cuando estuvieron anestesiadas. Si hubiera otra forma, yo la habría escogido.

Por supuesto, pensó Betsy, si Reardon secuestró a las mujeres para tender una emboscada a Martin Darius, sería más fácil manejarlas si estaban inconscientes. Una enfermera asistente de cirugía conocería anestésicos como el pentobarbital.

Reardon sonrió con calidez, dio vuelta al arma y se la ofreció a Betsy.

– No tema. Le dije que no le haría daño. Tómela. Deseo que vea cuánto confío en usted.

Betsy estuvo a punto de tomarla, luego se detuvo.

– Vamos -la urgió Reardon-. Haga lo que le digo. Sé que no me disparará. Soy la única que sabe dónde está Kathy. Si me mata, nadie podrá encontrarla. Se morirá de inanición. Esa es una forma horrible y cruel de morir. Lo sé. Yo casi muero así.

Betsy tomó el arma. Era fría al tacto y pesada. Ella tenía el poder de matar a Reardon, pero se sintió completamente indefensa.

– ¿Si yo hago lo que me pide, ¿me dará a Kathy sana y salva?

– Kathy es mi póliza de seguro, tal como yo fui la de Peter Lake. Nancy Gordon me contó todo lo del perdón del gobernador. He aprendido tanto de Martin Darius. No puedo esperar a agradecerle, en persona.

Reardon se quedó sentada en silencio. No se movió. Betsy trató de quedarse también quieta, pero fue imposible. Cambió de posición en el sofá. Los segundos pasaron. Reardon se veía como que tenía problemas en ordenar sus pensamientos. Cuando habló, miró los ojos de Betsy con una expresión de profunda preocupación y se dirigió a ella del mismo modo en que una maestra lo hace con una buena alumna, cuando desea tener la seguridad de que esta comprenda el punto clave.

– Usted debe ver a Darius por lo que él es, para comprender qué es lo que hace. Él es el diablo. No sólo una mala persona, sino la pura maldad. Las medidas comunes no habrían funcionado. ¿Quién me habría creído? Estuve dos veces internada. Cuando traté de decirle a las personas de Hunter's Point, se negaron a escucharme. Ahora sé por qué. Siempre sospeché que había otros trabajando con Martin. Nancy Gordon me confió eso. Ella me contó de la conspiración para salvar a Martin y culpar a Henry Waters. Sólo el diablo tendría tanto poder. Piénselo. El gobernador, el intendente, los policías. Sólo Gordon se resistió. Y ella era la única mujer.

Reardon miraba a Betsy con intensidad.

– Apuesto a que usted estará tentada de llamar a la policía tan pronto yo me vaya. No debe hacer eso. Ellos querían atraparme. Jamás le diré dónde está Kathy si me atrapan. Usted debe ser muy fuerte cuando la policía le diga que Rick está muerto y Kathy ha sido secuestrada. No ceda ni me delate.

Reardon sonrió con frialdad.

– No debe tener fe en la policía. No debe creer que me pueden derrotar. Le puedo asegurar que nada de lo que la policía me pueda llegar a hacer se compara con lo que Martin me hizo y él jamás me destruyó. Oh, él creyó que lo hizo. Él pensó que yo estaba sometida, pero sólo fue mi cuerpo el que se sometió. Mi mente permaneció fuerte y concentrada.

"Por la noche, puedo oír a las otras gimiendo. Yo jamás lo hice. Me guardaba el odio en mi interior, en un lugar seguro y cálido. Luego esperé. Cuando ellos me dijeron que Waters era el asesino, yo sabía que mentían. Sabía que Martin les había hecho algo a ellos para que mintieran. El diablo puede hacer eso, gente retorcida, los hacen mover y cambiar como a figuras de arcilla, pero él no me cambió a mí”.

– ¿Está Kathy en un lugar cálido? -preguntó Betsy-. Si estuviera en un lugar húmedo, se podría enfermar.

– Kalhy está en un lugar cálido, Betsy. Yo no soy un monstruo como Darius. No soy inhumana ni insensible. Necesito que Kathy esté segura. No deseo hacerle daño.

Betsy no sintió odio por Reardon. Reardon estaba loca. Era a Darius a quien ella odiaba. Darius sabía exactamente lo que hacía en Hunter's Point cuando creó a esta Reardon despojándola de su humanidad. Betsy le dio el arma a Reardon.

– Tómela. Yo no la quiero.

– Gracias, Betsy. Estoy contenta de que usted confíe en mí de la misma manera en que yo lo hago en usted.

– Lo que usted hace está mal. Kathy es un bebé. Ella jamás le hizo daño a nadie.

– Lo sé. Me siento mal de tener que hacer esto con ella, pero no puedo pensar en otro modo de forzarla a ayudarme. Usted tiene unos principios tan altos. Me enfadé cuando me dijo que dejaría a Darius como cliente. Yo contaba con usted para poder acercarme a él. Pero la admiré por rehusarse a representarlo. Tantos abogados habrían continuado por el dinero. Yo la ayudé con sus problemas maritales, de modo que puede ver cuánto la respeto.

Reardon se puso de pie.

– Debo marcharme. Por favor no se preocupe. Kathy está a salvo y en un lugar cálido. Haga lo que le digo y ella regresará pronto.

– ¿Puede hacer que Kathy me llame? Ella debe de estar asustada. La ayudaría escuchar mi voz.

– Estoy segura de que usted es sincera, Betsy, pero tal vez trate de rastrear mi llamada. No puedo correr ese riesgo.

– Entonces déle a ella esto -dijo Betsy, dándole a Reardon el muñeco de peluche-. La hará sentir segura.

Reardon tomó el juguete. Las lágrimas surcaban el rostro de Betsy.

– Ella es todo lo que tengo. Por favor, no la lastime.

Reardon cerró la puerta sin contestar. Betsy corrió a la cocina y la observó caminar por la entrada, con la espalda erguida, sin saludar. En ese momento, Betsy de pronto supo cómo se sintieron los maridos cuando llegaron a sus hogares y encontraron sólo notas que decían: "Jamás me olvidarán".

Betsy se dirigió a la sala de estar. Todavía estaba oscuro, aunque un destello de luz comenzaba a mostrarse sobre las colinas. Se dejó caer en el sofá, exhausta por el esfuerzo que debió hacer para contener sus emociones, incapaz de pensar y en estado de conmoción. Deseaba llorar a Rick, pero no podía pensar en otra cosa que en Kathy. Hasta que Kathy estuviera a salvo, su corazón no tendría tiempo para llorar por Rick.

Betsy trató de no pensar en las fotografías de las autopsias de las mujeres, trató de bloquear en su mente la figura que Darius había pintado de sus deshumanizadas prisioneras, pero no pudo dejar de ver a Kathy, su niña, llena de pánico e indefensa, acurrucada en la oscuridad, aterrorizada con cada sonido.


El tiempo pasó como algo borroso. Dejó de llover y el cielo cambió de la oscuridad a la claridad sin que ella se diera cuenta. El charco de café frío se había extendido sobre los fragmentos de la taza rota y sobre la mesa ratona. Betsy fue a la cocina. Había un rollo de papel debajo de la pileta. Tomó un trozo, encontró una bolsa de papel pequeña y una esponja. Hacer algo la ayudaría. El movimiento la ayudaría.

Betsy juntó los trozos de la taza y los colocó en la bolsa de papel. Limpió con la esponja la mesa y la secó con las toallas de papel. Mientras hacía eso, pensó en pedir ayuda. La policía estaba descartada. Ella no podría controlarlos. Betsy creía en Samantha Reardon. Si ella pensaba que Betsy la traicionaría, entonces mataría a Kathy. Si la policía la arrestaba, ella jamás le diría dónde se encontraba Kathy.

Betsy colocó las toallas en la bolsa, la llevó a la cocina y la echó en el cesto de desperdicios. Encontrar a Kathy era lo único que le importaba. Reggie Steward era un experto en encontrar gente y ella podría controlarlo, ya que Reggie trabajaba para ella. Más importante, él poseía sensibilidad. Encontrar a Kathy sería prioritario a arrestar a Samantha Reardon. Betsy debería actuar con rapidez. Era sólo cuestión de tiempo antes de que alguien descubriera el cuerpo de Rick y comenzara la investigación de la policía.


El vuelo de Reggie Steward desde Hunter's Point llegó a Portland a la medianoche y el llamado de Betsy lo sacó de un sueño profundo. Él deseaba regresar a la cama, pero Betsy hablaba molesta y con tono críptico. Esto lo preocupó. Steward sonrió cuando Betsy abrió la puerta, pero su sonrisa se desvaneció tan pronto como vio aquel rostro.

– ¿Qué sucede, jefe?

Betsy no le contestó hasta que estuvieron sentados en la sala. Se la veía con escaso control de sí misma.

– Tenías razón. Samantha Reardon mató a toda esa gente de la obra en construcción.

– ¿Cómo lo sabes?

– Ella me lo dijo, esta mañana. Ella…

Betsy cerró los ojos y respiró profundo. Los hombros comenzaron a estremecerse. Se puso una mano sobre los ojos. Betsy no deseaba llorar. Steward se arrodilló a su lado. La tocó con suavidad.

– ¿Qué sucede, Betsy? Dime. Soy tu amigo. Si puedo ayudarte, lo haré.

– Ella mató a Rick -dijo llorando Betsy, echándose a los brazos de Reggie.

Steward la sostuvo abrazada y la dejó llorar.

– ¿Le avisaste a la policía?

– No puedo hacerlo, Reggie. Ella tiene a Kathy escondida en algún lugar. La policía no sabe que Rick está muerto. Si arrestan a Samantha, ella no dirá dónde tiene a Kathy y entonces se morirá de inanición. Esa es la razón por la que te necesito. Debes encontrar a Kathy.

– Tú no me necesitas a mí, Betsy. Necesitas a los policías y al FBI. Ellos están mucho mejor equipados que yo para encontrarla. Tienen computadoras, hombres…

– Le creo a Samantha cuando dice que Kathy morirá si ella se entera de que yo acudí a la policía. Reardon ya mató a las cuatro personas de la obra en construcción, a Lisa Darius y a Rick.

– ¿Cómo conoces tan bien a Reardon?

– Un día después de que Darius me contratara, una mujer que dijo llamarse Nora Sloane me telefoneó. Dijo que deseaba encontrarse conmigo para comer, a fin de hablar sobre un artículo que estaba escribiendo sobre las abogadas. Deseaba utilizar mis casos como tema central. Yo me sentí halagada. Cuando arrestaron a Darius, ella ya era mi amiga. Cuando me pidió si podía seguirnos mientras yo trabajaba en el caso Darius, se lo permití.

– ¿Reardon?

– Sí.

– ¿Por qué asesinó a Rick?

– Me dijo que lo hizo porque Rick me abandonó.

– Si mató a Rick porque él te lastimó, ¿por qué lastimarte más secuestrando a Kathy?

Betsy decidió no contarle a Steward acerca de las instrucciones de Reardon. Confiaba en su investigador, pero tenía miedo de que Steward advirtiera a la policía si se enteraba del plan de Reardon, para entrar en la sala del jurado para ver a Darius.

– Después de que descubrí que Martin había asesinado a las mujeres de Hunter's Point, le dije que no lo representaría y también le conté a Reardon que estaba abandonando a Martin como cliente. Ella se molestó mucho. Creo que ella desea controlar el caso. Con Kathy como prisionera, puede forzarme a hacer cosas que aseguren la condena de Martin. Si no encuentras a Kathy, deberé hacer lo que ella dice.

Steward comenzó a pasearse por la habitación, pensativo. Betsy se secó las lágrimas. El hablar con alguien la ayudó.

– ¿Qué sabes de Reardon? -le preguntó Steward-. ¿Has visto su coche? ¿Te mencionó algo de dónde vive? ¿Cuando te encontraste con ella para comer, pagó con tarjeta de crédito?

– He tratado de pensar en esas cosas, pero realmente no sé nada de ella. Jamás la vi conducir, pero estoy segura de que tiene coche. Debió transportar los cuerpos a la obra en construcción, mi casa está en las afueras y ella estuvo presente en todas las audiencias de Darius.

– ¿Qué hay de dónde está viviendo? ¿Ha mencionado un viaje largo al centro, la hermosa vista de campo? ¿Tienes su número de teléfono?

– Ella jamás me habló mucho de sí misma, ahora que lo pienso. Siempre hablamos de mí o de Darius, o de los casos de las mujeres golpeadas y jamás sobre ella. No creo haberle preguntado alguna vez dónde vivía. Cuando le pedí su número de teléfono, me dijo que ella me llamaría y yo no la presioné. Sí recuerdo que pagó la comida con dinero en efectivo. No creo haber visto ningún tipo de identificación personal.

– Muy bien. Miremos desde otro ángulo. Darius eligió una granja apartada para que nadie lo viera llevar mujeres allí y también para evitar la posibilidad de que cualquiera se pudiera enterar de que estaban allí cuando él se marchaba. Sloane no tiene el problema de la esposa y el trabajo, de modo que se pudo quedar con las mujeres la mayor parte del tiempo, pero venía a la Corte cuando Darius tenía las audiencias y ella se encontró contigo varias veces. Apuesto a que está viviendo en la zona rural, que está más cercana a Portland, a fin de poder venir a la ciudad y luego regresar en forma fácil. La casa probablemente tenga un sótano, a fin de que ella pueda tener a los prisioneros fuera de la vista. Además debe tener electricidad…

– Le pedí si le permitiría a Kathy llamarme por teléfono. Me dijo que no, pues temía que yo pudiera rastrear las llamadas. Debe tener teléfono -dijo Bctsy.

– Bien. Así se piensa. Servicios, un teléfono, servicio de recolección. Y es una mujer sola. Tengo contactos con la General Electric de Portland y la compañía de teléfono puede verificar si una tal Nora Sloane o Samantha Reardon comenzó con el servicio de teléfono o de luz, alrededor de la fecha en que Reardon vino a Portland. Tengo una amiguita en la división de automotores que puede ver los nombres y averiguar si ella puede obtener la dirección de la solicitud de licencia de conducir.

"'Llamaré a la encargada de Reardon en Hunter's Point y trataré de tener la fecha exacta en que ella siguió a Oberhurst y la fecha en que regresó a Portland. Luego verificaré los listados de alquiler de casas rurales con sótano, para la primera vez que ella vino a Portland. Veré cuántas fueron alquiladas por una mujer sola…”

– ¿Por qué no comprada? Sería más seguro. Ella no tendría que preocuparse por el dueño que viene a la casa para cobrar el alquiler o verificar el estado de conservación de la casa.

– Sí. Ella lo pensaría. Pero tuve la impresión de que no poseía mucho dinero. En Hunter's Point estaba alquilando y tenía un trabajo de bajo sueldo. Supongo que alquila. Haré una verificación cruzada de los datos que obtenga, de los servicios y de los alquileres.

– ¿Cuánto tiempo llevará esto?

La mirada de excitación que había en el rostro de Steward se desvaneció.

– Ese es el problema de usarme a mí en lugar de la policía, Betsy. Nos llevará un tiempo. Podemos contratar gente que haga algo del trabajo, como verificar los avisos de alquiler de propiedades, luego yo puedo hacer el seguimiento, pero esto lleva tiempo y la podemos llegar a perder. Tal vez haya dicho que es casada y que su marido vendrá más adelante. Quizás haya encontrado una casa en la ciudad que se acomode a sus propósitos. Puede haber alquilado con un nombre y pedido los servicios con otro. Las identificaciones falsas son muy fáciles de conseguir.

"Aun si planifico esto correctamente, es un fin de semana. No sé cuántos de mis contactos puedo llegar a encontrar y cuándo ellos pueden entrar en las oficinas para hacer el trabajo”.

Betsy se mostró derrotada.

– No tenemos mucho tiempo. No sé cómo está cuidando ella a Kathy o lo que Reardon le hará, si decide que ya no me necesita.

– Tal vez deberías volver a considerarlo. La policía y el FBI pueden ser discretos.

– No -dijo Betsy enfática-. Ella me dijo que Kathy moriría si yo se los decía. Habría demasiada gente involucrada. No hay manera de que pueda tener la certezade que ella no se enteraría de las investigaciones. Además, con su modo retorcido, creo que yo le gusto a Reardon. En tanto y en cuanto ella no me vea como a una enemiga, siempre existirá la esperanza de que no lastime a Kathy.


El resto del día fue tan malo que Betsy no tenía idea de cómo podría pasar el segundo. Resultaba difícil creer que sólo habían pasado unas horas desde que Samantha Reardon la había visitado. Betsy paseó por la habitación de Kathy y se sentó en su cama. El mago de Oz estaba en el estante en que Betsy lo había dejado. Le quedaban cuatro capítulos más para leer. ¿Era posible que Kathy no llegara a enterarse jamás del regreso de Dorothy a su hogar? Betsy se acurrucó en la cama, con la mejilla apoyada sobre la almohada de Kathy y se abrazó a sí misma. Podía sentir el suave aroma de su hija, recordar la tersura de su piel. Kathy, que era tan preciada, tan buena, estaba ahora en un lugar tan distante como Oz, donde Betsy no podía protegerla.

La casa estaba helada. Betsy se había olvidado de encender la calefacción. Finalmente el frío la hizo sentir incómoda Se sentó. Se sintió vieja y desgastada, congelada hasta los huesos por el frío helado, como si ya no tuviera sangre en las venas, sintiéndose demasiado débil para soportar el horror que había invadido su vida.

El termostato estaba en el pasillo. Betsy lo ajustó y oyó cuando el calefactor se encendió y comenzó a funcionar. Pasó sin motivo de una habitación a otra. El silencio la sobrecogió. Era raro para ella estar completamente sola. Desde que Kathy nació, siempre había estado rodeada de sonidos. Ahora podía oír caer cada gota de lluvia, el crujido de las maderas, el agua que goteaba en la pileta de la cocina, el viento. Demasiado silencio, demasiadas señales de soledad.

Betsy vio el armario de los licores, pero rechazó la idea de adormecerse con el alcohol. Debía pensar, aun cuando cada pensamiento resultara doloroso. El alcohol era una trampa. Habría mucho dolor en su futuro y ella debía acostumbrarse.

Se preparó una taza de té y encendió el televisor para tener alguna compañía. No tenía idea del programa que estaba mirando, pero el sonido de la risa y los aplausos la hizo sentir menos sola. ¿Cómo pasaría la noche, si el pasar el día había sido tan insoportable?

Pensó en llamar a su madre, pero rechazó la idea. Pronto seria descubierto el cuerpo de Rick y Rita se enteraría que Kathy no estaba. Decidió ahorrarle a su madre el sufrimiento por tanto tiempo como fuera posible.

Steward llamó a las cuatro para ver cómo estaba Betsy. Había hablado con sus contactos en las compañías de servicio y de teléfono, además de contratar a varios investigadores en los que confiaba para que buscaran entre los anuncios de inmobiliarias, durante el período que era relevante para el caso. Insistió en visitarla con una comida china. Betsy sabía que lo haría de modo que no estaría sola. Estaba demasiado fatigada como para decirle que no viniera y ella apreció su compañía cuando llegó a su casa.

Steward se fue a las seis treinta. Una hora más tarde, Betsy oyó que un automóvil se estacionaba en su entrada. Se apresuró hasta la puerta, con la esperanza irracional de que fuera Samantha Reardon que traía a Kathy. El coche estacionado era un patrullero. Un oficial con uniforme lo conducía. Ross Barrow se bajó del asiento del acompañante. Se lo veía preocupado. El corazón de Betsy comenzó a latir sin control, segura de que él estaba allí para anunciarle el asesinato de Rick.

– Hola, detective -le dijo, tratando de hablar con desinterés.

– ¿Podemos pasar, señora Tannenbaum? -preguntó Barrow.

– ¿Es esto por el caso de Martin?

Barrow suspiró. Había estado dando noticias a parientes de víctimas por muerte violenta con más asiduidad de lo que él podía recordar. No era una tarea fácil de hacer.

– ¿Por qué no entramos?

Betsy condujo a Barrow al interior de la casa. El otro oficial los siguió.

– Este es Greg Saunders -dijo Barrow. Saunders asintió.

– ¿Desean café?

– No ahora, gracias. ¿Podemos sentarnos?

Betsy fue con ellos hasta la sala. Cuando estuvieron sentados, Barrow preguntó:

– ¿Dónde estuvo usted ayer por la noche y hoy?

– ¿Por qué desea saberlo?

– Tengo una razón importante para preguntarle.

– Estuve en casa.

– ¿No salió? ¿No la visitó nadie?

– No -contestó Betsy, temerosa de mencionarle a Reggie Steward.

– Usted está casada, ¿no es así?

Betsy miró a Barrow por un momento, luego bajó la vista.

– Mi marido y yo estamos separados. Kathy, nuestra hija, se quedó con él durante unos días. Yo aproveché la calma y el silencio para dormir hasta tarde, ponerme al día con alguna lectura. ¿De qué se trata todo esto?

– ¿Dónde se encuentran el señor Tannenbaum y su hija? -preguntó Barrow ignorando la pregunta.

– Rick acaba de alquilar un nuevo apartamento. Tengo escrita la dirección en algún lugar. ¿Pero por qué me lo pregunta?

Betsy paseó su mirada de Barrow a Saunders. Saunders no la miraba a los ojos.

– ¿Les ha sucedido algo a Rick y a Kathy?

– Señora Tannenbaum, esto no es fácil para mí. En especial desde que la conozco. La puerta del apartamento de su esposo estaba abierta. Un vecino lo encontró.

– ¿Encontró a Rick? ¿De qué me está hablando?

Barrow miró con cuidado a Betsy.

– ¿Desea algo de coñac u otra cosa fuerte? Si no está bien.

– Oh, Dios -dijo Betsy, dejando caer su cabeza entre las manos, para que su rostro quedara cubierto.

– El vecino ya identificó al señor Tannenbaum, de modo que usted no debe hacerlo.

– ¿Cómo lo…?

– Fue asesinado. Necesitamos que nos acompañe al apartamento. Hay algunas preguntas que sólo usted puede contestar. No debe preocuparse, ya sacamos de allí el cuerpo.

Betsy de pronto se estremeció.

– ¿Dónde está Kathy?

– No lo sabemos, señora Tannenbaum. Esa es la razón por la que necesitamos que nos acompañe.


La mayoría de los técnicos se habían ido cuando Betsy llegó al apartamento de Rick. Había dos oficiales que estaban fumando en el pasillo. Betsy oyó que se reían cuando se abrieron las puertas del ascensor. Se mostraron mal cuando la vieron bajar. Uno de ellos tenía su cigarrillo al costado del cuerpo como si tratara de esconder una evidencia.

La puerta del departamento de Rick se abría a un pasillo angosto. A final del mismo, se abría una amplia sala con ventanas altas. Las luces del pasillo estaban encendidas. Betsy vio la sangre inmediatamente. Se había secado en una gran mancha de color marrón. Rick había muerto allí. Rápidamente levantó la vista y siguió a Barrow cuando él sorteaba el lugar.

– Aquí adentro -le dijo él, haciéndole un gesto hacia la habitación de huéspedes. Betsy entró en la habitación. Vio la mochila de colegio de Kathy. Los vaqueros sucios y una camisa verde a rayas, de mangas largas que estaba tirada en un rincón, sobre el suelo. Cuando se dirigía hacia allí, Betsy se preguntó si podría simular llorar cuando fuera el momento. No debía preocuparse.

– Son de Kathy -pudo decir-. Estaba tan orgullosa, porque había preparado ella sola sus cosas.

Se produjo un tumulto en la puerta del frente. Alan Page entró en el apartamento y fue directo hacia Betsy.

– Acabo de enterarme. ¿Está usted bien?

Betsy asintió. Ya no había nada de la seguridad que Page había mostrado en la Corte. Betsy parecía que se partiría en mil pedazos en cualquier momento. Él la tomó de las manos y le dio un suave apretón.

– Encontraremos a su hija. Estoy poniendo todo lo que tengo en esto. Llamaré al FBI. Descubriremos quién la tiene.

– Gracias, Alan -contestó triste Betsy.

– ¿Has terminado ya, Ross?

Barrow asintió.

Page condujo a Betsy fuera de la habitación, hasta una pequeña sala. Hizo que se sentara y se sentó ante ella.

– ¿Puedo hacer algo por usted, Betsy?

Page estaba preocupado por la palidez de Betsy. Ella respiró profundamente y cerró los ojos. Estaba acostumbrada a pensar en Alan Page como en un adversario de piedra. El interés y la preocupación de Page la desarmaron.

– Lo siento -dijo Betsy-. Es que parece que no puedo concentrarme.

– No se disculpe. Usted no es de hierro. ¿Desea descansar? Podemos hablar de esto más tarde.

– No. Adelante.

– Muy bien. ¿Alguien se comunicó con usted por Kathy?

Betsy negó con la cabeza. Page se veía preocupado. No tenía sentido. Rick Tannenbaum había sido asesinado probablemente el día anterior. Si la persona que se llevó a Kathy estuviera buscando un rescate, ya se habría comunicado con Betsy.

– Esto no fue un robo, Betsy. La billetera de Rick estaba llena de dinero. Tenía un reloj de valor. ¿Puede pensar en alguien que deseara lastimar a Rick?

Betsy negó con la cabeza. Era difícil mentirle a Alan, pero debía hacerlo.

– ¿No tenía enemigos? -le preguntó Page-. ¿Personales, negocios, alguien en su compañía, alguien que él hubiera hecho condenar en la Corte?

– No puedo pensar en nadie. Rick no iba a la Corte. Hacía contratos, fusiones de empresas. Jamás oí que dijera que tenía problemas con alguien en la empresa.

– No deseo herirla-dijo Page-, pero Ross me dijo que usted y Rick estaban separados. ¿Qué sucedió? ¿Bebía, se drogaba, había otra mujer?

– No fue nada de eso, Alan. Fue… El… él deseaba con desesperación ser socio de Donovan, Chastain y Mills y parecía que eso cada vez estaba más lejos. Y., y él tenía muchos celos de mi éxito. -Los ojos se le llenaron de lágrimas-. Ser socio significaba mucho para él. No pudo darse cuenta de que a mí no me importaba. Que yo lo amaba.

Betsy no pudo seguir. Sus hombros se sacudían con cada ataque de llanto. Todo se oía tan estúpido. Romper un matrimonio por algo así. Dejar a la mujer y a la hija por un nombre en una chapa.

– La haré acompañar a su casa por un oficial -dijo Page tranquilo-. Deseo colocar una vigilancia en su casa. Hasta que sepamos otra cosa, trataremos la desaparición de Kathy como secuestro. Quiero su permiso para intervenir su teléfono y los de la oficina, en caso de que la persona que tiene a Kathy la llame. Cortaremos cualquier llamada de clientes, tan pronto sepamos que no es el secuestrador. Haré que el oficial borre las cintas.

– Muy bien.

– Aún no hemos dado a conocer la identidad de Rick y no dejaremos que los radios de prensa se enteren de la desaparición de Kathy pero probablemente deberemos dar a conocer el nombre de Rick mañana. Será asediada por la prensa.

– Comprendo.

– ¿Desea que llame a alguien para que se quede con usted?

No había otra razón para evitar que Rita conociera la desaparición de Kathy. Betsy la necesitaba más que nunca.

– Quisiera que mi madre se quedara conmigo.

– Por supuesto. Puedo hacer que un oficial la vaya a buscar.

– Eso no será necesario. ¿Puedo usar el teléfono?

Page asintió.

– Otra cosa. Le explicaré lo que sucedió al juez Norwood. Él pospondrá la audiencia de Darius.

El corazón de Betsy tuvo un sobresalto. Se había olvidado de la audiencia. ¿Cómo reaccionaria Reardon, si esta no se hacía? Reardon tenía a Kathy por la audiencia. Cuanto más se pospusiera mayor seria el daño que Reardon le podría causar a Kathy.

– Iré a trabajar, Alan. Enloqueceré si me quedo en casa.

Page la miró con expresión extraña.

– Ahora no deseará tener que enfrentar un caso tan complejo como el de Darius. Estará demasiado distraída para hacer un trabajo competente. Deseo a Darius más de lo que jamás haya deseado otro caso, pero jamás tomaré ventaja de una situación como esta. Créame, Betsy. Hablaremos de este caso después del funeral.

El funeral. Betsy no había pensado en el funeral. Su hermano se había encargado del funeral de su padre. ¿Qué se hacía? ¿Con quién había que comunicarse?

Page vio lo confundida que se mostraba Betsy y la tomó de la mano. Ella jamás se había dado cuenta de sus ojos. Todos los demás detalles del fiscal de distrito, desde su esbelta figura hasta los ángulos que hacían a su rostro que eran tan duros, sin embargo, los ojos eran de un azul suave.

– Me parece que usted está a punto de desmayarse -le dijo Page-. La enviaré a su casa. Trate de dormir, aunque deba tomar alguna pildora. Necesitará de todas sus fuerzas. Y no pierda las esperanzas. Tiene mi palabra. Haré todo lo que tenga en mi poder para recuperar a la niña

Capítulo 27

1

– Tannenbaum fue asesinado el viernes por la noche -dijo Barrow, destapando el vaso de café. Randy Highsmifh tomó un pastel con mermelada de la bolsa que Barrow había colocado sobre el escritorio de Page. Todavía estaba oscuro. A través de la ventana que estaba detrás de Page, un río de focos cruzaba los puentes sobre el río Willamette, cuando la gente de los lunes llegaba al centro de Portland.

– Tres días y ni un llamado -se dijo Page para sí, completamente consciente de las implicaciones.

– ¿Hay algo de la casa de Betsy? -preguntó Barrow.

– Llamados de condolencia, pero no del secuestrador.

– ¿Qué es lo que piensas? -preguntó Page a Highsmith.

– Primera posibilidad, es un secuestro, pero el secuestrador no ha tornado contacto con Betsy por alguna razón que sólo él conoce.

– La niña podría estar muerta -dijo Barrow-. Desea mantenerla por el rescate, pero hace algo que no le guste, y la mata.

– Sí -dijo Highsmith-. O posibilidad número dos, tiene a Kathy y no le interesa cobrar un rescate.

– Esa es una posibilidad que yo ni siquiera deseo considerar- dijo Page.

– ¿No tenemos algo nuevo, Ross? -preguntó Highsmith.

Barrow negó con la cabeza.

– Nadie vio que alguien saliera de la casa de apartamentos con la niña. No existe un arma. Aún estamos esperando los resultados del laboratorio.

Page suspiró. En los últimos días había dormido poco y estaba exhausto.

– Lo único bueno de todo este asunto es el tiempo extra que tenemos con Darius -dijo Page-. ¿Qué había en los registros de vigilancia?

– Nada que nos sea de ayuda -contestó Barrow-. Padovici y Kristol estuvieron sobre Darius desde el momento en que él dejó su propiedad a las seis cuarenta y tres de la mañana. Volví a hablar con el juez Ryder. Él insiste en que desayunó con Lisa Darius a las siete treinta. Los equipos estuvieron constantemente sobre Darius. Además, Darius se reunió durante todo el día con gente en su oficina. Entrevisté dos veces a todos los miembros de su personal y también a los visitantes. Si ellos lo están encubriendo, hacen realmente un muy buen trabajo.

– Debe de haber una respuesta -dijo Page-. ¿Nos proporcionó algo el equipo que ha estado buscando a Gordon?

– Nada, Al -contestó Barrow-. Nadie parece haberla visto desde que se registró en aquel hotel.

– Sabemos que ella está viva -dijo Page, con un tono de voz que demostraba su frustración-. Ella hizo ese maldito llamado. ¿Por qué no aparece?

– Debemos comenzar a enfrentamos con el hecho de que Gordon te ha mentido -dijo Highsmith-. Tal vez Darius fue una víctima en Hunter's Point. Quizá Waters fue el asesino.

Page deseó poder decirles a Highsmith y Barrow lo que Wayne Turner le había dicho a él. Entonces sabrían que Gordon estaba diciendo la verdad.

– Recuerden que yo sugerí que tal vez Gordon era nuestro asesino, Al -continuó Highsmith-. Creo que será mejor que comencemos a pensar en ella más seriamente. No veo ninguna forma en que pudiera haber sabido que Lisa Darius estaba en el sótano, a menos que fuera ella misma la que llevó hasta allí el cadáver.

– Qué habría sucedido si ella hubiera visitado a Lisa y la hubiera convencido de que la ayudara a entrar en la casa de Martin para encontrar la evidencia que lo pudiera condenar. Fueron a través del bosque. Lisa sabía cómo desactivar las alarmas. Martin Darius trabajó todo el día y la casa estaba desierta. Mata a Lisa y le tiende una emboscada a Darius, espera hasta que ve que él llega a la casa, luego te llama a ti. El único defecto del plan es que Gordon no sabe lo de los equipos de vigilancia.

– Nancy Gordon no mató a esas mujeres -insistió Page-. Darius las mató y él no saldrá de este caso.

– No estoy diciendo que Darius no sea culpable. Estoy diciendo que este caso pierde sentido cada vez que lo miramos.

Alan Page miró su reloj. Eran las diez treinta en Washington D. C.

– Con esto no vamos a ninguna parte. Quiero ir al funeral de Rick Tannenbaum y, créanme o no, tengo un trabajo que hacer que no tiene nada que ver con Martin Darius ni con el asesinato de Rick Tannenbaum. Háganme conocer de inmediato los acontecimientos.

– ¿Quieres que te deje un pastel? -le preguntó Barrow.

– Seguro. ¿Por qué no? Debería tener por lo menos una cosa buena en el día de hoy. Ahora salgan y déjenme trabajar.

Ross Barrow le dio a Alan una masita y siguió a Highsmith por el pasillo. Tan pronto como se cerró la puerta de la oficina, Page disco el número de la oficina del senador Colby y pidió hablar con Wayne Turner.

– Señor Page, ¿en qué puedo servirlo? -preguntó Turner. Page pudo notar la tensión en la voz del asistente administrativo.

– He estado pensando en la información del senador durante todo el fin de semana. Mi situación es desesperada. Inclusive puedo decirle que mi personal está comenzando a dudar de la culpabilidad del propio Darius. Sabemos que Darius asesinó a las tres mujeres de Hunter's Point, incluyendo a su esposa e hija, pero el juez está comenzando a verlo como una víctima inocente y a mí como a su abogado del diablo. Si Darius recupera su libertad, no tengo dudas de que volverá a matar. No veo ningún otro camino que pedirle al senador que testifique sobre el perdón.

Se produjo un silencio en la línea. Cuando Wayne Turner habló, lo hizo con tono de resignación.

– Esperaba su llamado. Yo haría lo mismo si estuviera en sus pantalones. Se debe detener a Darius. Pero creo que podría haber un modo de proteger al senador. Betsy Tannenbaum parece ser una persona responsable.

– Lo es, pero no puedo contar con que ella siga en el caso Darius. Alguien asesinó a su esposo y secuestró a su pequeña hija el viernes.

– ¡Dios mío! ¿Está ella bien?

– Trata de mantenerse entera. El funeral del marido es esta tarde.

– Eso podría complicar los hechos. Tenía esperanza de que pudiéramos convencerla de que le dijera al juez Norwood sobre el perdón en la cámara. De esa manera él podría utilizar información para denegar la fianza sin que llegara a tomar público conocimiento.

– No sé -dijo Page, con dudas-. Tendrá muchísimos problemas constitucionales si trata de prohibir a la prensa. Además, Darius debería dar su visto bueno. No puedo imaginarlo sin tratar de hundir al senador Colby junto con él.

– Haga el intento; ¿lo hará? El senador y yo hemos estado hablando de ello. Podríamos capear la tormenta, pero no deseamos hacerlo si no debemos.


2

Había nubes cargadas de tormenta que proyectaban tenebrosas sombras sobre las personas presentes al lado de la tumba, cuando comenzó el servicio. Luego comenzó a caer una lluvia fina. El padre de Rick abrió un paraguas sobre la cabeza de Betsy. Unas gotas heladas volaban debajo de él. Betsy no las sentía. Trató de prestar atención a los panegíricos, pero su mente continuaba vagando hacia Kathy. Estaba agradecida por el interés que todos habían demostrado por su hija, pero cada mención de la niña era como un cuchillo que se le clavaba en el corazón. Cuando el rabino cerró su libro de oraciones y los asistentes comenzaron a dispersarse, Betsy se quedó junto a la tumba.

– Dejemos que tenga un momento privado con él -oyó Betsy que su madre le decía a los padres de Rick. El padre de Rick colocó el paraguas en la mano de ella.

El cementerio se extendía por una baja y ondulante colina. Las lápidas que estaban cerca de la tumba de Rick se hallaban deterioradas por el tiempo, aunque bien cuidadas. Un nogal proporcionaría sombra en el verano. Betsy miró la lápida de Rick. Lo que había quedado del cuerpo de su marido fue cubierto por la tierra. Su espíritu ya había volado. El futuro que ellos podrían haber tenido juntos se había convertido para siempre en un misterio. El sentido de final la aterrorizó.

– Betsy.

Levantó la mirada. Samantha Reardon estaba de pie junto a ella. Tenía un impermeable negro y un sombrero de ala ancha que dejaba su rostro en la sombra. Betsy miró a su alrededor por ayuda. La mayoría de los asistentes caminaban deprisa hacia los automóviles para escapar de la lluvia. Su hermano caminaba junto al rabino. Rita hablaba con dos de sus amigas. La familia de Rick se había reunido en un grupo, dando la espalda a la tumba.

– Se suponía que hoy sería la audiencia.

– Es el funeral. No pude…

– No habrá retrasos, Betsy. Yo contaba con usted y me defraudó. Fui a la Corte y no estaba allí.

– Es el funeral de Rick.

– Su marido está muerto, Betsy. Su hija aún está viva.

Betsy vio que sería inútil tratar de razonar con Reardon. Su rostro carecía de toda compasión. Sus ojos estaban muertos.

– Puedo llamar al juez -dijo Betsy-. Lo haré.

– Será mejor que lo haga, Betsy. Me molesté tanto que se retrasara la audiencia que me olvidé de alimentar a Kathy.

– Oh, por favor -suplicó Betsy.

– Usted me hizo enfadar, Betsy. Cuando usted lo haga, yo castigaré a Kathy. Una comida por día es todo lo que ella tendrá hasta que haya dicho lo que dice ahora. Habrá sólo suficiente alimento y agua para que pueda seguir viva. La misma dieta que yo recibí en Hunter's Point. Kathy sufrirá pues usted me desobedeció. Cada lágrima que derrame será por culpa suya. Verificaré en la Corte. Será mejor que me entere que se ha fijado una fecha para la audiencia.

Reardon se alejó. Betsy la siguió unos pasos; luego se detuvo.

– Se olvidó de su paraguas -le dijo Alan Page.

Betsy se volvió y lo miró sin expresión en el rostro. El paraguas se le había caído de las manos mientras Reardon le hablaba. Page se lo sostenía.

– ¿Cómo lo está soportando? -le preguntó Page.

Betsy meneó la cabeza, sin confianza en sí misma para hablar.

– Se sobrepondrá a esto, Betsy. Usted es una persona fuerte.

– Gracias, Alan. Aprecio todo lo que ha hecho por mí.

Fue difícil manejar la pena en una casa llena de extraños. Los agentes del FBI y la policía trataban de no molestar, pero no había forma de estar sola sin esconderse en su dormitorio. Page había sido maravilloso. Había llegado con la primera invasión el sábado por la noche y se había quedado en la casa hasta el amanecer del otro día. El domingo, Page regresó con emparedados. El gesto simple y humanitario la hizo llorar.

– Por qué no se va a su casa. Lejos de esta lluvia -le sugirió Page.

Ambos se alejaron de la tumba. Page la cubrió con el paraguas mientras subían la colina hacia donde estaba Rita Cohén.

– Alan -dijo Betsy, deteniéndose de repente-, ¿podemos arreglar la audiencia de Darius para mañana?

Page se mostró sorprendido por el pedido.

– No conozco la agenda del juez Norwood, pero ¿por qué desea ir a la Corte mañana?

Betsy trató de buscar una explicación racional para su pedido.

– No puedo soportar quedarme sentada en casa. No creo que el secuestrador llame, si no lo ha hecho hasta ahora. Si… si esto es un secuestro por rescate, debemos darle una oportunidad al secuestrador para que se comunique conmigo. Tal vez él haya adivinado que los teléfonos están intervenidos. Si yo estoy en la Corte, en medio de una multitud, él podría intentar acercarse a mí.

Page trató de pensar en una razón para disuadir a Betsy, pero lo que ella decía tenía sentido. No había habido intento de telefonear o de escribirle a Betsy a su casa ni a su oficina. Él comenzaba a aceptar la posibilidad de que Kathy estuviera muerta, pero no deseaba decírselo a Betsy. Acompañarla en sus decisiones le proporcionaría a Betsy alguna esperanza. Ahora mismo, eso era todo lo que él podía hacer.

– Muy bien. Prepararé todo tan pronto como pueda. Mañana, si el juez está dispuesto.

Betsy bajó la mirada al pasto. Si el juez Norwood daba la audiencia, Kathy podría regresar mañana a casa. Page le colocó una mano en el hombro. Le dio el paraguas a Rita, que había bajado la colina para reunirse con ellos.

– Vamos a casa-dijo Rita. La familia de Rick se acercó a ella y la siguieron al coche. Page la observó alejarse. La lluvia lo golpeaba en el rostro.

Capítulo 28

1

Reggie Steward estaba en su modesto apartamento mirando las listas que tenía extendidas sobre la mesa de la cocina. No se sentía bien con lo que estaba haciendo. Era un investigador excelente, pero hacer la verificación cruzada de los cientos de nombres en las docenas de listas que tenía requería muchas manos y podría haberse hecho de una manera mil veces más eficiente si eso hubiera estado a cargo del FBI o de la policía.

Steward también estaba preocupado por obstruir el trabajo de la justicia. Sabía el nombre de la secuestradora de Kathy y estaba ocultando información. Si Kathy moría, siempre se preguntaría si la policía podría haberla salvado. Al él le gustaba Betsy, y la respetaba, pero ella podía no estar pensando correctamente. Comprendió su preocupación acerca del modo en que podría actuar el FBI y la policía, pero no estaba de acuerdo con ella. Casi había decidido recurrir a Alan Page, si no conseguía algo pronto.

Tomó un sorbo de café y recomenzó con las listas. Las había de inmobiliarias, de compañías de servicios, de la compañía de teléfonos. Algunas de ellas habían tenido un costo monetario, pero a él no le había importado el precio. Hasta aquí, no había listados en los que apareciera Samantha Reardon o Nora Sloane, pero Steward sabía que no sería fácil.

En su segunda revisión de una lista de nuevos abonados al servicio telefónico del condado de Washington, Steward se detuvo en el doctor Samuel Félix. El nombre del primer marido de Samantha Reardon era Max Félix. Cruzó las listas y encontró que la señora Samuel Félix había alquilado una casa en el condado, en la semana en que Oberhurst regresó a Portland desde Hunter's Point. Llamó por teléfono a la inmobiliaria Pangborn tan pronto abrió sus puertas. La vendedora que estaba a cargo recordaba a la señora Félix. Era una mujer alta, atlética de cabello castaño corto. La describió como una mujer amistosa que no estaba del todo feliz de mudarse desde Nueva York, donde su marido era neurocirujano.

Steward llamó a Betsy, pero Ann le dijo que ella estaba camino de la Corte para el caso Darius. Entonces se dio cuenta de que se había presentado la oportunidad. Reardon atendía todas las audiencias de la Corte en el caso Darius. Probablemente iría a ésta, dejando sola a Kathy.


La casa estaba situada al final de un camino de tierra. Era blanca, con un porche y una veleta de los vientos, una casa alegre que lo que menos representaba era un lugar que escondiese sufrimiento en su interior. Reggie Steward hizo un rodeo por el bosque. Vio huellas de neumáticos en el jardín del frente, pero no había automóvil alguno allí. La puerta al pequeño garaje separado de la casa estaba abierta y este vacío. Las cortinas estaban cerradas en casi todas las ventanas, pero la de la ventana del frente estaba abierta. No había luces en el interior. Steward pasó veinte minutos observando para comprobar si había movimientos en la habitación del frente y no vio nada. Si Samantha Reardon vivía en esta casa, ella ahora no estaba allí.

Reggie cruzó el patio y se agazapó en un tanque de cemento que estaba junto a la casa. Eran seis los pasos que lo separaban de la puerta del sótano. Las ventanas de este habían sido pintadas. Si Reardon había hecho lo que Darius, Kathy estaría en el sótano. Las ventanas pintadas reforzaron esa idea.

Intentó abrir la puerta. Estaba cerrada con llave. La cerradura no se veía muy fuerte, y Steward pensó que podría propinarle una patada para abrirla. Retrocedió dos pasos y se apoyó contra la pared de cemento del tanque; luego con un envión pegó un pie contra la puerta. La madera se rompió y la puerta comenzó a ceder. Steward dio otro envión y su pierna pasó por el agujero que ya había abierto en esa superficie. Lo hizo con gran estrépito.

El sótano estaba sumergido en la oscuridad, y Reggie pudo ver en el interior sólo hasta donde llegaba la luz del sol. Se introdujo adentro de costado y fue recibido por un olor rancio y fuerte. Sacó la linterna del bolsillo de su chaqueta e iluminó a su alrededor. Contra la pared sobre su derecha había unos estantes de fabricación casera, de madera sin pintar, con una manguera enroscada, y varias macetas y herramientas de jardín. Un trineo de niño, algunos muebles rotos y varias sillas de jardín estaban apilados en medio del suelo, ante un horno. El olor parecía emanar de un rincón, donde la oscuridad era más intensa. Steward cruzó con cautela el sótano, esquivando con cuidado los objetos que allí estaban, alerta por algún ruido.

El rayo de luz de la linterna iluminó una bolsa de dormir abierta. Reggie se arrodilló junto a ella. Vio sangre seca donde debería de haber estado una cabeza y un fuerte olor a orina y heces. Otra bolsa de dormir estaba a pocos centímetros. Iba a acercarse a esta cuando vio una tercera bolsa y un cuerpo tendido en ella.


2

La noche anterior a la audiencia, Betsy estaba tan preocupada por Kathy que se olvidó de Martin Darius. Ahora él era en todo lo que podía pensar. Samantha Reardon la estaba forzando a elegir entre la vida de Kathy y la vida de un hombre que no merecía vivir. La elección era simple, pero no fácil. Enfermo y complejo como era, Darius era aún un ser humano. Cuando Betsy dejara entrar a Samantha Reardon a la sala del jurado, no tenía idea de lo que sucedería. Si Martin Darius moría, ella sería cómplice de aquella muerte.

Los periodistas de prensa rodearon a Betsy tan pronto esta bajó del ascensor. Ella volvió la cabeza para evitar las luces de las cámaras de televisión y los micrófonos cuando apresuró el paso hacia el tribunal del juez Norwood. Los reporteros hicieron preguntas acerca del asesinato de Rick y la desaparición de Kathy. Betsy no contestó a ninguna de ellas.

Vio a Samantha Reardon tan pronto entró en la atestada sala. Pasó deprisa junto a ella y se apresuró por el pasillo hasta su asiento. Darius ya estaba en la mesa. Dos guardias se hallaban sentados detrás de él y había otros ubicados por el recinto.

Alan Page estaba colocando sus archivos sobre la mesa cuando Betsy caminó entre los espectadores. Encontró a Betsy cuando esta entraba en la barra de la Corte.

– ¿Está segura de que desea seguir con esto?

Betsy asintió.

– Muy bien. Entonces hay algo que debemos hablar con el juez Norwood. Le dije que deseaba que nos reuniéramos en su recinto antes de que comenzara la audiencia.

Betsy se mostró preocupada.

– ¿Deberá estar Darius allí?

– No. Esto es entre usted, yo y Norwood. No permitiré que Randy venga con nosotros.

– No comprendo.

Page se inclinó para acercarse a Betsy y le susurró:

– Sé que el senador Colby concedió el perdón a Darius. El senador envió a su a.a. para contarme la historia.

– ¿Wayne Turner?

Page asintió.

– Usted sabe cómo se afectaría la confirmación del senador si la noticia del perdón tomara estado público. ¿Se reunirá con el juez en cámara o insistirá en que esto se haga a tribunal abierto?

Betsy consideró la situación. Darius la estaba observando.

– Deberé decirle a Darius. No puedo aceptar hacerlo sin su consentimiento.

– ¿Puede esperar hasta que nos reunamos con el juez?

– Muy bien.

Page regresó a su mesa y Betsy se sentó junto a Darius.

– ¿De qué se trata?

– Page desea que nos reunamos con el juez en la cámara.

– ¿Para qué?

– Es un misterio.

– No deseo que se haga nada a mis espaldas.

– Déjeme manejarlo a mí, Martin.

Darius pareció por un momento que frustraría la acción. Luego dijo:

– Está bien. Confío en usted. Hasta ahora, no me ha defraudado.

Betsy estaba por ponerse de pie cuando Darius le colocó una mano sobre el brazo.

– Me enteré lo de su marido y su hija. Lo siento.

– Gracias, Martin -contestó con frialdad Betsy.

– Realmente lo siento. Sé lo que usted piensa de mí, pero yo tengo sentimientos y la respeto.

Betsy no supo qué decir. Antes de que terminara la hora, ella habría causado la muerte de la persona que estaba tratando de consolarla.

– Mire, si el secuestrador desea dinero, puedo ayudar -dijo Darius-. Lo que quiera yo lo cubriré.

Betsy sintió que el corazón se le contraía. Se las arregló para agradecerle a Darius; luego se separó.

El juez Norwood se puso de pie cuando Betsy entró en su cámara. Se mostró preocupado.

– Siéntese, señora Tannenbaum. ¿Puedo hacerle traer algo?

– Estoy bien, señor juez.

– ¿Tienen alguna noticia de la hija de la señora Tannenbaum, Al?

– Nada, señor juez.

Norwood meneó la cabeza.

– Lo siento muchísimo. Al, dígale a su gente que nos interrumpan si ellos deben hablar con usted.

– Lo haré.

El juez se volvió hacia Betsy.

– Y si usted desea detener la audiencia, si no se sintiera bien, cualquier cosa, sólo tiene que decírmelo. Arreglaré la audiencia según mi propia moción, de modo que no haya prejuicios con respecto a su cliente.

– Gracias, señor juez. Todos han sido muy amables conmigo. Pero deseo terminar con la audiencia. El señor Darius ya ha estado varios días en la cárcel y debe saber si será liberado.

– Muy bien. Ahora dígame la razón de querer esta reunión, Al.

– Betsy y yo tenemos conocimiento de información acerca del incidente de Hunter's Point que muy pocas personas conocen. Una de ellas es el senador Raymond Colby.

– ¿El nominado para la Corte por el presidente? -preguntó incrédulo Norwood.

Page asintió.

– Él era gobernador de Nueva York cuando ocurrieron los asesinatos en Hunter's Point. Su información podría afectar su decisión sobre la fianza, pero perjudicaría seriamente las posibilidades del senador Colby para su nombramiento en la Corte.

– No comprendo. ¿Me está usted diciendo que el senador Colby está implicado en los asesinatos de Hunter's Point?

– Sí, señor -contestó Page.

– ¿Y usted, está de acuerdo, señora Tannenbaum?

– Sí.

– ¿De qué se trata esta información?

– Antes de que el señor Page se lo diga -dijo Betsy-, deseo objetar que usted tenga este testimonio en audiencia. Si esta información se utiliza contra el caso Darius, de cualquier manera violará las garantías de debido proceso de la Constitución de los Estados Unidos y un acuerdo entre el señor Darius, el Estado de Nueva York y el gobierno federal. Creo que debemos acallar esto en todos los detalles posibles, antes de que usted llame a su testigo.

– Un acuerdo que Darius haya hecho con aquellas partes no puede obligar a Oregón -dijo Page.

– Creo que sí.

– Ustedes dos saben más que yo. ¿Qué tipo de acuerdo tenemos aquí con nosotros?

– Un perdón, señor juez -dijo Page-. Colby ofreció el perdón a Darius cuando era gobernador de Nueva York.

– ¿Para qué?

– Preferiría que no se revelen los contenidos del perdón hasta que decida el umbral de admisibilidad -dijo Betsy.

– Esto se está tornando extremadamente complicado -dijo Norwood-. Señora Tannenbaum, ¿por qué no hace que los guardias lleven al señor Darius de regreso a su celda? Es obvio para mí que me llevará un tiempo de reflexión.

El estómago de Betsy se comprimió. Sintió que se desmayaba.

– Me gustaría hablar con el señor Darius en privado. ¿Puedo usar la sala del jurado?

– Por cierto que sí.

Betsy salió de la cámara del juez. Sentía que su cabeza daba vueltas cuando le dijo a los guardias que el juez Norwood la dejaba hablar con Darius en la sala del jurado. Uno de los guardias fue hasta donde estaba el juez Norwood para verificar el pedido. Un minuto después regresó y escoltaron a Darius hasta el lugar indicado. Betsy miró hacia el fondo del tribunal, justo cuando Reardon salía al pasillo.

Un guardia se ubicó en el exterior, junto a la puerta de la sala. Otro estaba ante la puerta que se abría al pasillo. Betsy cerró la puerta de la sala y puso llave. Una mesa lo suficientemente larga como para acomodar a doce personas ocupaba el centro del recinto. Había un baño angosto en una de las esquinas y un fregadero, un mostrador y un armario lleno de tazas de café plásticas y de platos. La otra pared contenía una pizarra con anuncios y caricaturas de jueces y jurados.

Darius se sentó en uno de los extremos de la mesa. Todavía vestía las ropas del día en que fue arrestado. Los pantalones estaban arrugados y la camisa también. No tenía corbata y en los pies calzaba las sandalias que suministraba la prisión.

Betsy se quedó de pie al borde de la mesa tratando de no mirar hacia la puerta del corredor.

– ¿Qué sucede? -preguntó Darius.

– Page sabe lo del perdón. Colby se lo dijo.

– Ese hijo de puta.

– Page desea que el juez tome en secreto el testimonio de Colby, de modo que las posibilidades para su confirmación en la Corte no se vean afectadas.

– Que se joda. Si trata de joderme, yo lo haré con él. De todos modos, ellos no pueden usar ese perdón, ¿no es así?

– No lo sé. Es un tema legal muy complicado.

Se produjo un golpe en la puerta. Darius notó la forma en que Betsy volvió sobresaltada su cabeza.

– ¿Está esperando a alguien? -le preguntó, sospechoso.

Besty abrió la puerta sin contestar.

Reardon estaba de pie detrás del guardia. Tenía una bolsa de Gladstone en su mano.

– Esta señora dice que usted la está esperando -dijo el guardia.

– Es cierto -contestó Betsy.

Darius se puso de pie. Miró a Reardon. Sus ojos se abrieron. Reardon lo miró fijo.

– No… -comenzó a decir Darius. Reardon le disparó al guardia en la sien. Su cabeza estalló, echando carne y huesos por todo su impermeable. Betsy tenía la mirada fija. El guardia se desplomó en el suelo. Reardon empujó a Betsy a un lado, dejó caer la bolsa y cerró la puerta del pasillo.

– Siéntate -le ordenó, apuntando el revólver a Darius. Este retrocedió y se sentó en la silla situada en el extremo de la mesa. Reardon se volvió hacia Betsy.

– Tome una silla ante mí y lejos de Darius y coloque las manos sobre la mesa. Si se mueve, Kathy se muere.

Darius miró a Betsy.

– ¿Usted planeó esto?

– Cállate, Martin -dijo Reardon. Tenía los ojos bien abiertos. El aspecto de una maníaca-. Los perros no hablan. Si emites un sonido sin pedirme permiso, sufrirás el dolor más grande que jamás hayas sentido.Darius mantuvo su boca cerrada y los ojos clavados en Reardon.

– Me has convertido en una experta de! dolor, Martin. Pronto sabrás lo bien que he aprendido. Mi única pena es que no tendré esos privados momentos contigo como tú los tuviste conmigo. Aquellos días a solas, juntos, cuando me hacías suplicar por el dolor. Recuerdo cada minuto compartido. Si tuviéramos tiempo, te haría revivir cada momento de aquellos.

Reardon tomó la bolsa negra y la colocó sobre la mesa.

– Tengo una pregunta para ti, Martin. Es una pregunta simple. Una que no tendrás problemas en contestarme. Si puedes, te autorizo para que lo hagas. Si tenemos en cuenta el tiempo que pasamos juntos, debería ser una brisa. ¿Cómo me llamo?

Alguien golpeó a la puerta del pasillo.

– ¡Abran! Policía.

Reardon se volvió a medias hacia la puerta, pero mantuvo los ojos clavados en Darius.

– Aléjense o los mato a todos. Tengo a Betsy Tannenbaum y a Martin Darius. Si oigo a alguien en la puerta, los mataré. Ustedes saben que lo haré.

Se produjo un movimiento en la puerta que daba al tribunal. Reardon disparó por encima de la parte superior de dicha puerta. Betsy oyó varios gritos.

– Salgan de las puertas o todos morirán -aulló Reardon.

– ¡Ya nos hemos retirado! -gritó alguien desde el pasillo.

Reardon apuntó a Betsy con el arma.

– Hábleles. Dígales lo de Kathy. Dígales que morirá si tratan de entrar aquí. Dígales que estará a salvo si hacen lo que yo digo.

Betsy estaba temblando.

– ¿Me puedo parar? -pudo alcanzar a decir.

Reardon asintió. Betsy caminó hacia la puerta del tribunal.

– ¡Alan! -gritó, luchando por evitar que su voz se quebrara.

– ¿Se encuentra bien? -le respondió a gritos Page.

– Por favor, que no se acerque nadie. La mujer que está aquí es una de las mujeres que Darius secuestró en Hunter'sPoínt. Ella ha escondido a Kathy y no le está dando alimento. Si la capturan, no nos dirá dónde tiene a Kathy y ella morirá de inanición. Por favor, que nadie se acerque.

– Muy bien. No se preocupe.

– En el pasillo, también -ordenó Reardon.

– Desea también que nadie se acerque en el pasillo. Por favor. Hagan lo que dice. No dudará en matarnos.

Reardon volvió su atención hacia Darius.

– Tuviste tiempo para pensar. Contesta la pregunta, si puedes. ¿Cómo me llamo?

Darius negó con la cabeza, y Reardon sonrió de un modo que hizo que Betsy sintiera frío.

– Sabía que no podrías decirlo, Martin. Jamás fuimos personas para ti. Eramos carne. Figuras de fantasía.

Betsy oyó gente que se movía en 1a sala del tribunal y en el corredor.

Reardon abrió la bolsa. Sacó una hipodérmica. Betsy pudo ver los elementos quirúrgicos que estaban sobre bandejas.

– Me llamo Samantha Reardon, Martin. Lo recordarás cuando haya acabado. Deseo que conozcas algo más de mí. Antes de que me secuestraras y arruinaras mi vida, yo era instrumentista quirúrgica. Las enfermeras de cirugía aprenden a curar cuerpos destrozados. Ellas ven las partes del cuerpo enfermas y retorcidas y también lo que un cirujano debe hacer para aliviar los dolores que provocan esas heridas. ¿Puedes darte cuenta de cómo dicha información podría serle útil a una persona que deseara causar dolor?

Darius sabía que era mejor no responder. Reardon sonrió.

– Muy bien, Martin. Eres un alumno sagaz. No hablaste. Por supuesto, tú inventaste este juego. Recuerdo lo que sucedió la primera vez que me hiciste una pregunta después de decirme que los perros no hablan y que yo era lo suficientemente tonta como para responder. Siento no tener a mano la picana eléctrica, Martin. El dolor es exquisito.

Reardon colocó un escalpelo sobre la mesa. Besty sintió que se descomponía. Inhaló aire. Reardon no le prestó atención. Avanzó a lo largo de la mesa y se acercó a Darius.

– Debo ponerme a trabajar. No puedo pensar que esos tontos esperarán para siempre. Después de un rato, decidirán hacer algo estúpido.

– Probablemente pensarás que voy a matarte. Te equivocas. La muerte es un regalo, Martin. Es el fin del sufrimiento. Deseo que sufras tanto tiempo como sea posible. Deseo que sufras por el resto de tu vida.

"Lo primero que haré será dispararte en las dos rodillas. El dolor de las heridas será penosísimo y te inmovilizará lo suficiente como para que no representes una amenaza física para mí. Luego aliviaré tu dolor con anestesia”.

Reardon tomó la hipodérmica.

– Una vez que te encuentres inconsciente, te operaré. Trabajaré sobre tu espina dorsal, los tendones y ligamentos que te permiten mover brazos y piernas. Cuando te despiertes, estarás totalmente paralizado. Pero eso no será todo, Martin. Esa no será la peor parte.

Un brillo iluminó los rasgos de Reardon. Ella se veía embargada de emoción.

– También te sacaré los ojos, para que no puedas ver. Te cortaré la lengua, para que no puedas hablar. Te dejaré sordo. Lo único que dejaré intacto será tu mente. Piensa en tu futuro, Martin. Eres relativamente joven. Estás en buen estado. Un espécimen sano. Con qué mantenerte en la vida, vivirás treinta o cuarenta años, atrapado en la perpetua oscuridad de tu mente. ¿Sabes por qué se llama penitenciarías a las prisiones?

Darius no respondió. Reardon hizo una mueca.

– No te engaño, ¿no, Martin? Es un lugar para la penitencia. Un lugar para aquellos que le han hecho mal a otros, a fin de que puedan pensar en sus pecados. Tu mente se transformará en tu penitenciaría y estarás encerrado en ella, incapaz de escapar, por el resto de tu vida.

Reardon se colocó en posición, delante de Darius, y apuntó a su rodilla derecha.

– Usted, allí adentro. Soy William Tobias, jefe de policía. Me gustaría hablarle.

Reardon volvió la cabeza, y Darius se movió con una velocidad inusitada. Pateó con el pie izquierdo alcanzando la muñeca de Reardon. El revólver voló por la mesa. Betsy observó cómo se deslizaba hacia ella, mientras Reardon trastabillaba hacia atrás.

La mano de Betsy se cerró sobre el arma cuando Darius tomó la muñeca de Reardon para que soltara la hipodérmica. Reardon pateó con el pie y alcanzó a Darius en la canilla. Con los dedos de su mano libre, lo alcanzó en los ojos. Darius movió la cabeza y un golpe cayó en la mejilla. Reardon saltó hacia adelante y hundió los dientes en la garganta de Darius. Este gritó. Se golpearon contra la pared. Darius tenía muy fuerte la mano que sostenía la aguja. Tomó el cabello de Reardon con la mano que tenía libre y trató de separarla. Betsy vio que Darius empalidecía del dolor. Reardon luchaba por no soltar la hipodérmica. Darius soltó el cabello de la mujer y la golpeó con el puño varias veces en la cabeza. Luego Reardon aflojó su mano, y Darius se separó. La carne alrededor de la garganta estaba desgarrada y cubierta de sangre. Darius tomó a Reardon del cabello, mantuvo la cabeza alejada de él y golpeó su frente contra la nariz de la mujer, desmayándola. Las piernas de esta cedieron. Luego Martin le tomó la muñeca y la jeringa cayó al suelo. Se movió detrás de ella y colocó un brazo alrededor del cuello.

– ¡No! -gritó Betsy-. No la mate. Ella es la única que sabe dónde está Kathy.

Darius se detuvo. Reardon estaba inconsciente. Él la sostenía colgando, de modo que sólo los dedos de sus pies tocaban el suelo. Esto hizo que ella boqueara por aire.

– Por favor, Martin -rogó Betsy.

– ¿Por qué debería ayudarla? -gritó Darius-. Usted me tendió una emboscada.

– Debía hacerlo. Ella habría matado a Kathy.

– Entonces la muerte de Kathy será un buen castigo.

– Por favor, Martin -rogó Betsy-. Ella es mi hijita.

– Debería haber pensado en eso cuando decidió joderme -dijo Darius, apretando el cuello de Reardon.

Betsy levantó el revólver y apuntó a Darius.

– Martin, lo mataré si no la deja. Se lo juro. Dispararé hasta que no tenga más balas.

Darius miró por encima del hombro de Reardon. Los ojos de Betsy estaban clavados en él. Calculó las posibilidades; luego suavizó su mano y Reardon se desplomó en el suelo. Darius se separó de ella. Betsy manoteó algo detrás de ella.

– Abriré la puerta. No disparo. Todo está bien.

Betsy abrió la puerta del tribunal. Darius se sentó a la mesa con las manos a la vista. Dos policías armados entraron primero. Ella le dio a uno el arma. El otro colocó las esposas a Reardon. Betsy se dejó caer en una silla. Varios policías entraron desde el pasillo. Pronto la sala del jurado se llenó de gente. Dos oficiales levantaron a Reardon del suelo y la sentaron en una silla, ante Betsy. Ella todavía luchaba por respirar. Alan Page se sentó junto a Betsy.

– ¿Está usted bien? -le preguntó.

Betsy asintió mecánicamente. Su atención estaba centrada en Reardon.

– Samantha, ¿dónde está Kathy?

Reardon levantó lentamente la cabeza.

– Kathy está muerta.

Betsy se puso pálida. Los labios le temblaron cuando trató de mantenerlos juntos. Reardon miró a Alan Page.

– A menos que haga exactamente lo que le digo.

– La escucho.

– Deseo lo que Peter Lake consiguió. Quiero el perdón por todo. El policía del pasillo, las mujeres, el secuestro. Deseo que el fiscal de los Estados Unidos garantice que no habrá condena federal. Quiero que el gobernador venga aquí personalmente. Filmaremos la firma del acuerdo. Me iré. Como lo hizo Lake. Libertad completa.

– Si obtiene su perdón, ¿nos dirá dónde tiene escondida a Kathy Tannenbaum?

Reardon asintió.

– Y a Nancy Gordon.

– ¿Está viva? -preguntó Page.

– Por supuesto. Nancy es la única que continuó buscando a Martin. Es la única que me creyó. No la mataría. Y hay algo más.

– La escucho.

– Puedo darle la prueba para condenar a Martin Darius de asesinato.

Darius estaba sentado rígido en el otro extremo de la mesa.

– ¿Qué prueba es esa? -preguntó Page.

Reardon se volvió hacia Darius. Sonrió.

– Crees que ganaste, Martin. Crees que nadie me creerá. Un jurado le creerá a una loca si esta tiene pruebas que den sustento a su testimonio. Si ella tiene las fotografías.

Darius se movió en su asiento.

– ¿Fotografías de qué? -preguntó Page.

Reardon le habló a Page, pero tenía la mirada fija en Darius.

– Él usaba una máscara. Una máscara de cuero. Hizo que nosotras también las usáramos. Las máscaras de cuero nos cubrían los ojos. Pero hubo un momento, un breve momento, en que yo vi su rostro. Sólo un instante, pero lo suficientemente largo.

"El verano pasado, un investigador privado llamado Samuel Oberhurst me mostró las fotografías de Martin. Tan pronto como las vi, supe que era él. Tenía barba, el cabello negro, era más viejo, pero lo sabía. Vine a Portland y comencé a seguir a Martin. Fui con él a todas partes y llevé un registro fotográfico de todo lo que vi”.

"La semana en que llegué, Martin dio una fiesta para celebrar la inauguración del centro comercial. Me mezclé con los invitados y seleccioné a varias mujeres, para usarlas como evidencias contra Martin. Una de esas mujeres era su amante, Victoria Miller. Le envié a Nancy Gordon una fotografía de Martin cuando dejaba la habitación del hotel Hacienda, para atraerla hacia Portland”.

"La noche después de que secuestré a Victoria, seguí a Martin. Él fue al campo, a la casa de Oberhurst. Observé durante horas cómo Martin torturaba a Oberhurst. Cuando llevó su cuerpo a la obra en construcción, yo estaba allí. Tomé las fotografías. La mayor parle de ellas no salieron, ya que era de noche y llovía mucho, pero hay una excelente cuando saca el cuerpo del baúl de su automóvil. La luz del baúl iluminó todo.

Page miró a Darius. Darius se encontró con los ojos de Page sin parpadear. Luego Page se volvió hacia Reardon.

– Obtendrá su perdón. Iremos a mi oficina. Nos llevará un tiempo arreglar todo. ¿Estarán bien Nancy Gordon y Kathy?

Sloane asintió. Luego le sonrió a Betsy.

– No tiene por qué preocuparse. Le mentí acerca de no darle de comer a Kathy. La alimenté antes de venir aquí; luego la dejé durmiendo. También le di su juguete de peluche y me aseguré de que estuviera bien caliente. Usted me gusta, Betsy. Sabe que no le haría daño, si no tuviera que hacerlo.

Page estaba por decirle a los dos oficiales que llevaran a Reardon a su oficina, cuando Ross Barrow apareció corriendo por el recinto.

– Sabemos dónde está la niña. Ella está bien. El investigador de Tannenbaum la encontró en el condado de Washington.


3

La mujer que los paramédicos sacaron del oscuro sótano no parecía la mujer allética que le había contado a Alan Page lo de Hunter's Point. Nancy Gordon estaba macilenta, las mejillas hundidas, el cabello desgreñado. Kathy, por el contrario, parecía un ángel. Cuando Steward la encontró, estaba en un sueño profundo, tendida sobre la bolsa de dormir, abrazando a Oliver. Los médicos dejaron que Betsy le tocara la frente y la besara en la mejilla; luego la llevaron de urgencia al hospital.

En la sala, Ross Barrow tornó declaración al emocionado Reggie Steward, mientras Randy Highsmith miraba las fotografías de Martin Darius que se habían encontrado durante el allanamiento de la casa. En una de ellas, la luz del baúl mostraba con claridad a Darius levantando el cuerpo sin vida de Samuel Oberhurst, para sacarlo de su vehículo.

Alan Page salió al porche. Betsy Tannenbaum estaba de pie junto a la barandilla. Hacía frío. Page pudo ver su aliento en el aire.

– ¿Se siente mejor ahora que Kathy está a salvo? -le preguntó Page.

– Los médicos creen que Kathy estará bien físicamente, pero estoy preocupada por el daño psicológico. Debe de haber estado aterrorizada. Y yo tengo miedo de lo que Reardon hará si alguna vez la liberan.

– No debe preocuparse por eso. Ella estará en la prisión para siempre.

– ¿Cómo puede estar seguro de eso?

– La tengo civilmente comprometida. Lo habría hecho aunque me hubiera forzado a otorgarle el perdón. El perdón no me habría imposibilitado el hacerla confinar a una institución para enfermos mentales, si ella está mentalmente enferma y es peligrosa. Reardon tiene una historia documentada de enfermedad mental y de internación psiquiátrica. Hablé con la gente del hospital estatal. Por supuesto que habrá audiencia. Ella tendrá un abogado. Estoy seguro de que habrá algunos trucos legales. Pero lo concreto es que Samantha Reardon es una enferma mental y jamás volverá a ver la luz del día.

– ¿Y Darius?

– Haré todos los descargos por el asesinato de las mujeres, salvo por el de John Doe. Con la fotografía de Darius con el cuerpo de Oberhurst y la evidencia acerca de los asesinatos de Hunter's Point, creo que tendrá la pena capital.

Betsy miró el jardín. Las ambulancias se habían ido, pero todavía había varios patrulleros. Se abrazó el cuerpo, y se estremeció.

– Una parte de mí no cree que usted tenga a Darius. Reardon jura que es el diablo. Tal vez lo sea.

– Aun el diablo necesitaría de un gran abogado con el caso que tenemos.

– Darius tendrá el mejor, Al. Tiene el dinero suficiente como para contratar al que desee.

– No a cualquiera -dijo Page, mirándola-, y no el mejor.

Betsy se sonrojó.

– Hace demasiado frío para estar aquí afuera -dijo Page-. ¿Quiere que la lleve al hospital?

Betsy siguió a Page. Él le abrió la puerta del automóvil. Ella subió. Page puso en marcha el motor. Besty miró hacia atrás, hacia la prisión de Kathy. Un lugar tan encantador. Al mirarlo, nadie habría adivinado lo que estaba sucediendo en el sótano. Nadie sospecharía tampoco de Reardon. O de Darius. Los monstruos verdaderos no tienen aspecto de monstruos y, sin embargo, ellos están allí, sueltos, al acecho.

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