Capítulo Uno

Lago Tahoe, California


– Lily Rose, te acuerdas de que hoy es día de pago, ¿verdad?

«Vaya por Dios».

Lily Harmon sintió que la cabeza le estallaba.

Si no conseguía tener unos momentos de calma inmediatamente no se hacía responsable de lo que fuera capaz de hacer.

Era consciente de que no tenía mucha paciencia, así que tomó aire para calmarse y se giró con una hermosa sonrisa hacia Gwyneth, su hermana mayor.

– ¿Ah, sí?

– ¿Lo ves? ¡Se te había olvidado!

– No, claro que no. Es que me gusta hacerte rabiar.

Gwyneth, que tenía treinta y cinco años, no paraba de decirle a Lily, que tenía veinticinco, lo que tenía que hacer.

– Sólo te lo digo para ayudarte.

– Pues no hace falta que lo hagas, puedo perfectamente con mi trabajo yo sola.

– Pero…

– Mira, si quieres perder el tiempo, vete a perderlo con otra persona. Por favor, relájate un poquito -dijo Lily poniéndose su cazadora roja del equipo de salvamento de esquí.

– ¿No has leído las estadísticas? -insistió su hermana-. Bueno, de acuerdo, ya lo dejo. Está bien -añadió al ver cómo la miraba Lily.

– Me parece que, en lugar de dedicarte a la contabilidad, deberías buscarte a alguien a quien le pudieras dar órdenes. ¿Por qué no tienes hijos? Así, podrías estar todo el día diciéndoles lo que tienen que hacer y te convertirías en una madre como mamá -añadió poniéndose el casco y decidiendo que aquel día utilizaría tabla en lugar de esquís.

A continuación, se calzó las botas, se cargó la tabla al hombro y miró a su hermana, que se había quedado de piedra.

Lily sacudió la cabeza y salió del vestuario hacia el vestíbulo, donde había un montón de huéspedes ataviados con ropa de esquiar.

Lily pasó ante la inmensa chimenea en la que el fuego que ella misma había hecho aquella misma mañana seguía tirando con fuerza. Alrededor de la chimenea, llenando todos los sofás que había, la gente charlaba y reía.

Aquella imagen tan acogedora hizo que Lily sonriera, pero su sonrisa le duró poco.

– Tenemos problemas de nuevo con los osos, se siguen comiendo la basura -le dijo su hermana, que la había seguido.

– ¿Cómo? ¿Después de que compraras esas cajas tan maravillosas con esas asas que los osos no pueden abrir por mucho que se lo propongan? -contestó Lily con sarcasmo.

– El problema es que no las pueden abrir ni los osos ni los clientes. Y lo peor es que la gente no se termina de creer que hay osos de verdad por aquí durante todo el invierno, así que deja la basura en el suelo y los animales vienen atraídos por el olor.

«Como imaginaba, ni pizca de sentido del humor», pensó Lily.

– No te preocupes, ya he pedido varios letreros de ésos de «No den de comer a los osos ni a nada que se los pueda comer a ustedes» -contestó Lily.

– Lily, estamos a final de mes y hay que pagar…

– Sí, Gwyneth, ya lo sé, yo también tengo un calendario encima de la mesa.

– Sí, pero es que…

– Por favor, Gwyneth -dijo Lily girándose hacia su hermana-. Vamos a ver, Gwyneth. ¿Te he pedido yo acaso que me estés recordando constantemente mis responsabilidades como si fuera una niña de cinco años?

– No, pero…

– Entonces, ¿por qué no me dejes en paz y me permites hacer las cosas como a mí me dé la gana?

– No es mi intención decirte lo que tienes que hacer, pero quiero ver este lugar funcionando correctamente -contestó Gwyneth.

Bay Moon Resort constaba de quince habitaciones, una cafetería espaciosa, un bar, una tienda de regalos y una tienda de alquiler de material de esquí. Además, tenía fama de ser un lugar acogedor al que a la gente le gustaba volver todos los años. Eso le había valido el título de «exclusivo» con el que lo describían los folletos publicitarios.

Para Lily, aquel lugar no era exclusivo sino su hogar.

Por supuesto, sus hermanas Gwyneth y Sara no lo veían así, pero eso era porque ellas habían vivido en la ciudad con sus padres mientras que a Lily, la hija problemática, la habían mandado a las montañas después de una serie de infortunados incidentes que habían tenido lugar cuando Lily, así lo admitía, había tomado una serie de decisiones no muy afortunadas.

Así había sido cómo sus padres la habían enviado con sus abuelos a la edad de dieciséis años para ver si «se enderezaba».

Por supuesto que se había enderezado.

Y no había sido por el genio de su abuelo ni por los sermones de su abuela, que seguramente también habrían influido, sino por la montaña, que le daba una sensación de paz y de fuerza insuperables.

– Bay Moon funciona estupendamente. Todo está bajo control -le aseguró a su hermana parándose ante la doble puerta de madera.

Al otro lado le esperaba el maravilloso viento de la sierra y las laderas nevadas, que eran su territorio personal.

Ya antes de terminar el colegio, era técnico de emergencias y estaba certificada como patrullera profesional, una buena excusa para trabajar como parte del equipo de emergencias en aquellas laderas que tanto amaba.

Eso era lo que había hecho hasta que la habían nombrado directora del hotel. Por supuesto, seguía trabajando para el equipo de emergencias, pero ahora las cosas eran diferentes, mucho más complicadas, no tenía tanto tiempo para esquiar como le hubiera gustado.

– Lily, estoy intentando hablar contigo.

– No, lo que estás intentando es volverme loca. Por favor, déjame en paz.

– ¿Cómo te voy a dejar en paz? Si no estoy encima de ti constantemente, no haces nada.

Lily no se lo podía creer.

Después de todo el tiempo que había transcurrido, Gwyneth seguía pensando que hacía las cosas única y exclusivamente porque así se lo mandaba ella.

En el pasado, era cierto que había funcionado así, siempre había tenido que haber una persona diciéndole qué tenía que hacer porque, normalmente, Lily no hacía nada por iniciativa propia.

Bueno, sí que hacía cosas por iniciativa propia, pero en cuanto utilizaba esa iniciativa propia los resultados eran terribles. Como aquella vez en la que se le había ocurrido encender los cañones de nieve artificial en el mes de julio o poner polvos verdes en los tanques de agua de la cafetería, lo que había motivado que tanto los empleados como los clientes se pegaran un susto de muerte.

Incluso había robado un vehículo. Bueno, si a tomar prestado un trineo motorizado para ir a deslizarse bajo la luz de la luna llena se le podía llamar robar…

Era cierto que había sido una chica difícil, pero ya había pagado por ello. Su familia nunca la había tomado en serio.

Ni siquiera ahora.

Muy bien, no tenía más remedio que aceptarlo y lo aceptaba.

– Llevo un año ocupándome de este lugar, desde que la abuela murió el año pasado, y no ha habido ningún problema.

Gwyneth se cruzó de brazos.

– Lo dices como si nunca hubieras hecho nada malo.

– ¿Te vas a poner ahora a recordarme todo lo que he hecho en mi vida? -se rió Lily.

– No, te aseguro que esto no tiene nada que ver con tu pasado -contestó Gwyneth.

«¡No, qué va!», pensó Lily.

Lo último que Lily quería en aquellos momentos, con una maravillosa mañana de enero ante sus ojos, era ponerse discutir con su hermana.

– Te propongo que hagamos un alto el fuego.

– ¿Cómo?

– Sí, yo siento mucho que la abuela me dejara este lugar a mí y tú sientes mucho ser tan seria y quisquillosa.

– ¡Pero si tú no sientes en absoluto que la abuela te dejara a ti el Bay Moon!

– ¡Me has pillado! -sonrió Lily.

Gwyneth no sonrió.

– Mira, este lugar es pequeño y acogedor y está bien como está -suspiró Lily-. La abuela sabía que yo haría todo lo posible para mantenerlo así. Así que ya lo sabes: lo que hago lo hago por ella.

Su hermana se quedó mirándola a los ojos con cara de pocos amigos.

El parecido entre ambas saltaba a la vista pues las dos tenían el pelo ondulado y de color castaño claro, los ojos marrones y los labios voluminosos.

Lo que las diferenciada era que Lily siempre sonreía.

– Sabes perfectamente que yo no habría hecho nada que pudiera contrariar los deseos de la abuela.

– Puede que conscientemente no, pero, tarde o temprano lo habrías hecho. Ya estamos a tope, no tenemos más capacidad y cada vez hay más esquiadores. Obviamente, si por ti fuera, construirías otro edificio con más habitaciones para dar cabida a más clientes. Al final, convertirías este lugar en un hotel grande e impersonal. Qué horror.

– Lily Rose, no soy una mala persona.

– El término «malo» es muy relativo.

– Tú lo sabes por experiencia, ¿verdad?

– Exacto. ¿Sabes? No hay nada de malo en portarse mal de vez en cuando.

Gwyneth suspiró exasperada.

– No se puede razonar contigo porque dices unas cosas muy raras. Yo lo único que he comentado en alguna ocasión es que ampliando un poco Bay Moon…

– Sería la bomba, sí, ya me lo has dicho no sé cuántas veces. Al final, este lugar se convertiría en lo que no es.

Nadie mejor que Lily sabía que el encanto de Bay Moon era su tamaño. Allí todo el mundo se conocía bien y Lily quería que siguiera siendo así.

– La abuela sabía lo que Sara y tú haríais con este lugar y, aunque lo lógico habría sido que, siendo las mayores, hubierais heredado vosotras, prefirió dejármelo todo a mí.

Una carga que ella no había pedido ni deseado. Si por ella hubiera sido, habría preferido pasarse la vida en el equipo de salvamento alpino.

– Sí, la abuela te lo dejó a ti -contestó Gwyneth-. A pesar de que no tenías absolutamente ninguna experiencia en dirección de empresas ni sabes nada de números. Por no hablar de que jamás has sido capaz de tener una relación seria y duradera.

– ¿Y eso qué tiene que ver?

– Demuestra que no eres capaz de comprometerte ni con nada ni con nadie.

No, lo que demostraba era que Lily no quería ser capaz de comprometerse. Y todo por culpa de su querida familia. Lily veía el amor como una carga.

– Mira, mejor dejamos la lista de mis defectos para un momento mejor, ¿de acuerdo? ¿Qué tal para el Día de Acción de Gracias, cuando puedas compartirlo con todo el mundo? De momento, todas tenemos trabajo y vivimos bien, ¿no?

– Sí -contestó Gwyneth mirándola de arriba abajo-. Vaya, veo que tú te vas a ganar hoy el sueldo escaqueándote de nuevo.

Lily ya había estado trabajando un par de horas, pero no pensaba defenderse. Si su hermana no quería abrir los ojos y reconocer la cantidad de horas que se pasaba en el despacho, peor para ella.

– Salir a patrullar no es escaquearse.

– Tenemos gente contratada para hacerlo.

– Nunca hay suficientes patrulleros. La seguridad es lo primero -contestó Lily recitando con una sonrisa el mantra de su abuela.

Aunque estaba completamente entregada a aquel lugar, lo cierto era que el día a día de dirigir el hotel se le estaba haciendo muy cuesta arriba y, a veces, le dolía hasta el alma.

– Si necesitas algo, estaré en mi oficina -dijo Gwyneth girándose y desapareciendo.

«Sin duda, aterrorizando a Carrie», pensó Lily apiadándose de la pobre secretaria.

Lily echaba horriblemente de menos a su abuela porque ella sí que la comprendía. También echaba de menos a su abuelo, que había muerto mucho antes. Sus padres no habían muerto, pero, simplemente, no formaban parte de su vida.

Lily levantó el mentón, abrió la puerta de madera, salió y aspiró aire con fuerza mientras disfrutaba del maravilloso paisaje.

No le tocaba hacer turno de patrulla aquel día, pero se le había ocurrido que, al verla con la cazadora del equipo, sus hermanas la dejarían en paz y, salvo el pequeño encuentro con Gwyneth, había dado resultado.

¡Libre!

Tras atarse las botas, se colocó sobre la tabla y se deslizó hacia el telesilla con la intención de subir a lo más alto de la montaña.

Apenas eran las ocho y cuarto de la mañana y los telesillas no abrían hasta y media, así que Lily se puso a la cola.

Al formar parte del equipo de salvamento, lo que se veía claramente porque iba de rojo y con una cruz blanca en la espalda, podría haberse colado, pero nunca lo hacía a no ser que hubiera una emergencia.

Así que Lily se colocó detrás de una pareja que iba con sus dos hijos. Llegó otro esquiador que se colocó a su derecha y, al girarse para saludar, sintió que un escalofrío la recorría de pies a cabeza.

El hombre que le había provocado aquel escalofrío le sonrió y «madre mía», Lily sintió que la adrenalina le corría por las venas.

A Lily no le dio tiempo ni a devolverle la sonrisa porque, de repente, sintió un empujón y, de no haber sido por el hombre de la sonrisa increíble, habría caído de bruces.

Sintió su mano en el brazo, equilibrándola. Lily sonrió, le dio las gracias y aprovechó para fijarse bien en él.

Era un hombre de pelo ondulado y moreno, de complexión bronceada, parecía italiano, y de labios voluminosos y firmes, que inmediatamente le hicieron pensar en una larga noche de placer.

Lily no podía verle los ojos porque el desconocido llevaba gafas de sol, pero se dio cuenta, al ver cómo enarcaba una ceja, de que se había percatado de cómo lo estaba mirando.

Al instante, sonrió con picardía y Lily detectó en él un aura de peligro, una actitud deliciosamente rebelde.

Madre mía, cómo le gustaban aquel tipo de hombres.

Y, por supuesto, su físico no tenía ningún desperdicio. Aquel hombre tenía un cuerpo bien cuidado y ejercitado. A lo mejor era un atleta.

Ñam, ñam.

– ¿Sola? -le preguntó el desconocido a medida que se fueron acercando al telesilla.

Lily sabía que se refería a si iba sola a esquiar, pero contestó tanto a aquella pregunta como a que estaba sola en la vida.

– Sí, completamente.

El desconocido sonrió de nuevo y juntos avanzaron hacia el telesilla. Aquella mañana estaba Eric de operador, un chico de veinticinco años que era un encanto.

– ¿Vas a la Endiablada? -le preguntó a Lily.

– Efectivamente -contestó Lily.

– ¿La Endiablada? -preguntó el desconocido mientras se sentaba en la silla y comenzaban a sobrevolar una pista en la que había mucha gente.

– Sí, es una pista que hay en la ladera norte, al otro lado de la cornisa -le explicó Lily.

– Parece una buena pista para empezar.

– Oh, no -rió Lily-. Es la peor pista para empezar. Es una pista negra, sólo apta para expertos.

La noche anterior había nevado y Lily sintió que la adrenalina recorría todo su torrente sanguíneo. Le encantaban los días en los que había nieve polvo cubriéndolo todo, sobre todo la Endiablada, una pista de cinco kilómetros de largo con un desnivel casi vertical.

El desconocido se quitó las gafas y la miró.

«Chocolate», pensó Lily al instante.

– ¿Es una pista negra?

– Sí. ¿Has estado aquí antes?

– No.

– Pero no es la primera vez que esquías -comentó Lily fijándose en la equipación del desconocido.

– No, he esquiado otras veces.

Lily decidió que no debía fiarse de las apariencias pues no sería la primera vez que tras una fachada perfectamente ataviada de esquiador experto se escondía una persona con poca habilidad para desplazarse sobre la nieve.

¡Y para otras muchas cosas!

Lily era una mujer que entendía y apreciaba el maravilloso placer de compartir una noche de sexo con una persona y resultaba ser extremadamente selectiva.

Lo cierto era que hacía ya algún tiempo que no se permitía semejante placer y, a lo mejor, ya iba siendo hora.

Se acostara con él o no, lo que no quería era que le pasara nada en las pistas, así que decidió aconsejarle que se fuera a otras más sencillas.

– Te voy a marcar en un mapa cuando lleguemos arriba para que puedas ver cuáles son las pistas que a ti te van.

– Gracias, pero no me hace falta -contestó el desconocido en tono divertido.

En aquel momento, los cuatro jóvenes que iban en el telesilla de atrás gritaron y aplaudieron al ver la pista por la que se iban a deslizar en breve.

El increíble hombre que iba sentado junto a Lily se giró, colocando el brazo sobre el asiento de la silla, para mirarlos. Al hacerlo, quedó de perfil a Lily, que aprovechó el momento para observarlo atentamente y disfrutar de su olor.

Al volverse a girar hacia delante, el desconocido la pilló mirándolo y sonrió encantado.

Obviamente, estaba pensando exactamente lo mismo que ella.

La atracción era mutua.

Se quedaron mirándose a los ojos.

Lily no apartó la mirada y él tampoco.

De repente, el frío de la mañana desapareció.

– Supongo que, si vives aquí, esquiarás mucho -comentó el desconocido.

– Sí -contestó Lily.

– Llevarás mucho tiempo haciendo tabla.

Y esquiando, también. Su abuelo la había puesto sobre unos esquís a la edad de dos años y, desde entonces, no se los había quitado.

– ¿Y tú? ¿De dónde eres?

– De Ohio.

– Eso está un poco lejos. ¿Qué te trae por aquí aparte de que tenemos las pistas de esquí más maravillosas del mundo?

– Mi socio decidió que me vendría bien una semana de vacaciones y me las pagó.

– Qué socio tan encantador.

A Lily le encantaba que la gente le contara sus historias y, además, le encantaba la voz de aquel tipo, pero no le dio tiempo a preguntarle nada más porque ya habían llegado.

Mientras Lily saludaba al operador y se ponían las gafas de sol, el desconocido se acercó al mapa gigante en el que se mostraban todas las pistas a las que se podía acceder desde allí y, en un abrir y cerrar de ojos, había desaparecido en dirección a la Endiablada.

Lily se apresuró a seguirlo, pero no llegó a tiempo.

El desconocido comenzó a deslizarse por la pista y Lily se quedó mirando con la boca abierta. ¿Había dicho que esquiaba más o menos bien? Madre mía, aquel hombre se movía en perfecta sincronía con el entorno.

Aquello era poesía en movimiento.

¡Qué sexy!

A Lily se le dibujó una sonrisa de anticipación, deseo y alegría en la cara y, sin pensárselo dos veces, se dejó caer por la ladera de la montaña.

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