Capítulo Cinco

– ¿Qué te dije que te iba a hacer si me llamabas así? -bromeó Lily-. ¿Qué tal te lo estás pasando?

– Ahora mismo, muy bien -contestó Logan acariciándole la mano-. ¡Madre mía, estás helada!

– Sí, es que acabo de llegar.

– ¿Qué tal tu rodilla?

– No he tenido tiempo de mirármela.

– Vaya, y yo que creía que era un tipo dedicado a mi trabajo…

Aquello hizo reír a Lily.

– Me alegro de verte. No sabía si te habrías asustado… por todo lo que pasó ayer, quiero decir.

– No, hombre, nada de eso -contestó Logan sinceramente-. Deberías venirte en alguna ocasión a compartir conmigo un día de mi vida.

– ¿Intentando asustarme? -ronroneó Lily.

– No, en absoluto -sonrió Logan-. ¿Qué haces detrás de la barra?

– Es que Matt va a llegar tarde.

– ¿Quién es Matt?

– ¿Te acuerdas de Sara?

– ¿Esa hermana tuya que andaba preocupada por si se te ocurría robar otro Jeep?

– Exacto. Matt es su marido. Él se ocupa del bar, pero hoy va a llegar tarde.

– Vaya, tienes una familia muy numerosa porque hace un rato he conocido a tu tía Debbie.

– Ah… vaya, me sorprende que te haya dejado ir. Debe de estar perdiendo facultades.

– O a lo mejor es que no me ha interesado su propuesta.

Lily se encogió de hombros, pero Logan se percató de que le había gustado su respuesta.

– ¿Qué quieres?

«Si tú supieras».

– ¿Qué tienes?

– Prácticamente de todo.

– Mmm -dijo Logan pensativo-. ¿Qué tal algo lento, pero potente?

– ¿Seguimos hablando de bebidas o de otra cosa?

– De lo que tú quieras.

Varias emociones cruzaron por el rostro de Lily. Emoción, excitación, nervios. La combinación resultaba de lo más estimulante.

Lily deslizó su mirada hasta los labios de Logan y se mordió el labio inferior. Logan estaba dispuesto a apostarse hasta el último centavo que tenía a que estaba pensando en el beso del día anterior.

Formidable.

Ya eran dos.

– Así que hemos dicho algo lento, pero potente… -comentó Lily girándose.

Al hacerlo, Logan la agarró de la muñeca y se fijó en que, además de la mano, que la tenía helada, también tenía los labios morados. Obviamente, estaba muerta de frío.

– No -le advirtió Lily retirando la mano.

– Pero si no he dicho nada.

– No, pero me ibas a decir que me sustituyes mientras yo voy a calentarme.

– No es mala idea.

– Pero…

– Pero tú no eres una mujer que se deje ayudar fácilmente, ¿verdad?

– Efectivamente. Gracias de todas maneras. Un bonito detalle por tu parte. Eres un hombre muy dulce.

– Te aseguro que lo que tengo ahora mismo en mente es todo menos dulce -le advirtió Logan-. ¿Quieres que te lo cuente?

– Sí -contestó Lily sin dudarlo.

Aquello hizo reír a Logan.

– Estaba pensando en todas las formas que se me ocurren para calentarte. Podría…

Lily le puso un dedo sobre los labios.

– Ya me estás calentando con tu mirada. Me encanta cómo me miras, Logan White.

– ¿Ah, sí? ¿Y cómo te miro?

– Como si me fueras a comer.

– ¿Y te da miedo?

– A mí, nada me da miedo.

En aquel momento, llegó Matt y Lily salió de la barra con dos whiskys.

– Esto es lo mejor para calentarse en una noche de nieve -le dijo entregándole un vaso a Logan y sentándose a su lado.

– Brindemos entonces por calentarnos en una noche de nieve -contestó Logan alzando su copa.

Lily sonrió y se bebió el vaso de un trago. Logan hizo lo mismo a pesar de que raramente bebía.

– Supongo que con esto entraremos en calor rápidamente -comentó Lily.

– Sí, aunque se me ocurre que…

– Lily Rose.

Una mujer que se parecía mucho a Lily, pero mucho más seria, se acercó a ellos.

– Necesito hablar contigo.

– Ahora no es un buen momento.

– Por favor.

– Está bien -accedió Lily-. Ahora mismo vuelvo.

Logan observó cómo las dos hermanas se iban a un rincón del bar.

– ¡Por Dios, Lily Rose, cómo se te ocurre tomarte una copa con un huésped! Ya está bien con que la gente esté hablando, preguntándose cómo es que los carteles de fuera de pista habían desaparecido como para que ahora te vean bebiendo en el bar. Lo que faltaba.

– La gente no está hablando.

– Claro que sí. No deberías atender la barra. Tienes gente contratada para eso. De verdad, si necesitas ayuda, pídemela.

– No necesito ayuda.

– Me vas a perdonar, pero no estoy de acuerdo en eso.

– Mira, me mato todos los días para dirigir este sitio y lo hago perfectamente bien yo sola. Si no te parece así, ya sabes dónde está la puerta.

– Te recuerdo que estabas bebiendo con un huésped.

– ¿Y? ¿Voy a ir al infierno?

– Lily Rose…

Al oír aquella conversación, Logan se prometió a sí mismo que no volvería a llamar Lily Rose a Lily jamás.

– Estoy preocupada por ti, Lily Rose -insistió su hermana-. ¿Qué vas a hacer esta noche?

– Lo que me dé la gana. Mira, he tenido un día muy largo y me quiero ir a mi habitación a darme una ducha y meterme en la cama, así que, si no te importa, nos vemos mañana.

– Lily Rose…

Pero Lily ya se había girado y volvía en dirección a Logan.

– Sólo tienes dos hermanas, ¿no? -sonrió él al verla.

– Sí, gracias a Dios -contestó Lily-. Bueno, te dejo porque me quiero ir a cambiar de ropa.

– Muy bien. ¿Nos vemos luego?

– De acuerdo -contestó Lily.

Sin embargo, fue imposible porque, justo cuando se acababa de terminar de duchar y de cambiar de ropa, apareció en su habitación Debbie para regalarle unos preciosos pendientes de cristal y plata y contarle lo maravillosa que era la vida en Nueva York. Cuando consiguió quitársela de encima, tuvo que hacerse cargo de un problema con las tuberías en los baños de los empleados y, para terminar la noche, tuvo que ir a buscar al técnico informático porque el chico no tenía coche y se les había caído el servidor.

Cuando, por fin, terminó la retahíla de despropósitos eran más de las doce de la noche y, aunque el bar seguía lleno de gente, Logan no estaba.

Tampoco lo encontró en la cafetería ni en el porche ni en el jacuzzi. No era de extrañar. Habían pasado horas desde que le había dicho que se encontrarían dentro de un rato.

Lily suspiró fastidiada.

De nuevo, por culpa del hotel se había quedado sin algo que quería.

Sin alguien con quien le apetecía estar.

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