Capítulo Tres

Lily oía el latido de su corazón por dentro. Fuerte, potente, alto. De repente, se le antojó que la ropa le apretaba. ¿O sería la piel que le tiraba?

El hombre volvió a acariciarle la base de la garganta con la yema del dedo y Lily se fijó en que él parecía tan agitado como ella.

– ¿Esto… qué?

El desconocido la miró con un brillo especial en los ojos.

¿Impaciencia?

– No sé si voy a poder explicarlo con palabras sin ponerme demasiado gráfico.

Lily sintió que se estremecía de pies a cabeza.

– Comprendo -contestó Lily-. ¿Te sucede a menudo?

– No. ¿Y a ti?

¿El qué? ¿Mirarse en sus ojos y sentir como si se estuviera ahogando de felicidad? ¿Querer desnudarse allí mismo para sentir sus manos por todas partes?

– No -consiguió contestar-. No demasiado a menudo.

El desconocido se quedó mirándola a los ojos con intensidad.

– Esta mañana, durante el salvamento, he oído que tus compañeros te llamaban «Slim», pero supongo que no te llamas así -comentó acariciándole la mandíbula.

– No, me llamo Lily Harmon.

– Logan White -se presentó el desconocido acariciándole la coleta en la que Lily llevaba el pelo recogido-. ¿Sigues de servicio?

– En realidad, hoy no estoy de servicio -contestó Lily-. Trabajo en el hotel.

Lily no solía decir que era la propietaria porque, entonces, la gente la miraba de otra manera y eso a ella no le gustaba.

– Me había tomado un descanso para comer algo.

– Perfecto.

Sí, perfecto para hacer unas cuantas cosas juntos.

– ¿Perfecto para qué?

– Para terminar la carrera. ¿Todavía te crees capaz de ganarme?

– Sé que soy capaz de ganarte.

Logan la miró desafiante.

– Vamos -lo animó Lily avanzando hacia la Endiablada.

– ¿Lista? -le preguntó Logan una vez allí.

– Espero que el que esté listo para perder seas tú -contestó ella.

Logan se rió de manera sensual.

– Eso ya lo veremos…

Lily no esperó. ¿Trampa? Bueno, sólo un poco. Después de haber visto cómo esquiaba aquel hombre, lo cierto era que no estaba tan segura de poder ganarlo a no ser que lo tomara por sorpresa.

Lily sentía el viento en la cara y, con la emoción de la carrera, su ritmo cardiaco se aceleró. Logan se puso a su altura rápidamente y durante un buen rato se deslizaron sobre la nieve en paralelo.

«Vamos a la par», pensó Lily sin poder evitar preguntarse si en la cama les iría igual de bien.

En aquel momento, se cruzó un esquiador. El hombre no los había visto y había un barranco muy cerca, así que Lily le gritó que se apartara. Al oír voces, el hombre se giró hacia ellos y, al comprender el peligro, se tiró al suelo.

Al hacerlo, se llevó a Lily por delante.

– ¿Estás bien? -le preguntó Logan.

«No, por supuesto que no estoy bien», pensó Lily.

Se había caído y ella jamás se caía.

Maldición.

Al mirar a su alrededor, se dio cuenta de que lo que había pasado en realidad había sido que Logan la había tirado adrede al suelo para evitar que cayera por el barranco. Al imaginarse el daño que podría haberse hecho, sintió náuseas.

– Menuda caída -comentó Logan poniéndole la mano en el brazo.

– Estoy bien -le aseguró Lily.

En realidad, lo único que le dolía era el orgullo.

– Menudo desagradecido -comentó Logan al ver que el esquiador que había provocado todo aquello se largaba sin decir nada.

– Ya ves -contestó Lily encogiéndose de hombros-. Vaya -se lamentó al ver que se le había roto una de las ataduras de la tabla.

– Espera -le dijo Logan abriendo su mochila y rebuscando en el interior.

– ¿Cinta americana? -se sorprendió Lily.

– Mira -contestó Logan atándole la bota a la tabla.

– Vamos -propuso Lily incorporándose.

Al hacerlo, sintió una punzada de dolor en la rodilla izquierda. Era una vieja lesión por la que había tenido que pasar dos veces por quirófano y que ahora le estaba molestando bastante.

– ¿Por qué no descansamos un poco? -propuso Logan observándola atentamente.

– ¿Por qué? ¿Estás cansado?

– Lily…

Sonó una voz por su radio.

Era su hermana Sara, dos años más joven que Gwyneth. En lugar de seria, cínica y marimandona, era maternal, cotilla y marimandona también.

– Lily Rose, estoy en tu mesa y no estás.

– Increíbles dotes de deducción -murmuró Lily.

– ¿Lily Rose? ¿Me oyes?

– ¿Qué pasa?

– Madre mía, menuda mesa tienes. Qué desastre.

– Gracias. Ahora mismo voy para allá -contestó Lily interrumpiendo la comunicación abruptamente.

Cinco segundos después, sonó su teléfono móvil. Lily sabía que era Sara de nuevo.

– ¿Qué quieres ahora? -le espetó dando al manos libres en lugar de quitarse el casco para hablar de forma normal.

– Mira, ha llegado la tía Debbie hace un rato y se ha enfadado mucho porque dice que habló contigo para que le reservaras una suite y no tenemos ninguna libre.

La tía Debbie era la hermana pequeña de su madre, una «sorpresa» de su abuela, una hija que no esperaban, tan sólo unos años mayor que Gwyneth. Era una esnob que vivía en Nueva York y solía ir por allí una o dos veces al año vestida con los monos de esquí más fashion del momento, entregando carísimos regalos y abrazos falsos a diestro y siniestro.

Siempre que iba por allí, se liaba con algún esquiador increíblemente guapo, estaba con él una semana y luego se largaba.

– A mí no me ha dicho nada, así que dale la mejor habitación que tengas por ahí y listo.

– Eso es lo que iba a hacer, pero a ver si la próxima vez te acuerdas de comentar este tipo de cosas.

Lily puso los ojos en blanco. Hablar con sus hermanas era como hablar con una pared.

– Ah, por cierto, Leah me ha comentado que va a venir un amigo suyo para quedarse una semana y que viene con un Jeep nuevo -rió Sara-. No se lo robes, ¿eh?

– ¿Todavía no te has enterado de que yo no robo Jeeps nuevos? Sólo me gustan los viejos -contestó Lily.

– Perdón, pero no he podido vencer la tentación -bromeó su hermana.

Lily colgó el teléfono.

– Pero qué graciosa…

– ¿Tu hermana mayor?

Lily flexionó las rodillas unas cuantas veces para ver si se le había ido el dolor, pero no había sido así.

– Sí, todavía no se ha enterado de que ya no soy la salvaje que era de adolescente y de que robar el precioso Jeep Laredo de mi padre para ir a fumar marihuana a la colina ya no me hace gracia.

Aquello hizo reír a Logan.

– Bueno, las estupideces que se hacen cuando uno es joven.

Lily se sorprendió de que no le hiciera mil y una preguntas.

– Sí, lo que pasa es que, por lo visto, yo era más estúpida que los demás.

– ¿Por qué dices eso?

– Bueno, para empezar eran momentos estúpidos porque casi siempre me pillaban. En aquella ocasión, claro, no fue difícil porque se me olvidó poner el freno de mano y, cuando salí del coche y me senté para fumarme un porro a la luz de la luna, el coche se fue cuesta abajo.

– Vaya.

– Sí -suspiró Lily-. Todavía se creen que soy aquella estúpida adolescente, da igual el tiempo que haya pasado.

– ¿Eres la hermana pequeña?

– Por desgracia, sí. ¿Y tú?

– Soy el mayor.

– Ah -sonrió Lily-. Entonces, ¿eres imposible, frío y sabelotodo?

– Por supuesto.

– Puede que seas imposible y lo de sabelotodo todavía no lo sé, pero de frío no tienes nada.

Logan no contestó.

– ¿Qué tal la rodilla?

– ¿Lo ves? Si fueras un hombre frío, ni siquiera te habrías dado cuenta de que me duele -contestó Lily-. No te preocupes, es una vieja lesión.

Logan se arrodilló ante ella, le levantó el pantalón hasta por encima de la rodilla y se quedó mirando la cicatriz.

– Llevo una venda elástica en la mochila. ¿La quieres?

– Sí -contestó Lily consciente de que la ayudaría a bajar la pista sin dolor.

A continuación, Logan le vendó la rodilla.

– ¿Los empleados pueden utilizar el jacuzzi?

– Bueno, la verdad es que… no soy una empleada del hotel -contestó Lily.

Quería decirle la verdad, quería que la conociera.

– ¿Ah, no? -dijo Logan poniéndose en pie.

– No, soy… la dueña -le explicó Lily-. Lo he heredado de mi abuela -sonrió.

Logan ni parpadeó.

– Entonces, seguro que puedes utilizar el jacuzzi.

Lily se quedó mirándolo y se rió.

De nuevo, la había sorprendido. De nuevo, no le había hecho ninguna pregunta.

– ¿Vas a poder bajar esquiando tú sola?

Lily asintió e inició el descenso. Logan la siguió por si necesitaba algo. Lily había esquiado con muchos hombres a lo largo de los años con los que tenía pensado acostarse, pero jamás la experiencia le había resultado tan excitante.

Cuando estaban llegando al hotel, volvió a sonar la radio. En aquella ocasión era Chris.

Otra emergencia.

Un esquiador se había salido de pista. No se había hecho nada, pero no era capaz de trepar por las rocas para volver a la pista.

– Lo que me faltaba -se lamentó Lily-. Lo siento, pero me tengo que ir.

– La persona con la que hablabas parecía muy preocupada -contestó Logan.

– Sí, es que este salvamento no va a ser fácil. Está anocheciendo y el lugar en el que el esquiador se ha salido de pista es muy rocoso y está cubierto de hielo y de nieve polvo.

– En otras palabras, hay riesgo de avalancha.

– Exacto.

– Os puedo ayudar.

– No.

– Llevo diez años escalando.

Lily suspiró.

Lo cierto era que aquel hombre le había arreglado la atadura de la bota con cinta americana y le había vendado la rodilla cuando casi nadie se había dado cuenta de que se había hecho daño.

– Está bien, vamos.

– Vamos, Lily Rose.

– Como me vuelvas a llamar Lily Rose, vas a ser tú el que se salga de pista.

Aquello hizo reír a Logan.

Загрузка...