11

Thor Vigilante vio las dos grúas subiendo hacia la cima de la torre. Krug y el doctor Vargas en una, Manuel y sus amigos en la otra. Esperaba que la visita fuera breve. El elevamiento de bloques se detendría, como de costumbre, mientras los visitantes permanecieran arriba. Vigilante había dado la señal para que se iniciaran las actividades alternativas: arreglo de grúas usadas, sustitución de nódulos energéticos agotados, revisiones de mantenimiento de los cubículos transmat, y otras tareas menores. Paseó entre los hombres, asintiendo, intercambiando saludos, acompañándolos cuando era apropiado con los signos secretos de la comunión androide. Casi todos los que trabajaban en la torre eran miembros de la iglesia: todos los gammas, desde luego, y casi tres cuartas partes de los betas.

Mientras Vigilante caminaba por el emplazamiento de la construcción, se cruzó con Respondedores, Sacrificadores, Entregadores, Guardianes, Protectores, Transcendedores y Absorbedores; virtualmente todos los niveles de la jerarquía estaban representados. Incluso había una docena de Preservadores, todos betas. Vigilante había aplaudido la reciente idea de admitir a los betas entre los Preservadores. Si había algo que no necesitaban los androides, eran categorías excluyentes.

Vigilante atravesaba el sector norte del emplazamiento cuando Leon Spaulding salió del laberinto de pequeñas cúpulas de servicios, un poco más allá. El androide intentó fingir que no le había visto.

—¿Vigilante?—le llamó el ectógeno.

Con gesto de profunda concentración, Vigilante siguió caminando.

—¡Alfa Vigilante!—gritó Spaulding, ahora más formal, con tono más brusco.

El alfa no podía seguir fingiendo. Se dio la vuelta y admitió la presencia de Spaulding deteniéndose y permitiendo que el ectógeno le alcanzara.

—¿Si?—inquirió Vigilante.

—Concédeme parte de tu valioso tiempo. Alfa Vigilante. Necesito información.

—Pregunte.

—¿Conoces esos edificios de allí? —preguntó Spaulding, señalando con el pulgar en dirección a las cúpulas de servicios.

Vigilante se encogió de hombros.

—Almacenes, sanitarios, cocinas, local de primeros auxilios, cosas por el estilo. ¿Por qué?

—Estaba inspeccionando la zona. Llegué a una cúpula donde me fue negada la admisión. Dos betas insolentes me dieron toda una serie de explicaciones sobre por qué no podía entrar.

¡La capilla! Vigilante se puso rígido.

—¿Para qué es ese edificio?—preguntó Spaulding.

—No sé a cuál se refiere.

—Te lo enseñaré.

—En otro momento —dijo Vigilante, tenso—. Ahora mismo mi presencia es necesaria en el centro principal de control.

—Ya irás dentro de cinco minutos. ¿Vienes conmigo?

A Vigilante no se le ocurrió ninguna manera sencilla de librarse de él. Con un frío gesto de asentimiento, se rindió, y siguió a Spaulding en dirección a la zona de servicio, con la esperanza de que el ectógeno se perdiera entre las cúpulas, Spaulding no se perdió. Por el camino más recto posible, se dirigió a la capilla, y señaló la estructura gris, de aspecto vulgar, con un ceremonioso gesto de la mano.

—Este —dijo—. ¿Qué es?

Dos betas de la casta de los Guardianes estaban de servicio en el exterior. Parecían tranquilos, pero uno de ellos hizo una señal oculta de angustia cuando Vigilante le miró. Vigilante le respondió con una señal reconfortante.

—No estoy familiarizado con este edificio —dijo—. ¿Para qué se usa, amigos?

—Contiene el equipo de enfoque para el sistema de refrigeración, Alfa Thor —respondió el beta de la izquierda con tranquilidad.

—¿Es eso lo que le dijeron?—preguntó Vigilante al ectógeno.

—Si —asintió Spaulding—. Expresé mi deseo de inspeccionar el interior. Me dijeron que, si entraba, correría peligro. Respondí que conocía las técnicas básicas de seguridad. Luego se me dijo que entrar me supondría serias molestias físicas. Respondí que podía soportar las molestias hasta un nivel razonable, y que yo juzgaría cuál era ese nivel. Después, fui informado de que dentro se estaban llevando a cabo delicados procesos de mantenimiento, y que mi entrada en el edificio pondría en peligro el éxito de dichos procesos. Se me invitó a visitar otra cúpula de refrigeración, a muchos cientos de metros de aquí. En el tiempo que duró esta conversación, los dos betas no me permitieron el acceso al edificio. Creo, Alfa Vigilante, que si hubiera intentado entrar, me lo habrían impedido por la fuerza. ¿Qué está pasando ahí dentro, Vigilante?

—¿Ha considerado la posibilidad de que todo lo que le dijeron los betas sea verdad?

—Su testarudez me hace sospechar.

—¿Qué cree que hay ahí dentro? ¿Un burdel androide? ¿Un cuartel de conspiradores? ¿Un escondrijo de psicobombas?

—En este momento, me preocupan mucho más los esfuerzos por mantenerme alejado de este edificio, que lo que pueda haber dentro —replicó Spaulding, tenso—. Como secretario privado de Simeon Krug…

Automáticamente, los dos nerviosos betas empezaron a hacer el signo de Alabado-sea-Krug. Vigilante les dirigió una mirada, y bajaron las manos con rapidez.

—…tengo el privilegio de examinar todas las actividades que puedan tener lugar aquí —siguió Spaulding, que, era evidente, no había advertido nada—. Por tanto…

Vigilante le examinó atentamente, tratando de decidir cuánto sabía el ectógeno. ¿Estaría causando problemas por el simple placer de hacerlo? ¿Se dejaba llevar por la rabieta sólo porque le había picado la curiosidad, se había puesto en duda su autoridad, y no había conseguido entrar en aquel edificio de apariencia vulgar? ¿O conocería ya la naturaleza del edificio, y estaba representando una complicada charada para poner en apuros a Vigilante?

Nunca le resultaba sencillo averiguar los motivos de Spaulding. La causa principal de su hostilidad hacia los androides era obvia: provenía de su propio origen. Su padre, cuando era joven, había temido morir en algún accidente antes de recibir un certificado que le mostrara capacitado para la paternidad; a su madre le horrorizaba la idea del embarazo. Por tanto, ambos depositaron gametos en bancos congeladores. Poco después, los dos perecieron en una avalancha, en Ganímedes. Sus familias tenían riqueza e influencia política, pero aun así tuvieron que pasar casi quince años entre litigios antes de que se concediera un decreto de deseabilidad genética, permitiendo la existencia de un certificado retroactivo de paternidad para el esperma y el óvulo congelados de la pareja muerta.

Así, Leon Spaulding fue concebido mediante fecundación in vitro, y gestado en una placenta artificial, de la que salió tras los 266 días acostumbrados. Desde el momento de su nacimiento, tuvo todos los derechos legales de un ser humano, incluido el de reclamar la herencia de sus padres. Pero, como tantos otros ectógenos, le intranquilizaba la borrosa frontera que separaba a los nacidos de la botella de los nacidos de la cuba, y se reafirmaba en su propia existencia demostrando desprecio hacia aquellos que eran completamente sintéticos, no sólo resultado de la unión artificial de gametos naturales. Al menos, los androides nunca albergaban ilusiones sobre haber tenido padres; los ectógenos sospechaban a menudo que no los habían tenido. En cierto modo, Vigilante sentía compasión hacia Spaulding, que ocupaba un difícil lugar entre los mundos de lo completamente natural y lo completamente artificial. Pero tampoco podía sentir demasiada lástima por la inadaptación del ectógeno.

Y, en cualquier caso, seria desastroso que Spaulding entrara en la capilla.

—Esto se puede arreglar fácilmente —dijo Vigilante, que intentaba ganar tiempo—. Espere aquí mientras yo entro a ver qué está sucediendo.

—Te acompañaré —insistió Spaulding.

—Estos betas han dicho que puede ser peligroso.

—¿Más peligroso para mí que para ti? Entraremos los dos, Vigilante.

El androide frunció el ceño. En cuestión de estatus, Spaulding y él estaban a la misma altura: ninguno podía dar órdenes al otro, ninguno podía acusar al otro de insubordinación. Pero quedaba el hecho de que él era un androide, y Spaulding era un ser humano, y en cualquier conflicto de voluntades entre androide y humano, si todos los demás factores estaban igualados, el androide tenía que ceder. Spaulding se dirigía ya hacia la entrada de la cúpula.

—Por favor, no —dijo Vigilante con rapidez—. Si hay riesgo, deje que lo corra yo. Revisaré el edificio y comprobaré si es seguro. No entre hasta que no le llame.

—Insisto…

—¿Qué diría Krug si se enterase de que los dos hemos entrado en un edificio después de que se nos advirtiera que había peligro? Tenemos la obligación de preservar nuestras vidas. Espere. Espere. Sólo un momento.

—Muy bien —aceptó Spaulding, disgustado.

Los betas se separaron para permitir el paso a Vigilante. El alfa entró rápidamente en la capilla. Dentro, encontró a tres gammas junto al altar, en la postura de la casta de los Entregadores; entre ellos había un beta, en la postura del Protector, y un segundo beta permaneció acuclillado junto al muro, con las yemas de los dedos sobre el holograma de Krug mientras recitaba las palabras del ritual Transcendedor. Cuando Vigilante entró, todos le miraron.

El alfa improvisó rápidamente una posible táctica de distracción.

Llamó a uno de los gammas.

—Hay un enemigo fuera —le dijo—. Con tu ayuda, le confundiremos.

Vigilante dio al gamma instrucciones cuidadosas, y ordenó al androide que las repitiera. Luego señaló la puerta trasera de la capilla, junto al altar, y el gamma salió.

Tras una breve plegaria, Vigilante regresó junto a Leon Spaulding.

—Lo que le dijeron era la verdad —informó el alfa—. Esto es una cúpula de refrigeración. Hay un equipo de mecánicos llevando a cabo una recalibración difícil. Si entra, los distraerá, y tendrá que caminar con mucho cuidado para esquivar algunas trampillas abiertas en el suelo, además de que tendrá que soportar una temperatura de menos de…

—Aun así, quiero entrar —dijo Spaulding—. Por favor, permíteme el paso.

Vigilante vio que el gamma se acercaba jadeante desde el este. Sin apresurarse, el alfa hizo como si fuera a dar a Spaulding acceso a la puerta de la capilla. En ese momento, llegó el gamma a toda velocidad.

—¡Ayuda! ¡Ayuda para Krug! ¡Krug está en peligro! ¡Salvad a Krug!

—¿Dónde?—exigió saber Vigilante.

—¡Junto al centro de control! ¡Asesinos! ¡Asesinos !

Vigilante no permitió que Spaulding se parase a pensar en lo imposible de la situación.

—¡Vamos! —exclamó, tirando del brazo del ectógeno—. ¡Debemos darnos prisa!

La conmoción había hecho palidecer a Spaulding. Como había esperado Vigilante, la supuesta emergencia le había quitado de la cabeza el problema de la capilla.

Juntos, corrieron hacia el centro de control. Tras una veintena de zancadas, Vigilante volvió la cabeza, y vio docenas de androides corriendo hacia la capilla, según había ordenado. La desmantelarían en pocos minutos. Para cuando Leon Spaulding pudiera volver a aquel sector, en la cúpula no habría más que un equipo de refrigeración.

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