36

El brillo del transmat no tenía el tono verde habitual. Lilith lo miró, dubitativa.

—¿Nos atrevemos a entrar?—preguntó.

—Es necesario —respondió Thor Vigilante.

—¿Y si morimos?

—No seríamos los únicos en morir hoy.

Ajustó los controles. El tono del campo parpadeó y cambió, subiendo por el espectro, hasta ser casi azul. Luego descendió hacia el extremo opuesto, adquiriendo un color rojo bronce.

Lilith se agarró al codo de Vigilante.

—Moriremos —susurró—. Seguramente, el sistema transmat está estropeado.

—Tenemos que ir a la torre —le dijo, y terminó de fijar los diales.

Inesperadamente, el brillo verde recuperó su cualidad adecuada.

—Sígueme —dijo Vigilante.

Entró en el transmat. No tuvo tiempo de ponderar la posibilidad de su destrucción, porque apareció inmediatamente en el emplazamiento de la construcción. Lilith salió del transmat y se quedó a su lado.

Vientos salvajes azotaban la zona. Todo el trabajo se había detenido. Muchas grúas colgaban aún de la parte superior de la torre, con trabajadores atrapados dentro de ellas. Otros androides se movían sin rumbo, arrastrando los pies por la costra helada de la tundra, preguntándose unos a otros por las últimas noticias. Vigilante vio a cientos de hombres arremolinados en la zona de las cúpulas de servicios: los que no cabían en la capilla, sin duda. Alzó la vista hacia la torre. “Qué hermosa es —pensó—. Unas semanas más, y la habríamos terminado. Una aguja de cristal alzándose más y más y más, fuera de toda comprensión.”

Los androides le vieron. Corrieron hacia él, gritando su nombre, agrupándose a su alrededor.

—¿Es cierto?—preguntaban—. ¿Krug? ¿Krug? ¿Krug nos desprecia? ¿Krug nos llama cosas? ¿De verdad no somos nada para él? ¿Rechaza nuestras plegarias?

—Cierto —asintió Vigilante—. Todo lo que habéis oído es cierto. Rechazo total. Hemos sido traicionados. Nos hemos comportado como idiotas. Dejadme pasar, por favor. ¡Abridme paso!

Los betas y los gammas retrocedieron. Incluso en un día como aquél, las distancias sociales seguían gobernando las relaciones entre androides. Con Lilith siguiéndole de cerca, Vigilante avanzó a zancadas hacia el centro de control.

Encontró dentro a Euclides Proyectista. El ayudante del capataz estaba sentado junto a su escritorio, parecía agotado. Vigilante le sacudió por un hombro, y Proyectista reaccionó lentamente.

—Lo he detenido todo —murmuró—. En cuanto llegó la noticia de la capilla. Dije, alto todo el mundo. Alto. Y se detuvieron. ¿Cómo van a construir una torre para él, cuando…?

—Muy bien —le tranquilizó Vigilante—. Hiciste lo correcto. Ahora, levántate. Puedes marcharte. El trabajo aquí ha terminado.

Euclides Proyectista asintió, se puso en pie y salió del centro de control.

Vigilante le sustituyó en el asiento de enlace. Se conectó con la computadora. Aún fluían datos, aunque muy despacio. Vigilante tomó el control y activó las grúas de la cima de la torre, haciéndolas bajar hasta el suelo y liberando a los trabajadores atrapados. Luego, solicitó la simulación de una avería parcial de los sistemas en las unidades de refrigeración. La pantalla le presentó el acontecimiento deseado. Estudió la geografía del emplazamiento de la construcción, y decidió la dirección en que quería que cayese la torre. Tendría que derrumbarse hacia el este, de manera que no destruyera el centro de control donde estaba sentado ni las hileras de transmats. Muy bien. Vigilante dio instrucciones a la computadora, y pronto recibió un perfil de la zona de peligro potencial. Otra pantalla le mostró que había más de un millar de androides en aquella zona.

Actuó mediante la computadora para cambiar de lugar las placas reflectoras que iluminaban el emplazamiento. Ahora las placas pendían sobre una banda de 1.400 metros de largo y 500 de ancho, en el cuadrante oriental de la zona de construcción. La banda quedó brillantemente iluminada. Todo lo demás permaneció a oscuras. La voz de Vigilante retumbó cuando surgió de cientos de altavoces, ordenando una evacuación completa del sector designado. Obedientemente, los androides salieron de la luz en dirección a la oscuridad. La zona quedó desierta en cinco minutos. “Bien hecho”, pensó Vigilante.

Lilith estaba de pie tras él. Sus manos descansaban ligeramente sobre los hombros del androide, acariciando los músculos gruesos del cuello. Vigilante sintió los pechos de ella contra su nuca. Sonrió.

—Procede con la actividad de desrefrigeración —dijo a la computadora.

La computadora siguió el plan diseñado para la simulación. Invirtió el flujo de tres de las largas trenzas plateadas de refrigeración enterradas en la tundra. En vez de absorber el calor de la torre, las células difusoras de helio-II de las trenzas empezaron a irradiar el calor que antes habían absorbido y almacenado. Al mismo tiempo, la computadora desactivó otras cinco trenzas, para que no absorbieran ni liberaran energía, y programó siete trenzas más para que reflejasen toda la energía que les llegara, reteniendo la que ya habían acumulado. El efecto de estas alteraciones sería fundir de manera desigual la tundra bajo la torre, para que los cimientos perdiesen su asidero y la torre cayera inofensivamente en la zona evacuada. Sería un proceso lento.

Monitorizando los cambios medioambientales, Vigilante observó complacido cómo la temperatura del permafrost se elevaba continuamente hacia el nivel de fusión. La torre seguía firme sobre sus cimientos. Pero el permafrost empezaba a fundirse. Molécula a molécula, el hielo se convertía en agua, la tierra dura como el hierro se transformaba en barro. En una especie de éxtasis, Vigilante recibía cada dato de la inestabilidad creciente. ¿Se balancearía ya la torre? Sí. Muy poco, pero era evidente que se movía ya más allá de los parámetros permisibles del equilibrio. Se movía desde la base, inclinándose un milímetro hacia aquí, un milímetro hacia allá. ¿Cuánto pesaría aquella estructura de más de 1.200 metros, con sus bloques de cristal? ¿Qué clase de ruido haría al caer? ¿En cuántos pedazos se rompería? ¿Qué diría Krug? ¿Qué diría Krug? ¿Qué diría Krug?

Sí, ahora el desplazamiento era evidente.

A Vigilante le pareció detectar un cambio de color en la superficie de la tundra. Sonrió. Se le aceleró el pulso. La sangre se le arremolinaba en las mejillas y en los riñones. Se encontraba en un estado de excitación sexual. Cuando esto termine, juró, copularé con Lilith encima de las ruinas. Así. Así. ¡Ahora sí que se mueve! ¡Se inclina! ¿Qué estaría sucediendo con las raíces de la torre? ¿Lucharían los cimientos por seguir agarrados a una tierra que ya no podía retenerlos? ¿Sería muy resbaladizo el fango bajo la superficie? ¿Herviría y burbujearía? ¿Cuánto faltaría para que cayese la torre? ¿Qué diría Krug? ¿Qué diría Krug?

—Thor —murmuró Lilith—, ¿puedes separarte un momento?

Ella también se había conectado.

—¿Qué? ¿Qué?—dijo él.

—Sal. Desconéctate.

Rompió el contacto de mala gana.

—¿Qué sucede?—preguntó, sacudiéndose las imágenes de destrucción que se habían apoderado de su mente.

Lilith señaló hacia el exterior.

—Problemas. Archivista ha venido. Creo que está pronunciando un discurso. ¿Qué hago?

Al mirar hacia el exterior, Vigilante vio al líder del PIA cerca de la hilera de transmats, rodeado por un círculo de betas. Archivista agitaba los brazos, señalando en dirección a la torre, mientras gritaba. Ahora caminaba hacia el centro de control.

—Yo me encargaré de esto —dijo Vigilante.

Salió al exterior. Archivista se encontró con él a medio camino entre los transmats y el centro de control. El alfa parecía muy agitado.

—¿Qué está sucediendo con la torre, Alfa Vigilante?—preguntó en seguida.

—Nada que deba preocuparte.

—La torre está bajo la autoridad de Protección de la Propiedad de Buenos Aires —declaró Archivista—. Según nuestros sensores, el edificio se está moviendo más allá de los niveles permisibles. Mis jefes me han enviado a investigar.

—Vuestros sensores son muy precisos —replicó Vigilante—. La torre se balancea. Ha habido un fallo en los sistemas de refrigeración. El permafrost se está fundiendo, creemos que la torre caerá pronto.

—¿Qué has hecho para corregirlo?

—No lo entiendes —dijo Vigilante—. Las trenzas de refrigeración han sido desconectadas por orden mía.

—¿La torre caerá también?

—La torre también caerá.

—¿Qué locura habéis desencadenado hoy por el mundo? —preguntó Archivista, horrorizado.

—La bendición de Krug no existe. Sus criaturas se han declarado independientes.

—¿Con una orgía de destrucción?

—Con un programa planeado de rechazo de la esclavitud, sí —asintió Vigilante.

Archivista meneó la cabeza.

—Éste no es el sistema. ¡Éste no es el sistema! ¿Os habéis vuelto todos locos? ¿Es que habéis perdido la razón? Estábamos a punto de ganarnos las simpatías de los humanos. Ahora,sin previo aviso, lo destrozáis todo, iniciando una guerra perpetua entre androides y humanos…

—Que ganaremos —dijo Vigilante—. Somos muchos más que ellos. Y hombre a hombre, somos más fuertes. Controlamos las armas, los instrumentos de comunicación y los transportes.

—¿Por qué tenéis que hacer esto?

—No hay elección, Alfa Archivista. Pusimos nuestra fe en Krug, y Krug destruyó nuestras esperanzas. Ahora, devolvemos el golpe. Contra los que se burlaron de nosotros. Contra los que nos utilizaron. Contra quien nos hizo. Y le herimos donde es más vulnerable, derribando su torre.

Archivista miró por encima de Vigilante, hacia la torre. Vigilante también se volvió. Ahora, el balanceo era perceptible a simple vista.

—No es demasiado tarde para volver a conectar la refrigeración, ¿verdad?—preguntó rápidamente Archivista—. ¿No atenderás a razones? Esta revolución no es necesaria. Habríamos llegado a un acuerdo con ellos, Vigilante. Vigilante, ¿cómo es posible que alguien de tu inteligencia sea un fanático? ¿Vas a destruir el mundo porque tu dios te ha abandonado?

—Preferiría que te marcharas ya —fue la respuesta de Vigilante.

—No. Tengo la obligación de guardar la torre. Tenemos un contrato.

Archivista miró a los androides que les rodeaban.

—¡Amigos!—exclamó—. ¡Alfa Vigilante se ha vuelto loco! ¡Está destruyendo la torre! ¡Os pido ayuda! ¡Sujetadle, retenedle mientras entro en el centro de control y arreglo la refrigeración! ¡Agarradle, o la torre caerá!

Ningún androide se movió.

—Lleváoslo, amigos míos —dijo Vigilante.

Se acercaron.

—¡No!—gritó Archivista—. ¡Escuchadme! ¡Esto es una locura! ¡Es irracional! ¡Es…!

Un sonido amortiguado llegó del centro del grupo. Vigilante sonrió y volvió al centro de control.

—¿Qué le harán?—preguntó Lilith.

—No tengo ni idea. Matarle, quizá. En momentos como éste, siempre se ahoga a la voz de la razón —respondió Vigilante.

Examinó la torre. Ahora se inclinaba claramente hacia el este. Nubes de vapor se alzaban de la tundra. Distinguía las burbujas en el lodo del emplazamiento, allí donde las trenzas bombeaban calor al permafrost. Un banco de niebla empezaba a formarse a poca altura sobre el suelo, donde el frío del Ártico chocaba con el calor que se alzaba de la tundra. Vigilante alcanzó a oír los crujidos en la tierra, los extraños sonidos de succión del lodo al despegarse del lodo. “¿Cuál es ahora la desviación de la torre con respecto a su perpendicular?—se preguntó—. ¿Dos grados? ¿Tres? ¿Cuánto más debe inclinarse para que el centro de gravedad cambie y la estructura caiga?”

—Mira —dijo de repente Lilith.

Otra figura acababa de salir del transmat: Manuel Krug. Llevaba ropa de alfa —mi propia ropa, comprendió Vigilante—, pero rota y ensangrentada, y la piel que aparecía a través de los desgarrones estaba llena de cortes profundos. Manuel apenas parecía consciente del frío intenso. Corrió hacia ellos, desesperado, con ojos enloquecidos.

—¿Lilith? ¿Thor? ¡Oh, gracias a Dios! ¡He ido a todas partes, intentando encontrar un rostro amigo! ¿Es que el mundo se ha vuelto loco?

—Deberías ponerte algo un poco más de abrigo en esta zona —respondió tranquilamente Vigilante.

—¿Qué importa eso ahora? Escuchad, ¿dónde está mi padre? Nuestros androides se han vuelto locos. Clissa ha muerto. La violaron. La despedazaron. Conseguí escapar por poco. Y vaya adonde vaya…, ¿qué está pasando, Thor? ¿Qué está pasando?

—No debieron hacer daño a tu esposa —dijo Vigilante—. Lo lamento Era innecesario.

—Ella era su amiga —gruñó Manuel—. ¿Sabías que daba dinero en secreto para el PIA? Y…, y…, buen Dios, estoy perdiendo la cabeza. La torre parece inclinada.

Parpadeó y se frotó los ojos varias veces.

—Me sigue pareciendo que tiembla. ¿No está inclinada? ¿Cómo es posible? No…, no…, me vuelvo loco. Dios me ayude. Pero al menos, estás aquí. ¿Lilith? ¿Lilith?

Extendió los brazos hacia ella. Temblaba convulsivamente.

—¡Tengo tanto frío, Lilith…! Por favor, abrázame. Llévame a alguna parte. Sólo nosotros dos. Te quiero, Lilith. Te quiero, te quiero, te quiero. Eres todo lo que me queda…

La buscó.

Ella le eludió. Manuel sólo abrazó aire. Libre de él, Lilith se acercó a Vigilante, presionando fuertemente el cuerpo contra el suyo. Vigilante la estrechó entre sus brazos, y sonrió triunfante. Sus manos bajaron por el hermoso cuerpo esbelto probando la dureza de la espalda y las nalgas. Buscó los labios de ella con los suyos. Su lengua entró en la boca cálida.

—¡Lilith!—gritó Manuel.

Vigilante sintió que la sensualidad se adueñaba de él. Su cuerpo estaba en llamas. Le palpitaba cada terminación nerviosa. Ahora, su hombría había despertado por completo. Lilith era mercurio en sus brazos. Sus pechos, sus muslos, su espalda, todo ardía contra él. Sólo fue lejanamente consciente del gemido de Manuel.

—¡La torre!—chilló Manuel—. ¡La torre!

Vigilante soltó a Lilith. Dio media vuelta para mirar la torre, con el cuerpo flexionado, expectante. De la tierra surgía un crujido terrible. Le llegaron los sonidos de succión del lodo. La tundra se desgarró y burbujeó. Oyó un ruido como el de los árboles al caer. La torre se inclinó. La torre se inclinó. La torre se inclinó. Las placas reflectoras proyectaban un brillo deslumbrante a lo largo de su cara este. Dentro, el equipo de comunicaciones resultaba claramente visible, semillas dentro de su vaina. La torre se inclinó. En su base, por el lado oeste, grandes trozos de tierra helada se alzaron, llegando casi hasta la entrada del centro de control. Hubo estallidos, como cuerdas de violín al romperse. La torre se inclinó. Hubo un sonido deslizante; ¿cuántas toneladas de cristal habrían sido arrancadas de sus cimientos? ¿Cuántas poderosas junturas habían cedido dentro de la tierra? Los androides, en hileras apretadas lejos de todo peligro, hacían desesperadamente el signo de Krug-nos-guarde. El murmullo de sus plegarias le llegó entre los extraños ruidos que surgían del agujero. Manuel sollozaba. Lilith jadeaba y gemía de una manera que él había oído dos veces, cuando estaba tumbado sobre ella, en los últimos frenesíes de su orgasmo. Vigilante estaba sereno. La torre se inclinó.

Ahora se tambaleaba. El aire desplazado por la caída de la mole casi derribó a Vigilante. La base de la torre apenas parecía moverse, mientras la sección central cambiaba su ángulo constantemente, y la cima inacabada describía un arco repentino mientras se acercaba rápidamente al suelo. Bajó y bajó y bajó y bajó. Su caída quedó encerrada en un momento intemporal. Vigilante pudo separar cada fase del derrumbamiento de la anterior, como si estuviera visualizando una serie de imágenes individuales. Abajo. Abajo. El aire silbaba. Olía a quemado. La torre caía, no toda de una vez, sino en secciones, y golpeaba contra el suelo, rebotando, para caer de nuevo, destrozándose, mientras levantaba inmensas gotas de lodo, y desperdigaba sus propios bloques destrozados en todas direcciones, a gran distancia. El clímax de la caída pareció durar muchos minutos, mientras trozos de muro cristalino se alzaban y caían, de manera que la torre parecía retorcerse como una gigantesca serpiente herida. Un sonido atronador que duró eternamente. Luego, por fin, todo quedó en silencio. Fragmentos de cristal aparecían dispersos en cientos de metros. Los androides habían inclinado las cabezas en oración. Manuel estaba acurrucado a los pies de Lilith, con la mejilla apoyada contra su tobillo derecho. Lilith estaba de pie, con las piernas bien separadas, los hombros erguidos, los pechos subiendo y bajando. Parecía resplandeciente tras el éxtasis. Cerca de ella, Vigilante se sentía maravillosamente tranquilo, aunque empezaba a notar los primeros matices de la tristeza invadiendo su júbilo ahora que la torre había caído. Atrajo a Lilith hacia él.

Un momento más tarde, Simeon Krug surgió de uno de los transmats. Vigilante lo había previsto. Krug se protegió los ojos con la mano, como si temiera un brillo deslumbrante, y miró a su alrededor. Escudriñó el lugar donde se había alzado la torre. Contempló los grupos de androides silenciosos. Durante un largo momento, observó la inmensa extensión de ruinas. Al final, se volvió hacia Thor Vigilante.

—¿Cómo ha sucedido?—preguntó con tranquilidad, controlando rígidamente su tono de voz.

—Las trenzas de refrigeración dejaron de funcionar. El permafrost se fundió.

—Teníamos una docena de dispositivos de seguridad para evitarlo.

—Yo impedí que funcionaran.

—¿Tú?

—Pensé que hacía falta un sacrificio.

Krug no perdió su escalofriante tranquilidad.

—¿Así me lo pagas, Thor? Yo te di la vida. En cierto modo, soy tu padre. Te negué algo que querías, así que destrozaste mi torre, ¿eh? ¿Qué sentido tiene, Thor?

—Tenía sentido.

—Para mí, no —replicó Krug. Dejó escapar una amarga carcajada—. Pero claro, sólo soy un dios. Los dioses no siempre entienden a los mortales.

—Los dioses pueden fallar a su gente —dijo Vigilante—. Y usted nos falló a nosotros.

—¡También era tu torre! ¡Le entregaste un año de tu vida, Thor! Sé cómo la amabas. Estaba dentro de tu mente, ¿recuerdas? Y aun así…, aun así…

Krug se interrumpió, tosiendo.

Vigilante tomó la mano de Lilith.

—Tenemos que irnos. Hemos hecho lo que vinimos a hacer. Volvamos a Estocolmo para reunirnos con los demás.

Pasaron junto a un Krug silencioso e inmóvil, y se dirigieron hacia la hilera de transmats. Vigilante conectó uno de ellos. El campo era verde, del tono adecuado. Las cosas debían de haber vuelto a su cauce en los cuarteles transmat.

Extendió el brazo para fijar las coordenadas. Mientras lo hacía, oyó el rugido angustiado de Krug.

—¡Vigilante!

El androide miró a su espalda. Krug estaba a pocos metros del cubículo transmat. Tenía el rostro enrojecido y desencajado por la ira, las mandíbulas abiertas, los ojos entrecerrados, grandes pliegues en las mejillas. Sus manos arañaban el aire. Con un repentino tirón furioso, Krug agarró a Vigilante por el brazo y le hizo salir del transmat.

Krug parecía estar buscando palabras. No las encontró. Tras un momento de confrontación, abofeteó a Vigilante. Fue un golpe fuerte, pero Vigilante no hizo el menor intento por devolverlo. Krug volvió a golpearle, esta vez con el puño cerrado. Vigilante retrocedió hacia el transmat.

Con un sonido gutural, estrangulado, Krug se precipitó hacia adelante. Agarró a Vigilante por los hombros y empezó a sacudirlo frenéticamente. La ferocidad de los movimientos de Krug dejó atónito al androide. Krug le pateó, le escupió, clavó las uñas en la carne de Vigilante. Vigilante intentó separarse de él. Krug embistió con la cabeza contra el pecho de Vigilante. Sabía que no le resultaría difícil apartar a Krug. Pero no podía hacerlo.

No podía alzar la mano contra Krug.

En la furia de su ataque, Krug había empujado a Vigilante hasta el borde del campo transmat. Vigilante miró por encima del hombro, intranquilo. No había fijado ningunas coordenadas. El campo estaba abierto, y conducía a la nada. Si Krug o él caían dentro…

—¡Thor!—exclamó Lilith—. ¡Cuidado!

La luz verdosa le acarició. Krug, un metro más bajo que él, siguió empujándole. Era hora de poner fin a la pelea. Vigilante lo sabía. Puso las manos en los gruesos brazos de Krug, y se preparó para derribar a su atacante.

“Pero éste es Krug”, pensó.

Pero éste es Krug.

En aquel momento, Krug le soltó. Asombrado, Vigilante se quedó sin aliento, e intentó afirmarse sobre el terreno. Pero Krug cargaba ya hacia él, mientras gritaba y chillaba. Vigilante aceptó el impulso del ataque de Krug. El hombro de Krug chocó contra el pecho de Vigilante. Una vez más, el androide se encontró viviendo un momento intemporal. Retrocedió, como si se hubiera liberado de la gravedad, moviéndose fuera del tiempo, con una lentitud infinita. El campo verde del transmat le absorbió. A lo lejos, oyó el grito de Lilith. A lo lejos, oyó la exclamación triunfal de Krug. Sereno, tranquilo, Vigilante terminó de entrar en el brillo verde, haciendo el signo de Krug-nos-guarde mientras desaparecía.

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