—¡Buenas noches, buenas noches, buenas noches!—saludó el alfa de servicio en la sala de derivación de Nueva Orleans a Manuel Krug y a sus amigos, cuando salieron del transmat—. Señor Krug, señor Ssu-ma, señor Guilbert, señor Tennyson, señor Mishima, señor Foster. Buenas noches. Pasen por aquí, por favor. Su sala de espera ya está preparada.
La antecámara de la sala de derivación era una estructura fría, en forma de túnel, de unos cien metros de largo, dividida en ocho subcámaras cerradas donde los futuros intercambiantes de identidades aguardaban hasta que la red de estasis estuviera preparada para recibirlos. Las subcámaras, aunque eran pequeñas, resultaban cómodas: sillones de redespuma, elegantes dibujos sensoriales en el techo, cubos de música disponibles con sólo tocar un interruptor, una agradable variedad de canales olfativos y visuales en la pared, y otro buen número de comodidades contemporáneas. El alfa los guió a cada uno hasta un sillón.
—Esta noche, el tiempo de programación será de unos noventa minutos —les informó—. No está mal, ¿verdad?
—¿No es posible acelerarlo un poco?
—Ah, no, no es posible. ¿Saben que anoche el tiempo de espera era de cuatro horas? Espere, señor Krug, deje que le conecte el electrodo… Gracias. ¿Y éste? Bien. El sensor matriz…, sí, sí, muy bien. Ya está todo. ¿Señor Ssu-ma, por favor?
El androide dio la vuelta a la habitación, conectándolos a todos. Tardó cosa de un minuto en preparar a cada uno. Cuando el trabajo estuvo terminado, el alfa se marchó. Los datos de los seis hombres en la sala de espera empezaron a fluir. La red de estasis estaba tomando perfiles de sus personalidades, para poder autoprogramarse y controlar cualquier ráfaga repentina de emoción que tuviera lugar durante el intercambio de egos.
Manuel miró a su alrededor. Estaba tenso por la expectación, ansioso de embarcarse en el intercambio. Aquellos cinco hombres eran sus mejores amigos, los más antiguos. Los conocía desde que eran niños. Una década antes, los habían apodado Grupo Espectro, cuando por casualidad coincidieron en usar unos nuevos trajes sensoriales submarinos de la secuencia espectral de la luz visible: Nick Ssu-ma en rojo, Will Mishima en violeta, y los demás bien distribuidos en el espacio intermedio. El apodo había permanecido. Todos eran ricos, aunque ninguno tanto como Manuel, por supuesto. Todos eran jóvenes y vigorosos. Todos, excepto Cadge Foster y Jed Guilbert, se habían casado en los últimos años, pero nada había interrumpido su amistad. Manuel había compartido con ellos los placeres de la sala de intercambio en una docena de ocasiones; llevaban un mes planeando aquella visita.
—Odio esta espera —dijo Manuel—. Ojalá pudiéramos entrar en la red de estasis nada más llegar.
—Es demasiado peligroso —señaló Lloyd Tennyson.
Era ágil, de piernas largas, un atleta excepcional. En su amplia frente brillaban tres placas espejo.
—De eso se trata —insistió Manuel—. La emoción del peligro. Saltar al momento, con osadía, arriesgándolo todo en un paso glorioso.
—¿Y la vida humana, preciosa, irreemplazable?—preguntó Will Mishima, con sus ojos estrechos y su rostro blanco—. Nunca nos lo permitirían. Los riesgos son evidentes.
—Haz que uno de los ingenieros de tu padre invente una red de estasis que se autoprograme al instante —propuso Jed Guilbert—. Eso eliminaría tanto el peligro como la espera.
—Si fuera posible, ya lo habrían hecho —señaló Tennyson.
—Podrías sobornar a un encargado para que te permitiera pasar sin la espera de programación —sugirió tímidamente Nick Ssu-ma.
—Ya lo intenté —respondió Manuel—. Con un alfa de la sala de derivación de Pittsburgh, hace tres años. Le ofrecí unos miles; el alfa se limitó a sonreír. Le ofrecí el doble, y me sonrió el doble. ¿Es que no le interesaba el dinero? Nunca lo había pensado: ¿cómo se puede sobornar a un androide?
—Exacto —asintió Mishima—. Puedes comprar un androide…, puedes comprar toda la sala de derivación, si quieres…, pero el soborno es otra cosa. Las motivaciones de un androide…
—Entonces, quizá podría comprar la sala de derivación —dijo Manuel.
Jed Guilbert le miró, y preguntó:
—¿De verdad te arriesgarías a entrar directamente en la red?
—Creo que sí.
—¿Incluso sabiendo que en caso de sobrecarga, o si hubiera algún error de transmisión, sería posible que nunca volvieras a recuperar tu personalidad?
—¿Cuáles son las posibilidades de que suceda eso?
—Finitas —dijo Guilbert—. Te queda siglo y medio de vida por delante. ¿Para qué vas a…?
—Yo estoy con Manuel —le interrumpió Cadge Foster.
Era el miembro menos conversador del grupo, casi taciturno. Pero cuando hablaba, hablaba con convicción.
—El riesgo es esencial para la vida. Necesitamos correr riesgos. Necesitamos aventurarnos.
—¿Incluso en algo inútil?—preguntó Tennyson—. La calidad del intercambio no mejoraría si entráramos directamente. La única diferencia es que eliminaríamos el tiempo de espera. No me gusta ese tipo de probabilidades. ¿Arriesgar un siglo para ahorrar un par de horas? La espera no me aburre hasta ese punto.
—Pero uno puede estar aburrido de la vida —dijo Nick Ssu-ma—. Tanto como para apostar un siglo contra una hora, sólo por diversión. A veces, me siento así. Vosotros, ¿no? En el pasado había un juego que se hacía con un arma de mano, un juego llamado…, eh…, ¿ruleta sueca?
—Polaca —le corrigió Lloyd Tennyson.
—Ruleta polaca. Cogían el arma de fuego, que podía estar cargada con seis u ocho cargas explosivas, le ponían sólo una…
A Manuel no le gustaba aquel giro de la conversación.
—¿Qué es eso con lo que estás jugando?—interrumpió, dirigiéndose a Cadge Foster.
—Lo encontré en un nicho, bajo mi sillón. Es una especie de instrumento de comunicación. Te dice cosas.
—¿A ver?
Foster se lo lanzó. Era un rectángulo de plástico grisverdoso, vagamente cúbico, pero curvo en la mayoría de las intersecciones de sus caras. Manuel lo cogió entre sus manos y examinó el interior nebuloso. Empezaron a formarse palabras, distribuidas en una brillante tira roja que cruzaba el interior del objeto.
LE QUEDAN CINCUENTA MINUTOS DE ESPERA.
—Muy agudo —dijo Manuel.
Se lo tendió a Nick Ssu-ma para que lo viera. Cuando volvió a cogerlo, el mensaje había cambiado.
LA VIDA ES ALEGRÍA. LA ALEGRÍA ES VIDA. ¿PUEDE REFUTAR ESE SILOGISMO?
—No es un silogismo —dijo Manuel—. Los silogismos tienen esta forma: Todo A es B. Ningún C es A. Por tanto, C no es B.
—¿Qué mascullas?—preguntó Mishima.
—Le estoy dando una lección de lógica a la máquina. ¿No os parece que una máquina debería saber…?
SI P IMPLICA Q Y Q IMPLICA R, ¿P IMPLICA R?
—¡Yo tengo otro!—exclamó Ssu-ma—. A la izquierda del canal selector. Oh. Oh Dios. ¡Mira esto!
Mostró su cubo a Lloyd Tennyson, que dejó escapar un bufido. Manuel estiró el cuello, pero no alcanzó a leer el mensaje. Ssu-ma le acercó el cubo.
LA GALLINA ES MAS PODEROSA QUE EL PASTEL.
—No lo entiendo —dijo Manuel.
—Es un chiste verde de los androides —explicó Ssu-Ma—. Uno de mis betas me lo contó hace unas semanas. Veréis, va un gamma hermafrodita…
—Todos tenemos cubos —anunció Jed Guilbert—. Supongo que debe de ser un invento nuevo para que la gente se distraiga mientras espera.
DEFIENDA LAS SIGUIENTES TESIS:
EL ORO ES MALEABLE.
TODAS LAS RADIOS ELÉCTRICAS REQUIEREN TUBOS.
TODOS LOS GATOS DE OJOS AZULES SON SORDOS.
—¿Cómo funciona?—quiso saber Manuel.
—Está preparado para recoger cualquier cosa que digamos —explicó Cadge Foster—. Luego, supongo que envía una seña al centro de mensajes al azar, y elige algo vagamente relevante —o interesantemente irrelevante— y lo refleja en la pantalla del cubo.
—¿Y cada uno recibimos un mensaje diferente?
—En este momento, el de Nick y el mío son iguales —informó Tennyson—. No…, el suyo cambia, pero el mío sigue igual.
LA SUMA DE LOS ANGULOS DE UN TRIANGULO ES DE 180º.
ESTO NO PUEDE SER A LA VEZ SILLA Y NO SILLA.
ENTONCES, ¿QUIÉN LE CORTA EL PELO AL PELUQUERO?
—Me parece una locura —dijo Mishima.
—Quizá se trate de eso —señaló Manuel—. ¿Dice algo que no sean tonterías?
POR REAJUSTES CLIMATICOS NECESARIOS, EL CUATRO DE NOVIEMBRE QUEDARA CANCELADO ENTRE LOS 32º Y 61º LATITUD SUR.
—El mío está transmitiendo noticias —dijo Guilbert—. Algo acerca de tu padre, Manuel.
—¡Déjame ver!
—Espera, toma…
HEMBRA ALFA ASESINADA JUNTO A LA TORRE DE KRUG.
EJECUCION POLITICA. PIA PRESENTARA CARGOS.
ORGANIZACION KRUG NIEGA RESPONSABILIDADES, ALEGA.
—Más tonterías —dijo Manuel—. Esto no tiene gracia.
CLEVELAND ESTA ENTRE NUEVA YORK Y CHICAGO.
—Ahora, el mío recibe la historia completa —dijo Tennyson—. ¿Qué creéis que pasará?
ALFA CASANDRA NUCLEO MURIO INSTANTANEAMENTE. EL RAYO FATAL FUE DISPARADO POR EL SECRETARIO PRIVADO DE KRUG, LEON SPAULDING, DE 38 AÑOS.
—Nunca he oído hablar de ella —dijo Manuel—. Y Spaulding es más viejo. Ha estado trabajando con mi padre desde…
¿PUEDE SER DETECTADO EL RITMO DE LA RESPIRACION DEL UNIVERSO MEDIANTE UN ANALISIS METABOLICO ESTANDAR?
—Quizá deberías llamar a tu padre, Manuel —dijo Ssu-ma—. Si de verdad hay problemas…
—¿Y cancelar el intercambio? ¡Hace una semana que esperamos turno! Ya lo averiguaré cuando salgamos. Si es que hay algo que averiguar.
GENERAL TRANSMAT DE LABRADOR, PROPIETARIO DE LA ALFA DESTRUIDA, HA PRESENTADO CARGOS POR DAÑOS. SE ESPERA UN ACUERDO ENTRE LAS PARTES.
—Volvamos a los silogismos —dijo Manuel al cubo que tenía entre las manos—. Si todos los hombres son reptiles, y los androides alfa son reptiles…
LA SUMA DE LAS PARTES ES IGUAL AL CUADRADO DE LA HIPOTESIS.
—¡Mirad lo que dice el mío!—exclamó Tennyson.
JADEANDO DE DESEO, ELLA ESPERA A SU AMANTE, NEGRO COMO EL CARBON, EN UN PECADO INDECIBLE.
—¡Más!—exclamó Guilbert—. ¡Más!
POR LO TANTO, USTED ES UN REPTIL.
—¿Podemos dejar ya estas cosas?—preguntó Manuel.
MOSTRANDO UNA GRAN EMOCION, ALFA SIGFRIDO ARCHIVISTA, DEL PIA, ACUSO A KRUG DE PLANEAR UNA PURGA DE DEFENSORES DE LA IGUALDAD ANDROIDE.
—Creo que sí es un boletín de noticias —murmuró Cadge Foster—. He oído hablar del tal Archivista. Quiere presentar una enmienda constitucional que abra el Congreso a los alfas, y…
LLORANDO MIENTRAS LA HEMBRA ANDROIDE MUERTA YACIA EN LA NIEVE JUNTO A LA PODEROSA MOLE DE LA TORRE. UNA DEMOSTRACION DE DOLOR CASI HUMANO.
—Basta —dijo Manuel.
Hizo ademán de tirar su cubo al suelo, pero, al ver que el mensaje cambiaba, lo miró una vez más.
¿COMPRENDES TUS PROPIAS MOTIVACIONES?
—¿Y tú?—preguntó.
El cubo se quedó en blanco. Lo dejó caer, agradecido. El responsable alfa entró en la subcámara y empezó a desconectar los electrodos.
—Ya pueden pasar a la sala de derivación, caballeros —dijo el alfa, imperturbable—. La programación ha terminado, y la red de estasis está preparada para recibirles.