Capítulo 12

Halt examinó la diana a la que Will había estado tirando.

—No está nada mal —dijo—. Tu tiro va mejorando, sin duda.

Will no pudo evitar una sonrisa. Aquello sí que era un gran elogio por parte de Halt. Éste vio la expresión e inmediatamente añadió:

—Con más práctica, mucha más práctica, podrías incluso llegar a ser mediocre.

Will no estaba absolutamente seguro de lo que significaba ser mediocre, pero tuvo la sensación de que no era bueno. La sonrisa se desvaneció y Halt dejó el tema con un movimiento de la mano.

—Ya es bastante tiro por el momento. Vámonos —dijo, y empezó descender a grandes zancadas por un angostó sendero a través del bosque.

—¿Adonde vamos? —preguntó Will a medio correr para mantener el paso de las zancadas más largas del montaraz.

Halt levantó la mirada hacia los árboles.

—¿Por qué hace tantas preguntas este chico? —interrogó a los árboles.

Naturalmente, no le respondieron.

Anduvieron durante una hora antes de llegar a un conjunto de construcciones escondido en la profundidad del bosque.

Will se moría por hacer más preguntas, pero a aquellas alturas ya había aprendido que Halt no iba a responderlas, así que contuvo la lengua y aguardó su momento. Sabía que más tarde o más temprano se enteraría de por qué habían ido allí.

Halt le precedió en el camino de ascenso hacia la más grande de las destartaladas chozas, luego se detuvo al tiempo que indicaba a Will que hiciera lo mismo.

—¡Hola, Viejo Bob! —voceó.

Will oyó a alguien moverse dentro de la cabaña y acto seguido un personaje encorvado, lleno de arrugas, apareció en la puerta. Su barba enmarañada era larga y de un sucio color blanco. Estaba casi completamente calvo. Cuando se desplazó hacia ellos, sonriendo, mientras saludaba a Halt con la cabeza, Will contuvo la respiración. El Viejo Bob olía como un establo. Y no como uno muy limpio que digamos.

—¡A los buenos días, montaraz! —dijo el Viejo Bob—. ¿Quién es este que te has traído para verme?

Miró con entusiasmo a Will. Sus ojos eran brillantes y muy despiertos, a pesar de su apariencia descuidada y sucia.

—Éste es Will, mi nuevo aprendiz —dijo Halt—. Will, éste es el Viejo Bob.

—Buenos días, señor —dijo Will con educación.

El viejo se rió.

—¡Me llama señor! ¿Has oído eso, montaraz? ¡Me llama señor! ¡Un excelente montaraz, éste lo será!

Will le sonrió. Por sucio que estuviese, había algo agradable en el Viejo Bob, quizás fuera el hecho de que no parecía intimidado ante Halt. Will no podía recordar haber visto antes a nadie hablar al montaraz de rostro adusto en un tono tan familiar. Halt gruñó con impaciencia.

—¿Están listos? —preguntó.

El viejo volvió a reír y asintió varias veces.

—¡Listos están, ya lo creo! —dijo—. Ven por aquí y los verás.

Los guió a la parte trasera de la cabaña, donde un pequeño prado estaba separado con una cerca. En la zona más distante se hallaba un cobertizo. Tan sólo un tejado y unos postes que lo soportaban. Sin paredes. El Viejo Bob soltó un silbido muy agudo que hizo saltar a Will.

—Ahí están, ¿ves? —dijo mientras señalaba el cobertizo.

Will miró y vio dos caballos pequeños que cruzaban el patio al trote para saludar al viejo. Según se acercaron logró distinguir que uno era un caballo; el otro, un poni. Pero ambos eran animales pequeños, lanudos, nada parecidos a los fieros y elegantes caballos de combate sobre los que el barón y sus caballeros cabalgaban hacia la batalla.

El más grande de los dos trotó de inmediato hasta llegar al lado de Halt. Le dio al caballo unas palmaditas en el cuello y le ofreció una manzana de un cubo cercano a la valla. El caballo la ronzó agradecido. Halt se inclinó y le dijo unas pocas palabras en la oreja. El caballo movió bruscamente la cabeza y relinchó, como si estuviera compartiendo algún chiste con el montaraz.

El poni esperó junto al Viejo Bob hasta que le dio también una manzana. Después le dedicó una larga e inteligente mirada a Will.

—Éste se llama Tirón —dijo el viejo—. Parece de tu talla, ¿no?

Le pasó la brida a Will, que la cogió y miró a los ojos al caballo. Se trataba de una pequeña bestia lanuda. Sus patas eran cortas, pero robustas. Su cuerpo tenía forma de tonel. Su crin y su cola estaban desgreñadas y sin cepillar. En general, para tratarse de un caballo, no parecía una visión demasiado impresionante, pensó Will.

Siempre había soñado con el caballo que algún día cabalgaría hacia la batalla: en esos sueños el animal era alto y majestuoso. Era fiero y de color negro azabache, peinado y cepillado hasta brillar como una armadura negra.

Este caballo casi parecía sentir lo que estaba pensando y le dio un simpático topetazo en el hombro.

«Puede que no sea muy grande», parecían decir sus ojos, «pero te puedo sorprender».

—Bien —dijo Halt—. ¿Qué piensas de él? —estaba acariciando el suave morro del otro caballo. Obviamente eran viejos amigos.

Will vaciló. No quería ofender a nadie.

—Es un poco… pequeño —dijo por fin.

—Tú también —señaló Halt.

A Will no se le ocurrió ninguna respuesta para aquello. El Viejo Bob resollaba de la risa.

—No es un caballo de combate, ¿eh, chico? —preguntó.

—Bueno… no, no lo es —dijo Will, incómodo.

Le gustaba Bob y sintió que podría tomarse cualquier crítica hacia el poni a título personal. Pero el Viejo Bob simplemente volvió a reír.

—¡Pero tumbará a cualquiera de esos preciosos y elegantes caballos de combate! —dijo con orgullo—. ¿Éste? Éste es fuerte. Seguirá todo el día, mucho después de que esos caballos tan monos estén por los suelos y hayan muerto.

Will miró dubitativo al pequeño animal lanudo.

—Estoy seguro de que lo hará —dijo educadamente.

Halt se inclinó sobre la valla.

—¿Por qué no miras a ver? —sugirió—. Eres de pies rápidos. Déjalo suelto y mira si logras capturarlo de nuevo.

Will notó el desafío en la voz del montaraz. Dejó caer la brida. El caballo, como si se diera cuenta de que consistía en algún tipo de prueba, dio unos ligeros saltitos hacia el centro del pequeño recinto. Will pasó agachado bajo los listones de la valla y caminó con suavidad hacia el poni. Le extendió la mano a modo de invitación.

—Vamos, chico —le dijo—. Quédate ahí quieto.

Extendió la mano hasta la brida y el pequeño caballo se giró, alejándose. Respingó hacia un lado, luego hacia el otro, pasó alrededor de Will esquivándolo con cuidado y se fue hacia atrás lejos de su alcance.

Lo intentó de nuevo.

Otra vez, el caballo le esquivó con facilidad. Will empezó a sentirse como un idiota. Avanzó hacia el caballo y éste retrocedió, acercándose más y más a una de las esquinas. Entonces, justo cuando Will creyó que ya lo tenía, dio un ágil salto a un lado y se marchó de nuevo.

Will perdió los nervios y corrió tras él. El caballo, divertido, relinchó y se alejó de su alcance con facilidad. Estaba disfrutando del juego.

Y así continuaron. Will se aproximaba, el caballo le esquivaba, se apartaba y escapaba. No podía atraparlo, ni siquiera en los estrechos límites del pequeño prado.

Se detuvo. Era consciente de que Halt le vigilaba sin perder detalle. Pensó por uno o dos instantes. Debía haber una forma de hacerlo. Nunca atraparía a un caballo tan ligero y de movimientos tan rápidos como éste. Debía haber otra forma…

Su mirada se detuvo en el cubo de manzanas en el exterior de la valla.,Rápidamente, se agachó bajo el listón y se hizo con una manzana. Después, volvió al prado y permaneció inmóvil mientras sujetaba la manzana a la vista.

—Vamos, chico —dijo.

Las orejas de Tirón se dispararon. Le gustaban las manzanas. También pensó que le gustaba el muchacho, jugaba bien a esto. Con unos movimientos de la cabeza en señal de aprobación, trotó hacia delante y tomó la manzana con delicadeza. Will cogió la brida y el caballo ronzó la manzana. Si de algún caballo se pudiera decir que parecía feliz y contento, era de éste.

Will levantó la mirada y vio cómo Halt daba su aprobación con la cabeza.

—Bien pensado —dijo el montaraz.

El Viejo Bob golpeó con el codo en las costillas al hombre de la capa gris.

—¡Chico listo, éste! —rió socarronamente—. ¡Listo y educado! Éste va a hacer un buen equipo con Tirón, ¿que no?

Will acarició el cuello lanudo y las orejas levantadas. Miró entonces al viejo.

—¿Por qué le llamas Tirón! —preguntó.

Al instante, el brazo de Will casi se desencaja de su hombro cuando el caballo sacudió la cabeza hacia atrás. Will se tambaleó, luego recobró el equilibrio. Las enormes risotadas del Viejo Bob resonaron por todo el claro.

—¡A ver si te lo imaginas! —dijo encantado.

Su risa era contagiosa y el propio Will no pudo evitar sonreír. Halt miró arriba, hacia el sol, que desaparecía rápidamente tras los árboles que bordeaban el claro del Viejo Bob y las praderas de más allá.

—Llévalo al cobertizo y Bob te enseñará cómo cepillarlo y cuidar sus arreos —dijo, y después añadió al viejo—: Nos quedaremos contigo esta noche, Bob, si no es un inconveniente.

El viejo cuidador de caballos movió la cabeza, complacido.

—Estaré encantado con la compañía, montaraz. A veces paso tanto tiempo con los caballos que empiezo a pensar que yo mismo soy uno de ellos —inconscientemente, hundió una mano en el tonel de las manzanas y eligió una, ronzándola distraído, igual que había hecho Tirón unos minutos antes. Halt le miraba con una ceja levantada.

—Debemos llegar a tiempo —observó con sequedad—. Mañana, entonces, veremos si Will es capaz de montar a Tirón tan bien como cogerlo —dijo al tiempo que imaginaba que su aprendiz conseguiría dormir muy poco esa noche.

Tenía razón. La diminuta cabaña del Viejo Bob sólo tenía dos habitaciones, así que, tras la cena ligera, Halt se tumbó en el suelo junto a la chimenea y Will se acostó en la cálida y limpia paja del granero, al tiempo que escuchaba los agradables sonidos de los dos caballos al resoplar. La luna ascendió y descendió mientras él, tumbado y bien despierto, se preguntaba y se preocupaba por lo que podría traer el día siguiente. ¿Sería capaz de montar a Tiró? Él nunca había montado a caballo, ¿se caería nada más intentarlo?

¿Se haría daño? Peor aún, ¿se avergonzaría de él mismo? Le gustaba el Viejo Bob y no quería parecer un idiota delante de él. Ni delante de Halt, se percató, con cierta sorpresa. Aún se preguntaba en qué momento la buena opinión de Halt había llegado a significar tanto para él cuando por fin se durmió.

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