Capítulo 24

—Ha pasado algo —dijo Halt con discreción, haciendo una señal a sus dos compañeros para que detuvieran los caballos. Los tres jinetes habían cabalgado a galope moderado el último medio kilómetro hasta el sitio de la Congregación. Ahora, según culminaron una ligera cuesta arriba, el espacio abierto entre los árboles se extendía a sus pies, a cien metros de distancia. Pequeñas tiendas individuales se desplegaban en filas ordenadas y el humo de los fuegos para cocinar perfumaba el aire. A un lado del espacio abierto se hallaba un campo de tiro con arco, y docenas de caballos —todos pequeños y lanudos caballos de montaraz— observaban cerca de los árboles.

Incluso desde donde se encontraban sentados en sus caballos, podían distinguir un cierto aire de urgencia y actividad por todo el campamento. En el centro de la línea de tiendas se asentaba un pabellón más grande, de unos cuatro metros por otros cuatro y con la suficiente altura para albergar a un hombre alto en pie. Los laterales estaban abiertos en ese momento y Will pudo ver a un grupo de hombres ataviados de verde y gris, de pie en torno a una mesa, sumidos aparentemente en una conversación. Mientras observaban, uno se separó del grupo y fue corriendo hasta un caballo que aguardaba justo a la puerta. Montó, hizo girar al caballo sobre las patas traseras y partió al galope atravesando el campamento en dirección a la estrecha vereda entre los árboles del lado opuesto.

Apenas había desaparecido en las profundas sombras bajo los árboles cuando otro jinete surgió por la dirección opuesta, galopando entre las líneas y deteniéndose fuera de la tienda grande. Su caballo casi no se había parado antes de que desmontase y se dirigiese adentro para unirse al grupo.

—¿Qué pasa? —preguntó Will.

Con el gesto torcido, se percató de que muchos de los propietarios de las pequeñas tiendas las estaban desmontando y enrollando.

—No estoy seguro —respondió Halt. Hizo un gesto hacia las filas de tiendas—. Mira a ver si nos puedes encontrar un sitio decente para acampar. Yo trataré de averiguar qué está pasando —espoleó a Abelard hacia delante, después se volvió y gritó—: No montes las tiendas aún. Por el aspecto de la situación, es posible que no las vayamos a necesitar —acto seguido, los cascos de Abelard golpearon el césped mientras galopaba hacia el centro del campamento.

Will y Gilan encontraron un sitio para acampar bajo un árbol grande, razonablemente cerca de la zona central de reunión. Luego, sin la certeza de lo que deberían hacer a continuación, se sentaron en un tronco, en espera del regreso de Halt. Como montaraz veterano en el Cuerpo, Halt tenía acceso al pabellón grande: Gilan le había explicado que se trataba de la tienda de mando. El comandante del Cuerpo, un montaraz llamado Crowley, se reunía allí con su personal a diario para organizar las actividades y recopilar y evaluar la información que cada uno de los montaraces traía a la Congregación.

La mayoría de las tiendas próximas a los dos jóvenes montaraces estaban desocupadas, pero había un montaraz flaco y desgarbado en el exterior de una de ellas, paseando impaciente de un lado a otro con el mismo aspecto confuso que tenían Gilan y Will. Al verlos en el tronco, se acercó para unirse a ellos.

—¿Alguna novedad? —dijo de inmediato, y su rostro se hundió con la respuesta de Gilan.

—Estábamos a punto de hacerte la misma pregunta —le tendió su mano para saludarle—. Eres Merron, ¿verdad? —dijo, y estrecharon sus manos.

—Así es. Y tú eres Gilan si no recuerdo mal.

Gilan le presentó a Will y el recién llegado, que aparentaba estar en los treinta y pocos, le miró al tiempo que hacía sus conjeturas.

—Entonces tú eres el nuevo aprendiz de Halt —dijo—. Nos preguntábamos cómo serías. Yo iba a ser uno de tus examinadores, ya sabes.

—¿Ibas a ser? —preguntó Gilan con rapidez, y Merron le miró.

—Sí, dudo que continuemos con la Congregación ahora —vaciló y después añadió—: ¿Quieres decir que no habéis oído nada?

Los dos recién llegados negaron con la cabeza.

—Morgarath está tramando algo de nuevo —dijo con discreción, y Will sintió cómo un escalofrío de miedo le ascendía por la espina dorsal ante la mención del malvado nombre.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Gilan mientras entrecerraba los ojos.

Merron meneó la cabeza a la vez que con la punta de la bota removía la tierra delante de él en un gesto de frustración.

—No hay noticias muy claras que digamos. Sólo informes confusos. Pero según parece un grupo de wargals ha escapado del Paso de los Tres Escalones hace unos días. Superaron a los centinelas y se dirigieron al norte.

—¿Estaba Morgarath con ellos? —preguntó Gilan.

Will permanecía con los ojos como platos y en silencio. No era capaz de volver en sí para plantear ninguna pregunta, en realidad no podía volver en sí para mencionar el nombre de Morgarath.

Merron se encogió de hombros en respuesta.

—No lo sabemos. No lo creemos a estas alturas, pero Crowley ha estado enviando exploradores durante los dos últimos días. Tal vez sólo sea pillaje. Pero si es algo más que eso, podría significar el inicio de otra guerra. Y si es así, es un mal momento para perder a lord Lorriac.

Gilan levantó la vista, con la preocupación en su voz.

—¿Lorriac está muerto? —preguntó, y Merron asintió.

—Un derrame cerebral, en apariencia. O el corazón. Le encontraron muerto hace unos días. Sin un arañazo. Mirando al frente. Bien muerto.

—¡Pero si estaba en su mejor forma! —dijo Gilan—. Le vi hace sólo un mes y estaba sano como un toro.

Merron se encogió de hombros. No podía darle una explicación. El únicamente conocía los hechos.

—Supongo que le puede pasar a cualquiera —dijo—. Nunca se sabe.

—¿Quién es lord Lorriac? —preguntó Will discretamente a Gilan.

El joven montaraz hizo un gesto con la cabeza, pensativo, mientras contestaba.

—Lorriac de Steden. Era el líder de la caballería pesada. Probablemente, nuestro mejor comandante de caballería. Como ha dicho Merron, si entramos en guerra, le echaremos muchísimo de menos.

La fría garra del miedo se aferró al corazón de Will. Durante toda su vida, la gente había hablado de Morgarath en susurros, si es que se llegaba a hablar de él. El Gran Enemigo casi había alcanzado las proporciones de un mito —una leyenda de los días antiguos, oscuros—. Ahora el mito se había hecho realidad una vez más, una realidad desafiante, aterradora. Miró a Gilan en busca de sosiego, pero el bello rostro del joven montaraz no mostraba sino dudas y preocupación por el futuro.


Pasó más de una hora antes de que Halt se les uniera de nuevo. Como ya era pasado el mediodía, Will y Gilan habían preparado una comida a base de pan, carne fría y frutos secos. El montaraz de pelo gris se deslizó de la silla de Abelard y, tras aceptar un plato de Will, empezó a comer a rápidos mordiscos.

—La Congregación ha finalizado —dijo, escueto, entre bocados.

Al ver la llegada del montaraz veterano, Merron se acercó otra vez para unirse a su grupo. Él y Halt se saludaron de forma rápida y acto seguido Merron planteó la cuestión que todos tenían en mente.

—¿Estamos en guerra? —preguntó inquieto, y Halt negó con la cabeza.

—No lo sabemos con certeza. Los últimos informes nos dicen que Morgarath se encuentra aún en las montañas.

—¿Por qué escaparon entonces los wargals? —preguntó Will.

Todos sabían que los wargals cumplían únicamente la voluntad de Morgarath. Nunca habrían llevado a cabo un acto tan radical sin su dirección. El rostro de Halt se mostraba sombrío al responder.

—Son sólo una partida pequeña, quizás cincuenta de ellos. Debían de actuar a modo de distracción. Mientras nuestra guardia se ocupaba de perseguir a los wargals, Crowley piensa que los dos kalkara se escabulleron fuera de las montañas y están escondidos en alguna parte en la Llanura Solitaria.

Gilan soltó un silbido en tono grave. Merron dio incluso un paso atrás por la sorpresa. Los rostros de los dos jóvenes montaraces mostraron su total horror ante las noticias. Will no tenía ni idea de lo que podían ser los kalkara, pero, a juzgar por la expresión de Halt y las reacciones de Gilan y Merron, quedaba claro que no eran buenas noticias.

—¿Quieres decir que aún existen? —dijo Merron—. Pensaba que se extinguieron hace años.

—Oh, ya lo creo que aún existen —dijo Halt—. Sólo quedan dos, pero eso es suficiente para preocuparse.

Se hizo un largo silencio entre ellos. Finalmente, Will preguntó:

—¿Qué son?

Halt movió la cabeza en un gesto triste. No era un tema del que quisiese hablar con alguien tan joven como Will. Pero sabiendo lo que les aguardaba a todos ellos, no tenía elección. El muchacho debía saberlo.

—Cuando Morgarath estaba planeando su rebelión, deseaba algo más que un ejército corriente. Sabía que, si era capaz de aterrorizar a sus enemigos, su tarea sería mucho más fácil. Así que, a lo largo de los años, realizó varias expediciones a las Montañas de la Lluvia y la Noche, buscando.

—¿Buscando qué? —preguntó Will, aunque tenía la incómoda sensación de saber cuál sería la respuesta.

—Aliados que pudiera utilizar contra el reino. Las Montañas son una parte antigua, virgen, del mundo. Se han conservado sin cambios durante siglos y había rumores acerca de que extrañas bestias y monstruos ancestrales vivían aún allí. Los rumores resultaron ser demasiado ciertos.

—Como los wargals —añadió Will, y Halt asintió.

—Sí, como los wargals. Y él rápidamente los esclavizó y los sometió a su voluntad —dijo con un deje de amargura en su voz—. Pero después encontró a los kalkara. Y son peores que los wargals. Mucho, mucho peores.

Will no dijo nada. La idea de unas bestias peores que los wargals resultaba perturbadora, como mínimo.

—Había tres. Pero a uno lo mataron hace alrededor de ocho años, de modo que sabemos un poco más de ellos. Piensa en una criatura a medio camino entre un simio y un oso, que camina erguido, y te harás una idea de a qué se parece un kalkara.

—¿Morgarath los controla también con la mente como a los wargals? —preguntó Will, y Halt negó con la cabeza.

—No. Éstos son más inteligentes que los wargals. Pero están obsesionados con la plata. La atesoran y le rinden culto y Morgarath en apariencia se la proporciona en grandes cantidades para que hagan lo que a él se le antoja. Y lo hacen bien. Pueden ser increíblemente astutos cuando acechan a su presa.

—¿Presa? —preguntó Will—. ¿Qué tipo de presa?

Halt y Gilan intercambiaron una mirada y Will pudo ver que su mentor era reacio a hablar sobre el tema. Por un momento pensó que Halt iba a comenzar otra de sus disertaciones sobre las interminables preguntas de Will. Pero se dio cuenta de que aquél era un tema mucho más serio que la curiosidad ociosa según el montaraz le respondió con discreción.

—Los kalkara son asesinos. Una vez que se les asigna una víctima concreta, harán todo cuanto esté en su mano para encontrar a esa persona y matarla.

—¿Los podemos detener? —preguntó Will, al tiempo que desplazaba brevemente su mirada del enorme arco de Halt al carcaj de cerdas repleto de flechas negras.

—Matarlos resulta muy complicado. Poseen una gruesa capa de pelos enmarañados y adheridos unos a otros que parecen casi como escamas. Una flecha apenas la atraviesa. Un hacha de combate o un espadón son mejores contra ellos. O un buen estoque con una pica gruesa podría servir al efecto.

Will sintió un instante de alivio. Esos kalkara habían empezado a sonar casi a invencibles. Pero había gran cantidad de caballeros consumados en el reino que sin duda serían capaces de dar cuenta de ellos.

—¿Fue entonces un caballero el que mató al de hace ocho años? —preguntó, y Halt negó con la cabeza.

—No fue un caballero. Tres. Fueron necesarios tres caballeros completamente armados para matarlo y sólo uno de ellos sobrevivió a la batalla. Es más, quedó lisiado de por vida —concluyó Halt, sombrío.

—¿Tres hombres? ¿Y todos caballeros? —dijo Will con incredulidad—. Pero ¿cómo…?

Gilan le interrumpió antes de que pudiese continuar.

—El problema es que, si te acercas lo suficiente para utilizar una espada o una pica, el kalkara suele ser capaz de detenerte antes de que tengas una oportunidad.

Mientras hablaba, sus dedos tamborileaban ligeramente sobre la empuñadura de la espada que portaba en su cintura.

—¿Cómo te detiene? —preguntó Will, con la sensación momentánea de alivio disipada por completo ante las palabras de Gilan.

Esta vez fue Merron quien respondió.

—Sus ojos —dijo el desgarbado montaraz—. Si le miras a los ojos, te quedas paralizado e indefenso, igual que una serpiente paraliza a un pájaro con su mirada antes de matarlo.

Will paseó la vista de uno a otro de los tres hombres sin comprenderlo. Lo que Merron estaba diciendo parecía demasiado exagerado para ser cierto. Aunque Halt no le estaba llevando la contraria.

—^Te paraliza… ¿Cómo puede hacer eso? ¿Es magia de lo que estáis hablando?

Halt se encogió de hombros. Merron miró a lo lejos, incómodo. A ninguno de ellos le gustaba hablar del tema.

—^Algunos lo llaman magia —dijo Halt finalmente—. Yo creo que es más probable que sea una forma de hipnotismo. De una u otra forma, Merron tiene razón. Si un kalkara consigue hacer que le mires a los ojos, te quedas paralizado por puro terror, incapaz de hacer nada para salvarte.

Will miró a su alrededor inquieto, como si esperase en cualquier instante ver aparecer una criatura mezcla de un simio y un oso saliendo a la carga de los árboles silenciosos. Podía sentir el pánico crecer en su pecho. En cierto modo, había llegado a creer que Halt era invencible. Aunque aquí estaba él, pareciendo admitir que no había defensa contra esos viles monstruos.

—¿No hay nada que se pueda hacer? —preguntó en tono esperanzado. Halt se encogió de hombros.

—La leyenda dice que son particularmente vulnerables al fuego. El problema es, como antes, acercarse lo suficiente para causarle algún daño. Llevar una llama descubierta hace un poco más difícil acechar a un kalkara. Suelen cazar por la noche y te pueden ver venir.

A Will le resultaba difícil creer lo que estaba oyendo. Halt parecía ser muy realista respecto de todo aquello y Gilan y Merron estaban obviamente trastornados por sus noticias.

Se produjo un incómodo silencio que Gilan rompió al preguntar:

—¿Qué le hace pensar a Crowley que Morgarath los esté utilizando?

Halt vaciló. Le habían hecho partícipe de lo que Crowley pensaba en un consejo privado. Luego se encogió de hombros. Todos tendrían que saberlo antes o después y todos ellos eran miembros del Cuerpo de Montaraces, incluso Will.

—Ya los ha utilizado dos veces en este último año, para asesinar a lord Northolt y lord Lorriac —los tres jóvenes intercambiaron miradas de confusión, así que continuó—. Se creía que a Northolt le había matado un oso, ¿recordáis? —Will asintió lentamente. Ahora se acordaba. En su primer día como aprendiz de Halt, el montaraz recibió la noticia de la muerte del comandante supremo—. En aquel momento pensé que Northolt era un cazador demasiado diestro para morir de esa manera. Como es evidente, Crowley está de acuerdo.

—Pero ¿y Lorriac? Todo el mundo dijo que fue un derrame —era Merron quien hacía esa pregunta.

Halt le miró brevemente, después respondió:

—Eso es lo que te han dicho, ¿verdad? Bueno, su médico estaba muy sorprendido. Dijo que nunca había visto a un hombre más sano. Por otro lado… —se detuvo, y Gilan completó su pensamiento:

—Pudo haber sido obra de los kalkara.

Halt asintió.

—Exacto. No conocemos todos los efectos de la parálisis causada por la vista que han desarrollado. Si esa mirada se mantiene durante un tiempo lo bastante largo, el terror bien podría ser suficiente para detenerle el corazón a un hombre. Y había informes poco concretos acerca de un gran animal oscuro avistado en la zona.

De nuevo se instaló el silencio entre los miembros del pequeño grupo bajo los árboles. A su alrededor, los montaraces iban de aquí para allá ajetreados, desmontando el campamento y ensillando los caballos. Finalmente, Halt les hizo volver a todos en sí de sus pensamientos.

—Será mejor que nos preparemos. Merron, tú tendrás que regresar a tu feudo. Crowley quiere al ejército movilizado y alerta. Las órdenes se distribuirán en unos pocos minutos.

Merron asintió y se volvió para alejarse hacia su tienda, pero se detuvo y se giró de nuevo. Algo en la voz de Halt, el modo en que había dicho «tú tendrás que volver a tu feudo», le había hecho pensar.

—¿Y vosotros tres? —dijo—. ¿Adonde vais vosotros?

Incluso antes de que Halt respondiese, Will sabía lo que iba a decir. Pero eso no lo hizo menos aterrador o le heló menos la sangre cuando pronunció las palabras.

—Nosotros vamos tras los kalkara.

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