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Un verano, la plaza de juegos de Altos de la Cascada apareció totalmente renovada. Eligieron hacer los cambios esa época del año porque es cuando hay menos gente en el barrio, y muchos de los que están son personas de paso que alquilan una de nuestras casas para sus vacaciones mientras nosotros veraneamos en alguna otra parte. Los que peor negocio hicieron ese año fueron los que viajaron a Pinamar, que ese verano estuvo alterado por el asesinato del fotógrafo que había retratado al empresario de correos privados paseando por la playa. La Comisión Infan til presentó al Consejo de Administración un informe detallado de cada juego que sería reemplazado. El club crecía en distintos sectores y no podía ser que la plaza se hubiera quedado detenida en el tiempo, argumentaban como punto destacado de su presentación. Y cerraban la nota con la frase: "No seamos ciegos, los niños son nuestro futuro". Se contrataron dos arquitectos especialistas en plazas infantiles, los mismos que habían diseñado las plazas de varios countries de la zona y de dos shopping centers; dibujaron un proyecto, se pidieron tres presupuestos y se aprobó el más conveniente. Finalmente los juegos de hierro y madera que estaban desde los primeros tiempos del barrio se cambiaron por juegos de plástico estilo Fisher Price. Daba pena cuando la gente de mantenimiento bajaba el tobogán más grande que alguna vez haya visto ningún chico de La Cascada. Pero en el informe quedaba claro que los elegidos para reemplazarlos eran más modernos, más seguros, que necesitaban menos mantenimiento. Y los cambiaron. Pusieron nuevas plantas bordeando todo el camino de la plaza, y reemplazaron los bebederos de chorrito, con los que a pesar del enchastre tanto se divertían los chicos en verano, por dispensen de agua mineral. Eso no estaba en el proyecto original, pero se incorporó a partir de un programa de televisión donde denunciaron que las napas de la zona podían estar contaminadas con alguna sustancia que nunca apareció en los análisis.

Junto con los nuevos juegos, la plaza también empezó a sonar distinto. Las voces en el arenero habían ido cambiando de a poco, sin que nadie lo notara, hasta que un día se hicieron oír. Eran las mismas risas y gritos de chicos, pero las voces adultas hacían la diferencia. Hasta principios de los noventa predominó el canto de alguna provincia del interior y la tonada paraguaya. Era el tiempo de "la patrona", o del "che, patrona". Pero a partir de los noventa la tonada peruana fue tapando las otras. Tapando a pesar de ser una voz más dulce, más calma, y más educada. "Bota eso que te vas a ensuciar…" "Este muchachito es un demonio." "Esta niñita anda siempre calata." "Yo le vi, esa muchachita entreveraba la arena y molestaba a los otros." Pero todo dicho en un tono bajo, como si no quisieran incomodar. Y entre medio, como siempre, las risas y los gritos que subían y bajaban por los distintos circuitos de colores.

A partir de la reforma hubo toboganes amarillos, rojos y azules, túneles y pasadizos. Hubo barras "pasamanos" para atravesar colgando y balanceándose de un lado al otro del cajón de arena. Hamacas de plástico símil madera para los más grandes y de plástico verde para los más chicos, con traba de seguridad. Columpios, argollas, un sube y baja y una cale-sita. Sobre unos pilotes instalaron una casa de techo azul y puerta amarilla que importaron directamente de la fábrica Fisher Price de los Estados Unidos para Altos de la Cascada, una especie de "casita del árbol", con redes en las ventanas para que los chicos se asomaran pero no se cayeran, desde la que se podía llegar al tobogán por un puente colgante. La plaza, más limpia que nunca, brillaba en sus colores primarios. Lo único que quedó de la plaza anterior fueron las cadenas de las hamacas, unas cadenas gruesas de esas que ya nadie fabrica. Los arquitectos no pudieron convencer a nadie de que la soga de plástico que venía con los nuevos juegos permitiría enroscarse y hamacarse hasta el cielo como lo permitían esas cadenas.

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